Kitabı oku: «Cristianismo Práctico», sayfa 6

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1. Las cosas viejas pasaron

Algunos lectores recordarán un libro que hizo un gran revuelo en el mundo religioso, especialmente en los sectores arminianos hace unos cuarenta años atrás. Llevaba por título «Twice–born Men» [Hombres dos veces nacidos], y fue escrito en un estilo un tanto sensacionalista y rudo por Harold Begbie. La idea de este libro era describir las «conversiones» sorprendentes de algunos criminales y rebeldes bajo los esfuerzos evangelísticos de «El Ejército de Salvación» y «City Missions». Así esté familiarizado con el libro o no, probablemente el lector haya leído testimonios similares, y quizá haber oído personalmente «testimonios» inusuales. Recordemos en la ciudad de Nueva York hace unos veinticinco años, a un hombre de edad media que había «pasado veinte Navidades en prisión», y que luego había sido liberado de una vida de crimen, atribuyendo esta liberación a la gracia de Dios y a la eficacia de la sangre redentora de Cristo, y que, para usar una de sus citas bíblicas, se le había dado «gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado».

Muchos, si no todos, de esos casos testifican que fue tan profunda la obra de la gracia en ellos que sus inclinaciones perversas y viejos hábitos, fueron eliminados por completo. Que no tienen ni el más mínimo deseo de regresar a sus antiguos caminos, que todo anhelo por las cosas que una vez los atraían se ha ido, diciendo que Dios los ha hecho nuevas criaturas en Cristo, que las cosas viejas pasaron, y todas han sido hechas nuevas (2 Corintios 5:17). Personalmente, no me considero capaz de emitir una opinión en casos como estos. Sin duda no nos atreveríamos a colocarle algún límite a la maravillosa obra del poder de Dios; sin embargo, necesitaríamos estar en contacto cercano con tales personas para observar su caminar diario, y así estar seguros de que su «conversión» fue algo más que una superficial «nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece» (Oseas 6:4). Por un lado deberíamos mantener en nuestra mente la transformación milagrosa que fue hecha en el perseguidor de Tarso, y por otro lado no podremos olvidar Mateo 12:43–45.

Pero con seguridad esto sí podemos afirmar, que tales casos mencionados anteriormente no son comunes, y ciertamente no deben ser establecidos como el modelo por el cual deberíamos comprobar la conversión genuina, ya sea la nuestra o la de otro. Aunque sea dichosamente cierto que en Su obra salvadora Dios comunica una gracia restrictiva al alma —en gran medida a unos y en poca a otros; no obstante es igualmente cierto que Él no quita la vieja naturaleza en la regeneración ni erradica la «carne». Solo Uno ha pisado esta tierra y solamente Él puede declarar que «el príncipe de este mundo (…) nada tiene en mí» (Juan 14:30). Razón tenía el más piadoso santo al confesar tristemente «queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí» (Romanos 7:21). De hecho, es un privilegio y una responsabilidad para el cristiano el mantenerse así mismo lejos del pecado: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gálatas 5:16), sin embargo como nos dice el siguiente verso en Gálatas, la carne está allí, operante y oponiéndose al Espíritu.

Pero vamos a ir más a allá. Cuando esas personas de las que venimos hablando se basan en 2 Corintios 5:17 para describir su «experiencia», no importa cuánto parecido tenga el lenguaje del texto con sus testimonios, ellos están haciendo un uso injustificable y engañoso del mismo; y la consecuencia ha sido que muchos de los amados hijos de Dios son llevados a una triste esclavitud. Muchos han sido guiados a creer que si han recibido sinceramente a Cristo como su Señor y Salvador personal, sería hecho en ellos un cambio tan radical que de ahora en adelante serían inmunes a pensamientos malvados y perversos, viles deseos y pasiones lujuriosas. Pero después de que recibieron a Cristo como Señor y Salvador, no es mucho el tiempo que pasa para que descubran que las cosas dentro de ellos son muy diferentes a lo que esperaban: esa vieja inclinación está presente todavía, sus deseos perversos los acosan algunas veces mucho más fuerte que antes. A causa de la consciencia dolorosa de «la plaga en su corazón» (1 Reyes 8:38) muchos han llegado a la conclusión de que nunca fueron realmente convertidos, de que fueron engañados al creer que habían nacido de Dios.

Una parte muy importante y necesaria de la obra a la que Dios ha llamado a Sus siervos es «quitad los tropiezos del camino de mi pueblo» (Isaías 57:14 y comparar con 62:10), y si ellos atienden fielmente a esta parte de su responsabilidad, entonces deberán exponer muy claramente a sus oyentes, creyentes y no creyentes, que Dios no ha prometido en ningún momento erradicar el pecado interno de alguno que crea en el Evangelio. Dios salva al pecador arrepentido que ha creído: del amor, culpabilidad, castigo, y poderío del pecado; pero Él no libra de la presencia del pecado en esta vida. De hecho, el milagro de la gracia salvífica de Dios genera un cambio real, radical y permanente en todo aquel que es objeto de tal gracia; siendo algunos más conscientes de esto y dando evidencias más claras, y otros evidencias menos claras; pero en ningún momento Dios elimina la «carne» de la persona ni el principio de maldad el cual lleva consigo desde que entró a este mundo. El que nació en la carne todavía está en la carne: aunque el que ha nacido del Espíritu es espíritu (Juan 3:6).

No es que el ministro del Evangelio deba cambiar a un extremo opuesto y enseñar, o incluso dar la impresión de que el cristiano no puede esperar nada mejor que una vida de derrotas mientras es dejado sin ayuda; que sus enemigos tanto internos como externos, son demasiado poderosos como para enfrentarlos. Dios no abandona a Sus hijos para que enfrenten a sus enemigos con sus propios medios, sino que les da fuerzas por medio de Su Espíritu; sin embargo, es necesario que la persona esté constantemente en guardia para que no entristezca al Espíritu y se suspenda Su obra. Dios le dice al santo «Bástate mi gracia», pero esa gracia debe ser buscada (Hebreos 4:16) y usada (Lucas 8:18), y si es buscada humildemente y usada correctamente, entonces «Él da mayor gracia» (Santiago 4:6), así la persona está capacitada para luchar la buena batalla de la fe. Satanás es de hecho poderoso, pero hay uno mucho más poderoso: «porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4), y por lo tanto el Cristiano está llamado a fortalecerse «en el Señor, y en el poder de su fuerza» (Efesios 6:10); y mientras este separado de Cristo no podrá producir frutos (Juan 15:5), sin embargo fortalecido por Cristo, podrá decir «Todo lo puedo» (Filipenses 4:13). Los cristianos son «vencedores» (1 Juan 2:13; 5:4; Apocalipsis 2:7).

Por lo tanto, vemos una vez más que hay un equilibrio que debe ser mantenido: evitar el extremo del error del perfeccionismo sin pecado, y por otro lado la derrota espiritual. La verdad debe ser presentada por las Escrituras. Cuando alguien es regenerado es efectivamente llamado «de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9), sin embargo, si un alma no convertida lee estas palabras y adquiere la idea que Dios debería resucitarlo, y piensa que toda ignorancia y error será disipado inmediatamente de su alma, llega a una conclusión injustificable y pronto descubrirá su error. El Señor Jesús promete descanso al alma cargada que vaya a Él, pero esto no significa que esa alma que va al Señor disfrutará de una tranquilidad perfecta de mente y corazón. Él salva a Su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21), pero no de un modo tal que no deban clamar por perdón diariamente por sus transgresiones (Lucas 11:4). Esto no significa que la salvación del Señor sea imperfecta, sino que no está experimentada completamente y de manera entera en la vida del creyente, y lo vemos en pasajes tales como Romanos 13:11, 1 Pedro 1:5. El «mejor vino» está guardado para el final. La glorificación es nuestro futuro.

Hemos dicho anteriormente que cuando tales personas toman 2 Corintios 5:17 para describir su «experiencia», hacen un uso injustificable y engañoso del texto. Ellos no son los únicos que hacen esto, pues muchos también han tropezado a causa del afán por entender correctamente el verso, pero se requiere un estudio cuidadoso. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Se debe admitir que el sonido de esas palabras definitivamente favorece a aquellos que declaran que tal milagro de gracia que ha sido hecho en ellos erradica por completo la vieja naturaleza junto con su maldad al nacer de nuevo. Pero en vista de la experiencia de la gran mayoría de los hijos de Dios en los últimos 2 000 años, ¿no deberíamos detenernos un momento y preguntar: ¿realmente es eso lo que quiere decir el texto? Probablemente para muy pocos de nuestros lectores este lenguaje no haya sido confuso.

El estudiante cuidadoso notará que hemos omitido la primera parte con que se inicia 2 Corintios 5:17, la cual de diez personas que la citan, ocho la omiten y no están familiarizados con ningún tipo de estudio adecuado donde se explique claramente su significado. «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es». Obviamente en ese «de modo que» es donde debemos comenzar cualquier estudio crítico del verso. Esto indica que es una conclusión a partir de una premisa anteriormente declarada, y nos dice que este texto no debe ser tomado en cuenta de manera separada, único en sí mismo, sino que está íntimamente relacionado a algo que le precede. Regresando al verso 16 encontramos que comienza con «de manera que» (misma palabra griega mencionada anteriormente) lo cual sirve para identificar el pasaje como doctrinal, en donde el apóstol está presentando un argumento, un pensamiento no muy elaborado, no uno exhortatorio donde se hace un llamado a la responsabilidad del creyente, ni un pasaje biográfico en el cual se narra una experiencia del alma. A menos que se use la llave correcta, el pasaje permanecerá cerrado para nosotros.

La llave está colgada en la puerta por la presencia de «de modo que» o «de manera que», y si se ignora, y en lugar de tomar la llave forzamos la puerta, entonces su seguro se dañará y la cerradura se romperá; en otras palabras, la interpretación que se le dé será una muy forzada y lejos de la verdad. De hecho, tal ha sido el caso de los que buscaron explicar su significado, sin darle la debida importancia y el uso a las palabras y al contexto. Por no tener en cuenta el «de modo que», 2 Corintios 5:17 ha sido comúnmente asumido como una referencia al milagro de la regeneración, y por lo tanto como una descripción de una experiencia. Pero los que le dan ese significado una vez que se enfrentan con dificultades, se ven obligados a cambiar sus condiciones o a suavizar el lenguaje ya que es un hecho innegable y un asunto de conciencia dolorosa, que algunas de las «cosas viejas» las cuales los caracterizaban en su no regeneración han «pasado,» sin embargo, otras de dichas cosas viejas aún no han pasado ni tampoco «todas las cosas» han sido «hechas nuevas» dentro de ellos.

Por otra parte, un normalmente gran expositor de la Palabra nos dice en su comentario sobre 2 Corintios, «en el Antiguo Testamento (Isaías 43:18,19; 65:17) el resultado producido por la venida del Mesías es descrito como una nueva Creación de todas las cosas. La consumación final del reino del Redentor en el cielo es descrita en los mismos términos, “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). El cambio espiritual interior en cada creyente está expresado en las mismas palabras, porque el creyente es el tipo y la condición para este cambio sobrenatural. ¿Qué provecho tendría un cambio en las cosas externas, si el corazón permanece en una jaula de aves inmundas? El apóstol por eso dice que si alguno esta en Cristo, experimenta un cambio semejante al que fue declarado por el profeta, y como el que nos mantiene expectantes a la glorificación. “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Las opiniones del pasado, los planes, los deseos, las decisiones y sentimientos, todo ha pasado; nuevos principios, nueva visión hacia la verdad, nueva comprensión al destino del hombre, y nuevos sentimientos y propósitos llenan y gobiernan el alma».

Es este tipo de declaración, las cuales se acreditan a algunos hombres que han tenido posiciones de influencia en las iglesias, que han traído a muchos de los pequeños del Señor a una esclavitud cruel, porque ellos saben muy bien que tales cambios semejantes a los que obtendremos en la nueva tierra, no han sido hechos aún en ellos, acerca de los cuales Dios nos declara cosas como que «No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira» y donde «ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:27, 4).

Nos atrevemos tranquilamente a decir que ese expositor con sus propias afirmaciones ha falsificado la experiencia del cristiano. Puede ser que los planes y opiniones del pasado ya no sean los mismos cuando la persona es genuinamente convertida, pero no es cierto que los viejos «deseos, decisiones y sentimientos» pasen: por el contrario, permanecen activos e insistentes hasta el final de la carrera; de lo contrario no habría corrupciones que resistir, ni deseos perversos a los cuales el cristiano es exhortado a mortificar.

Es sorprendente encontrar a algunos hombres respetados, con escritos que son por lo general útiles, y cuando llegan a 2 Corintios 5:17 hacen una interpretación completamente absurda. Otro de esos expositores escribió sobre el cristiano: «él concluye que está en Cristo porque es una «nueva criatura». Él encuentra que las cosas viejas han pasado, y que todas son hechas nuevas. Su vieja seguridad, su viejo adormecimiento, su consciencia infiel ha pasado. Su antigua perversidad, obstinación, voluntad rebelde; tiene una nueva voluntad. Su vieja sensualidad, corrupción, incredulidad, su duro corazón todo se ha ido (...) sus sentimientos desordenados y sin rumbo (...) tiene nuevos pensamientos, nuevas inclinaciones, nuevos deseos, nuevos deleites, nuevas ocupaciones». Es cierto, termina diciendo, «que a veces es carnal, pero ahora en alguna medida es espiritual; a veces es mundano, pero ahora en algún grado tiene su mirada puesta en el cielo; a veces profano, pero ahora en parte santo», lo cual no solo contradice completamente su declaración anterior, sino que también sirve para ilustrar lo que hemos dicho arriba, sobre los hombres que se crean sus propios obstáculos cuando ignoran la llave de este pasaje, y que se ven obligados a torcer el texto con sus propios términos para que se ajuste a sus interpretaciones.

La palabra en griego para «pasaron» es una muy fuerte, tal como la vemos en pasajes como Mateo 5:18; 24:34; Santiago 1:10; 2 Pedro 3:10, y significa (no etimológicamente, sino en su uso) eliminación, poner fin a algo. Cualquiera que sea la referencia a las «cosas viejas» en 2 Corintios 5:17, estas no son simplemente suavizadas o puestas a dormir solo para que se despierten después aún más fuertes, sino que son eliminadas, es decir que «pasan». Por lo tanto, el definir esas «cosas viejas» como «viejos sentimientos, las viejas inclinaciones de Adán» así como hace otro teólogo, está completamente fuera de lugar, y uno hubiese supuesto que la propia historia espiritual de este teólogo lo hubiera preparado mejor como para no hacer semejante afirmación. Un escritor más antiguo es un poco más acertado cuando dice, «Por cosas viejas se quiere decir todo principio corrupto, toda permanencia en un estado carnal y lujurioso, en el hombre viejo; todas estas cosas «pasaron», no perfectamente sino solo una parte en el presente, y completamente es nuestra esperanza y expectación del futuro». El hecho de que tal fragmentación en el uso de «pasaron» haya sido considerada necesaria, nos hace desconfiar de su definición de «cosas viejas»; y nos lleva a buscar una alternativa.

2. El cambio dispensacional

El decir que las «cosas viejas» que han «pasado» cuando una persona viene a ser una nueva criatura en Cristo, se refiere a los «viejos deseos, pensamientos y apetitos», es una contradicción categórica de Romanos 7:14–25. La vieja naturaleza, la «carne» o el principio de maldad, en realidad no pasa, ya sea en su totalidad o en parte, ni en el nuevo nacimiento ni en ninguna etapa posterior de su vida, mientras que el cristiano este aquí en la tierra. En lugar de eso, la «carne» permanece en el santo, y «la carne es contra el Espíritu» (Gálatas 5:17), generando un conflicto continuo al mismo tiempo que el creyente busca agradar y caminar con el Señor. Ese cambio genuino y radical forjado en el alma por Dios, es de hecho benditamente cierto, pero el describir ese cambio milagroso como algo que viene acompañado de la eliminación de la vieja naturaleza pecaminosa, es totalmente injustificado y completamente antibíblico. Y es por eso que muchos se han confundido, y han sido afectados por este error al punto de que ahora a causa de lo que escribimos su seguridad falla y su paz se perturba.

Se debe examinar cuidadosamente que 2 Corintios 5:17 no está describiendo una experiencia excepcional que solo es alcanzada por unos pocos entre los hijos de Dios, sino más bien se da por sentado para toda la familia: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es». El «si alguno» muestra que tenemos una preposición general que es de aplicación universal a los regenerados —tanto así como si dijera «si alguno está en Cristo, sus pecados son perdonados». Al mismo tiempo, esto asegura al cristiano que no es por alguna culpa suya el que deje de alcanzar el nivel por el cual algunos quisieran medir a los demás. Tampoco está nuestro verso dando un reporte de lo que es ganado a medida se alcanza la madurez cristiana, menos aun lo que lo caracterizará solo cuando alcance el cielo: en lugar de eso, nos habla de un hecho presente de cuando uno es unido a Cristo. Es cierto que la palabra «es» en la frase «nueva criatura es», es suministrado por los traductores, sin embargo su legitimidad o más aún su necesidad es evidente por lo que sigue: «las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas».

El inicio con «de modo que» nos lleva a estudiar el contexto. Al hacer esto con el verso anterior, esto es lo que leemos: «De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así». Nos preguntamos cuantos de nuestros lectores entienden este verso, incluso si se han planteado alguna idea sobre lo que estamos hablando. Si consultan los comentarios bíblicos en lugar de encontrar ayuda, es muy probable que sean confundidos al ver que unos dos estarán de acuerdo con esta interpretación, y el resto hubiera sido honesto si sinceramente aceptaran que no entienden en vez de oscurecer el entendimiento con un montón de palabras sin sentido. Ahora para tener una percepción correcta del significado, debemos buscar respuestas a las siguientes preguntas. ¿Quién fue el apóstol que estaba enseñando? ¿Sobre qué tema en específico estaba escribiendo? en otras palabras ¿Cuál era su propósito al escribir? Solo esto nos permitirá una perspectiva correcta.

Así como hemos señalado en las páginas anteriores, para entender las circunstancias que llevaron a Pablo a escribir la epístola a los Corintios, es necesario que tengamos una visión meticulosa para examinar cada detalle. Muy poco después de que Pablo dejó Corinto (Hechos 18), varios falsos maestros atacaron a los creyentes, buscando socavar las enseñanzas del apóstol y desacreditar su ministerio. El resultado fue que los creyentes se comenzaron a dividir al punto de llegar a diferentes disputas y a tomar una actitud carnal (1 Corintios 1:11, 12). Los que dijeron «yo soy de Pablo, y yo soy de Apolos» eran con toda seguridad los Gentiles convertidos; mientras que los que alardeaban al decir «yo soy de Cefas y yo soy de Cristo» (gloriándose en una actitud carnal), fueron indudablemente los judíos convertidos. Por eso los enemigos del Evangelio habían tenido éxito al sembrar una semilla de discordia en la congregación de Corinto, generando celos y enemistad por medio de prejuicios raciales, buscando mantener la antigua enemistad de semitismo y antisemitismo.

Esos falsos maestros habían venido a Corinto con «cartas de presentación» (2 Corintios 3:1), probablemente emitidas por autoridades del templo. Ellos eran «Hebreos» (11:22), profesando ser «ministros de Cristo» (11:23), sin embargo, en realidad eran «falsos apóstoles, obreros fraudulentos», ministros de Satanás (11:13–15). Ellos habían intentado judaizar a los creyentes gentiles, insistiendo que no podían ser participantes de las bendiciones y privilegios del pacto de Dios con Su pueblo, a menos que fueran circuncidados y se convirtieran en practicantes de la religión Mosaica. Esto porque el apóstol les había escrito «La circuncisión nada es, y la incircuncisión nada es, sino el guardar los mandamientos de Dios» (1 Corintios 7:19).

Eso de hecho era algo muy delicado de afirmar, porque era Dios Quien había instituido la circuncisión (Génesis 17:10), y esto había implicado privilegios durante muchos siglos (Éxodo 12:48). El mismo Señor Jesucristo había sido circuncidado (Lucas 2.21). Mas ahora era «nada» —sin uso y sin valor. ¿Por qué? Debido al gran cambio, el cual dispensacionalmente había tomado lugar en el reino de Dios sobre la tierra. El Judaísmo había caducado, se había convertido en algo del pasado. Algo nuevo y mejor lo había reemplazado.

Evidentemente, esos falsos maestros habían negado que Pablo era un verdadero apóstol de Cristo, argumentando (sobre las bases de lo que está registrado en Hechos 1:21, 22) que él no había acompañado a Cristo durante Sus días en la tierra, así como los once discípulos restantes. Esto lo había obligado a escribir a los santos sobre la divina autoridad de su apostolado (1 Corintios 9:1–3). Con su primera epístola había generado un resultado saludable en ellos, lo que es claro al ver 2 Corintios 1 y 2, y sin embargo no había logrado silenciar a los «falsos apóstoles» ni tampoco había podido fortalecer por completo a aquellos cuya fe aquellos habían sacudido; por eso la necesidad de una segunda carta para ellos. Por un lado, gran parte de la congregación había manifestado un caluroso afecto por él (1:14; 7:7); pero por otro lado, la audacia e influencia de sus enemigos habían aumentado, y sus falsas enseñanzas y sus esfuerzos por repudiar su autoridad apostólica (10:2; 11:2–7, 12–15) lo llevaron a la indignación. Esos dos elementos adversos en Corinto, es lo que sirve para explicar el cambio repentino de un tema a otro, y las notables variaciones en el lenguaje de su segunda epístola.

En el tercer capítulo de 2 Corintios, el apóstol reivindica su apostolado de un modo claro, demostrando la irrelevancia e inutilidad de los argumentos de sus adversarios, colocando así Pablo la fe de sus conversos sobre un fundamento inamovible, al afirmar que Dios los había hecho a él y sus acompañantes «ministros competentes de un nuevo pacto» (2 Corintios 3:6). Con respecto a esto, el tocó la pieza clave, porque al final de este capítulo procede a trazar una serie de contrastes entre el antiguo y el nuevo pacto, y mostró la inmensurable superioridad del último sobre el primero. Al hacer esto, eliminó por completo todo terreno que le servía de base a aquellos que habían causado problemas a los santos de Corinto, porque lo que importaba era esto y no si Pablo había acompañado a Cristo durante los tres años y medio de Su ministerio público, o si sus convertidos habían sido circuncidados o no, teniendo en cuenta que ese viejo orden de las cosas, el judaísmo, había perecido (2 Corintios 3:7). ¿Quién se queja por la falta de estrellas cuando el sol brilla en su esplendor meridiano?

Con sabiduría de lo alto, Pablo reivindicó su nombre dentro de una clara y maravillosa exposición de varios aspectos en los cuales el cristianismo sobrepasó al judaísmo. Uno fue fundado en lo que se hallaba escrito en «las tablas de piedra» y en la ley ceremonial; el otro era validado por «el Espíritu del Dios viviente» que escribía las tablas en corazones de carne (2 Corintios 3:3). Uno era «de la letra» la cual «mata»; el otro «del espíritu» el cual «vivifica» (2 Corintios 3:6), esas expresiones denotan las principales características de los dos pactos (comparar con Romanos 7:6). El judaísmo estaba ligado a «la letra» porque fue algo externo y material, por eso presenta una regla del deber divino aunque no transmitió ni la disposición ni el poder para obedecerlo: el cristianismo tiene que ver con el poder que salva el alma (Romanos 1:16).

«Uno fue externo, el otro es espiritual; uno fue un precepto externo, el otro un poder interno. En el caso de la ley fue escrita sobre una piedra, en el otro sobre el corazón. Por lo tanto, uno era letra y el otro espíritu» (Charles Hodge).

En los versos 7–11 del tercer capítulo de 2 Corintios, el apóstol contrasta las administraciones de las dos dispensaciones. No como enseñan erróneamente los dispensacionalistas, diciendo ellos que aquí Pablo opone la gracia (una palabra que nunca es mencionada en este capítulo) con la ley moral, sino que contrasta el cristianismo con el judaísmo. Es un gran error el suponer que Pablo estaba hablando aquí de los Diez Mandamientos como tal: más bien es todo el sistema Mosaico el que tiene presente —»cuando se lee a Moisés» (2 Corintios 3:15). Primeramente, la referencia es a la ley ceremonial, donde había muchas cosas que apuntaban a Cristo y tipificaban Su obra de redención, pero las cuales, los judíos debido a su carnalidad no discernieron. El judaísmo fue un «ministerio de muerte»: la ley moral estaba diseñada para matar toda justicia propia, por eso condena y deja culpable a todo el mundo delante de Dios, de este modo le revela al pecador su terrible necesidad de salvación. La ley ceremonial, junto con su sacerdocio y rituales, igualmente exponía tanto la culpabilidad y la contaminación del hombre, así como también la sublime santidad y la implacable justicia de Dios, por eso sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. El altar de bronce en el atrio exterior, donde los animales eran sacrificados, daba testimonio audible de que el judaísmo es «un ministerio de muerte».

Aunque el ministerio del antiguo pacto era uno de «muerte», era también uno «glorioso». El judaísmo no fue un invento humano sino una institución Divina. En él había una solemne y gloriosa revelación de las perfecciones morales de Dios. En él había una bendita y maravillosa revelación profética de la persona, ministerio y obra del Redentor. En él había una sabia y necesaria preparación del camino, para la introducción y establecimiento del cristianismo. Esa «gloria» fue reflejada sobre el rostro del mediador del pacto (Deuteronomio 5:5; Gálatas 3:19) cuando regresó a donde estaba el pueblo después de haber hablado con Dios en el monte, por lo que «la piel de su rostro resplandecía» (Éxodo 34:29). Ese resplandor de su rostro fue un emblema perteneciente al antiguo pacto en dos aspectos notables. Primero, fue solamente un emblema externo, mientras que la obra gloriosa de la gracia es llevada a cabo dentro de los beneficiarios del nuevo pacto. Segundo, fue solo una gloria transitoria, tan corta como el tiempo de resplandor en el rostro de Moisés; mientras que el resplandor del nuevo pacto es uno que es «inmarcesible» (1 Pedro 1:4). Los cristianos que contemplan la gloria del Señor, son «transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).

Cualquiera que le da una detallada lectura a 2 Corintios 3 y 4, no debería tener dificultad alguna en entender a qué se refiere el apóstol cuando dice en el 5:17 «las cosas viejas pasaron».

Primero, nos dice en 3:7 que la gloria conectada con el antiguo pacto «había de perecer».

Pero fue más allá diciendo, segundo, «Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece» (verso 11): la antigua dispensación y su ministerio solo era temporal e incluso había sido revocada. El sacrificio de animales ya no era válido pues el Antitipo había aparecido.

Tercero, en el verso 13 el apóstol usa un lenguaje todavía más fuerte: «que había de ser abolido» o «destruido». En la epístola anterior (1 Corintios 13:10) Pablo había establecido que «cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará», así él declara que el nuevo pacto anula al antiguo, el cual fue diseñado solo para tener una existencia transitoria. Las «cosas viejas» que «pasaron» son la circuncisión, los rituales en el templo, el sacerdocio Levítico, toda la ley ceremonial; en una palabra, el judaísmo y todo el sistema que implica.

En 2 Corintios 4, el apóstol continúa con el mismo tema. El «este ministerio» del verso 1 es ese del «nuevo pacto» mencionado en 3:6 denominado como «el ministerio del espíritu» y «de justificación» (versos 8,9). En el 3:14, hablando sobre el gran cuerpo de la nación judía, dice «Pero el entendimiento de ellos se embotó» y en el 4:3,4 declara «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos». En el 3:9,10 afirmó que de hecho había una «gloria» conectada con el antiguo pacto, sin embargo el nuevo pacto sobrepasó lo que éste había hecho en el 4:6. La columna de nube y la de fuego que guiaban al pueblo de Israel durante sus viajes, eran externas y temporales, pero ahora el Señor «resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo»: esa iluminación interna permanece en el creyente para siempre —inmensurablemente superiores son las «nuevas cosas» que reemplazaron a las viejas. En los versos 8–18, el apóstol mencionó algunas de las pruebas que habían implicado el cumplimiento fiel de su comisión.

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