Kitabı oku: «Los atributos de Dios», sayfa 2

Yazı tipi:

Capítulo 3
EL CONOCIMIENTO DE DIOS

La omnisciencia de Dios

Dios es omnisciente, lo conoce todo: todo lo posible, todo lo real, todos los acontecimientos y todas las criaturas del pasado, presente y futuro. Conoce perfectamente todo detalle en la vida de todos los seres que están en el cielo, en la tierra y en el infierno. “Conoce lo que está en tinieblas” (Daniel 2:22). Nada escapa a Su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Salmo 139:6). Su conocimiento es perfecto; nunca se equivoca, ni cambia, ni pasa por alto alguna cosa. “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). ¡Sí, tal es el Dios al que tenemos que dar cuenta!

“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:2–4). ¡Qué maravilloso Ser es el Dios de la Escritura! Cada uno de Sus gloriosos atributos debería darle honor y provocar que debería provocar que Lo consideremos más honorable. La comprensión de Su omnisciencia debería de postrarnos ante Él en adoración. A pesar de ello, ¡cuán poco meditamos en Su perfección divina! ¿Acaso será debido a que, aun el sólo pensar en ella, nos llena de inquietud?

Cuán solemne es este hecho: ¡nada se Le puede esconder a Dios! “Y las cosas que suben a vuestro espíritu, yo las he entendido” (Ezequiel 11:5). Aunque Él sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para Él. Ni la oscuridad de la noche, ni las cortinas más cerradas, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres. Ningún ojo humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero Su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír por su incredulidad, oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero Dios lo sacó a la luz (Josué 7). David se esforzó en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a decirle: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12:7). Y a las tribus que quedaban al oriente del Jordán se les dice: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23).

De ser posible, los hombres despojarían a la Deidad de Su omnisciencia —¡prueba de que “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7)! Los hombres impíos odian esta perfección divina que, al mismo tiempo, se ven obligados a admitir. Desearían que no existiera el Testigo de sus pecados, el Escudriñador de sus corazones y el Juez de sus acciones. Intentan quitar de sus pensamientos a un Dios como el que describe Oseas 7:2: “Y no consideran en su corazón que tengo en memoria toda su maldad”. ¡Cuán solemne es el Salmo 90:8! Todo aquel que rechaza a Cristo tiene buenas razones para temblar ante Él: “Has puesto nuestras maldades delante de ti; nuestros secretos están ante la luz de tu rostro”.

Pero, para el creyente, la omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación. Lleno de asombro, Job dice: “Más él conoce mi camino” (Job 23:10). Esto puede ser profundamente misterioso para mí, completamente incomprensible para mis amigos pero, ¡Él conoce! En momentos de agotamiento y debilidad, los creyentes recuerdan con certeza que “Él conoce nuestra condición; “se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14)! Cuando nos asalten la duda y la desconfianza ellos apelan a este atributo, diciendo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23–24). En el tiempo de triste fracaso, cuando nuestros actos han desmentido a nuestro corazón, nuestras obras repudiado a nuestra devoción, y hemos oído la pregunta escrutadora que escuchó Pedro: “¿Me amas?”, hemos dicho como Pedro: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).

Aquí encontramos un estímulo para orar. No hay razón para temer que las peticiones de los justos no sean oídas, ni que sus lágrimas y suspiros escapen a la atención de Dios, ya que Él conoce los pensamientos e intenciones del corazón. No hay peligro de que un santo sea pasado por alto en la multitud de aquellos que cada día y cada hora presentan sus peticiones, porque la mente infinita de Dios es capaz de prestar la misma atención a millones, que a uno solo de los que buscan Su atención. Asimismo, la falta de un lenguaje apropiado y la incapacidad de dar expresión al más profundo de los anhelos del alma no comprometerá nuestras oraciones, porque “Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).

Pasado y futuro

“Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Salmo 147:5). Dios no solamente conoce todo lo que sucedió en el pasado en cualquier parte de Sus vastos dominios y todo lo que ahora acontece en el universo entero, sino que, además, Él sabe todos los hechos, desde el más insignificante hasta el más grande, que tendrán lugar en el porvenir. El conocimiento del futuro por parte de Dios es tan completo, como lo es Su conocimiento del pasado y del presente; y esto es así porque el futuro depende enteramente de Él. Si algo pudiera en alguna manera ocurrir sin la directa mediación o el permiso de Dios, ello sería independiente de Él, y Dios dejaría, por tanto, de ser Supremo.

El conocimiento divino del futuro no es una simple idealización, sino algo inseparablemente relacionado con Su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que Él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como Su Palabra infalible afirma: “Él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35) y “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá” (Proverbios 19:21). El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que Su sabiduría y Su poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces Santo mienta.

En lo relativo al futuro, nada hay incierto en cuanto a la realización de los consejos de Dios. Ninguno de Sus decretos, tanto los referentes a criaturas como a causas secundarias, es dejado a la casualidad. No hay ningún suceso futuro que sea solo una simple posibilidad, es decir, algo que pueda acontecer o no: “Conocidas son á Dios desde el siglo todas sus obras” (Hechos 15:18 RVA). Todo lo que Dios ha decretado es inexorablemente certero, porque en Él “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Por tanto, en el principio de aquel libro que nos descubre tanto del futuro, se nos habla de “cosas que deben suceder pronto” (Apocalipsis 1:1).

El perfecto conocimiento de Dios es ejemplificado e ilustrado en todas las profecías registradas en Su Palabra. En el Antiguo Testamento, se encuentran docenas de predicciones relativas a la historia de Israel que fueron cumplidas hasta en los más pequeños detalles siglos después de que fueran hechas. Ahí también se hayan docenas de profecías sobre la vida de Cristo en la tierra, y estas también fueron cumplidas literal y perfectamente. Tales profecías sólo podían ser dadas por Aquel que conocía lo por venir desde el principio, y cuyo conocimiento descansaba sobre la certeza absoluta de la realización de todo lo profetizado. De la misma manera, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, contienen muchas profecías todavía futuras, las cuales deben cumplirse porque fueron dados por Aquel que las decretó.

Pero debe señalarse que ni la omnisciencia de Dios ni su conocimiento del futuro, considerados en sí mismos, son la causa. Jamás, sucedió o sucederá, algo simplemente porque Dios lo sabía. La causa de todas las cosas es la voluntad de Dios. El hombre que realmente cree las Escrituras sabe de antemano que las estaciones continuarán sucediéndose con segura regularidad hasta el final de la tierra: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Génesis 8:22), pero Su conocimiento no es la causa de esta sucesión. Así, el conocimiento de Dios no proviene del hecho de que las cosas son o serán, sino de que Él las ha ordenado de ese modo. Dios conocía y predijo la crucifixión de Su Hijo muchos siglos antes de que se encarnara, y esto fue así porque, en el propósito Divino, Él era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, de ahí que leamos que fue “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23).

Finalmente consideremos una aplicación. El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de asombro. ¡Cuán ilimitadamente superior al más sabio de los hombres es el Eterno! Ninguno de nosotros conoce lo que el día de mañana nos traerá; pero el futuro entero está abierto ante Su mirada omnisciente. El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de santo temor. Nada de lo que hacemos, decimos, o incluso pensamos, escapa a los ojos de Aquel a Quien tenemos que dar cuenta: “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15:3) ¡Qué freno significaría esto para nosotros si meditáramos más a menudo sobre ello! En lugar de actuar indiferentemente, diríamos con Agar: “Tú eres el Dios que me ve” (Génesis 16:13 RV95). La comprensión del infinito conocimiento de Dios debe llenar al cristiano de adoración; mi vida entera ha permanecido abierta a Su mirada desde el principio, Él vio con antelación todas mis caídas, mis pecados, mis reincidencias; sin embargo, a pesar de ello, fijó Su corazón en mí. ¡La comprensión de este hecho debe postrarme en admiración y adoración delante de Él!

Capítulo 4
LA PRESCIENCIA DE DIOS

Muchas controversias ha engendrado este tema en el pasado. Pero, ¿qué verdad hay en la Santa Escritura que no haya sido tomada como ocasión de batallas teológicas y eclesiásticas? La Deidad de Cristo, Su nacimiento virginal, Su muerte expiatoria, Su segunda venida; la justificación del creyente por la fe, su santificación, su seguridad; la iglesia, su organización, oficiales y disciplina; el bautismo, la cena del Señor, y muchísimas otras verdades preciosas que podríamos mencionar. Con todo, las controversias sostenidas en torno a estas no cerraron la boca de los siervos fieles a Dios; ¿por qué, entonces, deberíamos nosotros evitar el tema de la presciencia de Dios solamente porque hay quienes arremeterán con el fin de fomentar contiendas y disensiones? Dejemos que ellos contiendan si así lo desean, nuestro deber es dar testimonio de acuerdo a la luz que se nos ha concedido.

Disipando el error

Hay dos cosas sobre la presciencia de Dios que muchos ignoran: el significado del término, y su alcance bíblico. Debido a que esta ignorancia está tan extendida, le resultará fácil a un predicador o maestro el defraudar, incluso al pueblo de Dios, con perversiones de este tema. Solo existe un escudo contra el error, y es el estar firmes en la fe; y para ello, debemos dedicarnos al estudio diligente, la oración, y a recibir con mansedumbre la Palabra implantada de Dios. Solo entonces estaremos preparados para los ataques de quienes nos son hostiles. Hay algunos hoy en día, que distorsionan esta verdad para desacreditar y negar la absoluta soberanía de Dios en la salvación de los pecadores. Así como algunos críticos están manipulando la inspiración divina de las Escrituras; y los evolucionistas, la obra de Dios en la Creación; de esa manera algunos falsos maestros de la Biblia están pervirtiendo Su presciencia para rechazar la elección incondicional para vida eterna.

Cuando se expone el tema bendito y solemne de la predestinación, y se exhibe la eterna elección de Dios para que algunos sean conformados a la imagen de Su Hijo, el enemigo envía algunos hombres para argumentar que la elección se basa en la presciencia de Dios y esta “presciencia” interpretada en el sentido de que Dios previó que algunos serían más dóciles que otros, que responderían más prontamente a los esfuerzos del Espíritu, y que, debido a que Dios sabía que creerían, Él, en consecuencia, los predestinó para salvación. Pero tal declaración es radicalmente errónea. Repudia la verdad de la depravación total, ya que argumenta que hay algo bueno en algunos hombres. Quita a Dios Su independencia, ya que hace que Sus decretos descansen en lo que Él descubre en la criatura. Trastorna las cosas completamente, ya que decir que Dios previó que ciertos pecadores creerían en Cristo, y que, en consecuencia, Él los predestinó para salvación, es lo contrario a la verdad. La Escritura afirma que Dios, en Su absoluta soberanía, separó a algunos para que fueran destinatarios de Sus favores distintivos: “Oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (Hechos 13:48); y, por tanto, determinó otorgarles el don de la fe. La falsa teología hace del conocimiento previo que Dios tiene de nuestra fe la causa de Su elección para salvación; mientras que la elección de Dios es la causa, y nuestra fe en Cristo es el efecto.

Proclamando la verdad

Antes de seguir debatiendo este tema, hagamos una pausa y definamos los términos. ¿Qué quiere decir la palabra “presciencia”? “Conocer de antemano”, es la pronta respuesta de muchos. Pero no debemos juzgar precipitadamente, ni tampoco aceptar como definitiva la definición del diccionario, ya que esto no es un asunto de etimología del término empleado. El uso que el Espíritu Santo hace de una expresión define siempre su significado y alcance. Lo que causa tanta confusión y error es el dejar de aplicar esta regla tan sencilla. Hay muchas personas que piensan conocer el significado de una palabra determinada usada en la Escritura, pero que son reacias a poner a prueba sus suposiciones por medio de una concordancia. Ampliemos este punto.

Tomemos la palabra “carne”. Su significado parece ser tan obvio que muchos considerarán que el examinar sus varias conexiones en la Escritura es una pérdida de tiempo. Se supone precipitadamente que la palabra es un sinónimo del cuerpo físico, y no se procura indagar más. Pero, en realidad, la “carne” en la Escritura frecuentemente incluye mucho más de lo que es el cuerpo físico. Solo por medio de la comparación atenta de cada caso, y el estudio de cada contexto por separado, puede descubrirse todo lo que el término abarca. Tomemos la palabra “mundo”. El lector de la Biblia imagina frecuentemente que esta palabra equivale a la raza humana, y, en consecuencias interpreta equivocadamente los pasajes en los que la misma aparece. Tomen la palabra “inmortalidad”. ¡Sin duda alguna, ésta no requiere estudio! Es obvio que hace referencia a la indestructibilidad del alma. Ah, querido lector, cuando se trata de la Palabra de Dios, el dar por sentado algo sin comprobarlo es locura y error. Si ustedes se toman la molestia de examinar cuidadosamente cada pasaje en el que se encuentran las palabras “mortal” e “inmortal”, se dará cuenta que estas nunca se aplican al alma, sino al cuerpo.

Todo lo dicho acerca de “carne”, “mundo”, o “inmortalidad”, es aplicable con igual fuerza a los términos “conocer” y “preconocer”. Lejos de bastar con la simple suposición de que estas palabras no significan otra cosa que simple conocimiento, veremos que los diferentes pasajes en los que se encuentran requieren ser considerados cuidadosamente. La palabra “presciencia” (conocimiento previo) no se encuentra en el Antiguo Testamento, pero si se utiliza frecuentemente el término “conocer”. Cuando éste es usado en relación con Dios significa a menudo mirar con favor, comunicando, no un simple conocimiento, sino un afecto por el objeto mirado. “Te he conocido por tu nombre” (Éxodo. 33:17). “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco” (Deuteronomio 9:24). “Antes que te formase en el vientre te conocí” (Jeremías 1:5). “Escogen autoridades que no conozco” (Oseas 8:4 NVI) “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (Amós 3:2). En estos pasajes “conocer” significa amar o designar.

Asimismo en el Nuevo Testamento, se usa frecuentemente la palabra “conocer” en el mismo sentido que en el Antiguo. “Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14). “Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él” (1 Corintios 8:3). “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19).

Definiendo el concepto de presciencia

El término “presciencia” (conocimiento previo), tal como se usa en el Nuevo Testamento, es menos ambiguo que en su simple forma “conocer”. Si todos los pasajes en los que aparece son estudiados cuidadosamente, se descubrirá que es muy discutible que el término haga referencia a una simple percepción de eventos que han de tener lugar. En realidad, este término nunca es usado en la Escritura en relación con sucesos o acciones, sino que, por el contrario, siempre se refiere a personas. Dios “conoció” a las personas, no a sus acciones. Para demostrarlo, citaremos los pasajes en los que se encuentra esta expresión.

El primero es Hechos 2:23, donde leemos de Jesús: “A este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. Si nos fijamos con atención en las palabras de este versículo, veremos que el apóstol no estaba hablando del conocimiento anticipado de Dios del acto de la crucifixión, sino de la Persona crucificada: “este [Cristo], entregado por…”.

El segundo es en Romanos 8:29–30. “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó”. Notemos bien el pronombre que se utiliza aquí. No es “lo que”, sino “los que” antes conoció. Lo que se nos muestra no es la sumisión de la voluntad, ni la fe del corazón, sino las personas mismas.

“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Romanos 11:2). Una vez más, la referencia es claramente a personas solamente.

La última cita es 1 Pedro 1:2: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre” ¿Quiénes son ellos? El versículo anterior nos lo dice: “a los expatriados de la dispersión”; es decir, la Diáspora, los judíos creyentes de la dispersión. Aquí, también, la referencia es a personas, no a sus hechos previstos.

Ahora, en vista de estos pasajes, ¿qué base bíblica hay para decir que Dios “previó” los hechos de algunos, es decir, su “arrepentimiento y fe”, y que, a causa de los mismos, los eligió para salvación? Absolutamente ninguna. La Escritura jamás habla del arrepentimiento y la fe como algo previsto o preconocido por Dios. Es verdad que Dios conocía desde toda la eternidad que algunos se arrepentirían y creerían, pero la Escritura no se refiere a esto como objeto de la “presciencia” de Dios. El término se refiere invariablemente a Dios preconociendo a personas; así pues, retengamos la “forma de las sanas palabras” (2 Timoteo 1:13).

Otra cosa sobre la que deseamos llamar particularmente la atención es que los dos primeros pasajes citados, muestran de manera clara y enseñan implícitamente que la presciencia de Dios no es causativa, sino que, detrás de ella hay algo más: Su propio decreto soberano. Cristo fue “entregado por el [1] determinado consejo y [2] anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Su “consejo” o decreto fue la base de su anticipado conocimiento. Asimismo en Romanos 8:29. Este versículo empieza con la palabra “porque”, lo cual nos habla de lo que precede inmediatamente. ¿Qué es, entonces, lo que dice el versículo anterior? “Todas las cosas les ayudan a bien… a los que conforme a su propósito son llamados”. Así pues, “el anticipado conocimiento” de Dios se basa en su “propósito” o decreto (ver Salmo 2:7).

Dios conoce por anticipado lo que será, porque Él ha decretado que sea. Afirmar, por lo tanto que Dios elige porque preconoce es invertir el orden de la Escritura; es como poner la carreta delante del caballo. La verdad es que Dios preconoce porque Él ha elegido. Esto elimina la base o causa de la elección como algo de la criatura, y la coloca en la soberana voluntad de Dios. Dios Se propuso elegir a ciertas personas, no porque hubiera algo bueno en ellas, ni porque previera algo bueno en las mismas, sino solamente, a causa de Su pura buena voluntad. El por qué Dios escogió a éstos no lo sabemos; lo único que podemos decir es: “Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11:26). La verdad clara de Romanos 8:29, es que Dios, antes de la fundación del mundo, separó a ciertos pecadores y los escogió para salvación (2 Tesalonicenses 2:13). Esto se ve claro en las últimas palabras del versículo: “los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”. Dios no predestinó a aquellos que Él preveía que serían “hechos conformes…”, sino que, por el contrario, predestinó a aquellos a los que “antes conoció” (es decir, amó y eligió) “para que fuesen hechos conformes…”. Su conformidad a Cristo no es la causa, sino el efecto de la presciencia y predestinación de Dios.

Dios no eligió a ningún pecador porque previó que creería, por la sencilla y suficiente razón de que ningún pecador cree jamás hasta que Dios le da fe; de la misma manera que ningún hombre puede ver antes de que Dios le otorgue la vista. La vista es un don de Dios, y ver es la acción consecuente de usar ese don. Asimismo, la fe es el don de Dios (Efesios 2:8–9); y creer es la consecuencia de utilizar ese don. Si fuera cierto que Dios eligió a algunos para ser salvos porque a su debido tiempo éstos creerían, eso convertiría el creer en un acto meritorio y, en este caso, el pecador tendría razón de jactarse, lo cual la Escritura niega enfáticamente (Efesios 2:9).

En verdad la Palabra de Dios es suficientemente clara al enseñar que creer no es un acto meritorio. Afirma que los cristianos son aquellos que “por la gracia [han] creído” (Hechos 18:27). Por lo tanto, si han creído “por la gracia”, no hay absolutamente nada meritorio, el mérito no puede ser la base o causa que movió a Dios a escogerlos. No, la elección de Dios no procede de nada que exista en nosotros o de nada que proceda de nosotros, sino únicamente de Su propia y soberana buena voluntad. Una vez más, en Romanos 11:5, leemos de “un remanente escogido por gracia”. Ahí está suficientemente claro; la misma elección es por gracia, y gracia es favor inmerecido, algo a lo que no tenemos derecho alguno.

Vemos por tanto la importancia de que tengamos ideas claras y bíblicas sobre la presciencia de Dios. El mantener concepciones erróneas sobre este tema llevará inevitablemente a tener ideas deshonrosas sobre Él. La idea popular sobre la presciencia de Dios es totalmente inadecuada. Dios no solamente conoció lo por venir desde el principio, sino que planeó, fijó y predestinó todo desde el principio. Por tanto, si el lector es un cristiano verdadero, lo es porque Dios lo escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4) y lo hizo no porque previó que creería, sino porque, simplemente, así le agradó hacerlo; te escogió a pesar de tu incredulidad natural. Siendo así, toda la gloria y la alabanza le pertenece solo a Él. No tienes base alguna para atribuirte ningún mérito. Has creído “por la gracia”, y eso porque tu misma elección fue “por gracia” (Romanos 11:5).

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺271,47
Yaş sınırı:
0+
Hacim:
141 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781629462684
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:

Bu kitabı okuyanlar şunları da okudu