Kitabı oku: «Comunidad e identidad en el mundo ibérico», sayfa 4

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Los mudéjares antiguos constituyen un puzzle que conviene ordenar. Reunir las distintas monografías existentes debe conducirnos al establecimiento de una tipología. En esta vía el primer factor de diferenciación entre los unos y los otros es el grado de ruralización. No es lo mismo ser mudéjar antiguo en Villarrubia de los Ojos o en Ávila. Los de la ciudad abulense trabajando en la agricultura representaron hasta 1570 siempre menos del 4% de la comunidad.21 La mayoría de ellos se dedicaba a tareas industriales obviamente ausentes en pueblos manchegos pequeños. Las posibilidades de desplazamiento de los artesanos y de los comerciantes eran infinitamente superiores a las de los campesinos. Y con ellas se multiplicaban las ocasiones de tener lazos tanto con otros grupos de mudéjares antiguos, así desde Ávila con los de Arévalo, como con cristianos viejos. En principio, el horizonte de los mudéjares antiguos del mundo rural era más limitado. Sin embargo, estos últimos no constituían un mundo homogéneo. Cada núcleo tenía su propia historia más o menos largamente atestiguada por los intercambios con los cristianos viejos. Cada comunidad tuvo una trayectoria peculiar que pudo depender de muchas variables: tamaño de la comunidad, grado de concentración de la población mudéjar antigua, nivel medio de riqueza y amplitud de las diferencias de riqueza, política de aculturación de los dueños de los pueblos (órdenes militares, particulares...), actividad del clero (secular, regular, inquisición); a este respecto, son significativas las consecuencias de las intervenciones inquisitoriales. A partir de 1538, la represión fue intensa en los pueblos del Campo de Calatrava. La comunidad de Daimiel fue destrozada y las demás muy marcadas por unos años de temor.22 En Extremadura la represión del tribunal fue muy acentuada a partir de los años 1590, en particular en Hornachos, pero la resistencia fue mucho más eficaz que la anterior del Campo de Calatrava.23

Podemos definir cuatro principales perfiles de mudéjares antiguos del mundo rural castellano. El primero, el que conocemos sin duda mejor de todos es el del valle de Ricote. Los seis pueblos que lo componen constituyen un conjunto muy homogéneo en todos los sentidos. El río Segura que los atraviesa impone su impronta y facilita las relaciones entre ellos. Los recursos que dan la tierra son los mismos de un pueblo a otro. Los seis pueblos dependen de la Orden de Santiago desde 1285 y no fueron en ningún momento afectados por una repoblación de cristianos. Es la tierra mudéjar por excelencia, calidad nunca desmentida porque tampoco los moriscos granadinos se instalaron en el valle salvo unos pocos en Blanca. Si admitimos las cifras dadas por el dominico Juan de Pereda a raíz de su visita de 1612, los mudéjares antiguos representaban el 96% de la población total del Valle que podemos estimar alrededor de 9.000 personas, y los cristianos viejos 4% casi todos concentrados (unas 65 familias) en Villanueva del río Segura.24 Los habitantes conocieron una vida, en términos generales, apacible a lo largo de los siglos y cuando entendieron que la revuelta de los mudéjares granadinos anunciaba cambios decisivos enviaron representantes a Granada, donde estaban los Reyes Católicos, para proponer su conversión con condiciones pronto aceptadas. Así, antes de la cédula del 12 de febrero de 1502, los mudéjares murcianos habían abrazado la fe cristiana, acontecimiento que sirvió de principal argumento para intentar escapar a la expulsión en 1610-1611. Está comprobado que a pesar de dificultades sufridas a lo largo del siglo XVI (por ejemplo un intento de levantamiento en 1517 o unas condenas inquisitoriales en 1562), la asimilación de la gran mayoría de los mudéjares antiguos era lograda.25 A las cinco villas del Campo de Calatrava corresponde el segundo núcleo importante de mudéjares antiguos, vasallos desde 1221 de la Orden de Calatrava. Sin embargo, la homogeneidad no es en estas tierras manchegas tan completa como en el valle de Ricote. Entre dos de las villas: Dimiel y sobre todo Almagro y las tres restantes (Aldea del rey, Bolaños, Villarrubia de los Ojos) son notables las diferencias de tamaño. Las dos primeras tenían hacia 1.580 cerca de 2.000 vecinos (unos 8.000 habitantes) cada una mientras los otros lugares no llegaban a 1.000 vecinos.26 Almagro tenía un verdadero entramado urbano y Daimiel era una agrovilla. Además en 1552 Villarrubia de los Ojos dejó de pertenecer a la orden militar para convertirse en un lugar de señorío propiedad del Conde Salinas.27 Por fin, cada una de las cinco villas tuvo a partir de 1570 una población con tres elementos distintos, mudéjar antiguo, cristiano viejo, morisco granadino. Según Francisco Javier Moreno Díaz del Campo, los granadinos representaban a su llegada en 1571 el 6% de la población de Villarubia, y casi el 9% en Almagro. Pero con el tiempo este porcentaje debió aumentar.28 No tenemos datos fidedignos en cuanto al número de los mudéjares antiguos, pero es posible que hayan representado una parte notable de los habitantes de Aldea del Rey y de Villarubia. Todos fueron bautizados en marzo y abril de 1502 inmediatamente después de la pragmática de expulsión/conversión del 12 de febrero. Los representantes de las cinco aljamas negociaron en la Corte un importante privilegio obtenido el 20 de abril que les aseguraba la equiparación de tratamiento con los cristianos viejos, la libertad de movimientos, unas exenciones fiscales y «una moratoria en la aplicación de las normas de comportamiento socioreligioso».29 Este documento fundamental confirmado por doña Juana en 1514 sirvió de base a los mudéjares antiguos de las Cinco Villas para intentar hacer respetar sus derechos y a la hora de la expulsión escapar a la drástica decisión.

Se ha escrito muchísimo sobre los moriscos de Hornachos antes y después de la expulsión, hasta convertirles en un mito del cual se apoderaron las obras de ficción.30 Se ha escrito mucho menos sobre los moriscos de Magacela y de Benquerencia de la Serena, dos pueblos, como Hornachos, de la Extremadura meridional. Hubo que esperar hasta 2005 para que apareciera bajo la pluma de Bartolomé Miranda Díaz un primer estudio sobre los moriscos de Magacela, pronto seguido en 2010 de un libro más completo que el primero, escrito por el mismo autor en colaboración con Francisco de Córdoba Soriano.31

Esta última publicación se titula Los moriscos de Magacela, en consonancia con los trabajos del que fue durante mucho tiempo el mejor especialista de los moriscos extremeños, Julio Fernández Nieva, autor en particular de la Inquisición y los Moriscos extremeños (1585-1610). Todos emplean la palabra moriscos para definir a la población local de ascendencia musulmana. Sin embargo, sería útil calificar los «moriscos» de Hornachos, Benquerencia y Magacela de mudéjares antiguos porque en aquellos pueblos residían, en el momento (1502) de la conversión al cristianismo, tres de las más importantes comunidades mudéjares de toda Extremadura: la más numerosa era con mucha diferencia la de Hornachos, mientras las de Benquerencia y Magacela eran del tamaño de las comunidades mudéjares urbanas de Plasencia, Mérida y Trujillo. Y lo que es muy importante, ni Hornachos, ni Benquerencia, ni Magacela recibieron moriscos granadinos exiliados en 1570 probablemente a causa de la importancia del núcleo mudéjar que las autoridades no querían reforzar.32 Y parece que la población cristanovieja fue escasa aunque, si el caso de Hornachos esta comprobado, la incertidumbre reina todavía para Benquerencia y Magacela.

Los mudéjares antiguos de los tres pueblos se señalaron a lo largo del siglo XVI por el apego a sus costumbres ancestrales y por su capacidad de resistencia. Hubo intentos de resolver conjuntamente los problemas planteados por los cristianos nuevos. Es la vía ejercida por la Inquisición a través del tribunal de Llerena del cual dependían las tres comunidades, como lo prueba el Informe contra las costumbres de los nuevamente convertidos de los tres pueblos.33 Pero éstos no tenían la homogeneidad de los mudéjares antiguos del valle de Ricote. Además de las dimensiones singulares del núcleo hornachero (alrededor de 4.800 habitantes a finales del siglo XVI según Julio Fernández Nieva), no pertenecían los tres pueblos al mismo ámbito geográfico.34 Adosado a la sierra Grande, Hornachos mira hacia la Tierra de Barros mientras Benquerencia y Magacela, separados entre si por más de treinta kilómetros, pertenecen a la Tierra de la Serena. Y mientras Hornachos era propiedad de la Orden de Santiago, Benquerencia y Magacela dependían de la Orden de Alcántara. Los expulsados de Hornachos se embarcan en Sevilla a principios de 1611, los de Magacela en Málaga en el verano de 1611, los de Benquerencia en la misma época pero en Cartagena. Estos destinos distintos traducen la heterogeneidad tanto en las posturas adoptadas como en el tratamiento recibido.

Extremadura constituye por sí sola un laboratorio para quien quiera acercarse al grupo de los mudéjares antiguos. Alcántara y Valencia de Alcántara pueblos bastante distantes de los anteriores eran los únicos otros núcleos rurales de la región con presencia mudéjar en los tiempos de la conversión. Ahí los mudéjares que convivían con cristianos viejos se caracterizaban, en general, a diferencia de granadinos, hornacheros, benquerenceros y magacaleros (sobre todo después de 1570) por su alto grado de asimilación. Situados en la raya de Portugal, les fue en 1610 fácil esconderse en las ciudades o pueblos más cercanos del otro lado de la frontera, que a pesar de la unión de Coronas facilitaba la vida clandestina. Esperaban la vuelta, pero el 12 de mayo de 1613 el Consejo de Estado decidió hacerles volver a sus lugares de partida para proceder a una nueva expulsión.35 De hecho un último decreto de expulsión de moriscos, totalmente olvidado, se aplicó a Portugal el 22 de mayo de 1614.

Destacar la categoría de mudéjares antiguos y prestarle mucha atención es prometedor de avances significativos en el conocimiento de los moriscos. En particular, unos estudios minuciosos nos ayudarán a entender tanto los procesos de asimilación y los mecanismos que la impedían como las razones de las infinitas variaciones entre lugares. ¿Por qué tanta diferencia entre Hornachos, Villarubia de los Ojos o Blanca? En un artículo lleno de sugerencias sobre Hornachos, Jean-Pierre Molénat emite la hipótesis de una estructura de la comunidad mudéjar extremeña distinta a las de las comunidades de la Meseta castellana.36 Quizás, pero ¿cómo explicar lo que separa Hornachos de Alcántara? Para progresar tenemos que multiplicar las monografías sobre pueblos que hemos olvidado como Palma del Río (Córdoba). Los palmeños no aparecen en la documentación del tiempo de la expulsión. ¿Se debe a su total asimilación? Y si es el caso, en ¿qué momento dejamos de poder observarles?

Para conseguir nuestros objetivos nos beneficiaremos, para muchos lugares, del mar de papeles generados por la expulsión. Entre pedidos trasmitidos a los Consejos, intervenciones de señores o ciudades, pleitos, protocolos... no faltan los datos que ilustran las situaciones precisas de los individuos. A partir de ellos, en el marco de una monografía sobre un individuo, una familia, una comunidad se puede practicar una sistemática historia retrospectiva que puede a veces permitir remontarse a la época medieval. Seguro que si se intenta, las barreras existentes entre medievalistas y modernistas caerán. Y así, reuniendo todos los hilos del complejo ovillo podremos dar a los mudéjares antiguos el sitio que les corresponde.

París, noviembre 2011

1 Archivo General de Simancas, Estado, legajo 2644.

2 El texto de los decretos figura en François Martinez, La permanence morisque en Espagne après 1609 (discours et réalités), Lille, Atelier National de Reproduction des thèses, 1999, pp. 494-495.

3 Henri Lapeyre, Géographie de l’Espagne morisque, Paris, Sevpen, 1959, p. 197.

4 La fecha de 1634 no está aquí indicada al azar. Es la de un texto muy importante mandado por el marqués de los Velez a Felipe IV. Ha sido publicado por primera vez por Antonio Domínguez Ortiz en su artículo de 1959 recopilado en el volumen Moriscos, la mirada de un historiador, Granada, Universidad de Granada, 2009, pp. 92-95.

5 Henri Lapeyre, op. cit.

6 L’expulsió dels moriscos, consequencies en el món islamic i el món cristia, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1994.

7 La estimación de Henri Lapeyre me parece algo inferior a la realidad. Propongo de 25.000 a 30.000.

8 L’expulsió dels moriscos, op. cit.; Carmel Biarnes, Els moriscos a Catalunya, documents inédits. Ascó Biblioteca d’Ascó, 1981; el estudio de Manuel Lomas fue presentado en el XIII Simposio de Estudios Mudéjares de Teruel en septiembre de 2011.

9 Ver al respecto la colección de los trece simposios de Estudios Mudéjares de Teruel celebrados cada tres años desde 1975. Las actas han sido todas publicadas desde 1981.

10 Bernard Vincent, Los moriscos granadinos y la monarquía (1570-1609) in Ciudades en conflicto (siglos XVI-XVIII), José Ignacio Fortea y Juan Eloy Gelabert (eds.), Madridvalladolid, 2008, pp. 163-180.

11 Juan Aranda Doncel, Los moriscos en tierras de Córdoba, Córdoba, Monte de Piedad y Caja de Ahorros, 1984.

12 Serafín de Tapia Sánchez, La comunidad morisca de Ávila, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1991.

13 Aurelio García López, Moriscos en tierras de Uceda y Guadalajara (1502-1610), Madrid, 1992.

14 Trevor J. Dadson, Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV-XVIII), Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, Madrid, 2007, p. 71.

15 A. Domínguez Ortiz, op. cit., p. 87, nota 6.

16 H. Lapeyre, op. cit., pp. 118-121; 191-197; 249-250; 266-267; 269-275.

17 Publicado en Áreas, Revista de Ciencias Sociales, núm. 14, Moros, Mudéjares y Moriscos, 1992, pp. 141-170.

18 Publicado en el IV curso Abarán, acercamiento a una realidad, Abarán, Centro de Estudios Abaraneros, 2001.

19 Juan González Castaño, El informe de Fray Juan de Pereda sobre los mudéjares murcianos en vísperas de la expulsión, año 1612 en Áreas, op. cit., pp. 215-235. Un extracto había sido ya publicado por H. Lapeyre, op. cit., pp. 272-273; Francisco Chacón Jiménez, El problema de la convivencia. Granadinos, mudéjares y cristianos viejos en el reino de Murcia, 1609-1614, Mélanges de la Casa de Velázquez, tomo XVIII/1, Paris, 1982, pp. 103-135; Govert Westerveld, Miguel de Cervantes Saavedra, Ana Félix y el morisco Ricote del Valle de Ricote en Don Quijote II del año 1615, Blanca, Academia de Estudios Humanísticos de Blanca, 2007.

20 Francisco Javier Moreno Díaz del Campo, Los moriscos de la Mancha, sociedad, economía y modos de vida de una minoría en la Castilla moderna, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2009.

21 Serafín de Tapia, op. cit., p. 181.

22 Jean-pierre Dedieu, Les morisques de Daimiel et l’Inquisition (1502-1626), en Les morisques et leur temps, Paris, 1983, pp. 493-522.

23 Julio Fernández Nieva, La Inquisición y los Moriscos Extremeños (1585-1610), Badajoz, 1979.

24 L. Lison Hernández, op. cit., p. 163.

25 Ibid., p. 144.

26 Annie Molinié-Bertrand, Au Siècle d’or, l’Espagne et ses hommes, La population du Royaume de Castille au XVI° siècle, Paris, Economica, 1985. pp. 242-249.

27 T. J. Dadson, op. cit., pp. 89-100.

28 F. J. Moreno Díaz del Campo, op. cit., p. 466.

29 Ibid., p. 40.

30 J. Fernández Nieva, El enfrentamiento entre moriscos y cristianos viejos. El caso de Hornachos en Extremadura, en Les morisques et leur temps, París, 1983, pp. 267-295; Jean Marie Pelorson, Recherches sur la Comedia «Los Moriscos de Hornachos», Bulletin Hispanique, LXXIV, 1-2 (1972) pp. 5-42; María Ángeles Pérez Álvarez y María José Rebollo Avalos, Lengua y cultura de los moriscos: la comunidad de Hornachos, Alborayque, num 3, 2009, pp. 127-145.

31 Bartolomé Miranda Díaz, Reprobación y persecución de las costumbres moriscas: el caso de Magacela (Badajoz), Magacela, Ayuntamiento de Magacela, 2005; Bartolomé Miranda Díaz y Francisco de Córdoba Soriano, Los moriscos de Magacela, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2010.

32 Ver la presentación sintética de Isabel Testón, María Ángeles Hernández Bermejo y Rocío Sánchez Rubio, La presencia morisca en la Extremadura de los tiempos modernos, Albo-rayque, num. 3, 2009, pp. 11-49.

33 Bartolomé Miranda Díaz y Francisco de Córdoba Soriano, op. cit., pp. 221-225.

34 J. Fernández Nieva, La inquisición..., op. cit., p. 76.

35 Archivo General de Simancas. Estado 2643.

36 Jean-Pierre Molénat, Hornachos, fin XVe début XVIe siècles, La España medieval, 3, 2008, pp. 161-176.

UNA VISIÓN DESDE LA PERIFERIA

J. H. Elliott

History, Grand Valley State University (Michigan)

James Casey puede ser descrito como un hombre de la periferia que, con su modestia característica, se ha ido desplazando de forma tranquila y pertinaz al centro, al centro, en primer lugar, de una familia extensa de amigos y admiradores, y secundariamente de una comunidad histórica dedicada al estudio de la historia moderna de España. Es para mí un gran placer personal pagar tributo a un historiador y un amigo cuyo desarrollo y logros he seguido con admiración desde que llegó a Cambridge, procedente de Belfast, en 1965, para trabajar en la historia de la Valencia del siglo XVII.

Fue el profesor Michael Roberts, de la Queen’s University de Belfast, bien conocido por su obra sobre la historia sueca y la revolución militar, quien primero me comunicó la existencia de Jim, pidiéndome, en una carta de octubre de 1964, qué posibilidades había de que aceptara como discípulo a un estudiante de investigación. Roberts explicaba que se trataba de «un joven atento y trabajador» que estaba estudiando con él el siglo XVII y que se había sentido inspirado por mi obra The Revolt of the Catalans, publicada el año anterior, para «desarrollar el proyecto de realizar alguna investigación sobre la España del siglo XVII, posiblemente durante el período de Luis de Haro, aunque se trataba de una idea provisional». Roberts pensaba que se convertiría en un «investigador pertinaz y perspicaz ante las dificultades reales» y acababa asegurándome que «cualquiera que se ocupara de él no pensaría haber malgastado su tiempo». Bien, le acepté y efectivamente no desperdicié mi tiempo, como sus muchos admiradores pueden testificar.

Resulta fascinante recordar que, incluso antes de realizar sus exáme-nes finales, Jim ya sabía que quería trabajar sobre Valencia, y estuvo encantado de saber, por una carta que le escribí, que la historia valenciana posterior a la expulsión de los moriscos parecía ser un territorio relativamente abierto. Supongo que no es simple casualidad que un nativo de una región periférica del Reino Unido, cuyo centro político es Londres, se hubiera interesado en la historia de una región periférica de la España del siglo XVII, cuyo centro político estaba en Madrid. Jim había alcanzado su madurez en Irlanda del norte, cuyas relaciones con Londres se estaban convirtiendo de nuevo en aquella época en un agudo problema político, y las turbulencias de su comunidad patria con seguridad le habían influido, aunque quizás tan sólo a un nivel subconsciente, en la elección de su tema. Una visión desde la atormentada periferia británica de la vida y tiempos de la problemática periferia española del siglo XVII podía haber parecido un proyecto intrigante para un joven investigador.

El problema, como se hizo cada vez más claro una vez que comenzamos a discutir sobre Valencia después de que Jim llegara a Cambridge en el otoño de 1965, era cómo enfocar su trabajo. Cuando realizaba mi propia investigación sobre la revuelta catalana recuerdo que pensé, al leer el relato de las Cortes de 1626 en la obra inédita de José Dormer, Anales de la Corona de Aragón, existente en la Real Academia de la Historia, que nos enfrentábamos a un interesante enigma histórico. Los tres territorios que compusieron la Corona de Aragón –Aragón, Cataluña y Valencia– opusieron una fuerte resistencia al plan de la Unión de Armas de Olivares, y no menos lo hicieron los valencianos, pero catorce años después, cuando la hostilidad se convirtió en revuelta abierta, fue sólo Cataluña la que se sublevó. Tenemos aquí, como creo que le dije a Jim, el clásico problema de Sherlock Holmes, del perro que no ladra por la noche. ¿Por qué no se rebelaron los valencianos y sí que lo hizo Cataluña?

Es mucho más fácil estudiar la revolución que la norevolución. Las revoluciones producen habitualmente una gran cantidad de pruebas y el trabajo del historiador consiste en examinarlas cuidadosamente e identificar las causas más probables de la revuelta. Pero no existe un registro documental obvio que permita a los historiadores averiguar las causas de la no-revolución y es probable que se encuentren con una amplia gama de documentos, que pueden o no ser relevantes. Esta fue la tarea a la que se enfrentó Jim y he de confesar que dudé del éxito de la empresa. El proyecto, especialmente teniendo en cuenta el estado de la historiografía en aquel momento, parecía desesperanzadamente ambicioso. Tuvo que afrontar innumerables dificultades, algunas predecibles y otras no.

Las predecibles consistieron en qué archivos y series consultar y la ausencia, con una o dos excepciones, de gente local que le guiara. «El que quizás sea el más maravilloso archivo del mundo», escribía Casey desde Valencia en enero de 1967, «está prácticamente vacío, ya que sólo estamos yo y un anciano que ha estado viniendo durante los últimos treinta años, fuma puros mientras trabaja, y posee el privilegio de tener una máquina de escribir. De hecho es muy valioso para los nombres, ya que conoce las genealogías de las casas nobiliarias valencianas con todo detalle y le consulto con frecuencia. Después de hablar con este viejo señor, con la directora y Sebastián García Martínez, que son los únicos tres en el mundo, junto conmigo, que saben algo acerca de los archivos valencianos, he diseñado un plan de acción flexible». Aquí tenemos un ejemplo del característico ingenio de Jim en acción y lo usó ante numerosas dificultades.

Pero también tuvo que encarar, como la mayoría de los investigadores en los archivos españoles de aquellos días, lo impredecible. «La gran fiesta de las Fallas», escribía dos meses después, «va a hacer naufragar cualquier esperanza de estudio en Valencia durante las dos próximas semanas mucho más de lo que pensaba». De modo que decidió trasladarse durante un tiempo al Archivo de la Corona de Aragón de Barcelona, sólo para descubrir que en aquel momento estaban siendo fumigados los documentos del Consejo de Aragón. En aquella ocasión le salvó la amabilidad de un funcionario, sin cuya ayuda, como refirió, no habría visto nada. Así que se encontró con lo que describe como «un increíblemente rico material sobre el gobierno local», de modo que de nuevo siguió su camino.

El resultado fue una rica, aunque a veces necesariamente provisional, tesis sobre el reino de Valencia en el siglo XVII, que después tuvo que sufrir el escrutinio crítico de dos formidables examinadores, los profesores Charles Wilson y Hugh Trevor-Roper. Los dos quedaron impresionados por la extraordinaria capacidad de trabajo e ingenio en su intento de dar sentido a la historia social, económica y política de una sociedad sobre la que había sobrevivido una amplia documentación, aunque a menudo difícil de tratar y para la cual la erudición moderna era más bien frágil. Recibió merecidamente su doctorado y, once años después, su tesis revisada fue publicada por la Cambridge University Press.

Mirando hacia atrás ahora, desde la perspectiva aventajada de los treinta años transcurridos, uno no puede menos que quedar impresionado ante lo que Jim hizo en condiciones extremadamente difíciles. The Kingdom of Valencia in the Seventeenth Century fue y sigue siendo una obra sobresaliente y pionera sobre la Valencia de los últimos Habsburgo y se ha convertido en un punto de referencia necesario para cualquier trabajo subsiguiente. Pero su importancia va más allá de la propia Valencia. Abre también planteamientos al tema que ha ocupado a la mayoría de los historiadores sobre la España moderna durante los últimos treinta años: el de la relación entre el centro y la periferia. Fue el tema con el que peleé en The Revolt of the Catalans y que fue uno de los motivos conductores de mi Imperial Spain, ambos libros publicados en 1963. Ha sido también un tema latente en la literatura histórica española, que ha pasado a un primer plano con la transición española a la democracia en los años setenta y el advenimiento de las comunidades autónomas. Me da la impresión, cuando reviso la obra completa de Jim, que su contribución a la elaboración y desarrollo de este tema ha sido de un valor excepcional.

Si tuviera que resumir esa contribución en una frase diría que su mejor logro ha sido el de ayudar a romper esa especie de rígida dicotomía entre centro y periferia que atraviesa mi obra más antigua, recuperando con insistencia la continua interacción entre ambos elementos. Creo que en los años sesenta tenía yo en mente un modelo sociológico bastante rudimentario consistente, por una parte, en un centro que aspiraba a controlar y dominar y, por otra, una periferia determinada a resistir los intentos de control que procedían del centro. Madrid actuaba y los catalanes reaccionaban, y esto era lo esencial de la historia. Jim, pienso, nos ha ayudado a apartarnos de este cuadro más bien escueto del centro y la periferia como acción y reacción, descubriendo las complejidades y sutilezas que conformaban la relación entre la elite central gobernante y las elites locales, así como la población en su conjunto de las regiones periféricas.

Este enfoque estaba ya implícito, de hecho más que implícito, en su Kingdom of Valencia. Consideremos, por ejemplo, este pasaje, que he escogido de modo casi aleatorio. Hablando de las relaciones entre Olivares y los comerciantes valencianos, escribe: «Finalmente, todos los planes incubados en Madrid chocaron con este obstáculo fundamental, que sin la cooperación de los valencianos –sobre todo, sin la lealtad de una burocracia reclutada exclusivamente entre los naturales del reino– no podía hacerse cumplir ninguna política en los puertos levantinos».1 Cooperación, no conflicto, pero una cooperación en términos que fuesen aceptables, o al menos tolerables, para ambas partes, era la clave para unas relaciones relativamente pacíficas entre Valencia y la corte de Madrid en el transcurso del siglo XVII.

Pero decir esto tan sólo manifiesta una parte del asunto. ¿Por qué la cooperación no fracasó en Valencia, como ocurrió en Cataluña en 1640? Si Valencia da la impresión de haber sido más dócil cuando era presionada por Madrid, ¿por qué fue así? ¿Qué hace posible la cooperación y por qué en ciertos momentos y en ciertos lugares fracasa? Este era el problema al que se enfrentó Jim cuando escribía su libro y es el problema con el que cualquier interesado en el gobierno de España durante el reinado de la casa de Austria tiene que pelear necesariamente.

Como descubrió Jim en el curso de su investigación, no hay una respuesta sencilla. O, quizás de modo más preciso, no hay una única respuesta. El intento de hallar una explicación le impulsó a internarse profundamente en la sociedad valenciana del siglo XVII, observando los diferentes grupos de aquélla –nobles, jueces, comerciantes, campesinos y habitantes de las ciudades– situándolos en un contexto económico y administrativo que ayudara a dar forma a sus respuestas. Sin embargo hay un tema que aparece con fuerza en el libro y lo hace especialmente en el capítulo sobre «El gobierno de los jueces». Después de haber descrito la explosiva reacción del estamento militar en 1616 contra cuatro jueces excesivamente entusiastas, añade: «Sin embargo, afortunadamente para el conjunto de la estructura de gobierno de Valencia, estos choques frontales eran comparativamente raros. Los lazos de dependencia personal atravesaban la línea divisoria e impedían el desarrollo de fracturas claras entre gobernantes y gobernados».2

«Los lazos de dependencia personal». Me parece que esta frase es clave para entender de qué trata Jim. Su trayectoria como historiador se ha centrado, creo, más que nada en lo que une a la gente, como individuos, familias, comunidades y naciones. La búsqueda de los «lazos de dependencia personal», los lazos que atan, recorren toda su obra, desde el estudio de la sociedad periférica valenciana en las primeras etapas de su carrera hasta el de la sociedad periférica granadina en tiempos más recientes. Al haber escogido adoptar la perspectiva periférica –al concentrarse en el estudio de sociedades y comunidades locales alejadas del centro– no ha logrado sólo una exploración profunda sobre el carácter y relaciones internas de estas mini-sociedades, sino que también ha arrojado luz sobre una red de relaciones más extensa, aquella que les une a la sociedad o comunidad más amplia de la que forman parte. En otras palabras, ha logrado mostrar cómo los diversos hilos individuales que ha identificado actúan juntos para conseguir un tejido sin costuras.

Merece la pena considerar por un momento el enfoque que ha adoptado y los métodos que ha usado para conseguir sus admirables resultados. Desde el comienzo ha sido principalmente un historiador de archivos, basando sus estudios sobre Valencia y Granada en el conjunto más amplio posible de fuentes documentales, yendo constantemente desde los grandes archivos estatales, como el de Simancas o el de la Corona de Aragón, hasta los municipales, parroquiales o aquéllos, que son los más difíciles de todos, como los notariales. Estas fuentes originales, muchas de ellas descuidadas y otras totalmente desconocidas, han dado a su obra una frescura y riqueza que son uno de sus principales atractivos. Ha aportado también al estudio de sus documentos un grado de sensibilidad a los matices que no es lo común que debiera ser entre los historiadores, aunque quizás se le debería reprochar no haber prestado más atención al giro lingüístico de estos últimos años, con su atención precisa a cuestiones de vocabulario y contexto. Sin embargo, siempre se ha mostrado muy consciente de las sutilezas de interpretación a que le llevan sus documentos. Hay una expresión característica que aparece como un estribillo a lo largo de su obra: «uno tiene la impresión», o de otro modo «uno siente».3 Aquí tenemos a un historiador con una conciencia muy clara de las complejidades de las situaciones y relaciones humanas, preocupado por no amortizar ninguna opción, pero cuyas antenas son altamente sensibles a los mensajes subyacentes que le orientan en una dirección particular.

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