Kitabı oku: «El gran mundo de las pequeñas historias.»

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Para los habitantes de las pequeñas historias, que son parte de una historia más grande.


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Dedicatoria

Nota de la autora

Historias

Agradecimientos

Créditos

Autora/Ilustradora


NOTA DE LA AUTORA

Las cosas grandes empiezan siendo pequeñas. Todos los días vemos a nuestro alrededor cómo las semillas se convierten en árboles, las nubes se transforman en tormentas y las palabras crecen hasta formar libros. Lo vemos tan a menudo que ya no nos sorprende, y, sin embargo, aún somos capaces de contemplar una semilla, una nube o una palabra y creer que estamos ante algo insignificante.

Cuando escribí mi primer microcuento, en agosto de 2017, pensé que estaba ante una de esas cosas «insignificantes». Incluso cuando tomé la inusual (para mí) decisión de compartir ese microcuento en Twitter, y cuando me planteé el reto de escribir uno al día, mentiría si dijera que no pensaba en ello como un proyecto que duraría, como mucho, unas pocas semanas. No habría sido la primera vez que me comprometía a hacer algo «todos los días» solo para perder interés al cabo de un tiempo.

Si alguien me hubiese dicho que más de tres años después seguiría escribiendo microcuentos diarios, y que incluso publicaría un libro con algunos de ellos, dudo mucho que lo hubiese creído. Y es que, cuando las cosas pequeñas se presentan ante nosotros, rara vez las vemos como algo más.

Confío en que al leer este libro tengas una visión más amplia y una imaginación más despierta que yo. Espero que estas diminutas historias te lleven, como a mí, por senderos inesperados, llenos de aventuras, reflexiones y sueños. Y espero que, si alguna de ellas permanece contigo después de terminar la lectura, le concedas la libertad de echar raíces y convertirse, quizás, en parte de una historia mayor.

Historias


1

—Sé que necesito mantener los pies en la tierra. Pero también quiero vivir con la cabeza en las nubes. ¿Qué hago?

—Crecer.


2

El atardecer y el amanecer se estiraban anhelantes, casi hasta tocarse las puntas de los dedos.

Sabían que era imposible.

Y, sin embargo… a veces, en verano, el océano de la noche parecía tan fácil de cruzar como un río.


3

Les dijeron que verían un arcoíris, y era verdad. También era verdad que antes verían la tormenta. Pero eso no se lo dijeron.


4

—¿Qué has perdido esta vez?

—La esperanza.

Su madre lo miró con una sonrisa.

—¿A que voy y la encuentro?


5

El dragón se había quedado sin fuego y sin fuerzas. Ya no podía atacar a los humanos que venían en busca de su oro. Solo podía insultar y criticar.

Por suerte, con eso bastaba para atrapar a esas criaturas. Eran incapaces de no responder.


6

—Nunca volveré a tomar una decisión. Ni una. A partir de ahora, lo dejaré todo al azar.

—Muy bien. ¿Cara o cruz?



7

La Palabra levantó los ojos con esperanza, pero cuando vio el rostro sombrío del traductor supo que su viaje había sido en vano.

Aún no había encontrado una pareja para ella.


8

—¡No me ven! —la enorme estrella miraba confundida a los humanos—. Algo debe estar tapando mi brillo.

Y así era. Pero ¿cómo iba a imaginar que se trataba de aquellas diminutas farolas?


9

Recogía las piedras del camino porque no quería que los que venían detrás tropezasen. Por supuesto, eso hacía su carga cada vez más pesada, y sus pasos más lentos.

—¡A ver si espabilas! —decían aquellos que lo adelantaban—. Estás entorpeciendo el paso.


10

De vez en cuando, el capitán sacaba algunas monedas y compraba lo necesario para satisfacer a la tripulación. Pero nunca se atrevió a decirles que el tesoro llevaba años en la bodega del barco.

Sabía que, en cuanto lo hiciera, se acabarían las aventuras.


11

Entre todas las banderas solo había una a la que nadie había jurado lealtad… y era la única que todos anhelaban ver.

Por fin un día se alzó, blanca como la nieve, sobre la colina.


12

El muñeco de nieve parecía conmovido al mirar al sol.

Había lágrimas en su rostro.



13

Hacía muchos años que la gente admiraba su belleza; sus tiempos de criatura avergonzada habían quedado atrás. Sin embargo, había miedos que nunca desaparecían. Muy en el fondo, el Patito Feo aún temía mostrarse tal y como era.

Por eso siempre llevaba antifaz.


14

Cayó una lluvia de flechas sobre nosotros. Algunas traían mensajes como «pido la paz», pero sus puntas eran igual de afiladas.


15


Su vida fue como un poema: líneas inesperadas y confusas, pero de vez en cuando una rima, un punto de familiaridad, y de nuevo a lo desconocido, y otra vez un eco de lo anterior, y la esperanza de que quizá el último verso diera sentido a todo.


16

Todas las palomas mensajeras se encontraban siempre en el mismo árbol. Se abrazaban, reían, contaban historias, miraban las estrellas juntas… Y, por la mañana, cada una seguía su vuelo. Aquellas cartas llenas de insultos y amenazas tenían que llegar a su destino.


17

Como cada año, llegó a la tumba de su hijo en la fecha señalada. Dejó las flores. Se quedó allí una hora, quizá un poco más. Dejó que las lágrimas corriesen.

Luego se levantó y siguió buscándolo.


18

No confiaba ni en su propia sombra. ¿Cómo hacerlo? Ella era la primera que lo abandonaba cuando llegaban nubes de tormenta.



19

—¿Quién eres?

—Soy el rey del País de los Ciegos.

Sus enemigos se rieron y contestaron:

—¡Necio! Aquí solo eres un tuerto más.


20

—Así que, puesto que no hay posibilidad de victoria, opinamos que sería un error ir a la guerra.

—Gracias, Pesimistas. Los Optimistas, ¿qué pensáis?

—Estamos de acuerdo.

—¿También creéis que vamos a perder?

—No; creemos que vamos a ganar. Por eso no deberíamos ir.


21

—Toma, aquí está tu poción. ¿Qué miras?

—Tus… tus estatuas… Entonces, ¿es verdad que conviertes a la gente en piedra?

—Solo a los que me lo piden.

—¿Y ellos pidieron transformarse en piedra?

—Me pidieron lo mismo que tú: que nada pudiera herirlos.


22

El fuego del hogar crepitó y creció, pero ella no sintió menos frío mientras veía arder aquellas páginas en las que había invertido tantas horas y esfuerzo, y que ahora el mundo no conocería jamás.

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