Kitabı oku: «Se necesita vigilante», sayfa 5

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Su actitud cambió (como de costumbre o blanco o negro sin existir el marrón), dejó de estar agarrotado, con una visión totalmente diferente, olvidó sus prejuicios y se centró en tener un comportamiento activo y colaborador. Aunque no lo dijera, no le gustó que se pusiera en duda su valía. De alguna forma esa frase le hizo sacar al chico de barrio, acostumbrado a luchar y al que nunca le habían regalado nada en la vida. Estaba ansioso por demostrar el material del que estaba hecho, a pesar de que su idea preconcebida sobre la seguridad no era esa, también se dio cuenta de que en determinados sitios la testosterona era la que mandaba y ese era uno de esos sitios.

No tardó en llegar, algo fácil de prever en uno de los momentos más conflictivos del día, o mejor dicho, de la noche, pues era el momento del cierre. La hora de cerrar era sagrada, a las tres y media de la madrugada no se permitía el acceso a ninguna persona, colocándose dos compañeros en las puertas de entrada para canalizar la salida de clientes e impidiendo la entrada a nadie. Siempre había algún rifirrafe, sin llegar a mayores consecuencias a pesar de recibir algún insulto o amenaza de alguien que no entendía la prohibición. En uno de esos momentos le tocó estar a Rafa junto a otro compañero, como de costumbre recibiendo improperios y palabras mal sonantes a los que ya se iba habituando después de varios días. En esa ocasión llegó un pequeño grupo de chavales que se pusieron muy pesados, llamativamente pijos, pasados de copas o cualquier otra sustancia, en especial uno de ellos, quien no paraba de decir lo importante que era su padre. Aprovechando la salida de un cliente, se coló sin atender el requerimiento de Rafa para que saliera. Cuando se dirigió en su busca, éste salió corriendo por el pasillo; seguramente por el estado de excitación que se encontraba. Tropezó, yendo a parar a una estantería repleta de muñecos de peluche. Rafa intentó levantarle, pero lo que recibió a cambio fue un puñetazo que por suerte no llego a impactar, lo que si impactó en su cara fueron los dos guantazos que instintivamente le propinó Rafael. Después de contener a sus colegas y avisar a agentes de Policía, se lo llevaron detenido, no sin antes aconsejar a los agentes que detuviesen a Rafael por agredirle, a lo que uno de ellos simplemente le contestó, “algo habrás hecho”. A Rafa le agradó esa frase por su veracidad, aunque le fastidió que por culpa del pijo perdiese una pulsera que Diana le había regalado y por mucho que buscó jamás encontró.

Seguramente sería por ese episodio lo que propició un acercamiento de compañeros que hasta ese momento se encontraban distantes, no obstante, aunque lo agradeció, Rafael continuó en su línea de trabajo, con tranquilidad, paso a paso y actuación tras actuación, fue integrándose sin darse cuenta. Empezó a disfrutar de su trabajo, al fin y al cabo una de las cosas que mejor se le daba era comunicarse con la gente, y allí gente había, y mucha. Le agradaba ver pasar por el establecimiento cantantes, actores, presentadores, deportistas, políticos y un sin fin de celebridades que hacia su trabajo muy ameno. De alguna forma, su opinión sobre los famosos cambió drásticamente al hacerles terrenales. Verlos de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, hizo que su visión en algunos casos diese un giro, algunos para mejor, otros, sin embargo, le defraudaron notablemente.

Aprendió formas diversas de cazar a los amigos de lo ajeno de una forma sutil, sin crear mucho revuelo ni ser llamativo, tal y como le habían enseñado sus formadores. Las consignas eran tan claras como no herir la dignidad de nadie, ni tan siquiera del delincuente, si quería evitar algún tipo de venganza posterior. Al fin y al cabo cada cual hacia su trabajo, unos robaban y otros prevenían el robo, unas veces ganaban unos y en otras ocasiones ganaban los otros, el truco consistía en no mezclar lo personal con lo profesional.

Al hablar con asiduidad con compañeros con los que en principio no hubo fluidez, no solo de cuestiones del servicio si no de temas personales, Rafa descubrió que la mayoría de los Guardas de Seguridad que allí había, estaban como él, a la espera a ser llamados a examen para Vigilantes Jurados. Esa noticia le llenó de aliento, ya que no era el único con el que se estaban retrasando a la hora de convocarle. La noticia hizo desaparecer sus fantasmas y malos pensamientos; también suponía un tema recurrente de conversación, a la vez también servía para de alguna manera, repasar cuestiones que pudiesen preguntar en el examen o resolver dudas entre todos. Por otra parte, le sorprendió enterarse de que la mayoría de los que estaban allí pendientes de examen, eran casi todos de la misma quinta, semana arriba o abajo, incluso había dos o tres con algo menos de antigüedad que Rafa, una antigüedad que se limitaba a un mes a lo sumo. Toda esa información le llenó el pecho de aire, incluso se permitía bromear con alguno sobre su veteranía.

Cuando los responsables tuvieron la suficiente confianza con Rafael, empezaron a pensar en moverlo por otros centros repartidos por la capital, donde en determinados momentos estaría solo. Era evidente que a Rafa nunca le gustaron los cambios, pero ya había aprendido que en el mundo de la seguridad era algo habitual, por lo que cuanto antes se habituara a ellos mejor le iría. Nunca se le hubiese ocurrido demostrar miedo de forma abierta, ante el hecho de estar solo en ese tipo de comercios, pero la verdad es que lo sintió, no de una forma incontrolada sino desde un punto de vista real ante su inexperiencia. El miedo en ese mundo no estaba bien visto, aunque se sintiera, era una palabra prohibida o al menos inmencionable, no hizo falta que nadie se lo enseñara, simplemente se palpaba en las conversaciones que tenía con los compañeros. Conversaciones empapadas en testosterona, donde de forma constante se contaban las hazañas de unos y otros, así como los logros personales de cada uno. No dejaba de sorprender a Rafa la ligereza con la que hablaban precisamente los que menos tiempo llevaban trabajando en ese sector, rivalizando entre ellos sobre las intervenciones que habían realizado, A veces, parecían conversaciones de chavales intentando demostrar quién era el más duro, pero quizá lo que escondía esa aireada arrogancia era precisamente la palabra innombrable. En el fondo no era extraño que hablaran de esa forma, no dejaban de ser chavales, muy jóvenes para enfrentarse en innumerables ocasiones a gente muy diversa, en determinados momentos, peligrosa.

Para Rafael era su tercer servicio, sin embargo, la mayoría de los Guardas de Seguridad que allí había no habían conocido otra cosa que aquello, lógicamente su experiencia profesional se había basado en la seguridad de cara al público, siendo entendible ese particular punto de vista. Ese razonamiento le hacía empatizar con ellos y a la vez reflexionar sobre cómo sería él en unos meses ¿Cambiaría de algún modo su personalidad? ¿Se endurecería?

En las pocas semanas que llevaba allí ya había presenciado episodios diversos, algunos para replantearse seguir en la profesión, como hicieron algunos Guardas de Seguridad a los que le tocó dar la bienvenida y enseñarles el funcionamiento del servicio. Algunos no llegaron ni a ponerse el uniforme, con solo ver el cuadrante se marcharon, otros duraron unas horas y los más atrevidos aguantaron un par de días. Pocos novatos eran los que terminaban adaptándose a ese tipo de servicios, y no era extraño, dado las características o las situaciones violentas que en ocasiones se vivían, independientemente a los hurtos que diariamente se producían.

A Rafa no le preocupaba el pillar a alguien robando esto o aquello, esa fase ya la tenía medio superada, realmente su preocupación se basaba en la gente chunga que inevitablemente pasaba por ese tipo de comercios, y en cualquier momento podían crear problemas mayores. Delincuentes sin escrúpulos como el que casualmente detectaron intentándose llevar varias botellas de vino muy caro, y que gracias a la fortuna o el buen hacer del equipo, evitaron que sacara un arma de fuego que llevaba consigo y seguramente hubiese utilizado a tenor de la información policial que recibieron, ya que se trataba de un tipo en busca y captura con alguna muerte a sus espaldas.

Yonquis que no le importaba ni su propia vida, enfrentándose a cualquiera que le hiciese frente, sin dudar en atacar a cualquier persona de seguridad que intentase frustrar sus intenciones de conseguir algún producto gratis. Aunque Rafael tenía práctica en el trato con este tipo de personas imprevisibles habituales en su barrio o simplemente por experiencias cercanas, en cierta ocasión se vio involucrado en un intento de rajar con un cúter a su compañero Andrés. Gracias a la habilidad que tuvo para esquivarlo o simplemente porque tuvo suerte, no le abrió en canal, de igual modo podría haber sido el propio Rafael el afectado si el susodicho, mientras que lo llevaban al cuarto de seguridad para cachearle, hubiese atacado a la persona que iba delante en vez de elegir a la de atrás, seguramente para quitarse el impedimento que le permitiera huir con facilidad.

Sucesos de ese tipo hicieron que Rafael comprendiera el verdadero peligro al que se enfrentaban diariamente las personas que se dedicaban a ejercer labores de Seguridad. Daba igual si éstas se desarrollaban en un sitio u otro, el objetivo era el mismo, proteger bienes y personas, palabras que había estado oyendo desde el inicio de su formación, pero que hasta ese momento no le había dado forma. Empezaba a entender y valorar todo aquello que meses antes ni siquiera sabía que existía, pero ante todo empezó a sentirse orgulloso de pertenecer a un gremio que aportaba a las personas, a la sociedad en general, más cosas positivas de las que había imaginado. Solo faltaba que esa misma sociedad al igual que él, aprendiera a valorar lo positivo de esa profesión, aunque se le antojaba que iba a ser un camino largo y arduo.

CAPITULO CUATRO

– Estas cosas, no recuerdo que me las contaras cuando era pequeño, papá. — Escuchando atentamente.

– Seguramente te las conté, pero de una forma más cinematográfica, tipo aventuras. — Matizando sus recuerdos.

– Generalmente, me contabas historias que me hacían reír bastante, aunque ahora que lo dices, es cierto que había veces que me quedaba embelesado. — Haciendo memoria.

– Hombre, no todo eran momentos conflictivos, había anécdotas simpáticas y no por ello dejaban de ser algo surrealistas. — Con ganas de que le pidiese alguna.

– Cuéntame alguna de esas. — Haciendo gala de lo bien que conocía a su padre.

– Me viene a la memoria, una chica que pillé intentando llevarse algo, no recuerdo exactamente que, el caso es que la lleve al cuarto para coger sus datos y al darme la vuelta para devolverle su documento de identidad se había despelotado. — Abriendo los ojos exageradamente.

– Menuda situación, ¿Cómo reaccionaste? – Con curiosidad, esbozando media sonrisa.

– Pues me quedé de piedra, sin saber qué hacer, casi ni la miré. Creo que me puse colorado. — Ruborizándose al recordarlo.

– Te podía haber metido en un lío. ¿Cómo saliste de ese atolladero? – Atento, esperando el desenlace.

– La inexperiencia hijo, si volviera hacia atrás, jamás me hubiese metido en un cuarto a solas con una chica. — Justificando su acción—.

Resultó que encima era menor de edad. Se vistió en seguida después de prometerle que no iba a llamar a sus padres, al parecer era de una familia bien y su mayor preocupación era que se enteraran de que la habían pillado robando. Pagó el producto y se marchó dándome las gracias. Y yo me quedé tranquilo. —Poniendo cara de alivio.

– Al menos estaría la chica de buen ver. — Dando un toque de morbo.

– En realidad, por lo poco que vi, te garantizo que estaba de muy buen ver, aparentaba bastante más edad de la que tenía. — Satisfaciendo el morbo de su hijo.

– ¡Ay papá! Qué cosas tan raras te han pasado. — Con tono cariñoso mientras le cogía el hombro.

– La verdad es que bastantes. — Levantando una ceja.

La navidad estaba encima, en los días previos el incremento de clientes subió notablemente compensando ese mayor volumen de gente con refuerzos en la Seguridad. Infinidad de Guardas de Seguridad empezaron a desfilar por el centro, la mayoría de forma efímera. Pocos eran los que aguantaban un par de días, lo que repercutía directamente en la plantilla estable. El resultado de esa situación era bastante fácil de resolver, más horas de servicio y más días trabajados.

Situación que Rafael encajaba mal, recibir de un día para otro la noticia de olvidarse de su día libre, ya fuera porque no había personal o simplemente porque había salido por patas el nuevo contratado, le ponía de mala leche. La rabieta era pasajera pues una vez que estaba con el uniforme puesto, la jornada transcurría bastante deprisa, ya fuese por la cantidad de gente que se movía o por el gran número de personajes famosos que acudían y simplemente con observarles le servían de entretenimiento.

No quería renunciar a su ocio y siempre que podía permitírselo sacaba tiempo para salir con su novia o amigos, por lo general quitándose horas de sueño, aunque esa cuestión pasó a ser secundaria si quería mantener su vida social y de pareja, más importante para él que dormir unas horas más. Su madre no opinaba de la misma forma, lo de dormir tan pocas horas era un tema que le preocupaba, unido a su trabajo (a la que nunca convenció), raro era el día que no le sugería que cambiase de profesión. Por mucho que le explicase las funciones y horarios de su nueva ocupación seguía sin entender por qué tenía que trabajar los domingos o festivos, sin hablar por supuesto, de no cenar la noche de fin de año en familia.

Bastante lo sufría Rafael como para tener que explicárselo a su madre, solamente le faltaba una chispa para incendiarse y mandarlo todo al garete, con una sola sugerencia de Diana lo hubiese llevado a cabo. Pero no la hizo, demostró una firmeza y temple que compensaba los momentos de irritación de su novio, a sabiendas de lo mucho que significaba la Navidad para Rafa. Conocía bien a su novio, sabía que una vez finalizase la época navideña se relajaría y vería la situación de otra manera.

No se equivocaba, pero no por eso dejó de sufrir el peor día de Nochevieja de su vida, cuando tuvo que cenar solo a las ocho de la tarde, para después irse a pasar la noche a una tienda del centro de Madrid. Sin más compañía que las estanterías y una radio, donde escuchó las campanadas de fin de año mientras se atragantaba con las uvas y una lágrima se deslizaba por la mejilla. Fue la primera vez que experimentó a nivel personal la soledad en esa profesión, soledad de la que ya había oído hablar.

Como auguró Diana, una vez pasada la Navidad todo se relajó, empezando por los nervios de Rafael, quien una vez superada la prueba de fuego, comenzó a ver el nuevo año de una forma positiva, sobre todo después de firmar su renovación por otros seis meses. Por fin terminó de pagar el curso de formación, eso significaba un incremento mensual de cinco mil pesetas, un pequeño alivio en su maltrecha economía.

No obstante, seguía impaciente con su convocatoria para Vigilante Jurado, una impaciencia que se traducía en llamada telefónica a sus jefes cada vez que avisaban a algún compañero con menos antigüedad que él. Sospechaba que algo no iba bien, por algún motivo se estaba retrasando su examen sin saber la causa. Ya no le valían los argumentos tranquilizadores que le daban en cada llamada que hacía a la Sala de Coordinación de Servicios o a su jefe directo. Siempre era la misma retahíla, las mismas excusas sobre el orden de llamada o la comandancia a la que pertenecía, pero lo único que veía Rafael era que llamaban a todo el mundo menos a él.

Cansado de escuchar lo mismo durante dos meses, decidió acudir personalmente a la Delegación del Gobierno para intentar conseguir alguna información sobre el estado de su convocatoria. No le fue fácil que alguien le atendiera, pero después de varias horas de espera, de subir y bajar escaleras, por fin le atendió una señorita muy amable. Le localizó su expediente y de inmediato comprobó que faltaba un documento que habían pedido a la empresa hacía varios meses sin obtener contestación.

El cabreo de Rafael se disparó, no entendía como por un error burocrático subsanable en poco tiempo, se había demorado tanto, aunque al ser él el único afectado nadie se había interesado por resolver. Preguntó a la funcionaria la posibilidad de entregar personalmente el dichoso documento, ésta no puso ninguna objeción, todo lo contrario, de forma amable le dio opción de entregárselo a ella personalmente para agilizar los plazos, siempre y cuando la empresa accediera a facilitárselo.

Al día siguiente, al salir de trabajar sin dormir, se personó en la empresa. Explicó lo sucedido a su jefe, quien a pesar de sus discrepancias sobre la presentación de todos y cada uno de los papeles por parte de la empresa, accedió finalmente (seguramente ante la impetuosidad que vio en Rafael) a darle una copia del documento faltante. Tal y como le prometió la señorita, ella misma recepcionó el documento que le entregó en mano Rafa. Se despidió de ella con la tranquilidad de que ya estaba todo en orden y con su promesa de aligerar el trámite

Después de mucho tiempo, por fin libraba un fin de semana, una situación que casi le parecía tan extraña como agradable. La pareja decidió aprovechar ese sábado para hacer una visita a Madrid junto a Teo y Sara. Con buen criterio fueron en cercanías, sin coger el coche para evitar los posibles problemas de aparcamiento o imprevisibles atascos. Visitaron museos, pasearon despreocupadamente por zonas típicas, comieron en uno de los innumerables restaurantes de la capital, para volver al atardecer a Torreón del Jarama. Allí se movieron por los sitios habituales, una cerveza en el “Red”, un bocata en “El Menorca”, unos bailes en “Celsius” para terminar tomando una copa en “Luces”, fue en este último sitio donde Diana comenzó a relatar algo con cierto misterio.

– No miréis descaradamente, ¿Veis al señor que hay en la barra? ¿El que tiene una americana azul? – En voz baja, casi susurrando.

– ¿Quién, el tipo ese alto y moreno? – Girándose bruscamente y sin controlar el volumen.

– ¡Madre mía Rafa! Si antes te digo que no seas descarado antes lo eres. — Con cierto enfado.

– ¿Quién, ese de allí? - Señalando Teo con el dedo, en la misma línea de Rafa, mientras que Sara le recriminaba su actitud.

– ¡Vaya dos! – Claramente enfadada Diana.

– Bueno, no te enfades. ¿Qué pasa con ese tío? – Relajando Rafa el ambiente.

– Pues que lo llevo viendo todo el día. — Hablando con total seguridad, como buena observadora que era.

– ¿Estás segura? – Le contestó Sara con cierta intriga.

– Completamente. Lo he visto esta mañana en el tren, después lo he visto en el Museo de Cera, más tarde en el bar donde nos hemos tomado el vermut y después en el restaurante, donde hemos comido. Al principio había pensado que sería casualidad, pero cuando hemos vuelto a Torreón del Jarama y lo vuelvo a ver aquí, me ha parecido que es demasiada casualidad. — Exponiendo los detalles con total seguridad mientras los demás escuchaban embobados.

– No sé qué pensar, estoy alucinando. — Mirando Rafa con el rabillo del ojo al señor.

– Yo creo que le has gustado Rafa, y quiere ligar contigo. — Teo, con su particular sentido del humor.

– Lo que pienso, es que a lo mejor tiene que ver con tu examen para Vigilante Jurado. — Dando Diana una explicación lógica, muy en su línea.

– O sea, según tú ¿Por ese motivo han puesto un tío a expiarme? – Sin terminar de convencer a Rafa los argumentos aportados por su novia.

– Hombre, pues tiene su lógica. — Reforzando Sara la versión de Diana.

– Menos mal que hoy nos hemos portado bien y no hemos visitado sitios raros. — Provocando Teo la risa de todos, a la vez, que relajaba el ambiente misterioso que se había creado.

– Pues sigo sin verlo claro. A ver si van a ser imaginaciones tuyas. — Escéptico a pesar de conocer a su novia y saber que no lo hubiese dicho a no ser de estar segura.

– ¿No te parece casual que hace dos días estuviste en la Delegación de Gobierno y según te dijo la persona que te atendió, empezaría a tramitar tu expediente de forma inmediata, y a los dos días un tipo con aspecto de policía que tira para atrás, esté siguiéndonos, o siguiéndote? A mí me parece lógico que hagan un seguimiento de alguien que le van a dar una licencia de armas y va a ser un agente de la autoridad. — Contundente, dejando sin palabras a sus amigos.

– Pues no tengo ni puta idea. — Con cara de tonto, sin poder rebatir lo expuesto por Diana.

– ¿No puedes enterarte de cómo funcionan estas cosas? – Le preguntaba Sara, mientras que Diana asentía con la cabeza.

– Preguntaré a los compañeros, a ver si les ha pasado algo parecido. — Convencido, después de recapacitar sobre lo escuchado.

Sin darse cuenta, mientras estaban sumergidos en especulaciones, reflexiones y teorías varias, el personaje misterioso había desaparecido. El tema quedó zanjado y el resto de la noche lo dedicaron a hablar de cuestiones banales, restando importancia al episodio o como mucho hacer alguna alusión chistosa por parte de Teo.

Aprovecharon a tope el fin de semana, después de bastante tiempo sin estar dos días enteros juntos, aquello les pareció una especie de micro-vacaciones. Cuando se reincorporó el lunes a su servicio, habló sin demora con los compañeros sobre el episodio que había tenido y que no había podido dejar de dar vueltas a la cabeza. No pudo evitar que a algún compañero se le escapara una risita al escuchar la historia de Rafa y el tono misterioso que usaba. Sus dudas se disiparon al escuchar de varias fuentes (incluido su jefe), lo habitual de ese tipo de seguimientos a nivel informativo, de forma selectiva por parte de la Policía. No es que se llevase a cabo con todos los candidatos, pero no era extraño que lo hiciesen con algunos y al parecer le tocó a Rafael. La siguiente pregunta que se hizo a continuación era obvia, ¿Por qué a él?, no quiso comerse la cabeza con el asunto, simplemente se centró en su próximo examen y el tiempo que tardarían en llamarlo.

De nuevo se vio sorprendido con los plazos, como si se hubiese convertido en un hábito del destino lo llamaron antes de lo previsto, una semana después de realizar el trámite y por si fuese poco sin previo aviso. Lo habitual era que avisasen con un par de días de antelación, a Rafael lo avisaron de la sala de Coordinación de Servicios el mismo día, justo cuando había entrado de servicio. Al parecer era la única persona que se examinaba ese día, fue el inspector de servicios que le iba a acompañar, el que dio la voz de alarma al no aparecer a la hora que supuestamente se había citado. ¿Cómo iba a aparecer si nadie le había avisado?

Cuando le pasaron el teléfono no salía de su asombro, se negó a dejar pasar esa convocatoria como así se lo sugirió su interlocutor, se quitó el uniforme después de explicar la situación al responsable del centro y a toda velocidad cogió un taxi hacia el lugar indicado. Como si se tratara de una película, le pidió al taxista que volara, mientras intentaba recordar (poniendo a prueba su memoria), los temarios que hacía tiempo no repasaba. Se había quedado en blanco, no recordaba nada de lo que había estudiado meses atrás, por mucho esfuerzo que hiciese era como si su cinta de casete se hubiese borrado. No sabía cómo iba a aprobar con el caos mental que tenía, a pesar de ello, siempre confió en su intuición, y ésta le decía que le iba a ir bien. No sabía explicar por qué, pero extrañamente no estaba lo nervioso que debería haber estado, se encontraba bastante raro, como si de repente hubiese dejado de escuchar el roce de las ruedas del avión al iniciar el vuelo.

El taxista cumplió con su cometido, llegó en tiempo récord, deseó suerte a Rafael y éste se lo agradeció con una merecida propina. Allí estaba el inspector, impaciente, el mismo que vio el primer día que pisó la empresa para realizar las pruebas físicas. Casi sin saludarse, lo llevó en volandas hacia una sala desierta, donde había un funcionario de Policía con cara de aburrido esperando a que se sentase para darle el examen. Sería el encargado de marcar el tiempo y también de controlar que nadie cometiese irregularidades, pero, ¿Quién iba a cometer irregularidades, si estaba solo? Al parecer el protocolo se llevaba a cabo a pesar de la baja afluencia de candidatos, como así se lo hizo saber a Rafa.

Antes de comenzar a escribir casi le entra la risa al oír lo de baja afluencia, “baja no, unitaria” – pensó —. Una vez que dio comienzo el tiempo de examen, ojeó rápidamente las diferentes preguntas, algunas tipo test, otras con espacio reducido para contestaciones cortas y concretas, terminando la serie con varias preguntas con mayor espacio y seguramente las que más tiempo le ocuparía. Hizo un balance inicial sobre las posibilidades de aprobar, pero las cuentas no le salían, por mucho que se exprimiera el cerebro no lo tenía nada claro, más bien oscuro. Debió de poner una evidente cara de frustración o al menos eso le pareció al Policía, que se acercó hasta su asiento para interesarse por él, al fin y al cabo eran los únicos que había en la sala.

Eran bastante parejos en edad, quizá cinco o seis años de diferencia, una particularidad que ayudó bastante a que ambos empatizaran. Le contó las circunstancias en las que había llegado allí, pero quizá fue su acento, tan familiar para Rafa, lo que hizo el resto pues resultó que ambos eran paisanos. Terminaron haciendo los ejercicios juntos, como dos amigos que quedan para repasar el día previo a un examen. Muy profesional el Agente, en ningún momento le dio la solución a ninguna pregunta, si bien es verdad que con ejemplos o alguna pista consiguió desbloquear la memoria de Rafael, lo suficiente para terminar el examen en la mitad de tiempo y poder dedicar algunos minutos a su querida Córdoba. Se dieron un apretón de manos antes de abrir la puerta para salir, deseándole suerte en su siguiente examen de tiro ante la Guardia Civil, ya que en ese no hacía falta, “ya sabes que has aprobado”— le dijo—, con una sonrisa de complicidad en la cara.

Cuando Rafael salió, la cara de satisfacción del inspector fue palpable, lo que en principio parecía que iba a ser un continuo retraso, finalmente se desarrolló mejor de lo esperado. Sospechó que el examen no había salido bien, ante la premura con la que se había desarrollado, como así le dijo a Rafael, éste no quiso adelantar nada y simplemente se encogió de hombros mientras le dijo “ya veremos”. Su jefe lo miró con desconcierto al verle tan tranquilo, sin dar mayor importancia subieron al coche para ir directamente al segundo examen.

En ese momento lo único que pensaba era en disparar bien, sobre todo porque no lo había hecho desde el Instituto. Aunque fue allí donde descubrió que se le daba mejor de lo que nunca hubiese pensado, no podía ocultar su nerviosismo, al verse sin su instructor para que le diese algún consejo. Al menos, en ese segundo examen el resultado era inmediato, a diferencia del que acababa de hacer, que solía tardar unos días aunque en el caso de Rafael esa norma no se cumpliese, gracias al pequeño privilegio que el destino le había regalado.

El campo de tiro se encontraba bastante lejos, a las afueras de Madrid, casi en el límite de la provincia, lo que hizo que el viaje se hiciese largo y los nervios se acentuasen. La tardanza del viaje se vio compensada con la prontitud con la que se desarrolló el ejercicio, sin tiempo para pensar, cuando se dio cuenta tenía el revólver en la mano, con los “cartuchos” en el bolsillo y las indicaciones dadas por el examinador. Eran pocos los disparos que se realizaban, dos de prueba y seis de examen, siendo necesario cuatro impactos en el blanco para aprobar. El margen de error era pequeño y la concentración debía de ser grande, sin disparar precipitadamente (como le había enseñado su profesor).

Sabía que su futuro laboral dependía de aquellos cuatro impactos, de repente sintió mucho calor, comenzó a sudar a pesar de hacer fresco, notó como las manos le temblaban levemente sin poder controlarlas, el corazón le latía fuertemente, oprimiendo el pecho contra la camisa mientras las gotas de sudor se deslizaban por su espalda. Bajó los brazos al recordar el tiempo que disponía, se tomó un minuto para calmarse e intentar expulsar la presión que se había apoderado de él, respiró profundamente recordando las palabras de su profesor de tiro, una a una puso en práctica las instrucciones que le había enseñado, una vez preparado se decidió a disparar. Cuando terminó, fue aproximándose paso a paso hacia la silueta junto al examinador para comprobar el resultado. De lejos parecía que no había acertado ninguno de los disparos, pero según se acercaban iba contando, uno, dos, tres, cuatro cinco y seis. El suspiro de alivio y satisfacción fue abrumador, de contenida emoción, “¡Ya soy Vigilante Jurado!”— Resonó en su cabeza—. Solo él lo sabía pues a todos los efectos debía de esperar al resultado del examen escrito, tuvo que guardar las formas y hacer un esfuerzo para contener su alegría. Se contentó con recibir la enhorabuena del Agente de la Guardia Civil mientras que firmaba el documento de aprobado.

El regreso hasta el servicio para completar su jornada laboral fue muy rápido, al menos así le pareció, seguramente por el estado de relajación en el que se encontraba, pero sobre todo de felicidad. Se pasó el camino haciendo preguntas al inspector, sobre cuánto tiempo tardaban en dar el resultado del examen, que ocurría después o, en caso de aprobar, cuando comenzaba a trabajar como Vigilante Jurado. Éste le fue explicando minuciosamente todo el proceso, así como los plazos, empezando por el resultado del examen que sería rápido (un par de días a lo sumo), al haber sido el único que había estado en esa convocatoria. Seguidamente, si aprobaba, debía ir a juramentar el cargo ante el Gobernador Civil en una semana más o menos, allí se le entregaría la acreditación de Vigilante Jurado. A partir de ahí, se firmaba en la empresa una “novación” de contrato, se solicitaba la licencia de armas, la placa etc. Una serie de trámites necesarios que si se realizaban en los plazos normales, en menos de un mes podría estar trabajando con las nuevas funciones. “peccata minuta” si lo comparaba con el tiempo que había tenido que esperar hasta llegar ahí.

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361 s. 2 illüstrasyon
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