Kitabı oku: «Desde otros Caribes», sayfa 5
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Capítulo 2
Los paisajes de la narración: visiones sobre la península de Yucatán. Siglos XVIII al XX
Ana E. Cervera Molina
Centro de Investigaciones Silvio Zavala
Universidad Modelo
Introducción
La frontera entre México y Belice tiene una longitud total de 236,4 kilómetros, los cuales están divididos en tres tramos: el tramo terrestre, que comprende 13,4 kilómetros; el tramo fluvial, que abarca 136 kilómetros, dibujados sobre el cauce del río Hondo; y el tramo marítimo, trazado sobre la bahía de Chetumal, con una longitud de 87 kilómetros (Secretaría de Relaciones Exteriores, 2019b). Esta es una frontera fijada totalmente por cuerpos de agua, siendo el río Hondo, el río Azul, la bahía de Chetumal y la Boca de Bacalar Chico los paisajes naturales de referencia que dan cuenta del pasado histórico de la región. Este particular cruce fronterizo ha tenido una configuración histórica compleja y silenciosa que, actualmente, reconoce cuatro puntos de tránsito oficiales que han sido ratificados por ambos países: el puente fronterizo Subteniente López I, Subteniente López II “Chactemal”, La Unión y la vía de transporte marítimo que tiene como punto de partida la Isla de San Pedro en Belice (Secretaría de Relaciones Exteriores, 2019a).
Desde tiempos coloniales, este territorio ha sido difícil en su demarcación, exploración y posterior establecimiento administrativo debido a su remota localización geográfica, sobre todo con respecto al centro administrativo de México; a su clima húmedo y tropical, susceptible al embate de los huracanes y ciclones; y a la baja densidad de población de la zona, la cual está compuesta predominantemente por afrodescendientes, indígenas con un pasado rebelde y mestizos. Este territorio ambiguo, referido otrora como el Wallis, representa el puente de unión y transición entre la península de Yucatán y lo que hoy se reconoce como Belice, en cuanto que ambos espacios pueden reconocerse como parte de un territorio de frontera que tiene sus propias lógicas espaciales, no necesariamente dependientes de la frontera norte mexicana, aunque sí en diálogo constante con ella.
El presente texto tiene como temas centrales la frontera, los viajes y las diferentes formas de observación de los paisajes. En él se proyecta hacer un examen dialógico e interdisciplinario entre tres diferentes fuentes de análisis: 1) los diarios militares, concernientes a las visitas a los asentamientos ingleses en el Walix, posteriores a la Convención de Londres de 1786, en donde se perfilan los elementos que configuran la imagen del “viajero borbónico”; 2) las novelas que Emilio Salgari ubica en la península de Yucatán y en la bahía de Honduras tituladas La reina de los caribes (1901) y La capitana del Yucatán (1899), en donde la mirada literaria y el viaje imaginado se vuelven predominantes para la configuración de la región; y 3) las implicaciones diplomáticas del Tratado Spencer-Mariscal, del 8 de julio de 1893, con especial énfasis en los elementos que llevaron a la delimitación y al trazado de la frontera internacional entre México y Belice, en donde a través de la cartografía y la diplomacia se fijó y oficializó el paisaje. Este recorrido tiene como objetivo dar un panorama amplio de las diversas visiones que han contribuido a lo largo de dos siglos a la configuración de la península yucateca y de Belice, entendidos estos como territorios de frontera con miras hacia al Caribe y Centroamérica.
Precisiones metodológicas
Antes de entrar de lleno al análisis correspondiente a este texto vale la pena hacer algunas aclaraciones conceptuales y metodológicas. En ese sentido, es pertinente decir que no existe un método interdisciplinario como tal: este se construye de acuerdo a la naturaleza de las fuentes y debe reconocer las diversas metodologías de las variadas ciencias de las que emana. En este caso, el enfoque metodológico interdisciplinario, del que parto, es el de la historia efectual, vista en los términos de la hermenéutica filosófica, que acuña H. G. Gadamer en Verdad y Método (1992). En consecuencia, mi interpretación de las fuentes primarias que aquí se presentan se enfoca en la narración de los hechos del pasado y en el efecto visible que estos han creado en el presente, dejando de lado la contrastación objetiva de la evidencia material para centrarme en las visiones de mundo que heredamos del pasado, entendidas estas como las creencias, ideas y explicaciones que tiene una sociedad sobre los distintos aspectos de su realidad concreta, a través de mediaciones simbólicas del sentido (Ortiz-Osés, 1995).
La mirada oficial: los viajeros borbónicos
Si el siglo XVII fue el de la defensa desesperada del Imperio, el siglo XVIII fue el tiempo de las guerras de la España ilustrada (Losada Malvárez, 2015). En él, España fue el escenario que enmarcó el teatro de guerra colonial que hizo del Caribe continental su más preciado botín. Después de ganarle a Francia en la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), España se asomó a la modernidad que seguiría la Europa ilustrada; sin embargo, venía de un colapso general que había sido heredado por Carlos II, lo cual la dejaba prácticamente arruinada (Losada Malvárez, 2015). Durante esta época, un periodo de guerras constantes mermó significativamente el territorio español en Europa frente a Francia e Inglaterra, que ya se habían establecido como potencias comerciales en el siglo XVII. Dentro de esta vorágine de eventos vemos ascender al trono español a Felipe de Borbón (Felipe V), quien fusionaría el poder de Francia y España frente a sus enemigos e inauguraría, al terminar la Guerra de Sucesión (1701-1715), una era de reformas, producto del absolutismo borbónico, que cambiarían totalmente la forma en que se llevaba a cabo la administración colonial, dándole a esta criterios de eficacia y modernidad (Losada Malvárez, 2015).
Las políticas borbónicas, impulsadas por Carlos III12, empezaron su total aplicación en los límites americanos durante la segunda mitad del siglo XVIII. Su implementación tenía un doble objetivo: 1) recuperar el control en los territorios pertenecientes a la Corona española, que se encontraban invadidos o en uso corriente por extranjeros, y 2) acabar con los diferentes procesos que complicaban las relaciones “armónicas” entre españoles e indios “insumisos”, los cuales, aún tras varios siglos de colonización, se agrupaban en franjas o cinturones independientes de comercio y circulación de mercancías que no eran tributabas —o solo lo eran parcialmente— a las arcas de la Real Hacienda española (Calderón Quijano, 1944; Vázquez, 1992).
Tras el reformismo absolutista borbónico, y por iniciativa de Carlos III, se promulgaron en 1786 las Ordenanzas de Intendencias de la Nueva España; en ellas, se estipulaba que los territorios virreinales se dividirían en intendencias y subdelegaciones que tenían como objetivo principal limitar el poder de las figuras de autoridad locales y centralizar más el Gobierno. Por su parte, con estas nuevas disposiciones, el gobernador y capitán general de Yucatán adquirió el título de intendente de la Real Hacienda, lo cual le confirió autoridad fiscal sobre Yucatán, Campeche y Tabasco (Pinet Plasencia, 1998); sin embargo, era bien sabido que la Gobernación y Capitanía General de Yucatán tuvo una administración significativamente más autónoma que el resto de la Nueva España, pues aunque la figura del gobernador estaba subordinada a la Audiencia y al Virrey, el de Yucatán trataba directamente con la Corona. Dicha autonomía se justificaba por el aislamiento geográfico de la zona y por la dificultad en las comunicaciones con la capital del virreinato (Pinet Plasencia, 1998).
Para España, para Inglaterra y para la misma América, el siglo XVIII fue el momento impostergable de la redefinición geográfica a nivel jurídico. La transición entre la política abiertamente bélica de la primera mitad del siglo, correspondiente a los reinados de Fernando V y Fernando VI, y la clara postura diplomática de negociación que se observa en la segunda mitad, correspondiente a los reinados de Carlos III y Carlos IV, permitió una clara oficialización de la presencia inglesa en varios puertos de abrigo a lo largo de la costa oriental de Yucatán y la bahía de Honduras, que se amparaba en lo estipulado en el Tratado de Paz de Madrid de 1670. Sin embargo, esta política, significativamente más laxa, no solo supuso el otorgar permiso a los ingleses para recorrer aguas españolas y explotar el palo de tinte en la zona sin ser molestados, sino que también permitió el establecimiento de nuevas colonias de taladores ingleses que, por consecuencia, originaron nuevas formas de asentamiento y colonización que no fueron autorizadas, en periodos anteriores, porque se creía atentaban contra la soberanía española en estos territorios vulnerables por su liminalidad.
Figura 1. A Map of Part of Yucatan Part of the Eastern Shore within the Bay of Honduras Allotted to Gt. Britain for the Cutting of Logwood in Consequence of the Convention Signed 14 July 1786. By a Bay-Man
Fuente: Faden (1787).
España, preocupada aún por la centralización de su economía en los metales (oro y plata), por mantener su preponderancia comercial en América y por la caída de sus posesiones en manos francesas e inglesas en Europa, no se preocupó tempranamente por llevar a cabo una cartografía precisa de las zonas despobladas en los confines de América hasta que su hegemonía se vio amenazada por el expansionismo inglés en la zona. Pocos son los mapas de manufactura hispánica que vemos emerger durante los siglos XVI y XVII; sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII vemos crecer exponencialmente la cartografía española del área, la cual buscaba ilustrar los acuerdos estipulados, principalmente en el Tratado de Paz de 1783 y en la posterior Convención de 1786 (Antochiw & Breton, 1992; Calderón Quijano, 1978, 1989; Hoffmann, 2014).
Para el caso específico del territorio del Walis, el Tratado de Paz de Versalles de 1783 y la posterior Convención de Londres de 1786, mejor conocida como Convención anglo-hispana, resultaron de carácter definitivo, pues esta última renegoció el artículo VI del tratado anterior, en el que por fin se estableció claramente la situación geopolítica del golfo de Honduras. Tras este acuerdo, se otorgaban y ampliaban una serie de concesiones forestales mediante una sesión-adquisición de derechos territoriales, la cual no reconocía la existencia de una colonia británica en la zona, pero sí autorizaba al Estado colonial británico la ocupación y la utilización de este territorio que se suponía bajo soberanía española.
En la Convención de 1786 se especificaba que los asentamientos ingleses que se ubicaban en la parte oriental de Yucatán, hoy Quintana Roo y el distrito de Corozal en Belice, debían ser visitados dos veces por año para ser reglamentados según las indicaciones dadas por la ya mencionada convención. Para tales efectos, se seleccionó una serie de comisionados españoles que tuvieron la encomienda de realizar dichas visitas en los términos y las condiciones que declaraban los acuerdos firmados por las dos colonias; junto a ellos, un comisionado británico debía ser designado desde Jamaica con la finalidad de que se verificasen los resultados recabados durante las visitas. Los reconocimientos a los establecimientos ingleses duraron de 1788 a 1794. El resultado de las demarcaciones hechas por el teniente de rey de Campeche en 1787, don Enrique Grimarest, y las parcializaciones de ranchos y huertas que hizo el ingeniero militar Rafael Llobet en 1790, junto con el censo que elaboró a propósito de estas concesiones territoriales, se pueden considerar como el momento exacto del primer trazo de la frontera moderna entre México y Belice. Lo que vino después de este evento, con la firma del tratado Spencer-Mariscal de 1893, solo ratificaría diplomáticamente, con algunas modificaciones territoriales, los acuerdos que ya habían sido naturalizados durante el último cuarto del siglo XVIII.
Para el entendimiento de estas visitas es necesario revisar los diarios e informes de tres personajes de interés: Juan Bautista Gual (1789, 1792), Rafael Llobet y Litiery (1790a), y Baltazar Rodríguez de Trujillo (1788), quienes, aunque no fueron los únicos en realizar las ya mencionadas visitas, sí fueron los que más activamente dialogaron con sus contrapartes inglesas: los superintendentes Edward Marcos Despart y Peter Hunter, entre 1789 y 1791.
Figura 2. Firmas de los visitadores. Izquierda: Juan Bautista Gual; centro: Baltazar Rodríguez de Trujillo; derecha: Rafael Llobet y Litieri
Fuente: Juan Bautista Gual (1789, 1792); Baltazar Rodríguez de Trujillo (1788); Rafael Llobet y Litiery (1790a).
Una biografía amplia de cada uno de estos personajes aún es un asunto pendiente para la historiografía de la zona, como también lo es el estudio del efecto del reformismo borbónico en esta esquina marginal de Centroamérica. Pero, para comprender el efecto sobre la región de las decisiones que estos tomaron durante sus visitas, así como de las narraciones de sus viajes oficiales, es necesario comprenderlos como parteaguas para el entendimiento geográfico de la zona y una fuente importante de información demográfica y cartográfica.
Como parte de los datos encontrados sobre ellos hasta el momento, se puede decir que 1) los tres fueron militares que se destacaron en América para alimentar las filas del Batallón Fijo de Pardos de Campeche durante la segunda mitad del siglo XVIII; 2) de los tres, solo Rafael Llobet fue propiamente ingeniero delineador del rey, una figura ilustrada de carácter militar que tenía como función realizar, clasificar y entregar planos y mapas de índole defensivo (1790c, 1798) o, en su caso, parcelar y otorgar tierras en nombre del rey (1790b); y 3) que tanto Bautista Gual como Llobet mantuvieron una activa vida militar que les permitió ir escalando en la jerarquía militar hasta ocupar el puesto de capitán, ya que ambos lucharon en la batalla de Cayo St. Jorge de 1798 junto a la controversial figura de Arturo O´Niell de Tyrone y O´Kelly, entonces gobernador y capitán general de la Capitanía de Yucatán13. Sobre el caso de Rodríguez de Trujillo poco se sabe, pero se puede inferir, por algunos comentarios en los diarios y las cartas dadas por vía reservada, que era pardo y poco diestro en las artes de la negociación política (Rodríguez de Trujillo, 1788).
Con respecto a las visitas, aunque estas se dieron desde 1788 y continuaron semestralmente hasta 1794, la información proporcionada por Bautista, Llobet y Rodríguez es particularmente precisa entre 1789 y 1791, años en los que el superintendente de los Asuntos de su Majestad británica, en la bahía de Honduras, el coronel Edward Marcus Despard, con quien Merino y Ceballos había negociado los límites de asentamiento en el Walix en 1787 (Merino Ceballos, 1788), es cuestionado, juzgado y destituido de su cargo, acusado de ser excesivamente amigable con los comisionados españoles, para ser sustituido por el capitán Peter Hunter, el cual encontró una gran variedad de pretextos, artimañas y vacíos legales que entorpecerían sucesivamente el trabajo de los comisionados asignados mediante un estratagema legal: el “principio de prohibición” (lo que no está expresamente prohibido, está implícitamente permitido).
En julio de 1787, se celebró la entrega adelantada de los territorios ampliados en la costa oriental de la provincia de Yucatán, cedidos por la Convención de Londres del año anterior. La decisión fue tomada entre Despard y Grimarest para aliviar la delicada situación de los trasmigrados de la costa de Mosquitos, pues Carlos III había fijado el 30 de julio de 1787 como fecha límite para verificar completamente la migración británica. Según los números hechos por Caterina Pizzigoni (1999) sobre la evacuación inglesa de la costa de los Miskitos, el total de migrantes fueron 2.480, de los cuales 691 eran blancos y 1.789 eran negros (Conover Blancas, 2016). En 1790, Rafael Llobet asume la responsabilidad de ordenar el territorio y, con anuencia de la Real Corona Española y del comisionado inglés John Garbut, modifica el paisaje, repartiendo el equivalente a 1.558.604 varas cuadradas españolas (108,9 Hectáreas), entre 177 cabezas de familia inglesas, a 6 reales (1 peso fuerte) por cada rancho o huerta, de dimensiones diferenciadas (Llobet, 1790b). En su diario e informe, correspondiente a la primera visita anual de 1790, Llobet hace una relación general de los habitantes británicos, sus familias y el número de varas cuadras españolas que se le asignaron a cada principal, los cuales se distribuían en tres zonas: el río Sibún y Monkey Creek, su estero; el río Walix y su brazo; y Salt Creek, Midwinter Lagoon, río Norte, Rowleys Bight, río Nuevo y Laguna Grande o del Fipú. Por él sabemos que 3 años después de las migraciones forzadas de 1787, en la parte oriental de Yucatán existían avecindados formalmente ya un total de 762 personas libres, divididas en 384 hombres, 222 mujeres y 156 niños, así como 2.235 esclavos, divididos en 1.256 hombres, 554 mujeres y 413 niños, dando una población total de 2.997 habitantes, la mayoría esclavos negros. Por las listas proporcionadas por Llobet también sabemos que el área del Walix es la que presenta mayor densidad demográfica y es donde encontramos colonos de interés como los propios Despard y Garbut, pero también a Thomas Paslow, Thomas Robertson y William Pitt, quienes encabezarán años después la reunión de organización y defensa que proyectará dar pelea ante el intento de desalojo de O´Neill en 1798 (Campbell, 2011).
Otro documento de interés generado con respecto a la zona es el que cita Juan Bautista Gual como una traducción que él hace del documento recuperado por Llobet durante su primera visita. Este es: “Estado de las exportaciones del Establecimiento Británico del Río Walix vista desde el 1 de marzo de 1784 al 1 de abril de 1790”. El documento se divide en dos partes: la primera, que va del 1 de marzo de 1784 al 1 de octubre de 1787, en donde se enlistan 9.500.000 pies superficiales de caoba y 4.700 toneladas de palo de tinte, pero se advierte que es solo un estimado “deducido de los mejores cálculos que es posible hacer”, y la segunda parte, que corresponde al periodo del 1 de octubre de 1787 al 1 de abril de 1790, en donde se extraen 13.222.490 pies superficiales de caoba y 5.248 toneladas de palo de tinte, cifra derivada de “una cuenta exactamente observada”. El aumento, sobre todo en la explotación de caoba, es evidente en este documento; esto, gracias a que el circuito Walix-Jamaica-Londres había logrado para entonces una gran estabilidad, la cual permitía el tránsito de buques mayores cargados de maderas.
En octubre de 1790, Baltazar Rodríguez de Trujillo es comisionado para la segunda visita anual, pero tiene que ser relevado por Llobet al darse una situación de conflicto directo con el superintendente inglés ante la negativa de Hunter de permitir la visita, alegando que se proyectaba un nuevo estallido de hostilidad entre las Coronas española y británica. Es en el diario que se genera de esta visita, el cual complementa el de Rodríguez de Trujillo, que vemos el primer plano interno de los establecimientos ingleses (Llobet, 1790c). En él, Llobet dice: “Para que le haga más fácil la comprensión de todo lo expuesto véase el croquis que sigue expresivo, de la verdadera situación de la costa que forma la boca del Walix, y la disposición acordonada de los buques que se hallan fondeados” (Llobet, 1790a). Más adelante, el día 21, el mismo Llobet advierte:
Fui a tierra, y haciendo tiempo para el convite, con pretexto de comprar algunas cosas, entré de casa en casa, y solo noté la gente más contenida en sus conversaciones que en mi visita pasada: serían las tres de la tarde cuando entré en casa del Señor Superintendente y entre otras cosas de poco momento a que se redujo la conversación conmigo le dije: parece que los habitantes de estos establecimientos hacen más aprecio de Vuestra Excelencia que de su antecesor, pues los veo a todos unidos en la boca de este río a sus inmediaciones, cuando antes estaban todos dispersos, y los ingleses que le acompañaban se sonrieron mirándose unos a otros, pero él no contestó (Llobet, 1790a, s. p.).
Tras el estudio de la zona y del alcance de las visitas, podemos proponer algunos puntos que nos permitan hacer una primera caracterización del viajero borbónico como figura ilustrada que devino de los cambios administrativos que la Corona española impuso en América. Para ello, puntualizaremos tres aspectos de interés que convierten a un emisario real español en un viajero ilustrado de corte borbónico, como es el caso de Rafael Llobet y Litiery.
El viaje
No todo desplazamiento terrestre constituye un viaje ni toda figura que represente una autoridad de corte administrativo es un ilustrado, aunque en su desplazamiento haya generado un diario y su consecuente informe. Para que un emisario real sea considerado un viajero ilustrado la acción de desplazarse hasta los confines desconocidos debe darse continuamente y debe producir información relevante durante su observación y recorrido. Por tanto, su periplo debe darse en los términos de un hombre ilustrado (Vidal Ortega, 2019); es decir, con un espíritu liberal y crítico y con una clara convicción en el uso de la ciencia y la tecnología disponibles en su momento, con el objetivo de ordenar, clasificar y comprender al otro con miras a resolver conflictos. En este sentido, se entiende que la información que resulta de este viaje proviene de la observación directa durante el periplo ilustrado y, por tanto, se percibe como más confiable en relación a cualquier otra emitida sobre el mismo espacio.