Kitabı oku: «Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano», sayfa 2
Presentación
En 2018, Alberto Abello Vives me invitó a trabajar con él como asistente de investigación en un proyecto sobre fiestas y carnavales en el Caribe colombiano. Después de algunos meses de estar involucrado en su trabajo, vi cómo el interés de Alberto por los itinerarios atlánticos de los zambapalos y carnavales se iba convirtiendo en un ambicioso proyecto intelectual que tomó la forma de un libro. A pesar de que yo solo era un estudiante de pregrado, y él, un intelectual consagrado, siempre escuchó con interés mis ideas y comentarios e, incluso, me invitó a participar como coautor.
Después del fallecimiento de Alberto, un gran número de amigos, alumnos, colegas y familiares (tantos que es imposible nombrarlos a todos aquí) expresaron el deseo de que el manuscrito en el que estábamos trabajando se publicara como una obra póstuma y así cumplir el deseo de Alberto. Gracias a su apoyo, paciencia y generosidad, pude culminar la difícil y dispendiosa tarea de reajustar el formato de citación, solicitar las licencias para usar determinadas imágenes y mapas e introducir al texto algunas ideas que Alberto había dejado consignadas en notas y anotaciones marginales.
En medio de la inesperada crisis sanitaria ocasionada por la covid-19, la publicación del libro se retrasó por las restricciones de desplazamiento y la difícil y lenta adaptación a la virtualidad. Sin embargo, esto fue posible gracias a la ayuda de un gran número de personas e instituciones. Agradezco a Ana Roda, directora de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, quien me facilitó el acceso a importante material de la colección y me concedió los permisos necesarios para usar parte de este. De la misma forma, estoy en deuda con Greta Friedemann-Sánchez, quien autorizó el uso algunas de las fotos del importante archivo audiovisual de su madre, Nina S. de Friedemann.
En el Archivo General de la Nación, María Elvira Zea facilitó el acceso a importantes documentos en un momento cuando las medidas de prevención impedían que los consultara en sala. Con una amabilidad casi injustificada, la doctora María Cristina Navarrete interrumpió sus vacaciones para proporcionarme los mapas de los palenques en la provincia de Cartagena de los siglos XVI y XVII, cruciales para desarrollar algunos de los argumentos presentados en el libro. Asimismo, el doctor Shawn van Ausdal, profesor de la Universidad de los Andes, me permitió reproducir uno de los mapas del Estado Soberano de Bolívar, de su disertación doctoral, y me concedió el permiso para usarlo en el libro.
El proyecto también recibió el apoyo de las editoriales de la Universidad del Rosario, la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad del Norte y la Universidad de los Andes, que emprendieron un esfuerzo conjunto para editar el manuscrito y transformarlo en un libro. Finalmente, quiero agradecerle a Ingrith Torres Torres, jefe editorial de la Universidad del Rosario, quien siempre estuvo dispuesta a resolver las dudas que tuve durante el proceso de edición del libro y por su disposición a concederme el espacio para hacer modificaciones de última hora.
Al finalizar estas palabras, vienen a mi mente todos los fines de semana que pasé con Alberto en su apartamento del Bosque Izquierdo, compartiendo comidas, amables conversaciones y nuestros puntos de vista acerca de la historia, la región y la cultura. En abril de 2019, cuando estábamos cada vez más cerca de finalizar el manuscrito, Alberto solía decirme con mucha sensatez y algo de contundencia, “¡continuemos, que cuando acabe el libro, comienza nuestra amistad!”. A pesar de su inesperada partida, estas palabras se quedaron conmigo, y con algo de nostalgia solo puedo imaginar cómo habría sido ese futuro y en lo mucho que a Alberto le hubiera gustado tener el libro que el lector tiene ahora en sus manos.
Juan Sebastián Macías
Introducción*
Carnaval y fiesta republicana en el Caribe colombiano indaga por la incorporación de las prácticas festivas de un carnaval colonial a orillas del Caribe a la conmemoración republicana de la independencia absoluta de Cartagena de Indias de la Corona española en hechos ocurridos el 11 de noviembre de 1811.
Un año más tarde de esta independencia, el 11 de noviembre de 1812, durante la primera celebración de aquel suceso histórico, que ocupa un lugar destacado en la línea de tiempo del largo proceso revolucionario de la Nueva Granada y de la formación de las naciones latinoamericanas, se sumaron expresiones festivas heredadas de la colonia a los actos organizados por las autoridades civiles y la Iglesia católica. Se trataba de músicas, danzas, vestuario, máscaras y desfiles que hacían parte de festividades religiosas, de celebraciones de la administración pública y de fiestas populares, como los fandangos y un carnaval criollo y mestizo, en la ciudad portuaria durante la colonia. Todas estas prácticas culturales, por lo demás, tenían antecedentes en diferentes regiones geográficas del mundo1.
Con la costumbre, esas celebraciones se conocieron como Fiesta del Once de Noviembre o, también, fiestas novembrinas, y han estado presentes en la historia social de Cartagena de distintas maneras durante los siglos XIX, XX y XXI. Con el objeto de superar su debilitamiento a finales del siglo XX, por razones que se explicarán adelante, entre ellas la imposición de un certamen nacional de belleza por parte de un sector de la élite local, y de recuperar su sentido histórico y cultural, fueron renombradas como la Fiesta de Independencia a partir de 2003.
Para la comprensión de cómo una fiesta, importada de Europa y transformada en Cartagena de Indias por el mestizaje cultural ocurrido durante la colonización española, como es el caso del carnaval, toma cuerpo siglos más tarde en una fiesta popular republicana ha sido necesario estudiar esa expresión e identificar los cambios que experimentó con la configuración de un sistema urbano regional al norte de la actual Colombia, de la mano de procesos de poblamiento y del vaivén de movimientos sociales, económicos y políticos, que la hicieron trascender más allá de una simple localidad y le otorgaron una importancia singular frente a las instancias de poder. Del mismo modo, a sabiendas de que la república no hizo tabula rasa con el pasado colonial, ha sido fundamental estudiar cómo los carnavales terminaron articulándose de manera funcional a los elementos conceptuales y fundacionales de la nación, en tanto espacios de materialización temporal de los imaginarios de libertad e igualdad.
En efecto, para el propósito de esta investigación fue necesario estudiar tanto los orígenes del carnaval surgido en Cartagena de Indias durante la colonia, como su circulación por el territorio que conformaba la antigua provincia de Cartagena. Durante el periodo colonial, desde Cartagena, una fuerza centrífuga, movida por los movimientos poblacionales y la actividad económica, dio origen, con el nacimiento de los palenques de cimarrones, las rochelas, los sitios de libres y las fundaciones por parte de la administración española, a la aparición de carnavales a lo largo y ancho de la provincia. Estos fueron apropiándose de las particularidades de los contextos locales (flora, fauna, economía, política, mitos y ritos), los cuales los nutrieron y los transformaron, aumentando su riqueza y diversidad en cada lugar donde se realizaban. Más adelante, durante el periodo republicano, en las últimas décadas del siglo XIX, esas riqueza y diversidad fueron tributarias, a la manera de fuerzas centrípetas, del Carnaval de Barranquilla, ciudad que crecía con la dinámica de la economía exportadora nacional y las migraciones poblacionales que esta atrajo. Así, el Carnaval no solo fue una fuerza motriz que en su circulación fue configurando una región cultural, sino que se incorporó a la república con sus prácticas festivas resignificadas en la república, al romperse el pacto colonial.
Es preciso recordar que el carnaval es una expresión mundial de las artes y la cultura, es polisémico y plural. Se trata de una enorme diversidad de eventos festivos, muchos con similitudes entre sí, como aquellos que se realizan en la gran área del Caribe, o mejor conocida como el Gran Caribe, en la que se pueden dibujar redes culturales entre unos y otros, y que son resultado de la interculturalidad que ocurre con las transformaciones ambientales, sociales, económicas y políticas; sin embargo, también presentan diferencias en lo simbólico y en el conjunto de significados que los constituyen.
Una mayor comprensión de las fiestas de la independencia de Cartagena de Indias no es posible entonces sin una referencia histórica de largo plazo, la cual obliga a remontarse a los primeros tiempos de la ciudad, cuando se implantaba en su territorio un nuevo rizoma cultural2 a partir de la interacción de múltiples raíces étnicas americanas, europeas y africanas, que hizo florecer manifestaciones, expresiones y costumbres, presentes en fiestas civiles, religiosas y populares.
Como la de la cultura misma, no es posible reconstruir la trayectoria de las fiestas populares de manera lineal. Como los rizomas, se caracteriza por continuidades y discontinuidades, similitudes y diferencias, implantaciones y trasplantes. Como en la botánica, injertos, esquejes, acodos y migraciones permiten su reproducción con el surgimiento de nuevos brotes. De ahí que en este libro no seguiremos una cronología estricta, se privilegian en cambio las continuidades y discontinuidades de los grandes procesos dentro de la relación festiva entre la población y las autoridades.
En las trayectorias festivas no existe una regla universal que las rija, como es el caso de los carnavales que se trasladan con las costumbres humanas de un territorio a otro, que son nómadas, irrumpen y se dispersan haciendo difícil seguir su ruta migratoria, que bien puede darse entre continentes, o que se trasladan de una fecha en el calendario a otra distinta, siguiendo la tradición europea de celebrarlos con los anuncios del fin del invierno antes de la Cuaresma. Ambos movimientos ocurren en los carnavales americanos trasplantados en otros contextos caracterizados por diferentes condiciones naturales, sociales e institucionales.
Para mayor comprensión de la apropiación republicana de la fiesta colonial fue preciso moverse en el tiempo, sin que esto se presente de manera cronológica, y superar el simple espacio territorial de Cartagena. El estudio parte desde esta ciudad, examina la circulación de las fiestas por la provincia, incluyendo la vieja villa de Barranquilla que se transformaría en ciudad en el siglo XIX, y regresa a Cartagena para explicar la incorporación de las fiestas novembrinas a la formación nacional.
El escrito, resultante final de la investigación, ha sido dividido en tres partes para facilitar su lectura. La primera, describe hechos ocurridos en las afueras de la ciudad amurallada en las vísperas de las festividades de la Virgen de la Candelaria a comienzos de 1808. Es posible encontrar en este caso algunas prácticas y expresiones que se integraron al preludio de la fiesta religiosa, los vasos comunicantes entre la fiesta sacra y la pagana del carnaval, las tensiones entre las autoridades y la población, la resistencia social a prohibiciones y las negociaciones entre pobladores y distintos estamentos de la autoridad acerca de su permisividad y ordenamiento.
La segunda parte indaga por las rutas culturales migratorias que hicieron posible la aparición y transformación de carnavales en Cartagena de Indias como resultado de la interacción de población de tres continentes. Se organiza bajo la forma de tres travesías que dan cuenta de sus movimientos y contactos interculturales: (a) durante la historia transatlántica del comercio triangular que movió millones de seres humanos esclavizados y sus antecedentes entre Europa, África y América; (b) durante el periodo de la colonización española en el Caribe neogranadino, en el que surgen cabildos de negros, fiestas religiosas, fandangos, bundes y carnavales, y (c) durante el periodo de las revoluciones, entre la colonia y la república, cuando Cartagena de Indias se independizó y apareció la fiesta del Once de Noviembre.
La tercera parte describe la evolución de esas fiestas a la luz de los cambios de paradigmas de las élites, que inciden en aquellas y que dejan entrever la compleja inserción de la ciudad en la nación colombiana desde el siglo XIX hasta entrado el siglo XXI.
Los sucesos narrados en este libro relacionan los acontecimientos locales ocurridos en Cartagena de Indias en el marco de la coyuntura amplia de las revoluciones hispanoamericanas. Escrito en tiempos del bicentenario de las independencias de esta región americana, creemos que la presente obra puede ser útil para la comprensión del papel que desempeñaron las fiestas populares en la formación nacional y sobre cómo el tratamiento de lo simbólico al inicio del periodo republicano no puede ser entendido sino como un proceso complejo de resignificaciones, apropiaciones y, por supuesto, continuidades. Como proyecto de investigación es una bifurcación del artículo “Del arte de prohibir, desterrar y discriminar: Cartagena y sus disímiles narrativas de desarrollo y pobreza”, que aparece como prefacio del libro Los desterrados del paraíso: Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias, en el que se hace referencia, precisamente, a las históricas prohibiciones que han acompañado la vida cultural de esa ciudad desde muy temprano, desde la llegada de los colonizadores europeos hasta nuestros días; prohibiciones que pueden observarse de manera continua en su abordaje festivo y de manera particular en las conmemoraciones de la independencia3.
* Una nota sobre fuentes literarias: a lo largo del presente ensayo el lector se encontrará con citas provenientes de autores del Siglo de Oro español, así como de escritores contemporáneos que han situado parte de su producción literaria en el área del Gran Caribe (Gabriel García Márquez, Roberto Burgos Cantor, Daniel Lemaitre y Alejo Carpentier). El uso que se hace de estas aquí no pretende otorgarles la fuerza demostrativa de una fuente de época, comprensible por el hecho de que muchos de los autores no estuvieron presentes, e incluso, ni siquiera vivían cuando tuvieron lugar los hechos mencionados aquí. Sin embargo, se reconoce que el escritor está inmerso en un medio social que, en efecto, responde a las transformaciones y pervivencias propias de cualquier grupo humano. Por esto, las prácticas festivas y culturales descritas con la elaboración suficiente pueden representar un importante insumo para cualquier investigación. Para profundizar en las virtudes y retos que implica el uso de fuentes literarias como fuente histórica véase Eduardo Posada, La novela como historia (Bogotá: Taurus, 2018), en especial los capítulos 2 y 3.
1 Los orígenes de los carnavales son imprecisos. Aunque según la visión dominante se remontan a las fiestas griegas y romanas dedicadas a los dioses, hoy empieza a asegurarse la existencia de costumbres previas en la ribera del Nilo, siempre asociadas a la agricultura. Los saturnales, en la Europa antigua, dedicados al dios de la agricultura, derivaron en el concepto latino de carnaval, como periodo previo a la Cuaresma del mundo cristiano. Se ha considerado que en el Caribe y en Cartagena de Indias la celebración del carnaval durante las mismas fechas del europeo fue introducida por los peninsulares. Se trata de una fiesta pagana, aunque con influencia religiosa; un combate entre lo sacro y lo pagano. Durante varios días se celebran festejos, ritos, espectáculos, torneos y juntas, juegos y apuestas. Es el tiempo para el disfraz, la máscara, la música, la danza, la ironía, la risa y la parodia. Da la idea de un mundo por fuera de lo reglado, del Estado y la Iglesia; un mundo dual o un mundo al revés. La costumbre europea de los carnavales, al introducirse en el Caribe durante la colonia, encuentra otros contextos, otro entorno social y cultural que los transforma, gracias a los aportes de las culturas americanas y africanas. En el Gran Caribe se acostumbra celebrar carnavales en distintos puntos de su geografía, que tienen raíces europeas disímiles (españolas, portuguesas, francesas, inglesas, holandesas), pero que mantienen entre ellos ciertas similitudes gracias a esas “huellas de africanía” —a la manera de Nina S. de Friedemann— impresas sobre los territorios por los esclavizados africanos y sus descendientes, provenientes de lo que los europeos llamaron naciones africanas. En el Caribe colombiano, y en Cartagena en particular, al no haber sido totalmente exterminada la población indígena, a pesar de la violencia ejercida contra ella y las enfermedades, también es posible encontrar las huellas de las culturas americanas. De esta forma, en el Caribe colombiano podríamos referirnos a un carnaval —o carnavales— criollo y mestizo a partir de culturas de tres continentes: Europa, África y América. Así, podrían reconocerse como fiestas euro-afro-americanas, concepto que hemos tomado de una conversación con la historiadora Adriana Maya (Bogotá, 2019).
2 El concepto de rizoma, empleado aquí para comprender los fenómenos culturales de Cartagena, abreva en la obra Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia de Gilles Deleuze y Félix Guattari (2002). Para estos autores, el rizoma constituye una antigenealogía, no responde a un modelo estructural específico, enreda múltiples matrices, no obedece a una raíz única, pone en juego una diversidad de signos, es abierto y siempre cambiante, nunca cerrado o único, implica direcciones que cambian, lo caracterizan “entradas” y también “salidas” múltiples, impensadas, y sabe cambiar su propia naturaleza en el tiempo (13-18).
3 Alberto Abello y Francisco Flórez (editores), Los desterrados del paraíso: Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias (Bogotá: Maremágnum, 2015).
1 Los hechos festivos ocurridos en Cartagena de Indias en 1808
En octubre de 1784 el procurador general de Cartagena de Indias propuso al cabildo gravar los juegos que se realizaban durante las festividades de Nuestra Señora de la Candelaria para aumentar los propios (las rentas) de la ciudad. No se conoce la reacción de los regidores a la solicitud, pero sí se sabe que Joaquín Mosquera y Figueroa, asesor del gobernador Roque de Quiroga, manifestó su oposición a esa iniciativa argumentado que
[…] las fiestas que se hacen cada año en el Cerro y Pie de la Popa, del modo y con las amplitudes que se ejecutan, permitiendo todo género de juegos de suerte y envite sin restricción de alguno, como es notorio en que entran personas de todas las clases, con inclusión de esclavos, e hijos de familias, a todas horas del día y de la noche de que se originan tantos inconvenientes como se deja considerar, en sentir del asesor deben reformarse por ser contra las más estrechas y vigorosas prohibiciones de las leyes, reduciéndolas a lo que debe permitirse al público para su justa recreación y desahogo, consiguientemente gradúa de inadmisible la solicitud del procurador general pues no deben aumentarse los propios a costa de la corrupción del pueblo […]4.
Casi un cuarto de siglo después, el 31 de enero de 1808, dos días antes de la celebración de la fiesta religiosa5, una multitud expectante compuesta por pardos, mulatos y otros “libres de todos los colores”6 se agolpó frente a los toldos que se habían instalado en la falda del Cerro de la Popa a las afueras de la ciudad7, con el propósito de participar de los boliches y juegos de azar que allí se estaban preparando. El plano de la Plaza de Cartagena elaborado por Manuel de Anguiano en 1805 ilustra el territorio comprendido entre la ciudad amurallada y el Cerro de la Popa.
No se trataba de un acontecimiento exclusivamente “plebeyo”8; por el contrario, se destacaba la presencia de varios menores miembros de familias notables e, incluso, de algunos religiosos que realizaban su ministerio en el claustro ubicado en la parte alta del cerro9.
Al caer la noche, la música y los juegos se vieron súbitamente interrumpidos por la intervención del alcalde ordinario don José María del Real, quien al ser informado de los eventos que se estaban llevando a cabo en ese lugar, comisionó al alguacil Francisco Piña para que examinara la situación y si fuese necesario impartiera justicia, teniendo en cuenta que para ese momento los juegos, música y bailes que no contaran con el visto bueno de los oficiales del cabildo estaban terminantemente prohibidos10. Una vez en el lugar, y acompañado por un contingente de soldados pardos, Piña se dispuso a desmontar las tiendas donde se habían instalado los boliches y solicitó a los participantes que se presentaran esa misma noche, o al día siguiente, para la práctica de las diligencias judiciales correspondientes. Las preguntas realizadas por la autoridad indagaban por el número de juegos y la cantidad de personas que habían participado en ellos, si alguien obtenía beneficio de estas actividades y si estos eran del conocimiento de la autoridad eclesiástica que ejercía dominio sobre esos terrenos11.
Al leer las declaraciones de un militar pardo, Juan de la Cruz Pérez, uno de los hombres detenidos aquella noche y dueño de la pequeña choza en cuyos alrededores se habían instalado los juegos, quedan claras dos cosas. La primera, que los juegos de azar y los boliches, así como las reuniones a altas horas de la noche eran objeto de prohibiciones, principalmente, por el temor a los desbordes del orden social. La segunda, que dichas prohibiciones no estuvieron exentas de resistencia y que generaron, cuando menos, importantes debates en torno a los alcances del ocio y la entretención12. En los días subsecuentes a la redada se presentaron controversias sobre los límites que deberían tener las celebraciones. Don José María del Real, al sentir vulneradas sus facultades como alcalde, advirtió sobre los sucesivos robos, borracheras, desordenes y hasta las tentativas de asesinato acaecidas con ocasión de los juegos de azar, entre ellos batea, boliche y naipes, en los que solían participar regularmente militares de bajo rango que prestaban servicio en Cartagena13. Sin embargo, en un principio se mostró partidario de permitirles a los pardos y mulatos continuar con las festividades, siempre y cuando estas no alteraran la tranquilidad pública.
Figura 1. Fragmento del “plano de la Plaza de Cartagena de Yndias, capital de su provincia con las cercanías hasta la distancia de una legua regulada en 20 000 pies […]”, realizado por Manuel de Anguiano el 1.° de enero de 1805, para el Servicio Geográfico del Ejército (España).
En la parte central derecha pueden verse el Cerro de la Popa y el convento de los agustinos.
Fuente: AGN. Mapoteca. SMP-6. Ref. 130 (1852).
La preocupación de las autoridades reales por la proliferación del mestizaje y el “desorden” social que este generaba no estaba infundada. A finales del periodo colonial el temor a la mezcla racial fue una realidad y se expresó de manera concisa en algunas medidas implementadas desde la metrópoli14. Como señala Jaime Jaramillo Uribe, solo hasta la segunda mitad del siglo XVIII el mestizaje se consolidó de forma definitiva, a medida que las fronteras fenotípicas entre las castas se hicieron más difusas, hasta el punto en el que fue virtualmente imposible determinar quién poseía un origen racial “puro” y quién no. Jaramillo Uribe destaca, asimismo, el hecho de que durante las últimas décadas del Gobierno colonial las tensiones raciales se agudizaron como producto del mestizaje15. Esta observación da cuenta, por un lado, de la capacidad de los individuos de origen racial mixto para acceder al poder económico e incluso político, y por otro, de las estrategias puestas en práctica por la élite para conservar sus privilegios en una sociedad que ofrecía cada vez más nuevos espacios de movilidad16.
Para el caso de Cartagena de Indias, el censo general de 1777 puede ilustrar el peso demográfico que tenían los habitantes de origen racial mixto en la ciudad. De acuerdo con las estimaciones realizadas por Adolfo Meisel y María Aguilera, en 1777 la población de la provincia de Cartagena correspondía al 14.9 % de la población total de la Nueva Granada, y esta población se encontraba dispersa en un extenso territorio que comprendía 186 poblaciones, de las cuales solo tres (Lorica, Mompox y Cartagena) lograban superar los cuatro mil habitantes. Concretamente, la ciudad contaba con una población total de 13 690 hombres y mujeres de todas las calidades, de los cuales el 49.3 % eran libres de todos los colores; 18.9 %, esclavos; 0.6 %, indígenas; 1.7 %, eclesiásticos, y 29.5 %, blancos17. Estas estimaciones vendrían a confirmar la importancia de los libres de color en la vida social de la ciudad y la capacidad que habían adquirido estos para presionar a las autoridades en coyunturas claves.
Y si vemos la base de la sociedad, los esclavos estaban muy distantes de una posible imagen que los representa maniatados por sus amos y las autoridades. Varios informes y disposiciones de las autoridades de Cartagena dan a entender que los esclavos tenían sus formas de apropiarse y de disfrutarse la ciudad. Uno de esos informes, rendido en 1752 por el obispo de la ciudad a las autoridades de Madrid, al tiempo que contiene una queja por lo que consideraba el abuso que cometían los amos contra sus esclavos, también deja entrever las formas como estos participaban de la vida cotidiana en los espacios públicos:
Que otras familias mantienen un número excesivo, no para ocuparlos en las casas, sino para enviarlos fuera, a ganar el jornal, y aunque una porción de estos, forma con utilidad del comercio, las cuadrillas que se ocupan de las cargas y descargas de los navíos, hay otros a quienes sus dueños reparten por la ciudad a distintos trabajos, y si el pobre esclavo no lleva a la noche el jornal acostumbrado, es azotado cruelmente. Que siendo esto tan malo es muy tolerable respecto a lo que pasa con las pobres esclavas (cuyo número es casi duplicado de el de los esclavos), porque algunas familias tienen catorce, dieciséis y aún diecisiete para que vayan a ganar el jornal, vendiendo tabacos, dulces y otras cosas, de que se sigue que si la esclava no es de conciencia escrupulosa (cosa rara en esta gente), o no puede vender lo que le da su ama, es preciso procure, si no quiere ser castigada cruelmente, sacar por medios ilícitos el jornal, habiendo amas de conciencia tan depravada, que si la negra no pare todos los años la venden por inútil. Que otras usan para aplicarlas a servir en diferentes casas particulares que las necesitan, sin el menor cuidado de las operaciones de la esclava, como si de ellas no hubiera de dar estrecha cuenta a Dios, y no falta alguna tan desalmada, que en dándole la esclava un tanto cada mes, le permite vivir a su libertad en casa aparte, siendo tropiezo de la juventud, la que nunca dice, hubiera creído, si como juez no le constara18. (Énfasis añadido)
Otro caso que ilustra la participación de los esclavos en la vida cotidiana es la situación ocurrida los días 19 y 24 de mayo de 1762. El negro esclavo Fernando Morillo (el Negrito), quien llevaba más de diez años como propiedad del coronel de infantería del batallón fijo homónimo, que llegó a ocupar la gobernación de la ciudad y su provincia, y para quien se desempeñaba como volantero, escribió, con su puño y letra, sendas cartas al virrey Pedro Messía de la Cerda informándole los maltratos a que era sometido por su amo y solicitándole que, haciendo valer su jerarquía, lo comprara por la suma de trescientos cincuenta pesos, sugiriéndole que el pago lo hiciera por medio de uno de los oficiales de las reales cajas de la ciudad. El esclavo había conocido al virrey en Cartagena, cuando este arribó camino a Santafé de Bogotá. Durante los días que permaneció en aquel puerto, el esclavo fue puesto a disposición del virrey y condujo el carruaje en el que se desplazaba. Entre las diversas razones para suplicar su compra hay algunas que permiten conocer cómo era la vida de un esclavo de propiedad particular. Una de ellas señala que estaba sometido a tantas presiones que le imposibilitaban
[…] no ser árbitro para adquirir un real, esto es, sin faltar en nada a su amo, en la habilidad de peluquero en lo que le impide se ejercite con lucro alguno, no dándole hueco para salir de casa jamás si no es a diligencia de su servicio, de cuyo beneficio gozan todos los esclavos. Estando por ello, y por no darle el sustento necesario, próximo el suplicante a cometer cualquier yerro, para reparo de sus hambres. Lo que sucede es que va donde el pulpero a pedirle fiado ya el real, ya los dos reales, cargándose por ello de deudas, de que inferir se debe que llegará a contraer alguna crecida, y que no teniendo de donde pagar por no poder adquirirlo con su habilidad, se verá precisado a buscarlo prestado, y tal vez, si no lo encuentra, a hurtarlo, que todo cabe en la fragilidad de los hombres, y más en aquellos que por ser desdichados, no encuentran otros medios de que valerse […]19. (Énfasis añadido)
Como se puede colegir, el dominio de un oficio servía a los intereses del propietario al poder aumentar los valores de sus esclavos en posibles transacciones comerciales, y para los intereses de los esclavos, pues les permitía cierta ascendencia sobre otros esclavos, potencialmente recibir un mejor trato de sus amos y tener algunas prerrogativas, como ciertos márgenes de autonomía (vivir por fuera de la casa del amo, lograr permanecer al lado de su pareja e hijos) y alcanzar algunas ganancias que les permitieran automanumitirse20.
Retomando las festividades, los interrogatorios realizados a Juan de la Cruz Pérez y otros pardos que habían participado de los juegos revelan el interés de las autoridades por controlar las prácticas vitales de los habitantes; esto es, las horas en las cuales podían estar deambulando por la ciudad o fuera de ella, las fechas en las cuales podían permitirse ciertas diversiones y el tipo de uniones que estos podían mantener21. Tanto la celebración de la fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria o fiesta de Nuestra Señora de la Popa, como la celebración de carnavales que tenían lugar, además de en Cartagena, en muchas de las poblaciones de las llanuras del Caribe neogranadino, son ejemplos de cómo a pesar de las prohibiciones los subalternos tuvieron la capacidad de negociar algunos privilegios, como podría sugerir la posición ambivalente de José María del Real frente a las peticiones de los libres de Cartagena. La reiteración de las disposiciones a lo largo del tiempo con las cuales se intentaron controlar las fiestas y los juegos también reafirman la idea de la existencia de conductas colectivas que las autoridades difícilmente pudieron controlar22.