Kitabı oku: «Métodos para la caracterización de la cerámica arqueológica», sayfa 2

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La utilización de procedimientos estandarizados conlleva un beneficio adicional y es que permite la utilización de la información por parte de otros investigadores, así como la revisión crítica del tratamiento dado a sus datos. Piénsese en lo poco útil que resulta a un investigador una descripción hecha con criterios ad hoc y donde además no se define que se entiende por cada cosa. Difícilmente alguien podrá alegar que es mejor una descripción de colores producida a partir de criterios emanados de las percepciones personales del investigador (azul cielo, verde aguacate, rojo mora) que aquella derivada de la Tabla Munsell. No obstante lo anterior, la adopción de procedimientos estandarizados no es un llamado a trabajar por siempre dentro de la seguridad y/o comodidad de los mismos. El hecho de que sean estandarizados significa que han sido probados y aplicados con relativo éxito en muchos casos, pero no significa que no sean susceptibles de ser reemplazados por unos mejores o más eficientes. El constante avance en diferentes campos de la ciencia brinda la oportunidad de percatarse de las dificultades y errores producto de la utilización de métodos estándar, aunque se requiere mucho más que eso para que los tradicionales sean abandonados. Para seguir con nuestro ejemplo, es posible llevar a cabo toda una crítica a la notación de colores realizada a partir de la Tabla Munsell (Orton y Hughes, 2013, pp. 157-158), pero las técnicas alternativas o bien se encuentran en fase experimental o bien no se encuentran a la mano de todos los investigadores, lo que impide en últimas su estandarización (véase por ejemplo, Giardino et al. [1998]).

En resumen, la clasificación cerámica es un procedimiento que deriva, o es determinado por, la teoría arqueológica y por las preguntas concretas de investigación. Por esa razón el análisis de materiales, junto con otros aspectos tales como el tipo de yacimiento que se excava, están irremediablemente atado a la particularidad y necesidades de las investigaciones concretas o programas de investigación. La tipología, o criterios de ordenamiento de los materiales, no es de ninguna manera el descubrimiento de rasgos variables connaturales a los objetos sino una herramienta de análisis correlacionada a aquello que se quiere dilucidar. De otra parte, la caracterización toma como punto de partida el reconocimiento de un conjunto de rasgos (y la variación al interior de cada uno de ellos) que de forma estandarizada son aceptados como correlatos válidos o medios de acercamiento a un objeto determinado. La caracterización puede ser entendida como un conjunto de posibilidades de los cuales el arqueólogo toma aquella o aquellas que pueden ser útiles para su clasificación o construcción tipológica. Esto no quiere decir que la caracterización sea más objetiva o real que la clasificación, por el contrario, ella es el resultado de un cúmulo progresivo de formas de entender los objetos y la materialidad desde la perspectiva de la ciencia arqueológica.

3. El origen, construcción y alcance del presente manual*7

En 2006, mientras era profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Caldas, me fue asignado un curso denominado Laboratorio de Arqueología. La directriz para ese curso era la de entrenar a los estudiantes en lo concerniente al manejo de materiales arqueológicos. Mientras daba trámite al mencionado curso tuve la siguiente cadena de razonamientos: a. Que no tiene sentido enseñar a manejar materiales arqueológicos porque sí, o como si ellos fueran el centro de la práctica arqueológica, o como si la clasificación en sí misma tuviese alguna utilidad o fuera connatural a la arqueología. Para mí es claro que el locus de la arqueología no es el análisis de los materiales arqueológicos, aunque parte de la especificidad de la arqueología se deba precisamente al abordaje de los mismos. b. Lo anterior se podría resolver con un curso sobre teoría y metodología, que no era el objeto del curso. Persistía entonces el problema de cómo acercarse al tratamiento de los objetos arqueológicos en la práctica, en el laboratorio. c. La primera opción y tal vez la más simple era reproducir los procedimientos de aprendizaje y trasladar mis limitados conocimientos sobre cerámica a los alumnos. Esta aproximación me parecía una tarea tediosa y poco útil, en la medida que yo pretendía que el conocimiento no estuviera irremediablemente atado al conocimiento del profesor y, por tanto, que no estuviera ligado a la necesidad de la presencia física del mismo. Durante mi formación como antropólogo siempre me pareció un impedimento, más que una ventaja, tener que acudir a los seres humanos detrás de las tipologías, en la medida que muchas veces los textos no eran suficientemente claros.

Como consecuencia, me di a la tarea de revisar los textos disponibles sobre clasificación cerámica. En este punto concluí que: 1. Existían pocos textos sobre el particular (algo que ha ido cambiando a la fecha 2020); 2. Algunos por su antigüedad eran difíciles de conseguir (Meggers y Evans, 1969; Shepard, 1976) o tuvieron una circulación restringida (Meggers y Evans, 1969; Rojas de Perdomo, 1975) (esto también ha ido cambiando con la incursión de Internet); 3. Muchos otros eran glosarios o diccionarios que sirven como texto de consulta pero no como herramienta pedagógica (Adames, 1982; Heras, 1992; Pérez y Mendoza, 2011; Rojas, 1993); 4. Otros tantos además estaban en inglés (Rice, 1987; 2005; Rye, 1981), lo que representa una limitación adicional para algunos estudiantes; 5. Otros contienen información relacionada con tecnologías cerámicas diferentes a las que se usaron en la época prehispánica en Colombia, lo que puede presentar información confusa para los estudiantes (García y Calvo, 2013; Leahy y Geake, 2019; Orton y Hughes, 2013; Orton et al., 1997); 6. Algunos otros, sobre todo los recientes, refieren a técnicas especializadas donde se requiere un entrenamiento específico y la utilización de laboratorios y materiales también especializados (Banning, 2000; Hunt, 2017).

En resumen, no existía un texto que a mi manera de ver pudiera servir de guía para la caracterización de la cerámica en laboratorio, al menos en los términos que se requerían para el curso en cuestión. La información que me parecía pertinente en realidad estaba diseminada en distintos textos, por lo que un ejercicio de compilación podría ser muy útil. De otra parte, y a pesar de encontrar en unos y otros textos un grupo mínimo de características de la cerámica que son analizadas con procedimientos más o menos estandarizados es aún posible encontrar términos confusos o poco claros. El mejor ejemplo de ello es la distinción entre baño y engobe, tal y como se verá en el Capítulo 5. Estos aspectos fueron los que motivaron en principio la indagación de los procedimientos de caracterización de la cerámica lo que paulatinamente se fue decantando en una serie de talleres cuyo fin era brindar al estudiante de arqueología un conjunto de técnicas básicas sin la necesaria intervención del tutor.

El proceso subsiguiente consistió en la compilación de una serie de procedimientos sobre caracterización. Una vez colectado un volumen importante de información el paso a seguir era darle un orden lógico. Afortunadamente tuve acceso al texto de Owen Rye (1981) y a su concepto de secuencia de producción, el cual, dicho sea de paso, es similar al de cadena operatoria utilizado en los análisis líticos78. No obstante, persistía el problema de cómo manejar la información de manera que pudiera hacerse operativa. La respuesta a esto fue que la mejor manera de entender los elementos y procesos relacionados con la cerámica era la réplica o experimentación. En consecuencia, se diseñaron una serie de talleres cuyo eje fue la cerámica elaborada por los mismos estudiantes. De esta manera, cada taller se componía de tres partes: en primer lugar, una serie de conceptos e información pertinente a cada tema; en segundo, un grupo de actividades; y finalmente, los productos esperados para cada uno de ellos.

Entre los años 2007 y 2009 se sucedieron diferentes versiones que fueron puestas a prueba en el mencionado curso. Paralelamente, compartí el manual con algunos colegas y otros comenzaron a solicitarlo para usarlo como guía en sus trabajos de laboratorio. A cambio siempre les solicité que si encontraban algún error, inconsistencia o ambigüedad me la hicieran saber para así mejorar el texto. Algunos colegas se tomaron el trabajo seriamente y me enviaron correcciones, de otros aún espero que cumplan sus promesas.

En algún punto advertí que la última versión del manual (2009) estaba siendo extensivamente utilizada en diferentes proyectos de arqueología, sobre todo preventiva. Incluso fui invitado por algunos proyectos para hacer talleres basados en este manual. Esta última experiencia me dio la oportunidad de revisitar el texto en su totalidad, advertir errores y ambigüedades y direccionar las actividades sin la necesidad de hacer réplicas y experimentación. Así las cosas, concluí que era posible publicar un manual sin los talleres originales, que difícilmente podrían ser replicados, por ejemplo, en un proyecto de arqueología preventiva, y que, aun así, continuaría prestando un servicio importante a los arqueólogos. Con estas ideas en mente, reescribí el texto con algunas nuevas ideas y lo actualicé y complementé con bibliografía reciente.

Desde la construcción de la primera versión del manual fui consciente de la importancia de los dibujos como forma de facilitar la transmisión de una idea respecto a la descripción de la cerámica. Por ejemplo, es frecuente que en los textos de arqueología se presenten descripciones de decoraciones verdaderamente incomprensibles, que si llegan a ser reemplazadas o complementadas por un dibujo de la misma se hacen mucho más “digeribles”. Afortunadamente, cuando estaba preparando esta versión del manual establecimos una productiva alianza con el proyecto de Catálogo de Cerámica Arqueológica de Colombia (en adelante CerArCo), dirigido por Alberto Sarcina, del Grupo de Patrimonio del Instituto Colombiano de Antropología e Historia –ICANH–. Este proyecto, financiado por el ICANH y la Embajada de Suiza en Colombia, y el manual comparten varios objetivos y miradas, por lo cual fue muy fácil comprender que este manual se vería enormemente beneficiado por las imágenes y definiciones que dicho proyecto estaba construyendo. Adicionalmente, el manual pudo ser enormemente enriquecido con los anexos construidos por el equipo del Catálogo, consistente en una serie de indicaciones para el dibujo arqueológico a mano y digital. En fin, la integración de la información proveída por el Catálogo no solo mejoró la calidad técnica de los dibujos, sino que permitió adicionar una gran cantidad de información que definitivamente enriqueció este manual. Sea este el momento para agradecer a Alberto Sarcina por la decisión de sumarse a este proyecto y a Juliana Campuzano Botero por el trabajo de “enlace” con el equipo del proyecto CerArCo y la paciente tarea de seleccionar los dibujos para este texto.

El eje de esta nueva versión continúa siendo la secuencia de producción, expuesta en el Capítulo 1. Dicha secuencia se convierte en el marco del cual se desprenden los sucesivos capítulos sobre el desgrasante, la forma-función, color y decoración y grosor. Se define la secuencia de producción de la cerámica como aquella que involucra los siguientes procedimientos: obtención de las materias primas, alistamiento, mezcla, manufactura, distribución, consumo y descarte (Rye, 1981, p. 3). Siguiendo al mencionado autor, dentro de dicha secuencia se encuentran algunas operaciones necesarias o esenciales y otras que no lo son (en la medida que no afectan la utilidad del producto resultante). En el primer grupo está la identificación, elección, extracción y transporte de las materias primas, su puesta a punto, la elaboración de la vasija, secado, cocción, uso y descarte. En el segundo grupo están algunos procedimientos relacionados con el acabado tales como el pulimento, la pintura y en general las diferentes formas de decoración. Como se puede observar, la caracterización con base en dicha secuencia asume, como punto de partida, que la producción de la cerámica está determinada por la función que se espera desempeñe.

La adopción de la perspectiva descrita anteriormente tiene algunas implicaciones que se deben mencionar. En primer lugar, el manual hace énfasis en las vasijas, dejando de lado la descripción de otros elementos generalmente elaborados en arcilla tales como las figurinas, rodillos, sellos, instrumentos musicales o volantes de uso. Si bien algunos elementos aquí contemplados pueden ser de utilidad para su caracterización (descripción de desgrasante, color, textura), lo concerniente sobre todo a aspectos morfo-funcionales ameritan procedimientos diferentes que aquí no se exponen.

En segundo lugar, los procedimientos descritos son aquellos que pueden ser llevados a cabo sin un equipo o conocimiento especializado y por ende de forma simple y a bajo costo. Actualmente se cuenta con una amplia variedad de análisis especializados tales como las secciones delgadas, análisis traza, observaciones microscópicas de restos de comida, análisis químicos para determinar colorantes, entre otros, que pueden coadyuvar a una mejor definición y resolución en aspectos tales como la materia prima y la función, pero que requieren no solo una importante inversión en dinero, sino la intervención de especialistas de otras áreas (una excelente introducción a todos estos nuevos análisis y su utilidad se encuentra en: Hunt, 2017). En este sentido, el objetivo del manual es que cualquier persona, sin muchas ideas previas respecto a los materiales arqueológicos pueda, al final, tener un conocimiento básico sobre su caracterización.

En tercer lugar, el presente manual refiere casi exclusivamente a técnicas relacionadas con la cerámica prehispánica. Se sabe que un buen número de aspectos tradicionales continuaron vigentes no solo durante la época colonial sino incluso hasta la república (Ome, 2006; Therrien, 1996; Therrien et al., 2002) y el presente (Castellanos, 2004; 2007). Aspectos como la fabricación mediante torno y la cocción en horno, son brevemente explicados en razón a que, en una buena cantidad de yacimientos arqueológicos, se encuentran cerámicas no prehispánicas con las que de todas formas debe tratar el arqueólogo. En este sentido, este manual acoge la denominación establecida por Therrien et al. (2002), que denomina “cerámica de tradición indígena” a ese conjunto de técnicas de producción que imperaban al momento de la invasión española pero que no fueron completamente reemplazadas en el siglo XVI.

En cuarto lugar, otros aspectos tales como el contexto también se relacionan con las especificidades de la investigación. Es posible que materiales arqueológicos provenientes de contextos funerarios puedan, o deban, recibir un tratamiento diferente a aquellos originados en contextos domésticos. Esta conclusión, debe ser el resultado del cruce de variables más que de la implementación de un procedimiento de caracterización.

Otro aspecto que deberá ser estudiando, ya que altera en gran medida el carácter mismo de la información, es el grado de alteración producto de procesos postdeposicionales (Schiffer, 1995). La bibliografía sobre el particular es aún limitada y segmentaría, lo que traduce en la imposibilidad de contar con generalizaciones que, al fin de cuentas, son las que permiten la construcción de un manual. Estos análisis deberán hacerse en el futuro en contextos propiamente colombianos. En este sentido, los estudios etnoarqueológicos son y serán una herramienta invaluable (Castellanos, 2004; 2007; Osborn, 1979).

Una última aclaración sobre el ámbito y “originalidad” de este manual. Debe ser absolutamente claro que el ejercicio que he hecho es de compilación más no de investigación. No se encontrará en las páginas siguientes una “nueva técnica” de caracterización cerámica o algo por el estilo. Lo que se encontrará es un conjunto de técnicas basadas en la información contenida en una importante cantidad de textos que se encuentran citados en las referencias. Como el lector “especializado” en cerámica podrá apreciar, existen algunos elementos originales y muy propios de este manual, pero no tiene mucho sentido aquí diferenciar qué cosas no se encuentran en otros textos. En la mayoría de los casos, conceptos, análisis y técnicas se repiten en uno y otro texto y no es mi intención citar en detalle todos los textos que originaron cada una de las frases del presente manual. Tampoco es mi intención debatir o corregir los errores o ambigüedades que se hallan en esos textos. Cuando existe un texto que de forma particular provee indicaciones o información sobre un tema particular se ha hecho la cita concreta para que ella sirva de guía para que el lector pueda profundizar tópicos de su interés. Por ende, espero que al final se comprenda que mi intención de compilar de forma ordenada un conjunto de técnicas para la caracterización es proveer una herramienta que reduce y simplifica el trabajo de los arqueólogos en laboratorio.

Consideraciones previas

Cada yacimiento arqueológico es único, así como los objetos obtenidos de él. La práctica arqueológica se caracteriza por destruir gran parte del objeto de estudio mientras lo analiza. Un yacimiento arqueológico no se puede ser re-excavado. Durante las fases posteriores a la excavación, se utilizan diferentes procedimientos por medio los cuales se “reconstruye” la situación de los objetos arqueológicos, pero el investigador debe ser consiente que su intento es parcializado y nunca podrá dar cuenta de un yacimiento en su totalidad; no solamente por las condiciones impuestas a la investigación misma (la disponibilidad presupuestal, el tiempo disponible para excavar, el grado de avance de las técnicas al alcance del arqueólogo) sino por las preguntas de investigación que han motivado la necesidad de excavar un yacimiento particular y que resultan en el tratamiento diferencial de los materiales.

Lo anterior se resume en que las consideraciones y conclusiones emanadas del trabajo arqueológico son generalmente consideradas como los “datos” del yacimiento. Difícilmente un arqueólogo puede volver a revisar el material excavado y analizado con anterioridad por otro, lo que obliga al primero en confiar en los datos del segundo; en ese sentido, la arqueología mantiene un carácter acumulativo. Esta situación es especialmente evidente en lo referente al material cerámico. La aproximación tradicional a dicho objeto requiere o bien la construcción de tipologías o la adscripción del material de un nuevo yacimiento a los tipos previamente establecidos (Rouse, 1982, p. 45). Pero en los dos casos el procedimiento se basa en el reconocimiento de los conjuntos construidos por investigaciones previas. Como se puede observar, el punto de partida, y que subyace a toda esta práctica, es la confianza en el buen juicio de los colegas, en su honestidad y en el tratamiento responsable de los objetos arqueológicos. Cuando se analiza el material arqueológico procedente de un yacimiento difícilmente se hace sin atender, de una u otra manera, a las elaboraciones tipológicas producto de investigaciones anteriores. En algunos casos las construcciones previas serán cuestionadas, reorganizadas, revaluadas y descartadas, pero todas estas acciones parten de la confianza en la honestidad del investigador.

A algunos lectores les parecerán estas aclaraciones verdades de Perogrullo que no requerirían mayor comentario. Sin embargo, aunque parezca sorprendente, en los pasillos de los congresos y reuniones de arqueólogos aún se escuchan casos de investigadores que manipulan la evidencia para hacerla “encajar” a sus “necesidades” (traslado de tiestos de nivel, ubicación de vasijas no excavadas por arqueólogos en tumbas excavadas por ellos, enterramiento de cerámica u otros objetos arqueológicos, eliminación de objetos de valor de los informes finales, traslado de material de un yacimiento a otro, entre otros). Algunos lectores pensarán que estas prácticas son de vieja data, propias de arqueólogos viejos. Nada más alejado de la realidad, la situación actual de la arqueología colombiana, mayoritariamente dedicada a la arqueología preventiva, muestra que algunas de esas prácticas persisten o incluso se potencializan en nuevos practicantes.

Lo anterior parece una consideración más de carácter ético que científico, si es que se puede pensar que las dos pertenecen a dominios separados. Pero las circunstancias mencionadas son solamente aquellas en que podemos hacer referencia a la alteración intencional y mediocre de los arqueólogos, que por suerte es más la excepción que la regla. Sin embargo, otro grupo de problemas parte del descuido o poca atención al material arqueológico, lo cual es sumamente contradictorio en una ciencia tan profundamente ligada a la materialidad como es la arqueología. Si se deja de lado la manipulación malintencionada de los objetos arqueológicos, se puede hacer referencia a un grupo de cuidados mínimos que se deben tener respecto al material arqueológico desde el momento de su excavación, hasta su disposición final en una ceramoteca o colección de referencia. Cuidados que minimizan el riesgo de alteración de la evidencia y por ende de las conclusiones extraídas de ella. Tal como lo han advertido (Orton et al., 1997, p. 60): “Mucha de la información proporcionada por la cerámica dependerá de los métodos empleados para recogerla y del rigor con que se apliquen”. Nuevamente, muchas de estas observaciones parecerán triviales, tan obvias que seguramente no deberían merecer ser mencionadas. Sin embargo, considero que cualquier arqueólogo que las lea estará de acuerdo y probablemente recordará algún episodio donde dicha omisión ocurrió con mayores o menores tragedias para el desarrollo de su investigación.

La primera consideración refiere al marco legal en el cual se inscribe la práctica arqueológica en Colombia y la forma como se entienden los objetos arqueológicos. Según la Constitución Política de Colombia (Arts. 63 y 72), la Ley General de la Cultura (Ley 397 de 1997) y Decretos reglamentarios (Decreto 833 de 2002), los objetos arqueológicos son propiedad de la Nación, lo cual conlleva ciertas implicaciones: 1. Cualquier intervención sobre el patrimonio arqueológico debe ser debidamente autorizada por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia –ICANH–. Las intervenciones deben acogerse a los requerimientos y lineamientos emanados por esta entidad. 2. Los objetos recuperados como producto de la práctica arqueológica no se convierten en propiedad privada del arqueólogo, ni de las empresas. Tampoco lo es la información que se genere sobre ellos. 3. El arqueólogo debe disponer de un plan de manejo de los objetos arqueológicos encaminado a la conservación de los materiales durante la fase de análisis y que permita la adecuada disposición y salvaguarda una vez la investigación ha culminado. 4. El arqueólogo y/o la empresa es responsable del adecuado uso y manipulación de los objetos arqueológicos.

Previamente a la fase de excavación, el arqueólogo debe diseñar un sistema de rotulación para el material colectado en campo. La rotulación debe ser suficientemente clara a cada uno de los miembros del equipo de excavación de manera que cada uno tenga seguridad respecto a qué, cómo y en qué momento marcar el material. La rotulación es consecuente con el diseño mismo del trabajo de campo. Cada uno de los objetos colectados debe ser referenciado, es decir, al final de la excavación debe ser posible saber exactamente de dónde proviene cada objeto. Como bien lo plantean (Domingo et al., 2015, p. 208): “los restos arqueológicos no tienen ningún valor si no sabemos de dónde proceden”. Para ello, tres recomendaciones: a. Marcar siempre claramente; b. Con un material que no se corroa al contacto con elementos tales como el agua o la tierra; c. Utilizar para el embalaje de los objetos bolsas suficientemente resistentes y de tamaño adecuado.

Cuando se trate de una investigación que contemple varias fases de campo y la probable rotación de personal será útil incluir en la rotulación la fecha o número de temporada de campo, el nombre de la persona a cargo y el lugar de excavación o consecutivo dado a cada sitio. En todo caso, el diario de campo se convierte en una herramienta fundamental donde se puede consignar cualquier información que el excavador considere pertinente.

El proceso de lavado del material debe hacerse solo en condiciones que permitan: a. La disposición del material en lugares donde se asegure su secado; b. La seguridad de que no se va a mezclar; c. El tiempo de secado requerido. La forma como se lava el material depende en ocasiones del material mismo, pero en otras de los análisis que se pretendan hacer (lo que otra vez recuerda que la manipulación de los objetos está estrechamente ligada a las preguntas de investigación). Respecto al primer condicionante, es evidente que materiales altamente friables deben ser lavados rápidamente (poco tiempo de contacto con el agua) y con elementos poco corrosivos (a veces únicamente con los dedos). Sobre el segundo condicionante, si se pretende practicar algún análisis particular puede ser necesario no lavar el material (por ejemplo, si se quieren recuperar micro-restos de la cerámica o hacer análisis traceológico sobre artefactos líticos).

Una vez en el laboratorio, la cerámica limpia generalmente se marca con la misma rotulación que se ha asignado en campo. Idealmente, se aplica una capa de esmalte que genera una superficie lisa sobre la cual se escribe el código con tinta china. Cuando la cerámica es de color oscuro se puede reemplazar el esmalte por corrector líquido blanco. Este código se sella con una capa de esmalte transparente. Hasta donde sea posible se debe marcar la capa interna del tiesto, buscando la proporcionalidad entre la discreción y la legibilidad. No se debería marcar sobre un elemento diagnóstico como la decoración.

Una vez el material ha sido debidamente marcado se puede proceder a su análisis tal y como se indica en el presente manual. Otras indicaciones sobre el manejo de los materiales arqueológicos desde el proceso de excavación e incluso consideraciones previas al trabajo de campo pueden encontrarse en los textos de Joukowsky (1980), Orton et al. (1997), Domingo et al. (2015); y en manuales básicos de arqueología (Renfrew y Bahn, 2008).

Antes de comenzar… ¿Qué materiales se requieren?

La lista a continuación presenta los materiales y herramientas que se requieren para las actividades de caracterización de la cerámica. Esta lista de chequeo puede ser muy útil sobre todo para los arqueólogos que pasarán largas temporadas en zonas donde algunas de las herramientas no se consiguen con facilidad. Se presenta en el orden de dificultad en que se pueden obtener:

1. Tabla Munsell. Costosa, pero muy necesaria. NO se consigue en el país, por lo que es necesario ordenarlo con tiempo a través de plataformas digitales.

2. Peine o contorneador (contour gauge). Aunque no es muy costoso (~ 10 dólares), NO se consigue en el país, por lo que es necesario ordenarlo con tiempo a través de plataformas digitales.

3. Lupa cuenta hilos.

4. Compás con extensión (se requiere para el diametrónomo). Es necesario que tenga extensor para poder dibujar diámetros grandes.

5. Pie de rey.

6. Alicate.

7. Pliegos de papel bond blanco.

8. Reglas.

9. Tinta china y plumillas.

10. Lápices negros y colores.

Para el dibujo arqueológico:

1. Escuadras: una de 45° y una de 60°, con el 0 que coincida con el ángulo recto de la escuadra.

2. Reglas: una de 20 cm, con el 0 que coincida con el comienzo de la regla.

3. Un flexómetro o un metro de albañil.

4. Calibradores: un calibrador normal “pie de rey” y un calibrador a fórceps (o “a bailarina”).

5. Compás: preferiblemente con los dos brazos articulados y con posibilidad de extensión.

6. Peine para cerámica: posiblemente con dientes de plástico.

7. Lápices: dos portaminas de 2 mm y 1 portaminas de 0.5 mm. Minas de 2B, HB y H. Se recomienda lápiz Staedtler ya que con ellos se logra un mejor trazo sobre la característica grasa del papel pergamino.

8. Borrador: blanco o negro del tipo suave, de buena calidad.

9. Papel milimetrado tamaño A3: asegurarse de la buena calidad del papel y de la precisión de los centímetros del mismo (muchas veces no corresponden a centímetros reales).

10. Papel pergamino: de buena calidad y 90-150 g.

11. Cinta de enmascarar: ancho 1 cm.

12. Rapidógrafos: en una gama de puntas de 0.05 a 0.4 mm.

1 Esta idea puede ser corroborada, por ejemplo, en la revisión de la colección de monografías de la FIAN, donde en la mayoría de casos es posible observar los mismos criterios y atributos propuestos por los mencionados autores, e incluso expuestos en el mismo orden.

2 Existen no obstante notables excepciones como el reciente trabajo de Boada y Cardale (2017).

3 Entender la naturaleza de la discusión que sobre el particular ha tenido lugar en Norteamérica es importante en la medida que permite una mejor comprensión de los criterios utilizados en la arqueología colombiana desde mediados de siglo XX. Así mismo, las elaboraciones recientes respecto a algunos tópicos como la dicotomía estilo-función permitirían superar ciertos abordajes allende problemáticos y cuya implementación amerita ejercicios analíticos más meticulosos. Véase al respecto la definición de estilo formal y tipo cerámico formulada por Therrien et al. (2002).

4 Esta visión es resumida en los postulados de Irvin Rouse (1960) para quien los conceptos estándar que rigen el comportamiento de los artesanos (la elección de materias primas, técnicas de manufactura, forma, decoración y uso) generan a su vez atributos estándar, que pueden ser igualmente agrupados en clases rastreadas por los arqueólogos y que se convierten en la base de lo que él denomina clasificación analítica. Una vez determinados los posibles atributos, es posible seleccionar algunos de ellos con el fin de construir tipologías, clasificación taxonómica. En otras palabras, la primera es inherente a los artefactos en tanto que la segunda es impuesta a los mismos.

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