Kitabı oku: «Conversaciones con la naturaleza. Ensayos Cognitivos desde los Andes», sayfa 3
...el perro ni quemándole el hocico se le quita lo webero es chueco del pie izquierdo así no nací ni lo heredo más le metí 3 balazos le han pegado en el cuerpo sigo la orden del jefe secuestro, mato y entierro! (…)
…Con cuernos de chivo y basuca en la nuca, volando cabezas al que se atraviesa, somos sanguinarios, locos bien ondeados, nos gusta matar. Para dar levantones somos los mejores, siempre en caravana toda mi plebada bien empecherados blindados y listos para ejecutar.
En las dos manifestaciones culturales se explicita el salvajismo de los sentimientos, pues la guerra significa prevalecer sobre el enemigo con las formas más violentas posibles donde se incluyen mutilaciones y torturas. El debilitamiento de los códigos sociales, que limitan el instinto agresivo, normaliza lo que en el momento de mayor integración y diferenciación creciente es considerado anormal o enfermizo. Las fuerzas sociales de carácter penalizador pierden vigencia ante la amenaza de poder ser exterminado por el otro, con el cual ya no hay fuerte integración e interdependencia, por lo tanto se lo considera el enemigo. “La única amenaza, el único peligro que pudiera suscitar temor era el de verse vencido en la lucha por un contrincante más fuerte” (Elías, 1988, p.232). Este proceso de desintegración social no se encuentra solo en el campo del crimen organizado, sino que se extiende en menor intensidad por toda la sociedad. De hecho las manifestaciones de violencia e incluso crueldad están incorporadas cada vez más al trato social (un ejemplo es el llamado bullyng).
En el momento actual de la curva civilizatoria se puede observar que la agresividad deja paulatinamente de ser restringida y sujeta a reglas, pues éstas no son observadas por los individuos. La autocoacción lograda, que permite a los sujetos reprimir sus emociones sobre todo las agresivas, se debilita y hace posible la descarga generalizada de emociones.
La mercantilización de toda la vida, y particularmente de la sexualidad, quiebra los controles sobre todas las formas de placer. El desagrado, el pudor, la vergüenza, que establecían los límites a las pulsiones humanas, se retiran y dejan abierta la posibilidad de vivir el placer de manera total, lo cual es muy funcional a la industria y al mercado legal e ilegal del sexo, por ejemplo. Los seres humanos dan rienda suelta a sus impulsos y esto conlleva el aumento de la violencia horizontal, es decir aquella que acontece entre las personas de manera cotidiana.
Los medios de comunicación de masas y las redes sociales exponen, muchas veces de forma obscena, todo tipo de noticias donde se muestra la violencia y crueldad entre los seres humanos y de éstos en contra de las otras especies de animales y de la naturaleza en general (guerras entre Estados, naciones, grupos, mafias, violencia de género extendida hasta el femicidio brutal, tortura y crueldad en contra de los animales, depredación de la naturaleza, etc.) Este tipo de exposición abrumadora de signos inconexos de la violencia humana, al contrario de generar rechazo hacia la misma, forja una aceptación que expresa un claro proceso de desensibilización. Si a esta exposición de la violencia se suma la industria cultural de la violencia de ficción (películas, series, video juegos, etc.), que no solo la normaliza sino que la promueve, el resultado es la progresiva liquidación de las restricciones a los impulsos agresivo y por lo tanto la desintegración del lazo social.
En la Edad media:
Las manifestaciones de la crueldad no quedaban excluidas del trato social. No eran socialmente condenables. La alegría producida por la tortura y el asesinato de los otros era muy grande; era una alegría socialmente permitida. Hasta cierto punto la estructura social operaba en ese sentido y hacía que este tipo de comportamiento fuera necesario y razonable. (Elías, 1988, p.233)
De algún modo, se puede decir que la violencia hacia el otro(s) empieza a provocar cierto agrado en los sujetos modernos, lo cual expone el debilitamiento de la máxima de la actual civilización “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esa ley fundamental de origen religioso es la que puso los cimientos para todo el desarrollo de los códigos, regla y leyes jurídicas que reprimían las pulsiones humanas para dar paso a la socialización moderna.
Es de la interdependencia de los seres humanos de donde se desprende un orden social concreto que al estar sobre la voluntad y la razón de los individuos aislados que lo constituyen, les otorga fundamento existencial. “Este orden de interdependencia es el que determina la marcha del cambio histórico, es el que se encuentra en el fundamento del cambio histórico” (Elías, 1988, p. 450). En atención a la tesis citada, otro fenómeno que muestra la crisis civilizatoria es la extrema individualización y atomización de la vida social, en gran medida por efecto de la mercantilización extendida y la incursión de la tecnología en la organización de la cotidianidad.
La secularización mercantil, operada en la constitución y desarrollo del mundo moderno sobre todo en la era de la globalización, ha puesto fin a todo tipo de autoridad simbólica (religiones, utopías, ideologías, valores, etc.) La retirada de la autoridad simbólica provoca la destrucción del sujeto como sujeto de deseo, así como la de los objetos sustitutos con los cuales éste construye el relato imaginario que da sentido a su existencia. A su vez, sin sujeto no es posible el reconocimiento intersubjetivo que establece relaciones de interdependencia simbólico-social. En atención a lo dicho, el fin de la autoridad simbólica significa orfandad de mundo, lo que determina el aislamiento de los individuos en un proceso que algunos autores denominan narcisismo cultural o social, entendido como el fracaso del ser frente al devastado “mundo exterior” (Mires, 2005).
Sin autoridad simbólica, los seres humanos deambulan en territorios sin mundo en busca de sustituciones excrementales (drogas, sectas, lujo, dinero) o simplemente se adaptan al medio ambiente, simbólicamente devastado, hasta el punto de alcanzar una despersonalización casi total (Mires, 2005). Se trata de individuos apáticos, conformistas, indiferentes y temerosos que tienden a encerrarse en sí mismos como forma de sobrevivencia.
El aislamiento y atomización social se facilita y promueve por la economía libidinal del consumo capitalista. Se trata de la producción masiva de objetos mercancías que vienen a remplazar a los objetos simbólicos (objetos de deseo) y que producen en el consumidor la sensación de satisfacción total. Esta sensación de estar completos o sin falta es posible en la medida en que los objetos-mercancía crean la necesidad que van a satisfacer, lo que muestra la subordinación del deseo al mercado. Por su parte, la experiencia de estar completo es la experiencia de los adictos, que surge de su dependencia total al objeto excremental mercancía y no en la interdependencia con otros seres humanos. Se puede afirmar que los objeto mercancía son objetos de satisfacción (recarga libidinosa) y no de deseo.
Cuando se señala que las mercancías son objetos de satisfacción, no es debido a que permiten la realización de una necesidad concreta humana, es decir por la realización del valor de uso. Todo lo contrario, la experiencia de la satisfacción se da por el dominio del valor de cambio sobre el de uso, por el fetichismo del objeto-mercancía, es decir, por la pura devoción al objeto, por el objeto mismo en lo que su valor mercantil representa. La sensación de satisfacción total experimentada por el individuo hace que éste quede adherido al objeto mercancía, sin posibilidad de recuperar el deseo.
Cada vez que el individuo consume una mercancía, al contrario de permitirle tejer un mundo con el cual cubrir su falta estructural, lo que hace es que ésta se agrande hasta vaciar totalmente se existencia. Esta imposibilidad hace que el sujeto consuma más y más hasta quedar atrapado alrededor de la mercancía, que se ha convertido en un objeto resto (objeto a minúscula), que no le posibilita realizar la energía libidinal en la construcción de mundo. En otras palabras, la mercancía destruye al sujeto en tanto que sujeto de deseo y lo convierte en resto presimbólico, un individuo cosificado incapaz de interactuar con los otros y establecer relaciones sociales por medio del lenguaje.
Adherido de un objeto-mercancía cualquiera, que encapsula la energía libidinal, el individuo se aísla cada vez más y desarrolla el más alto grado de narcisismo patológico, la esquizofrenia “…que surge de la imposibilidad del ser para acceder a la ‘realidad exterior’” (Mires, 2005, p.253). Todo lo dicho lleva a concluir que la sociedad actual asiste a un acelerado proceso de desocialización o entrada fallida en la sociedad, que muestra claramente la tendencia decreciente de la integración y por lo mismo crisis civilizatoria.
Decadencia Política
La globalización económica, dominada por las corporaciones transnacionales, tiende a comprimir el poder de las economías nacionales y con ello el poder del estado nacional, en lo que tienen que ver con el control económico -monopolio de las finanzas-. Según Wallerstein (2005):
…los estados imponen las reglas sobre el intercambio de las mercancías, el capital y el trabajo, y en qué condiciones pueden cruzar sus fronteras. (…) Un estado soberano tiene en teoría el derecho a decidir qué puede cruzar por sus fronteras y en qué condiciones. A más fuerte el estado, mayor es la maquinaria burocrática y por lo tanto mayor es la capacidad de imponer las decisiones referida a transacciones que atraviesan sus fronteras. (p.68-69)
En la era de la globalización, el poder del estado nacional, como centro de administración del poder, basado en el monopolio de las finanzas, se comprime.
Los medios financieros que afluyen así a este poder central, sostienen el monopolio de la violencia; y el monopolio de la violencia sostiene el monopolio fiscal. Ambos son simultáneos; el monopolio financiero no es previo al militar y el militar no es previo al financiero, sino que se trata de dos caras de la misma organización monopolista. (Elías, 1988, p.345)
Así, la pérdida del control financiero a nivel nacional es al mismo tiempo o en tiempo mediato la pérdida del control de la violencia, que provoca que el Estado deje poco a poco de ser un aparato administrativo permanente y especializado en la gestión de los recursos militares y financieros y, en esa medida, pierde su capacidad de restringir la violencia a través instituir códigos y reglas de control social. La precariedad del Estado nacional, sea por estrechamiento y fragilidad de sus funciones (monopolio de las finanzas y monopolio de la violencia física) o por la contaminación de sus instituciones por la infiltración de estructuras criminales o paraestatales, es una muestra clara de la crisis civilizatoria.
Las luchas económicas, política y culturales que tienen lugar dentro de los estados nacionales, sobre todo aquellas que lleva adelante el crimen organizado, fragmentan el territorio nacional en una especie de “pequeños señoríos” controlados por los cárteles y que en cierta medida están por fuera del control estatal, o protegidas por el narco estado. México, Colombia e incluso en Estados Unidos viven de alguna manera esta realidad. La güetificación de zonas marginales de la población también tiende a desintegrar el control del Estado en los territorios que ocupan las poblaciones expulsadas. Brasil es un claro ejemplo de lo dicho. Estos procesos, entre otros, generan pequeños centros de dominación política paralelos al Estado, que pone en riesgo el control político de este monopolio de poder y dominación centrado e integrador. La organización monopolista de la violencia se debilita y grupos pequeños hasta individuos aislados tienen cada vez más libre disposición sobre los medios militares, que estaban reservados al poder central del Estado. Esta liberación del uso de recursos bélicos tiene que ver mucho con el negocio de las corporaciones armamentistas, por ejemplo. Lo mismo sucede con la facultad de recabar impuestos sobre la propiedad o sobre los ingresos de los individuos, el Estado como poder central pierde paulatinamente esta competencia, por la presencia más fuerte de organizaciones paraestatales. Se refiere lo dicho a las grandes corporaciones empresariales sean de carácter legal o ilegal (cárteles y mafias).
Es conocido el poder que tienen las corporaciones transnacionales sobre los estados nacionales, incluso los más poderosos. La influencia que ejercen las corporaciones capitalistas sobre los estados, por ejemplo, para volverlos compradores a gran escala de sus productos con precios excesivos, es manifiesta. A su vez, es conocido también como las estructuras de la economía ilegal atraviesan las instituciones del Estado, ante todo las militares y financieras.
Los grandes capitales, sean legales o ilegales, tienden a ejercer todas las funciones de dominación, que, administradas con su propia maquinaria, se convierten en poderes paralelos al Estado. En la expansión y defensa de sus intereses y propiedad corporativa el capital, por ejemplo, utilizan seguridad privada; verdaderos ejércitos paraestatales forman parte de estos poderes alternos. La demanda sobre territorios, mercados y conocimiento para la producción, reproducción y acumulación de capital provoca una competencia a muerte que se libra con los medios de la violencia bélica y financiera por fuera del control estatal. En esta lucha abierta, algunos grupos e individuos triunfan y otros sucumben, unos quedan excluidos de la competencia y otros están obligados a depender de los triunfadores para sobrevivir.
En cualquier ámbito social existe una cantidad determinada de personas y una cantidad determinada de recursos o posibilidades que son escasas, o al menos insuficientes en relación a las necesidades de las personas, y más aún en relación a las demandas de acumulación capitalista. Ante la debilidad de un poder central, los individuos y los grupos económicos que luchan por conseguir los recursos disponibles, difícilmente pueden mantener una situación de equilibrio y evitar que uno de ellos triunfe sobre los otros, más si se encuentran en una situación de competencia libre (libre mercado) no influida por algún poder de control. Los competidores que triunfan ven aumentar sus oportunidades y ganancias al tiempo que se disminuyen la de los vencidos, en la medida en que se apropian de las oportunidades de los derrotados o al menos de una parte de ellas. Es una lucha por la supremacía que va concentrando oportunidades en manos de una cantidad menor de grupos o individuos por fuera del poder del estado, o a su vez con anuencia del mismo.
La política neoliberal del libre mercado o la subordinación del Estado a los negocios del capital (caso de la China actual) en la era de la globalización, explica la desintegración del Estado moderno. Así, cada vez más, la lucha social transita desde la disputa por determinar quiénes administrarán el aparato Estatal hacia la destrucción misma del monopolio estatal de la dominación. Para Negri.T.Hardt.M (2001) “El nuevo paradigma está definido por la declinación definitiva de los Estados-nación soberanos, por la desregulación de los mercados internacionales, por el fin de los conflictos antagónicos entres sujetos Estado, y así en más” (p.58).
Para finalizar esta parte es importante recordar que: “En torno a estos dos monopolios mencionados van cristalizando otros posteriormente, pero estos dos siguen siendo los monopolios clave. Si estos monopolios desaparecen, desaparecen todos los otros, desaparece el «Estado» (Elías, 1988,p.345).
Decadencia Cultural
Un número creciente de procesos productivos incorporan como insumo decisivo la información digital, la misma que producen mercancías digitales. Lo particular de este tipo de mercancías es que en su producción “…los costos de materias y de energía son despreciables frente a los conocimientos involucrados” (Zukerfeld, 2008, p.3). La materia y energía pierden su centralidad en el costo del proceso productivo y son reemplazadas por la información digital, variación que desestabiliza la propiedad sobre los medios de producción. La apropiación privada del nuevo insumo, que puede multiplicarse y difundirse a velocidades nunca antes vistas, no puede ser protegida como la propiedad física e incluso energética de los medios de producción de la época industrial. La inmaterialidad de la información digital la hace susceptible de apropiación y redistribución colectiva.
El desarrollo de esta nueva tecnología de la información pone en debate la vieja tesis marxista sobre la contradicción entre las relaciones sociales de producción y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas.
Llamamos Capitalismo Cognitivo (CC) a la etapa del modo de producción capitalista signada por la contradicción entre relaciones sociales de producción orientadas a los tres tipos de bienes informacionales como mercancías, y el grado de desarrollo de las fuerzas productiva asociado a la ontología de replicable de la información digital, que amenaza el status mercantil de esos bienes (Zukerfeld, 2008, p.4).
Ante el peligro de la vigencia de la propiedad privada sobre el primer insumo de la producción del capitalismo actual, la también nueva burguesía de la era digital tuvo que asegurar su poder a través de un nuevo sistema jurídico, específicamente referido a la propiedad intelectual.
Esta transformación, en el marco de la lógica de acumulación de capital, provoca la acelerada apropiación privada del conocimiento social, más aún cuando la dinámica de esta tecnología tiende a democratizar las invenciones científico-tecnológicas. Lo expuesto encuentra su explicación en razón de que los usuarios de esta tecnología pueden transformarse en creadores y tomar el control, lo que produce una alteración en el circuito producción-consumo. Dicho de otra manera, la oferta de muchos de los servicios que se consumen pueden ser asumidos directamente por el consumidor, el consumidor puede convertirse en el propio productor de sus productos e incluso empezar a venderlos.
La privatización del conocimiento social permite que éste se coinvierta de manera directa en la mercancía privilegiada para la ganancia y acumulación de capital, en el marco del surgimiento de las multinacionales del conocimiento y el dominio del capital financiero. En rigor, no es que el conocimiento se acumule, sino que al ser atrapado por el capital financiero, que a través de los procesos de calificación de calidad produce su valorización, lo convierte en valor de cambio. En este proceso el conocimiento no solo que se privatiza, sino que abre paso a la privatización de todos los espacios donde éste se produce: Sistema Universitario, Centros de investigación, Culturas diversas, Centros de innovación y creación científica, artística y cultural. De esta manera la economía y la cultura quedan articuladas por efecto de la nueva tecnología de la información digital, más aún, la cultura queda subsumida al capital.
Con el signifícate propiedad intelectual y todo el campo simbólico-jurídico que él articula, los capitalistas cognitivos acaban con la escisión entre la industria y la tecnología, de un lado, y las obras artísticas y espirituales, de otro. La información digital mezcla la economía y la cultura. “En Internet se ensamblan partes de un programa de software (similar como generador de ganancias de productividad a los bienes de capital fordistas) y se descargan libros, en ambos casos intercambiando bits” (Zukerfeld, 2008, p.7).
Es común en los tiempos de la propiedad intelectual hablar de Economía del Conocimiento e Industrias Culturales, concepto último que ya se trabajó en los textos de la primera Escuela de Frankfurt, y que muestra la colonización de la cultura por la economía, así como el paso del capitalismo industrial al cognitivo. Esta transformación indica que el régimen de propiedad privada se extiende a todo el ámbito de la vida social, todo, incluidas las creaciones culturales (artísticas, espirituales, religiosas) se vuelven mercancías. “Sin dudas, la cantidad de bienes sujetos a las distintas formas de Propiedad Intelectual se ha incrementado drásticamente con el advenimiento del capitalismo cognitivo” (Zukerfeld, 2008, p.12).
Cada civilización de masas en un sistema de economía concentrada es idéntica a su esqueleto –la armadura conceptual fabricada por el sistema- comienza a delinearse. Film y radio no tienen más necesidad de hacerse pasar por arte. La verdad de que no son más que negocios les sirve de ideología, que debería legitimar los rechazos que practican deliberadamente. Se autodefinen como industrias y las cifras publicadas de las rentas de sus directores generales quitan toda duda respecto a la necesidad social de sus productos. (Horkheimer y Adorno, 1969, p.147)
La idea expuesta en la cita aplica también para el conocimiento y la investigación académica. Con la última reforma universitaria de Bolonia, la Universidad no tienen más que hacerse pasar por centro de pensamiento autónomo, cada vez más se muestra en su verdad de empresa movida por la tecnología. Como toda industria, la Industria Cultural y la Industria del Conocimiento suponen un método de reproducción que conduce a que en innumerables lugares necesidades iguales sean satisfechas por productos standard (Horkheimer y Adorno, 1969). Esta técnica de reproducción opera con un círculo de manipulación y necesidad (la producción produce el consumo) que afianza el sistema.
Al final, se trata del poder de la técnica y de sus dueños sobre la sociedad misma, el poder de los económicamente más fuertes. “La racionalidad técnica es hoy la racionalidad del dominio mismo. Es el carácter forzado de la sociedad alienada de sí misma” (Horkheimer y Adorno, 1969, p.147).
La lógica “democrática” de la Industria Cultural y del Conocimiento, forma una masa de receptores de los mensajes del poder, sin ninguna capacidad de interactuar y menos de discrepar. El espacio del diálogo (intercambio racional de opiniones argumentadas) es invadido por una epidemia de ideas empobrecidas como datos (productos informativos, productos culturales, productos académicos, etc.) que son lanzadas al mercado cultural, en busca de un consumidor que realice su valor como ganancia mercantil. Por su parte, las redes sociales están saturadas de opiniones tiradas al espacio virtual, que son recibidas epidérmicamente por destinatarios eventuales y transitorios que no logran establecer espacios de comunicación real. Las pocas conversaciones quedan en la oscuridad, ante la ausencia de entendimiento racional.
La Industria cultural clasifica y organiza a los consumidores en la perspectiva de adueñarse de ellos sin desperdicio “Para todos hay algo previsto a fin de que nadie pueda escapar; las diferencias son acuñadas y difundidas artificialmente”. El hecho de ofrecer al público una jerarquía de cualidades en serie sirve solo para la cuantificación más completa” (Horkheimer y Adorno, 1969, p.149). En este sentido, el comportamiento de los consumidores es determinado previamente a partir de estudios estadísticos que aseguran la venta de productos y la realización de su valor. Así, las personas son reducidas a una masa de consumidores distribuidos en grupos según su volumen de capital al interior del mapa del mercado cultural.
La lógica de las industrias culturales, hoy radicalizadas gracias a la tecnología de la informatización, produce industrialmente masa de consumidores automatizados, que son la evidencia de una sociedad irracional tomada por la racionalidad técnica.
Decadencia Ambiental
Se comprende por lo dicho hasta aquí, que la incorporación permanente de nueva tecnología en los procesos productivos conlleva: por un lado, la expulsión ampliada de mano de obra no calificada para la última tecnología y, por otro lado, el incremento en la demanda de materia prima, es decir de recursos naturales. Este segundo aspecto explica el inmenso deterioro ambiental que se vive en este punto de la curva civilizatoria, que ha llevado a algunos autores a definir a las fuerzas productivas capitalistas como fuerzas destructivas de la naturaleza.
Las fuerzas productivas escasas, y particularmente las capitalistas, son enajenadas y su desarrollo descompuesto, pero con fases, así que, además de enajenado y descompuesto, puede llegar a ser también decadente como forma redoblada de enajenación cuyos efectos nocivos predominan sobre los benéficos. Así recién ha concluido de modo preliminar la subsunción real del trabajo bajo el capital en los principales países europeos comienza ahí la decadencia de las fuerzas productivas capitalistas. (Veraza, 2012, p.170)
Cuando se habla de decadencia de las fuerzas productivas se hace referencia a que dejaron de ser emancipadoras y devinieron en alienantes y destructoras, tanto del ser humano como de la naturaleza. Se estaría viviendo la fase declinante de las fuerzas productivas que coincide con la fase de integración y diferenciación decreciente de la curva civilizatoria. Marx en muchas de sus obras trata la destrucción del medio natural por efecto de la estructura capitalista de explotación excesiva. Desde aproximadamente los años 50 del siglo pasado, se puso en marcha la profundización del modelo extractivo –ampliación y profundización de la extracción de recursos naturales para alimentar la aceleración del proceso productivo- gracias a la informatización de la producción. Este modelo productivo se encuentra atado a las exigencias del capital corporativo transnacional que demanda cada vez mayor volumen de recursos naturales no renovables (petróleo, minerales, productos agrícolas) para lo cual busca el control de los territorios, la biodiversidad, las fuentes de agua y energía. Los efectos del extractivismo son extremadamente negativos para la calidad de vida de las poblaciones sobre todo campesinas y ancestrales, así como para los ecosistemas que las soportan.
El daño en el medio ambiente que provocan las fuerzas productivas capitalistas en su época de declinación es innegable.
Los cambios más notorios y preocupantes son los asociados con el cambio del clima, el aumento de los fenómenos climáticos extremos, el aumento de la temperatura, la disminución de la precipitación media y las consecuentes sequías, el aumento del nivel del mar, la pérdida de diversidad biológica y extinción de especies que incide sobre la pérdida de los servicios ecosistémicos y de especies usadas con fines medicinales o el colapso de las actividades pesqueras. (Cabrera y Fierro, 2013, p.89)
El crecimiento incesante y exponencial de la población mundial y del consumo capitalista, que se extiende en todo el planeta, es inviable con el carácter limitado de los bienes naturales. La lógica inexorable del crecimiento de la economía capitalista (producción consumo y desecho) contamina la tierra, el agua, el aire, degrada ecosistemas, se deteriora el medio ambiente natural y entra en serio riego la permanencia de la vida humana y de otra especies animales y vegetales.
La crisis ambiental en los actuales momentos de la curva civilizatoria se manifiesta en: el cambio climático (calentamiento global), que altera la relación entre el mundo físico y el mundo biológico; agotamiento acelerado de los recursos naturales necesarios para la reproducción de la vida humana; la pérdida reciente de biodiversidad que deja a los humanos sin un seguro de vida para su permanencia en el planeta. Estos procesos generan muchas variabilidades naturales que ponen en serio peligro la existencia en el planeta, sobre todo la humana.
El desequilibrio ecológico produce desequilibrios sociales que alimentan la crisis civilizatoria. Miseria, hambruna, enfermedades, desplazamientos ambientales, violencia por recursos, etc., asolan el planeta El paradigma del progreso con su modelo de desarrollo, basado en el crecimiento económico sin fin, ha tocado límite en el borde de la catástrofe ecológica.
A modo de conclusión se propone estas ideas para el debate. Cabe decir que la curva civilizatoria moderna está en su fase de diferenciación e integración decreciente, en otras palabras en su fase de declinación hacia otro periodo de barbarie. El comportamiento de los seres humanos, por efecto sobre todo de la colonización mercantil de la industria cultural, se desajusta progresivamente. Las acciones individuales e incluso grupales no llegan a cumplir la función social en atención al orden civilizatorio moderno. Los individuos organizan su comportamiento de manera indiferenciada, irregular y poco estable; las funciones sociales se confunden, la frontera entre lo público y lo privado tiende a desaparecer y las cadenas de interdependencias, en las que están imbricados todos los movimientos de los individuos aislados, se estrechan. No es un imperativo adecuar el comportamiento individual a las necesidades del entramado.
La vida en el mundo global exige estar permanentemente dispuesto a luchar y a dar rienda suelta a las pasiones en defensa de la propia vida o de los recursos para su reproducción. Las vías de circulación del capital legal e ilegal, que se extienden por todo el planeta, se están convirtiendo en zonas de alto riesgo para la vida, sobre todo porque el Estado como aparato del monopolio de la fuerza deja muchas zonas desprotegidas en manos de los grupos paramilitares de cualquier índole. Incluso el mismo Estado con sus aparatos represivos empieza a ser una amenaza para la seguridad de las personas. El hombre moderno está abocado al peligro que supone que sus congéneres pierdan en cualquier momento de su actividad el autocontrol que garantiza la vida en sociedad.
Los códigos sociales que establecen límites, diferenciaciones y funciones claras para el desenvolvimiento de la vida social están por una parte confundida en un mar de signos inconexos y, por otro, debilitados en su función de autoacción. La fragilidad en la diferenciación del entramado social, producto de la viscosidad mercantil, debilita y desestabiliza el aparto sociogenético de autocontrol psíquico, que coincide con el debilitamiento del monopolio de la violencia física y con la inestabilidad creciente de los órganos sociales centrales (familia, escuela, etc.) En ausencia de estas instancias sociales formativas es difícil que el individuo incorpore los códigos de socialización y menos aún que éstos devengan una costumbre permanente de autocontrol. “Cuando hay una baja división de funciones, los órganos centrales de sociedades de cierta magnitud son relativamente inestables y carecen de seguridad” (Elías, 1988, p.453).
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