Kitabı oku: «Tragedia en cinco actos», sayfa 2

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Acto I Los habitantes de esta ciudad caben perfectamente en un vagón del metro (sabiéndolos descuartizar).

Ciudad

1. Animal hipervertebrado que posee de cuarenta a setecientos tentáculos de acero y asfalto, treinta y cinco mil ojos, tres millones de patas y veinticinco millones de almas.

2. Las ciudades nacen a partir del sueño (o pesadilla) de un visionario.

3. Las ciudades viven hasta dos mil años. De hecho, muchas ciudades están muertas actualmente, pero han sabido disimularlo muy bien.

4. Hay ciudades tan enormes, que sólo caben en nuestra memoria.

5. Nosotros somos nuestra propia ciudad y nuestras cicatrices, las avenidas principales.

Traspapelado

El oficinista movió las cajas de aquí para allá y de allá para acá. Removió y revolvió documentos, oficios, cartas, circulares, memorándums. Abrió y cerró archiveros, revisó anaqueles, libreros, cajón tras cajón; hasta que por fin encontró su propio esqueleto, traspapelado.

Diecinueve de septiembre

Hay una grieta en mi habitación. Llegó con el temblor, hace tres días. Cada que la miro me guiña, socarrona. Se alimenta de lagartijas, cucarachas y de mi miedo. Hay una grieta en mi habitación, que cada día crece más y más. Tengo nervios que una noche se desprenda y me mate de un golpazo. Hay una grieta en mi habitación, que está sonriendo.

Versalles 84

En medio de la más silente noche tomó el revólver, se lo puso en la boca y jaló del gatillo. La pared quedó salpicada de sesos octogenarios, los trocitos de cráneo perlaron la alfombra raída y sucia de aquel departamento de la calle Versalles número 84. En el piso de arriba un recién nacido comenzó a llorar. En el piso de al lado un matrimonio joven hacía el amor como sólo los matrimonios jóvenes lo hacían. Afuera, a tres calles de allí, un coche azul se detuvo para dejar abandonada una maleta en cuyo interior se encontraba el cadáver de una niña. A la mañana siguiente el cansado Judío Errante se levantó con dolor de cabeza. Encendió un cigarro y salió rumbo a la armería, a comprar su trigésima caja de balas y a dejarse arrollar un poco en las avenidas principales, con el tiempo había tomado el gusto de verse en las primeras planas de los periódicos sensacionalistas.

Esta mañana

Mientras me preparaba para salir rumbo al trabajo, al meter la mano en los bolsillos de mi chamarra encontré: dos boletos de autobús sin usar “destino: incierto”; los envoltorios arrugados de mis amantes marchitas; una infancia quebrada (la pegaré más tarde, pensé, aunque ya no sirva); un ramo de flores que nunca entregué y que a pesar de todo echó raíces; el universo podrido; los ojos azules (¿o verdes?) de la francesa desconocida que jamás entró a mi vida; mi dignidad pisoteada; el carnet de conducir de una muerta; dos jóvenes secuestrados en una foto amarillenta que aseguraban ser mis padres; la nota escrita por un hombre que ayer se tiró desde el treceavo piso y que ponía: no me dejes.

Guardo muchas cosas en mi chamarra, basura, las más de ellas...

El decadente

Al ver que la modernidad lo invadía todo, lo devoraba todo y lo arrasaba todo; no vio necesario que los operarios usaran la maquinaria pesada: el último edificio antiguo de esta ciudad se derrumbó de pura tristeza.

Un solitario

Se despierta. Se ducha. Se viste. Camina a través de la avenida. Franquea la entrada. Pasa el boleto por el torniquete. Sube las escaleras. Baja las escaleras. Espera. Entra al vagón. Viaja a través de ocho estaciones. Lee un poco. Sale del vagón. Trasborda. Sale de la estación. Pasa el dedo por el biométrico. Espera en la fila. Entra en el elevador. Sale del elevador. Entra al baño. Se lava las manos. Sale del baño. Recuerda que veinte años atrás estaba jugando con gusanos en el patio trasero de la antigua casa. Entra a la oficina. Dice buenos días. Sonríe a las secretarias. Saca la pistola. Abre fuego.

Los errantes

Las luces parpadearon por un momento brevísimo. Parpadearon de nuevo y enseguida se encendieron. El aire acondicionado también se encendió. Habíamos estado en la penumbra por un buen rato. El vagón comenzó a moverse, a avanzar. Por momentos se detenía. Una chispa por aquí y otra por acá. Cuando por fin salió al exterior por el paso a desnivel, la ciudad era otra. Cuatro de los edificios más emblemáticos habían desaparecido, las avenidas estaban quebradas, tres socavones inmensos habían nacido caprichosamente. El ambiente estaba infecto, y el aire olía a cadáver, a nuestros cadáveres, porque en teoría cuando nos sacaron de allá adentro, ya nadie estaba vivo.


Acto II A veces, ni encendiendo las luces nos salvamos de nuestros fantasmas interiores.

Inquilino incómodo

Esos en verdad nunca cambiarán: Margarita y Jorge toman las cazuelas y juegan a la banda de música ¡A las siete en punto de la mañana! Adelaida, la madre, todo el día de aquí para allá con la aspiradora, la radio a todo volumen y la tv que nadie ve; Alfredo, el padre, martillando aquí y acá, taladrando las paredes, arrancando, tapizando, barnizando, ¡qué me tiene muy mareado! Ana, la tierna Ana, se pasa todo el día siguiéndome, espiándome, como si yo fuera un fenómeno de circo. Bueno, confieso, soy algo obeso, calvo y cojitranco, ¡pero no es para que se me quede viendo de esa forma! Soy muy paciente, pero todos tenemos un límite: cuando mi paciencia llega a su tope salgo de mis aposentos y sin mediar palabra con nadie tomo las cazuelas y las escondo en el granero, apago aspiradora, radio y tv en el acto, descompongo el taladro y tiro al estanque las demás herramientas. Así se están en paz por unos días. Después traen un sacerdote para que me “reconcilie con el Señor”. Luego vienen con un psicólogo para que le cuente mis problemas. Pero es que yo no quiero hablar. El colmo de los colmos viene cuando hacen sus fiestas ¡No soporto a toda esa gente! Con sus charlas sin sentido, los ceniceros rebozando de suciedad, los amantes furtivos por los rincones, bailando al rock and roll. No me dejan leer, no me permiten descansar. ¡Ah no, eso claro que no! Entonces bajo desde el ático arrastrando mis cadenas y ¡Santo remedio! De nuevo la casa para mi solito. Hasta que llega otra familia.

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