Kitabı oku: «Todo por un balón de futbol», sayfa 2

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Destinos inciertos
Tercer lugar

Gustavo Eduardo Green

Transcurrían los minutos finales de un partido muy disputado entre los jubilados de la plaza “Libres del Sur”. A ritmo lento, pero con las mismas ganas de la juventud, los jugadores veteranos continuaban con la práctica del deporte que jamás habían abandonado.

Todos aguardaban, en silencio, el envío de tiro libre de don Antenor, apenas dos cortos pasos le bastaron para el impulso. Todavía conservaba los destellos de un excelso jugador, su posición final luego del envío era de una gran belleza estética.

Todas las miradas se posaron en la cancha palpitando la definición; pero el balón tardó mucho en llegar, en realidad el balón no llegó nunca a destino.

Según don Celso habría quedado atascado en una de las ramas del frondoso jacarandá; para el viejo Ambrosio la pelota ingresó en la boca del obeso defensor contrario ubicado en la barrera; don Bernabé, en cambio, asegura que el balón se fue para atrás; a quien lo quiera escuchar don Severo manifiesta que lo vio cruzar la avenida “Mariscal Hermosillo”; los más fantasiosos afirman haberlo visto desintegrarse en pleno vuelo. Lo cierto es que no volvió a aparecer.

En vista de la inminente definición del encuentro y para resolver tamaña situación embarazosa, el abuelo Lindor cruzó el empedrado rumbo a su casa, en busca de otro balón.

Caen las hojas secas. Los abuelos, como adormecidos, esperan al compañero que no llega.

Don Segundo cree haberlo visto entrar a una casa equivocada; para don Rodolfo no sería raro que el abuelo se hubiera quedado durmiendo la siesta; Ambrosio asegura que vio con claridad cómo Lindor entraba, de forma muy ajustada, en la boca del obeso defensor contrario ubicado en la barrera; don Celso -confusamente- afirma que don Lindor estaría atascado en el jacarandá; don Fermín está convencido de que este hombre -del que no recuerda el nombre- tiene serios problemas de memoria que le impedirán regresar al lugar.

El tiempo pasa, las hojas secas caen en abundancia y se confunden con los ancianos cuerpos de los hombres que esperan.


Golazo de mujer
Primer lugar

Isabel Cristina Tamayo Zapata

Nos tratamos mal, es cierto. Nos insultamos. Tiré la puerta y salí. Llegué al estadio repleto de hinchas, me sacudí el agua. Me vestí en silencio, cogí el banderín y salté a la grama. Vi a las personas y sentí como si todas juntas fueran más terribles que mis pensamientos; el griterío me estaba dando ira. Pero tocaba ser profesional, poner atención al juego y a los fuera de lugar. Admito que le quería pegar un tiro, sí, no lo niego. No veía la hora de volver al apartamento y acabar con eso. Era obvio que se trataba de una infidelidad, estaba claro. Sin embargo, corrí como si nada pasara, sin levantar sospechas, la lluvia me caía en los ojos y no veía bien; gritaban que el balón estaba resbaladizo, difícil de controlar. No tuve que levantar mucho el banderín, entonces me puse a mirar a la gente agarrándose el pelo, se les notaba el desespero y creo que a mí la rabia. Mis guayos emparamados hacían burbujas, la gramilla estaba llena de charcos. Por fin el gol, el golazo de tiro libre de Olivia Andrade por encima de la barrera. El estadio que se caía. Celebraron en el banco y en la tribuna, demás que en la calle y en el vecindario. Pero a mí qué carajos me importaba. Luego del pitazo final me fui para el apartamento, con los puños como trueno, empujé la puerta y le puedo asegurar, señor juez, que mi esposo ya estaba estrangulado cuando yo entré.

1948
Segundo lugar

Emmanuel Stiven Gil Gómez

Desde muy pequeño mi padre y mi abuelo materno me habían mostrado las maravillas del fútbol, cada jueves íbamos al campo más cercano a patear el balón y cada domingo a la superfilme a ver a Jaime Cardona y Alfredo Castillo meter golazos desde la otra esquina de la cancha, tan majestuosos en la blanca tela de ese gran proyector, 1948, tan triste estaba el pueblo, tan ahogado, tan frustrado, tanta sangre cayendo por el desagüe en la carretera del país, ardía en llamas la capital. Veía siempre que la gente estaba tan furiosa, con insondables gritos daban inicio a la revolución, ondeando la bandera y, en ella, el rostro de un hombre cuyo nombre era Gaitán, no entendía el porqué de su fama, salía en todos los periódicos y revistas, con un gesto parecido al de mi padre cuando le molestaba la luz del incandescente sol. Pronto se acercaba mi cumpleaños número 10, y mis padres estaban aterrorizados por lo que ocurría, el silencio era perpetuo, tal vez no querían manchar mi inocencia, pero escuchaba con mis grandes orejas, lo que decían, “pronto va a estallar”, no comprendía el significado de sus palabras, pero, estalló, o a eso creo que se referían, el famoso que salía en los periódicos, había muerto, mientras en el boletín trimestral anunciaban el trágico suceso, la contraportada se decoraba con una buena noticia, se celebraría un primer campeonato oficial de fútbol en agosto. Escuché a mi padre decir que don Julio, el que vendía dulces y cigarros en una caja de madera, gritaba ansioso, que traerían a los mejores jugadores de América y que tan buenos eran que el mismísimo Alfredo Castillo visitaría el país, desde Argentina. Ese día, mi corazón iba tan rápido como mis ídolos tras el balón, deseaba con todas mis ansias verlos en el terreno, la gente estaba siempre llorando pero sin lágrimas en el rostro, en vez de eso, sus mejillas parecían arder de ira, su líder se había ido, como la brisa final en un diluvio. Se acercaban los días áureos, todos se preparaban para ver a los grandes ir tras el balón, el día quince del mes de agosto la dicha había llenado cada rincón de la ciudad. Se gritaba gol desde la tribuna y no solo desde ahí, se trepaban a los árboles y cercos para ver a los deportistas, mi momento de felicidad había llegado ver al gran ídolo Castillo, anotar 31 goles, tanta había sido mi dicha, lo recuerdo con tanta melancolía que casi tengo ganas de llorar. Santa Fe había sido campeón y, por primera vez, no se disputaba la política. 1948 brillaba ahora con luz propia, como los ojos de alegría de mi pueblo como el oro tan puro que adornaba las columnas del trofeo. Y el rojo que antes fue salpicado, ahora se había convertido en el rojo pasión que coloreaba la camiseta que llevaban puesta sus campeones.

Gritos monumentales
Tercer lugar

Daniel Estupiñán Ramírez

Siempre me ha llamado la atención el fútbol y especialmente el Club Atlético River Plate, “La banda cruzada”. Mis preferidos: “El burrito”, “El príncipe”, “El muñeco” y “Quinterito”.

El 3 de junio del 2018 fue, quizás, el día más frustrante en mi vida porque me hospitalizaron y, días después, fui diagnosticado con leucemia. Vinieron varios meses de tratamientos, exámenes y diagnósticos. Mientras se preparaba el partido de ida de la final por la Copa Libertadores de América, vendida como una final histórica, el superclásico River Plate vs Boca Juniors, a mí me preparaban para hacerme el trasplante de médula ósea. El resultado fue bueno para ambos… un empate en el partido y una victoria para mi salud; ahora a esperar la vuelta…

Fueron días oscuros para River y para mí. El partido fue cancelado por violencia alrededor del estadio. Las noticias, rumores y angustias se entrecruzaban. Mi diagnóstico no era el mejor, según el médico; el destino de la copa era incierto. Finalmente, hubo fecha y sede: se jugaría el 9 de diciembre en el mítico Santiago Bernabéu, ¡El teatro de La Castellana! Sin embargo, seguía en mi tortuoso tratamiento.

Por fin terminó la espera. Los síntomas del trasplante se intensificaban. Mi mente en el estadio, mi cuerpo en el hospital. Me teletransporté a Madrid y viví aquellos 120 minutos en primera fila: alentando y haciéndole fuerza por “el más grande”. Mi cuerpo seguía en la habitación 32. El árbitro Andrés Cunha dio el pitazo inicial, mi amor por el fútbol y por “el millonario” derrotó el dolor que tenía. Le recé a todos los santos, aunque ese día Borré no pudo jugar.

Terminó el primer tiempo, perdíamos 1-0. Tenía esperanzas de que el equipo, ese día comandado por Matías Biscay, sacaría la casta y remontaría ese marcador; y así fue. Salieron del camerino con ganas de “comerse” al rival y consagrarse campeones. Minutos después con un gol de “El oso” llegó el empate. Y, fue mi primer gritó monumental, se escuchó por toda la unidad. Terminó el tiempo oficial, se fueron al alargue. Pero fue el segundo tiempo suplementario el que trajo las emociones, el partido estaba muy “cerrado”. La magia de “Quinterito”, con un “zapatazo” desde la media luna, la mandó a guardar al ángulo y llegó el segundo gol de River. ¡Golazo! Lo grité con todas mis fuerzas y retumbó nuevamente por toda la unidad; ese fue mi segundo grito monumental. Boca no perdía las esperanzas y fue al todo o nada, mientras que River cuidaba el resultado.

Último minuto, “córner” para “Boca”. Andrada quiere la gloria. Armani rechaza el balón, queda dividido, la toma Quintero, asiste a “El Pity” y “va el tercero y va el tercero y gol de River y gol de River… Gooooooooooool”. Ese fue mi tercer grito monumental, retumbó en la unidad, la enfermera llegó corriendo, me miró sorprendida y dijo:

“Ah, con razón. Está viendo el partido. No… Daniel, usted ya no tiene nada”.


Lo que me contaron de un balón
Primer lugar

Violeta Galeano Flórez

No hace mucho tiempo que conocí a un niño, que ya no era tan niño y del que no recuerdo su nombre porque podría ser cualquiera. Supe, porque él mismo me lo dijo, que, más pequeño, pero mucho más pequeñito, le encantaba jugar al fútbol y no solo le encantaba, ¡le fascinaba!, así me lo contó. Pero, lo hacía con muy pocos compañeritos o jugaba con algunas niñas y eso porque eran sus primas, entonces le tocaba pasarles el balón a las sillas de la casa, a los palos del parque y los gaticos de la calle. Sobre todo, lamentaba no jugar con su papá, que también moría por el fútbol, pero que tenía poco tiempo. Era un niño algo tímido y un poquitico triste, me dijo.

Un día cualquiera, botó todas sus figuritas de los álbumes del Mundial y ya no quiso jugar a la pelota, ni con sus compañeritos, ni con sus primas, ni con las sillas, ni con los palos, tampoco con los gaticos, ni con su padre, que sorpresivamente había muerto.

Años después, aunque seguía pareciendo un niño, ya estaba en la universidad, estudiaba Ingeniería industrial, era el mejor de su clase y, aunque quería ser oficinista, sentía que adentro algo no estaba bien y, aunque se preguntaba qué podría ser, ni por milagro se enteraba.

Un día su madre le dijo que, mientras sacaba cosas viejas, había encontrado algo de su papá para él: un balón de fútbol y una nota que decía: “él te llevará a la montaña más alta, al llano más plano y al lugar más profundo”. El niño sintió rabia y le dio una patada a la pelota y ella simplemente desapareció en el cielo. Un tiempo después, y por sus estudios, tuvo que viajar a un cerro para una investigación, con tal sorpresa que en la cima encontró el balón. Entonces lo volvió a patear furioso. Tiempo después hizo otro viaje a los Llanos orientales y adivinen: estaba allí la pelota, entonces con la misma ira volvió a patearla. Y un día, en su casa, descansando de tanto viajar pudo ver que algo se movía tras una cortina... Era la pelota. Al verla se quedó asustado.

El niño volvió a la universidad y todos, como siempre hablaban del fútbol, lo invitaron a un torneo y entonces él aceptó, jugó con todos y fue muy divertido, lo mejor es que desde afuera de la cancha, el balón lo miraba, se dio cuenta de que en él estaba la compañía de sus primas, de las sillas, de los palos, de los gaticos, de sus compañeritos y, sobre todo, la de su padre, a quien tanto había extrañado. La pelota y el fútbol hacían el milagro de la compañía y de la felicidad.

Todo eso me contó.

El grito de la victoria
Segundo lugar

Emanuel Saldarriaga Marulanda

En un planeta lejano, vivía un marcianito llamado Fluppy. Todos los días, cuando él se encontraba dormido escuchaba gritos que decían ¡Gooool!, inmediatamente se levantaba y miraba a través de su ventana, pero las calles estaban vacías y desoladas. Su curiosidad y su intriga se aumentaba cada día más. Empezó a investigar de dónde provenían los gritos y se dio cuenta que eran ecos que salían del planeta Tierra.

Un día Fluppy emprendió un viaje hacia la Tierra, un lugar que para él era desconocido y sentía muchas emociones: miedo, felicidad y asombro por descubrir las sorpresas que sabía que iba a encontrar en este lugar. Después de varias horas su nave aterrizó en un lugar misterioso. Fluppy comenzó a explorar con sus sentidos este escenario, con sus ojos vio muchas luces brillantes, con sus pies percibió que el suelo era duro y firme y comenzó a escuchar pasos gigantes y sonidos extraños. Fluppy se escondió y observó que al lugar ingresaban muchas personas con diferentes colores, entonces se dio cuenta de que él era diferente y decidió disfrazarse de humano. Luego, comenzó a escuchar cánticos y aplausos, a la vez observó unas personas que corrían detrás de una esfera. No entendía qué sucedía, vaya sorpresa se llevó cuando escuchó gritar, una y otra vez ¡gol!, su corazón latía rápido, su cuerpo no paraba de temblar y, de repente, vio que la esfera estaba quieta y dentro de una cajita; su mente no identificaba lo que sucedía, pero su corazón sí reconocía que este era el grito que hacía eco en sus oídos.

Fluppy decidió adentrarse entre las personas y preguntó: “señor ¿por qué gritan gol?”. El señor le respondió inmediatamente: “significa que metieron la pelota dentro de la portería y eso le suma un punto al equipo y el que más puntos tenga gana el partido”. Fluppy no entendía nada, pero con voz suave y melodiosa el señor le sigue explicando la dinámica del juego: “el arco es un rectángulo con redes, el balón lo tocan con los pies, el arquero es el único que lo puede coger con la mano, donde juegan se le llama cancha y siempre son dos equipos”.

Fluppy esperaba que la cancha estuviera sola y comenzó a patear el balón, con velocidades y direcciones diferentes. Se sorprendió cuando escuchó un aplauso y una voz grave que decía: “¿quieres ser parte del equipo?”, sin dudarlo él aceptó y al cabo de poco tiempo Fluppy se convirtió en la estrella del equipo.

Un día un fanático saltó a la cancha para abrazar a Fluppy y descubrió que no era humano, él sintió mucho miedo y decidió irse a su planeta, pero en ese momento escuchó gritos que decían: “Fluppy, queremos a Fluppy”, por lo tanto, sus compañeros lo abrazaron y le dijeron: “eres importante para nosotros, para nuestro equipo”. De esto se trata el fútbol: unir, incluir y respetar las diferencias, habilidades y destrezas de las personas, sigamos transmitiendo felicidad.

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