Kitabı oku: «La Primera Guerra Mundial»
La Primera Guerra Mundial
El sacrificio de una generación
Escrito por History Nerds y Aleksa Vuckovic
Translated by Mariano Bas
Índice
La Primera Guerra Mundial
Introducción
Capítulo IPreparando el escenario para la guerra: El trasfondo
1.1 - La carrera por el poder
1.2 – La crisis bosnia y el camino hacia la guerra
Capítulo IILa chispa que encendió la llama: El atentado de Sarajevo
2.2 – Un grito de libertad
Capítulo IIIEmpieza la Gran Guerra
3.2 – La entrada en guerra
3.3 – La Campaña Serbia
Capítulo IVEl Frente Occidental
4.2 – La brutalidad de la guerra
4.3 – El aumento del desgaste: La Batalla de Verdún
Capítulo VEn las montañas: El Frente Italiano
Capítulo VILa guerra de movimientos: El Frente Oriental
6.2 – Cambian las tornas
6.3 – Brusilov da un paso adelante
Capítulo VIITecnologías bélicas pioneras
7.1 – El auge de la aviación
7.2 – Los caballeros torpes: Guerra de blindados
Capítulo VIIILa guerra de trincheras y la guerra de desgaste
Capítulo IXEl Pacífico y Asia – La lucha por el dominio naval
9.1 – Imponiendo el dominio
Capítulo XDerrotando al león de Áfrika: Las campañas africanas
10.2 – El león sigue resistiendo
Capítulo XIEl Imperio Otomano en la Gran Guerra
Capítulo XIIProvocando el conflicto: Estados Unidos entra en guerra
12.1 – La reconfiguración del Frente Occidental
Capítulo XIIILa quiebra: Armisticios y capitulación
Capítulo XIVLejos de estar acabado: Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial
14.2 – Libertad con un gusto amargo
Capítulo XVBajas
Conclusión
Introducción
Siempre es un verdadero reto para cualquier historiador y escritor empezar a ocuparse de un tema tan grande en ámbito como en importancia. Cuando se considera hoy, más de un siglo después, la Primera Guerra Mundial puede estudiarse con mucho detalle y explorarse en todos sus aspectos. Pero cuando se intenta escribir sobre ella y ofrecer una imagen concisa de este periodo crucial de la historia mundial, rápidamente uno se enfrentas al primer reto, incluso antes de escribir la primera palabra. Y el reto es este: ¿cómo retratar con la justicia debida un conflicto de tal magnitud: la primera guerra realmente mundial? ¿Cómo reflejar los millones de vidas perdidas en el torbellino de un conflicto global y presentar un libro equilibrado y completo que respete debidamente a todos aquellos cuyas vidas se perdieron para siempre en los muchos rincones del mundo afectados por la guerra?
Como escritora y apasionada por la historia, he colocado este reto como mi hilo conductor, incluso antes de escribir esta obra. Para dar la visión de la Primera Guerra Mundial que tiene que verse, para que se conozca y recuerde para las próximas generaciones. Porque incluso cuando el resultado final de una guerra es la victoria, no puede lograrse sin sacrificios y derrotas por el camino. Dicho esto, esta obra tratará de reflexionar sobre todos los aspectos de esta guerra global y total. Desde las trincheras del Frente Occidental hasta las duras batallas cuerpo a cuerpo del Frente Balcánico, hay que tratar el sacrificio humano. Aun así, hay otro punto crítico de vista que hay que considerar al tratar un tema tan extenso. Y ese punto de vista es el diálogo. Tenemos que observar un conflicto global que hoy tiene más de un siglo de edad y ver sus causas y sus efectos posteriores desde un punto de vista moderno y contemporáneo. Esta Gran Guerra se ha explicado durante generaciones de historiadores y hoy podemos reflexionar sobre toda su obra recogida y usarla como fuente para crear una obra depurada y completa de literatura histórica.
Muchas cosas han cambiado desde esa turbulenta primera década del siglo XX y la historia se mantenido inquieta desde entonces, sin volver a ser nunca la misma. Pero nunca se ha acercado a la escala y brutalidad de ese gran antiguo gigante macabro que es la Primera Guerra Mundial. En una época de venerables y fallidas monarquías, en un momento en el que las viejas tradiciones se enfrentaban a las tecnologías modernas, en un mundo en que las naciones oprimidas reclamaban al unísono sus libertades, el mundo contenía su aliento. Desde aquellos primeros meses de 1914, todo el mundo contemplaba temerosa e impacientemente cómo Europa oscilaba sobre un abismo bélico. Pero, de todos modos, las mareas de la guerra no pudieron eludirse: Europa entró en guerra y el mundo la siguió poco después. Lo que empezó como un conflicto entre dos naciones se transformó en el primer verdadero conflicto global, que posteriormente se conocería como la Gran Guerra y luego como la Primera Guerra Mundial. Duró del 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918 y se llevó por delante millones de vidas. Hoy se considera a la Primera Guerra Mundial como uno de los conflictos más letales de la historia humana y que generó un gran coste para Europa, cuyos 60 millones de hijos e hijas marcharon entre las llamas de la guerra.
La Primera Guerra Mundial fue una guerra de primeros en muchos otros aspectos importantes. Se convirtió en un punto de inflexión esencial para el mundo: un momento en el que la industria a gran escala estaba llegando a la vanguardia y las antiguas tradiciones se desvanecían rápidamente. Y esta industria se militarizó rápidamente, trayendo nuevos cambios a los métodos tradicionales de la guerra que llevaban mucho tiempo adoptados hasta ese momento. Y con ello, todo empezó a agrandarse: guerra a gran escala y nuevas armas devastadoras llevaron asimismo a muertes a gran escala. Las líneas de frente se hicieron enormes y la guerra se extendió rápidamente del suelo al aire y luego al mar. En muchos aspectos, se convirtió en la guerra que sacó lo peor del hombre. Hacía mucho que habían pasado los tiempos de la caballerosidad y el respeto entre enemigos. Hacía mucho que se habían olvidado los tiempos de duelos y honor y de guerra cuerpo a cuerpo a campo abierto. La Primera Guerra Mundial llevó al mundo a una época de aviones y bombardeos, de desgaste y hambre. Empujó al mundo primero al barro de unas trincheras que se extendían hasta muy lejos, de guerra con gases venenosos y supremacía aérea. Si, fue una guerra de primeros y el gran portal por el que el mundo se precipitó por todo un escalón, para no volver a subirlo nunca de nuevo. Y hoy, tantos años después, podemos por fin ver que después de la Primera Guerra Mundial, el mundo nunca iba a volver a ser igual.
Capítulo I
Preparando el escenario para la guerra: El trasfondo
Antes de sumergirnos directamente en las causas y los acontecimientos cruciales que llevaron a la guerra, es importante reflexionar en primer lugar sobre los cambios y desarrollos importantes a los que se enfrentaba el mundo con la llegada del siglo XX. Estos cambios fueron a menudo altamente dinámicos y algo desequilibrados. Y uno de los más importantes se dio en la industria. Al principio, las industrias a gran escala estaban reservadas a los centros urbanos, mientras que las áreas rurales continuaban con su antiguo modo de vida. Pero esto iba a cambiar bastante pronto. Pronto las cosas se centraron en una rápida industrialización y, con ella, cambiaron muchos otros aspectos.
Con el auge de la industria, llegó la urbanización y el auge de las áreas metropolitanas y los grandes centros urbanos. Esto llevó directamente a un gran cambio en la demografía en toda Europa. Con la aparición gradual de grandes empresas y fábricas, todas las cuales empleaban a miles de trabajadores y el cambio de las máquinas de vapor al petróleo, estaba claro que Europa y el resto del mundo entraban en una nueva época en la que las antiguas costumbres de la vida rural iban desvaneciéndose rápidamente.
Otro cambio crucial que experimentó el mundo se refiere a la demografía. Al inicio del siglo, Europa experimentó un verdadero auge de población. Durante los primeros años del siglo XX tuvieron lugar grandes migraciones motivadas por la necesidad de mano obra en la industria pesada y muchos europeos llegaron a las costas de Norteamérica en busca de un mejor futuro y un mejor trabajo. Los que se quedaron en sus países de Europa también apreciaron las numerosas oportunidades que aparecían en los pueblos. Se iniciaron movimientos hacia los centros urbanos y las comunidades en desarrollo y muchas ciudades crecieron rápidamente en menos de una década. Este rápido cambio fue lo que más contribuyó a una importante diferencia de clase: las crecientes industrias y comercio eran una nueva fuente de riqueza y de ahí surgió una clase media profesional y comercial. Por otro lado, el aumento en la población y el cambio de los estilos rurales de vida en las ciudades en rápido crecimiento generaron niveles sustanciales de pobreza para las clases bajas, las familias trabajadoras. Estas familias de clase trabajadora a menudo tenían unos cuatro hijos de media y tenían que vivir en pobres bloques de viviendas, a menudo en condiciones miserables. La gran diferencia entre las clases se iba haciendo gradualmente más visible en todos los aspectos de la vida de principios del siglo XX. La segregación en los entornos urbanos aumentó, con grandes diferencias en la forma de vestir y las costumbres sociales de ricos y pobres.
1.1 - La carrera por el poder
La principal potencia en la llamada «Revolución Industrial» de mediados del siglo XIX fue Gran Bretaña, que ascendió hasta convertirse en el mayor gigante industrial del mundo, llamado a menudo «el taller del mundo». Sin embargo, otras potencias europeas empezaron pronto a pisarle los talones, creando una cierta carrera por el poder y la riqueza. En la década de 1870, Alemania expandió rápidamente su industria y se convirtió en el principal productor de carbón, acero y hierro y para 1913 había sustituido a Gran Bretaña en su puesto de dominio industrial. Fuera de Europa, Estados Unidos tenía el título de mayor potencia industrial del planeta, sin discusión.
Sin embargo, se había creado un gran desequilibrio en Europa. Naciones más pequeñas luchaban por competir e igualar el rápido crecimiento de Alemania y este desequilibrio entre niveles de potencias iba a ser pronto demasiado grande como para enmendarse. Y fue esta enorme diferencia en los niveles de poder la que tendría posteriormente implicaciones muy graves y palpables.
El nacionalismo también creció en las últimas etapas del siglo XIX y posteriormente. Para los gobiernos de las principales potencias, esta era una manera segura de ganarse a los ciudadanos, asegurarse sus votos y guiar a las clases trabajadoras en una dirección patriótica. También era una manera segura de suavizar la creciente diferencia entre clases: una diferencia que estaba apareciendo en buena parte de Europa. Relacionaba eficientemente a todas las clases y las aunaba si la seguridad de su nación se ponía en peligro. Imperialismo, nacionalismo y patriotismo eran herramientas eficientes que aseguraban que incluso las clases más empobrecidas compartían los mismos intereses que la nación.
Durante buena parte del final del siglo XIX, las principales naciones de Europa lucharon por mantener un frágil equilibrio entre ellas. La lucha llevó a la creación de complejas y numerosas alianzas militares y acuerdos comerciales. El anciano canciller alemán, Otto von Bismarck, encabezando a la principal potencia, buscó mantener la paz manteniendo este equilibrio. También lo hizo controlando a todas las potencias en competencia: arbitró los acuerdos entre Rusia y Austria-Hungría y mantuvo aislada diplomáticamente a Francia, sin aliados importantes. Fue el creador de varios tratados y alianzas muy importantes e inteligentes, que beneficiaban tanto a Europa como a Alemania. Uno de ellos fue el Tratado de Reaseguro, en vigor desde 1887 a 1890, un acuerdo diplomático entre Rusia y Alemania, que garantizaba su neutralidad en caso de que alguna de ellas entrara en guerra con una gran potencia. El tratado fue tristemente una de las últimas garantías de paz en Europa: tan pronto como Bismarck dimitió de su cargo en 1890 sus políticas y obras desparecieron enseguida.
Se permitió casi inmediatamente que expirara el Tratado de Reaseguro y se convirtiera en superfluo y fue reemplazado por la Doble Alianza, un tratado defensivo entre Alemania y Austria-Hungría. Poco después, la alianza se expandió aún más y se incluyó a Italia en el tratado. Todo esto fue obra del inexperto sucesor de Bismarck, el nuevo canciller Leo von Caprivi, al que le faltaba la pericia diplomática y de dirección de la nación de su predecesor.
La verdad era que las potencias de Europa confiaban todas en una red de aliados, cuya alianza actuaba entonces como cierta «garantía» contra la guerra. Este hecho daba a Rusia la iniciativa para buscar un nuevo aliado, después de que Alemania optara por la nueva Triple Alianza. Esto generó la Alianza Franco-Rusa que duraría de 1891 a 1914. Esta alianza incluiría luego también a Gran Bretaña, formando la Triple Entente. Así se crearon todos bloques opuestos de alianzas, con aliados que se veían obligados a proporcionarse ayuda entre sí en caso de guerra. Y esa fue una de las mayores contribuciones a la guerra que estaba a punto de estallar.
Desde los últimos años del siglo XIX y llegando hasta el XX, la rivalidad entre Alemania y Gran Bretaña fue aumentando. La escalada en la carrera por el poder en Europa y el consiguiente deterioro de las relaciones bilaterales causó una carrera armamentística entre estas dos potencias. Esta carrera armamentística pronto se centró en su aspecto naval: En 1897, el almirante alemán Alfred von Tirpitz inició la carrera naval anglo-alemana con su plan para crear una formidable fuerza naval que desafiaría a Gran Bretaña y le obligaría a realizar concesiones diplomáticas. Pero en realidad esta armada alemana sería una «flota en espera», lo que significaba que era una flota para ejercer una influencia controladora solo mientras estaba en el puerto. La verdad que una flota así no podía estar segura de la victoria en caso de conflicto naval.
Tirpitz, el secretario de la armada del káiser Guillermo II, estaba convencido de que el dominio naval era la manera segura de poder ganar influencia sobre Gran Bretaña en la esfera política. Entusiasta de la expansión alemana ultramarina y el poder naval, el káiser aprobó el plan de Tirpitz y lo puso en marcha.
La Oficina de la Armada del Imperio Alemán empezó a aplicar un proceso a largo plazo de expandir la flota alemana, con el objetivo final de tener no menos de 60 grandes navíos de guerra. La nueva era de la guerra naval necesitaba una aproximación distinta hacia el conflicto marítimo: se daba énfasis al tonelaje, el tamaño y el armamento de gran calibre. La rapidez y los abordajes ya no eran importantes: por el contrario, se trataba de corpulencia y tamaño y de la capacidad de soportar el fuego enemigo tanto tiempo como fuera posible. En todo caso, no demasiado sorprendentemente, el nuevo programa de expansión naval generó mucha tensión sobre la economía y las infraestructuras de Alemania. En 1908, el parlamento alemán aprobó una cuarta ley naval, que aumentaba el ritmo de producción a cuatro navíos de guerra al año. Pero, tras el estallido de la crisis bosnia ese mismo año, la mayoría de los fondos alemanes se reasignaron al ejército. El canciller alemán, Bernhard von Bülow, llegó a la conclusión de que la nación podía tener al tiempo el mayor ejército de Europa y la mayor armada. Esto ponía en cuestión el plan original de Tirpitz.
Entretanto, el gobierno británico había ignorado en buena parte la construcción naval en Alemania, pero se iba advirtiendo cada vez más la amenaza potencial en los círculos internos políticos. Las tensiones crecían gradualmente y la expansión naval alemana llegó a la opinión pública, tras el informe de 1908 del agregado naval británico en Berlín que trataba el aumento del ritmo de construcción de navíos de guerra en Alemania. Esto acabó generando una amplia reclamación de construcción de más acorazados para la marina británica, tanto por la opinión pública como por parte del estado. Llegó hasta el punto de que, desde 1909, el primer ministro británico, Herbert Henry Asquith, propuso un acuerdo mediante el cual el año siguiente se iniciaría la construcción de cuatro acorazados anuales. La financiación de estos barcos acabó aprobándose con el llamado Presupuesto Popular, en 1910.
A largo plazo, la carrera armamentística no fue un éxito para Alemania y en 1914 aún se encontraba en inferioridad de tonelaje total en los barcos, disponiendo solo de 1.019.000 toneladas y 17 acorazados, comparados con los 29 navíos y 2.205.000 toneladas de Gran Bretaña.
1.2 – La crisis bosnia y el camino hacia la guerra
El siguiente acontecimiento turbulento de la crisis ya presente en Europa fue la llamada crisis bosnia de 1908. Las tensiones étnicas y el aumento de las tendencias patrióticas nacionalistas ya estaban expandiéndose por todo el continente y eran particularmente visibles en los Balcanes, una zona con un trasfondo multiétnico y multirreligioso desde hacía siglos. Así que no resultó sorprendente que las tensiones repuntaran cuando Austria-Hungría decidió anexionarse unilateralmente Bosnia-Herzegovina, un territorio previamente ocupado por el Imperio Otomano.
La zona sufría una fuerte influencia austrohúngara ya desde 1878, tras el conflicto ruso con los otomanos y una serie de levantamientos contra su gobierno en los Balcanes. Austria-Hungría basaba sus reclamaciones sobre Bosnia en las llamadas Convenciones de Budapest de 1877, un acuerdo secreto entre Rusia y Austria-Hungría, que buscaba la división de territorios y poder en los Balcanes y el este de Europa.
La anexión que se produjo en 1908 se ajustó perfecta e intencionadamente con la declaración de independencia de Bulgaria del Imperio Otomano, que también se produjo en octubre de 1908. El acontecimiento provocó grandes protestas de todas las grandes potencias y especialmente de Serbia y Montenegro, vecinos de Austria-Hungría. La anexión tensionó enormemente las relaciones entre Austria y sus aliados y enfrió inmediatamente la relación con Serbia y otras etnias eslavas, especialmente las de la ocupada Bosnia. Rusia, constante protectora y aliada de su hermana nación ortodoxa y eslava que era Serbia, también enfureció. Así los Balcanes se ganaron rápidamente el epíteto del «polvorín de Europa».
Antes de esto, el gobierno otomano en los Balcanes, que duró sin oposición durante unos cinco siglos, se vio gravemente sacudido después de una serie de rebeliones y por el auge del nacionalismo. Los más importantes de estos conflictos fueron las guerras serbio-turcas de 1876-1878, también conocidas como las Guerras Serbias de Independencia. Las guerras se vieron precedidas por un levantamiento serbio en 1875 en Herzegovina, una chispa que se convirtió en un incendio de revueltas cristianas por todos los Balcanes. A esto le siguió una declaración de guerra de Serbia al Imperio Otomano en 28 de junio de 1876. Las primeras acciones se centraron en lo que hoy es el sur de Serbia y se caracterizaron por una serie de derrotas y retiradas por el bando serbio. Tras estas pérdidas iniciales, el gobierno serbio pidió a las grandes potencias europeas su mediación para una solución diplomática del conflicto. Esto ocasionó solo un mes de tregua, después del cual la guerra continuó. De todos modos, Serbia de nuevo siguió sin avanzar ante los atrincherados turcos. Su mala situación ocasionó la intervención de Rusia, que amenazó con entrar en la guerra contra los otomanos si estos no firmaban una tregua. Este ultimátum acabó en la práctica con la primera guerra serbio-turca.
Poco después, Rusia dio grandes ayudas financieras y militares a Serbia y esta última reanudó el conflicto en 1877, llevándolo a una segunda fase, conocida como la segunda guerra. Duró aproximadamente dos meses y esta segunda fase culminó con una victoria serbia decisiva, con ella liberaron buena parte de las tierras meridionales y expulsaron a muchos turcos y otros habitantes musulmanes de estas regiones. Después de la guerra, su resultado vino dictado por el Congreso de Berlín de 1878 liderado por el canciller alemán Otto von Bismarck, a través del cual Serbia consiguió una expansión territorial y un reconocimiento europeo como estado independiente. Sin embargo, el congreso no produjo ninguna solución duradera. Las tensiones entre Rusia y Austria-Hungría no hicieron más que aumentar aún más y llevaron a la inestabilidad europea general en vísperas de la Gran Guerra.