Kitabı oku: «Cuánto pesa una cabeza humana»
Primera edición: marzo, 2021
© Alfonso Armada Rodríguez, 2021
Publicado de acuerdo con Pontas Literary & Film Agency
© Vaso Roto Ediciones, 2021
ESPAÑA
C/ Alcalá 85, 7° izda.
28009 Madrid
Grabado de cubierta: Víctor Ramírez
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Impreso y gestionado por Bibliomanager
ISBN: 978-84-122937-9-1
eISBN: 978-84-123487-1-2
BIC: DCF
Depósito Legal: M-4209-2021
Alfonso Armada
Cuánto pesa una cabeza humana
Diario de un virus coronado
por el miedo
A Corina,
temporal tras temporal
Índice
La lengua materna
Día 1, domingo 15 de marzo de 2020
Día 2, lunes 16
Día 3, martes 17
Día 4, miércoles 18
Día 5, jueves 19
Día 6, viernes 20
Día 7, sábado 21
Día 8, domingo 22
Día 9, lunes 23
Día 10, martes 24
Día 11, miércoles 25
Día 12, jueves 26
Día 13, viernes 27
Día 14, sábado 28
Día 15, domingo 29
Día 16, lunes 30
Día 17, martes 31
Día 18, miércoles 1 de abril
Día 19, jueves 2
Día 20, viernes 3
Día 21, sábado 4
Día 22, domingo 5
Día 23, lunes 6
Día 24, martes 7
Día 25, miércoles 8
Día 26, jueves 9
Día 27, viernes 10
Día 28, sábado 11
Día 29, domingo 12
Día 30, lunes 13
Día 31, martes 14
Día 32, miércoles 15
Día 33, jueves 16
Día 34, viernes 17
Día 35, sábado 18
Día 36, domingo 19
Día 37, lunes 20
Día 38, martes 21
Día 39, miércoles 22
Día 40, jueves 23
Día 41, viernes 24
Día 42, sábado 25
Día 43, domingo 26
Día 44, lunes 27
Día 45, martes 28
Día 46, miércoles 29
Día 47, jueves 30
Día 48, viernes 1 de mayo
Día 49, sábado 2
Día 50, domingo 3 de mayo de 2020
Coda
Epílogo a modo de agradecimiento
LA LENGUA MATERNA
En la lengua con la que empezamos a nombrar el mundo radica uno de los misterios que los lingüistas en sus fundadas fantasías creen haber desentrañado. Con la ayuda de los neurocientíficos y los telescopios del alma lo lograrán. La lengua materna nos permite palpar la piel y el interior de la caracola, y escuchar las tonalidades del viento, que raspa nuestras orejas y deja a contrapelo ese césped que sirve de felpudo al tímpano y el resto de los huesecillos con los que oímos el rumor de lo que somos. Si a alguien tengo que dar las gracias antes de que nadie se interne en esta selva de palabras es a los traductores que me han permitido adentrarme en otras lenguas maternas que no han sido ni podrán ya ser nunca las mías. Por eso quiero recalcar en esta suerte de prólogo que todos los poemas de Paul Celan citados en este libro (que empezó por él y para él, llamándole queda e insistentemente a conversar) fueron traducidos por José Luis Reina Palazón del alemán y publicados por Trotta en una fervorosa edición de sus Obras completas. Mi gratitud es inconmensurable. Pero no puede quedarse aquí. Aunque al final se citan todas las ediciones de las que me he servido para alumbrarme antes, durante y después de la pandemia, me gustaría extender mi debe más sentido a otros traductores que han vertido en un español prístino y navegable los versos de Louise Glück en Averno, Abraham Gragera y Ruth Miguel Franco, que publicó Pre-Textos antes del Premio Nobel; como Andreu Jaume hizo con La belleza del marido, de Anne Carson, para Lumen; y Martín Schifino, secundado por María Luz Nóchez, con Lo que han oído es cierto, de Carolyn Forché, para Capitán Swing. Así como también las versiones de toda la poesía de Matsuo Basho que Beñat Arginzoniz amasó pacientemente para El Gallo de Oro. Si mi lengua materna pudo intercambiar señales de humo y algo más con esos escritores fue gracias a estos traductores que han abierto un camino que se parece mucho a lo que una linterna hace en la oscuridad.
A. A.
En Madrid, enero de nieve de 2021
Ni la peonía ni el poeta
tienen aspiraciones.
MATSUO BASHO
Día 1, domingo 15 de marzo de 2020
Como no quiero
que nada se olvide
he abierto
un cuaderno infantil
y con una pluma estilográfica
he empezado por el principio:
Diario de un virus coronado por el miedo
en Madrid, domingo
15 de marzo de 2020,
es decir:
día 1,
primero de una era
que tal vez tenga las patas cortas como un insecto
o se convierta
en el principio
de algo
que ni sospechamos.
Todavía no sé muy bien
qué contaré aquí
como si un poema
aunque sea narrativo
tuviera algo que contar.
En la pantalla del ordenador
que es
nuestra otra ventana
al mundo
y a veces a la realidad
veo reflejado
un cielo nocturno
y al mismo tiempo
una piscina de agua pesada.
Chapoteando
como si jugara a ser Jesucristo
(todo esto es cosa mía,
sé que no le haría la menor gracia.
Lleva más de diez años muerto)
aparece mi padre:
camina sobre las aguas
del mar:
su elemento.
Su alma era un balandro.
El fantasma se me parece tanto
que debería darme miedo.
Viene desde el lugar de la experiencia
donde los coleccionistas de coleópteros
escriben con caligrafía gótica
la gran palabra que nos hace humanos:
memoria.
Pero como ellos mismos saben,
no en vano se enamoran
sufren
se emborrachan,
viven su vida, y desalojan:
cada vez que abren ese cajoncito
se altera su contenido
y a veces para siempre.
¿Por eso escribo este diario?
Empiezo la mañana haciendo gimnasia
como hacía él
y con una pieza valiosa de la herencia que
sin saberlo mis hermanos
me apropié:
su manual de belleza,
que arranca así:
«En el año 1814, el profesor sueco Ling revoluciona con sus
nuevos métodos la gimnasia de movimientos respiratorios
denominada gimnasia sueca».
Hago mi pequeña tabla
frente a la dudosa luz del día
como los presos
que no se van a rendir
y preparan
los músculos de la inteligencia
para el ring de ahí fuera
donde golpear mejor
la próxima vez.
El guionista del virus coronado
ha imaginado una película
a la altura de nuestra educación sentimental
somos carne de pantalla
y lo lamentaremos:
calles deshabitadas
replicantes
pájaros estridentes
automóviles convertidos en chatarra
oxidándose
sombras corredizas
noctámbulos
que imaginan que en los bares
se escribe un guion a su medida
ramas brotando obscenamente
como una selva
que va a recobrar la ciudad
pero eso es literatura
la muerte se ha puesto a segar
con la productividad
de un exterminador
y yo me acuerdo de mi padre
mientras escribo a tientas
tratando de averiguar
lo que no sé.
Escribe Emilio Clot
el instructor de gimnasia de mi padre:
«Cada espíritu tiene que estar constantemente alerta, observando, y la serenidad, presencia de ánimo, rapidez de juicio, determinación y dominio de sí vencen frecuentemente a la fuerza y pericia automáticas».
Una estrategia contra el virus
insidioso
contra los vaivenes del ánimo.
Palabras
líneas cortas
segadas
en busca de sentido
como si la muerte
o la vida
lo tuvieran.
«Sólo más allá de los castaños está el mundo»,
dice Paul Celan.
Ojalá cantara bajito,
como los grillos.
Como él.
Como él has de dragar cada palabra
antes de pasar página
si no quieres que a medianoche
nada tenga sentido.
No todas las frases están hechas.
Día 2, lunes 16
La lluvia ha sido como un viático
cerró la noche
una tormenta de efectos especiales:
nos cosió a los alféizares
pozo horizontal de la realidad
un espejo minucioso
como un microscopio electrónico
para dibujar en silencio:
con patitas de insectos
trazamos nuestro retrato.
¿Éramos así?
Tengo la suerte
del mirador:
una calle en punto de fuga
que me nace bajo pies de uranio enriquecido:
dos hileras de árboles
podados por jardineros ciegos,
y la vía muerta de un tren imaginario
que no va a ninguna parte.
¿Qué buscábamos con tanta ansia?
Con el canto de la lengua
¿ha de ennegrecerse la escritura?
«De las siete y cuarto a las nueve menos cuarto he estado cortando piezas en una larga tira de metal, en la prensa grande, junto con Roberto: 677 piezas. He marcado una hora y diez minutos. Las he rasgado al principio por falta de aceite. He tenido dificultad en cortar la tira. He ganado 1,85 francos.
[…]
De las cuatro a las cinco y cuarto: en el horno.
Trabajo agotador. No sólo hace un calor insoportable, sino que las llamas llegan a lamer las manos y los brazos. Es necesario dominar los reflejos, pues de lo contrario estás expuesto a sufrir quemaduras. Durante la primera tarde que paso en el horno, hacia las cinco, el dolor que me ha causado una quemadura, el agotamiento y las jaquecas me hacen perder el dominio de los movimientos. No acierto a bajar la puerta del horno. Un calderero se adelanta a ayudarme y me la baja. ¡Qué agradecimiento se experimenta en semejantes momentos!».
SIMONE WEIL (1934)
(Recogido en Sobre Simone Weil. El compromiso con los desdichados, de Franciso Fernández Buey).
Día 3, martes 17
En plena debacle
pasa el perro paseando a su ama
el orden de los factores
los incendios de Australia
un resplandor
la luz es una clepsidra llena de coronavirus
la monarquía se pone en modo bancarrota moral
y nosotros nos asomamos a la noche
para aplaudir a sombras como las nuestras
a los médicos
a los enfermeros
a los enterradores
a los que nos salvan de nosotros mismos.
Como si eso fuera posible.
Salvarse.
En «Shibbólet»
(espiga, contraseña),
Paul Celan habla
de la «flauta doble de la noche»
y de la «oscura
aurora gemela
en Viena y Madrid»,
como si hubiera resucitado
o yo hubiera soñado la temeridad
de tirarme también al río
a los estanques
al mar de la Costa de la Muerte:
para sujetarle por los hombros
un instante antes de.
Gracias a la lluvia
y a los parques tomados por la policía
crecerá la hierba como nunca
y brotará brutal la primavera
sin que la desfloren los poetas
gastados como una mascarilla.
«Se esparcen los pasos
(sàn bù)
cuando se sale a pasear
y se esparce el corazón
(sàn xin)
cuando uno se distrae
o se divierte.
Se esparce el corazón.
Al viento»,
anota Berna Wang
en Cosas que me explica mi madre.
¿Qué nos explicamos a nosotros?
El geógrafo Massimo Livi Bacci,
que parece vivir en tiempos de Tucídides
recuerda en el periódico
que «después de la Segunda Guerra Mundial había cinco países separados por muros. Hoy son setenta, a pesar de la globalización. En lugar de mirar las causas, miramos al destino final. No puedes vivir siempre cerrado en casa».
Cerrado,
encerrado,
en estado de sitio
decretado por el miedo.
«Ten miedo, Alfonso, ten miedo.
Por tu propio bien,
ten miedo», me decía un joven
durante el cerco de Sarajevo.
¿Era peor?
Ya lo creo.
Antes de pasar página
para adentrarme en el pedregal del día
vuelvo a Paul Celan
que me sale al encuentro
como si me estuviera esperando
con la palabra en la boca:
«Te vemos, cielo, te vemos.
Viruela a viruela
vas creciendo,
pústula a pústula.
Así aumentas la eternidad».
¿Qué vemos nosotros
desde nuestro privilegiado mirador
panóptico del pánico?
Coronavirus a coronavirus
vas creciendo
nos vas atornillando
a la silla de la conciencia.
Sigue, Celan:
«Te vemos, tierra, te vemos.
Alma tras alma
vas exponiendo,
sombra tras sombra.
Así respiran los incendios del tiempo».
Mientras hacía gimnasia
para no perder el tono vital
y los Juegos Olímpicos
la descubrí a pie de obra
en la estantería a ras de suelo.
Así llegan los aldabonazos,
cuando menos te lo esperas,
en medio de la noche
o bajo la quebradiza luz del día
el aire que respiramos
amoníaco disuelto en humo
una gasa mortal
que nos impide salir
del encierro del cuerpo,
aunque forcemos los cerrojos
de la razón
y las llaves maestras
de la sinrazón.
Es como si tuviera una cita a ciegas
con La piedad peligrosa,
donde anota Stefan Zweig
(que también se quitó de en medio
por su propia mano,
y junto a ella):
«Empezó con ese repentino tirar de las riendas. Fue por así decirlo el primer síntoma de ese peculiar envenenamiento por compasión».
Día 4, miércoles 18
Con una pluma de porcelana
made in China
como el malhadado virus
a pesar del pangolín que
perplejo
nos interpela
porque es inocente
del hambre insaciable que gastamos,
una pluma que mi hermana la ceramista
me trajo de Jingdezhen
(léase Chintechén)
antes de que el mundo
entrara en hibernación.
Con una pluma se abraza
con una pluma se cava un pozo
con una pluma se mata
con una pluma se ama
con una pluma se pincha un globo
con una pluma se llena una barriga
con una pluma se imanta un brazo
con una pluma se zarpa
con una pluma se llega
con una pluma se compadece
con una pluma se calla
con una pluma se cancelan metáforas
con una pluma se reza
con una pluma se acaba con Dios
con una pluma se funda un paraíso
con una pluma se habita un páramo
con una pluma se enciende una ventana
en el silencio clínico de la noche
cuando todo es
fuera de campo
y nos limitamos
en un abrir y cerrar de ojos
a corregir
el curso del tiempo
lo que íbamos a ser
lo que íbamos a hacer.
«¿Quién puede decir lo que es el mundo?»,
se pregunta Louise Glück,
y se responde:
«El mundo
fluye, por tanto es
ilegible»,
pero el poema
«Prisma»
se prolonga como una partitura
que cada uno
sepa o no música
debe interpretar a solas:
«un corazón al aire se construye
su casa»
y
«Al dejar entrar
a un enemigo, a través de estas ventanas
uno deja entrar
al mundo»
o
«Los sonidos del lago. Los tranquilizadores, inhumanos
sonidos del agua lamiendo el muelle»,
todavía es Louise Glück
convocándonos
en Averno
de uno en uno
sin saber
que iba también
a acompañarnos
en este tiempo de virus coronado
asediándonos
como en Sarajevo
pero sin asesinos
atrincherados
en las colinas
que es mucho peor
matándonos
matándoles
que es mucho peor
por no hablar
de todo lo que faltaba.
Pero es también
un toque de queda
una señal de alarma.
Espero, atrincherado en mi ventana,
cuando se han apagado ya
todas las luces del vecindario:
a que pase
en una bicicleta desvencijada
insomne
Cioran:
«El hombre no es sólo un animal enfermo,
sino que es el producto
de la enfermedad».
En medio de la tarde
cuando todavía
parece remediable
vuelvo a sus Cuadernos:
«Mientras no sabemos sufrir,
no sabemos nada».
¿Quién se atreve a contradecirle?
Aún peor:
¿Quién se atreve a decirlo en voz alta
justamente ahora
en medio de este aguacero de cadáveres
que son escamoteados
para que la peste
no convierta
el miedo en pánico
y el pánico libere
nuestro más íntimo credo?
Una vez más por este día
una vez más por esta noche
Louise Glück será
a pesar de los pesares
un candil
como el que Georges de La Tour
encendía
para alumbrar las caras
de sus inspiraciones:
«El hombre en la cama era uno de los muchos hombres
a los que entregué: mi corazón. La entrega de uno mismo
no tiene límites.
No tiene límites, aunque se repita».
Nos gusta pensar
que la desgracia será vencida
y nos hará más fuertes.
Nos gusta pensar
lo que nos conviene.
El geógrafo Massimo Livi Bacci
que viene de una estirpe de geógrafos
y recorrió todas las costas del mundo
dice que «la humanidad
tiene una vitalidad enorme».
Lo sabe el virus
y por eso nos ataca
con tan endiablada inteligencia,
como si nos hubiera tomado la medida.
¿Hemos sido demasiado arrogantes?
Ah, ¡cómo están siempre ahí
los dioses
acechándonos
divirtiéndose
a nuestra costa!
Para eso nos crearon.
Para eso los creamos.