Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

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NOTA DE FRANCO NEMBRINI

Antes de afrontar un texto tan rico, pero a la vez tan lejano para nuestra sensibilidad en muchos aspectos como el de la Comedia, he introducido algunas observaciones que pueden ayudar al lector no especialista a entrar en el mundo de Dante de forma más consciente. En las siguientes páginas tenéis:

• una nota escueta sobre la vida de Dante;

• una breve introducción a la Edad Media y a la poética del deseo;

• una exposición —mucho menos breve— de la Vida Nueva, o bien de la obra en la que Dante cuenta su historia de amor con Beatriz.

El lector impaciente o ya informado puede saltarse estas páginas con tranquilidad y pasar directamente al diálogo con Dante; los más pacientes o curiosos puede que lo lean todo. Pero hay una parte que me permito señalar como esencial: la de la Vida Nueva. Porque, como veremos, la Divina comedia es hija por entero de la historia del amor de Dante por Beatriz y la obra juvenil del poeta es parte integrante de su obra maestra: una especie de «prólogo en la tierra» indispensable para comprender lo que sucede en el cielo.

BREVE BIOGRAFÍA DE DANTE
(1265-1321)

Dante Alighieri nace en Florencia entre mediados de mayo y principios de junio de 1265. No sabemos el día exacto porque, por aquel entonces, no existía un organismo análogo a la oficina de registro civil que apuntara los nacimientos, y la primera fecha segura de la vida de la mayor parte de las personas era la de su bautizo. De Dante —diminutivo de Durante: «aquel que aguanta, que resiste»— solo sabemos que fue bautizado, junto a todos los nacidos durante el año anterior, el 26 de marzo de 1266 en el maravilloso baptisterio dedicado a San Juan, patrón de la ciudad.

En esa época, Florencia es una de las ciudades más populares y ricas de Europa. Los comerciantes florentinos compran y venden telas, especias y demás por todo el mundo entonces conocido; los banqueros de la ciudad prestan dinero incluso a los reyes; la moneda de Florencia, el florín, se usa en Francia, Alemania, Inglaterra… Es verdad que no todos los florentinos son ricos, hay algunos pobres y muchos que simplemente se las apañan, pero, en general, la ciudad es próspera.

Los habitantes se organizan en gremios según su oficio, en corporaciones llamadas «artes»: encontramos el arte de los comerciantes, de los médicos, de los herreros… El primer objetivo de las artes es favorecer y sostener el trabajo de sus miembros; sin embargo, su acción se extiende a todos los ámbitos de la vida: si un socio enferma y no puede trabajar, el arte le proporciona un dinero; cuando un socio muere, el arte se hace cargo de los gastos del funeral, etc.

En tiempos de Dante, hay en total veintiún artes, de las cuales siete son mayores y catorce menores. Los miembros de las artes mayores mantienen también el control de la ciudad, pues son los que eligen a los seis priores que conforman el Gobierno y se mantienen en el cargo durante dos meses.

Además de ricos, en Florencia también son muy religiosos, como lo son generalmente todos los hombres de la época. En la ciudad encontramos ciento dieciséis iglesias y, al menos, treinta monasterios, los documentos públicos se abren con la fórmula «en nombre de la Santísima Trinidad», cada corporación tiene su iglesia y su santo protector, los comerciantes hacen donaciones regulares a las iglesias, conventos, orfanatos y hospitales; además, gracias a la caridad cristiana, la riqueza de los más pudientes se encarga de aliviar al menos en parte la condición de los menesterosos.

Además de ricos y religiosos, los florentinos también son muy litigiosos. La rivalidad entre las artes y las familias pudientes, entre los ricos y los pobres, entre los distintos barrios e incluso entre las órdenes religiosas es un elemento cotidiano de la vida ciudadana y no es raro que termine en una reyerta, una puñalada o hasta en una guerra.

Así es la Florencia en la que Dante Alighieri viene al mundo: rica, religiosa y conflictiva.

No se sabe prácticamente nada de su madre, Bella degli Abati. Solo sabemos que murió cuando Dante tenía alrededor de cinco o seis años. Su padre, Alighiero, se ocupaba de pequeños negocios y de préstamos de importe modesto: la familia de Dante no es ni rica ni pobre; es una de las muchas que conforman el laborioso y tenaz «pueblo llano» de la ciudad.

Tampoco se sabe mucho de la infancia de Dante. Seguramente es un chico inteligente, curioso y que aprende con facilidad, aunque no sabemos el qué ni de quién. La única información al respecto nos la ofrece el propio Dante en la Comedia, cuando se encuentra con Brunetto Latini y escribe que todavía guarda «una querida y buena imagen paternal de vos cuando en el mundo una y otra vez me enseñabais cómo el hombre puede hacerse inmortal».1 Brunetto había sido uno de los hombres más cultos de la Florencia del tiempo y un verdadero maestro para Dante: un amigo mayor, un guía que enseña, ilustra, sugiere lecturas, anima y corrige los intentos literarios del joven.

El único hecho de su infancia que Dante registra con precisión es el encuentro con Beatriz. En el pasado, muchos críticos sostenían que se trataba de una reconstrucción a posteriori; en cambio, hoy en día, como veremos mejor leyendo la Vida Nueva, los expertos están convencidos de que se trata de un hecho real, histórico. Con nueve años, Dante está participando como todos los florentinos en las fiestas de Calendimaggio —los Mayos— por la llegada de la primavera, cuando se queda de piedra al ver a una niña unos meses más joven que él: Beatriz, hija de Folco Portinari, uno de los hombres más destacados de la ciudad. Dante no dice nada más de ese encuentro, solo que su corazón «comenzó a latir con tal fuerza» 2 que el temblor se le extendió por todo el cuerpo.

Desde entonces, aprovecha cualquier ocasión para volver a verla. No es fácil, ya que una chica de buena familia, como es Beatriz, nunca sale de casa sola, sobre todo si está prometida como esposa a uno de los banqueros más ricos de la ciudad. En aquel tiempo era normal que los matrimonios se concertaran cuando los esposos no eran más que unos niños, tanto es así que el propio Dante, con doce años, fue prometido oficialmente con otra chica, Gemma Donati. Así que Dante solo puede ver a Beatriz en la iglesia. Sabe dónde va a misa y acude allí para verla, con discreción, sin que nadie se dé cuenta.

Pero pasan nueve años hasta que su mirada vuelve a cruzarse con la de Beatriz. Está caminando por la calle y, de repente, la ve venir hacia él por el otro lado de la calle, escoltada por dos ancianas damas de compañía. Él, confundido, se pega a la pared, pero ella le mira y le hace un gesto de saludo. Una mirada, un gesto de saludo. A nosotros nos parece poco, pero para Dante lo es todo. Beatriz le ha mirado, le ha saludado; quiere decir que sabe quién es —nunca habría saludado a un desconocido— y que no es uno cualquiera para ella.

Mientras tanto, va creciendo el otro gran amor de Dante: la poesía.

Como hemos visto, desde pequeño a Dante le gusta leer y estudiar, y aprende rápido. Y, mientras él crece, en Florencia empieza a desarrollarse un lenguaje poético nuevo que el propio Dante definirá como «dolce stil novo».

¿Qué tiene de «nuevo» y de «dulce» este estilo? El modo en que los poetas hablan de la mujer. Obviamente, la mujer y el amor han sido siempre uno de los temas principales de la poesía. Pero para los poetas de este estilo nuevo la mujer es algo más. No es solo un objeto de deseo, como siempre había sido, sino que también es la fuente de donde viene la salvación del hombre. La belleza, la nobleza del alma, la «gentileza» —como se empieza a decir por aquel entonces— de la mujer son signo de una belleza más grande, de un amor más grande, son signo del amor de Dios. Dante entiende enseguida que este estilo poético se corresponde con lo que le ha sucedido con Beatriz y también él empieza a elogiar a su dama.

En realidad, Dante no escribe solo para ensalzar a Beatriz. Habla de muchos más temas. El caso es que en aquella época la poesía estaba en boga en Florencia. Por cada evento político, acontecimiento o fenómeno natural alguien compone una oda, una balada, un soneto. Uno escribe y otro le responde. Los versos son un poco como los tweets y los posts de hoy en día. A fuerza de dimes y diretes, también se crean amigos y enemigos entre los poetas, aficionados y defensores de uno u otro. Y Dante se crea su propia compañía de amigos.

Después de su segundo encuentro con Beatriz, tiene un sueño y lo cuenta en una poesía pidiendo que alguien le ayude a interpretarlo. El primero en responderle es Guido Cavalcanti, el más famoso de los poetas del dolce stil novo. Es el principio de una amistad que durará hasta la muerte de Guido. Después, se les añade Lapo Gianni, otro joven literato. Pasan mucho tiempo juntos, quedan para tomar algo, hablan de todo: de poesía, de política, de mujeres. Saben bromear, pero también afrontar con seriedad los desafíos de la vida.

En 1290, Dante se enfrenta a un drama decisivo para él: la muerte de Beatriz. Hacía un tiempo que él se había casado con Gemma y Beatriz con el banquero, obedeciendo a las costumbres de entonces. De todas formas, Dante no tenía el problema de llegar a casarse con Beatriz, de tenerla para sí; para él, su presencia, su mirada, su figura y su existencia eran ya como un anticipo del paraíso. ¿Y ahora qué?

Ahora, en primer lugar, se ve obligado a poner en orden las ideas, y lo hace como literato, escribiendo un libro, la Vida Nueva. Esta es una especie de autobiografía, donde recorre los episodios fundamentales de su vida tratando de darles un significando e insertando las poesías vinculadas a estos episodios. La idea que aúna todo es la del título, que quiere decir: desde el encuentro con Beatriz, empezó para mí una vida nueva, más feliz, más apasionada que la anterior.

 

Pero al escribir se da cuenta de que lo que está diciendo es demasiado poco, no consigue plasmar toda la grandeza de lo que ha vivido. Y, sobre todo, no consigue reflejar la desgarradora contradicción que la vida supone para todos: nacemos sintiéndonos destinados a la felicidad y, sin embargo, todo muere, todo parece traicionar esa promesa, también la mujer amada. Por eso, concluye la Vida Nueva con un solemne compromiso: no dirá nada más de ella hasta el día en que pueda hablar de forma más digna, más adecuada. Es la promesa de la que nacerá, años más tarde, la Divina comedia.

Mientras tanto, intenta encontrar consuelo. Posiblemente —pero no estamos seguros, ya que las fuentes son inciertas— lo hace lanzándose a los brazos de alguna mujer de carne y hueso. No sería nada insólito porque todos hemos intentado alguna vez olvidar el dolor por un amor acabado buscando otro. Pero, de haber sido así, le duró bien poco. Dante se dio cuenta enseguida de que ese no era el camino.

Entonces, se dirige a otra mujer, que no está hecha de carne y hueso, sino de ideas y libros, la filosofía. «[…] yo, que buscaba mi consuelo» escribe, «[…] juzgaba justamente que la filosofía […] era una cosa muy grande. Y me la imaginaba como una bella dama, y no podía imaginármela haciendo otra cosa que misericordia […] de tal forma, que en poco tiempo, unos treinta meses, comencé a experimentar su dulzura con tanta intensidad, que su amor ahuyentaba y destruía en mí cualquier otro pensamiento».3

Philosophia, en griego, quiere decir «amor a la sabiduría», deseo de saber, de conocer, de entender cómo está hecho el mundo. Es como si Dante dijera: «Si entiendo mejor cómo está hecho el mundo, a lo mejor consigo entender el sentido de lo que me ha sucedido». De esta manera, Dante también se enamora de la filosofía y encuentra consuelo estudiando en las escuelas franciscanas y dominicas de Florencia. Pero tardó poco en darse cuenta de que tampoco esto le bastaba.

Entre tanto, comienza a participar en la vida pública de la ciudad y, para entender lo que sucede de aquí en adelante, es necesario echar un vistazo a la situación política del momento.

En la Edad Media, las dos sumas autoridades en la Europa occidental eran el papa y el emperador. En teoría, estaba claro el papel de cada uno y las tareas eran distintas. El papa ejercía la autoridad espiritual, es decir, establecía lo que estaba bien y lo que estaba mal según la ley de Dios, juzgaba los pecados y las penitencias para ser perdonados, tenía autoridad sobre obispos, curas y monasterios. Por el contrario, el emperador detentaba el poder temporal, es decir, dirigía el ejército, defendía los confines del imperio de los enemigos exteriores y hacía respetar las leyes, ejercía el poder sobre reyes, señores y ciudades…

Sin embargo, en la práctica las cosas eran distintas. ¿Qué relación había entre las normas de la Iglesia y las leyes del Estado? Si un gobernante iba contra las leyes de la Iglesia, ¿no tenía el papa derecho a quitarle su poder? El papa, que era también jefe de un Estado, ¿no debía combatir como los demás soberanos? Dado que, a menudo, los obispos y los abades también eran señores de un territorio, ¿no tenía el emperador derecho a nombrarles? Y así sucesivamente. El resultado es que, muy a menudo, papas y emperadores se enfrentaban por afirmar su superioridad frente al otro.

En consecuencia, los europeos acabaron dividiéndose en dos grupos: los defensores del papa, llamados güelfos; y los partidarios del emperador, llamados gibelinos. En realidad, a menudo, a los güelfos y gibelinos no les interesaba mucho la suerte del papa y del emperador, sino que simplemente estaban con aquel del que esperaban recibir una ayuda mayor. Si una ciudad era güelfa, enseguida su rival se alineaba con los gibelinos; y también dentro de cada ciudad había un partido güelfo y uno gibelino, siempre preparados para entrar en peleas y pedir ayuda a uno u otro potente protector.

A finales del siglo XIII, en Florencia mandan los güelfos y en Arezzo, que está muy cerca, los gibelinos. El 11 de junio de 1289, en la llanura de Campaldino, las dos ciudades se enfrentan. Dante también está en el campo de batalla. Probablemente no es la primera vez que combate, pero ciertamente es su primera batalla importante.

El enfrentamiento termina con el triunfo de Florencia y Dante lo hace muy bien entre los « feditori a caballo», que eran los caballeros de primera línea que se encargan del primer choque contra los adversarios. Por eso, sus conciudadanos empiezan a tenerle una estima no solo como poeta, sino también como hombre valiente.

Después de combatir a los enemigos de la ciudad, Dante se implica también en asuntos internos. Sin embargo, para tener derecho a tomar parte en la vida pública es necesario estar inscrito a un arte; por eso, elige a la de los médicos y boticarios. ¿Y por qué precisamente esa? Los boticarios son los antecesores de los farmacéuticos modernos, se ocupaban de hierbas curativas, pomadas, pociones, venenos; según la mentalidad de la época, el conocimiento de las plantas medicinales era una de las ramas de la filosofía que Dante había estudiado. Así que, por eso, se unió a los boticarios para poder participar en la vida política.

Es inteligente, talentoso, apasionado y, a diferencia de muchos, le interesa más el bien de la ciudad que el suyo propio. De esta manera, va destacando cada vez más hasta que el 13 de junio de 1300 le eligen como uno de los priores.

Pero, como hemos dicho, los florentinos son muy peleones y, aunque han echado a los gibelinos, los güelfos se dividen en dos facciones: los blancos y los negros. Los negros, entre los que se encuentran los banqueros que administran el dinero del papa, están muy ligados al pontífice y, para no perder su apoyo, están dispuestos incluso a concederle el señorío de la ciudad. Los blancos también están con el papa, pero hasta cierto punto; para ellos la independencia de Florencia es lo primero. Por este motivo, los negros pretenden acusarles de ser gibelinos a escondidas.

Dante es un güelfo blanco, pero se muestra bastante equilibrado durante su gobierno; entre otras cosas, participa en la aprobación de un decreto que condena al exilio tanto a los jefes más agresivos de los negros como a los más turbulentos de los blancos. Entre los primeros se encuentra Corso Donati, primo de su mujer Gemma; entre los segundos está su gran amigo Guido Cavalcanti. Está claro que Dante, más que el interés propio, busca el bien de la ciudad, pero, posiblemente por eso, acaba enemistándose con todos.

Una vez vencido su mandato como prior, los florentinos le eligen entre los embajadores que irán a Roma para llegar a un acuerdo con el papa. Sin embargo, mientras Dante está en Roma, llega a Florencia con sus soldados Carlos di Valois, hermano del rey de Francia. Tiene el apoyo del papa que, en teoría, le ha confiado la tarea de mantener la paz; en realidad, está abiertamente de parte de los negros. En consecuencia, los negros recuperan el control de la ciudad y se vengan de sus adversarios. Asesinan u obligan a fugarse a los blancos más notables, queman sus casas y confiscan sus bienes.

En 1302, también Dante, que aún no ha vuelto a Florencia, recibe la noticia de que, acusado de corrupción, ha sido condenado a muerte: si vuelve a poner un pie en la ciudad, le espera la hoguera.

En ese momento, comienza para Dante un largo y doloroso exilio. Al principio, vive en ciudades cercanas a Florencia como Siena y Arezzo, se ve con otros exiliados blancos, participa en sus intentos de reconquistar la ciudad con las armas o de llegar a un acuerdo para ser readmitidos. Pero todos los esfuerzos fallan y Dante se da cuenta de que volver será dificilísimo.

No tiene un duro y solo cuenta con un recurso para vivir, su cultura. Así que empieza a visitar las cortes de la Italia de la época, quedándose donde encuentra a un señor que aprecie su poesía o le haga encargos, a veces como embajador, a veces tan solo como secretario. Reside en Lunigiana en la corte de los Malaspina,4 en Verona con los Della Scala5 y diferentes ciudades de la Romaña.

Cuando en 1310, el nuevo emperador, Arrigo VII, baja a Italia soñando con pacificar la península bajo el cetro imperial, Dante recupera la esperanza de volver a Florencia. Se entusiasma con su proyecto que pretendía traer a Italia el fin de las discordias, y a él mismo la posibilidad de volver a su amada Florencia.

Pero el sueño dura poco. Muchas ciudades, con Florencia a la cabeza, se oponen; Arrigo resulta ser poco hábil y se dispersa en mil contiendas; al final, en 1313, la malaria acaba con él. Y la aversión de los florentinos por Dante, que se ha alineado con el enemigo, aumenta.

En realidad, un par de años después —estamos en 1315—, Florencia ofrece un gesto de pacificación. Les propone a los desterrados que vuelvan con una condición: que hagan un acto de penitencia, poniendo pie un momento en la cárcel y, entonces, serán readmitidos en la ciudad.

Dante, con lo orgulloso que es, no está dispuesto a someterse. Quiere volver con la cabeza alta, sin tener que reconocer una culpa que no ha cometido. «¿Es esta la revocación con la cual se invita a Dante Alighieri a que vuelva a su patria después de haber padecido un destierro de casi tres lustros?», escribe a un amigo florentino no identificado. «¿Es esto lo que ha merecido su inocencia manifiesta a todas las gentes? […] No es digna de un hombre familiarizado con la filosofía una bajeza tan grande de espíritu […]. No es este, querido Padre, el camino para volver a mi patria; pero, si vos mismo u otro cualquiera encuentra un camino que no lesione la fama y la honra de Dante, aceptaré ese camino rápidamente; pero si, por el contrario, no se abre otro camino para entrar en Florencia, nunca más volveré a Florencia».6 Por encima del amor a Florencia está el amor por la verdad. Y, por eso, no volverá nunca a Florencia.

Mientras peregrina de una ciudad a otra, Dante se dedica en cuerpo y alma a su poema. Y, poco a poco, canto tras canto, la Comedia ve la luz.

No sabemos cómo y cuándo empezó a circular la Comedia. Sabemos con seguridad que, durante la vida de Dante, algunos cantos ya eran conocidos. Además, también sabemos con seguridad que Dante dudaba si publicarla entera o no. Por un lado, pone sus últimas esperanzas de entrar en Florencia en la fama que le puede dar esta obra. Por otro lado, algunos de los personajes que pone en el infierno siguen vivos, de otros siguen vivos hijos y parientes que seguramente no se pondrán contentos al leer sus afilados juicios. En realidad, Dante sabe que está escribiendo una obra que solo se podrá apreciar tras su muerte.

Dante no es viejo —en 1315, ha cumplido cincuenta años—, pero le pasa factura la dura vida que le ha tocado en suerte. En 1319, se establece en Rávena, cuyo señor, Guido da Polenta, es un gran admirador suyo. Tanto que, en el verano de 1321, le manda como embajador a Venecia. Sin embargo, en el camino de vuelta, pasando por una zona pantanosa, Dante enferma de malaria. Su físico, ya debilitado, no lo resiste. Y así, acompañado por el afecto de sus amigos de Rávena, fallece la noche del 13 al 14 de septiembre de 1321.

Su hija, sor Beatriz, le cuida hasta el final. Su hija Antonia era monja y había profesado precisamente con ese nombre. Este es un hecho que quizás nos permita arrojar luz sobre un aspecto importante de la vida de Dante, al que solo hemos hecho referencia de pasada: su relación con su esposa, Gemma Donati.

Alguno se habrá preguntado: pero, si él ama a Beatriz, habla siempre de Beatriz y, a la vez, está casado con otra. ¿Cómo habrá podido Dante hablar de Beatriz y querer a Gemma? ¿Y cómo habrá podido soportar Gemma a un marido que siempre habla de otra mujer? Por el contrario, nunca habla de Gemma. Por eso, muchos estudiosos han planteado suposiciones fantasiosas sobre la relación entre los dos.

Pero su hija Antonia eligió el nombre de sor Beatriz. Elegir el nombre con el que se profesa en un convento es algo muy serio: quiere decir que la persona que ha llevado ese nombre ha sido importante, fundamental en la vida del que lo adopta. Si Beatriz hubiera sido motivo de discordia en casa, si hubiera sido una presencia fastidiosa para su madre, Antonia lo habría sabido, lo habría sufrido y no habría elegido ese nombre.

 

Sin embargo, entre tantos nombres de ilustres santos, Antonia elige justo Beatriz. ¿Por qué? La única explicación posible es que Beatriz fuera, en casa Alighieri, una presencia amada. Es decir, que Gemma y sus hijos hubieran entendido que Dante era un buen padre y un buen marido porque había aprendido a amarse a sí mismo, a su mujer, a su ciudad y al mundo entero gracias a la relación con Beatriz.

Destinado a no volver a la amada Florencia ni siquiera una vez muerto, Dante es enterrado en Rávena, en la misma iglesia de San Francesco donde se celebraron las exequias, custodiado por la comunidad franciscana local.

Pero Dante no encuentra paz ni siquiera muerto. Los florentinos, que, cuando estaba vivo, no le habían querido, empiezan a reclamar su cuerpo. En 1519, el papa León X —florentino, hijo de Lorenzo el Magnífico— dispone que los restos del poeta vuelvan a Florencia. Los franciscanos no pueden desobedecer al papa, pero tampoco quieren ceder a «su» Dante. ¿Y entonces qué hacen? Sacan a escondidas los restos de la tumba y los meten en una caja, que dejan en algún rincón del convento. De esta manera, cuando llegan los florentinos, encuentran la tumba vacía y empieza el misterio de los huesos de Dante. Este misterio se espesa cuando, a partir de 1810, Napoleón confisca el edificio y echa a los franciscanos, que entierran la caja en uno de los claustros, limitándose a decir a la gente de Rávena que han dejado un gran tesoro. El enigma no se desvela hasta 1865, cuando, con ocasión del sexto centenario de su nacimiento, la administración de Rávena ordena una restructuración del convento y, durante las obras, aparece la misteriosa caja. En ese momento, los restos de Dante se entierran en el monumento conmemorativo que, en 1780, se había construido en su honor en los alrededores del convento. Y ahí es donde se encuentra ahora.

Sin embargo, creo que un mausoleo al borde de una carretera —y que no tenía ni un signo cristiano hasta que, en 1965, se puso una cruz donada por Pablo VI— no es un lugar digno de él. Quizás el año 2021, séptimo centenario de su muerte, sea la ocasión propicia para que los restos mortales del insigne poeta sean transferidos a un lugar más adecuado dentro de la basílica de San Francesco.

1 Infierno XV, vv. 83-85.

2 Vida Nueva II, p. 536.

3 El convite II, XII, p. 603.

4 Durante años, la Lunigiana, zona del extremo norte toscano, fue un territorio neutral donde se retiraban los refugiados de los partidos güelfos negros y blancos que se despedazaban en Florencia; al cabo de cuatro años de vagabundeo en el norte de Italia, Dante llega allí, hospedado por los marqueses Malaspina, que conocían la fama poética de Dante y el dolce stil novo.

5 Unos meses antes, Dante estaba en Verona, hospedado por los Scalgeri, relacionados con los Malaspina por vía de matrimonio y relaciones políticas.

6 Cartas XII, p. 812.