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Kitabı oku: «La transformación de las razas en América»

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AGUSTÍN ÁLVAREZ

Nació en la ciudad de Mendoza el 15 de Julio de 1857. Huérfano desde la primera edad, fue un "self made man"; si llegó a conquistar fama y rango, no fue tan sólo por su talento original y su vasta ilustración, sino también por sus ejemplares virtudes públicas y privadas.

Cursó estudios secundarios en el Colegio Nacional de Mendoza; allí encabezó una revuelta estudiantil para obtener reformas de la enseñanza y cambios en las autoridades docentes. En 1876 se trasladó a Buenos Aires, ingresando al Colegio Militar; en 1883 emprendió estudios universitarios, graduándose en Derecho en 1888. Fue Juez en lo civil, en Mendoza (1889-1890) y Diputado por esa provincia al Congreso Nacional (1892-1896). Su doble competencia militar y forense lo llevó al cargo de vocal letrado del Consejo Supremo de Guerra y Marina (1896-1906). Durante los últimos quince años de su vida fue un apóstol de la educación científica y moral, ocupando cátedras en las Universidades de Buenos Aires y La Plata; de ésta última fue vicepresidente fundador y canciller vitalicio.

Su carrera de escritor, iniciada en la prensa, en 1882, le llevó a especializarse en estudios de educación, sociología y moral. Son sus obras principales: "South América" (1894), "Manual de Patología Política" (1899), "Educación Moral" (1901), "¿Adonde vamos?" (1904), "La transformación de las razas en América" (1908), "Historia de las Instituciones Libres" (1909), "La Creación del Mundo Moral" (1912), y numerosos folletos y escritos sobre los problemas políticos, sociológicos y éticos que constituyeron la constante preocupación de su edad madura.

La democracia en lo político, el liberalismo en lo moral, el laicismo en lo pedagógico y la justicia en lo social, fueron los cimientos cardinales de su vasta obra de apóstol y de pensador, orientada en el sentido educacional de Sarmiento y eticista de Emerson.

Su virtud y su sencillez fueron tan grandes como su consagración al estudio y a la enseñanza; fue, siempre, un varón justo.

Falleció en Mar del Plata el 15 de Febrero de 1914.

ADVERTENCIA DE LA PRESENTE EDICIÓN

El libro editado en 1908 con el título La transformación de las razas en América constaba de 33 títulos. Los primeros 14 forman parte de la conferencia titulada La Evolución del espíritu humano; los 19 restantes están incluidos en el volumen ¿A dónde vamos?

En la presente edición se conservan los primeros 14, con su título de conjunto y se agregan los trabajos similares: Las ideas capitales de la civilización en el momento que pasa, Instituciones libres, Evolución intelectual de las sociedades y El diablo en América.

INTRODUCCIÓN

"En la América del Norte se aprendió a trabajar y a gobernar; en la América del Sur se aprendió a rezar y obedecer". – "La herencia moral de los pueblos hispanoamericanos". (Rev. de Filosofía, año 1, N.º 3). Agustín Álvarez.


I. – Álvarez y la hora actual

Nunca será más oportuno e interesante estudiar a Agustín Álvarez que en la hora actual, tanto por lo que el hombre, la vida y su obra comportan de halagüeño y significativo como para enfrentarlo con la incertidumbre y regresión del momento. Vientos de reacción soplan por todas partes; luctuosos tiempos los que corren y más luctuosos, acaso, los que se avecinan. Reacción criollista y religiosa a la vez. El pasado bárbaro vuelve a la escena con sus violencias primarias, su "culto nacional del coraje". El dogma pujando por ahogar la libertad y el libre examen. El amo esforzándose por anular la crítica y la fiscalización. En suma, las dos fórmulas fatales: reacción política y reacción religiosa. Estado social peligroso, formas funestas a los pueblos nuevos que han menester savia joven e ideales nuevos.

Y no es alarmismo de pesimista el nuestro: miramos los fenómenos sociales objetivamente, poniendo sordina a la pasión y al entusiasmo.

Según la afirmación de un escritor humorista, hábil juglar de paradojas, "todo se había mestizado en el país: el comercio, el trabajo, la agricultura, las vacas, los caballos, los carneros; lo único que se mantenía criollo puro era la política. Y es lo único que no anda bien"1. Acaso la única verdad de todo un libro. Esa es la política que persiste, que triunfa; puramente empírica y sentimental, personalista. Ni económica, ni social, ni científica. De palabras sonoras, de gestos teatrales, de declamaciones histriónicas, sin una idea económica, sin principio filosófico o propósito social que la determine. Es la vieja política que vuelve – o más bien, que continúa – a pesar del cambio de unos hombres por otros, y de las declamaciones prosopopéyicas de los palaciegos en el Capitolio: es decir, la política de Tartufo, que ya encontrara aquí Luz del Día en su peregrinación por América, cuando, cansada de vivir en Europa, hizo su viaje de incógnito por estas tierras según la sabrosa creación alberdiana. Es que el señor Tartufo es un viejo conocido nuestro. Para Alberdi era un personaje familiar. Miral cómo retrata al tipo ideal de su mandatario, con condiciones también ideales: "Debe tener en apariencia – dice – todas las aptitudes del mando, pero en realidad debe carecer de todas, porque si una sola le acompaña, eso será lo bastante para que nunca llegue al poder; con el exterior de un gobernante nato, debe ser más gobernable que un esclavo; debe ser un timón con el aire de un timonero; una máquina con figura de maquinista, un carnero con piel de león, un conejo con el cuero de una hiena, un bribón consumado con el aire grave del honor hecho hombre. Debe ser un mentiroso de nacimiento y al mismo tiempo el flajelo de los mentirosos para darse el aire de odiar a la mentira. El carácter es un escollo y el vicio de decir la verdad es otro. El que ama el poder y aspira tenerlo, debe dejarse mutilar la mano antes que abrirla, si está llena de verdades: verdad y poder son antítesis. Debe tener el talento de ocultar la verdad por la palabra y la prensa. La frase gobierna al mundo a condición de ser vacía, porque la frase, como la tambora, hace más ruido a medida que es más hueca"2.

Esta página admirable del eminente hombre público parece escrita para nuestra época. La tierra fantástica de su Quijotania, que no es sino ésta que nosotras conocemos, fue siempre y sigue siendo aún, propicia a los tartufos que hasta se han puesto del lado del pueblo soberano…

"Ilusos o criminales – dice un respetable escritor – gracos o dulcamaras, su brillante fraseología sólo sirve para engañar a los crédulos y arrastrarlos a la perdición. ¡Qué cuadro doloroso el de estas naciones corroídas en que una fachada opulenta esconde un edificio en ruinas y en que el aparato de la civilización sólo sirve de máscara a la decrepitud y los vicios de la decadencia!"3.

La regresión de esta hora histórica es innegable. Es un estado de plena patología política. Hechos hay a granel que abonan la seriedad de este aserto; bastará auscultar serenamente el ambiente social para percibirlo. Es "el tinglado de la antigua farsa" que dijera Benavente. Mas no es caso de lamentarse ni temblar: recojamos el ánimo y vayamos hacia Agustín Álvarez. Estudiémoslo y meditemos su obra de múltiples proyecciones sociales, fecunda y sobria en enseñanzas, que, en la recia urdimbre de su pensamiento, robusteceremos nuestro espíritu, en su vida austera hallaremos un modelo que imitar y en la cosecha del sembrador encontraremos la buena semilla – todavía infecunda – para esparcirla a todos los vientos, en la seguridad de que contribuiremos al mejoramiento moral, social y político de este pedazo de suelo en que nos toca actuar y vivir.

II. – El hombre y la obra

Por mi parte tengo que confesar con rubor no haber conocido a Álvarez, sino algo después de los veinte años, vale decir, en su obra de pensador, de moralista, de sociólogo, de educador, que lo fue en el más alto concepto del vocablo. Su vasta, compleja e inusitada labor esparcida en numerosos volúmenes, de filosofía, de educación, de política y de sociología, escritos con ese sello tan característico, tan suyo, que lo hace inconfundible entre mil.

No he conocido antes a Álvarez. Por otra parte no estoy seguro de que hubiera comprendido en toda su intensidad e intención el valor de sus escritos y obras, en la primera juventud en que gustamos más de la frase que suena, de la cláusula armónica al oído, que de su contenido o sustancia. Y no es mía la culpa; en mi lejana ciudad natal el maestro era un desconocido y seguirá siéndolo quién sabe por cuanto tiempo. Allí donde, según el decir suyo, tan exacto como mortificante, se gasta más sebo y cera para fabricar velas que jabón para la higiene, claro está que Álvarez y sus ideas no podían llegar sino de contrabando. El medio es francamente hostil a ellas. Se lo ignora como se lo ignora a Ameghino: sólo se los conoce de nombre. Apenas si Darwin y Comte tienen uno que otro discípulo infiel. ¿Y cómo iba a escucharse la voz del maestro laico, del filósofo de la libertad, del crítico agudo y mordaz de nuestra patología política y social si aquellas sociedades provincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos sus prejuicios y rutinas? ¿Podría oírse la voz de Álvarez, su crítica recia y fuerte a todos los dogmas religiosos donde el espíritu manso y serenamente episcopal del padre Esquiú preside la vida de las gentes todavía con sus sermones en olor de santidad?

No podía percibirse, pues, su pensamiento entre el ruido ensordecedor de las campanas echadas a vuelo diariamente, para mejor gloria del Señor, el canto de los beaterios y la mendicante pobreza mental del pueblo. Compréndese fácilmente que en los pueblos de provincias, donde el fanatismo toma formas tan raras y en donde, pudiéramos afirmar sin exageración, sólo se aprende a rezar y a despreciar el trabajo manual, un pensador de su estirpe y de la fuerte contextura de su crítica fuese sistemáticamente excluido. Así este virtuoso del pensamiento es casi un extraño; sólo comienza hoy a conocérselo. Por otra parte, la prensa gaucha y mercachifle, que tiene para el tartufo el aplauso suelto y fácil, tuvo para él su silencio de guerra. Y se comprende bien.

El político criollo no podía ir a buscar a sus obras una frase pertinente para ornamentar su discurso con la cita indispensable, porque él lo tenía catalogado en un "Manual de patología". El abogado, más o menos leguleyo y enredista, el procurador ave negra, en fin, la serie interminable de los que cayeron bajo la agudeza mortificante de su pluma y toda esa legión enorme de gente "buena" con que nos encontramos diariamente, que vive tributando culto a los prejuicios más groseros y ridículos, no podía ser amiga de Álvarez, y hoy han de prendérsele a su nombre y a sus obras con mal disimulada saña.

Cosas, hombres, costumbres, hábitos, rutinas, prejuicios, taras hereditarias, sedimentos sociales, todo lo enfoca bajo el haz luminoso de su linterna este espíritu ansioso de saber y de bien.

Hurga, remueve, corta lo enfermo, lo malo, con su bisturí implacable. Todo cae bajo la disección y el análisis. Al par del diagnóstico de la enfermedad expresará el remedio para la cura, aunque sea el cauterio aquí o la amputación allí.

Su humorismo provinciano se desata en el sarcasmo, en la ligera y apenas perceptible sonrisa burlona – que me la imagino distendiendo constantemente la comisura de sus labios – ; en la crítica mordaz y fina de los sectarismos sociales, de los órganos petrificados que pugnan por abatir el espíritu de observación y experimentación del positivismo científico, sin verdades reveladas ni verdades inmutables; teniendo siempre la frase adecuada, la cita oportuna, el decir cáustico para todas estas cosas tan feas y tan nuestras.

* * *

Pero lo que más hace resaltar el valor de su obra con acentuados relieves, es que toda ella, como él mismo, fue el producto del esfuerzo propio. Muchacho huérfano, conoció tempranamente el dolor de la vida, es decir, tuvo que ser prematuramente hombre; mas eso no apagará la sed de perfección de su espíritu, el ansia fervorosa de saber, ni amainará el temperamento brioso y decidido. Vino a Buenos Aires, la suspirada Buenos Aires, ciudad deslumbradora y áurea, escenario indispensable a todas las consagraciones, no sin antes haber dado pruebas de su carácter enérgico encabezando una revuelta estudiantil en el colegio nacional de Mendoza, donde cursó estudios secundarios.

Así, pues, sin oro en las talegas, pero con un gran valor para la lucha, llegó a Cosmópolis, a luchar brazo a brazo con la vida. Se formó solo en el estudio y el trabajo, sin directores mentales, sin guías, sin tutores de su inteligencia – la peor calamidad – siguiendo sus vocaciones unas veces, impulsado por las necesidades otras, hasta encontrar la definitiva orientación de su espíritu, a más de la mitad de su existencia, siguiendo luego por ese camino de progreso hasta su muerte.

Esta condición de ser el producto de su trabajo, de no deber nada de sus prestigios y de sus méritos conquistados a nadie, será más tarde motivo de su orgullo, un orgullo legítimo, por cierto, que él expresará repetidas veces al decir de sus biógrafos en pertinente y expresivo idioma inglés: "self made man".

La vocación de los grandes caracteres suele ser el apostolado de una idea – ha dicho un escritor contemporáneo4, a propósito de nuestro dilecto pensador – y Álvarez tenía todas las características del apóstol: la fe inquebrantable que lo hace persistir en su lucha tenaz en un ambiente hostil, puesta la mirada visionaria hacia un ideal humanitario, de perfección social, de vida bella y mejor para todos por la difusión cultural, pues entendía que la educación forma una segunda naturaleza, creyendo "poder cambiar, por medio de la escuela, un pueblo de bellacos en un pueblo de gentes de bien y una tierra de miserias y maldiciones, en tierra de prosperidades y bendiciones"5. Esa es la calurosa pasión que se descubre a través de su crítica social en sus múltiples facetas, aunque ella se dirija más a la razón que al sentimiento, prefiera el cerebro al corazón y busque la reflexión serena más que la efectividad fácilmente impresionable. Por último, esa sencillez en el escritor, despreocupación en el hombre, proverbialmente suya, que consiste en el olvido de la propia persona para consagrarse a los otros, al culto de una idea o ideal que suele ser siempre una obsesión constante en los predestinados.

El hombre, su vida entera, su espíritu templado en la adversidad y los reveses, se refleja en su obra de escritor; tan clara, tan nítida es la imagen, que nunca es más exacto aquello del estilo y el hombre. "Y tanto se refleja en el libro la personalidad de su autor – dice Alicia Moreau – que al leerlo parece que surgiera de entre las páginas aquella su original silueta, sencilla y modesta sin afectación, el gesto sobrio y ameno, la mirada serena, la sonrisa de bondad finamente matizada de ironía; el autor está en su obra tanto como la obra en su autor, pues nunca un hombre fue más autorizado para hablar de moral a sus prójimos"6.

En vano buscaríamos en Agustín Álvarez esa unidad, esa consecuencia espiritual, que tienen a menudo otros escritores y pensadores, entre su juventud y la plena madurez. No existió en él. La vida lo obligó como a tantos otros a seguir orientaciones, que acaso no fueran las predilectas a su temperamento, y así lo vemos cambiar a menudo de rumbos. Múltiples actividades distraen y preocupan su existencia. Militar primero – y esto es lo más asombroso tratándose de Álvarez, – abogado, periodista, juez, escritor, diputado, profesor universitario después.

Pero no será perdido en vano el tiempo transcurrido en los diversos campos de su actividad; irá acumulando datos, notas diversas, amontonando observaciones, haciendo aprendizaje en la naturaleza de los hombres y las cosas, en las costumbres y hábitos; palpando errores, deformaciones, vicios ancestrales, acaso siempre con esa sonrisa de hombre bueno, "matizada de ironía", que le servirán para su ulterior labor crítica y consultiva de escritor costumbrista y de filósofo moralista. Eso mismo lo hará abominar de todo el pasado hispano-colonial, sintiendo por él un santo horror, a igual de otros grandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeado ese tipo de individuos y de sociedades, resignados hasta el fatalismo, supersticiosos, fanáticos y perezosos, como una consecuencia del pésimo régimen político, del feudalismo de la tierra unido al detestable régimen económico y, sobre todo, como un producto de la morfina absorbida por siglos de cristianismo que en su afán de cultivar el alma para la otra vida ha descuidado ésta "flaca vida terrenal", formando así sociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptas para la civilización y el progreso técnico. Con su moral de renunciamiento, de dolor y amargura, depresiva de la personalidad, que él combatirá tenazmente sabiendo cuán hondas son sus raíces y cuán esparcidas están, como fervoroso de la ciencia que era, sin ser propiamente un hombre de ciencia. Por eso procurará trazar las bases de un nuevo mundo moral, fundamentado en el culto de la vida, de la belleza y de la libertad interna y externa, mediante la educación del individuo en la virtud y libertad que da la sabiduría. Por eso también será un europeísta, coincidiendo en esto, como en su pasión por la educación popular, otra vez con Sarmiento, pues sobre todo era un apasionado del tipo anglo-sajón. Se esforzará por mejorar el individuo trabajando en la levadura criolla, según el modelo del norte, entendiendo así mejorar la colectividad. Lleno de un sano optimismo, confiaba en el futuro, labrando la dura argamasa sin temor de romperse las manos.

Trabajaba para el porvenir, generoso y desinteresado, confiando en él, entendiendo que "todos los ideales del presente pueden ser realizados en el porvenir como están excedidos en el presente todos los sueños del pasado".

* * *

No hacemos aquí un estudio crítico. Esbozamos simplemente, sin mayor pretensión, la obra junto al hombre. Eticista a la manera de Emerson, – con quien se le ha encontrado tanto parecido – aunque no es tan exacta la semejanza, será el Emerson del sur, más propiamente, el Emerson argentino.

Su obra seria de escritor no comienza hasta los treinta y siete años de su vida, con "South America", seguido de otros volúmenes que guardan una acentuada unidad de tendencias; "Manual de patología política", que será llamado primero "Manual de imbecilidades argentinas", cambiando más tarde el nombre y el contenido con algunos agregados; irán apareciendo luego otros libros más: "Ensayo sobre Educación", ¿A dónde vamos?"; hasta rematar, sereno y profundo el escritor, con "Transformación de las razas en América", "Historia de las instituciones libres" y "La creación del mundo moral".

Por la virtuosidad de sus ideales y la austeridad de su vida de varón tranquilo y fuerte que "iba armado con aquel invulnerable escudo de la bondad y de la justicia que permitía a M. Bergeret recoger la piedra que una multitud enfurecida le arrojaba porque se había atrevido a decir la verdad y murmurar sonriente: es un argumento cuadrangular", podemos considerarlo como el tipo ideal del ciudadano – que dijera de Alberdi, Jaurés, – en la más honrosa expresión del término y maestro del pueblo también, ya que no pasó su vida como tantos escritores de serrallo – lejos de la vida colectiva y de su época – tejiendo filigranas y arabescos, sino que dedicola en sus últimos y laboriosos años a instruir al pueblo y la juventud, desde la cátedra, con libros, folletos, conferencias públicas, para libertarlo de los dogmas religiosos y de prejuicios y rutinas de toda índole, después de haberse libertado a sí mismo por la sabiduría; y porque es un alto exponente de energía, de labor, de esfuerzo propio, es digno de presentarse como un modelo, a los jóvenes y a los hombres de trabajo que luchan en la pobreza por mejorarse día a día, llevando prendido al alma un sano y noble ideal.

III. – El escritor

Tenía el estilo sencillo, fácil y claro sin la rebuscada erudición de los que quieren deslumbrar más que enseñar. Ello no significa que no hubiera erudición en sus libros: la hay, y de buena ley, pues que era un infatigable estudioso, un apasionado de la ciencia, gustando a menudo fundamentar en ella sus aseveraciones. Ni aparatoso, ni solemne, a pesar de estar llenos sus libros de sanas y saludables máximas morales que trasuntaban su anhelo de justicia y de bien, preocupación constante de su vida de escritor.

A veces tórnase picaresco, malicioso, agudo, para zaherir el vicio, el prejuicio o la rutina. Es siempre pintoresco, bueno, lleno de sana alegría, como si se hubiera propuesto curar la melancolía ingénita de nuestro pueblo, imbuido de tristeza romántica.

Dijérase que la forma le preocupaba bien poco. Llenos están sus libros de desaliño – sobre todo los primeros, en que hasta la gramática se resiente – en un cierto agradable desgaire. Álvarez no es un estilista. Podríase afirmar – como se dijo de Sarmiento – que escribe en mangas de camisa. No importa que la palabra no suene bien, que la frase sea un lugar común, con tal que aquélla o ésta expresen con exactitud el concepto y se comprenda bien su significado.

No hará literatura vana de hojarasca y ampulosidad; no escribirá ni una página en que haya el rebuscamiento alambicado de la locución, el refinamiento esmerado de la forma, que degenera a menudo en un verbalismo odioso, en que tanta gente de letras malgasta su tiempo. No hará jamás ni una filigrana, ni un arabesco. A él le interesan las ideas, los conceptos como expresión de verdades. Irá al fondo del problema o la cuestión, y lo tratará con claridad y conocimiento. Sin que ello importe que no guste de la belleza, como que campean en sus libros imágenes hermosas como novias garridas y apuestas, pues que no desdeña unir a la línea severa de la idea la curva elegante y armoniosa del arte.

Pero siempre familiar e irónico. Esta última condición le viene de su fuerte cepa nativa; es la socarronería del criollo que el hombre culto ha perfeccionado y pulido.

Se le ha criticado, y con razón, que no tenía el dominio de la síntesis artística de la prosa. Se repite a cada momento; da vueltas y rodeos sobre un mismo tema. En tal sentido puede decirse que escribió muchas páginas inútiles; pero no es esto aceptar aquella imputación de mal gusto e inoportunidad que le echaron al rostro por haber dado demasiada importancia a la cuestión religiosa. Ella la tiene, sin duda, para preocupar a escritores y pensadores, y Álvarez estuvo en lo cierto; ya nos ocuparemos luego de ello.

Hay algo, sobre todo en el escritor y en el hombre, que lo hacen inconfundible, único: es su valentía moral. Conocer la verdad, es ya, por cierto, un mérito. Decirla sin reticencias ni eufemismos es de suyo admirable. Pero vivirla, uniendo la idea al hecho, la teoría a la práctica, la prédica a la acción es, a no dudarlo, una heroicidad. Exponer sus prestigios, sus méritos, su porvenir entero es el heroísmo moderno más alto y más noble.

Tocole vivir una época de bizantinismo desenfrenado, en que la corrupción lo invadía todo y los valores morales se cotizaban en moneda nacional. Un pueblo de caballeros en que no abundaba la hombría de bien, es decir, un pueblo de respetables ladrones. El ditirambo, el panegírico, la sumisión incondicional al potentado fue un medio de alcanzar posiciones, de conquistar rangos y de labrar fortuna. Su espíritu selecto chocó con el sensualismo ambiente de pillos y vividores y lo marcó con su pluma de fuego.

Por ser el "arquetipo del sentido común o medianía intelectual" – se ha insinuado por allí – "pudo sostener con su vida, el ejemplo de las teorías caras a su estrecha visión". Acúsasele pues, de carencia de amplitud de espíritu, de falta de comprensión. Contestaremos con estas sabrosas líneas de don Miguel de Unamuno:

"Y me moriré repitiendo que la falta de austeridad no es sino falta de inteligencia y que no es sino tontería, pura tontería, tontería de remate lo que atrae a esa gentuza del buen tono a los centros del lujo y del vicio. No siendo el vicio de pensar todos los demás arrancan de deficiencias mentales. Y claro está que no llamo vicio a las pasiones, a las fuertes pasiones, a las pasiones trágicas. Llamo vicio a la vaciedad de los espíritus que se tienen por refinados"7.

* * *

Álvarez fue ante todo y sobre todo un autodidacta. Como todo estudioso tenía por costumbre – dice uno de sus biógrafos – hacer acotaciones marginales a las obras leídas, subrayando los párrafos que le interesaban y anotando en las primeras hojas del libro leído el número de las que servirán a sus ulteriores consultas. Además, valíase de cuadernos en que hacía extractos, notas, agrupaba observaciones, prontas para ser utilizadas en sus escritos. Quedan todavía muchos de ellos sin haber llenado su objeto – según confesión de un vástago de aquella noble cepa tutora – a causa de la muerte prematura.

Su obra se reciente de método. El trajín de la lucha cotidiana le impidió el reposo y la serenidad, tan necesarias a las especulaciones del espíritu.

Su paso por la vida militar, por el periodismo, por los tribunales, ya como abogado o magistrado, su incursión por el campo de la política, su dedicación a la labor educacional como profesor de la enseñanza militar, secundaria y universitaria; su actuación como miembro de numerosas instituciones científicas o culturales, o ya en numerosos congresos científicos de diversa índole, nacionales o internacionales; su actuación de funcionario de la nación o provincia; todo ello le impidió hacer su obra metódica y serenamente, en la especialización. Así en ese afanoso bregar diario por todos los senderos fue construyendo con admirable persistencia y energía no común. ¡Asombra el imaginar lo que hubiera dado este cerebro bellamente constituido si la fortuna le hubiese sido propicia y hubiera podido dedicarse por completo al estudio, sin las preocupaciones materiales que son como el grillete para el intelectual!

Caracteriza singularmente sus primeros libros la copiosidad en las citas. Sus enormes lecturas enciclopédicas las va volcando allí; junto a la observación personal de hombres, hechos y cosas que el espectador diestro descubre al solo golpe de vista, irá la cláusula pertinente del autor nacional o extranjero con quien hermana o coincide, acompañada de una sabrosa acotación suya. O bien será la anécdota, el cuento, el hecho histórico, el proverbio criollo traído a cuenta para satirizarlo y deducir sus consecuencias lógicas. Así han sido escritos sus primeros libros, sobre todo "South America", "Manual de patología política" y "Ensayo sobre Educación".

IV. – La cuestión religiosa

La cuestión religiosa ha preocupado constantemente a Álvarez. Estuvo repicando con sin igual persistencia sobre ello; exhortando a sus conciudadanos al estudio de la ciencia, que ponía frente a frente del precepto religioso. Fue "un San Pablo del liberalismo", ha dicho Joaquín V. González con sobrado acierto. Se le ha reprochado y repróchasele como un rasgo de mal gusto esa insistencia; mas, Álvarez estaba en lo cierto. En nuestro país la religión toma formas curiosísimas; se infiltra por todos los rincones de la vida social: en la escuela, en el hogar, en el gobierno, en la administración, en la ley. Y atisba con ojo avizor el momento propicio para reconquistar la posición perdida.

Afírmase a menudo que la cuestión religiosa no es de actualidad, que ella ha sido resuelta en nuestro país, que en el mundo ya no se discute. Nada más falso ni antojadizo que esta aseveración. La cuestión religiosa es de actualidad en el mundo hoy más que nunca, y se habla por ahí de un renacimiento místico o religioso en la humanidad… Pero lo innegable es que la guerra ha puesto en discusión las viejas normas éticas que rigen la humanidad actual, y, en primer plano, las normas religiosas.

En nuestro país el problema religioso es de actualidad, de Sarmiento a esta parte, sobre todo, en su faz práctica. El registro civil con el matrimonio civil, y la ley laica de educación, son conquistas del espíritu laico sobre el poder religioso. Todo hace suponer que la lucha – que ruge sordamente en los distintos grupos sociales – entre el precepto religioso y los ideales laicos ha de acentuarse cada vez más.

Ni siquiera, pues, puede con justicia tachársele a Álvarez de inactual. A propósito de esto, se le acusa de "materialista", de haber formado opinión en lecturas extremadamente de esa índole – las "únicas" fuentes de su cultura, dice un crítico – con criterio viejo, atrasado, y que vio a través de este prisma el problema religioso.

Creemos que Ingenieros ha contestado esa inculpación de una manera definitiva: "Nada hay en efecto – dice – más falso que la pretendida identidad de la superstición con el idealismo, no hay nada más torpe que sugerir al vulgo que todos los moralistas laicos son "materialistas" y carecen de ideales", y luego agrega: "Nada hay moralmente más materialista que las prácticas externas de todos los cultos conocidos y el aforo escrupuloso con que establecen sus tarifas para interceder ante la divinidad; nada más idealista que practicar la virtud y predicar la verdad como hicieron los más de los filósofos que murieron en la hoguera acusados de herejía. En este sentido moral – y no cabe otro para apreciar un sembrador de ideales – Agustín Álvarez fue idealista toda su vida, no adhiriendo jamás al materialismo de ninguna religión conocida"8.

V. – El educador

Álvarez fue un maestro en el amplio sentido de la palabra. Su temperamento de educador y su vocación por la enseñanza se manifestó en múltiples formas. Puede decirse que fue en él una preocupación constante.

En la cátedra universitaria enseñaba – dicen sus alumnos – con verdadero fervor. En la conferencia pública, en el folleto y el libro pone esa misma unción pedagógica.

"Nuestra enfermedad es la ignorancia; su causa el fanatismo" – escribe – . "El remedio es la escuela; el médico es el maestro". Advierte que la América vive encendiendo "velas a los santos para que vean a quienes deben hacer milagros, y no enciende luces en la inteligencia de los niños para alumbrar el camino de la existencia". Confía en la escuela como el remedio de todos nuestros males; pero la escuela que da la educación científica, basada en la observación de la naturaleza, la educación laica, pues la escuela, en su buen entender, debe educar para la libertad y el trabajo y no para la sumisión y el abandono. De su preocupación sobre la materia hablan bien claro las sustanciosas páginas que dejó al morir.

1.Julio Costa. "El Presidente".
2.Alberdi. "Luz del día".
3.Martín García Mérou. "Alberdi".
4.Joaquín V. González. Prólogo a "La creación del mundo moral". Edc. de "La Cultura Argentina".
5."¿Adónde vamos?"
6."Agustín Álvarez". Revista de Filosofía. Año I. N.º 8.
7.En "La Nación". Febrero de 1917.
8."Un moralista argentino". Revista de Filosofía. Año II. Núm. 6.