Kitabı oku: «Cuentos de Asia, Europa & América»
Primera edición electrónica, 2021
Coordinación
Silvia Eugenia Castillero Manzano
Compilación
José Israel Carranza Ramírez
Víctor Ortiz Partida
Sofía Rodríguez Benítez
Textos
© Amos Oz (Deborah Owen Ltd), Lídia Jorge, Ray Bradbury (Don Congdon Associates), Angélica Gorodischer, Eduardo Antonio Parra, Autar Krishen Rahbar (Indian Literature), Hélia Correia, Claudia Apablaza, David Miklos, Yoon Sung-Hee (Literature Translation Institute of Korea), A. B. Yehoshua (ITHL), Lutz Seiler, Hugo Chaparro Valderrama, Susan Straight (Dunow, Carlson & Lerner Literary Agency), Amar Mitra (Indian Literature), Baltasar Porcel, Ana María Shua (Mertin Literary Agency), Aharon Appelfeld (The Wylie Agency) , Kim Keun, John le Carré (Curtis Brown), Soledad Puértolas, Fernando Ampuero, Carmen Boullosa, Paul Zachari, Antonio Tabucchi (María José de Lancastre), Aimee Bender, Alberto Fuguet, Claudia Salazar Jiménez, Fabio Morábito, Michael Jaime Becerra (Macmillan Publishers), Ann Heon Mi, Devibharathi, Juan Manuel de Prada (MB Agencia literaria), John Mcgahern, Monika Maron (Goethe-Institut), Alberto Garlini, Carmen Ollé, Juan Manuel Roca, Luis Panini, Shukti Roy, Mariella Mehr, Alessandro Baricco, Liam O’Flaherty (Peters Fraser + Dunlop), J. A. González Sainz, Nora Bossong (Hanser Literaturverlage), José Luis Peixoto, David L. Ulin (The Shipman Agency Inc.), Ignacio Padilla, Diamela Eltit, Edgardo Rivera Martínez, Octavio Escobar Giraldo, Fernanda García Loa (Schavelzan Graham Agencia Literaria Barcelona), Juan Ramírez Biedermann, Pyun Hye-Young (Barbara J. Zitver Agency), Felipe Benítez Reyes (MB Agencia Literaria), Dacia Maraini (Rizzoli Libri-Mondadori Libri S.P.A.), Hipólito G. Navarro (Centro Andaluz de las Letras), Rinny Gremaud, Patricia Reis, Philip Hoare (Georgina Capel Associates LTD), Sascha Reh (Schöffling & Co.), Alonso Cueto (Antonia Kerrigan Literary Agency), Ricardo Silva Romero (Indent Agency), Nicolás González Marzzucco, Alejandra Costamagna (Indent Agency), Ben Ehrenreich (Watkins/Loomis Agency, Inc.), José Manuel Torres Funes, Enrique Serna, Chandrakanta Mura Singh (Indian Literature), Gila Almagor (ITHL), Dino Buzzati (ALI International Literary Agency), Gonzalo Calcedo Juanes (Agencia ICAL), Ingo Schulze, Tessa Hadley (United Agents the Literary & Talent Agency), Carola Aikin, Dulce María Cardoso (Mertin Witt Literarische Agentur), Leo Felipe Campos, Alberto Laiseca, José Gai, Héctor Abad Faciolince, Joya Mitra, Paola Lagazzi, Juan Pedro Aparicio (Antonia Kerrigan Literary Agency), Ulrich Peltzer, José María Merino (Antonia Kerrigan Literary Agency), A. M. Pires Cabral, Amrita Nilanjana (Indian Literature), Orly Castel-Bloom (ITHL), Peter Stamm (Liempan AG), Isabel Río Novo, Miguel Bayón, Ned Beauman (Lutyens and Rubinstein), Pilar Salamanca, Etgar Keret (The Wylie Agency), Valeria Correa Fiz, David Machado, Louise Welsh (RNC Literary Agency), Antonio Skármeta (Agencia Balcels), Roberto Carlos Pérez, César Aira.
Traducción
© Raquel García Lozano, Renato Sandoval Bacigulpo, Alberto Chimal, Atahualpa Espinosa, Eduardo Padilla, Ana María Bejarano, Gonzalo Vélez, Luis Zapata, David Areyzaga Santana, José David Ampudia Béjar, Marta Lapides, Pablo Duarte, Iván Soto Camba, María Teresa Meneses, Luis Panini, Miguel Ángel Zapata, Rocío Cerón, Gerardo Gambolini, Juaísca Rodríguez, Christina Lembrecht, Silvia Cruz, Camila Fadda Gacitúa, Jorge Alberto Aguayo, Inés Garland, Laura Solórzano, Jorge Curioca, Marcela Tavera Soria, Arturo Vázquez Barrón, Luis Alberto Pérez Amezcua, Luis Carlos Cuevas Dávila, Gerardo Lewin, Teresa Meneses, Shukti Roy, Beatriz Galindo, Claudia Barrera, Carlos Ponce Velasco, José Aníbal Campos, José Molina, Françoise Roy.
Hemos intentado conseguir la autorización para reproducir todos los textos que componen esta obra; sin embargo, en algunos casos fue imposible identificar a los actuales titulares de los derechos respectivos. Por lo que si alguno de ellos ha sido inadvertidamente omitido, hacemos patente nuestro compromiso de realizar la acreditación correspondiente en la primera oportunidad.
Coordinación editorial
Iliana Ávalos González
Jefatura de diseño
Paola Vázquez Murillo
Cuidado editorial
Juan Felipe Cobián Esquivel
Fernanda Hernández Orozco
Jorge Orendáin Caldera
Sofía Rodríguez Benítez
Diseño y diagramación
Maritzel Aguayo Robles
Cuentos de Asia, Europa & América. Luvina 100
se terminó de editar en noviembre de 2021, en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara, José Bonifacio Andrada 2679, Col. Lomas de Guevara, 44657, Zapopan, Jalisco ...el periplo de veinticinco años: circulaciones, circunnavegaciones, circunvalaciones y circunvuelos en Asia, Europa y América:
Índice
Presentación
silvia eugenia castillero
Entre amigos
amos oz| israel
La luz rosada
lídia jorge| portugal
El verano de la Piedad
ray bradbury| estados unidos
Adsum
angélica gorodischer| argentina
En la orilla
eduardo antonio parra| méxico
Me olvidaste, mi amor
autar krishen rahbar| india
El vestido
hélia correia| portugal
No quiero que J. pase por el escáner
claudia apablaza| chile
La vida parasitaria
david miklos| méxico
Palabras inconclusas
yoon sung-hee| corea
Amigo del alma (apunte)
a. b. yehoshua| israel
En el búnker cine
lutz seiler | alemania
Un hombre de otro tiempo
hugo chaparro valderrama | colombia
Tesoro
susan straight | estados unidos
Danpatra, acta de donación
amar mitra | india
Los gigantes
baltasar porcel | españa
Unos días en la playa
ana maría shua | argentina
Bronda
aharon appelfeld | israel
Pasillos
kim keun | corea
La musa fiel
john le carré| inglaterra
La misma mujer
soledad puértolas | españa
Voces
fernando ampuero | perú
A la sombra de dos gatos por uno
carmen boullosa| méxico
Muerte y funeral de la hermana Alphonsa
paul zachari | india
Muchos saludos
antonio tabucchi | italia
El final de la ruta
aimee bender | estados unidos
Cinéfilos
alberto fuguet | chile
Aquellas olas
claudia salazar jiménez | perú
El gesto
fabio morábito | méxico
Ana, verano de 1994
michael jaime becerra| estados unidos
Mentiras telegráficas
ann heon mi | corea
Adiós, Mahatma
devibharathi| india
Los antípodas
juan manuel de prada| españa
Por qué estamos aquí
john mcgahern | irlanda
De noche
monika maron | alemania
Julio, el último vuelo
alberto garlini | italia
El puente
carmen ollé | perú
Capítulo que trata de la carta enviada por Funes el Memorioso a Don Lorenzo de Miranda
juan manuel roca | colombia
Problemas derivados de algunos círculos concéntricos
luis panini | méxico
La tierra natal de Meherunnisa
shukti roy | india
Recuerdos (y otros relatos)
mariella mehr | suiza
West Coast, September Eleven
alessandro baricco| italia
La carrera de la cosecha
liam o’flaherty | irlanda
Aunque haya siempre quien se imagine otra cosa
j. a. gonzález sainz | españa
Vanidades
nora bossong | alemania
El cadáver de James Joyce
josé luís peixoto | portugal
Universal City
david l. ulin | estados unidos
La balada del pollo sin cabeza
ignacio padilla | méxico
Un solo correazo
diamela eltit | chile
Jezabel ante San Marcos
edgardo rivera martínez | perú
Pruebas circunstanciales
octavio escobar giraldo | colombia
Familia de vidrio
fernanda garcía lao | argentina
Los latidos
juan ramírez biedermann | paraguay
Cenizas y rojo
pyun hye-young | corea
La voz tras el cristal de color ámbar
felipe benítez reyes| españa
El futbolista de Bilbao
dacia maraini | italia
El infierno portátil
hipólito g. navarro| españa
Un mundo de baratijas
rinny gremaud | corea
Furia
patrícia reis | portugal
Es difícil decir «No sé»
philip hoare | inglaterra
Caer tras de sí
sascha reh | alemania
La amante de la enfermedad
alonso cueto | perú
Nueve y media de la noche
ricardo silva romero| colombia
Fotos
nicolás gonzález marzzucco | argentina
Gorilas en el Congo
alejandra costamagna | chile
Devoción
ben ehrenreich | estados unidos
Corazón de volcán
josé manuel torres funes | honduras
Cine Cosmos
enrique serna | méxico
Los orioles han regresado
chandrakanta mura singh | india
El chico de las semillas
gila almagor | israel
Una visita difícil (4 de julio de 1943)
dino buzzati| italia
De carne y hueso
gonzalo calcedo juanes | españa
Cómo es en realidad el ser humano. Ensayo sobre un amigo
ingo schulze | alemania
Brocado de seda
tessa hadley | inglaterra
La mentirosa
carola aikin | españa
Retrato de un joven poeta
dulce maria cardoso | portugal
La lengua
leo felipe campos | venezuela
Gracias, Chanchúbelo
alberto laiseca | argentina
Peligrosas formas de quitarse la vida
josé gai| chile
Mientras tanto
héctor abad faciolince | colombia
Shadon y sus caminitos
joya mitra | india
Algo dulce
paolo lagazzi | italia
La línea de sombra
juan pedro aparicio | españa
El diablo, probablemente
ulrich peltzer | alemania
Tres cuentos distópicos
josé maría merino | españa
Flávio Cerqueira o Nueves,Fuera Nada
a. m. pires cabral | portugal
Ribereño
amrita nilanjana | india
Seis cuentos
orly castel-bloom | israel
La maleta
peter stamm | suiza
La casa de verano
isabel rio novo | portugal
La gallina de Róber
miguel bayón | españa
Recipientes sellados
ned beauman | inglaterra
Sobre un tatami blanco
pilar salamanca | españa
Yad Vashem
etgar keret | israel
Un amor imaginario
valeria correa fiz | argentina
La historia del Joca
david machado | portugal
Punto de fuga
louise welsh | inglaterra
Visión total del azul mar de mi patria
antonio skármeta | chile
Alrededor de la medianoche
roberto carlos pérez | nicaragua
Los broches
césar aira | argentina
la exploración del túnel de las correspondencias, la excavación de la noche del lenguaje, la perforación de la roca: la búsqueda del comienzo, la búsqueda del agua.
Octavio Paz, Los privilegios de la vista
Presentación
silvia eugenia castillero
La revista literaria Luvina publica el presente libro de 100 cuentos del mundo, recogidos de entre sus primeros100 números y con los que cumplió 25 años de editarse sin interrupción.
A lo largo de su historia editorial, Luvina ha publicado extraordinarios textos de la literatura nacional e internacional bajo el criterio de lo que Georges Steiner llama “el misterio del lenguaje”: su condición intermedia entre el carácter espiritual y la articulación física, convencidos de que toda literatura es una construcción de palabras, imaginación y memoria, que conmueve y emociona.
Provenientes de los números de Luvina dedicados a la literatura del país invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, desde 2004 hasta 2019, de autores de Alemania, Argentina, Chile, Colombia, Corea, España, Estados Unidos, Honduras, India, Irlanda, Israel, Italia, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, Portugal, Reino Unido, Suiza y Venezuela, estos 100 cuentos poseen en su entramado una visión de la vida y del lenguaje muy particulares. No obstante, todos comparten la cualidad multilingüística de las literaturas contemporáneas, pues la globalización, el entrecruce cultural y sobre todo la migración cada vez mayor, han producido el mestizaje de las lenguas, una especie de transformación interna de vocablos que se introducen —a veces por imitación, otras por traducción— y enriquecen las capacidades de expresión de cada idioma, logrando la coexistencia misteriosa de diferentes posibilidades lingüísticas y de significados profundos, en cuya base se encuentran la especificidad de cada lengua y el sentido renovado de sus vocablos.
En cada uno de los cuentos, el lector podrá internarse en la singularidad humana al mismo tiempo que a los entramados de su núcleo lingüístico. Relatos cuya belleza encierra vitalidad y resignificación de lo real, gracias al encuentro de lenguajes renovados y de la imaginación puesta en juego desde el texto y resuelta en cada lector.
La Editorial Universitaria y la revista Luvina tienen a bien ofrecer esta muestra de Cuentos de Asia, Europa & América como un puente entre los lectores y la labor editorial que cotidianamente desempeñan en el seno de la Universidad de Guadalajara; muestra formada por distintas literaturas en el afán de nombrar nuevos y originales mundos, en una dimensión de esencias espirituales dentro de la lengua habitada en su total integridad.
Entre amigos
amos oz
israel
Al amanecer comenzaron a caer las primeras lluvias sobre las casas del kibutz y sobre los campos y las plantaciones. Un olor fresco a tierra mojada y a hojas limpias de polvo llenó el aire. La lluvia lavó los tejados rojos y los cobertizos de zinc e hizo sonar los canalones. Con las primeras luces, un ligero vapor de niebla se quedó detenido entre las casas y sobre las flores de los jardines brillaron gotas de agua. Un aspersor inútil seguía dando vueltas y regando el césped. Algunas bicicletas rojas y mojadas permanecían inclinadas en diagonal en medio del camino. Desde las copas de los árboles ornamentales, pájaros sorprendidos emitían sonidos agudos y apremiantes.
La lluvia despertó a Nahum Asherov de una pesadilla. Por unos instantes, en duermevela, le pareció que alguien estaba golpeando las contraventanas. Alguien había ido a informarle de que algo estaba ocurriendo fuera. Se incorporó en la cama y escuchó atentamente hasta que comprendió que habían llegado las primeras lluvias. Hoy mismo iría allí, haría sentar a Edna en una silla frente a él, la miraría directamente a los ojos y hablaría con ella. De todo. Y también con David Dagan. No podía pasarlo por alto.
Pero, de hecho, ¿qué podía decirle a él? ¿O a ella?
Nahum Asherov era el electricista del kibutz Yikhat, un viudo de unos cincuenta años. Edna era la única hija que le quedaba después de que su primogénito, Yishai, muriera algunos años antes en una de las acciones de represalia. Era una joven decidida, de ojos negros y piel oscura como la aceituna, en primavera había cumplido diecisiete años y estaba haciendo el último curso en el colegio del kibutz. Al atardecer iba a verle desde la habitación que compartía con tres chicas en el centro educativo y se sentaba frente a él en un sillón, rodeándose los hombros con los brazos como si siempre tuviese algo de frío. Hasta en pleno verano se rodeaba los hombros con los brazos. Casi cada tarde pasaba con él cerca de una hora. Él preparaba café y un plato de fruta pelada y cortada, y ella, con su voz queda, hablaba con él de las noticias de la radio o de sus estudios, luego se despedía y se iba a pasar el resto de la tarde con sus amigos y amigas o tal vez sin ellos. Por las noches, ella y los de su quinta pernoctaban en el centro educativo. Nahum no sabía nada de sus relaciones sociales, y tampoco le preguntaba, y ella no se ofrecía a contarle nada. Le parecía que los chicos aún no le interesaban especialmente, pero no estaba seguro de ello y no se molestó en averiguarlo. Una vez oyó algo sobre una relación fugaz con Dubi, el socorrista, pero luego el rumor se desvaneció. Su hija y él jamás hablaban de sí mismos, tan sólo de cosas externas. Edna decía, por ejemplo:
—Tienes que ir al ambulatorio. Esa tos no me gusta nada.
Nahum decía:
—Ya veremos. Tal vez la semana que viene. Esta semana vamos a poner un nuevo generador en las incubadoras de pollos.
A veces hablaban de música que les gustaba a los dos, y otras veces, en lugar de hablar, ponían un disco en el viejo gramófono y escuchaban a Schubert. De la muerte de la madre y del hermano de Edna no hablaban nunca. Tampoco de los recuerdos de infancia ni de los proyectos de futuro. Ambos acordaron tácitamente no tocar los sentimientos ni tocarse el uno al otro. Ni un ligero roce, ni una mano en el hombro, ni un dedo en el brazo. Al salir, decía Edna desde la puerta: «Adiós, papá. Acuérdate de ir al ambulatorio. Volveré mañana o pasado». Y Nahum decía: «Sí. Ven. Y cuídate. Adiós».
En unos meses, Edna iba a ser llamada a filas con toda su promoción, y ya le habían informado de que serviría en el cuerpo de inteligencia, porque había estudiado por su cuenta la lengua árabe. Y resulta que unos días antes de las primeras lluvias, el kibutz Yikhat se quedó consternado al enterarse de que Edna Asherov había cogido su ropa y sus enseres y se había ido a vivir con David Dagan, un maestro y educador de la edad de su padre. David Dagan era uno de los veteranos y líderes del kibutz, un hombre elocuente con un cuerpo fuerte y robusto, unos hombros recios y un cuello corto, ancho y nervudo. En su bigote espeso y recortado ya despuntaban algunas canas. Solía discutir con ironía, con ingenio y con una serena voz de bajo. Casi todos aceptábamos su autoridad en asuntos ideológicos y también en cuestiones cotidianas, porque estaba dotado de una aguda lógica y de una fuerza de convicción inapelable. Te interrumpía a mitad de la frase, te ponía la mano en el hombro y te decía con cariño y con firmeza: «Permíteme sólo un instante, pongamos juntos un poco de orden». Era un marxista convencido, pero amaba profundamente el canto sinagogal. Hacía muchos años que David Dagan era profesor de Historia en el centro educativo. Cambiaba con frecuencia de pareja y había tenido seis hijos con cuatro mujeres distintas, de nuestro kibutz y de otros dos de los alrededores.
David Dagan tenía unos cincuenta años y Edna, que había sido alumna suya el año anterior, sólo tenía diecisiete. No es de extrañar que los chismorreos alrededor de la mesa de Roni Shindlin en el comedor crecieran como la espuma. Dijeron, Abisag la Sunamita,1 Lolita, Barba Azul. Yoske M. dijo que esa ignominia hacía temblar los cimientos del centro educativo, cómo era posible, un profesor y una alumna joven, había que convocar con urgencia al comité de educación. Joschka discrepó: «No podemos enfrentarnos al amor. ¿Acaso no hemos abanderado siempre el amor libre?». Y Rivka Risch dijo: «Cómo ha podido hacerle algo así a su padre después de todas las pérdidas que ha sufrido. Lo siento mucho por Nahum, sencillamente no podrá soportarlo».
—De repente, las jóvenes generaciones quieren ir a estudiar a la universidad —dijo David Dagan con su profunda voz de bajo junto a su mesa del comedor—, ya nadie quiere trabajar en el campo ni en las plantaciones —y añadió en un tono muy duro—: debemos marcar unos límites en el asunto de los estudios superiores. ¿Alguien tiene alguna otra sugerencia?
Nadie discutió con él, pero el kibutz se compadeció de Nahum Asherov. A espaldas de Edna y de David Dagan decían: Esto no acabará bien. Y decían: Él es un auténtico canalla. Siempre ha sido un canalla con las mujeres. Y ella sencillamente nos ha dejado atónitos.
Nahum guardó silencio. Le parecía que todo aquel que se cruzaba con él por los caminos del kibutz se sorprendía de su actitud o se burlaba de él: Han seducido a tu hija, ¿es que no tienes nada que decir? En vano intentaba apelar a sus ideas progresistas en cuestiones de amor y de libertad. La pena, el desconcierto y la vergüenza llenaban su corazón. Cada mañana se levantaba y se dirigía al taller de electricidad, arreglaba lámparas y hornillos, sustituía enchufes viejos por otros nuevos, reemplazaba piezas estropeadas y salía con una larga escalera al hombro y una caja de herramientas en la mano a tender una nueva línea eléctrica hasta la guardería. Por la mañana, al mediodía y por la tarde aparecía en el comedor, se ponía en silencio en la cola del autoservicio, cargaba una bandeja con varios platos y se sentaba a comer con mesura y en silencio en un rincón. Siempre se sentaba en el mismo rincón. La gente le hablaba con delicadeza, como se le habla a un enfermo grave, sin mencionar ni por asomo su enfermedad, y él respondía parcamente con su voz grave, monótona, un poco ronca. Se decía: Hoy mismo iré a hablar con ella. Y también con él. Al fin y al cabo, aún es sólo una niña.
Pero los días fueron pasando. Nahum Asherov se sentaba cada día en el taller de electricidad, encorvado, con las gafas en la punta de la nariz, y arreglaba los aparatos que los miembros del kibutz le iban llevando: teteras eléctricas, radios, ventiladores. Una y otra vez se decía a sí mismo: Hoy después del trabajo iré allí sin falta. Iré a hablar con los dos. Entraré allí y diré sólo una frase o dos, y luego agarraré con fuerza a Edna por el brazo y me la traeré a casa a rastras. No a su habitación del centro educativo sino aquí, a casa. Pero ¿qué palabras podía utilizar? ¿Cuál sería la primera frase que diría allí? ¿Llegaría dando alaridos de ira o se contendría e intentaría apelar a la lógica y al sentido del deber? Buscó y no encontró en su interior ira ni resentimiento, tan sólo dolor y decepción. Los hijos mayores de David Dagan eran varios años mayores que Edna y ambos habían terminado ya el servicio militar. ¿Y si, en vez de ir allí, hablaba con uno de ellos? Pero ¿qué le diría exactamente?
Desde pequeña, Edna había estado más cerca de Nahum que de su madre. Esa cercanía apenas se expresaba con palabras, más bien con un profundo entendimiento mutuo que hacía que Nahum siempre supiera con certeza qué convenía preguntarle y qué no, cuándo dejarla tranquila y cuándo insistir. Desde la muerte de su madre, Edna se encargaba de llevar todos los lunes la ropa de su padre a la lavandería y de devolverle todos los viernes la colada limpia y planchada, o de coserle un botón. Desde la muerte de su hermano, iba a su casa casi todos los días al atardecer. Él corría las cortinas y servía café, y ella permanecía con él durante una hora o algo más. Hablaban bastante poco, sobre los estudios de ella y el trabajo de él. A veces hablaban sobre algún libro. Escuchaban música juntos. Pelaban fruta y se la comían. Pasado ese tiempo Edna se levantaba, llevaba las tazas al fregadero, aunque las dejaba para que su padre las fregase, y se iba al centro educativo. De sus relaciones sociales Nahum apenas sabía nada. Sólo sabía que los profesores estaban contentos con ella y se alegraba de que hubiese estudiado árabe por su cuenta. Una joven tranquila, decían de ella en el kibutz, no caprichosa como su madre, sino diligente y aplicada como su padre. Lástima que se cortase las trenzas y las cambiara por ese pelo corto a lo garçon. Antes, con las trenzas y la raya en medio, era igualita que las jóvenes pioneras de otra generación.
Un día, hacía ya algunos meses, Nahum fue a buscarla al atardecer a su habitación del centro educativo para llevarle un jersey que se había dejado en su casa. La encontró con dos de sus compañeras, cada una sentada en su cama, tocando la flauta y repitiendo una y otra vez la misma pieza, que no era más que una sencilla escala. Al entrar se disculpó ante las chicas por la interrupción, dejó el jersey doblado al borde de la cama, quitó una imperceptible mota de polvo de la mesa, se disculpó de nuevo y salió de puntillas, para no molestar. Una vez fuera, se quedó en la oscuridad bajo su ventana unos cinco minutos más escuchando cómo volvían a tocar las flautas: en esa ocasión se trataba de un estudio musical fácil, que se alargaba y se repetía con tristeza, y de pronto sintió que se le encogía el corazón. Después se fue a su casa y se quedó escuchando la radio hasta que se le cerraron los ojos. Por la noche, en duermevela, oyó chacales muy cerca, como si hubiesen llegado justo hasta los pies de su ventana.
El martes, al volver del trabajo, Nahum se lavó, se puso unos pantalones planchados color caqui y una camisa celeste, se abrigó con su viejo chaquetón, que le daba un aspecto de intelectual pobre de principios del siglo pasado, limpió con la punta del pañuelo los cristales de sus gafas y se dispuso a salir. En el último momento se acordó del libro de árabe para principiantes que Edna había dejado en su casa. Envolvió el libro con mucho cuidado en plástico semitransparente, se lo puso bajo el brazo, se colocó una gorra gris y salió de casa. Las huellas de la lluvia aún se notaban en algunos charcos pequeños y en las hojas de los árboles, que estaban limpias y olorosas. Como no tenía prisa, dio un rodeo por un camino que pasaba por la casa de los niños. Aún no sabía qué le iba a decir a su hija y qué podía decirle a David Dagan, pero esperaba que en el último momento, cuando los tuviera delante, se le ocurriera algo. Por un instante le pareció que todo ese asunto entre Edna y David Dagan tan sólo existía en la imaginación calenturienta de Roni Shindlin y el resto de los cotillas del kibutz, y que cuando llegase a casa de David lo encontraría como siempre, tomando el café de la tarde con alguna mujer completamente distinta, una de sus exmujeres, o la maestra Ziva, o tal vez una chica nueva que él no conocía. Edna no estaría allí y él tan sólo intercambiaría con David unas cuantas frases en la puerta, sobre la situación, sobre el gobierno, rechazaría quedarse a tomar café y a jugar al ajedrez, se despediría y se marcharía, tal vez iría a la habitación de Edna en el centro educativo, allí la encontraría leyendo, tocando la flauta o haciendo los deberes. Como siempre. Y le devolvería el libro.
El olor a tierra mojada lo acompañó por el camino junto con un lejano olor a cáscaras de naranja fermentadas y a estiércol de vaca procedente del patio y los establos. Se detuvo ante el monumento a los caídos y vio el nombre de su hijo, Yishai Asherov, que había muerto hacía seis años durante la incursión de nuestras fuerzas en el pueblo de Dir al-Nashaf. Los once nombres del monumento estaban grabados con letras de bronce en relieve y Yishai era el séptimo o el octavo de la lista. Nahum recordó que, de pequeño, Yishai decía «era» en vez de «pera» y «ana» en vez de «rana». Alargó la mano y pasó la yema de los dedos por las frías letras de bronce. Luego se marchó de allí sin saber aún lo que iba a decir, pero de pronto sintió angustia porque desde su juventud había un lugar reservado en su corazón para David Dagan e incluso ahora, después de lo que había ocurrido, no estaba enfadado sino confuso y sobre todo decepcionado y triste. Mientras se alejaba del monumento comenzó a llover de nuevo, no con fuerza, pero sí de forma persistente. Esa lluvia le mojó las mejillas y la frente y le empañó las gafas, así que protegió el libro envuelto en plástico bajo el gastado chaquetón de estudiante apretándolo con el brazo contra su pecho. Por tanto, parecía que se llevaba la mano al corazón como si se sintiese mal. Pero no se cruzó con nadie por el camino que pudiera ver ese gesto de su mano apretada contra el chaquetón. ¿Y si esa relación sin fundamento entre Edna y David Dagan terminaba por sí sola en unos cuantos días? ¿Y si ella recapacitaba y volvía a su vida de antes? ¿O David se hartaba de ella pronto como solía hartarse de todas sus amantes? Al fin y al cabo, ella era una joven que no había tenido nunca novio, salvo, según decían, una historia de dos o tres semanas con Dubi, el socorrista de la piscina, mientras que David Dagan era famoso por cambiar continuamente de esposas y de amantes.
Nahum Asherov recordó cómo había empezado su amistad con David Dagan: cuando el kibutz se levantó sobre el suelo, durante los primeros años eran tan pobres que todos vivían en tiendas de campaña suministradas por la Agencia Judía y sólo los cinco recién nacidos se alojaban en el único barracón existente. En el joven kibutz estalló un debate ideológico sobre quiénes debían pernoctar por turnos en el barracón de los niños: ¿los padres o todos los miembros del kibutz? El debate surgió por un desacuerdo aún más profundo: ¿los niños pertenecían, por principio, a sus padres o a toda la comunidad del kibutz? David Dagan luchó a favor de la segunda postura, mientras que Nahum Asherov abogó por el derecho natural de los padres. Durante tres días, a lo largo de la tarde y hasta bien entrada la noche, los miembros del kibutz estuvieron discutiendo la cuestión de si zanjar el debate con una votación pública o secreta. David Dagan condujo la lucha a favor de la votación pública, mientras que Nahum Asherov fue uno de los defensores de la votación secreta. Al final se acordó constituir un comité en el que participarían David y Nahum junto con tres compañeras que aún no fuesen madres. En el comité se decidió por mayoría de votos que los niños pertenecían al kibutz, pero que en los turnos para pernoctar en el barracón participarían primero todos los padres. Nahum admiraba la postura ideológica firme y coherente de David Dagan, aunque discrepaba de él. Mientras que David apreciaba la delicadeza y la paciencia de Nahum, y le impresionó que Nahum, gracias a su tranquila tenacidad, hubiera conseguido vencerle. Cuando Yishai murió durante la incursión en Dir al-Nashaf, David Dagan pasó varias noches en casa de Nahum. Desde entonces habían conservado su amistad y a veces se veían al atardecer para jugar al ajedrez y charlar sobre los principios que regían el kibutz, sobre cómo eran y cómo deberían ser.