Kitabı oku: «Matacaballos»
Ana Carolina Quiñonez Salpietro (Lima, Perú, 1988) Máster en Estudios de Cine y Audiovisual Contemporáneo por la Universidad Pompeu Fabra, España y Licenciada en Comunicación por la Universidad de Lima, Perú. Se graduó con una tesis sobre los ritos de pasaje en el cine de Sofía Coppola. Es autora de los poemarios Cuentos tristes que esperan las chicas antes de salir a bailar (2010) y Vacaciones de Invierno (2012), ganador del premio Luces de El Comercio en la categoría «mejor libro de poesía». Recientemente la editorial española Liliputienses reeditó sus dos primeros poemarios. En la actualidad vive en Barcelona.
Ana Carolina Quiñonez Salpietro
Matacaballos
Matacaballos
Primera edición electrónica: noviembre de 2020
© Ana Carolina Quiñonez Salpietro
© Paracaídas Soluciones Editoriales S.A.C., 2020
para su sello Paracaídas Editores
APV. Las Margaritas Mz. C, Lt. 17,
San Martín de Porres, Lima
http://paracaidas-se.com/
editorial@paracaidas-se.com
Composición: Juan Pablo Mejía
Arte de portada: Eduardo Yaguas
Retrato de la autora: Javier Zea
isbn ePub: 978-612-4405-22-8
Se prohibe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio sin el correspondiente permiso por escrito de la editorial.
Producido en Perú
Me daba vergüenza vivir con los caballos. Nunca invité a ningún amigo. Escuchaba grandezas y yo pensaba: qué puedo contarles de los caballos.
JEQ
Lo que amaba en los caballos era lo que amaba en los hombres, la sangre y el calor de la sangre que los recorría. Toda su reverencia y todo su afecto y todas las tendencias de su vida se inclinaban hacia los ardientes de corazón, siempre sería así y nunca de otro modo.
Cormac McCarthy
Mi papá creyó que yo era hombre...
Mi papá creyó que yo era hombre hasta el momento en que el doctor se acercó a decirle que su esposa y su hija estaban bien.
Me iba a llamar Jorge Luis. Íbamos a compartir su nombre y, también, la locura por las películas de guerra, la caja de herramientas, y largas cabalgatas por el haras. En la cancha sería defensa, como él: un chico no grueso, pero recio, de piernas fuertes y espalda ancha, uno que aguante golpes y que sepa repartirlos. Yo me interpuse entre el sueño de mi papá y su hijo. Mi papá no era de la raza de padres tolerantes y coherentes.
Nunca pudo educar con el ejemplo. Seis años después de que me interpuse en su sueño, mi papá consiguió tener un hijo y ponerle su nombre. Lo irónico es que yo me parezco más a él. Y estuve esquivando reconocer que mis palpitaciones se parecen más al trote de los caballos enloquecidos que a los de un corazón saludable.
Pero ya me cansé.
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