Kitabı oku: «Teotihuacán: Recinto espiritual de curación física»

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ISBN: 978-84-1386-791-5

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Prólogo

Estamos ante una obra que comprende un camino personal de aprendizaje, un puente entre orillas tan separadas como la fe y la ciencia o la intuición y la razón. Todo parte de una premisa para construirnos el marco literario: el intento de agresión sexual de un adulto a una menor.

Ana Elena nos presenta un testimonio de ruptura emocional y mental, de la pérdida de la inocencia infantil, del adecuado desarrollo psicológico de los menores y de la manera que condicionará al futuro adulto. Y aun centrándose en una víctima concreta, a su alrededor gravitan otros actores imprescindibles que, aparte del perpetrador, son fundamentales para que la agredida pueda superar los traumas o cavar más hondo su pozo.

Y en este último aspecto, nos ofrece constantes justificaciones o motivos racionales del porqué un personaje actúa de una forma u otra para, en general, ocultar o negar lo ocurrido: los miedos, la vergüenza ante qué dirán, la falta de autocrítica o moral se mezclan desencadenando más inconvenientes que ayuda para la protagonista de este relato.

Estamos ante un claro ejemplo de cómo la literatura puede servir de terapia, primero a quien escribe como modo de exteriorizar sus sentimientos y emociones, sincerándose hoja tras hoja en un ejercicio de reflexión íntima; luego, a los propios lectores y lectoras, quienes, por medio de estas experiencias, adquirirán conocimientos útiles para aplicarlos en sí mismo o a quienes le rodean.

La pérdida de inocencia ante actos tan salvajes, la ausencia de comprensión del entorno más cercano, el encubrimiento de los hechos de esos mismos miembros de la familia, además de elementos externos como las burlas en el colegio, que añaden más gasolina a la hoguera, preparan el cóctel perfecto para que Ana, la autora protagonista, rompa con sus creencias religiosas y dude de la existencia de Dios.

Y entonces emprende esa senda de incertidumbre, en la cual, a cada paso, se siente en una bifurcación entre el lado racional o científico y el místico-religioso: ¿de verdad escuchó a Dios con siete años? ¿Lo continúa haciendo? ¿Esa capacidad de curar a otras personas es real? ¿O todo es fruto del trauma que arrastra desde que sufrió abusos con catorce años? Y como todo camino en la vida, este cuenta con distintas estaciones; en este caso la incomprensión —propia y ajena—, el rechazo, la culpabilidad…, y así, hasta el punto de convertir a la víctima en culpable: «Después, pensé que todo lo que me había pasado era mi culpa».

En cada página leeremos una lucha interna mediante una narración en primera persona que permite un tono más personal y directo; un diálogo con el propio Dios sobre el significado de la fe; en definitiva, un testimonio que no debe quedar mudo para enriquecernos como personas.

Álvaro Campuzano Luque

PRESENTACIÓN

La historia que relato en este libro es verdadera, y representa un medio de comprobación física de la sabiduría del legado espiritual del pasado, para nuestro presente. Es el resultado de la búsqueda y el encuentro de la existencia de Dios como verdadera, a través de la explicación del sentimiento de confianza —fe— entendido originalmente por nuestros ancestros, para lograr el restablecimiento de la salud de condiciones físicas y emocionales que deterioran al cuerpo humano.

Este conocimiento se manifestó por medio de sueños, y después, por un largo camino de evidencias sincrónicas y tangibles, en donde quedaron expuestas las verdades entre la salud y el origen de la enfermedad. Estas realidades que están vinculadas al comportamiento racional y a la consciencia humana de nuestro presente junto con el comportamiento y la consciencia de nuestro pasado; un pasado que fue fundado en la unión del todo con nosotros a través de la intención, la creencia, la posición astronómica, el entorno ambiental y el diseño de las pirámides de la antigua ciudad de Teotihuacán, México.

Esta historia es el recuerdo de una memoria olvidada en el tiempo, que resurge a su vez como un llamado de la consciencia universal a la nuestra para el renacimiento de una humanidad consciente de su existencia, de su conducta, de la fuerza que existe en el perdón y en la voluntad para poder sanar físicamente. Es la ruta que tuve que recorrer para poder entender y explicar, de manera lógica y secuencial, las maravillas que encontré en Teotihuacán para todos. Los nombres en esta historia han sido cambiados.

DEDICATORIA:

Esta obra está dedicada a todos los niños del mundo que han sido víctimas de abuso físico, emocional y sexual, así como a los adultos que buscan la paz espiritual y física quebrantada en su niñez y adolescencia por actos de persuasión, acoso y violencia sexual.

A la eterna memoria y presencia de mis padres

María Graciela y José Luis

«De la palabra de los hombres, nos transformamos en lo que somos»

CAPÍTULO I

La pérdida de mi fe durante la niñez

Mi camino de fe comienza en la Ciudad de México. Yo era una niña curiosa, bien educada, tímida y bien protegida por mis padres. A una edad temprana, yo creía en Dios.

En mi cabeza, yo tenía miedo de él, pues no sabía con mi razón a dónde vivía; pero en mi corazón, yo sentía que Dios residía ahí.

Mi madre Graciela hablaba acerca de Jehová (Dios) constantemente. Ella solía decir que él era amor. Ella me enseñó que la manera de actuar ante los demás era primero sintiendo con mi corazón de niña, y después con mis pensamientos y mis acciones. También, ella me explicó que yo debería de sentir y pensar en los sentimientos de los demás, de la misma forma como yo pudiese sentir por mí antes de actuar lo que pensaba. Mi madre me dijo que, de este modo, yo sabría la diferencia entre el actuar bien y el actuar mal. Mi padre José Luis me enseñó que Dios era un Dios de justicia. Yo creí y confié en lo que ellos me instruyeron, es decir, lo di por verdadero en mi corazón y en mi realidad física. Yo tenía fe, confianza.

A los siete años, una noche cuando ya me encontraba en la cama dispuesta a dormir, empecé a pensar que posiblemente Dios no era real. Pero en mi corazón yo sentía que él estaba ahí. Y como una niña, comencé a hablarle.

Era una noche lluviosa, y podía escuchar y contemplar la tempestad desde la ventana de mi recámara. Con mi corazón, empecé a pensar en otros. Me estaba preguntando a dónde irían las personas pobres para poder resguardarse de la lluvia. Entonces, le pregunté a Dios. Me sentía molesta y triste en mi corazón, cuando pensé que los pobres, de seguro se encontraban sufriendo bajo la lluvia. Y en ese momento, pensé que Dios no era un Dios de justicia como mi padre me lo había dicho. Sin embargo, en mi corazón, todavía sentía que Dios era amor. Y entonces, pensé que seguramente Dios podía escuchar los sentimientos de mi corazón. Con mi mente, comencé a dudar en la posibilidad de que él me estuviera escuchando, a pesar de lo que había sentido con el corazón. Pero todavía creía que era posible que Dios escuchara mis sentimientos, y de esta manera, empecé a oír su voz.

Cuando le pregunté la razón del porqué él era tan indiferente con las ideas que tenía en mi cabeza, Dios me contestó en ese instante en mi corazón. Escuché que no era su culpa. Él me dijo que los hombres no sabían cómo escucharlo. Y que ellos, tampoco sabían cuando él estaba hablando. También me dijo que los hombres no podían ver con sus ojos del alma, y después, él me preguntó si yo quería ayudarle.

En mi cabeza, con mi mente, empecé a pensar que yo estaba actuando sin razón. Pero en mi corazón, yo creí que realmente Dios me estaba pidiendo esto. Entonces, yo le contesté diciéndole que yo le ayudaría, pero que él me tenía que indicar la manera, porque yo no sabía cómo. Y escuché en mi corazón que cuando el tiempo indicado llegara, él me iba a conceder todo lo que yo le pidiera. Yo me puse feliz al escuchar esto. En mi corazón, sentí que lo que escuché fue real. Pero en mi cabeza, pensé que era imposible que Dios me hubiese pedido tal cosa. A pesar de lo que pensé, comencé a llorar, y creí que Dios realmente me había contestado. Los pensamientos que tenía en la cabeza eran dudosos, sin embargo, empecé a pensar que Dios me estaba viendo.

Nunca mencioné este incidente a mis padres, porque pensé que no me iban a creer lo que escuché. Pero pensando yo sola en lo que me había pasado, y confiando en lo que había escuchado como verdadero, empecé a comportarme con el pensamiento de que «Dios me estaba viendo». Pensé que, si Dios podía ver lo que yo estaba haciendo, él sabría de mis actos. Dios podía ver si lo que estaba haciendo era bueno o no. Y debido a que en ese instante pensé que esto podía ser verdad, empecé a cuidar de mis acciones. Esto me produjo la condición permanente de su presencia en mi mente.

A los nueve años, la piel de una de las palmas de mis manos comenzó a enfermarse; me daba comezón y se me estaba excoriando. Como mi palma se encontraba muy irritada, mis padres ya tenían la intención de llevarme con el médico. Pero días antes de que esto pudiese ocurrir, un día jugando en el jardín de flores que mi madre había sembrado frente a la casa, de repente, tuve el sentimiento en mi corazón, de que una de estas plantas me podría ayudar a sanar.

Súbitamente, me sentí intensamente atraída por los anaranjados geranios del jardín, y sin saber la razón, decidí cortar los geranios y comencé a frotarme la palma afectada con los pétalos. Al hacer esto, sentí alivio. Después de varios días de repetir esta acción, mi palma sanó y no hubo necesidad de ir a ver al médico.

Entonces, uno de mis tíos que tenía una infección similar a la mía en ambas palmas, me preguntó la razón de cómo había encontrado la planta que me sanó. No supe cómo contestarle cuando usé mi razón, porque la duda estaba en mi cabeza. Mi cabeza no entendió la razón por la cual yo había encontrado esta planta. Sin embargo, creyendo en que lo que había sentido era bueno, le enseñé adónde había encontrado la planta que me sanó. Después de mostrársela, le ayudé a untarse los pétalos de la flor con mis manos, de la misma manera en la que yo me froté cuando mi palma estaba enferma. Y después de varios días de repetir la misma acción, él también sanó.

Como consecuencia de este incidente, empecé a escuchar que mi familia comenzaba a hablar sobre curaciones espirituales, ángeles y otras cosas que ellos decían eran reales, pero yo por mi edad, no podía entender con mi razonamiento. En mi corazón y porque yo era una niña, yo creí que todo esto podía ser posible. Y solamente pensé que un día iba a ser capaz de ver todas estas cosas, y a estos seres, que no podía entender con mi razón.

A los catorce años, fui molestada sexualmente por la misma persona que un día yo confié y ayudé a sanar con mi corazón, cuando era una niña. Este tío me tocó de una manera sexual inapropiada y en contra de mi voluntad, cuando le pedí que me abrochara un collar que yo tenía.

Cuando él actuó de esta manera, me sentí incómoda y traté de defenderme. Pero a pesar de mis súplicas y esfuerzos para que él me dejara en paz; él no se detuvo. No le importó la diferencia de edad que existía entre los dos. Él tenía más de cincuenta años. Para él, yo no era una niña cuando se comportó de esta manera conmigo. Para mí, él era una persona adulta. Yo estaba consciente de la diferencia de edad que existía entre los dos.

En pánico, con mis manos, lo empecé a empujar lejos de mí. Y traté de liberarme de sus brazos llenos de fuerza para contenerme. En mi mente, yo no podía entender la razón de su comportamiento. Y con mis propias razones, nunca pensé que algo así pudiera pasarme. Nunca pude imaginarme que esta persona pudiera ser capaz de realizar semejante acto. Ante mí y ante otras personas, él siempre se había comportado de una manera respetuosa y honesta. Ante mis ojos, él era una persona en la que yo podía confiar, porque aparentemente, él siempre se había exhibido como un ser discreto y tranquilo. Su confuso y violento comportamiento me tomó por sorpresa.

En mi inocencia, yo únicamente supe que, con su acción, él me había hecho sentir que él estaba actuando mal y equivocadamente, pues me hizo sentir incómoda. Por esta razón, inmediatamente pensé que me encontraba en peligro y, por lo tanto, automáticamente sentí que yo tenía que alejarme de él y así lo hice. Tuve una reacción inmediata de repudio —rechazo— por su acción en mi mente.

Él ignoró mis súplicas verbales y trataba de someterme constantemente, usando su fuerza física. En desesperación, comencé a usar mi cabeza para planear la manera de escaparme de él, por el pánico que sentí.

Me di cuenta de que él sabía que yo no iba a complacerlo por voluntad propia, y por esta razón, él comenzó a utilizar la fuerza conmigo para tratar de dominarme. Entonces, él empezó a pelear conmigo como si yo fuera su igual, a pesar de que éramos diferentes en cuanto a edad, constitución física y sexualidad.

Para mí, ya era claro en mi mente que su intención era violarme sexualmente. En mi mente, el pánico comenzó a crecer más ante su incontrolable comportamiento, y por el pensamiento de ser violada. Pero a pesar de lo que yo pensé, tampoco estaba totalmente segura si él iba a detenerse o no en cometer este acto. En mi cabeza, yo tenía la ilusión o la esperanza de que él se detuviera. Yo estaba deseando que él cambiara de proceder, por su propia voluntad. Pero por una razón que yo no entendía en ese momento, él no lo hizo. Sus deseos por mi cuerpo eran más fuertes que su buena voluntad hacia mí. Entonces, lo empujé y le pegué con toda mi fuerza para liberarme y así poder escapar. Cuando lo logré, corrí tan rápido como pude. Sin embargo, cuando corrí, no sabía qué rumbo tomar, porque estaba aterrorizada. El único pensamiento que tenía era de huir de él, y pensando y actuando así, lo logré. Pero a pesar de mis esfuerzos para eludirlo, y sin saber verdaderamente como escapar de ahí por el pánico que sentí, corrí hacia el lugar equivocado. Me dirigí hacia la recámara de una tía, en lugar de escapar por el corredor que daba a las escaleras para poder salir de la casa. En esta recámara se encontraba mi tía Antonia postrada en su cama, y viendo la televisión. Mi tía Antonia era una persona paralítica, de edad muy avanzada y sorda.

Al ver mi equivocación, pero viendo que mi tía se encontraba ahí, pensé momentáneamente que el perpetrador iba a detenerse en el momento en el que él viera a mi tía Antonia en la recámara… pero no sucedió así. Mi tía Antonia comenzó a gritar al ver que yo estaba corriendo por la alcoba, ella no entendía lo que estaba pasando. El perpetrador ignoró totalmente la presencia de mi tía Antonia, y siguió persiguiéndome ahí, a pesar de los gritos de mi tía. En mi cabeza, yo no entendía la razón del porqué, él no podía detenerse y ver el horror que él estaba creando en mí con sus acciones. Para mí, era evidente que yo no quería ningún tipo de relación con él. Yo no podía entender el motivo por el cual él no podía controlarse, a pesar de que yo ya lo había rechazado varias veces. A mí me pareció que no le importó ninguna de mis reacciones. Parecía estar actuando como un ciego, pues ignoró el horror que yo sentía con sus acciones. Tampoco entendía la razón del porqué también él estaba actuando como un sordo, cuando le pedí que no me continuara tocando y haciéndole daño a mi cuerpo.

En la ignorancia de mi razón acerca de su comportamiento, no me di cuenta de que sus intenciones estaban controlando sus acciones. La verdad era que, con sus malos pensamientos, él había puesto un límite a sus buenas emociones por mí y por otros en su corazón. Él no pensó en mis sentimientos. Él estaba pensando en él mismo… y en nadie más. Él estaba actuando por instinto.

Entonces, cuando me encontraba en esta recámara, con desesperación, traté de abrir una de las ventanas que daba a la calle principal. Pero no tuve tiempo para poder lograrlo, porque él continuaba acosándome. Y empecé a actuar con más angustia cuando me di cuenta de que él no se iba a detener hasta hacer realidad su objetivo. Su conducta insistente por mi cuerpo evitó que yo pudiese abrir la ventana para pedir ayuda afuera de la casa. Era evidente que mi tía Antonia no podía hacer nada para defenderme. Él estaba corriendo atrás de mí y trataba de jalarme con fuerza hacia él para poder violarme. Entonces, pude llegar a un gran sofá que se encontraba entre la ventana y él, y rápidamente, me coloqué en sentido opuesto al suyo, para que al menos por un momento yo me pudiera sentir protegida. También pensé que ese lapso podría darme tiempo para pensar en la manera de cómo escaparme de ahí. Pero el perpetrador continuaba hostigándome, mientras yo trataba de acercarme a la ventana para poder gritar y pedir ayuda. Él sabía lo que yo estaba planeando hacer. Y me di cuenta de que él conocía lo que yo estaba razonando. Este hecho, aumentó mi pánico.

Por un momento, él dejó de correr y empezó a caminar lentamente atrás de mí, y al mismo tiempo, comenzó a hablarme con la clara intención de distraerme y así poder atraparme. Este comportamiento me confundió momentáneamente. Él estaba actuando ante mí, como si estuviera aparentando en no perseguirme realmente. Se estaba comportando como un niño jugando, pretendiendo.

La verdad era que, con esta actuación, él se estaba situando simultáneamente de manera mental y física, al mismo nivel consciente de la edad que yo tenía. En su realidad mental, él se estaba comportando como un niño sin saberlo, para así poder ganar primero mi confianza y de este modo, poder capturarme y después violarme siendo él un adulto en la realidad física. Pero yo ya no confiaba en él. Yo solamente estaba viendo lo que él estaba haciendo. Y no puse atención a lo que él me estaba diciendo. Toda mi atención estaba centrada en sus movimientos y no en sus palabras. En ese momento, no entendía totalmente la razón por la cual él había cambiado su táctica conmigo. Por estas acciones, lo primero que pensé fue que él creía que yo era una tonta, y que yo no me daba cuenta de cuál era su verdadera intención. Pero yo ya sabía lo que él estaba buscando. Ya sabía cuál era su propósito y entendía con lógica que tenía que defenderme de él. La razón era que él ya había actuado en contra de mi voluntad por haberme atacado. Y en ese momento, mi mente automáticamente estableció un juego de poder entre él y yo, por protección. La competencia para sobrevivir y evitar ser violada surgió en mí. Mi instinto de sobrevivencia se materializó por medio de mis pensamientos.

Cuando yo había pensado en que iba a ser violada, mi pánico aumentó y empecé a usar más mi cabeza para crear ideas y así lograr escapar. Y solamente usando la razón, la inteligencia de mi edad y no mis sentimientos de niña, estaba esperando por un momento para abrir la ventana y pedir ayuda. Estaba esperando por un momento para correr a través de la puerta de la recámara y escapar. Estaba pensando en la manera de cómo me podía defender de este hombre.

Cuando estaba pensando en todo esto, de repente otro pariente, mi tío Marcos, apareció en la puerta de la recámara. Su abrupta presencia me causó un trauma a nivel mental porque me distrajo de lo que, en ese momento, yo estaba planeando hacer usando mi razón. Y como estaba usando mi razón, no pude escuchar sus pasos. El perpetrador tampoco pudo escuchar cuando este tío se estaba aproximando a la recámara. Su mente estaba ocupada tratando de pensar en cómo poder atraparme y así poder violarme.

Debido a que mi mente estaba ocupada tratando de escapar del perpetrador, y solo estaba poniendo atención a los movimientos de mi atacante, y no a sus palabras o a los sonidos que me rodeaban; no me di cuenta de que mi cerebro, y por lo tanto mi mente, habían entrado automáticamente en un estado letárgico para poder disociar los mecanismos de aprendizaje y memoria de los mecanismos de atención, para así poder defenderme del ataque. Mi atención se encontraba enfocada únicamente a los movimientos de mi atacante para poder defenderme.

Por naturaleza, mi cerebro automáticamente disoció los mecanismos continuos de aprendizaje y de memoria, para sustituirlos temporalmente por los mecanismos de atención y de enfoque visual en respuesta al ataque físico percibido en este ambiente de estrés extremo.

Nunca pensé que alguien pudiera venir en ese momento y salvarme. No pude contemplar esta idea como posible, porque sabía antes que yo estaba enfrentando prácticamente sola al perpetrador. La presencia de mi tía Antonia dejó de ser importante ante esta situación porque me di cuenta de que el perpetrador no se detuvo con su presencia. Por lo tanto, yo me sentía sola, y ser salvada no podía ser lógico para mí, en ese instante. Aunque adentro de mí, en mi corazón, le estaba pidiendo a Dios que me protegiera.

Tan pronto como el perpetrador se dio cuenta de que mi otro tío estaba ahí, él se paralizó y dejó de perseguirme. Y empezó a actuar como si nada estuviera ocurriendo. El perpetrador no mostró ninguna emoción o sentimiento enfrente de mi tío Marcos ni de mí. Esta acción me confundió nuevamente. La verdad era que el perpetrador cambió la realidad de sus verdaderas intenciones y su comportamiento frente a nosotros en un instante. Y en ese momento, él ocultó su mala intención y la modificó razonadamente para que pareciera buena. El perpetrador pensó con seguridad que él podía ser descubierto y por este pensamiento, él adecuó su comportamiento instintivamente ante nosotros. El perpetrador comenzó a actuar como si fuera una persona honesta y emocionalmente afectiva conmigo.

Los cambios mentales y fisiológicos que recibí a causa del ataque físico, aunados a la repentina y oportuna llegada de mi otro tío a la puerta de la recámara, me indujeron a paralizarme física y emocionalmente. Mentalmente, me encontraba bajo el control del miedo y la confusión causada por el pánico que había experimentado. Mis sentimientos estaban separados de mis pensamientos, por el dolor de la decepción emocional que padecí ante el ataque de violencia física del perpetrador. Por esta agresión, mi mente automáticamente se unió al instinto de sobrevivencia que rige mi razón, únicamente para poder escapar del peligro y del horror que percibí bajo el acoso sexual del que fui objeto. Mi cerebro disminuyó automáticamente la sensibilidad de mi sentimiento de confianza por esta persona en mi mente, para poder defenderme y sobrevivir el ataque físico por medio de mi capacidad intelectual. Para mi razón, era lógico y automático el responder y el actuar de esta manera. En mi instinto de conservación natural como una entidad biológica, ya estaba establecido que el uso de mis sentimientos no me iba a ayudar a salir triunfante de este ataque físico. Era obvio; el perpetrador no escuchó mis súplicas emocionales cuando él empezó a tocarme en contra de mi voluntad. No le importó la presencia de mi tía Antonia. El perpetrador estaba actuando como un animal salvaje, sin sentimientos humanos para poder violarme sexualmente, ante todo.

Después de haber sido salvada físicamente por el tío que había llegado repentinamente a la recámara, yo no supe qué hacer o qué decir, debido a la sorpresa que mi organismo y mi lógica mental habían experimentado. En mi mente, yo tenía la idea de huir lejos del peligro que percibí. El pensamiento de ser salvada por mi tío Marcos no estaba contemplado en mi mente con mis razones, lógica e ideas de escape. Yo estaba profundamente inmersa en mi mente, en mí misma, porque estaba planeando la manera de cómo poder defenderme y escapar del perpetrador. En mi razón, la única información concreta que yo tenía era que estaba sola y en peligro. Y bajo esta única información estaba actuando. Estaba actuando por instinto para sobrevivir y proteger mi cuerpo de cualquier daño físico.

Durante la persecución, y debido a que los pensamientos de repulsión que se generaron en mi mente por el comportamiento del perpetrador, perdí la sensibilidad a la continuidad del tiempo en mi mente. Me encontraba en un estado mental de trauma, de letargo mental. Yo sentí que el tiempo que pasé huyendo del perpetrador parecía no tener fin. Para mi instinto, esta información de continuidad del tiempo en mi mente no era importante; la amenaza del ataque físico estaba presente en mi mente y en mi realidad física en ese momento. Las acciones de asalto por parte del perpetrador fueron continuas. Y sin saberlo de manera consciente, este hecho me predispuso mentalmente a vivir en un estado de alerta persistente. En realidad, la verdad era que el tiempo que transcurrió entre el acto inicial del asalto físico por parte del perpetrador, la persecución, y el tiempo en que mi tío Marcos apareció en la puerta de la recámara sucedió en menos de diez minutos.

Como consecuencia de la serie de traumas que mi mente y mi organismo recibió con todos estos acontecimientos temporales, y sin notarlo de una manera consciente, adquirí la condición mental y física de sentirme constantemente en un estado de ansiedad y miedo por mi vida a nivel subconsciente. Perdí la paz mental que tenía como una niña y automáticamente me encontré inmersa en otro estado mental para poder sobrevivir: el instinto.

Mis emociones de niña fueron separadas de mi mente por instinto, debido a la violencia física del asalto sexual. Mi cerebro automáticamente disoció los mecanismos de atención física de los mecanismos de aprendizaje y memoria naturales de mi edad, para poder enfocarme a los movimientos de mi perpetrador y así poder defenderme y sobrevivir o tolerar el ataque percibido por mi cerebro a través de mi mente con mis pensamientos en ese instante.

Mi tío Marcos, sin saber que me había salvado de ser violada, comenzó a preguntarnos qué era lo que estaba ocurriendo. Era obvio que él no se dio cuenta de la gravedad de lo que había acontecido minutos antes de que él apareciera en la puerta de la recámara. Él únicamente observó que yo estaba atrás del sofá y que el perpetrador estaba del lado opuesto. Él no advirtió que el perpetrador me estaba molestando, persiguiendo o acosando. Sin embargo, de alguna manera, le pareció «extraño» el hecho de que el perpetrador se encontrara en esa recámara, en ese momento. Mi tío Marcos sabía que, el perpetrador no entraba a las recámaras de otros sin pedir permiso y, además, conocía que, habitualmente, el perpetrador subía a su recámara a recostarse y a ver televisión. Por esta razón, el concepto moral establecido en la mente de mi tío Marcos con respecto al perpetrador era la de una persona respetuosa y tranquila. Pero debido a la discrepancia de su presencia en la recámara en ese momento, mi tío Marcos empezó a cuestionarnos a los dos para poder conocer el motivo por el cual el perpetrador estaba ahí y no en su alcoba. Él quería saber lo que estaba pasando.

Mi tío Marcos solamente pudo ver que el perpetrador estaba actuando como siempre: tranquilo y callado. De buena fe, mi tío Marcos se negó a pensar que algo impropio había ocurrido entre el perpetrador y yo, a pesar de la duda que él sentía. En la mente de mi tío Marcos, la idea de que esta persona pudiera actuar en contra mía no era posible. Así que cuando preguntó qué era lo que estaba pasando, la verdad fue que la respuesta salió únicamente de la boca del perpetrador y no de la mía. Yo permanecí en silencio, debido al miedo y a la confusión que estaba experimentando a nivel mental en ese momento. Fue entonces cuando el perpetrador tomó ventaja de mi estado traumático y comenzó a mentir acerca de lo ocurrido en mi presencia; sin importarle las consecuencias de lo que este acto pudiera ocasionar en mi persona en el tiempo. Y enfrente de mí y de mi tío Marcos, él no dio por equivocado su comportamiento y tampoco dijo la verdad.

Mi tío Marcos, por lógica, creyó en las palabras del perpetrador, debido a la confianza que él le tenía, y a que yo no pude decir nada en contra suya debido a mi confusión y a mi miedo.

La primera explicación del perpetrador fue de negar la verdad de lo sucedido, con la razón de que «nada estaba ocurriendo». Después, el perpetrador rápidamente dio otra razón lógica para ocultar sus malas intenciones, basándose en una serie de excusas o mentiras para minimizar la situación que en realidad él había creado conmigo. El perpetrador dijo que «yo me había quejado con él y que yo le había dicho que me sentía enferma». Y que era por esta razón que él se encontraba ahí. El perpetrador dijo que él «estaba asegurándose de que nada malo me pasara».

La verdad era que el perpetrador estaba actuando como benefactor mío, en lugar de aceptar responsabilidad por lo que me había hecho. El perpetrador sabía en este momento lo que hacía. Y conocía que, usando estas razones, cubriría su acto y sus malas intenciones delante del tío que me salvó. La realidad era que, en ese momento, el perpetrador sintió por dentro que lo que había hecho conmigo estaba mal. Él se dio cuenta de su actuación, pero en lugar de aceptar responsabilidad por sus acciones, él se negó a hacerlo. Y con sus mentiras, él me estaba haciendo responsable de su presencia en la recámara, en donde él se encontraba. Y en un intento por controlar la situación que él mismo había creado con su insensible acción, él automáticamente cambió la verdad de su conducta, usando la cabeza en lugar de su corazón. Y empezó a actuar como si él fuera la víctima, y no como un perpetrador, enfrente de mí y de mi tío Marcos.

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495 s. 9 illüstrasyon
ISBN:
9788413867915
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