Kitabı oku: «Los grandes mitos de Occidente», sayfa 6

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Mito número 9


«Países subdesarrollados»
El Tercer Mundo, la invención de Truman

Después de la Segunda Guerra Mundial, Harry S. Truman fue investido como presidente de los Estados Unidos de América el 20 de enero de 1949. En su discurso de investidura dijo que, después de la misión colonizadora, había llegado el momento de emprender, la misión de asistencia técnica, porque las naciones desarrolladas tenían un deber hacia los países subdesarrollados. Esta es la primera vez que se hablaba de subdesarrollo29.

Los Estados Unidos tenían un doble interés en destruir los imperios coloniales; primero, querían ganarles los mercados de distribución; segundo, querían impedir que los Estados recién independizados cayeran en manos del Imperio soviético. Cuando se sintieron la nación más «rica» y poderosa gracias a su «fantástica» tecnología, dijeron estar en el deber de transmitir todo su progreso al que llamaron desde entonces, Tercer Mundo. Este discurso omite el hecho de que tanta prosperidad industrial y financiera sucedió gracias a que sus rivales estaban destruyéndose entre ellos, al otro lado de los océanos.

El mito de los tres mundos tomó forma en 1949: el Primer Mundo fue el occidental, el Segundo fue soviético y el Tercero, todo el resto. Con la caída del muro de Berlín, el mundo pareció globalizarse por completo, sometido a una oligarquía mundial bajo una suerte de dependencia financiera generalizada por las multinacionales y la banca. Los gobernantes de los Estados Unidos de Norteamérica siempre estuvieron en contra de los imperios coloniales; en tanto que excolonia, al haberse liberado del Imperio británico, se consideraron a sí mismos como los campeones en cuestiones libertarias. Este orgullo tan arraigado en la nación americana minimiza la sociedad esclavista primero y la racista después; infravalora, además, la masacre que exterminó a la gran mayoría de pueblos aborígenes de Norteamérica y que mantiene en la miseria a los pocos sobrevivientes.

Mientras los países europeos se destruían entre sí al otro lado del océano durante la Segunda Guerra Mundial, los Gobiernos de los Estados Unidos en América continuaron comportándose bajo el modelo colonial en sus relaciones con América Latina. En las últimas décadas, Latinoamérica ha ido consolidando Gobiernos suyos, lamentablemente malos, sobre todo porque perpetúan el rechazo a los modos de vida de los pueblos autóctonos a los que consideran improductivos, ignorantes, subdesarrollados, por eso, no han cesado de perseguirles, por eso siguen sacándoles de sus territorios. Los gobernantes latinoamericanos no logran comprender modos de vida distintos al de Occidente y han impuesto por la fuerza el sistema industrial y de mercado, de modernidad y desarrollo. Vale recalcar que dicho modelo ha puesto en crisis a todos los países del Norte, no solo en lo que concierne a la economía nacional, sino además en todo lo que tiene que ver con el ser humano en todos sus aspectos. Sin embargo, aunque el modelo de Occidente haya puesto al Planeta entero y a la especie humana en riesgo seguro de extinción, se siguen talando bosques para construir autopistas, edificios, macrocentros comerciales, universidades e infraestructuras ostentosas, copiadas directamente del modelo occidental que está en decadencia. Sería mejor aprender de los errores ajenos en vez de copiarlos para tener gobernantes propios, pero, además, buenos.

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29 Cabrero, 2006: 21.

Mito número 10


«La gente del Primer Mundo tiene la culpa»
La indignación también ha sido europea

«Ya es hora de que la destrucción cese, pues casi todos los nativos del continente americano han desaparecido gracias a los beneficios de la civilización» es lo que escribió el explorador escocés, John Howison, en 1834. En 1836, la embarcación Beagle, arribó en Australia; durante aquellas estadías en tierra, Darwin iba descubriendo que el número de aborígenes se reducía a una rapidez aterradora. «Es deprimente escuchar a los nativos decir que su país ha sido destinado a serle arrebatado a sus hijos», escribió Darwin en su diario. El 5 de febrero del mismo año, el Beagle llegó a la isla de Tasmania. Los primeros colonos habían llegado en 1803, pocos años antes de que Darwin naciera. A medida que los colonos fueron instalándose en las islas, los aborígenes fueron siendo desplazados y masacrados. En 1838, dos años después del retorno de Darwin a Inglaterra, Thomas Hodgkin, que había participado en el movimiento por la abolición de la esclavitud, fundó en Londres la sociedad de protección de pueblos aborígenes. En 1876, cuando Darwin tenía sesenta y siete años, murió la última mujer de Tasmania; a lo largo de la vida de Charles Darwin, todo un pueblo había sido exterminado. Medio siglo después, en el norte del continente americano, el pueblo de los Beotucos también había desaparecido30.

Mucho antes de la declaración por los derechos de los pueblos aborígenes, mucho antes que Darwin, Howison u Hodgkin, en el momento mismo de las conquistas, en el continente americano, una voz europea se levantaba para condenar la masacre. Su padre había llegado en el segundo viaje de Colón hacia América, en 1493. En 1502, con veintiocho años, Bartolomé de las Casas dejó España para instalarse en Santo Domingo, en América Central. En 1514, horrorizado por las masacres de las conquistas, renunció a la posesión de esclavos y comenzó la redacción de un manuscrito pidiendo a Ferdinand II, rey de España, la supresión de las encomiendas, de la esclavitud, de la masacre y pidiendo respeto para los amerindios. En 1531 escribió al consejo de las Indias:

«Yo les envío, ha dicho el hijo de Dios, como ovejas en medio de lobos para que ustedes las amansen y las traigan a Cristo, ¿por qué entonces, en lugar de enviar ovejas para que transformen a los lobos, envían lobos hambrientos, tiránicos y crueles que matan, masacran, escandalizan y aterrorizan a las ovejas?».

Bartolomé de las Casas escribió muchos libros denunciando la masacre de la América India; a los setenta y dos años se instaló en España donde murió dieciséis años más tarde31.

Más allá de las culpas, la experiencia

En todo el mundo existen rasgos, restos de pueblos aborígenes; la gran mayoría de sus descendientes vive ahora como lo impone el modelo occidental; sus antepasados fueron anexados a una u otra nación por la fuerza. Los conflictos entre pueblos aborígenes y Estados nacionales no han desaparecido. Los gobernantes de Europa impusieron sus estados con violencia, esto explica la reticencia de estos mismos Estados a no firmar el convenio número 169 de la Organización Internacional del Trabajo, O.I.T. Convenio sobre los pueblos indígenas y tribales a favor de la justicia social, estableciendo consultas obligatorias para los pueblos originarios en las medidas que les afectan.

Los pueblos autóctonos de Europa soportaron la persecución de los imperios desde hace mucho. La conquista de territorios para imponer un solo sistema económico, cultural y jurídico, es algo que se experimenta en Europa, incluso antes de la Edad Media. Feudalismo primero, Estados nacionales después, no han dejado lugar para diferencias. Las lenguas fueron impuestas desde las capitales como en el caso del francés de París que relegó con menosprecio a «lengua de las patas», el catalogado «patois», a las lenguas originales de cada grupo humano de tantas tierras anexadas y sometidas a poderes centralizados. Su proceder es tan poco ejemplar que conllevó a dos guerras mundiales. Es la experiencia la que mueve a muchas personas del Norte a solidarizarse y reclamar en favor de los derechos y de todo el respeto que merecen los pueblos aborígenes. La cercanía a la naturaleza, el uso de plantas medicinales, la solidaridad comunitaria, etc., fueron también características de las muchas nacionalidades autóctonas europeas; esto sale a la luz gracias al trabajo de muchos investigadores que buscan rescatar lo que queda de esas riquezas ancestrales, en las periferias de las ostentosas, falsas y conflictivas metrópolis.

Todo está ligado entre sí. Lo que antes pasó se refleja en el espejo de lo que está pasando ahora. El pasado refleja el presente y este nos muestra el resultado de lo que antes se hizo. ¿Hasta cuándo el derecho a vivir distinto será atropellado? La colonización aumentó los intercambios culturales, pero de un modo cruel, desigual e injusto; desarrolló la explotación a gran escala con un sistema mitológico y de derecho que impuso sus reglas justificando todos los crímenes. Los colonizadores modernos creen hacer justicia social creando miseria, pretendiendo mejorar la calidad de vida de sus naciones.

El modelo de Estado-Nación no corresponde a la realidad terrestre donde es necesario que cada comunidad se reorganice para proteger y reconstruir los muchos ecosistemas en peligro. Esta no es una propuesta separatista, no es una llamada ni a la venganza, ni al resentimiento, ni al odio, ni a la guerra. Esta es una invitación a la responsabilidad colectiva pero comunitaria. Pertenecer a una comunidad implica trabajar por el bien común directa y activamente, implica hacer minga. Si hay algo que nos enseña la historia de nuestros antepasados es que sus enemistades dieron paso a su extinción; conscientes de ello, construyamos ahora comunidades abiertas al intercambio real, a la ayuda mutua.

No se pueden entender modos de vida distintos sin respeto, sin humildad. Los intercambios culturales que ahora conocemos han podido ocurrir de otras maneras, fuera de todo imperialismo, conquista, masacre y ocupación. Además, no existe intercambio verdadero cuando un modelo único se impone a todo el resto; el Planeta es rico por su diversidad y esta es lo que permite que funcione el ecosistema humano que es fundamentalmente natural, la ecología no es una novelería del Norte, preservar los ecosistemas es imprescindible para la vida humana y todo esto, en nuestros días, ya ha sido probado científicamente.

El Planeta ha sido desde siempre gobernado por quienes exaltan lo ostentoso de las urbes. La arrogancia no ha sido, ni es, solo eurocéntrica. Las grandes capitales del Norte, menosprecian igual a las otras ciudades, subestiman igual a todos los numerosos pueblos de sus propias naciones, tal como desprecian a los países que consideran subdesarrollados. Los admiradores del modelo llegan del Sur para instalarse en las metrópolis del Norte; concentrados ahí, suelen menospreciar las zonas periféricas de las que nada conocen. Ignorantes de la rica diversidad y de las múltiples problemáticas sociales y ecológicas, se llevan consigo al Sur, el recuerdo único del aparente progreso de las metrópolis para implantarlo por la fuerza en sus propias naciones. Quien ha vivido la realidad de otros pueblos, al interior de las comunidades del Norte, entiende que tal «desarrollo» es pura apariencia, pues corrige unos problemas engendrando muchos otros. Al interior de cada nación hay un sinnúmero de comunidades humanas desintegradas por un poder central que nada conoce de las realidades humanas y ecológicas de los lugares que gobierna. Las verdades son incompletas cuando la historia narrada carece de contextos. Una nueva lectura de la historia puede ayudarnos a entender lo que está pasando ahora mismo y a actuar en consecuencia.

Los grupos, los seres humanos, evitan saber para no revivir las injusticias, incluso las víctimas desean olvido, pues es desagradable pensarse y sentirse víctima. Sin embargo, jamás se podrá enfrentar los problemas actuales, como la extrema pobreza y los muchos problemas ecológicos, sociales y políticos, si no se piensa en cómo se ha llegado hasta ahí. Es, por lo tanto, muy necesario comprender la historia. Para proporcionar los argumentos necesarios —que sostengan las iniciativas de todas las personas que ya han comenzado a escribir y a narrar otras historias, viviendo de modo distinto al modelo occidental—, la persona que investiga tiene el rol de buscar, de reconocer, de recordar y cuestionar, todo lo que la gente y los pueblos tratan de ignorar.

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30 Ibidem 20.

31 Ibidem, 20.

Mito número 11


«La identidad nacional»
El gran mito europeo

En el corazón de Europa se ponen de manifiesto los fracasos en lo que respecta a la integración nacional; en España crecen las demandas de independencia por parte de grupos y comunidades a los que se les llama «separatistas». El expresidente Nicolas Sarkozy durante su Gobierno, a finales del año de 2009, lanzó en Francia el debate sobre la identidad nacional. Esta cuestión inquieta mucho a quienes desean ver desaparecer a todos los grupos humanos a los que consideran «minorías», a esa «desaparición» le llaman «integración». Integrarse, en ese caso, demanda la renuncia a su propia identidad, significa abandonar sus diferencias para apropiarse de la cultura de quienes se consideran «mayoría». Pero ¿quiénes son mayoría?, ¿cómo son?, y ¿por qué se tendría que «dejar de ser» para «ser como» la mayoría? Las dificultades se agudizan aún más con las crisis económicas; los problemas con las minorías crecen a medida que la inmigración desborda en medio de una globalización que lo uniformiza todo.

Una Nación-Varios Pueblos

Todos los Estados nacionales fueron implantados sobre territorios poblados por varias y distintas comunidades humanas. El proceso de nacionalización se efectuó en Estados que, aunque ya constituidos, tenían aún fronteras vagamente definidas. En tales contextos se buscó homogeneizar a la población, a través de una identidad nacional, para borrar las visibles disparidades culturales y sociales de cada grupo anexado. Sylvain Venayre, en su libro Les Origines de la France. Quand les historiens racontaient la nation, explora las raíces de la nación francesa analizando la cuestión sobre la identidad nacional a partir del trabajo de los historiadores, quienes desde siempre han estado directamente ligados a la producción de una identidad colectiva. Su libro es un recorrido bien documentado sobre las principales contribuciones históricas del siglo XIX.

Los orígenes de la nación francesa varían según los contextos político y científico en los que se encontrara el autor que narra la historia. Un autor de nombre Renan, por ejemplo, después de haber afirmado que los aspectos raciales son en la historia decisivos, termina rechazando la idea de nación determinada por la raza en una famosa conferencia en la Sorbona en 188232. Los diferentes mitos de origen desarrollados por las naciones europeas desde el final del siglo XVIII han sido muy poco estudiados y, sin embargo, el sentimiento nacional que evocan se mantiene33. Así, el mito de la «nación familia» concibe la historia como genealógica, extendiendo a la masa de la gente anónima el árbol central que fuera alguna vez aristócrata o monárquico. Otro mito es el de la nación como personalidad colectiva, tal como lo escribió el autor Michelet, afirmando que Francia es el espíritu de la libertad encarnada en una nación constantemente auto engendrada34. Vidal de la Blanche, hizo de Francia en 1903, un ser geográfico caracterizado por su precocidad en la toma de consistencia escribiendo: «De ese estado vago y rudimentario, en el que las aptitudes y los recursos geográficos de un lugar permanecen en estado latente, ahí en donde nada sale de eso que necesita una personalidad viva, nuestro país ha salido más pronto que otros»35.

En función del prestigio de cada disciplina, fueron utilizadas, la historia natural, la geología, la filología, la arqueología, la antropología, etc. para establecer modelos explicativos que, empero, han variado según las épocas. La «raciología» conoció su momento de gloria en los medios académicos y científicos a mediados del siglo XVII, luego de 1870 fue considerada peyorativamente como «ciencia alemana»36. Según Sylvain Venayre, la oposición que todavía se hace entre la concepción francesa y la concepción alemana de la nación, es una construcción conceptual resultado de la anexión alemana de la región, hoy por hoy francesa, de la Alsace-Moselle, además de la crisis alemana del pensamiento francés.

La teoría de las dos naciones, Galia y Franca, entendida como tercer Estado versus aristocracia, funcionó a principios del siglo XIX como sistema explicativo de la Revolución francesa. En la Francia contemporánea, esta explicación cedió lugar a la representación de la nación como una diversidad con vocación a la unidad. Los historiadores describirán, en algunos momentos, a la nación francesa, no como un pueblo único, sino como el fruto de mezclas numerosas citando frecuentemente a pueblos autóctonos, entre los cuales están: los visigodos, los normandos, los bretones, los ligures, los íberos, los romanos, los germánicos, los francos y los burgundios. Rara vez citarán al pueblo judío. El historiador Sylvan Venayre hace hincapié en este detalle para denotar la exclusión explícita y, sobre todo, implícita de ciertos pueblos en la creación de una identidad nacional37.

El movimiento pro-nacionalista europeo promovió la lengua como origen de las naciones. Así que, si la historia de Francia comenzó con la lengua francesa, la nación francesa nació cuando se impuso la homogeneización por la fuerza. Algunos historiadores afirman que el Estado francés no es una verdadera nación, denunciando de esta manera la opresión de pueblos sometidos que reclaman su libertad reivindicando sus orígenes, sus historias específicas, tal como es el caso de la región de Bretaña y de la isla de Córcega. La pluralidad lingüística hace eco a esas libertades coartadas38. Entre los años 1751 y 1772, se editó la «Encyclopédie»39 estableciendo el francés de París como modelo literario, aun cuando la mayoría de las provincias de Francia hacían uso de sus propias lenguas y dialectos. Aquellas lenguas ancestrales de las tantas provincias francesas fueron con menosprecio llamadas patuá (patois). Etimológicamente «patois» se traduce como «hablar con las patas», definición que vuelve evidente la connotación despectiva de ese calificativo; el patuá es considerado como un lenguaje corrupto, es la forma de hablar de la gente inculta.

Referirse a la «diversidad» con menosprecio permite la afirmación de la supremacía de la nación frente a las versiones refractarias, por eso la historiografía del siglo XIX no habla de un origen sino de varios, sucesivos o simultáneos, para hacer predominar el carácter nacional de la unidad encontrada. Sylvain Venayre escribe que, en 1830, los monarquistas proclamaron la Francia como la hermana mayor de la Iglesia, los republicanos celebraron la nación francesa como hermana querida de la naturaleza, haciendo referencia a su diversidad de climas, tierras, poblaciones, estimándola así como una nación superior a todas las otras. Los historiadores del siglo XIX, sobre todo los liberales, tomaron frecuente y activamente parte en la vida política. Fustel de Coulanges lo subrayaba deplorándolo: «Nuestros historiadores han sido hombres de partidos políticos desde hace cincuenta años […] Escribir la historia de Francia ha sido una manera de trabajar para un partido y combatir al adversario. La historia se ha convertido así en una especie de guerra civil permanente»40.

A finales de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los países más poderosos del mundo ya habían conseguido desarrollar una antropología que les permitiera reforzar la identidad como nación. La historia universitaria del siglo XX quiso tomar distancia de aquel hacer histórico, deshistorizando el pasado, buscando una permanencia a través del tiempo41. Si contar la historia de la nación francesa resulta difícil, la dificultad de definir la narración de la historia de Alemania es aún mayor. Aún sigue siendo difícil encontrar un hilo conductor a través del cual se pueda hablar de Alemania antes de la llegada de Hitler al poder en 1933. La nación alemana nunca ha dejado de ser múltiple. Hasta hoy no se establecen los límites de lo que fuera el gran Imperio germánico que, al contrario de la Galia (Francia), no fue totalmente invadido por el Imperio romano. Del año 1000 a 1792, la estructura territorial fue casi la misma, con decenas y hasta centenas de Estados pequeños. De esta manera, se constituyó en Alemania, una identidad cultural antes de constituirse una identidad política, organizándose alrededor de muchas capitales y no de una sola. La historia de una nación como la alemana a partir del siglo XX, exige renunciar al nacionalismo; la historia de la Alemania de antes del siglo XX, implica, en cambio, renunciar a todo centralismo42.

La historia, además, no solo ha sido un legado académico, existe una amplia gama de filmes, juegos, espectáculos, publicaciones, etc. La participación de las y los historiadores en la producción de la identidad nacional comparten ciertas funciones sociales con los medios de difusión masiva en la búsqueda de homogeneizar la población. Estos roles se ponen de manifiesto sobre todo cuando los gobernantes exigen a los encargados de enseñar la historia de definir una identidad nacional. La nación francesa, tal como la alemana, la italiana, la española, la rusa, la polaca, etc., son el resultado de mezclas numerosas y sucesivas que ocurren en permanencia volviendo a cuestionar el sentido, el rol y las funciones, de los míticos Estados-nacionales. Cada Estado-Nación se ha impuesto sobre las múltiples diferencias de sus pobladores; cada nación en el mundo está llena de comunidades distintas, de grupos humanos diversos que pueden, sin embargo, encontrar sus equivalentes al interior de las numerosas naciones del mundo porque el Planeta es igual en todas partes, igual de diverso, igual de vasto, igual de complejo, igual de complicado, igual de sometido.

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32 Thiesse, 2013.

33 Venayre, Sylvain. 2013. p. 225.

34 Michelet, 1833. Histoire de France. Citado por Thiesse, 2013.

35 Vidal de la Blanche, 1903. Tableau de Géographie de la France. Citado por Thiesse, 2013.

36 Ídem, 32.

37 Ibidem, 32.

38 Ídem, 33.

39 Se trata de una enciclopedia francesa editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y de Jean d’Alembert. Ha sido considerada una de las más grandes obras del siglo XVIII, no solo por ser la primera enciclopedia francesa, sino también por contener la síntesis de los principales conocimientos de la época.

40 Coulanges, Fustel de 1872. « De la manière d’écrire l’histoire en France et en Allemagne depuis cinquante ans ». Revue des deux Mondes, 1 Septembre. Citado por Thiesse, 2013.

41 Ibidem, 32.

42 Passini, 2013.

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0+
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452 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9788418649806
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