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Feminismo, género sexual y perspectiva de género

Paso ahora a explicar qué es la «perspectiva de género». Se trata de una forma de analizar diferentes ámbitos de la vida humana, entre ellos la literatura, y se incluye dentro de los «estudios de género». Dentro de ellos estaría la perspectiva feminista, la LGTB-QIA (lesbiana, gay, trans, bisexual, queer, intersexual y asexual), la investigación sobre las masculinidades y la intersección de estas condiciones con la raza o etnia, clase social y religión.

El concepto de «género sexual» comienza a generalizarse en la segunda mitad del siglo XX, frente al uso anterior de «sexo». Se plantea que el género sexual es una construcción cultural y social, referida a lo masculino/femenino, varones/mujeres, y no una realidad «natural», esencial e inmutable, como ha podido entenderse la noción de «sexo», también hoy muy discutida; de la misma manera que la pretendida superioridad «natural» del varón sobre la mujer y de unas etnias sobre otras, construcciones consideradas ya falaces. Somos productos de la cultura, la historia, la economía y la sociedad, aunque pueda haber, desde luego, componentes biológicos. Hablar de «construcción» no quiere decir algo totalmente inventado, una entelequia artificial, sino que se trata de una interpretación de la realidad. Los seres humanos conformamos nuestro pensamiento y esa realidad a través del lenguaje. Este supone una categorización de lo real: lo «prediscursivo» es un continuum o materia que podría estructurarse de muy distintas maneras. En el caso de los cuerpos humanos, en toda su diversidad, hemos elegido la dicotomía macho/hembra, varón/mujer, o la división en razas (concepto este último, profundamente cuestionado también). No trato de negar la presencia de la realidad biológica, sino que planteo que esa realidad se interpreta (y se utiliza), pero no es la causa «natural» de la desigualdad, pues de serlo estaríamos ante un determinismo biológico muy difícil de cambiar (y que, sin embargo, hemos superado en muchos otros aspectos).

Hablo de «varones» y no de «hombres», aunque ambos términos han pasado a ser equivalentes, porque, «hombre» viene del latín homo, -inis, que significa «ser humano». En castellano, la oposición correcta sería varón/mujer, macho/hembra.

El feminismo nace en el siglo XVIII, en la Ilustración, aunque, por supuesto, hubo antecedentes. Su objetivo ha sido, desde el principio, la liberación de las mujeres del patriarcado. Es importante aclarar que «mujeres» no es lo mismo que «mujer», ya que este último término, en su singularidad, connota una condición esencial y única para todas nosotras, una identidad común que es rechazada por muchos feminismos. De ahí que estos prefieran hablar de «mujeres» en plural, para aludir a toda nuestra diversidad. De igual manera se habla de «feminismos» en vez de «feminismo» para dejar claro que existen diversas tendencias en este movimiento, aunque se puede utilizar la segunda forma para referirse al pensamiento feminista en general. Lamentablemente, la extensión de este artículo no me permite exponer las diversas corrientes feministas que se han dado a lo largo de la historia y que continúan existiendo hoy.

Como ya he señalado, el/los feminismo/s busca/n la liberación de las mujeres del patriarcado y la equiparación en derechos. El «patriarcado» es un sistema o estructura muy antigua, en la cual los varones detentan el poder económico, político, social, cultural y legal, del mismo modo que las personas blancas han oprimido en muchos lugares a otras etnias. A veces, se ha asegurado que el poder que han mantenido los varones sobre las mujeres se debe a causas como la supuesta superioridad natural por su mayor inteligencia, fuerza física y capacidades. El tema es mucho más complejo, sobre todo a partir del momento histórico en que la fuerza física deja de ser un factor determinante para alcanzar y controlar el poder.

No es lo mismo «patriarcado» que «machismo». El machismo es una forma de pensar por la cual determinados varones y determinadas mujeres consideran que ellos son superiores en muchos aspectos a nosotras: pueden creer que son mejores cocineros, modistos, escritores o gobernantes, o que realizan las tareas más duras y difíciles. El patriarcado es un sistema o estructura de poder que tiene más componentes que una simple ideología. En ese sistema se tienen unos privilegios, igual que ocurre con la esclavitud o la precariedad laboral de nuestra época. El patriarcado funciona y subsiste porque hay una parte de la población que se beneficia de él.

El feminismo explica que el sistema patriarcal se fundamenta en la realización por parte de las mujeres de manera gratuita (en el sentido de que no hay un salario legalizado, sino que el pago es la subsistencia, que solo en el caso de una minoría de mujeres conlleva un bienestar notable) de estos cuatro trabajos:

•Trabajo doméstico (en muchas zonas rurales a este trabajo en el interior del hogar se han añadido otras labores relacionadas con la agricultura, ganadería y acarreo de víveres y agua; en las clases sociales más precarias después de la industrialización podía sumarse un trabajo asalariado imprescindible para subsistir).

•Trabajo de cuidado de las criaturas, personas enfermas, ancianas, incapacitadas y discapacitadas, además del propio esposo e incluso de la familia del esposo.

•Trabajo sexual: en el matrimonio, dar satisfacción al esposo de manera voluntaria o forzada (esto no quiere decir que las mujeres no obtengan satisfacción con el sexo ni que se vean coaccionadas siempre, sino que en el patriarcado, la legislación matrimonial ha obligado durante mucho tiempo al «débito conyugal»); mediante la prostitución; añádase que la violación y el abuso sexual supone un tomar por la fuerza por parte de los varones aquello que desean o a lo que creen tener derecho.

•Trabajo reproductivo: es uno de los trabajos principales, pues biológicamente solo lo pueden realizar las mujeres en edad fértil (y algunas otras personas con diferente identidad de género). El patriarcado intenta controlar este trabajo reproductivo que asegura la continuidad de la especie, la propia paternidad y provee de fuerza de trabajo a los sistemas económicos ligados a la estructura patriarcal, desde el feudalismo al capitalismo, sin olvidarnos de los regímenes comunistas. Casi todas las teóricas feministas han dado la máxima importancia a la cuestión reproductiva, ya que es algo que los varones, mayoritariamente, no pueden realizar.

Se suele decir que el feminismo busca la igualdad entre mujeres y varones. Pero, para muchas feministas, ese no es el objetivo principal, por mucho que sorprenda. Por supuesto, deseamos la igualdad de derechos y oportunidades, pero no solamente o como final último. Es más importante para nosotras la transformación del sistema patriarcal en otro más justo tanto para mujeres como para varones. Por ejemplo, puedo considerar que las mujeres tienen derecho a ser toreras, verdugos o militares. Pero si estoy en contra de la tauromaquia, la pena de muerte o la existencia de un ejército para la guerra, no lucharé por esa igualdad ni me parecerá en absoluto prioritaria, sino que intentaré que esas tareas dejen de existir. Buena parte del movimiento feminista es de izquierdas, anticapitalista y antimilitarista (esto último quizás no en un porcentaje tan elevado como lo anterior). Eso quiere decir que no solo lucha por la igualdad, sino por un cambio del sistema económico, político y social en el que vivimos, ya que considera que ese sistema va unido intrínsecamente al patriarcado y que ambos se necesitan. Bien es cierto que hay mujeres dentro de un feminismo más institucional o de partidos más moderados, o incluso conservadores, que solo buscan la igualdad, porque no están disconformes con el sistema global; no se puede negar la existencia de este tipo de feminismo, pero no es el mayoritario; ha de tenerse en cuenta que en los últimos años incluso los partidos más conservadores han asumido algunas de las reivindicaciones feministas, sobre todo por el empuje de sus propias mujeres y porque se trataba de una cuestión de derechos humanos que era imposible seguir negando, aunque se muestran muy reticentes a los planteamientos del feminismo más revolucionario y, en ocasiones, pueden llegar a tergiversar algunos de los planteamientos básicos de la teoría feminista.

A lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, las sucesivas olas y corrientes feministas han logrado, al menos en una parte del mundo, una serie de importantes avances. En la actualidad, en Occidente y en nuestro país, nos encontramos con una clara mejora, pero también con retrocesos e involuciones. Nos seguimos enfrentando a problemas como la violencia machista contra las mujeres (asesinatos, violaciones y abusos sexuales) y la falta de un cuestionamiento de la construcción de la masculinidad por parte de muchos varones.

También nos enfrentamos a nuevas formas de machismo, como el negacionismo y el neomachismo, que usan la estrategia de afirmar que la opresión y discriminación de las mujeres es cosa ya del pasado o niegan la existencia misma del patriarcado, argumentando que los hombres también pueden ser víctimas (las consabidas «denuncias falsas» contra ellos en materia de violencia de género o los presuntos varones asesinados por mujeres), o que si estas no se liberan es porque no quieren. La postura negacionista es muy habitual en otros campos de la vida humana, por ejemplo, tras una guerra, cuando los vencedores silencian y falsean sus crímenes y genocidios. Algunos varones neomachistas aseguran ser feministas, pero pretenden un feminismo que les resulte complaciente y cómodo, y para ello tergiversan los postulados feministas o califican a estos de fanáticos. Se utiliza por ejemplo el argumento de la libertad de decisión de las mujeres sobre su propio cuerpo, aunque sea para beneficio, como siempre, de los varones.

Para conocer mejor el feminismo es muy bueno escuchar a mujeres activistas. También resulta muy conveniente leer libros de ensayo. En el momento actual, las redes proporcionan muchas ventajas, pero también fomentan la tendencia a basar nuestra información en artículos, a veces, con poco o ningún rigor. En las redes cualquiera puede opinar sobre cualquier tema, aunque no tenga apenas idea sobre el asunto, y la violencia verbal es muy frecuente, lo que dificulta los debates y diálogos de aprendizaje.

¿Pueden los varones participar en el feminismo? Por supuesto que sí, ya que el patriarcado, pese a que los beneficia en gran parte, también perjudica a los que se salen de la normatividad y los limita desde que son niños a roles muy rígidos. No obstante, el mejor modo de entrar en el feminismo no es decirles a las mujeres cómo deben liberarse y cómo hacer un feminismo más agradable para ellos. Quizás les toque cuestionar la construcción de su masculinidad y buscar posibles alternativas.

¿Son todos los hombres culpables, responsables del patriarcado y se benefician de él? Sería como preguntar lo mismo respecto de las personas blancas y el racismo. Quienes no creemos en causas biológicas ni identidades naturales, esenciales ni fijas, preferimos hablar de posiciones sociales. Todas las personas estamos atravesadas por esas posiciones que, en ocasiones, pueden ser de privilegio y en otras, de discriminación. Lo triste y también muy cansado es que, a principios del siglo XXI, tengamos que seguir explicando todo esto porque tanta gente ni siquiera lo sabe o desea saberlo.

Crítica literaria feminista y desde la perspectiva de género

A la hora de interpretar, analizar y valorar un texto literario, hay diversos métodos y escuelas de crítica: formalismo, estructuralismo, semiología, New Criticism, deconstrucción, estética de la recepción… entre otras; y hay también análisis desde una perspectiva psicológica, social e ideológica: crítica literaria desde la psicología y el psicoanálisis, sociohistórica, marxista y feminista, por ejemplo. Es importante dejar bien claro que ninguna de estas últimas perspectivas es excluyente con respecto a un análisis formal.

Tampoco deben entenderse estos tipos de crítica ideológica como formas de censura, proscripción ni prescripción, aunque pueda haber personas, instituciones e incluso países que, en determinadas épocas, lo hayan hecho. Así, desde la crítica literaria feminista, no se trata de decir lo que es «correcto» o «incorrecto», sino de analizar y mostrar el contenido desde la perspectiva de género.

Para conocer mejor la crítica literaria feminista aconsejo empezar con Una habitación propia (1929) y Tres guineas (1938) de Virginia Woolf, obras clásicas del tema. Ya en nuestro siglo, Teoría literaria feminista (1985), de Toril Moi y, en España, es muy recomendable conocer los ensayos de Laura Freixas, como Literatura y mujeres. Más adelante añado otros libros en la bibliografía.

Voy a plantear de manera muy sucinta algunos elementos que se pueden analizar en una obra desde la perspectiva de género:

1)Autoría y producción de la obra:

a.Época, país y nacionalidad de la autora o autor. Idioma en el que escribe.

b.Dificultades o ventajas que ha podido tener una autora en su época o país a la hora de escribir y publicar. Se debe valorar también los porcentajes de autoras y autores en dicha época y país.

c.Dificultades personales de la autora para ejercer su oficio (familiares, de clase social, laborales, psicológicas, de salud…), y si utilizaba su nombre o seudónimo.

2)Recepción por parte del público lector y de la crítica.

a.Reconocimientos, premios.

b.Aparición o invisibilidad en medios de comunicación, libros de crítica y de historia de la literatura de su época o posteriores.

Por ejemplo, Emilia Pardo Bazán (1851-1921), mujer de enorme inteligencia y con una extensísima y variada obra de gran calidad, tuvo muchas dificultades para ser reconocida en su momento e incluso fue boicoteada y ridiculizada por algunos de sus colegas contemporáneos. Se le impidió la entrada en la Real Academia de la Lengua. Sin embargo, ocupó la cátedra de Literaturas Neolatinas de la Universidad Complutense de Madrid, a pesar de que, al principio, este puesto fue boicoteado también y de que ella no había podido estudiar en la Universidad porque a las mujeres les estaba prohibido. Hay que destacar, no obstante, que la familia de Pardo Bazán, empezando por su padre y su condición de noble, le permitió escribir, algo que en otra clase social o entorno familiar le hubiera resultado imposible. Se separó de su marido porque este le pedía que abandonara la escritura, ya que el «atrevimiento» de ideas de doña Emilia causaba un gran escándalo social. Pero parece que su esposo no fue un hombre violento y la separación entre ambos se hizo de forma amistosa, circunstancia poco habitual.

Otro caso es el de la escritora estadounidense Charlotte Perkins Gilman (1860-1935). Tras tener una hija en su primer matrimonio, Gilman sufrió una profunda depresión, en parte porque no sentía deseos de adaptarse a la vida de casada ni de ser madre. Acudió a un neurólogo que le aconsejó no dedicarse a ninguna tarea intelectual ni volver a escribir nunca y limitarse a su vida familiar, algo que, por fortuna, ella no hizo. En 1892 se publicó su relato «El papel de pared amarillo» («The yellow wallpaper», un magnífico cuento fantástico donde reelabora su experiencia).

Observaciones:

Escucharemos a muchas personas afirmar que esas circunstancias están ya superadas. Algunas mujeres dirán que ellas no han tenido esos problemas. Pero que algo no nos suceda a nosotras no quiere decir que no les pase a las demás. Por otra parte, no se puede negar que la situación ha cambiado en determinadas zonas del mundo, aunque siguen existiendo dificultades, sesgos y prejuicios. Quienes planteamos esto no estamos cayendo en el victimismo, solo somos conscientes de las circunstancias y no nos limitamos a pensar desde nuestra mera individualidad.

Una forma de negacionismo actual es cuando muchos lectores plantean que ellos no tienen en cuenta el género sexual de quien escribe un libro, sino su calidad. Sin duda puede haber personas que no presten atención a este tema, igual que hay espectadores que no se fijan en quién dirige una película sino en su título y tema. Otra cosa es lo que deberían hacer las y los escritores. No observar todos los aspectos de una obra (autoría, época, nacionalidad del autor o autora, idioma en que la obra está escrita, traducción, editorial, extensión, género, etc.) resulta extraño y poco profesional. También hay lectores veteranos que, desde luego, han leído obras de autoras, pero no profundizan en el tema de la discriminación ni en las circunstancias que han rodeado a las mujeres a la hora de escribir y publicar. Con frecuencia, muchos de estos sesgos y prejuicios son inconscientes, aunque tampoco se hace mucho por sacarlos a la luz.

3)Género literario en el que se puede incluir la obra (o géneros, si se trata de un texto híbrido): analizar si es un género tradicionalmente escrito por varones (como la ciencia ficción), por mujeres (como la novela romántica) o por ambos.

4)Personajes de la obra y en qué época transcurre la acción.

a.Quiénes son los protagonistas y los secundarios.

b.Si son mujeres, varones o tienen otras identidades de género. Porcentaje de unas y otros.

c.Si esos personajes representan estereotipos y repiten roles de género tradicionales o, por el contrario, presentan alternativas. Téngase en cuenta que en la literatura de género son frecuentes los estereotipos, ya que, como he dicho más arriba, suelen basarse justamente en esos clichés, que son los que esperan los lectores.

Grosso modo, los «roles de género» son una serie de normas y conductas, «papeles» asociados a los géneros sexuales femenino y masculino: el varón debe ser el proveedor del sustento; la mujer, ocuparse de las tareas domésticas y de cuidados. En cuanto a los estereotipos, se trata de ideas aceptadas sobre cómo son los varones y las mujeres: ellos, más fuertes físicamente y más capaces para ciertos oficios como los que requieren esa fortaleza física, pero también para trabajos intelectuales, la ciencia, las ingenierías o los negocios, son también más agresivos o tienen más apetencias sexuales, mientras que las mujeres se muestran más delicadas y sensibles, y por eso se les dan mejor las tareas de los cuidados o del hogar, coser o cocinar, salvo a altos niveles, donde de nuevo destacarán ellos como cocineros o modistos. Pero, asimismo, están los arquetipos, representaciones primigenias, simbólicas o incluso míticas, que pueden convertirse en parte del inconsciente colectivo de una sociedad: el padre, la madre, el héroe y el guerrero, la madrastra, la donna angelicata

Voy a mencionar algunos de los roles y estereotipos más significativos:

Varones que son cabeza de familia y trabajan fuera del hogar, aparecen como protagonistas de la historia narrada, con frecuencia en el papel de héroe: aventureros, exploradores, guerreros, militares, investigadores, científicos, intelectuales, gobernantes; es decir, detentan puestos de poder, manejan armas, son fuertes, valerosos, atractivos y jóvenes, inteligentes, blancos, heterosexuales y sin ningún tipo de discapacidad. Solucionan los conflictos y situaciones problemáticas, se enfrentan a los peligros y los vencen, salvando también a su pareja femenina.

Las mujeres son parejas y compañeras del héroe, bellas, jóvenes y blancas; se dedican al trabajo doméstico, de esposa y madre, no detentan los puestos de poder ni decisión, no resuelven los conflictos ni las situaciones de peligro salvo como ayudantes de los varones, no parecen tan inteligentes como ellos, tienen menor fuerza física, no manejan armas y deben ser salvadas de los peligros por el hombre. Las mujeres pueden presentarse también como antagonistas, las «malas» de la historia, taimadas reinas de un matriarcado feroz o eróticamente perversas: la femme fatale.

Las excepciones confirman la regla.

Observaciones:

En las novelas policíacas, novela negra, del Oeste, bélicas, románticas, de ciencia ficción, fantásticas y de lo maravilloso, es decir, en la «literatura de género», estos estereotipos suelen cumplirse, lo cual no supone que aparezcan todos ni siempre. Este es un esquema y, como todos los esquemas, tiene sus variantes. En las novelas de aventuras, por ejemplo, que son antecedentes de ese subgénero de la ciencia ficción que sitúa las aventuras en el futuro o en otros planetas, ya se daban estos estereotipos. La fantasía épica es otro buen ejemplo. Por supuesto, con el avance social y la incorporación de las mujeres al trabajo fuera de casa y a oficios antes vedados, en la literatura han ido integrándose personajes femeninos que se muestran lejos ya de los estereotipos tradicionales y reflejan la nueva situación. También depende mucho del escritor o escritora, por supuesto.

Otra cuestión a tener en cuenta es no vincular de manera absoluta la masculinidad con los varones y la feminidad con las mujeres. La masculinidad y la feminidad pueden darse en cualquier persona, con diferente gradación, porque tiene mucho de construcción social. Por eso, no es lo mismo «literatura femenina» que «literatura de mujeres». Como escribió Angela Carter en su novela La pasión de la nueva Eva, a través de su protagonista: «Lo masculino y lo femenino son correlativos que se contienen y se complementan. Sé que es así: la cualidad y la negación de la cualidad están indisolublemente entrelazadas. Pero no sé en cambio en qué consiste la naturaleza de lo masculino y la naturaleza de lo femenino, si involucran al macho y a la hembra […]. Aunque he sido hombre y mujer, no conozco todavía la respuesta a estas preguntas. Todavía me dejan perplejoa». (Carter, 1977, págs. 203-204)

5)Relaciones entre los personajes: si son de igualdad o bien de poder, discriminación y opresión. Si aparece el tema del amor romántico: las mujeres se presentan como personajes cuyo destino en la vida es conseguir el amor del protagonista y convertirse en esposas y madres; ellos, sin embargo, podrán seguir ejerciendo su trabajo después del matrimonio.

Observaciones:

No hay que olvidar que la crítica literaria feminista y de género no estudia solo el tema de las mujeres, sino cualquier otra identidad de género u opción sexual no normativas, las masculinidades, la raza y la clase social. Y también las obras escritas por los varones, analizando cómo aparecemos en su imaginario.

Por último, una cuestión muy importante: cada obra debe leerse en su contexto histórico, geográfico, cultural y social, porque puede servirnos para comprender mejor esa época, colectividad, cultura o país. No se trata de que no se pueda aplicar la crítica literaria feminista y de género a narraciones de otros siglos (de hecho, es posible analizarlas e interpretarlas desde ellas perfectamente), sino que no se deben juzgar con los mismos valores de ahora. Incluso si le ponemos determinadas etiquetas como «machismo» o «racismo» al contenido de una obra no coetánea, hay que evaluar esa categoría en su momento histórico. También debemos evitar lecturas demasiado literales de obras que tienen un valor simbólico, humorístico o paródico.

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