Kitabı oku: «La espiritualidad del subdesarrollo», sayfa 3

Yazı tipi:

I. TRABAJO

Exaltamos el trabajo como creación, dominio, deber y derecho de la persona humana, engrandecido por Cristo, trabajador humilde en el hogar y que entre trabajadores buscó a quienes habrían de acompañarlo, comprenderlo y difundir su doctrina. Celebramos el trabajo por ser acto del hombre divinizado por Cristo trabajador.1

¿Qué se entiende por trabajo? ¿Cuál es la posición que la doctrina social de la Iglesia católica tiene sobre este? ¿Cuál es el concepto que se desarrolla en El Campesino, El Catolicismo y la Revista Javeriana sobre él? ¿Se siguen los lineamientos de la doctrina social de la Iglesia en la prensa? ¿Qué similitudes y diferencias se encuentran entre estos tres órganos de prensa? En el presente capítulo respondemos a estos interrogantes teniendo como punto de partida la definición teórica del concepto de trabajo para, posteriormente, observarlo desde la doctrina social de la Iglesia y, luego, abordar el concepto desde la perspectiva de la prensa católica en tres momentos: antes, durante y después del Concilio Vaticano II.

El concepto de trabajo

Teniendo en cuenta las ideas de Carlos Marx y Antonio Gramsci, junto con los aportes del sociólogo español José Noguera —quien hizo un estudio minucioso del concepto a partir de diferentes autores marxistas—, se responde qué es lo que entendemos aquí por trabajo para, más adelante, contrastarlo con la doctrina social de la Iglesia y la prensa católica.2

Tomando como punto de partida a Marx, hay que tener en cuenta que el concepto de trabajo debe abstraerse y contrastarse a partir de la lectura de diferentes textos de su autoría, pues no existe una definición estricta. A lo largo de sus escritos, el pensador alemán ofrece diferentes elementos para poder entender esta actividad humana.

Partiendo de la concepción dialéctica materialista de la historia, se puede señalar un primer momento, en el cual Marx ofrece una idea general del trabajo, independientemente del modo de producción, para, en segundo lugar, acercarse a una mirada centrada en el trabajo en el capitalismo. Este primer momento parte de la idea general de que el trabajo es la interacción consciente del ser humano con la naturaleza para la satisfacción de las necesidades.3 La consciencia del trabajo, según Carlos Marx, es uno de los principales rasgos distintivos que hay en relación con otros animales, destacando que el ser humano es el único ser vivo que conscientemente modifica su entorno por medio del trabajo y con herramientas creadas por este para vivir.4 Según este pensador, los seres humanos “empiezan a diferenciarse de los animales en cuanto comienzan a producir sus subsistencias, un paso que obedece a su organización corporal. Al producir sus subsistencias, los seres humanos producen indirectamente su vida material misma”.5 Además, esto lleva a que la especie humana, en este proceso de transformación de su entorno, se constituya a sí misma, desarrollando conocimientos y capacidades para garantizar su supervivencia y reproducción, pero, más allá de eso, su autorrealización. Marx señala en El capital que

el trabajo es, independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre el hombre y la naturaleza y, por consiguiente, de mediar la vida humana.6

Desde esta visión general hay que indicar tres características acerca del trabajo: es instrumental, es social y lleva a la expresividad del ser humano. Es instrumental porque tiene un fin: “Actividad finalista que transforma a los medios de producción en un producto determinado”.7 Es social pues es una actividad que, aunque se puede desarrollar de forma individual, surge de un proceso social: individuos organizados a través del trabajo desarrollan diferentes tareas que son producto de un largo proceso de interacción social y que tienen como resultado la intervención de la naturaleza.8 Y es expresividad pues puede potenciar las habilidades estéticas y expresivas de los seres humanos, buscando superar el supuesto antagonismo entre arte y trabajo.9

No obstante, lo anterior fue solamente un acercamiento general al trabajo, el mayor esfuerzo de Marx se dio en la explicación del concepto de trabajo en el marco del modo de producción capitalista. Con base en obras como los Manuscritos económico-filosóficos (1844) y, posteriormente, El capital (1867), desarrolló la idea de trabajo enajenado o trabajo alienado como punto clave para entender el concepto.

El primer acercamiento al trabajo enajenado se da en los Manuscritos económico-filosóficos, texto en el que se explica por qué el trabajador u obrero es entendido como mercancía en el capitalismo, las implicaciones que trae la propiedad privada de los medios de producción, el salario, entre otros temas. En cuanto al obrero, al ser mercancía, es requerido por los propietarios de los medios de producción para poder crear otras mercancías con valor agregado que permiten la acumulación de capital. El punto fundamental es que los trabajadores no poseen más que su mano de obra para poder subsistir, por lo cual se ven obligados a venderla a cambio de un salario. Esto tiene como resultado el trabajo enajenado, pues, en vez de ser el trabajo un medio para realizarse como ser humano, termina siendo una labor agobiante para poder sobrevivir. A diferencia de otras formas de trabajo, durante la relación laboral capitalista el trabajador no tiene una relación directa con el producto que este mismo desarrolla, pues no se lo apropia, sino que invierte determinadas horas de trabajo para obtener dinero que le sirva para adquirir mercancías para su subsistencia. Marx califica esto como la desrealización del trabajador, pues se relaciona con el “producto de su trabajo como un objeto extraño”, y agrega:

La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil [cursivas del original].10

El trabajo enajenado se caracteriza entonces en que es externo, pues no es parte del trabajador, es ajeno a este y, de tal modo, la vida comienza cuando no se está trabajando: “Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo”.11 También es forzado, se realiza por la necesidad de sobrevivir y termina siendo un sacrificio, no genera placer, es ascético. Y, por último, se le suma la contradicción constante, pues entre más produce, menos consume, entre más elaborado sea el producto, en peores condiciones se encuentra el trabajador.12

Se genera una contradicción entre trabajo y ocio, pues dentro de la lógica del trabajo en el capitalismo la vida comienza cuando termina el trabajo y hay tiempo para el ocio. El trabajo no es más la forma de realización del ser humano, sino una carga agobiante y necesaria para mantenerse con vida. Esto a su vez genera enfrentamientos entre los mismos trabajadores, quienes compiten por tener acceso a los necesarios puestos de trabajo, y entre los trabajadores y los dueños del trabajo, es decir, quienes tienen la propiedad de los medios de producción.13

Años más adelante, en El capital, Marx explicó la diferencia que hay entre el valor de uso y el valor de cambio, y cómo esto es importante para entender el trabajo. El valor de uso de un objeto está referido a su utilidad para satisfacer una necesidad: vivienda, vestido, alimentación, entre otros; mientras el valor de cambio está dirigido al intercambio entre mercancías, procurando equiparar unas con otras respecto al tiempo de trabajo socialmente necesario que se invirtió para desarrollaras. Dice Marx: “El tiempo de trabajo socialmente necesario es el requerido para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de producción vigentes en una sociedad y con el grado social medio de destreza e intensidad de trabajo”.14 De esto se desprende que en el intercambio de mercancía se está intercambiando ciertas cantidades de tiempo de trabajo humano.15

La anterior explicación permite entender que en el modo de producción capitalista se genera valor agregado a las mercancías gracias al tiempo de trabajo humano, pues, aunque un trabajador invierta x tiempo en la creación de esta, su pago tiene que ser menor al tiempo trabajado para poderse dar la generación de plusvalía. Es decir, hay una diferencia entre el valor que debería recibir un trabajador por su tiempo de trabajo y el que realmente recibe: a esto se le llama explotación.16 Entre más larga sea la jornada laboral o más intensiva sea esta gracias a los desarrollos tecnológicos o capacidades del trabajador, hay mayor plusvalía.

Desde esta óptica, el concepto de trabajo, la relación capital-trabajo y la variable tiempo cumplen un papel fundamental en la reproducción del modo de producción. El trabajo es pues un asunto necesario tanto para la supervivencia del trabajador como para la acumulación de capital. Es una relación recíproca, pero a la vez contradictoria, que, desde la perspectiva marxista, debe enfrentarse y superarse. La doctrina de la Iglesia, como se verá más adelante, es consciente de esta relación de reciprocidad, pero rechaza categóricamente la relación de contradicción.

Una síntesis de esta mirada desde Carlos Marx nos muestra cómo en el modo de producción capitalista se pierde la idea del trabajo como la forma de realización del ser humano. Aunque siempre es necesario para satisfacer necesidades, en este modo de producción, el trabajo es una actividad fuera del control del trabajador, pues no posee los medios para realizarlo por su propia cuenta. Es la objetivación del ser humano, cosa que la doctrina social de la Iglesia criticará fuertemente del capitalismo.

Vale señalar que en una formación económico-social específica hay diferentes modos de producción que pueden convivir.17 Para el caso colombiano, en el periodo de estudio, existía la relación capital-trabajo, pero también estaba el campesinado, que no respondía a la misma lógica. En algunos casos había trabajadores del campo que tenían que vender su mano de obra como jornaleros al no poseer propiedad de la tierra o esta era insuficiente para su sostenimiento; pero en otros casos aparecía como arrendatario, de modo que, por carecer de propiedad debía retribuir en especie al dueño de la tierra; y en otros casos era dueño de su propio trabajo gracias a la propiedad de la tierra donde produce valores de uso para sí mismo y valores de cambio para proveerse de otras mercancías.18

Por su parte, Antonio Gramsci, en los Cuadernos de la cárcel, no ofrece, al igual que Marx, una definición estricta del concepto de trabajo, sin embargo, en algunos de sus pasajes se puede abstraer la idea que tenía del concepto, sobre todo dentro del modo de producción capitalista. Si bien se considera a Gramsci como uno de los marxistas más heterodoxos, su idea de trabajo estaba muy ligada a la lógica productivista, pues lejos estaba de interesarse, en ese momento, por aspectos que sí tocó Marx, como la expresividad.

Dentro de sus textos se encontraba el análisis de la necesidad de la disciplina en el trabajo para lograr una alta tasa de productividad. En sus notas sobre el americanismo y el fordismo mostraba cómo se requieren, para el modo de producción capitalista, ciertas características que deberían tener los trabajadores, y que iban más allá de lo estrictamente laboral. Por ejemplo, se destaca cómo el uso de su tiempo libre podría llegar a afectar o a mejorar su rendimiento como trabajador.

Ciertamente, un trabajador que se rige por una moralidad cercana a las buenas costumbres podría llegar a ser más productivo. Por ejemplo, no siendo alcohólico y siendo monógamo podría tener una mayor concentración y más energías para cumplir su labor maquinal y automática dentro de la empresa. Esto iba más allá de lo estrictamente económico, tenía una carga cultural: el disciplinamiento de los cuerpos, pero no solamente desde una coacción necesariamente externa —la necesidad de tener un empleo—, sino que también surgiera de la convicción, que fuera una ética, una interiorización, pues la hegemonía era también cultural. Señala Gramsci:

El industrial americano se preocupa por mantener la continuidad de la eficiencia física del trabajador, de su eficiencia muscular-nerviosa: es su interés tener una mano de obra estable, un complejo permanentemente a tono, porque también el complejo humano (el trabajador colectivo) de una empresa es una máquina que no debe ser desmontaba demasiado a menudo ni renovada en sus piezas individuales sin pérdidas ingentes.19

Para la doctrina social católica, como se verá más adelante, estas ideas eran fundamentales para la conformación de un trabajador productivo que supiera manejar bien sus tiempos de ocio, y, así, junto con un responsable uso de su salario, podría darse para él y para su familia un nivel de vida adecuado. La convicción personal de estar haciendo lo correcto, de tener una ética de trabajo cristiana que, desde este punto de vista, es también una ética de trabajo burguesa, es un punto fundamental para tener en cuenta en el análisis. Gramsci nos da luces para analizar este tema desde una concepción dialéctica materialista que no es determinista, sino que tiene en cuenta lo económico, lo político y lo cultural como esferas que se influencian las unas a las otras.

Si bien décadas más adelante la organización fordista se va a superar, subsiste la necesidad de la disciplina en el trabajo y para el trabajo. A esto se le suma la idea de que está en manos del trabajador proveerse de una calidad de vida adecuada gracias al buen manejo del salario que percibe, buscando no cuestionar la relación capital-trabajo, o, si se cuestiona, que sea solo para ajustarla a términos más justos y no para enfrentarla. Este último aspecto es clave en la visión de la doctrina social.

Hasta acá, vale señalar que no es interés de este capítulo hacer un recorrido amplio por diferentes autores para abordar el concepto de trabajo.20 Abordamos a Marx porque sus aportes son fundamentales y en cierto modo son seguidos por Gramsci, el cual es el eje teórico fundamental de este libro. Sin embargo, vale la pena, después de este breve recorrido, optar por una conceptualización más concreta que permita tener una base para el análisis del trabajo desde la doctrina social católica y el discurso de la prensa católica que aquí se aborda. Para esto se tiene en cuenta la investigación de José Antonio Noguera.

Él, tras hacer un profundo recorrido por diferentes autores, señala que el concepto de trabajo se ha pensado desde dos ángulos: desde un concepto amplio o reducido21 y desde un concepto productivista o antiproductivista.22 Noguera se inclina por una posición amplia y antiproductivista, destacando lo importantes que fueron los aportes de Marx y Habermas para llegar a esta.

El concepto de trabajo, siguiendo a Noguera, no se trata solamente del trabajo asalariado formal, también hay trabajo doméstico familiar o

el autoabastecimiento, la ayuda mutua, el trabajo social voluntario, la asistencia a domicilio no pagada, o ciertas variedades de la llamada economía negra o sumergida son también fenómenos que cuestionan y hacen entrar en crisis la ecuación trabajo = empleo que rige desde la consolidación del capitalismo industrial.23

De esta manera, aborda el concepto de trabajo en tres dimensiones, en las que rescata los aportes de Marx: 1) la creación o realización de productos que tienen valor de uso, 2) cuando se realiza una actividad útil en una colectividad que no está dirigida necesariamente a crear valores de uso o de cambio y 3) la expresión de creatividad y la autorrealización.

Desde una terminología habermasiana, lo anterior se resume en tres dimensiones: cognitivo-instrumental, práctico-moral y estético-expresiva. La primera dimensión es necesariamente teleológica, es decir, tiene un fin fuera de la misma actividad, quiere lograrse algo con un fin instrumental, sin que se reduzca a ello. La segunda responde más a asuntos de aprobación social, de solidaridad o de bondad, y puede darse por diferentes motivos que no están ligados a un propósito de mercado. La tercera, por último, responde más a lo estético, a las capacidades creativas del ser humano que se autorrealiza al explotar dichas capacidades, que no son solo artísticas, sino también, por ejemplo, deportivas. Estas dimensiones no son excluyentes entre sí, la dimensión instrumental puede traer consigo lo creativo y generar satisfacción personal. De este modo, Noguera procura alejarse de una visión del trabajo que se ocupe solamente de lo estrictamente productivo en el sentido mercantil. Agrega Noguera: “Mediante el trabajo el ser humano puede conseguir tanto su autorreproducción material, como cierto grado de autonomía moral y social, como también cierto grado de autorrealización vital”.24

Esta visión del trabajo, en la que no solamente se trata de una actividad productiva, sino que también es una actividad útil para un grupo de personas o simplemente para el desarrollo o autorrealización de una persona, es la conceptualización que se tiene como base para analizar el discurso de la doctrina social y la prensa católica. Como veremos más adelante, en parte este concepto coincide con dicha doctrina.

La evolución de la doctrina social de la Iglesia

Para desarrollar el concepto de trabajo y observar la representación de los trabajadores por parte de la Iglesia, es necesario estudiar su doctrina social, la cual está compuesta por los documentos pontificios que difundieron el pensamiento de la institución frente a los modelos económicos, la propiedad privada, las organizaciones de trabajadores, la relación capital-trabajo, el papel del trabajador, la función de la familia, entre otros. Estos documentos están compuestos, en primer lugar, por la carta encíclica Rerum novarum (1891), del papa León XIII, la cual se fue comentando y actualizando con las posteriores cartas encíclicas, como la Quadragesimo anno (1931), del papa Pío XI; Mater et magistra (1961) y Pacem in Terris (1965), del papa Juan XXIII; y Populorum progessio (1967), Humanae vitae (1968) y Octogesima adveniens (1971), del papa Pablo VI.25 Así mismo, durante el Concilio Vaticano II también se emitieron algunos textos que hacen parte de la doctrina, como la constitución pastoral Gautium et spes (1965).26

Antes de empezar vale señalar que la encíclica Rerum novarum (1891) es el documento pionero para comprender la posición de la Iglesia en asuntos sociales como el trabajo. Escrita en el año 1891, respondió a la necesidad de hacer explícita la doctrina de la Iglesia frente a situaciones problemáticas que se venían expandiendo con la industrialización en Europa y la expansión de una economía liberal de mercado, como la aguda explotación laboral y la idea del lucro ilimitado.27 Así mismo, señalaba su posición frente a las disputas y el debate ideológico comunismo-capitalismo, que preocupaba mucho a la Iglesia, pues desde el Syllabus (1864) había declarado al socialismo y al comunismo como errores.

El Syllabus hizo parte de la encíclica Quanta cura (1864), en la que el papa Pío IX expresó su preocupación frente a hechos que afectaban a la Iglesia a nivel mundial. Además de una expansión del liberalismo político, en los años previos a la publicación de la encíclica, se dio la pérdida de los Estados pontificios durante el periodo del Risorgimento italiano, sumado ello a la limitación de las atribuciones que tenía la Iglesia en muchos aspectos de la vida en Europa.28 Hubo supresión de conventos y monasterios piamonteses29 y, según el papa, una actitud anticlerical del parlamento de la región. Entre Camilo Benso, conde de Cavour, y Napoleón III se dio el acuerdo para liquidar los Estados pontificios y, en palabras del historiador Edward Elton Young Hales, todo esto se legitimó bajo el uso de argumentos como el progreso, el liberalismo y la civilización moderna. En Colombia, por ejemplo, los regímenes liberales del siglo XIX también limitaron el accionar de la Iglesia católica, con constituciones por las que se separaban la Iglesia y el Estado, y expulsiones de órdenes religiosas, entre otras medidas.30 Bajo este panorama la respuesta fue el “Syllabus de errores”, de 80 puntos, que “terminaba con la afirmación de que era un error decir que el Romano Pontífice [podía] y [debía] reconciliarse con el progreso, liberalismo y civilización moderna”.31 Los ecos de la Quanta cura, de corte integrista, estuvieron presentes hasta las transformaciones producidas en la Iglesia con el Concilio Vaticano II, cuando las posiciones modernistas toman un mayor protagonismo.

Más adelante, León XIII, autor de la Rerum novarum, preocupado por los conflictos que se estaban generando por la relación capital-trabajo, hizo énfasis en la necesidad de dignificar la clase trabajadora para que ese conflicto pudiera superarse. Dicha superación no podía darse por medio de la eliminación de la propiedad privada, en clara oposición a la opción socialista o comunista,32 sino que mostraba que ante la imposibilidad de que, según el papa, la clase burguesa pudiese vivir sin la clase obrera, y viceversa, había que hacer de esa mutua necesidad una relación más armónica y en la que el Estado tuviese un papel más activo. Por ende, a la vez que se oponía al socialismo o comunismo, lo hacía también frente al liberalismo económico.33

Con el paso de los años, y con la publicación de las otras cartas encíclicas y los otros documentos pontificios, se fue actualizando la doctrina debido a las transformaciones que se venían presentando a nivel económico y social. Durante la década de 1960, con el Concilio Vaticano II, la institución comienza a dar mayores aperturas al diálogo con el mundo, por lo que destaca los logros que, según ella, en materias laborales habían conquistado los trabajadores en algunos países. Adaptándose al contexto de la Guerra Fría, la institución clamó por hacer extensivos los logros a los otros lugares del mundo, pues eran posibles las transformaciones sin optar por opciones que fueran contrarias a su doctrina social.

El trabajo en la doctrina social: de lo instrumental a complemento de la obra divina

Desde el pontificado de León XIII hasta el de Pablo VI, el concepto de trabajo se fue actualizando, pasando a pensarse desde una lógica muy instrumentalista hasta llegar a otorgarle un carácter de realización humana e incluso de perfeccionamiento de la obra divina. Además, la valoración que se tenía sobre el deber ser del trabajador y su importancia, sea rural o urbano, hombre o mujer, fue obteniendo con el paso de las décadas unas transformaciones que tuvieron en cuenta la necesidad de posicionar a los seres humanos como el eje central de lo que se denominó desarrollo económico.34

En la primera carta encíclica que aquí se aborda, la Rerum novarum, no se hizo una definición explícita de trabajo, pero al momento de abordar la relación capital-trabajo y el asunto de la propiedad privada como derecho natural, se pudo abstraer una idea: el trabajo está centrado primordialmente en “procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya”35 u “ocuparse en hacer algo con el objeto de adquirir las cosas necesarias para los usos diversos de la vida y sobre todo, para la propia conservación”.36 Se trataba, en primera instancia, de una actividad para la adquisición de bienes y así satisfacer las necesidades humanas. De entrada, se reconoció como una actividad instrumentalista. En segunda instancia, consistía en una labor que no tiene por qué ser necesariamente placentera. En la encíclica se citó el libro bíblico del Génesis y se recordaba que el trabajo nació como castigo al pecado cometido por Adán y Eva: “Maldita la tierra en tu trabajo; comerás de ella entre fatigas todos los días de tu vida”.37 Agregaba más adelante: “Así, pues, sufrir y padecer es cosa humana, y para los hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo, no habrá fuerza ni ingenio capaz de desterrar por completo estas incomodidades de la sociedad humana”.38

Una tercera característica que brotó de la encíclica fue la idea de que el trabajo era voluntario, no obligatorio. Quien pacta con el patrón, sugiere León XIII, lo hace bajo su voluntad y se debe cumplir con lo pactado por ambas partes. Dice: “Si se mira el trabajo exclusivamente en su aspecto personal, es indudable que el obrero es libre para pactar por toda retribución una cantidad corta; trabaja voluntariamente, y puede, por tanto, contentarse voluntariamente con una retribución exigua o nula”.39 Evidentemente, no se tenían en cuenta las condiciones en que se encontraban los trabajadores al acceder a un trabajo, pues, desde una perspectiva que contemplara el contexto de finales del siglo XIX, la copiosa necesidad de acceder a los bienes materiales necesarios permitía que existiera una desventaja entre el trabajador y el patrón a la hora de un pacto de trabajo. León XIII, sin embargo, llamó la atención de los patrones sobre la necesidad de pactar un salario que fuera suficiente para un obrero frugal y morigerado.

Solamente fue hasta la Mater et magistra (1961), seis décadas después, cuando se le dio un carácter más amplio al concepto de trabajo, y esto fue gracias al trabajo rural. Al hacer énfasis en el intenso desplazamiento de población rural a zonas urbanas,40 Juan XXIII señaló la importancia de honrar el trabajo campesino para disminuir el “complejo de inferioridad” de estos y así poder “consolidar y perfeccionar su propia personalidad mediante el trabajo del campo”.41 Al señalar que se quería “consolidar y perfeccionar” una personalidad, mostraba una idea de trabajo como mecanismo de autorrealización y no únicamente como una forma de adquirir bienes o servir en la comunidad o la familia. Era la idea del orgullo que podía generar ser trabajador y, en este caso, campesino.

Juan XXIII exhibía la labor del campo como algo sumamente importante, pero esta, a su vez, tenía una retribución o recompensa muy baja en términos de adquisición de bienes. Frente a la dificultad de solucionar esta problemática, se debían destacar, entonces, otros aspectos, como el orgullo de ser campesino, en contraprestación a los bajos niveles de calidad de vida en el campo y así desincentivar el desplazamiento a las ciudades. No obstante, no dejaba de ser importante que desde una voz papal se hiciera referencia al trabajo en términos de satisfacción personal o de orgullo. Señala Juan XXIII:

En el trabajo del campo encuentra el hombre todo cuanto contribuye al perfeccionamiento decoroso de su propia dignidad. Por eso, el agricultor debe concebir su trabajo como un mandato de Dios y una misión excelsa. Es preciso, además, que consagre esta tarea a Dios providente, que dirige la historia hacia la salvación eterna del hombre. Finalmente, ha de tomar sobre sí la tarea de contribuir con su personal esfuerzo a la elevación de sí mismo y de los demás, como una aportación a la civilización humana.42

En Pacem in Terris (1963), también de Juan XXIII, se hizo una aseveración que antes solo se había hecho con el derecho de propiedad y el derecho de asociación: que el trabajo y la libre iniciativa eran también un derecho natural. De este modo, con Juan XXIII se entendió no solamente como una actividad instrumentalista, sino también como un derecho natural que permitía la elevación de la persona y que requería de todos los esfuerzos de la comunidad para que este derecho fuera garantizado.

Lo anterior se profundiza en la constitución apostólica Gaudium et spes (1965) y las encíclicas Populorum progressio (1967) y Octogesima adveniens (1971), pues se le dio al trabajo un carácter de elevación personal e incluso se le señaló como complemento a la obra divina. Dice Pablo VI: “Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, le ha dado también el modo de acabar de alguna manera su obra; ya sea el artista o artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un creador”.43 Adicionalmente, se le otorgó un carácter social, en el sentido de que es proclive a la cooperación humana: “Une voluntades” y al realizarlo “los hombres descubren que son hermanos”.44

De un modo similar a la propuesta de Carlos Marx, para Pablo VI el trabajo humano debía permanecer inteligente y libre, pues con el avance industrial45 las formas de trabajo podían llegar a ser deshumanizantes. Se impulsó la idea de que el trabajo no fuera ajeno al trabajador, sino que este fuera partícipe en la labor común, que tuviera poder de decisión. Se criticó por parte del papa, aunque tímidamente, lo que Marx había denominado trabajo enajenado y se apostó por un trabajo que contribuyera a la perfección del ser humano.46 En Gaudium et spes se escribió lo siguiente:

Los trabajadores y los agricultores no solo quieren ganarse lo necesario para la vida, sino que quieren también desarrollar por medio del trabajo sus dotes personales y participar activamente en la ordenación de la vida económica, social, política y cultural.47

Pablo VI, por último, reiteró la necesidad de que el trabajo no interfiriera con el tiempo necesario para una sana convivencia familiar y a la vez que permitiera cultivar la vida social, cultural y religiosa. Así mismo, se reiteró que el tiempo de trabajo debe ir en concordancia con la edad y el género del trabajador.

En síntesis, el concepto de trabajo pasó de lo estrictamente instrumental, necesario y agobiante, a entenderse en los años sesenta como algo que permitía la autodeterminación, motivaba la creatividad e incluso terminaba siendo un complemento para perfeccionar la obra divina. Lo instrumental no se refería únicamente al trabajo productivo que permitía el acceso al salario o al acceso a los bienes producto del trabajo propio, sino también a las labores necesarias dentro de la sociedad, como el trabajo de la mujer en el hogar. Desde un principio se entendieron labores no remuneradas como trabajo, pero en los años sesenta la idea del trabajo como castigo se superó y se le dio una valoración positiva, en la cual los trabajadores podían perfeccionarse a sí mismos, disfrutar sus labores, tener poder de decisión y aportar para que la sociedad mejorara. El carácter instrumental evidentemente no se abandona, pero se le adiciona un carácter más humano y menos ascético.48

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
315 s. 43 illüstrasyon
ISBN:
9789587816235
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre