Kitabı oku: «Violencias en la educación superior en México», sayfa 2
Notas
1 Congreso organizado por el grupo académico Estudios de Género del Departamento de Sociedad y Cultura de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), el proyecto Cátedras Conacyt Violencia de género y desigualdad en el sureste de México, la Red PRODEP-SEP “Salud, condiciones de vida y políticas sociales” y la Red Iberoamericana por la Dignidad en el Trabajo y en las Organizaciones.
primera sección
Estudios de caso
Violencia de género en ámbitos de educación superior: más allá del acoso y hostigamiento sexual
Angélica Aremy Evangelista García
Resumen: En este trabajo se presentan los resultados de dos proyectos de investigación sobre violencia de género realizados en universidades ubicadas en cinco estados del sureste mexicano, incluidas universidades interculturales, a lo largo de la década pasada, 2010-2020. El primer proyecto documentó actos de violencia sexual, específicamente hostigamiento y acoso sexual, mientras el segundo proyecto partió del hecho de que las estudiantes son blanco de diferentes tipos de violencia de género y en todos los ámbitos; es decir, no se trata exclusivamente de actos de carácter sexual que solo suceden en las aulas. En este sentido, este segundo proyecto abordó la violencia de género en el ámbito comunitario desde un enfoque interseccional para revelar que los actos más frecuentes, por lo tanto cotidianos, normalizados, leves y escurridizos, forman parte del ambiente hostil hacia las mujeres que prevalece en las universidades con el propósito de perpetuar el orden genérico. Los hallazgos de ambos proyectos se reflexionan a la luz de la reciente emergencia de numerosas acciones directas (escraches, tendederos, pintas y marchas) protagonizadas por las jóvenes estudiantes en el ámbito nacional e inclusive en la región sureste de México.
Palabras clave: instituciones de educación superior, sureste de México, colectivas feministas, protocolos.
Introducción
Durante la década pasada, 2010-2020, sucedió un notable incremento en el número de investigaciones sobre violencia de género en Instituciones de Educación Superior (IES). Al inicio de esa década destacaban publicaciones sobre estudios cuantitativos realizados en dos de las principales y más grandes IES en México: el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). De igual manera, se publicaron resultados de encuestas a estudiantes y personal académico de ambas IES (Buquet et al., 2013; Tronco y Ocaña, 2011), así como estudios de caso en determinadas facultades y carreras (Ramírez, 2012; Ríos y Robles, 2010; Salinas y Espinosa, 2013; Villela y Arenas, 2011). En términos cualitativos sobresale el trabajo de Castro y Vázquez en la Universidad de Chapingo (UACH) a partir de relatos autobiográficos escritos por estudiantes para un concurso (Castro y Vázquez, 2008; Vázquez y Castro, 2008, 2009), seguido más tarde por los trabajos de Araceli Mingo y Hortensia Moreno sobre sexismo y misoginia en la UNAM (Mingo, 2013; Mingo y Moreno, 2015).
Estas investigaciones mostraban la existencia y magnitud de una amplia gama de actos de violencia hacia las mujeres, entre pares, e incluso de estudiantes hacia personal docente en las principales IES mexicanas, mientras que las investigaciones cualitativas revelaban la existencia de un patrón de reproducción de la violencia de género en la universidad y, más allá de la misma, en las familias de origen y en las relaciones de noviazgo. Es decir, se asumía la violencia con un carácter sistémico que tiene el propósito de instaurar o restaurar las jerarquías de género y de someter a las reglas de la dominación masculina en principio a las mujeres, pero también a quienes muestren rasgos de inconformidad a este orden de género. Al mismo tiempo estos estudios revelaron mecanismos organizacionales tales como la naturalización y normalización de un ambiente hostil cotidiano hacia las mujeres en la universidad, a través de la imposición y el aprendizaje del silencio y de la tolerancia así como de la inhibición de la denuncia (Mingo y Moreno, 2015). Finalmente, varias de las investigaciones antes mencionadas coincidían en señalar la ausencia de instancias encargadas de prevenir, atender y sancionar la violencia hacia las mujeres en las IES.
Justo a lo largo de la década 2010-2020 coordiné dos proyectos de investigación auspiciados uno por el Fondo Sectorial SEP Conacyt (2014-2016) y el otro por el Fondo Inmujeres Conacyt (2018-2020) relacionados con la violencia de género contra las mujeres en las IES. Las reflexiones que a continuación compartiré tienen su origen en los hallazgos de ambos proyectos, cuya ejecución ha transcurrido a lo largo de una época en la que el Internet y las redes sociales han potenciado la denuncia y, por lo tanto, la visibilización de esta lacerante e inadmisible problemática.
Investigación en el sureste mexicano
El primer proyecto, “Violencia escolar en ámbitos de educación superior en cuatro estados del sureste mexicano: Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Yucatán”, se centró en la comprensión de las relaciones de género y los mecanismos organizacionales que generan, toleran y reproducen la violencia hacia estudiantes de cuatro universidades del sureste mexicano con énfasis en el hostigamiento y acoso sexual (HAS). En términos generales documentamos que cuatro de cada diez (40%), de las más de cinco mil participantes en una encuesta en línea, habían sufrido uno de los 11 eventos de HAS explorados. Los actos investigados fueron posteriormente organizados en una suerte de gradiente de severidad, de tal manera que el 59.1% fueron blanco de actos leves, el 28.4% de actos moderados y el 12.5% de actos severos (ver Cuadro 1). Se organizó esta gradiente siguiendo la propuesta de escala de sexismo de Mingo y Moreno, según la cual la amplia gama de actos sexistas se conectan en un continuo in crescendo de severidad. Se considera que el punto de inflexión entre los actos leves o moderados y los graves es la sustitución de la fuerza ilocucionaria por la fuerza física1 propuesta por Mingo y Moreno (2015).
Cuadro 1. Prevalencia relativa de HAS por severidad
Fuente: Elaboración propia a partir de resultados del proyecto “Violencia escolar en ámbitos de educación superior en cuatro estados del sureste mexicano: Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Yucatán”.
Los actos de HAS registrados sucedieron en las aulas, pero también en laboratorios, salidas a campo, caminos y trayectos hacia la universidad, y en servicios de mensajería instantánea y redes sociales. Los resultados de la encuesta mostraron a los pares como principales agresores, seguidos por los docentes; sin embargo, en las 26 entrevistas cualitativas realizadas fueron más frecuentes los actos perpetrados por docentes que por pares. Finalmente, destacó el hallazgo de que el 99% no denunciaron argumentando que se trató de algo sin importancia, por miedo a represalias y por vergüenza. A decir de Mingo y Moreno (2015), evitar la confrontación, restando importancia a la agresión, representa una manera de sobrevivir de las mujeres en el orden de género. En el caso de los varones, resultó conveniente “reaccionar con reserva o con franca complicidad”, como había sido ya documentado por Castro y Vázquez (2008: 608).
Entrevistadora: […] crees que es un tipo atípico o hay una suerte de ambiente […] que permite este tipo de cosas… O sea, ¿se vale decir que está loco?
Entrevistado: [el profe] Pues no se valdría, porque pues es un investigador, está en su sano juicio; porque si está loco, que no escriba, ¿no? No se puede catalogar en este nivel de locura, porque creo que la mayoría de las cosas lo hace en un estado consciente, lo dice de una forma tan segura, y sabe en el momento preciso de hacerlo, sabe en el momento en el que necesita, ahora sí, que joder a la otra persona, y lo hace, ¿no? pero pues no sé qué podría ser, pero estar loco no. O sea, no, no veo o no concibo que se justifique. A lo mejor pues las chicas, por naturalización, porque no quieran tener problemas, pues sí, ya dicen: “Ah, no, pues está loco; no le hagas caso”. Pero pues es algo que no se puede reducir a puro… Son actos violentos, actos de discriminación, actos en los que te están violentando tu persona, o sea, debería de haber acciones frente a estas cosas (Estudiante de posgrado, Chiapas).
El segundo proyecto, “Violencia de género entre estudiantes de universidades interculturales de Chiapas, Tabasco y Quintana Roo”, inició en 2018 y partió del supuesto previamente documentado de que la violencia de género hacia las mujeres en las IES no solo se perpetra en las aulas. Por lo tanto, nos propusimos comprender, desde un enfoque interseccional, la violencia de género en el ámbito comunitario. Definimos esta como “los actos individuales o colectivos que transgreden derechos fundamentales de las mujeres y propician su denigración, discriminación, marginación o exclusión en el ámbito público”,2 lugar privilegiado para la interacción social pero donde las mujeres no han tenido cabida en tanto que se les ha confinado al privado.
Se eligió ejecutar el proyecto con estudiantes de Universidades Interculturales (UI) de tres estados del sureste mexicano porque tienen un modelo educativo en el que la vinculación comunitaria es un eje transversal de formación; entonces, representaba el escenario ideal para indagar sobre las experiencias de violencia en el ámbito comunitario. La vinculación comunitaria se entiende como un conjunto de actividades a través de las cuales la investigación y la docencia se relacionan con las comunidades para la atención de problemáticas y necesidades específicas (Casillas y Santini, 2009: 157).
En términos generales la investigación reporta que las estudiantes son víctimas de violencia de género en las actividades de vinculación comunitaria, pero también durante las prácticas profesionales y escolares o el servicio social, mientras realizan tareas en equipo en casas de compañeras y, por supuesto, en la calle. Los lugares donde acontece la violencia de género suelen ser solitarios y poco transitados, “enmontados”3 y ubicados en las inmediaciones de expendios de bebidas alcohólicas. Además, son comunes los actos de violencia de género en localidades rurales que se justifican por las relaciones desiguales de género que en ellas prevalecen. En todos estos espacios las estudiantes fueron agredidas por desconocidos, pares, docentes, hombres de las localidades e incluso familiares.
Ellos [compañeros y docentes] como que les vale […] les convenía llegar más rápido acá [a la UI] Y ya pues me bajé. Una compañera me dijo: “Pues con cuidado y me avisas cuando llegues a tu casa porque sí está como muy feíto aquí”. Porque hay solamente como dos casas que parece que están abandonadas y una tienda, y así en frente una cancha y luego una escuela primaria, pero pues ya habían salido los maestros de ahí […] allá no hay señal [de celular], allá está como de que si te pasa algo pues ya valiste, ¿no? Ahí estuve parada un buen rato esperando combi (Estudiante, UI, Tabasco).
Las agresiones perpetradas fueron de tipo físico, psicológico y sexual, pero para los propósitos de este proyecto destacó la discriminación por ser mujeres expresada en actos como rechazar sus proyectos de vinculación, ni siquiera permitirles presentarlos, negarles información, no tomarlas en serio y negarse a participar en las actividades que ellas organizaban, excepto cuando las acompañaba un varón. Es decir, cuando un compañero integra el equipo de trabajo entonces sí las atienden y les prestan atención. Además, son víctimas de acoso sexual callejero, pero también de acoso sexual perpetrado por las propias autoridades comunitarias e incluso por familiares con cargos de autoridad en la localidad o sin ellos.
En la vida personal y colectiva de las mujeres se identificaron las consecuencias de la violencia comunitaria que, aunque se perpetra de manera directa sobre los cuerpos de las mujeres, afecta también los cuerpos social y político entrelazados con sus cuerpos (De la Cruz, 2008). En el cuerpo individual las consecuencias se manifiestan en la pérdida de la libertad, la seguridad y la autoestima; en la restricción de la movilidad y en la consecuente dependencia (real o virtual) de figuras masculinas o de aparatos por medio de alarmas, aplicaciones, etcétera. Las jóvenes universitarias agredidas viven con temor, miedo, humillación, coraje, impotencia, ansiedad y culpa. La violencia en su contra tiene efectos sobre su salud física y psicológica; además, en muchos casos es un factor de deserción e interrupción de trayectorias escolares (Gamboa, 2019).
[…] por ahí debe de haber una nota periodística que hablaba de la “universidad sexosa”, así le habían puesto. Entonces muy fuerte la situación, y todo eso de alguna manera la problemática que se venía era la cuestión de los indicadores de ingresos, porque cómo siendo una zona maya donde los valores… cómo iban a permitir… si de por sí era muy difícil que las mujeres accesaran [sic] a la educación, o sea, se les permitiera la educación por parte de estas cuestiones de costumbres y todo de que al final se casan y las mantiene su marido, y entonces para qué les sirve el estudio. Imagínate con estas noticias, así pues, sí era como la “manchota”. Y pensar que los padres con eso ni para qué dejarlas venir, ¿no? O sea, entonces en vez de decir que vayan a estudiar, nada, vas a enamorar o que el maestro las enamore (Trabajadora, UI, Quintana Roo).
Patrones de violencia en las IES
A manera de síntesis, las mujeres en las IES estudiadas en ambos proyectos experimentan una amplia y variada gama de actos violentos conectados entre sí en un continuo de menor a mayor severidad, que se experimentan a nivel interpersonal pero que tienen sus bases culturales y sistémicas en el nivel estructural y con expresiones de violencia institucional mediando entre un nivel y otro. Además, como ya se mencionó, la violencia se experimenta en todos los ámbitos. No se presenta como un acto, sino como un continuo desde niveles macroestructurales hasta microsociales, desde manifestaciones físicas y corporales hasta simbólicas, desde episodios extraordinarios y graves hasta cotidianos, leves, escurridizos y, por lo tanto, naturalizados y normalizados (Castro, 2012; Mingo y Moreno, 2015) (ver Figura 1).
Figura 1. Patrones de la violencia en las IES
Fuente: Elaboración propia como síntesis de las reflexiones en ambos proyectos.
No todas las expresiones de violencia documentadas en ambos proyectos fueron sexuales, ni siquiera en el proyecto en el que específicamente se indagó sobre el hostigamiento y el acoso sexual. En este sentido, coincido con Moreno y Mingo (2020), quienes advierten que si solo nos concentramos en este tipo de violencia perdemos de vista expresiones del desprecio con que los hombres suelen tratar a las mujeres, en tanto mecanismos de expulsión, exclusión, disciplinamiento y humillación, que tienen el propósito de devolver a las mujeres al ámbito doméstico como el “lugar donde pertenecen”, para así perpetuar el orden genérico. Es decir, para las autoras mencionadas, los mecanismos de imposición del orden de género no siempre recurren a la violencia sexual ni al ejercicio de la fuerza bruta.
Ser universitaria constituye en sí mismo un acto que trastoca el sistema sexo-género para muchas jóvenes de la región sur-sureste de México; por lo tanto, es el origen de múltiples formas de violencia contra ellas, algunas sutiles, otras manifiestas y graves, pero siempre invisibilizadas por los agresores y naturalizadas por las propias mujeres. Los diferentes actos de violencia que en particular viven las mujeres universitarias tienen el objetivo de imponer las normas de subordinación y obediencia a las que “deben” someterse, orillándolas a abandonar el ámbito público para replegarse al espacio doméstico, lugar donde se gesta en su primera socialización el proyecto social de domesticación y sometimiento a las reglas de dominación masculina (Castro, 2012).
Las consecuencias que provocan las experiencias de violencia de las mujeres universitarias están a la vista, se pierden la libertad, la seguridad y la autoestima. Se vive en soledad, temor, miedo, humillación, coraje, impotencia, ansiedad y culpa porque se suelen silenciar los incidentes de violencia. El mayor riesgo es el abandono del proyecto escolar, sobre todo para aquellas mujeres que llegaron a la universidad superando muchas adversidades.
[…] no se lo conté desde el principio a mi papá. Una fue por la forma en cómo yo sé que iba a reaccionar […] Y entonces dije: “No, si yo se lo cuento ahora, le voy a hacer mucho daño, porque no puede hacer nada, está muy lejos” […] era la primera cosa que yo pensé para decirle a mi papá. Y la otra es que hace tiempo él quería que yo me regresara. Estaba muy lejos de casa y me había costado, de alguna manera, un tiempo y muchas circunstancias que habían pasado en mi vida que me habían costado, y que mi papá sabía y que siempre me dijo: “Regrésate”. Y llegó un momento, antes de este incidente, que me dijo: “Regrésate, regrésate, regrésate”. Y yo le dije que no me iba a regresar; y ahora con esto le daba automáticamente razones a mi padre para poder regresarme.
Pero, en ese momento, cuando yo se lo cuento, sí él me lo expresó, que no quería que me quedara, y de alguna manera comencé a sentir un rencor por las personas que habían hecho ese tipo de cosas… Pero yo le dije que no se preocupara, que yo estaba bien, y que siempre iba a tomar las acciones necesarias para no volver a vivir ese tipo de circunstancias, e iba a tomar lo que fuera necesario. Y ya no me volvió a insistir en que me regresara, pero como dices, sí, los papás lo primero que piensan es: “Regrésate, regrésate o salte de ahí”, porque primero que nada, siempre van a ver la seguridad, la seguridad de nosotros (Estudiante, UI, Chiapas).
Es decir, la violencia de género hacia las mujeres no es un suceso personal y aislado que solo involucra al agresor y a la víctima; es estructural porque todo el orden social, llámese patriarcado, sistema sexo-género o de dominación masculina, al estar basado en el privilegio y la supremacía masculina “está orientado a operar oprimiendo a las mujeres y reproduciendo regularmente esta opresión” (Castro, 2012: 19) para doblegar la voluntad de las mujeres y cercenar sus deseos de autonomía (De Miguel, 2005: 239).
Al abandonar la universidad como espacio público, las estudiantes pierden libertad y se restringe su tiempo y espacio. Se trata de un efecto muy parecido al provocado por el miedo a la inseguridad y la violencia social y criminal (Segovia, 2017), y actualmente por el temor y miedo al contagio del SARS-CoV-2 y la enfermedad de la COVID-19. Las estudiantes se confinan en el ámbito doméstico donde, a las tareas de la universidad en casa, se suman los trabajos de cuidados (doble y triple jornada). Además, para muchas jóvenes el hogar constituye un lugar de encierro, de restricción y de violencia (Segovia, 2017).
La insurrección
Durante el transcurso de cada uno de los proyectos de investigación que a grosso modo he compartido surgieron las primeras acciones públicas de protesta en contra de la violencia hacia las mujeres en las principales universidades de México. En 2016 se documentaron los primeros muros de denuncia, escraches y tendederos4 en la Universidad Autónoma Metropolitana y en la UNAM. Durante el siguiente año destacaron las denuncias públicas de IES en Nuevo León, en acosoenlau.com, y de la UNAM en laquearde.org. En 2018 atestiguamos la emergencia de denuncias públicas en IES privadas (ITAM y Universidad Anáhuac) y de gran prestigio académico como El Colegio de México y la Escuela Libre de Derecho, articuladas en torno al #Aquítambiénpasa. En marzo de 2019 surgió #MeTooAcadémicosMx, donde se denunciaron principalmente actos de hostigamiento y acoso sexual. Para mi sorpresa, en el #MeTooAcadémicosMx solo tres denuncias correspondían a IES del sureste mexicano. Se podría decir que casi eran inexistentes, a pesar de que las investigaciones sobre violencia contra las mujeres en las IES de la región documentaban su amplia presencia (Bermúdez, 2014; Briseño, Bautista y Juárez, 2017; Echeverría et al., 2017, 2019; Evangelista, 2017; Evangelista y Mena, 2017; Zapata et al., 2018).
Aunque la indignación y el rechazo a la violencia de género contra las mujeres está presente en México desde hace varios años, en 2020 esta causa, una vez más, abanderó las multitudinarias marchas del 8M y el Paro Nacional de Mujeres del 9M. En febrero y marzo de 2020 atestiguamos un creciente número de acciones de protesta en las calles, las redes sociales y las instalaciones de IES en todo el país. Infinidad de marchas, pintas, tendederos y escraches por fin ocurrían en otras universidades de México incluidas las del sureste, que se sumaron así al contexto de protesta generalizada por la violencia contra las mujeres y las niñas. A decir de Moreno y Mingo, se trata de una insurrección que anuncia un cambio social hacia la profunda alteración de la cultura sexista y misógina dominante:
[…] es sin duda el posicionamiento cada vez más claro de las jóvenes, que de alguna manera quieren cambiar este guion social, esta prescripción que las interpreta como entidades vacías, inertes, pasivas, disponibles y apropiables (Moreno y Mingo, 2020: 26).
Lamentablemente esta insurrección se vio rebasada por la COVID-19 y, en el marco de la Jornada Nacional de Sana Distancia,5 se decretaron un conjunto de estrategias, siendo el #QuédateEnCasa la que más ha vulnerado el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia. Además, ha develado distintas realidades socioeconómicas y, por lo tanto, experiencias diversas y desiguales a raíz de la pandemia.
El confinamiento y aislamiento por la COVID 19 preocuparon desde el principio de la pandemia, en un país donde la violencia en el ámbito familiar ya alcanzaba elevadas cifras y donde gran parte de los feminicidios se cometen en contextos familiares, de pareja o de amistad. La casa, ese lugar donde nos hemos tenido que confinar, no es un lugar seguro para las mujeres. En el caso de las estudiantes de las IES, sus estudios se trasladaron a ese espacio inseguro y amenazante que constituye la casa, y la comunidad sobre todo, para aquellas transgresoras del orden de género, esas intrusas de la universidad, como las llamaron Ana Buquet y colaboradoras en un conocido texto sobre sexismo en la UNAM (Buquet et al., 2013).
Afortunadamente, las movilizaciones en diversas universidades, junto con un conjunto de acciones mediáticas, se han trasladado a las redes sociales, incluyendo diversos servicios de videoconferencia, por lo que ha persistido la protesta pública de la misma manera que persiste y se recrudece la violencia contra las mujeres. A propósito, resulta pertinente la interrogante de Moreno y Mingo (2020) sobre si se han incrementado los comportamientos hostiles hacia las mujeres o si se ha acentuado la sensibilidad ante los mismos. Me inclino a pensar que las nuevas generaciones están desnaturalizando y desnormalizando las violencias, graves y moderadas, pero sobre todo leves y microsociales, que se ejercen en su contra en todos los ámbitos, incluidas las IES de todo el país.
Presenciamos la emergencia de novedosas formas de protesta y denuncia protagonizadas por colectivas de estudiantes feministas frente a la falta de respuesta por parte de las autoridades universitarias o por la insuficiencia o mala praxis de los mecanismos formales existentes (Mingo, 2020; Varela, 2020). Ahora mismo, colectivas feministas universitarias en Chiapas6 protagonizan un paro indefinido de actividades escolares en línea en la Universidad Autónoma de Chiapas, además de una amplia movilización presencial, pero sobre todo mediática y en redes sociales, ante la falta de respuesta institucional por el feminicidio de una médica pasante de servicio social en una localidad rural del estado.7