Kitabı oku: «Camino de héroes», sayfa 2
Queremos ser héroes
¿Qué haces con las
mañanas que vienen
con su continuo
interrogante?
Mañanas que
se posan delicadamente
al lado de tu despertar
y te exigen con
su fragilidad que
les des vida
porque conoces la muerte,
que no aceptan
leyendas evasivas
y que vibran con urgencia
porque han de continuar
su eterno interrogante.
Y sigues sin saber
que hacer
porque los interrogantes
son demasiado
exigentes
y porque sólo te queda
tu despertar
para que vuelva a nacer
la vida.
Durante el periodo de duelo se viven distintas etapas: shock... dolor insoportable... dolor mezclado con momentos de no-dolor... recuperación... y un montón de situaciones donde nos encontramos tocando el pozo negro del vacío y remontando en sendas tonalidades de grises hasta alcanzar esa claridad que no logramos concebir desde el eclipse.
Después de esos interminables instantes que nos arrancan de la lógica y cordura de lo que fue nuestra vida, cuando el dolor se vuelve un poquito soportable y podemos empezar a estar presentes en nuestra propia vida, es vital que nos vivamos de la forma más consciente posible, intentando saber qué emociones necesitan ser expresadas y tratando de reconocer en qué momento del proceso nos vamos encontrando.
Cuando la pérdida es reciente, incluso muy al principio, cuando la mayoría de las personas se pueden encontrar muy, muy mal, algunas personas (especialmente los que creen que tienen que ser fuertes no permitiéndose el hundimiento que suele ser normal) pueden acceder a una fuerza que ocultará la desesperación de la pérdida.
Muchas veces esto pasa si se trata de la pérdida de una persona que ha sufrido mucho y que ha tenido un proceso largo. Bajo estas circunstancias, el sentimiento puede ser de alivio ya que se siente que esa persona no va a sufrir más. También puede sentir la necesidad de ser tan fuerte ante el dolor de la propia pérdida, como lo había sido la persona que se ha ido ante el dolor de su enfermedad.
Sea por la razón que sea, se vive como un hecho heroico frente a una gran catástrofe.
Cuando esto sucede es importante saber que en cualquier momento esa fortaleza puede doblegarse ante el vacío que deja la ausencia en la actividad diaria, en la rutina antes tan poco valorada y que ahora se echa de menos como si se tratara del tesoro mayor. Es en el día a día cuando la no-presencia amaina poco a poco cualquier fuerza, por muy sólida que parezca.
Esto no significa que se está dando un paso hacia atrás. No. Es debido al hecho de que la vida que continúa sin esa persona que se quería tanto, es altamente inaguantable, incluso para los héroes más fuertes.
El hecho de no poder hablar, contar con, escuchar, encontrar, ver, tocar... va a causar una serie de estremecimientos constantes. Las faltas mil que se manifiestan a lo largo del día: su llamada a media mañana, su voz saludando o preguntando o incluso quejándose cuando llegamos a casa, su aroma en el pasillo, ausencias que se van sumando una tras otra hasta que empezamos a darnos cuenta que nos faltan como si se tratara del único soporte que nos sostiene aquí en la tierra.
Y muy, muy dentro de nosotros, un hueco va creciendo, cada vez que nos sorprendemos esperando ese encuentro o esa llamada o lo que es más importante esa otra realidad que ya no es, ni volverá a ser. Cada vez que damos un paso ansiando encontrar lo que todo nuestro organismo necesita más que el aire que le da vida, la realidad nos golpea en el centro de nuestro ser agrandando el hueco.
Cuando esto sucede es imprescindible rendirse ante la evidencia, aceptar que hay muchísimo dolor y dejarnos permanecer en él, llorando, expresándolo, rabiando e incluso, desesperándonos.
Si vivimos esta etapa con una actitud y un enfrentamiento valiente, con una comprensión cariñosa hacia nosotros, en el momento preciso para cada uno, algunos antes, otros después, brotarán desde el corazón de nuestro dolor transformado, esos espacios de alivio y relativa tranquilidad. Es importante reconocerlos y entregarse a esos pequeños oasis – sin culpabilidades ni reticencias, ya que es nuestra propia vida que nos reclama.
En algún momento del proceso, vamos a tener que optar por vivir una vez más.
Aunque no parezca vivible, aunque lo que nos queda sólo es un hilo raquítico que parece conducirnos a rincones vacíos e inhóspitos, tenemos que dar un voto de confianza a ese hilo reconductor porque si no, no sabremos nunca lo que nos espera a la vuelta de la esquina de la esperanza.
Sé que se necesita valentía.
Sé que cada vez que la vida nos reclama, surgen culpabilidades.
Sé que incluso nuestra idea (errónea) de amor no concibe que podamos retomar nuestro propio destino sin sufrimiento.
Entonces, tendremos que ser heroicos de verdad, librarnos de la tiranía de la culpabilidad y descubrir ese amor aún más grandioso que nos permite vivirnos y que permite que descubramos la unión estrecha y total con esa persona que ya siempre estará con nosotros.
Rabia
...Entonces amasas
un montón de pisadas
y las plantas
en medio de ese amanecer
y el aire se rompe
en mil pedazos
porque sólo buscaba
una pequeña semilla
para hacerla flor.
Cuando de pronto, sin previo aviso nos encontramos sobre las ruinas, los escombros de lo que ha sido nuestra vida hasta ahora y nos vemos apartando las piedras para encontrar algún vestigio de la vida que allí ha quedado anulada… desaparecida para siempre, de repente, (de repente, porque por muy lento que sea el proceso, la muerte siempre sucede de repente: estaba y ya no está, no existen intermedios.) algo desde muy dentro de nuestro ser nos agarra los órganos vitales y los retuerce con tanta fuerza que incluso la respiración se nos hace laboriosa.
¿Qué hacemos entonces cuándo nuestra más preciada realidad, nuestra totalidad está enterrada entre las ruinas y sólo nuestro retorcimiento agonizante queda de pie (porque no parece haber descanso) buscando razón de ser?
Entonces ese grito mudo surge de lo más profundo y arremete contra la vida, porque ya no tenemos esa razón de ser.
¿Qué hago yo aquí? Nos preguntamos. No queremos estar, no queremos formar parte de los escombros. No queremos ordenar y reconstruir las ruinas porque sabemos que no vamos a encontrar el tesoro que quedó enterrado para siempre.
Y entonces desde esas entrañas dolidas… arremetemos contra todo, contra las ruinas, contra el estar vivo, contra el destino, contra Dios, contra incluso esa persona tan querida que ya no está… todo.
Y esa rabia es lo único que podemos hacer con ganas, es lo único que nos hace sentir vivos.
Tenemos nuestra cruzada particular, nuestro campo de batalla. Lo hemos perdido todo, a ver si ganamos este último combate.
No es una guerra clara porque nuestro único enemigo somos nosotros. Pero, cuando podemos expresar el retorcimiento que agarra todo nuestro ser, a través de la rabia liberadora y podemos hacerlo sin culpabilidades, poco a poco, van quedando espacios en nuestro interior que ya no arden tanto, resquicios apaciguados porque han podido dar ese grito de reclamación, que lentamente se transforma en lágrima purificadora… en descanso merecido.
El guerrero que somos, ha podido defenderse del horror de la aniquilación y ha reconquistado terrenos nuevos con árboles frondosos que invitan al descanso y que permiten vivir lejos de las ruinas, para empezar a construir del nada el cauce de un nuevo río.
Culpabilidad
...¿Qué haces entonces?
¿Intentas reconstruir
el aire?
¿Lamentas
no haber plantado
una semilla?
Perder a esa persona que significaba tanto y que sigue significando tanto, es la pena mayor que nos puede dar la vida. Y de hecho la mayoría lo vivimos así y al sentir esa pena como una condena perpetua, nos preguntamos: ¿Por qué me han castigado? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Por qué a los demás no les pasa algo igual? Y así seguimos cuestionando, comparando intentando encontrar la justicia de la situación.
Entonces, empezamos a buscar nuestros fallos, errores. No sería justo que la vida nos castigara sin razón y todo lo que hemos podido hacer mal y que haya podido ser la causa de este encarcelamiento, empieza a surgir de nuestro pasado.
Todo aquello que no pudimos hacer de la forma más perfecta posible empezará a destacarse por encima de todo lo bueno. No hice... no dije... hice... dije... todo pasará por un examen minucioso y cada vez nos encontraremos culpables.
No lo somos, pero, quizá así en algún lugar hallemos la respuesta a ese razonamiento implacablemente duro, que exige culpa ante un castigo fuera de toda lógica terrenal.
No era nuestra culpa. No hicimos ni dejamos de hacer nada que mereciera un castigo. De hecho, podemos intuir que no es un castigo. Muy dentro nuestro sabemos que la vida es tan completa que incluye nacimientos y muertes y que no dictamos sobre ellos. Muy dentro sabemos que cada persona tiene un tiempo y que eso está por encima de nuestros planes, por encima de nuestros deseos, por encima de los dictados terrenales donde si podemos crear, hacer y deshacer.
Pero hay una cosa más importante que todo esto y es que normalmente intentamos hacer las cosas de la mejor forma posible. No actuamos haciéndolo lo peor posible. No nos dedicamos a sembrar futuras desgracias en nuestro entorno. En cada momento damos la mejor respuesta que tenemos para cada situación. Si tuviéramos otra mejor la utilizaríamos.
Muchas veces nos damos cuenta de otras respuestas más adecuadas después, porque actuar hace que tomemos conciencia de lo mejorable y nos facilita nuevos recursos, nuevas capacidades. Entonces vivimos esta nueva capacidad como si estuviera desde siempre y nos culpabilizamos por no haberla utilizado antes. Desde mi presente me echo la culpa por mis actuaciones pasadas como si antes dispusiera de mi nivel de conciencia actual. Desde la llegada veo otros caminos y me hostigo por no haberlos tomado cuando no los veía y cuando no estaban a mi disposición.
Desde esta perspectiva, la culpabilidad no tendría razón de ser. Es importante que nos demos cuenta de esto ya que la culpabilidad dificulta aún más el proceso de transformación del dolor por el cual tenemos que pasar si queremos sanar y volver a renacer. Entonces vamos a tener que entrar en la dinámica del perdón. Perdonarnos una y otra vez por todos los fallos que nos atribuimos desde la exigencia de la pérdida de nuestro ser querido.
Sensibilidad
...Y ya cuando
tu lamento se
vuelve lágrima
inunda tu incapacidad
con tanta fuerza
que desaparece todo
y de ese vacío
nace tu propio
interrogante.
¿Cuándo llega el alivio? ¿Dónde encontrarlo? ¿Qué hacer para mantenerlo?
En espacios que empiezan con pequeñas rendijas de esperanza, encontramos burbujas de aliento que empiezan a recuperarnos de esa sensación de estar aplastados bajo una tonelada de pesar. La carga del sufrimiento, que llevamos dentro pide ser liberada de lo que parecía iba a ser, siempre.
Son pequeños momentos suaves y amables que nos permiten recobrarnos una vez más. Empiezan a surgir en aquel espacio donde dejamos que nuestro dolor viviera y se expresara, lentamente transformándose y transformándonos.
Allí en medio de la expresión de nuestro sentir, empiezan a aparecer frágiles brotes de vida nueva.
Son tan delicados que sólo una excesiva sensibilidad permite que no los aplastemos, la misma sensibilidad que nació cuando comprobamos nuestra capacidad de sufrimiento, cuando descubrimos los interminables espacios en nuestro interior que sentían la pérdida de una forma total y profunda. Sensibilidad que ha sido la causa de interminables días y noches de llanto.
Ese demasiado sentir nos está enseñando a vivir en la fragilidad de una nueva esperanza, que no nos deja perdernos de vista, que nos fortalece desde muy dentro con su capacidad para percibir hasta el más mínimo cambio en la brisa refrescadora que empieza a envolvernos y nos invita a apreciar lo que empezamos a intuir.
Muy dentro de nosotros ya aparecen pequeños hilos brillantes de una nueva vida, una nueva forma de ver, de escuchar la canción de nuestro propio potencial. Nos piden que dejemos la rabia, la culpabilidad, nos piden una nueva forma de descansar, una nueva forma de arrimarnos a nuestros seres queridos para compartir una vez más, no sólo las penas sino las alegrías que aunque muy débiles, ya empiezan, a permitir que nuestro corazón vuelva a sonreír.
Otra cosa
...Y tu interrogante
se vuelve amor
y riega tu vacío
con tanta luz
que en ese espacio
nace la vida.
Los que hemos vuelto de la experiencia del demasiado sufrir, hemos encontrado otra cosa.
Ya nunca nada será igual, pero puede ser mejor. ¿Cómo mejor? Preguntaréis molestos, ¿Hasta cuando vamos a tener que escuchar inconveniencias?
Si mejor, aunque parezca mentira. Mejor, no por las circunstancias, pero porque nosotros ya somos mejores. Vamos evolucionando, creciendo, con cada vivencia, cada experiencia, cada dolor, cada alegría. La vida es imparable y aunque queramos darle la espalda es imposible no seguir su impulso vital. No hay manera de apearse, pero muchas veces no lo queremos ver y esto para los que no lo admitimos acaba siendo una prisión de inmovilidad dentro de la actividad vital que nos está invitando a participar.
¿Cómo podemos abrirnos a la vida? ¿Qué podemos hacer para ser conscientes de todo lo que se va forjando entre los átomos de nuestro ser?
La pérdida de un ser querido catapulta a todos los que le queríamos y seguimos queriendo, a un estado que se encuentra por encima de todo lo que habíamos sentido, vivido, captado, pensado. El hecho de que esa persona ya no esté visiblemente aquí, nos hace participes de ese otro lugar o condición donde creemos que se encuentra.
Esta situación nos amplía y expande para incluir, de una forma real, todo aquello que antes era sólo algo que habíamos aprendido o oído. De pronto la teoría se vuelve realidad y nos topamos con otras dimensiones. Dejamos de ser simplemente pragmáticos para convertirnos en seres multidimensionales, porque lo pragmático ya no incluye lo que más queremos.
Y cuando hemos podido llorar hasta el último dolor de ese vacío material y palpable, poco a poco se nos va abriendo esa capacidad de intuir más allá de todo esto, de sentir profundidades inmensas que contienen la esencia de aquello que creíamos haber perdido. De pronto nos encontramos que la vida incluye mucho más que lo que podemos captar a través de los sentidos tangibles. Este descubrimiento nos facilita el camino a ese ser ampliado y expandido en el cual nos hemos convertido y que nos permite la unión con lo auténtico,
Sentimos más, vivimos más, incluimos más cosas en nuestro universo... somos más y ser más nos lleva a vivir una vida que va a estar al nivel más alto y exigente de nuestro nuevo estado de expansión.
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