Kitabı oku: «Indiscreto inconsciente»

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Indiscreto inconsciente

Indiscreto inconsciente

Antoni Vicens

Índice de contenido

Portadilla

Legales

La ciudad, dividida

El ser de la política

El Estado

Hegelianos un poco

Capuletos y Montescos

El príncipe

La policía

La impresión del Estado

El hombre Hegel

Vigilados y castigados

La letra distraída

De una letra sin semblante

La policía sin Otro

Jean Genet

El gran burdel

La discreción

Sade

Estado uno

La discreción

Baltasar Gracián

El fascismo

Italia

Alemania

España

Fisonomía del fascismo


Vicens, AntoniIndiscreto inconsciente / Antoni Vicens. - 1a ed. - Olivos : Grama Ediciones, 2021.Archivo Digital: descargaISBN 978-987-8372-75-41. Psicoanálisis. I. Título.CDD 150.195

© Grama ediciones, 2021

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Tel.: 4781-5034 • grama@gramaediciones.com.ar

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Digitalización: Proyecto451

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ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-75-4

“Allí donde está el puro goce del significante amo, no hay nada que sea analizable. Hay goce del inconsciente como amo”.

JACQUES-ALAIN MILLER, curso Los signos del goce, clase del 1 de abril de 1987.

King Lear (ante el bufón, hablando a la tormenta): ”You owe me no subscription”.

SHAKESPEARE, King Lear, III, 2.

La Junta de la Comunitat de Catalunya de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis organizó en 2018 una serie de Ensenyaments oberts (Enseñanzas abiertas), a partir del tema “Psicoanálisis y política”. Agradezco a las instancias y especialmente a Neus Carbonell, entonces Directora de la Comunidad, el haber aceptado mi propuesta, de la que surgen ahora estas páginas escritas. Una primera versión del primer capítulo fue publicado por la Ciutat de les Lletres, integrada en la Red Zadig, surgida en el Campo Freudiano por iniciativa de Jacques-Alain Miller en 2017.

El tema del inconsciente y la política tiene hoy un amplio vuelo en el Campo Freudiano, y no sin razones. Acaso, y tal como en psicoanálisis trabajamos en una nueva fundamentación del inconsciente siguiendo la enseñanza de Jacques Lacan, nos estemos encaminando hacia una nueva fundamentación del Estado. Si es así, el psicoanálisis tiene algo que decir en ello, y no sólo por su interés en salvaguardar el poder de la palabra, en cuyo ejercicio la inteligencia se puede echar en falta. Amamos esa falta; es un litoral que nos ofrece peligro y salvación a la vez.

El Estado se ocupa de los cuerpos, se apropia de ellos, los apropia a sus fines de Uno. Pero entre ese Uno del Estado, que quiere no gozar, y el cuerpo Uno que tenemos y nos tiene, y que goza, hay una brecha, indiscreta. A veces, eso habla; los psicoanalistas estamos ahí para escucharlo.

La ciudad, dividida

El Estado, los Estados, con sus administraciones, insisten en reclamar unidad; parecen sujetos con voluntad de hacer Uno, entre otros. Unidos venceremos; unidos seremos más Estado y más fuerte, dicen; y este es su bien, no cabe duda. En los modos extremos de hacer Uno está el silencio de Esparta, la ciudad de los lacónicos, y la dialéctica de Atenas, la ciudad de la filosofía. Parecemos movernos entre lo que perdura sin perdonar a los individuos y lo que florece entre las disputas interminables del Ágora. Esparta duró siglos; la cultura ática insiste tras milenios. La historia parece moverse entre el discurso del Amo y el discurso histérico, entre Licurgo y Sócrates, entre el no cuestionar nada y el objetar hasta la insolencia.

En nuestros tiempos, de esta demanda de unidad podemos preguntarnos si responde a un interés partidario o a una verdadera consagración al bien general, a la cosa pública, a aquel interés que sólo la historia ––ese fantasma idiota hecho de ruido y furia, esa epopeya que resuena en el campo de los muertos––, llegará a someter a juicio. Cuando el discurso unitario viene del miedo de los que mandan, quiere convencernos de que hay que considerar la división social como algo perjudicial, como un mal supremo que hay que evitar y al que hay que poner remedio, administrando la información, o imponiendo la purga, la triaca, la vacuna o el veneno que convienen. Vista esa insistencia curativa, aparece como un esfuerzo para evitar aquello que hace el cimiento de la experiencia psicoanalítica: la división subjetiva, la fuga del sujeto tras desocupar la plaza que nunca fue suya, el agujero central de la existencia de un ser que se encuentra perdiéndose en las palabras. Esta división significa que quien conversa no está del todo en sus enunciados; que hay otra parte que no entra en la conversación y que corresponde a la posición desde la cual lo hace, y que puede incluso ser contradictoria con sus enunciados expresos. Si se quiere, hablar es producir mensajes, hilos y trenzas de palabra que pueden alargarse hasta el infinito, pero que nunca llegan a expresar aquello que los motiva, por más que rice el rizo queriéndose atrapar como dicente en sus propios dichos. El sujeto siempre miente. La simiente de la mentira forma parte de nuestro fundamento. Nadie da del todo. Timeo Danaos et dona ferentes. No estamos bien en lo que decimos; lo que es tanto como decir que somos hablados por algo desconocido para nosotros mismos, y que la única con consistencia podría venir, si la hubiere, de la división misma, esto es, de la inconsistencia. Cuanto más queremos presentarnos enteros en lo que decimos, más nos atrapa nuestro propio mensaje, lo que hace girar nuestros enunciados en una rueda infinita, como una espiral por la cual, al avanzar para seguir el hilo de lo que decimos, somos trasladados de hecho a un punto desde el cual ya no es posible ni necesario conectar con aquel lugar mítico desde el cual habíamos creído que empezábamos a hablar.

A esta división la llamamos, por obra de Freud, inconsciente.

La partición mencionada se pone de manifiesto tanto en las formaciones que denominamos del inconsciente como en la necesidad de los actos políticos. Lo que se manifiesta en las formaciones del inconsciente (sueños, actos fallidos, tropiezos, lapsus, chistes) es homólogo a lo que se produce en un sujeto político, tanto si es individual como si es una ciudad, una república o un reino. (1) Tal como ningún mensaje dice exactamente lo que queremos decir, ninguna unidad política subsume la diversidad de los ciudadanos en un Uno propio; salvo exterminándolos. Es algo que ya se ha intentado; y el resultado no es Uno, sino una tendencia al límite cero. Pero es a partir de esta gracia o desgracia como se plantea la cuestión del ser, tanto para el sujeto individual como para una colectividad. (2) El inconsciente es y no es; la ciudad, la polis, es; pero entendiendo que este ser se mantiene a distancia de su existencia. La primera es el ideal; la segunda está hecha de avatares contingentes. De este modo, el ser no va más allá de una potencia simbólica. Dicho de otro modo, lo real no acompaña nunca del todo ni a las operaciones del inconsciente ni a las realizaciones de la ley civil. Así se muestra otra cara del inconsciente y de la ciudad: la disfunción fatal de la dimensión simbólica que les da consistencia. Londres es real cuando se incendia; Orán cuando estalla la peste; Barcelona cuando sufre un atentado terrorista; la humanidad existe cuando un virus la amenza de exterminio. La respuesta del inconsciente, y de la política, es restablecer un orden simbólico allí donde, por un tiempo, ha fallado en ser un Otro completo y consistente. Y ello al precio de sufrimientos y de síntomas.

Sin parar mientes en la cosa por miedo al absurdo ni a la paradoja, el inconsciente da sentido al goce; el cual no puede dejar de reproducir su carencia de sentido mientras el inconsciente se esfuerza por reprimirlo.

El ser de la política

Retomemos el tema desde otro punto de vista. En la conversación que Jacques-Alain Miller mantuvo con Jean-Pierre Cléro (autor de un Vocabulario de Lacan) y Lynda Lotte en la revista Cités de 2003, encontramos una explicación de la afirmación lacaniana citada según la cual “el inconsciente es la política”. Tal como lo expresa Miller, la política es un término que define bien al inconsciente. Es una definición que comporta entender que el inconsciente se dirige a Otro; con lo cual afirmamos que las formaciones del inconsciente son un proceso social. Y, por lo tanto, tenemos que decir que no hay psicología individual que no sea en sí misma psicología social: de qué manera el yo se implica con los demás. Una psicología individual no podría dejar de describir la manera en que el individuo crea vínculos. Esto es tanto como decir, siguiendo la explicación de Jacques-Alain Miller en el artículo citado, que el inconsciente lo es “de un sujeto estructuralmente coordinado con el discurso del Otro”. Más aún: “Este sujeto no tiene ninguna otra realidad que la de ser supuesto a los significantes de ese discurso que lo identifican y que lo vehiculan”. Y un paso más: el inconsciente es el mecanismo por el cual el parlêtre (término de Lacan que condensa el semblante con el ser con el habla y con la letra) encuentra una manera de identificarse frente al otro y de circular entre los significantes (que no son suyos). Y todo esto a pesar de la soledad simple de su goce. El resultado es que circula identificado, pero llevando consigo la inexistencia de aquel significante que identificaría su goce. Hay pues un agujero en la identificación, en aquello que hace circular al parlêtre en los discursos, siempre conducido por el autismo del goce, del cual la angustia es una primera manifestación.

Es cómico que la política, como el inconsciente, sea el lugar del ser. En política se puede ver enseguida que la democracia –que equivale a que cada ciudadano, uno por uno, sea sujeto agente y paciente del poder– parte de la premisa liberal con la que se reconoce en todos los seres hablantes un derecho a ser, y a ser lo que son sin otra imposición que aquella que vendría de su voluntad.

Ahora bien, en contraste con esto, tenemos que asumir que la lógica del goce es de otro tipo. Lo que el goce produce es el Uno, pero no el ser. (3) No hay un ser del goce; el goce trae consigo una ex-sistencia, una consistencia fuera de sí; mientras que el ser es un efecto. El goce no plantea ninguna cuestión de derecho; es un hecho. La solución democrática a esta división lógica es dar al ser su razón propia: todo aquello que es tiene razón de ser tal y como es. De este modo, la política, que se fundamenta en la dimensión del ser, parece estar destinada a dirigirse al respeto por el goce en su diferencia.

El discurso del psicoanálisis sitúa el ser como una carencia: falta ser, falta en ser; no basta ser. Freud, bajo el título de las formaciones del inconsciente –pensamos en su libro sobre el chiste– describe cómo por un momento se puede compartir la contingencia del ser. Es un momento político. Y es por eso que donde no hay política, no hay humor. Dicho de otro modo: no existe humor fascista. El fascismo es una negación de la existencia del inconsciente, tal como lo es también de la política.

Tomemos tres términos lacanianos que son fundamentales para nuestro tema: el deseo, el goce, el amor. El deseo está ligado a algo que falta; y que busca su complemento en otro deseo, que a su vez es falta. A esta relación de falta a falta Freud la llamó castración. El deseo viene de nuestra relación con el significante, que se constituye como un Otro para nuestro deseo, un Otro que sostiene lo inalcanzable del deseo. Por esto, una ética del deseo se basa en el hallazgo, según el principio de Picasso recogido por Lacan: “no busco, encuentro”. No hay que ceder; un deseo resignado no es un deseo. El goce, por su parte, no se comunica; no es dialéctico. Es irrepetible, lo que significa que sólo lo podemos abordar por el lado en que hace Uno: uno de significación sin Otro y que encuentra su lógica en la letra. Su ética viene de la consistencia de nuestro cuerpo, que sitúa el goce entre vida y muerte; de modo que hemos de reconocer que, nuestro cuerpo, no lo tenemos, pero da consistencia a nuestro goce. Si no es afectado por la letra, lo es por la resonancia. El habla retumba como un eco que grita en silencio que el narcisismo, según el mito antiguo, lleva a la muerte. En la dimensión del goce no podemos sino ser crédulos, dejarnos andar, dejarnos vivir. Frente al autismo del goce, el amor nos trae la ausencia. De la cual deducimos un ser, un alma para nuestro cuerpo que escribe ahora letras que se hacen cartas de amor, metáforas, transporte de ausencia que nos puede llevar a andar juntos un rato –co-ire–, como si hubiera un amo del deseo y un ser de goce.

Todo esto está implicado en la política, el lugar del ser entre otros.

A la hora de situar la relación de quien conversa con el Otro, Jacques-Alain Miller distingue, en el coloquio que he mencionado, tres dimensiones. En primer lugar, está la dimensión social, como en el chiste; ahí, el hecho social esencial es la risa. En segundo lugar, está la dimensión lógica, que corresponde al hecho de que el Otro es la sede de la verdad; sobre todo cuando miente. También es social, la verdad, en la medida en que tiene una función política, que Lacan define como la de hacernos dormir. No cabe duda de que dormir es necesario; pero siempre dormimos, y soñamos, solos. Y, en tercer lugar, la más interesante, es la dimensión política como tal. Con esto Jacques-Alain Miller se refiere al hecho de que es función del Otro alojar el significante-amo que captura al sujeto para tenerlo precisamente así: sujeto. En este sentido, el sujeto es un trabajador a quien le es hurtada, por su condición, una parte de su goce. Que el semblante-ser-hablante-letrido sea, como decía Aristóteles, “animal político”, quiere decir que, si bien habla, es, sobre todo, hablado. Los significantes (del Otro) “lo dominan, lo representan y lo desnaturalizan”. A partir de todo esto, leyendo a Jacques-Alain Miller cuando dice que “el inconsciente es la política” aprendemos a desidealizar la política; lo que nos va muy bien para tomar la medida de las consecuencias de actos que nunca podrán defenderse del todo ni como éxito ni como fracaso.

El Estado

El análisis politico empieza con la distinción entre el Estado y el gobierno. El Estado no es una institución; es un ser fuertemente inclinado a perseverar, al precio que sea, y a cuyo servicio se ponen sistemas políticos, formas de gobierno e instituciones. El Estado es un ser que se realiza de manera efectiva en el tiempo, en contra de la imposible coincidencia entre el Uno universalizador y el tiempo que pasa. Los hechos que llamamos históricos siempre desmienten, en mayor o menor medida, la unicidad del Estado. Seguramente esto es lo que los hace históricos. El Estado es una unidad de combate contra la transitoriedad y contra la memoria; cuando gana, hablamos de estabilidad; cuando pierde, hablamos de revolución. En este último caso, la vuelta al comienzo se identifica más o menos con el cero de la aritmética. Por su parte, el gobierno es una instancia de administración del poder del Estado ocupada en revestir con una forma más o menos aceptable para el Uno del Estado aquello que existe concretamente en la contingencia. El gobierno es una institución. Hay muchos tipos de gobierno. La democracia es un pacto que puede dar consistencia a un Estado; el liberalismo es una manera de gobernar.

No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos; ni siquiera hay que recurrir a la Gran Historia de los Estados. En una comunidad humana limitada como lo es la psicoanalítica, encontramos, cuando menos, la imagen de la oscilación entre el gobierno y el Estado, entre aquello que se sabe transitorio y aquello que quiere ser universal, entre el ser y el Uno. Merece la pena en este punto releer la “Teoría de Turín” de Jacques-Alain Miller, del año 2000. (4) Con este texto, Miller se dirige a una comunidad que está en vías de institucionalización, la que llegaría a ser la Scuola Lacaniana di Psicoanalisi. Es por eso que Miller habla de una “comunidad dinámica”. Con ello quiere referirse –seguimos sus palabras–, a una comunidad que se constituye en el movimiento por el que cada uno de sus participantes subjetiva el acto mismo de constituirse. Lo que viene anunciado por ese movimiento es que, cuando esta comunidad se configure como una Escuela de Psicoanálisis, se convertirá en la sede de algunos privilegios y de algunas obligaciones, una parte de los cuales la configurará como un sujeto de derecho supeditado a la legalidad vigente. Pero el movimiento de constitución es anterior; es acto ya de un sujeto, no de Derecho, pero sí de deseo. En un segundo movimiento lógico, ya constituida como unidad civil, la política de la Escuela habrá de ser mantener este sujeto de deseo junto con, y a pesar de, ese sujeto de Derecho. Si el Derecho mata el deseo, la Escuela habrá cambiado de naturaleza.

Esta reflexión de Jacques-Alain Miller tiene veinte años, y sabemos que la SLP continúa en la línea del deseo del psicoanálisis. Pero no dejemos de lado lo que sigue en la argumentación de Jacques-Alain Miller. Si la Escuela es un sujeto de deseo, ese deseo, tal como enseña Jacques Lacan, es su interpretación; y así, el deseo de la Escuela de psicoanálisis es su política. Miller aclara que, desde el punto de vista del psicoanálisis, una colectividad no es Una por el hecho de ser una tal colectividad. No es necesariamente una masa de individuos que adoptan el mismo Ideal del Yo. De hecho, que una masa se conforme como Una es una apariencia que encubre el hecho de que el individuo, dentro del grupo, no está subjetivado, sino que, tal como enseñaba Sigmund Freud en su Psicología de las masas, está alienado, lo que es algo bien distinto. Siguiendo la dialéctica lacaniana del deseo, y alojándonos en una ética que tomamos como propia del discurso psicoanalítico, a esa alienación supuestamente constitutiva le falta el segundo tiempo, el de la separación. Dicho de otro modo, incorporado a la masa, alienado, el individuo olvida su soledad y, en los términos de una filosofía estoica, olvida su caducidad; al precio de olvidar su deseo.

Lo que es subjetivo está constituido siempre por una división. La caducidad, por ejemplo, se puede subjetivar como la división entre lo que se puede hacer y lo que no, o como el tiempo que falta para realizar o completar tal o tal política. A la vez, hay una transferencia de trabajo siempre posible en un nivel de colectivización, tomando a los individuos en la relación que cada cual mantiene con el Ideal del Yo. Esta transferencia colectiva es del orden de la alienación, es decir, de la renuncia al deseo, o sea, del horror a la división. Una interpretación del asunto colectivo (de la cosa pública) será psicoanalítica si remite cada uno de los miembros de la colectividad a su soledad; es decir, si hace patente que aquello que conciben como Ideal del Yo válido para todos sólo es precioso para cada cual, uno por uno. Es a partir de aquí que se hace posible otra forma de colectivización, cuya primera versión parte de la definición de una causa a la cual los individuos pueden incorporarse. Y así, “causa” se hace sinónimo de “deseo”; tienen al menos en común el haber dejado atrás la demanda de lo completo. Una causa no es un Ideal del Yo; es una falta, un hiato, un agujero. Mientras que un Ideal unifica y satisface, una causa transforma a cada cual en un síntoma y en una insatisfacción. La causa puede ser común sin alienación; o, para ser más precisos, sin más alienación que un mínimo necesario; ello no obsta para que la causa se defina, sobre todo, según la lógica de la separación, en el sentido que da Lacan a este concepto. Para consolidar la causa freudiana, Lacan iba construyendo la lógica de la separación en sus Seminarios. Los diez primeros contienen un trabajo minucioso y elegante de separación del psicoanálisis respecto de la persona de Freud. Parece que a esto se refería Lacan cuando hablaba irónicamente de su transferencia negativa con Freud.

Ahora bien, una comunidad basada en la separación es una comunidad paradójica. Aceptándola, adquiere gran valor a su forma lógica y vale la pena pagar el precio de salir de los ideales irrealizables. “La Escuela es un conjunto inconsistente”, dice Miller. Es un conjunto paradójico en el sentido de la paradoja de Russell; es un conjunto fuera de universo; es un conjunto No-todo.

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