Kitabı oku: «Ciencia y vida. Mi verdad»
CIENCIA Y VIDA. MI VERDAD
ANTONIO ALCAIDE GARCÍA
CIENCIA Y VIDA. MI VERDAD
EXLIBRIC
ANTEQUERA 2019
CIENCIA Y VIDA. MI VERDAD
© Antonio Alcaide García
© de la imagen de cubiertas: Pilar Coello Hueso
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2019.
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ISBN: 978-84-17845-29-2
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
ANTONIO ALCAIDE GARCÍA
CIENCIA Y VIDA. MI VERDAD
Índice de contenido
Portada
Título
Copyright
Índice
Prólogo
Prefacio
Capítulo 1 La humilde espinaca, Spinacia oleracea; sin flores ni aromas, pero con cloroplastos llenos de secretos y vida
Capítulo 2 Las plantas: un mundo de fantasía
Capítulo 3 Historias —pequeñas— de Filadelfia: semillas de plantas en germinación y un protozoo
Capítulo 4 De nuevo en Gif: plantas, microorganismos e invertebrados
Capítulo 5 Alcalá de Henares: su universidad, su cielo azul, sus cigüeñas
Capítulo 6 Y de nuevo, el mundo ¿a mis pies?
Capítulo 7 Nuevos sueños científicos: serendipity y el Phlebodium decumanum
Capítulo 8 ¿Más sueños o más realidades?
Capítulo 9 Más ilusiones y mucha serendipity: el científico también se asoma a otros mundos
Epílogo
Agradecimientos
PRÓLOGO
Estoy segura de que cuando el profesor Alcaide me propuso que prologase su nueva obra “Ciencia y Vida. Mi verdad”, no era consciente del compromiso en que me situaba. Su primer libro, “El último pescador romántico”, viene precedido de una presentación de su buena amiga y escritora de merecidísimo éxito -¡cuántas novelas suyas han hecho cortas tantas horas de muchos lectores!- Julia Navarro. Sin duda las comparaciones son odiosas, y en este caso sobre todo para mí. Pero vamos allá.
Estas memorias que ahora nos regala Antonio nos muestran otra faceta de su vida. En su primer libro relataba sus grandes momentos de ocio. Aquí describe con maestría su ingente y abrumador trabajo científico. Una vida entregada a la ciencia.
El prólogo de un libro debe introducir a su lectura. Pues bien, en esta obra vamos a encontrar algo parecido a un desnudo integral. El eje argumental es el trabajo del científico pero enhebrando el hilo argumental principal, el autor vierte sin tapujos, disimulos, ni reservas, sus reflexiones personales. Nos dona sus sentimientos, ideas, pesares y alegrías.
Si al lector le atrae la investigación, sin duda le van a atrapar estas páginas. Ese, ir y venir, luchar y finalmente llegar, o no llegar, como bien describe el autor. El profesor Olalla Marañón decía: “la investigación es un licor suave que acaba embriagando al que lo prueba”. ¡Qué bien describen esas palabras lo que yo misma sentí cuando puse fin a mis estudios de Farmacia! Había disfrutado de una beca de Iniciación a la Investigación y quedé prendada del mundo microbiano. No importaban las horas que pasaras en el laboratorio, la curiosidad por conocer los resultados era inagotable. Los microorganismos se convirtieron en mis mejores aliados, casi unos compañeros de juego. Con ellos he disfrutado de grandes momentos.
En esta narración autobiográfica se identifica a un investigador igualmente enamorado de su trabajo. Fascinado por su profesión nos conduce de la mano por sus investigaciones en el campo de la Bioquímica, la Inmunología y la nueva Biotecnología. La claridad de sus explicaciones, sazonadas con un anecdotario rico, y siempre adornadas con las últimas innovaciones convierten al profesor Alcaide en un gran comunicador de ciencia.
Genera en el lector una sana ansia por comprobar en que quedó tal hipótesis o dónde se aplicaron los resultados de aquel proyecto de investigación antes explicado. Ese es el sueño de todo investigador, el que me cautivó también a mí cuando me incorporé como alumna interna en el departamento de Microbiología: encontrar alguna utilidad para mejorar la vida de las personas. Llegar a buen puerto es la mayor satisfacción de un investigador y saber que el fruto de tu trabajo va a suponer una mejora en la sociedad, imagino que es casi como tocar el cielo. Eso es lo que mueve al autor a desentrañar cada uno de los planteamientos de sus proyectos de investigación, y explorar hasta el final todas las posibilidades, porque Antonio no se rinde nunca. Aunque todo se ponga en su contra.
He disfrutado sobremanera con el apartado de los polisacáridos. No en vano el grupo de Investigación al que pertenezco, “Exopolisacáridos Microbianos”, siempre ha tenido por objetivo no sólo su aplicación en tecnología alimentaria, sino también como agentes biológicos. El extenso espectro de posibilidades que ofrecen los polisacáridos es solo comparable con las especies productoras. Hay mucho publicado, pero queda mucho más por describir.
El relato pone de manifiesto un rasgo que nunca encontraremos en su carácter, la pereza. Todo lo contrario. Hay que hacerse a la idea de ese permanente ir y venir de los años 70, Jordania, Inglaterra, Estados Unidos, Israel, Alemania, Francia, Japón, Corea del Sur, Turquía, Honduras... Trabajo científico acompañado de una incesante inquietud por descubrir cómo son las costumbres y las personas de otras civilizaciones.
Su mundo ha estado marcado por la serendipia, ese descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado fruto de la casualidad. Con esos golpes de fortuna ha evolucionado en numerosas ocasiones la ciencia, avatares que normalmente sólo se presentan en el curso de un trabajo perseverante y abnegado de años. Efectivamente puede ser suerte, pero los investigadores sabemos que también hay que buscarla con tesón, esfuerzo y trabajo abnegado. Esto es precisamente lo que vemos reflejado en la trayectoria descrita. El autor advierte cómo en ocasiones ha obtenido excelentes resultados científicos fruto de la casualidad, pero lo más importante es saber interpretarlos. Un resultado siempre vendrá enmarcado entre una serie de conocimientos previos e inciertas posibilidades. Estas páginas revelan que el profesor Alcaide, tiene la paciencia y el deleite necesario para extraer esas potencialidades. Aunque otras veces, como todo científico sabe, no se alcanza el fin perseguido. En el discurso de agradecimiento de un conocido Físico, por la concesión del premio Nobel, apuntaba con acierto: “ustedes me conceden el galardón por este descubrimiento” (refiriéndose al que le había lanzado a la fama). “Yo en cambio, pienso que ese hallazgo vale tanto como las miles de ocasiones en que mis investigaciones acabaron en callejones sin salida”.
No me resisto a concluir este prólogo sin dedicar unas líneas a esa polipodiácea hondureña de nombre Phlebodium decumanum que le robó el corazón. Una valiente apuesta por su utilización en la lucha contra el SIDA y el Cáncer le ha llevado años de trabajo. Estoy segura de que estos extractos serán finalmente reconocidos como excelentes modificadores de la respuesta biológica.
Su carácter de científico no es puro, está contaminado, o mejor dicho adornado con grandes rasgos humanísticos: pensador, filósofo y escritor que comparte sus reflexiones a través de una narrativa entretenida, amena y cercana, haciendo incursiones, en el flamenco, la tauromaquia, las celebraciones de Semana Santa o el día de Andalucía. Sabe darle a todos los palos con idéntica brillantez, esa insaciable curiosidad por todo lo que le rodea.
El mundo está necesitado de personas que amen su trabajo, Antonio es uno de ellos. Es feliz y esa felicidad impregna sus relatos salpicados de dulces encuentros con personajes que van moldeando su vida, ya fuera un investigador brillante, una atractiva mujer o una joven portadora de VIH.
A través del texto no sólo descubrimos a una eminencia científica, se dibuja también ese hombre de bien, que nunca ha querido involucrarse en conflictos de intereses, en la política, que se ha hecho a sí mismo, sin deudas, y rodeado de excelentes equipos, magníficamente liderados por él. La historia de Antonio está plagada de valores, de todo eso que hace al hombre más hombre. El esfuerzo y tesón, el trabajo y la perseverancia del investigador; la generosidad y humildad para reconocer los errores; el compromiso y responsabilidad social; y la honestidad por encima de todo. Estos son los valores eternos que precisamos hoy y siempre. Sólo en esa atmósfera el científico progresa de verdad.
Gracias Antonio por esta pequeña joya narrativa donde te deslizas cómodamente por tus reflexiones y pensamientos, por ese mundo de silencios y aromas que describes con una pasión contagiosa.
Ana del Moral García
PREFACIO
Recuerdo los aromas y fragancias de mi niñez: una niñez en la que las flores olían. Aquellos claveles de intenso aroma dieron paso a esos otros claveles de hoy, homogéneos, bonitos, turgentes, frescos, pero sin olor. Afortunadamente, los nardos, los jazmines y la dama de noche han conservado su fragancia. Siempre. También la flor de azahar. Quizá la razón estribe en que estas pequeñas florecitas no sirven para adornar nada; solo tienen olor. ¡Pero qué aromas! Aromas de mi niñez que aparecen por sorpresa, sin buscarlos. Inconfundibles. Únicos. Aromas de vida. Aromas que esta sociedad globalizada no aprecia porque no los conoce. Los nardos siguen teniendo ese intenso aroma de nardo. La dama de noche, también. Un día, en un paseo nocturno por las proximidades del hotel Marriott, en Amán, capté el aroma cada vez más intenso a dama de noche; había una planta en el patio de una casita que se encontraba en mi camino. En otra ocasión, buscando nardos en Madrid, encontré una floristería que me prometió tenerlos en 48 horas; venían de Holanda y llegaron puntuales con su aroma embriagador. ¡De Holanda!, país especializado en cultivar fresones que no saben a nada y flores ornamentales inodoras. Decididamente, los nardos holandeses huelen a nardo porque no han entrado en el mundo de la «globalización ornamental».
Con frecuencia me gusta volver mi mente atrás y revivir situaciones que significaron algo en mi vida. Casi siempre ligadas a un aroma o a un sonido musical. Al pasar los años, mi corazón me suele decir si ese algo fue un algo profundo. Uno de esos días de sentimientos retrospectivos volví mi mente atrás, muchos años atrás, y me veía en el patio de aquel viejo Instituto Pedro Espinosa de mi pueblo, Antequera, con un esquema mental muy decidido, aunque algo cursi, de lo que debería hacer para, ya de mayor, comprender las bases científicas que explicaran el origen de los aromas; pura química y pura biología. También la salud y la enfermedad deberían tener sus bases científicas; de nuevo, pura química y biología. Lo tenía muy claro: era preciso que empezara a estudiar Química y Biología; de esta forma iría sentando las bases para, en un futuro, aprender Bioquímica, es decir, la química de la vida. Y después enriquecer día a día estos conocimientos iniciales, compartirlos y hacer algo para comprender los aromas de este mundo, incluido el aroma del sufrimiento, ese «aroma» asociado a la enfermedad. Todo un compendio de química de la vida: Bioquímica. Tenía entonces solo trece años y acababa de finalizar mis estudios de tercero de bachillerato. Recuerdo que aquel patio central de mi viejo instituto estaba contiguo al patio de acceso a la secretaría, en el que se enseñoreaba una gran planta de jazmín. Muy jovencito y algo pretencioso, debieron de pensar mis profesores. La Química y la Biología tendrían que esperar, me dijeron. Ya llegarían a su tiempo, en los cursos venideros… ¿A qué venía tanta prisa?
Pero yo no quería esperar. Y decidí ir aprendiendo estas cosas en los veranos. Y lo hice. De esta forma, a mi manera y con la extraordinaria ayuda de don Juan Hernández, hombre sabio que ejercía sus funciones de químico en la cercana fábrica de azúcar y que comprendió desde el principio lo que yo quería. Así fui adquiriendo conocimientos de química de la vida y puse las primeras piedras de lo que años más tarde se convertiría en una de mis pasiones: estudiar y tratar de comprender los mecanismos bioquímicos implicados en la vida y en la muerte o, dicho con más suavidad, en la salud y en la enfermedad. Con y sin aromas. De lo que fui aprendiendo en aquellos veranos quedé fascinado por ese laboratorio que se me antojaba perfecto: la vida. Así, me enfrenté a la Biología del curso preuniversitario «orgulloso de mis conocimientos». El primer capítulo del libro de texto trataba de los aminoácidos, y yo ya sabía aquello. Compartía este «orgullo» con mi otra pasión: la pesca y toda la belleza que había a su alrededor. Y no olvidaba los aromas que cada año empezaban a embriagarme aquellos meses de mayo con sus flores.
Pasaron muchos años. Y adquirí conocimientos. Y, sobre todo, aprendí a compartirlos. A mi modo, con arte, ya que estoy convencido de que enseñar es un arte: el arte de compartir lo que se sabe. Y enseñé. Y seguí pescando, al tiempo que otras pasiones se incorporaron a mi vida.
Hace unos pocos años cayó en mis manos el libro titulado Doctor Chekhov, escrito por John Coope en 1997, en su versión original inglesa. Estaba leyendo por aquel entonces el libro Antequera norte de mi pluma, de José Antonio Muñoz Rojas, nuestra gloria antequerana, Premio Nacional de Poesía en 1992, y pensaba en los motivos que me habían llevado e inspirado en mis trabajos de tantos años de investigación en Ciencias de la Salud. En la introducción del libro de John Coope se recogía el siguiente pensamiento de Chekhov:
«La medicina es mi esposa legal. La literatura, mi amante. Cuando me harto de una de ellas, paso la noche con la otra. No es esto lo más correcto, pero, al menos, evita la monotonía y nadie sufre mi infidelidad. Si no me hubiera dedicado a la medicina, nunca habría podido dedicar mi libertad de mente y mis pensamientos a la literatura».
No pensaba de la misma manera Tolstoi, quien aseguraba que Chekhov habría podido ser un mejor escritor si no hubiera dedicado parte de su tiempo a la medicina.
En mi caso, quizá el haberme dedicado a la Bioquímica y mi pasión por comprender el funcionamiento de un organismo vivo —sano y enfermo— han hecho posible que, como Chekhov, dirija mi libertad de mente y mis pensamientos hacia otro lado, hacia Andalucía, a través de Antequera. Esa Antequera que, en palabras de Muñoz Rojas, está «a caballo entre las varias Andalucías y participa en alguna medida de todas ellas, como equidistante de sus centros mayores, Córdoba, Sevilla, Granada y Málaga, sufriendo sus grandes tentaciones y como cayendo y librándose de ellas. Esa Antequera, recostada y extendida, que se asoma a su vega, con todos sus caminos llanos hacia Córdoba o Sevilla, y que mira al norte, levante y poniente; y más lejana de donde más cerca se halla: Málaga, traficante y marinera».
Esa Antequera, en fin, que se regodea en su belleza y que no necesita salir de sí misma, anclada en su hoyo privilegiado, con sus espaldas bien resguardadas por el Torcal, con todo el misterio de sus dólmenes, toda la belleza de su vega y con su Peña de los Enamorados siempre dominadora.
Mi espíritu investigador me ha enseñado a comprender, sentir y amar a esa Andalucía tan compleja, a través de Antequera. ¿Cómo lo he hecho? A diferencia de Chekhov, sin exclusiones. Nunca he tenido que dejar a un lado uno de mis mundos para caer en los brazos del otro. Mis dos pasiones, además de la pesca, mis dos mundos se han complementado siempre. He observado, pensado, interpretado, aprendido, comprendido, sentido y asociado todo lo que hay en sus aromas, sabores, colores y sonidos —cante, toque y baile— de esas y otras Andalucías en diversos momentos de mi larga trayectoria científica, en la que he encontrado ilusión, brillantez, entusiasmo y también decaimiento, dudas, decepciones y envidias ajenas —para mí incomprensibles— y, en más de una ocasión, «embustes, calles sucias y lodo eterno», tomando estas palabras de Lope de Vega. Mis mundos se han complementado: mi espíritu científico me ha ayudado a acercarme al reflejo de Andalucía y de Antequera en sus aromas —azahar, jazmín, nardo, dama de noche—, en sus sabores —especias, canela, adobos, membrillo—, en sus colores —el azul intenso e inmaculado de su cielo, el rojo rosado del crepúsculo en la Peña de los Enamorados, el perfil como dibujado a plumilla de sus montañas— y en sus sonidos —copla, flamenco popular, flamenco profundo, con sus esencias de guitarra, cante y baile—. ¿Por qué esos aromas, sabores y colores son así y por qué esas guitarras, esos cantes y esos bailes son así?
A veces, el recuerdo de un aroma de nardo —mi fragancia preferida— me ha guiado a la hora de diseñar un experimento o establecer una hipótesis científica; en otras ocasiones, una imaginaria guitarra tocando por aires de Cádiz me ha acompañado cuando un experimento ha dado los resultados para los que había sido programado y realizado; el recuerdo de unos fandangos de Huelva —de Alosno, Almonaster, Valverde o Santa Eulalia—, surgidos de esos pueblos que cantan a cosas tan simples como la luz del día, el nido de una alondra, el relincho de un caballo enamorado, la fidelidad de un perro, una liebre amamantando a su cría, la dulzura de un cariño o la decepción y rabia de un desengaño, ha conmocionado mis sentimientos en la soledad, a veces fría, de un laboratorio perdido en un amanecer nebuloso de la región parisina, en un anochecer solitario en Filadelfia o en interminables jornadas en un humilde laboratorio cercano a las montañas de la selva de La Tigra, en Honduras. El esplendor y la expresividad de la copla han despertado en lejanos lugares, como en el lago Yojoa, en Honduras, en el que aquel toro enamorado de la luna quiso estar un amanecer de luna llena conmigo y con José, mi guardián y guía hondureño, en el lago y sus alrededores, mientras yo escuchaba atento las historias acaecidas, según él, en aquellas misteriosas aguas.
He aplicado, en definitiva, el método científico a algo tan lejano y tan fuera de todos los cánones científicos como lo es todo en Andalucía y en Antequera. Así pues, coincido con Chekhov en que la investigación biomédica, en mi caso, como la medicina en el suyo, me ha proporcionado la libertad de mente para entender todo lo andaluz. ¡Hasta el flamenco! —la literatura, en su caso—. El flamenco me ha dado, por su parte, fuerza, sosiego, inspiración. Y me refiero al flamenco en sentido amplio, resumido en este fandango de Almonaster, que empieza:
De la mano siempre van
copla, folklore y flamenco
para hacernos disfrutar
del arte y del sentimiento
de esta tierra sin igual.
De un lado, copla, folklore, flamenco en una Andalucía rebosante de aromas, luz, colores y sabores; y de otro, investigación, hipótesis científicas demostradas en la práctica experimental, hallazgos científicos buscados y no buscados —serendipity— y siempre ilusión por aprender más.
Hablemos, pues, de mis dos mundos y recordemos la penetrabilidad de ambos, con ejemplos personales en esta larga vida de alguien que ha querido siempre aprender amando y que tiene intactas sus ilusiones de seguir aprendiendo amando.
En las páginas que siguen, amigo lector, encontrarás rigor científico y verdades científicas; todo con sabor, aroma, color y sonido andaluz.