Kitabı oku: «La experiencia deformativa»
LA EXPERIENCIA DEFORMATIVA
© Antonio Díaz Oliva, 2020
© Neón, marzo 2020
Neón Ediciones es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia
San Sebastián 2957, Las Condes
Santiago de Chile
ISBN Edición Impresa: 978-956-9984-06-8
ISBN Edición Digital: 978-956-9984-07-5
Edición: María Paz Rodríguez
Asistente editorial: Janice Tapia Silva
Diagramación: Camila Vásquez Acuña
Arte de portada: Denisse Leveke González
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
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La publicación de este libro obtuvo el apoyo del Fondo Nacional del Libro y la Lectura del CNCA.
Para Rebecca & Agnes Grey
La deformación se ha producido.
Samuel Beckett
SOBRE LA EXPERIENCIA FORMATIVA
“Un libro de cuentos que parece venir de la moral twee, pero que más bien está lleno de ajustes de cuentas. ADO ataca al mundillo literario, se ríe de los millennials, de los hipsters y del submundo de las maestrías de literatura curativa (jajaja). Historias entrañables y rabiosas que cruzan desde Brooklyn hasta Barrio Italia, pasando por La Condesa y Barranco”.
~Alberto Fuguet
“No sé muy bien cómo nombrar lo que sentí leyendo este libro: ¿es risa? ¿es pena? ¿es ternura? ¿es todo eso? Es una intensidad, eso sí sé, como la que producen los libros que nos gustan mucho”.
~Camila Gutiérrez
“Un volumen inquietante y atractivo donde el lector se encontrará con historias excéntricas, pero al mismo tiempo cautivantes, que atrapan desde el inicio, ratificando a su autor como una de las voces más originales de su generación”.
~Estrella de Valparaíso, Chile
“Personajes que, en tránsito hacia la adultez, pasan por situaciones que amenazan por cambiarlos. Jóvenes cargados de incertidumbre y humor que mientras se pierden encuentran lo que parece ser un destino. No el que buscaban”.
~Roberto Careaga, El Mercurio, Chile
“Todos los relatos –escritos con una prosa ágil y eléctrica, que oscila desde una exquisita melancolía a un finísimo sentido del humor– dan cuenta de una muy peculiar educación sentimental: crónicas íntimas de transformaciones que permiten vislumbrar la deformidad donde antes no era evidente”.
~Maximiliano Barrientos
“Que dos adjetivos como ‘lúdico’ y ‘dramático’ sean aplicables a una misma historia no es frecuente, pero sí deseable. ADO consigue la proeza de que los juegos juveniles de sus personajes reposen sobre un esqueleto de tensiones y conflictos nada inocuos. ¿O es el drama el que, en estos relatos, descansa sobre una colchoneta hinchable de vivos colores? Creo que ambos logros se dan en estas historias cuyos narradores persuaden al lector casi hipnóticamente desde la primera línea”.
~Mercedes Cebrián
“Un libro de cuentos divertido y enternecedor que muestra con creces la solvencia y capacidad narrativa de ADO, una de las voces narrativas emergentes en Chile a las que hay que estar muy atentos y que bien valen la pena leer”.
~Sebastián Antezana, Página Siete, Bolivia
“La pregunta final sería: ¿para quién escribe ADO? Bueno, para la pequeña comunidad de ex alumnos de la universidad tantas veces mencionada en los relatos, que acaso se emocionen o se maten de la risa con los guiños a su alma mater. Por lo mismo, habría sido mejor publicarlos en alguna página web interna de la facultad”.
~Patricia Espinosa, Las Últimas Noticias
“La narrativa chilena contemporánea y Nueva York: un estudio”.
~Diego Zúñiga, Bogotá 39
“Los escritores jóvenes chilenos, la mayoría epígonos de Roberto Bolaño o Diamela Eltit, lo quieren todo: el beneplácito de la biempensante academia y aparecer alabados en las páginas culturales de los diarios de derecha, especialmente Las Últimas Noticias; una frase de Beatriz Sarlo y figurar en la maquillada lista de Bogotá 39; publicar en una multinacional española –con la subsecuente aparición en El País– y victimizarse desde los márgenes de la periferia latinoamericana. Este libro, apenas cuatro cuentos que bastan para desarrollar un ethos literario, no busca encajar en ninguno de esos espacios. Con desparpajo, humor y ternura, este autor, de apodo ADO, crea su propio mundo”.
~Marcelo Chiriboga
“Experiencias que no llenan, que asfixian en sus intentos de orden, dejando que los animales se asomen, a ratos, para ser testigos incómodos: los conejos que empiezan a aparecer en el primer relato y que desencadenan violencias y malos-entendidos; los animalitos que fuma el protagonista del tercer cuento para sobrevivir a una depresión pantanosa, o esos animales, algo aterrados, en la ciudad y la experiencia de viaje, en el último relato”.
~María José Navia, Paniko.cl, Chile
“Un conjunto de cuentos sobre el viaje hacia la adultez y la necesidad de reírse de sí mismo para crecer”.
~Esteban Catalán, Temporales, Universidad de Nueva York
“Historias llenas de humor, ternura, rabia y un mosaico de personajes que, por diferentes motivos, son desplazados, tanto geográfica como emocionalmente”.
~Latin American Book Store, California
“Su propuesta literaria tiene una fórmula especial y enrarecida al plantear escenas de un cotidiano irregular, salpicado de circunstancias peculiares y gestos paródicos”.
~Salvador Luis, editor, narrador y crítico cultural
“Una obra originalísima, llena de inolvidables chispazos satíricos, juegos irónicos y trascendencia metafísica: el mundo es para el autor de estos relatos una permanente aspiración a esa ridícula alegría que nos prometió la campaña del NO cuando cayó la dictadura de Augusto Pinochet”.
~Justo Fome González, académico, Pepsodent University
ÍNDICE
A POCAS CUADRAS DEL PARQUE FORESTAL LA SEÑORA GONÇALVES GRABA VIDAS AJENAS
ACCIDENTES FELICES
LA MINIATURISTA
UN MUNDO DE COSAS VIOLENTAS Y RÍGIDOS ENCUENTROS ENTRE MANIQUÍES Y SERES VIVIENTES
REALISMO ÁCIDO (AGRADECIMIENTOS)
A POCAS CUADRAS DEL PARQUE FORESTAL LA SEÑORA GONÇALVES GRABA VIDAS AJENAS
A
Lo encuentra inconsciente sobre el suelo de azulejos turquesa, con una mancha húmeda en la entrepierna, sus brazos y puños abiertos y apuntando hacia distintos lados, y esa mueca en su boca y ojos que le dan un aura de inusual felicidad. Los paramédicos intentan reanimarlo; sin embargo, tres días más tarde ya es un recuerdo en el Parque del Recuerdo. Fue un infarto agudo al miocardio, le dicen. Su esposo tenía setenta y cinco años. De esos estuvieron casados más de cincuenta.
Un par de horas antes de su muerte el baño había sido limpiado, así que apestaba a cloro vinagroso. Por eso ahora, cada vez que piensa en su esposo, la señora Gonçalves se tapa las narices.
B
Matrimonio del piso 10, departamento C.
Sucede una vez a la semana. Aproximadamente. Primero ella y luego él. Ambos con tenida de trabajo: corbata, vestido, zapatos, tacones. Tienen sexo, piden comida china, ven una película –y en medio de la película tienen sexo una vez más–; vuelven a la película, él finaliza las sobras de comida china, se visten y entonces abandonan el departamento, como si fuera un hotel, como si no les importara, como si alguien viniese todos los días a limpiarlo. Y efectivamente: al día siguiente, a las nueve de la mañana, aparece una mujer: flaca, joven, con audífonos y vestida con un mameluco azul oscuro. Ella limpia y hace la cama, esparce un spray por el living y pasa el plumero por los cuadros y muebles. Teoría: puede que el matrimonio del piso 10 no sea un matrimonio. Otra teoría: puede que el departamento C no sea un departamento, sino que un hotel, o un motel, aunque el matrimonio del piso 10 realmente parece un matrimonio, y el departamento C realmente parece un departamento. Esto porque en las murallas se alcanza a ver fotos de ellos; del matrimonio que todos los días tiene sexo, come comida china, ve un poco de televisión y se retira antes de que sean las diez de la noche. Fotos de vacaciones, de familiares, con hijos o niños que parecen ser sus hijos, en cenas de navidad y año nuevo.
A
Es verdad: de haber celebrado un funeral no mucha gente hubiera llegado. No tenían hijos. Tampoco demasiados familiares. Durante sus últimos años, la señora Gonçalves y su esposo eran prácticamente ermitaños. Él con la nariz metida en sus libros de historia (incluyendo el suyo, un proyecto sin terminar); y ella con copias viejas de Artforum (la mayoría de cuando todavía se dedicaba a los collages, allá por los setenta) que leía, recortaba y clasificaba en carpetas.
Solo una vez que muere y lee el último manuscrito de su esposo, una biografía sobre el primer presidente luego de la Dictadura, se da cuenta de que su marido era otra persona. O que los años de ermitaños los distanciaron. Puede que más de la cuenta. Como sea, en los bordes de aquel manuscrito encuentra comentarios y chistes. Cosas nimias sobre el día a día. Mensajes a sí mismo. Ninguno es sobre ella, sino sobre la vida; la vida pasada y ahora extinta del señor Gonçalves. Por eso ahora siente que pese a haber vivido con él de alguna forma no lo conocía.
Y así, con la muerte de su esposo y este posterior descubrimiento, su salud y ánimo rápidamente caen; pasa de ser una mujer de casi setenta años llena de energía, a una frágil y silenciosa señora con leves dificultades para el día a día. Principalmente para salir de la casa.
La señora Gonçalves se convierte, de esa manera, en una anciana que depende de una silla de ruedas que chirría sobre el parqué. Una que por las mañanas ya quiere que sea de noche para volver a la cama.
B
Pareja de amigos del piso 5, departamento H.
Un living desordenado con una pantalla plana, una consola de videojuegos, dos controles, una mesa de madera enclenque y dos jóvenes en sus treinta y pocos. Uno es flaco, casi absorbido, con ojos como de sapo, el pelo largo y un par de rastas entremedio; el otro es menos flaco y con músculos en los brazos, tiene una cabeza completamente calva y brillante. ¿Y qué hacen? No hacen mucho. Juegan videojuegos todo el día. A veces ven televisión, aunque rara vez. Con suerte se levantan y circulan de la cocina al living y del living a la cocina con vasos de cerveza.
Todo les llega a domicilio. Piden por Uber y Rappi. Incluso tienen un acuerdo con el conserje: es él quien les sube la comida, ya que la pareja de amigos, por lo menos desde que se mudaron al departamento H, nunca ha bajado.
A
Misma hora, misma parte del parque, mismo recorrido. Es una rutina y como cualquier rutina, últimamente le parece aburrida. Pero a la vez la necesita. Necesita aferrarse a algo, y ese algo es justamente una rutina: todos los días la señora Gonçalves se levanta temprano y se sirve el desayuno que Jimin le dejó el día anterior. El resto de la mañana no hace mucho más hasta las doce. Tiene una televisión, pero le aburre la ordinariez de los canales locales. A veces lee Artforum, pero ya no puede dejar de pensar que el arte moderno se ha convertido, también, en cualquier cosa: instalaciones con ropa manchada de sangre y colgada de percheros; tomas de videos borrosos con algo que podría ser follaje o las nubes de un cielo tormentoso; inmaculadas habitaciones con tablas tiradas en el suelo; la palabra patriarcado con luces navideñas.
A eso de las doce y media Jimin la pasa a buscar y caminan por el Parque Forestal. Es un paseo que comienza en Rosal y se alarga con lentitud por los alrededores del museo de Bellas Artes hasta las una y tanto de la tarde, cuando vuelven al departamento. Durante esa hora Jimin la empuja, en silencio y con audífonos grandes que lo aíslan de todo, y la señora Gonçalves mira a la gente con atención; con detenida atención, como si fuera primera vez que caminara por el parque. A veces la gente se intimidaba con esa señora de pelo canoso, cuerpo pequeño y frágil que ancla su mirada y no la despega. Deben ser esos ojos profundos, negros, de carbón. Con estos no solo desnuda a la gente, sino que la penetra y persigue hasta que desaparecen de su vista.
Durante uno de los paseos se le ocurre: su curiosidad por los demás la puede ayudar. La puede convertir en el impulso para una nueva instalación. ¿Por qué no? Además de esa forma conseguiría lo que nunca consiguió con su esposo: conocer a alguien por dentro. Espiar la intimidad de los otros.
Aquel día regresan del parque y Jimin le sirve almuerzo: una sopa de fideos finos con ternera, y un plato con esa lechuga fermentada, salada y con fuerte sabor a ajo. Entonces se despide, como siempre sin decir nada, y la señora Gonçalves busca el regalo que le hizo una nieta-sobrina lejana. Lo tiene en un clóset junto a otros regalos, incluyendo una caja con bombones rancios, así como el manuscrito del libro inacabado del señor Gonçalves.
Ahí lo encuentra.
Es un iPhone 8 tono gris espacial.
Me ayuda mijito, le pide la señora Gonçalves a Jimin.
Y este abre la caja y lo pone a funcionar.
B
Hombre del piso 8, departamento F.
Se sirve un pocillo de greda rebosante de hojuelas azucaradas, sin leche si no agua, y se sienta a ver televisión. Pone un casete en un viejo equipo de VHS. Pese a la lejanía algo se alcanza a ver: una cancha de fútbol. Por lo general el hombre del piso 8, departamento F, mastica lentamente las hojuelas y mira la pantalla con atención, con una lentitud exasperante. Teoría: el hombre del piso 8, departamento F, vive constantemente en un domingo. ¿Causas? Posible depresión. Inercia frente a la dolorosa muerte de un ser querido. Capitalismo. Calentamiento global. O la terrible sensación al pensar que todo lo que nos rodea desaparecerá. Luego de cenar, el hombre del piso 8, departamento F, se pone de pie, camina al lavaplatos, moja el pocillo –no le pasa una esponja ni jabón líquido– y repite lo mismo con la cuchara de metal. Después de eso se ducha, se seca y sigue toda la noche viendo viejos partidos de fútbol. Mete y saca casetes del equipo de VHS. Probablemente son de la época en que el hombre del piso 8, departamento F, era feliz.
A
Los padres de Jimin son dueños del Daegu, un conocido restaurant en Patronato, no muy lejos del Parque Forestal y el afrancesado departamento de la señora Gonçalves.
Jimin cursa cuarto medio, sin demasiadas ganas, y es el encargado de que nunca falte kimchi, jengibre, hojuelas de pimienta, la pasta de ají rojo fermentado y repollo; su tarea dentro de la dinámica familiar es aprovisionar el restaurante con aquellos elementos, y de vez en cuando atender la caja. Así conoce a la sobrina de la señora Gonçalves, Alexia Fernández Gonçalves, quien frecuenta el restaurant.
Un día Alexia le comenta al padre de Jimin que busca alguien que la ayude con su tía. Alguien de confianza, le dice. ¿Y qué necesita?, le pregunta el padre. Una persona que le lleve las comidas y la pasee una vez al día. ¿Y qué le sucede a su tía? Nada, es que tiene casi setenta años, responde Alexia. Legalmente estoy a cargo de ella, aunque en verdad no tenemos la mejor de las relaciones. El padre de Jimin parece indiferente a todo esto. Y bueno, continúa Alexia, su esposo (mi tío) murió hace un tiempo y desde entonces que está en silla de ruedas. El padre de Jimin la sigue escuchando. Le es difícil desplazarse, agrega Alexia. Tiene mala espalda. Piernas atrofiadas. Y es un poco quejona. El padre de Jimin la mira en silencio. Sin más llama a su hijo, quien aparece con un delantal y secándose las manos con un paño de cocina. Estaba por terminar de cortar repollo. Jimin, con el pelo largo y rape al costado, se saca los audífonos Monster plateados (escucha Diplo). Con Alexia se saludan. Jimin y su padre hablan en coreano por unos minutos; Alexia permanece en silencio.
La conversación es interrumpida cuando entran nuevos clientes y Jimin se levanta de la silla para atenderlos. Mi hijo es muy trabajador, le dice el padre de Jimin a Alexia. Ella asiente con la cabeza. Usted me dice cuándo quiere que comience, agrega él. Alexia pasa a explicarle lo que necesita, ahora con más detalle, como a qué hora tiene que estar, el tipo de comida que debe llevarle a su tía-abuela, qué hacer en caso de un accidente, etc.
No muy lejos, Jimin los escucha mientras atiende a una pareja de treintañeros que pide galbi con champiñón a la parrilla. Luego regresa a la cocina. Le pasa la orden al chef y vuelve a la tabla y al repollo. Antes de eso se pone audífonos y sube el volumen a su teléfono. Pasa de Diplo a Skrillex.
B
Mujer del piso 14, departamento G.
Todos los días, luego del trabajo, la mujer del piso 14, departamento G, abre el refrigerador, saca una torta de chocolate, la cubre con crema chantilly, corta un pedazo generoso y devora la mitad en pocos segundos, sin siquiera sentarse. Da la impresión de no haber comido nada en todo el día. Lame el plato, le pasa el dedo y lo deja remojando en el lavaplatos. Entonces se dirige a su pieza y vuelve con una tenida como para ir a correr –mallas gris claro, polera blanca y un cintillo azul que le alarga la frente–; pero al parecer la mujer del piso 14, departamento G, solo camina, dado que nunca regresa sudando. A su vuelta, apenas media hora más tarde, se cambia y abre el refrigerador, saca la mitad restante de la torta, y repite lo de cubrirla con crema chantilly para comérsela, esta vez, echada en el sillón cama. Nota: cuando la mujer del piso 14, departamento G, no hace esto –comer, caminar, comer, caminar–, se le ve inquieta, aproblemada, incluso histérica. Cuando no lo hace camina en círculos por el estrecho departamento, habla por teléfono por horas; a veces, muchas veces, le grita a la pantalla de su teléfono –¿pareja?, ¿amiga?, ¿madre?–, otras veces se ríe a carcajadas, y en algunas ocasiones, incluso, se larga a llorar. Aunque es un llanto falso, como de estudiante de teatro de primer año. A las diez en punto se lava los dientes y apaga las luces del departamento. Antes de meterse a la cama se pone de rodillas, apoya los codos sobre el colchón y reza en silencio con los ojos cerrados.
A
Antes de salir Jimin la ayuda: le explica cómo funciona, ya que la señora Gonçalves nunca ha tenido un teléfono inteligente, (el término, se queja, le suena a la vez futurista y estúpido) y así lo pone sobre un trípode que alguna vez usó para una cámara fotográfica. Fija el teléfono frente al ventanal del departamento, y después lo conecta a la televisión con un cable que, según Jimin, le servirá para escuchar el audio, ya que no tiene parlantes.
Luego de horas de observar a sus vecinos es cuando se da cuenta: lo único que tiene que hacer es mirar por la ventana y esperar; esperar y listo: inevitablemente llega ese momento en que se aprecia cómo la gente realmente es. Aquel momento de transparencia en que no estamos pendientes de los demás, cuando nos liberamos de la atención de los demás, cuando bajamos la guardia y nos mostramos tal como somos.
B
Gato del piso 5, departamento D.
Es un gato himalayo de cabeza maciza, nariz corta y chata, manto largo y sedoso. Vive prácticamente solo. Es como la señora Gonçalves: necesita alguien que le lleve comida y agua. El resto del tiempo se lo pasa echado sobre un sillón o persigue un ratón de plástico o se pasea por los muebles y (a veces) maúlla. De ser así sube el conserje del edificio: un hombrecito con lentes poto de botella, pelo corto y peinado a un lado gracias a una importante cantidad de gel. Además siempre viste una cotona azul. Si el gato maúlla demasiado fuerte entonces llega el conserje y le sirve más comida, le cambia el agua, incluso le pasa la mano por el lomo para calmarlo, le habla y hasta lo levanta por el aire como si el gato fuera una guagua. Por lo general el gato se calma, espera que el conserje se retire, cierre la puerta, y entonces regresa al sillón verde y aterciopelado donde duerme gran parte del día.
A
Se escribe sobre ella en La Tercera, El Mercurio y The Clinic; en radio Duna dicen que es la gran sorpresa del arte contemporáneo chileno; en revista Viernes aparece en portada, mirando hacia la cámara con una lupa. Todo sucede gracias a Jimin, quien toma algunos de los videos, los edita, les pone música (su música) y finalmente le crea un usuario en YouTube, así como una página web, una cuenta de Instagram, incluso de Twitter; y en todas esas redes sociales la señora Gonçalves aparece en una silla de rueda con un gorro de Fedora gris y lentes oscuros. Gracias a su personalidad digital, y a esos videos catalogados por la crítica como intervenciones para conocer a los demás («Todo un logro en una época en que ni siquiera tenemos tiempo para nosotros», como dijo un crítico del Artes y Letras), muchos medios de comunicación quieren un poco de ella.
En una entrevista le preguntan que por qué lo hace: qué la llevó a grabar otras vidas: ¿acaso no se sentía mal al desnudar a la gente sin pedirles permiso? Es una entrevista por email que Jimin (ahora ascendido oficialmente al puesto de asistente), la ayuda a responder. La señora Gonçalves dice que lo hace porque el señor Gonçalves, su esposo, murió de un día para otro y sintió que realmente nunca lo conoció. Lo cual es verdad: estuvieron casados por más de cuarenta años, pero, aun así, la señora Gonçalves siente que asumió demasiado respecto a la vida de su esposo. Que eran amigos. Amantes. Confidentes. Y a veces enemigos domésticos, como cuando peleaban por cosas mundanas como la loza o la basura. Pero que nunca sintió a su esposo igual de transparente como la gente que observa y graba. Siempre era lo mismo: el señor Gonçalves en su papel de esposo.
B
Trotadora del piso 5, departamento E.
Un espacio aparentemente abandonado. Hay una trotadora, una banca con algunas pesas, una bicicleta elíptica y una bicicleta estática. Todo cubierto por una capa de polvo que algunas tardes, cuando el sol refleja rayos naranjos sobre el edificio, parece polvo dorado y flotante. Por lo menos seis semanas sin que una persona entre. Teoría: el dueño es la misma persona que trabajaba como entrenador en un gimnasio ubicado a pocas cuadras; un gimnasio que quebró luego de un conocido –y todavía sin resolver– crimen pasional que sucedió, de hecho, sobre la trotadora del piso 5, departamento E.
A
Alexia Fernández Gonçalves también vive en Bellas Artes; de hecho, no muy lejos de la señora Gonçalves, aunque por razones distintas: el Colegio de Arquitectos de Chile queda cerca. Alexia vive y trabaja en la misma cuadra. Y no solo eso; los fines de semana por la noche le gusta caminar por Bellas Artes y Bellavista.
Alexia nació en Brasilia, una ciudad completamente falsa y creada por un loco o visionario obsesionado con el hormigón armado. Por eso siente que su profesión estaba trazada de antemano. Sería arquitecta. Sí. Pero una arquitecta de acá, de Santiago, ya que Alexia no se sentía brasileña y sí chilena, aunque su portugués luchara contra el olvido. Todavía recordaba algunas palavrões y esas cerezas de pulpa blanca con que su madre hacía mermelada: las jabuticabeiras.
Sucede durante una de esas noches de caminar por el centro; una de esas noches de pasar la ex embajada de Estados Unidos; de tomar Purísima, Dardignac, Bombero Núñez, Antonia López de Bello, hasta llegar a Pío Nono, ojalá antes de que Bellavista se llene de estudiantes a la búsqueda de un bar de cervezas baratas y aguachentas, así como la discoteca llamada como una universidad gringa: Harvard. Sucede ahí que el recuerdo de una vieja fotografía de su tía, la señora Gonçalves, y su madre, ambas en Brasilia, se le cruza por la cabeza. Su madre, que en paz descanse, llegó a Chile escapando de la dictadura brasileña. Era mediados de los sesenta y duró poco; odió la insularidad, la falta de un carnaval, el tartamudeo chileno y esa apatía disfrazada de timidez; la sensación de que a la gente le costaba sonreír y que dijeran todo por la espalda. No así su hermana, la señora Gonçalves, quien se sintió a gusto con la chilenidad. Fue amor a primera vista; igual que probarse una blusa que con los años se adapta al cuerpo de una. En mi caso parece que el exilio funciona, dijo. Al poco tiempo su tía se casó con un chileno y el chileno, aparte de mostrarle el país, tomó el apellido de ella en un extraño –entonces y ahora– gesto de amor. La señora Gonçalves consiguió trabajo como profesora de algo que entonces se llamaba Artes Plásticas, en un colegio de Las Condes. Tuvo una buena vida. Viajó por el mundo. Iba al Biógrafo una vez a la semana. Compraba libros en Metales Pesados. Y nunca quiso tener hijos. Porque a su tía, pensaba Alexia, no le gustaban los niños. Y punto. La señora Gonçalves y su esposo eran de esas parejas felices consigo mismas. Por eso Alexia en un momento tomó distancia de la señora Gonçalves. Rara vez la veía. Recuerda, eso sí, que más tarde, cuando su madre volvió a Brasilia, y ella prefirió quedarse en Chile, intentó buscar un apoyó familiar en la señora Gonçalves. Sin embargo, no lo encontró. Su tía y su marido eran demasiado herméticos. Una pareja intelectual que vivía cerca de parque, pero que con suerte lo caminaban. La señora Gonçalves dejó sin responder tanto sus cartas desde Valpo, donde Alexia estudió el pregrado, como los emails desde Varsovia, donde terminó su maestría en desarrollo urbano sostenible.
De ahí su herida emocional: que la señora Gonçalves sea su única familia y a la vez no.
El último email se lo mandó desde Barcelona (una ciudad repleta de chilenos auspiciados por Becas Chile, en su mayoría, porque así no tienen que aprender otro idioma). Lo hizo justo antes de abandonar, al poco tiempo, la ciudad de las Ramblas para ir instalarse en la capital de Polonia, donde terminó sus estudios de posgrado. Para cuando regresó a Santiago ya no tenían nada en común.
Es más: Alexia no la vio hasta la muerte de su tío (o de ese señor a quien, la verdad, nunca le dijo tío). Y solo una vez que la señora Gonçalves tuvo una baja de presión y quedó en la silla de ruedas; solo una vez le comunicaron que ella sería la responsable de su tía porque no había otro familiar –según la ley eran las únicas dos Gonçalves residentes en Santiago–; solo entonces se vieron.
Lo que le gusta de esas caminatas nocturnas durante los fines de semana, piensa Alexia, es que entiende el ritmo del Forestal. Le gusta ese momento de la tarde en que hay recambio; cuando los oficinistas salen del trabajo; cuando de a poco las parejas de pololos se retiran del parque o se manosean todavía más porque ahora sí nadie puede verlos. O cuando llegan los que preparan la previa a la fiesta con una promo. O cuando pese al smog un corredor nocturno sale a mover las piernas.
Alexia camina y piensa que no hay mejor solución que pagarle a alguien para que la cuide. No se imagina haciéndolo ella. Aunque es verdad: le gustaría relacionarse con su tía. Preguntarle algunas cosas. Varias, en verdad. Y así, mientras avanza por Antonia López de Bello, los audífonos resguardándola del ruido de la gente, pero no de las imágenes, se pregunta quién podría ayudarla en algo así. Se le ocurre algo. Lo piensa unos segundos. Decide devolverse, alejarse de Bellavista, y de a poco los cuidadores de autos van quedando atrás, lo mismo el murmullo colectivo de los universitarios y de esos pocos turistas que, sin mucho cuidado, caminan con ropa de montañismo y cámaras al cuello.
Alexia regresa a Purísima. Avanza hasta el restaurante coreano donde le encanta almorzar sola los sábados. Es uno de los pocos lugares en Santiago en que no se castiga la soledad. En que no hay que andar en manada. Decide regresar el lunes, apenas abran. Conoce al dueño, quien una vez le confesó, en un extraño ataque etílico luego de compartir un bajativo de trasnoche, que temía por su hijo. Alexia le preguntó por qué. Respondió que lo veía solo. Demasiado solo. Lo notaba demasiado callado luego de la muerte de su esposa, quien aparentemente confundió cicuta con perejil. Fue un error, dijo. Y si bien Alexia no lo conocía hace mucho, con suerte un año, año medio, por ahí cuando regresó a Chile; esa noche el dueño del restaurant vio en ella (o tal vez en su soledad), la posibilidad de desahogarse. Por lo que Alexia escuchó sus problemas. Fue una noche larga. Ahora le pediría algo a cambio.
B
Matrimonio del piso 10, departamento C.
Es domingo, hora del almuerzo. La familia tiene cuatro integrantes; esposo y esposa, niño y niña. Dos mujeres y dos hombres.
Los cuatro se toman de las manos antes de almorzar. Cierran los ojos y rezan. Comen lo que parece ser salmón con puré y una ensalada de lechuga con rábanos (una ensalada tan limpia que podría ser de plástico). Comen en silencio, de vez en cuando el padre y la madre, si es que realmente lo son, hacen preguntas a los niños. A ratos los niños lucen un poco fuera de lugar; por ejemplo, si los adultos hablan entre ellos, los niños igualmente lo hacen, aunque más parecen colegas que hermanos o amigos. Parecen obligados. ¿O contratados? Otra cosa: físicamente tampoco parecen los hijos del hombre y la mujer, esa pareja que, en estos momentos, se mira a los ojos, intercambia risitas y choca copas de tinto.
A
Aunque los videos están pixeleados y además modificadas para que no se puedan distinguir los rasgos, algunas personas se sienten identificadas y por lo tanto pasadas a llevar. La señora Gonçalves recibe saludos y amenazas a través de su página web y sus redes sociales, aunque Jimin no le dice nada de esto. No las toma en cuenta, pese a la seriedad de algunas. Sabe que toda publicidad es buena publicidad. Además si bien con la señora Gonçalves apenas intercambian palabra, es por eso mismo que la siente cercana. Tan distinto a lo que sucede con su padre, con quien es como si hablara con un silencioso ser superior. No. Con la señora Gonçalves puede quedarse callado por mucho tiempo. No necesita ponerse tenso y cree que por eso ha pasado varias noches editando los videos. En verdad quiere ayudarla. A veces incluso responde entrevistas por ella. Aunque luego no le dice nada. Incluso una vez la señora Gonçalves se queda dormida frente al ventanal, con el iPhone grabando el edificio de enfrente, y Jimin busca un chal a crochet para cubrirla, le acaricia la frente y le susurra buenas noches.