Kitabı oku: «Las Extraordinarias Aventuras De Joshua Russell Y De Su Amigo Robot»

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Las extraordinarias aventuras de Joshua Russell y de su amigo Robot

de Antonio Tomarchio

Las extraordinarias aventuras de Joshua Russell y de su amigo Robot

Antonio Tomarchio

Traducido por María Acosta

Catania, junio 2018 – febrero 2019

Copyright © 2019 - Antonio Tomarchio

Todos los derechos literarios de esta obra son de exclusiva propiedad del autor.

A María

Prefacio

Un muchachito, un auténtico genio, apasionado por la robótica, se hace amigo de un robot alienígena con el cual crecerá viviendo aventuras increíbles y luchando para salvar al mundo de los peligrosos alienígenas. La vida, las pasiones y las aventuras de Joshua Russell se cuentan en un entramado de conspiraciones, peligros e insidias para nuestro planeta. Emociones, amistad y suspense se mezclan con temas importantes como la ecología, la guerra, los riesgos de la tecnología para la vida humana pero, sobre todo, con la ética y el honor. Los acontecimientos de la vida del protagonista y de sus amigos te harán sonreír y conmover pero también reflexionar sobre el futuro de la Tierra, cada vez más superpoblada y contaminada. Será imposible no identificarse con los personajes descritos y no compartir sus emociones.

La historia comienza en el 2071 y está ambientada en América. Joshua es un muchachito de quince años pero ya rico y famoso por haber inventado, con sólo nueve años, una batería revolucionaria capaz de conseguir mover los robots durante muchas horas. El pequeño genio es un apasionado de los torneos de lucha entre robots y desde hace años intenta construir uno que sea capaz de ganar. Mientras está probando su último autómata Joshua se encuentra con un extraño robot que, al principio, intentará matarlo pero, a continuación, se convertirá en su mejor amigo y su compañero de aventuras y le ayudará a salvar el mundo de una peligrosa amenaza alienígena.

Joshua, ahora ya adulto, deberá enfrentarse a nuevos retos que lo llevarán a combatir en una guerra en otros planetas contra nuevos enemigos y serán sus decisiones, sus invenciones y su valentía los que decreten el futuro de la humanidad.

Capítulo I

Raptor

El muchacho había acabado de conectar la última tarjeta, aquella más importante, sin ella el Robot no podía ser controlado, luego se había puesto, sobre los antebrazos y las pantorrillas, los controles que servían para moverlo.

Le dijo que se levantase del banco de trabajo, le hizo trasladar algunos carritos llenos de herramientas para liberar un poco de espacio, luego intentó unos movimientos para verificar que todo funcionase a la perfección. Dio unas patadas, primero hacia abajo, luego hacia arriba, se puso en posición defensiva y comenzó a dar puñetazos como si tuviese delante un saco de boxeo. El robot repetía cada uno de sus movimientos en los más mínimos detalles.

« ¡Bien, funciona!» exclamó.

« ¡Este año espero estar entre los diez primeros!»

Decidió llamarlo Scorpion para distinguirlo de las versiones anteriores. El robot tenía una altura de cerca de dos metros, tenía forma humana y estaba fabricado con una aleación especial, ligera pero muy resistente, lo había construido él cuando tenía diez años, pero lo había perfeccionado sólo con el tiempo.

El muchacho se llamaba Joshua Russell y tenía quince años. Había conseguido alcanzar un buen nivel de calidad constructiva, había mejorado la estética del Robot pero, sobre todo, el funcionamiento, también porque estaba cansado de verlo destrozado todos los años en el torneo de lucha de robots que se desarrollaba en New York en el mes de mayo.

Por suerte su padre tenía un taller y había podido ayudarlo en el ensamblaje de las partes mecánicas, pero lo que tenía que ver con la electrónica y el software era todo cosa suya. La parte principal y más importante del robot era la batería especial que él había inventado con nueve años y que le había valido el título de “Super genio del año 2065”.

El mayor problema para hacer funcionar a los autómatas antropomórficos que ahora ya, con funciones y precios distintos, ayudaban al hombre en muchas actividades, era la energía. Necesitaban mucha y las baterías capaces de suministrarla eran demasiado pesadas y grandes para poder meterlas dentro de los robots. Este había sido el motivo de su escasa difusión y por esto su invento había sido revolucionario y había puesto en marcha su elaboración.

Había conseguido inventar una batería tan grande como un paquete de cigarrillos pero capaz de suministrar la energía necesaria para que el robot pudiese realizar acrobacias durante unas horas.

Este invento había traído mucho dinero al magro presupuesto familiar, permitiendo a su familia, que tanto había invertido en pagarle las mejores escuelas, vivir cómodamente y a él participar en las clases de artes marciales y en el famoso torneo de lucha entre robots.

Una ley prohibía dotar de inteligencia a los robots que, por lo tanto, no debían ser capaces de moverse por sí solos, sino que debían ser dirigidos a través de diversos tipos de telecomandos, dependiendo del uso que se le pretendía dar.

Los robots para el combate permitían que los muchachos descendiesen al ring sin riesgo de hacerse daño. En los edificios construidos para los combates existían tres rings: uno más grande donde se enfrentaban los robots y otros dos más pequeños, colocados a los lados, donde los propietarios, con los controles puestos, transmitían las órdenes para hacerles luchar sin estar en contacto con ellos.

Joshua había participado ya tres veces en el torneo pero con pésimos resultados, algunos robots adversarios era lo mejor que la robótica podía suministrar, más veloces, más ligeros y con una mecánica realmente superior a la del suyo. Su excelente conocimiento de las artes marciales lo había ayudado a llegar, como mucho, al décimo puesto que, de todas formas, dado el gran número de participantes, era una posición muy respetable.

« ¿Para qué me sirve ser cinturón negro si luego ese estúpido robot, para hacer el mismo movimiento, necesita un siglo?» se había preguntado a menudo.

La última versión de su juguete prometía avances evidentes, pero no podía saber cuánto habían mejorado los adversarios.

Decidió probarlo fuera del cobertizo para las herramientas que el padre había construido en el terreno cercano a su espléndida villa y que servía incluso de cobertura al refugio subterráneo contra los huracanes. El muchacho se puso unos metros detrás del robot, lo encendió por medio de un botón en el controlador del brazo izquierdo y comenzó a caminar, a cada paso suyo correspondía uno del robot.

«Hasta aquí todo bien, veamos cómo te las apañas ahora», pensó todo contento.

Así que comenzó a correr detrás del robot y, dado que no conseguía alcanzarlo, dedujo que iba más rápido que él. Se paró para tomar aliento, luego probó algunos movimientos que había aprendido en la escuela de artes marciales, unas tijeras1, unas patadas arriba, unos saltos y para reírse un poco comenzó a hacerle adoptar movimientos divertidos, gestos de burla y algún paso de danza, en el fondo era un chavalito aunque dotado de una inteligencia superior.

Quedó satisfecho por cómo respondía su creación a sus movimientos, decidió, por lo tanto, poner a prueba la fuerza y le hizo levantar una gran piedra. El robot realizó con éxito todas las órdenes, a continuación, aunque un poco reticente, Joshua intentó que golpease un árbol para comprender la potencia de los golpes que era capaz de asestar. Dio una patada al tronco que crujió ruidosamente, luego lo golpeó con un puño separando una gran porción de corteza. No quiso ensañarse más con el pobre árbol, aunque quedó un poco desilusionado por no haber obtenido mejores resultados.

Se dio cuenta de que se había alejado demasiado, había llegado hasta el confín del bosque que rodeaba un pequeño lago. No tenía nada que temer, nadie le habría hecho daño siempre que pudiese usar su Scorpion para defenderse, pero, de todos modos, decidió volver a casa.

De repente oyó un ruido que provenía del bosque, parecían unos pasos muy pesados, como los de una criatura metálica, pensó que algún otro competidor del torneo había venido al bosque para hacer algunas pruebas. Era curioso y quería ver a dónde habían llegado sus adversarios; se adentró entre los árboles permaneciendo atento a no golpear su costoso juguetito para no hacer ruido y arriesgarse a ser descubierto. En ese momento Joshua se dio cuenta de que tendría que haberle puesto una micro cámara para tener también el punto de vista de su autómata.

Vio un robot a lo lejos que se parecía a un hombre muy robusto. Era de color gris oscuro como el cañón de un fusil y brillaba bajo la luz del sol que pasaba a través del denso bosque.

El robot tenía un aspecto muy amenazador, no como ciertos autómatas ridículos que había visto en el torneo. En la cara tenía dos ojos luminosos y también una mascarilla semejante a la de los cirujanos, pero transparente y angulosa como un diamante, que cubría su boca. No tenía un aire muy tranquilizador y se movía lentamente entre los árboles.

Joshua se dio cuenta de que el robot podía ver porque continuaba moviendo la cabeza en todas las direcciones como si buscase algo, pero quedó estupefacto sobre todo al notar que no lo guiaba nadie.

De repente lo vio correr a una velocidad impresionante y se percató de que con un con un golpe del hombro había sacado de sus raíces un árbol, se quedó estupefacto, pero lo que vio después, en cambio, lo aterrorizó. El robot había golpeado algo que había perseguido entre la vegetación durante unos momentos. Pero lo que había hecho temblar las piernas del chaval había sido un potente haz de luz, parecido a un láser, que había salido desde un pequeño agujero en el centro del pecho del robot, que impactó violentamente contra el suelo.

« ¡Está prohibido! ¡Maldición, está prohibido insertar armas en los robots! ¡Si son estos mis adversarios no tengo ninguna posibilidad de vencer!», pensó enfadado y frustrado.

Hizo que su autómata se escondiese detrás de un gran árbol y apagó el controlador para poder moverse con libertad sin llevarlo detrás. Se acercó para poder ver mejor, mientras tanto el robot se había inclinado para recoger el objetivo que acababa de golpear. Un gran conejo pendía, ahora ya sin vida, de sus grandes manos metálicas.

« ¡Qué cabrón, utiliza el robot para cazar conejos!» exclamó.

Luego se quedó asombrado cuando se dio cuenta de que no sólo aquel extraño robot veía fantásticamente sino que también era capaz de escuchar y ahora lo miraba con aire amenazador. Sintió que la sangre se le helaba en las venas y un escalofrío comenzó a recorrer su joven espalda.

« ¡Maldición! Ahora sí que estoy en problemas» pensó mientras intentaba alejarse.

El extraño robot comenzó a correr hacia él, que, mientras tanto, había comenzado a huir.

« ¡Estoy acabado! ¡Madre mía, estoy perdido!»

« ¡Ayuda! ¡Ayuda!» gritó.

Debía hacer algo, su mente de joven genio debía encontrar una solución, pero tenía mucho miedo, no conseguía pensar, hasta que, de repente, se acordó de Scorpion. Se dirigió corriendo a lo loco hacia su robot que había quedado inmóvil detrás de un árbol, le sobrepasó algunos metros, se escondió también él detrás de un gran árbol y encendió el controlador. En cuanto vio llegar al otro robot a toda velocidad hacia la izquierda de su criatura, asestó, con toda la fuerza de que era capaz, una patada hacia arriba con la pierna derecha hacia su izquierda, lo mismo hizo Scorpion, golpeando en plena cara al extraño autómata que voló unos metros cayendo sobre la espalda y quedando inmóvil.

Joshua se había quedado paralizado por el miedo debido al riesgo que había corrido, a duras penas conseguía contener las lágrimas. El muchacho estaba convencido que si no hubiese tenido éxito su tentativa, lo habría matado.

Salió de detrás del tronco para ver si aquel maldito robot todavía estaba en el suelo, se puso contento al constatar que no se había movido ni un centímetro, lo había dejado KO.

«En cuanto descubra al propietario de esta cosa haré que tenga un montón de problemas» susurró para sí mismo.

Apagó el controlador y se acercó con cuidado, todavía le temblaban las piernas. El gran golpe inflingido por Scorpion había hecho pedazos la mascarilla que, hecha de un material parecido al vidrio, cubría la zona de la boca.

Abrió los ojos como platos y quedó sin palabras al ver la cabeza y los brazos de una especie de hombre, de una altura de más o menos 15 centímetros, que salían de la fisura detrás de la mascarilla rota. Aquel ser yacía inmóvil, tendido sobre la cara del robot, vestido con un uniforme y con unas botas semejantes a aquellas de los pilotos de aviones militares. Joshua tuvo que sentarse en el suelo porque las piernas no le sostenían y quedó observando aquella criatura, ya sin vida, durante unos minutos, mientras intentaba comprender lo que había sucedido y acerca de lo que se había presentado ante sus ojos incrédulos.

Decidió armarse de valor, aferró aquel pequeño ser delicadamente por debajo de los brazos y le dio la vuelta para verle el rostro. Tenía la cara más parecida a la de una lagartija que a la de un hombre, incluso el color de la piel era bastante verdoso, no tenía cola, sin embargo, y las manos parecían más las de un ser humano que las patas de un reptil.

Comprendió que aquella cosa no podía pertenecer a la tierra, es más, estaba seguro que era una forma de vida alienígena. Ese extraterrestre tan pequeño por sí solo no representaba un peligro para la Tierra pero, guiando unos robots tan fuertes y eficientes, si fuesen muchos, representarían una amenaza para todo el género humano.

No sabía qué hacer, estaba lleno de ideas y dudas, su cerebro de joven genio estaba valorando todas las posibles soluciones, examinando todos los aspectos y sopesando cada elección. Ir a las autoridades era la única solución plausible pero no podía dejar escapar esta oportunidad. Quería estudiar aquel robot, descubrir sus secretos, comprender de dónde venía toda aquella fuerza y aquella velocidad y cómo hacía para escuchar y ver. No podía dejar que las autoridades lo privasen de una ocasión tan golosa y que se llevasen aquel autómata tan avanzado tecnológicamente; decidió, por lo tanto, que lo entregaría sólo después de haberlo estudiado con todo detalle.

Volvió a encender el controlador e hizo que su Scorpion levantase del suelo al autómata, él recogió al pequeño alienígena y juntos se dirigieron hacia el cobertizo. En cuanto llegaron hizo que lo posara sobre la mesa de trabajo, puso al pequeño en un tarro de vidrio y lo colocó encima de un estante, luego comenzó a mirar con atención el robot mientras intentaba comprender cómo abrirlo, pero no veía ni tornillos ni remaches. Miró dentro de la fisura de donde había salido el alienígena y se dio cuenta que sólo había un cómodo asiento negro dentro de una especie de habitación blanca, pero no había controles ni instrumentos, no conseguía explicarse cómo hacía para pilotarlo.

Observó que delante del asiento había un pequeño cuadrado verde que resaltaba porque era de un color distinto del interior del habitáculo. Se acercó para mirar mejor y vio la forma de la mano del alienígena impresa sobre el cuadrado, pensó, por lo tanto, en un dispositivo de reconocimientos por huellas digitales. Se preguntaba para qué podía servir pero no conseguía explicárselo, quizás servía para pilotar el robot o para identificarse. Intentó tocarlo con el índice de la mano derecha pero fue golpeado por una violenta descarga eléctrica que lo hizo salir disparado algunos metros del banco de trabajo haciendo que perdiese el sentido.

Comenzó a volver en sí después de unos minutos pero la fuerte descarga lo había dejado sin fuerzas. Joshua estaba tirado en el suelo con los ojos cerrados y la cara apoyada en el pavimento, pero en su mente continuaba viendo el techo del cobertizo. A pesar de tener los ojos cerrados, esa imagen era muy nítida y el muchacho no conseguía entender de dónde venía.

Abrió los ojos y vio el pavimento, volvió a cerrar los párpados y se encontró de nuevo observando el techo. Continuó a cerrar y a abrir los ojos durante unos minutos, buscando una explicación, luego se levantó de golpe atemorizado por las conclusiones a las que había llegado. Veía con los ojos del robot alienígena, no lo podía creer, tocar el pequeño panel había creado una conexión mental entre ellos.

« ¡He aquí la forma en que pilotaba la lagartija!» exclamó satisfecho.

Joshua se acercó al robot, le posó la mano sobre el pecho y el metal que lo recubría se abrió. Vio una especie de caja torácica que contenía un material que se movía, seguro que no era biológico, con pequeños tubos dentro de los cuales un líquido verdoso discurría velozmente. En el centro había una esfera metálica, nunca había visto nada semejante, tendría que desmontarlo pieza a pieza para comprender bien el funcionamiento. El muchacho acercó un dedo a aquel objeto metálico y lo acarició y vio que había comenzado a girar, primero en el sentido horario, luego al revés, repitiendo los mismos movimientos muchas veces pero siempre a más velocidad. De repente la esfera se abrió y una luz cegadora emanó de ella, iluminando, como si fuese de día, todo el cobertizo.

Ya no veía nada, la luz era demasiado fuerte, intentó cubrirse los ojos con las manos, pero estaba deslumbrado como si tuviese el sol delante del rostro. Cogió la máscara de soldador de la estantería y se sirvió de ella para cubrirse la cara, consiguiendo de esta manera, después de unos segundos, reabrir los ojos.

Volvió a acercarse al robot para mirar de dónde había salido toda aquella luz y vio un objeto luminoso, tan grande como una pelota de tenis, amarilla y cegadora como el sol, que fluctuaba en el interior de la esfera metálica. Tocó de nuevo la envoltura y ésta se cerró de nuevo volviendo la penumbra al cobertizo.

« ¡Ésta sí que es una batería!» gritó, cada vez más alucinado por la tecnología de los extraterrestres.

«Estos alienígenas están centenares de años más evolucionados que nosotros» pensó volviendo a cerrar con un sencillo toque el pecho del robot.

«Debo conseguir controlarlo» dijo mientras se sentaba en el taburete al lado del banco de trabajo.

Cerró los párpados y de nuevo vio aquello que los ojos del robot seguían mirando.

« ¡Levántate!» ordenó.

Delante de la imagen del techo comenzaron a aparecer unos signos, parecidos a los jeroglíficos, que pasaban en rápida sucesión, luego, a la derecha de los jeroglíficos aparecieron unas palabras, como si todo el diccionario de la lengua inglesa estuviese siendo hojeado. Pasaron unos minutos, luego, de repente, aparecieron unas frases y una voz de tono bajo, tanto que daba miedo, comenzó a resonar en la cabeza del muchacho.

«Conversión lingüística efectuada.»

«Análisis de los circuitos completado.»

«Setup actualizaciones nuevo comandante, efectuado con éxito.»

«INMX1 listo y a la espera de órdenes. Definir modalidad.»

« ¿INMX1 es tu nombre?» preguntó Joshua indeciso.

«Sí, comandante» respondió el robot.

A continuación, repitió: «Definir modalidad.»

El chaval quedó un momento en silencio, perplejo, luego ordenó: «Enumera modalidades.»

«Modo reposo, modo lento, modo veloz, modo combate. Definir modo.»

«Modo lento» dijo Joshua, intentando adivinar,

«A partir de hoy tu nombre será Raptor» ordenó el muchacho después de haber reflexionado durante unos segundos.

«Sí, comandante» respondió el robot.

El joven estaba cada vez más incrédulo pero, al mismo tiempo, sentía una fuerza y una seguridad que no había probado antes. Podía impartir órdenes sólo con el pensamiento sin tener que mover, como una marioneta, un inútil robot con el cual no podía interaccionar de ninguna manera.

Cogió de la cajonera un folio de un material azul parecido al plexiglás pero mucho más maleable, cortó dos rectángulos y los pegó sobre el rostro del autómata para recrear la mascarilla que se había roto en el bosque y cubrir la fisura de la cabina del piloto.

A continuación volvió a poner a prueba sus capacidades, pensó un momento y ordenó:

«Se ha hecho de noche, enciende las luces Raptor.»

El robot se dirigió hacia el interruptor y encendió las luces. Joshua estaba asombrado, no era necesario explicarle qué hacer u ordenar cada movimiento, bastaba con impartirle una orden y él la seguía sin dudar.

«Coge mi bebida preferida» dijo, intentando impartir una orden más compleja.

El robot se dirigió hacia el pequeño frigorífico, lo abrió y cogió una lata de Coca Cola, volvió con el chaval y se la dio con delicadeza. La conexión mental era tan profunda que Raptor podía acceder a todas las informaciones necesarias para completar la orden recibida, sin tener necesidad de recibir aclaraciones o explicaciones. Lo conocía mejor que su madre y tenía un poder inmenso. El joven hinchó el pecho y sonrió satisfecho. ¿Qué más podía desear?

Joshua comenzó a fantasear sobre lo que podría hacer con su nuevo amigo, pensó en el torneo y en cómo podría ganarlo con facilidad. No quería usarlo, porque creía que no sería leal con respecto a los otros adversarios, luego, pensándolo mejor, llegó a la conclusión de que, hasta ese momento, luchar contra las multinacionales de la Robótica, con los inmensos fondos de que disponían y con los innumerables científicos que cada día trabajaban para crear robots cada vez más evolucionados y potentes, no había sido para nada leal y le había producido numerosas y humillantes derrotas. Ahora tenía la posibilidad de limpiar su nombre y pagarles con la misma moneda.

Mientras pensaba en lo que podría hacer con su nuevo juguete, se dio cuenta de que su padre y su madre le harían algunas preguntas y querrían una explicación, debía inventarse algo para justificar la existencia del nuevo robot y debía hacerlo con rapidez antes de que sus padres volviesen a casa.

Siguió pensando en algunas posibles soluciones, pero todas le parecían poco plausibles, hasta que tuvo una corazonada. Cogió el teléfono móvil, llamó a su amigo Lucas Martin y le dijo que viniese rápidamente porque habían sucedido algunas cosas increíbles y no podía explicarlas por teléfono.

Lucas llegó corriendo unos minutos después, afortunadamente vivía cerca. Joshua le explicó con pelos y señales todo lo sucedido en el bosque, le mostró al alienígena en el tarro y le hizo una demostración de las capacidades del nuevo robot. Le explicó el motivo por el cual no había ido a las autoridades, luego le pidió que le ayudase para dar una explicación a sus padres.

Estudiaron un plan perfecto. Dirían que el robot pertenecía a Lucas, que no había conseguido inscribirlo en las eliminatorias del torneo a tiempo y que, por lo tanto, al ser mejor que el robot de Joshua, se lo había prestado encantado. Su versión de los hechos parecía bastante creíble ya que el padre de Lucas, que era un millonario al mando de una multinacional y senador, compensaba su continua ausencia y el escaso interés por su hijo y la familia con costosos regalos. El padre del pequeño inventor nunca habría pedido una confirmación al padre de Lucas porque no tenían buenas relaciones debido a una vieja cuestión de confines de las propiedades.

Esperaron juntos la llegada de los padres de Joshua, definiendo, mientras tanto, algunos detalles y enterrando el cuerpo del pequeño alienígena en el terreno cercano al cobertizo para evitar que pudiese ser encontrado por alguien. Lucas había conseguido sacarle la promesa de que, si se le presentaba otra oportunidad, le procuraría también a él otro robot alienígena.

Cuando el padre del pequeño genio llegó al cobertizo para buscar a su hijo, los muchachos le contaron la historia que habían inventado. El padre no tuvo ningún problema en creerles, es más agradeció a Lucas su amabilidad y le pidió que también le diese las gracias a su padre que había dado su consentimiento. Parecía contento por su hijo que, después de tantas humillaciones tenía, por fin, un buen robot para el torneo.

Joshua ordenó mentalmente a Raptor ponerse en modo reposo y salió del cobertizo junto con su padre y su amigo, se despidieron y cada uno se dirigió hacia su propia casa. En cuanto llegó a casa contó también a su madre la historia del préstamo. La mujer, que era menos ingenua que su marido, estaba perpleja y comenzó a hacer un montón de preguntas. Quería saber por qué motivos la familia de Lucas había accedido al préstamo, considerando que la posibilidad de la destrucción del robot no era tan remota. El chaval explicó que el juguete de su amigo era muy fuerte y que no sería destruido y si, desafortunadamente, esto ocurriese, lo pagaría él con su dinero.

Los padres, que habían sido unos pobres obreros y que debían a su hijo la repentina riqueza, ante aquellas palabras se callaron reconociendo que Joshua no era un imprudente, sino que había demostrado siempre tener la cabeza bien plantada sobre los hombros a pesar de su juventud.

Cenaron y se fueron a la cama. Joshua no conseguía conciliar el sueño, continuaba pensando en lo que había sucedido, en la responsabilidad que había asumido al no advertir a las autoridades. Pensaba en las consecuencias, incluso penales, que su gesto comportaba y qué podría suceder si fuese descubierto, pero era demasiado tarde para dar marcha atrás y, sobre todo, no quería renunciar a la sensación de poder que su nuevo robot le transmitía.

Intentó ponerse en contacto con él, sentía que la conexión estaba todavía activa a pesar de la distancia.

«Raptor, ¿estás durmiendo?» preguntó.

Enseguida, la voz cavernosa del robot, resonó dentro de su cabeza.

«No, comandante, yo no duermo jamás.»

« ¿Cuántos hay como tú en la tierra?»

«Yo soy el primero, pero muy pronto habrá otros.»

« ¿De dónde venís?»

«Yo he sido construido en la tierra.»

« ¿Quiénes son esos seres parecidos a lagartijas que te han construido?»

«No lo sé, Comandante, toda la información sobre ellos ha sido borrada en el momento de la desconexión.»

« ¿Cómo os desconectáis?»

«Sólo la muerte del comandante puede permitir la desconexión, o también una excesiva distancia entre nuestras mentes.»

« ¿Cuál es la distancia máxima?»

«Con el comandante anterior la conexión no era buena, su mente no le permitía alejarse más allá de los veinte centímetros.»

« ¡Por esto el alienígena estaba obligado a permanecer dentro del robot, no podía manejarlo desde más lejos a causa de la poca potencia de sus ondas cerebrales!» pensó el chaval.

« ¿Ente nosotros cuál es la distancia máxima?» preguntó, cada vez más curioso.

«Tu capacidad telepática es enorme, tus ondas cerebrales son muy fuertes, la conexión es excelente, puedo estimarla en más de unos cientos de kilómetros, aproximadamente.»

« ¿Me eres fiel o todavía estás conectado a tus constructores?»

«Mi mente es una extensión de la tuya, yo no existo sin conexión, tú eres el comandante, tus enemigos son también los míos.»

«Gracias Raptor, ahora intentaré dormir. Buenas noches»

Le hubiera gustado continuar haciendo preguntas, pero se dio cuenta que tenía todo el tiempo del mundo para aclarar cualquier duda, mientras que la necesidad de procesar la información recibida era más urgente.

Continuó reflexionando sobre las respuestas recibidas del robot. Él era el primero pero habría otros, así que dedujo que todavía los estaban construyendo. Había sido fabricado en la tierra, por lo tanto los alienígenas debían tener una base en nuestro planeta en la que poder construir los robots.

Pensó que, en efecto, para transportar unos autómatas tan grandes necesitarían unas astronaves enormes, muy fáciles de identificar por los radares militares, mientras que, dadas sus pequeñas dimensiones, los alienígenas podrían descender sobre la Tierra en pequeñísimas naves espaciales sin ser observados. Podían haber llegado a nuestro planeta hace muchos años sin ser vistos por nadie. Había lugares inexplorados en los que podían refugiarse y vivir sin entrar jamás en contacto con un ser humano.

«Entonces, ¿por qué construir unos robots? ¿Cuáles son sus intenciones? Seguramente no son buenas» pensó.

«Construyen robots para enfrentarse a los humanos, en caso contrario la lucha sería desigual. Quizás no se contentan con ser unos huéspedes, quieren dominar el planeta, eliminar a los principales competidores por la comida. Yo represento, por lo tanto, una amenaza para ellos, soy el único que conoce su existencia y sólo con mi muerte podrían recuperar el robot.»

A pesar de todos aquellos pensamientos y un poco de miedo por la incertidumbre sobre su destino, finalmente cayó agotado en un profundo sueño.

Al día siguiente se despertó temprano y corrió enseguida a ver a su nuevo amigo para jugar con él. Sabían hacer las mismas cosas, lo retó a jugar al baloncesto, al fútbol, pero, por desgracia, no tenía ninguna posibilidad de poder vencerlo, conocía los deportes igual que su comandante pero tenía unas dotes físicas inmensamente superiores. Lo retó, por lo tanto, a una partida de ajedrez y después de unos cuantos empates consiguió vencerle.

Pasaron así algunos días, la amistad entre los dos crecía y se reforzaba. El muchacho estaba cada vez más encariñado con el robot y Raptor le correspondía sintiéndose cada vez más unido a su nuevo comandante. Joshua se olvidó de los alienígenas, dejó de preocuparse por si su vida estaba en peligro y, sobre todo, dejó de preguntarse cómo no habían aparecido todavía.

Llegó el día del torneo. Joshua se puso los controladores para fingir que el robot era controlado con el telemando y con la mente le ordenó que subiese al auto de su padre. Lucas no había podido venir porque todavía estaba ocupado con la escuela pero prometió que en cuanto le fuese posible le haría compañía.