Kitabı oku: «La democracia es posible»

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Ernesto Ganuza es sociólogo en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. Su investigación se ha desarrollado en torno a la democracia y los mecanismos que pueden contribuir a mejorar su práctica. Esto le ha llevado a trabajar sobre cuestiones relacionadas con los procesos de innovación democrática (funcionamiento de los mecanismos y procedimientos; impacto de los procesos), así como los elementos que dificultan o contribuyen a mejorar las relaciones democráticas (la polarización política, la implicación pública, la capacidad de argumentación de la ciudadanía o la génesis y desarrollo de la protesta social). Fue el impulsor junto a otros investigadores del IESA-CSIC de las primeras encuestas deliberativas realizadas en España (2007 y 2008). Es miembro fundador de la asociación Antígona Procesos Participativos (https://antigona.info/), orientada a asesorar en la implementación de procesos de innovación democrática. Vivía hasta hace poco en Córdoba y vive ahora en Madrid.


Arantxa Mendiharat es licenciada en Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Políticos de Burdeos, Francia, y titular de un Máster en Gestión cultural de la Universidad Heriot-Watt de Edimburgo. Lleva en paralelo la cocreación y gestión de proyectos culturales ligados a la transformación social (Borradores del futuro) y el codiseño e implementación de procesos deliberativos.

Es y ha sido parte de colectivos ligados a la economía social (mecambio.net), procesos colaborativos (Wikitoki y Arquitecturas colectivas), y ha trabajado en la búsqueda de nuevos modelos de democracia basados en el sorteo y la deliberación como cofundadora de democraciaporsorteo.org, de Deliberativa y de la red internacional Democracy R&D. Vive en Bilbao.


Fotografía: Elssie Ansareo

La democracia es posible

Sorteo cívico y deliberación para rescatar el poder de la ciudadanía

Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat


Autoría Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat

Corrección Sonia Berger

Diseño de colección Rosa Llop

Imagen de cubierta Joan Negrescolor

Producción del ePub Bookwire

Edición consonni

C/ Conde Mirasol 13-LJ1D

48003 Bilbao

www.consonni.org

Primera edición en español:

septiembre de 2020, Bilbao

ISBN: 978-84-16205-59-2

Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional (CC BY-NC-ND 4.0). Los textos, traducciones e imágenes pertenecen a sus autoras/es.


consonni es una editorial con un espacio cultural independiente en el barrio bilbaíno de San Francisco. Desde 1996 producimos cultura crítica y en la actualidad apostamos por la palabra escrita y también susurrada, oída, silenciada, declamada; la palabra hecha acción, hecha cuerpo. Desde el campo expandido del arte, la literatura, la radio y la educación, ambicionamos afectar el mundo que habitamos y afectarnos por él.

Índice

Prólogo

1. Banalidad y fatiga democrática ¿Hay alternativas al actual sistema político?

2. Cómo el sorteo (y la deliberación) puede(n) organizar la política

3. El sorteo y la idea de que cualquiera puede participar

4. El sorteo como elemento central en la Grecia clásica y su reaparición a finales del siglo XX

5. El sorteo, la deliberación y el poder de decidir: las Asambleas Ciudadanas (años 2000)

6. El sorteo y la deliberación en marcha: tres casos destacados

7. En pocas palabras: ¿qué es el sorteo cívico?, ¿cómo funciona? y ¿para qué sirve?

¿Hacia otro sistema político?

Agradecimiento de las personas autoras de este libro

Prólogo
Previsión: peligro
Jane Mansbridge
1. Tormentas por delante

Mientras escribo, la pandemia del COVID-19 está mostrándonos en todo el mundo lo conectadas que estamos las personas y lo frágiles que son nuestros sistemas interconectados. Nos enseña cuán profundamente desiguales son esos sistemas, empujando a la muerte a muchos mientras unos pocos continúan con relativa comodidad. Está mostrando lo difícil que es para nosotros resolver problemas de manera efectiva y trabajar juntos colectivamente. Al mismo tiempo, también muestra cuán valientes somos muchos de nosotros, arriesgando nuestras vidas por otras personas y cuán agradecidas podemos estar, tanto colectiva como individualmente, por esos muchos actos de heroísmo cotidiano.

Sin embargo, no hemos visto lo peor. Esta pandemia forma parte de lo que yo llamo «problemas del gorrón» (de free-rider) y que otros calificaron de «problemas de acción colectiva». Estos causarán durante muchos años tanto crisis épicas como una lenta corrosión en la capacidad colectiva. El sorteo, o el «sorteo cívico», es un enfoque innovador para poner algunos de esos problemas bajo nuestro control colectivo. Aquí explicaré brevemente la lógica de la acción colectiva, la forma en que el problema de los gorrones (free-riders) crea crecientes necesidades de coerción estatal, y la importancia que tiene la solidaridad, el deber y la coerción legítima para resolver esos problemas. Por coerción, o poder coercitivo, me refiero a lograr que las personas hagan algo en contra de su voluntad mediante la amenaza de sanción o el uso de la fuerza. En el futuro no solo necesitaremos cada vez más solidaridad mutua y deber cívico, sino también, por razones que explicaré, cada vez más coerción estatal.

Las deliberaciones bien diseñadas de ciudadanos seleccionados mediante sorteo cívico pueden ayudar a aumentar nuestro sentido de solidaridad y deber, a la vez que refuerzan la legitimidad de la coerción. El sorteo cívico tiene problemas potenciales, pero también grandes fortalezas. Este libro muestra cómo el sorteo cívico, una institución central en el inicio de la democracia en Atenas, ha resurgido lentamente durante el último medio siglo en respuesta a la legitimidad fundacional de tantas democracias.

Las próximas cinco décadas son inimaginables. Podemos esperar grandes disrupciones y grandes mejoras en nuestras vidas, pero no podemos adivinar fácilmente cuáles serán. Si logramos salir adelante será porque, como los seres humanos han hecho a lo largo de la historia, nos reinventaremos. El sorteo cívico es una forma creativa y muy prometedora de reinvención.

2. La necesidad de mayor coerción estatal para proteger los bienes comunes

A mediados del siglo XX, algunos seres humanos descubrieron la lógica del problema del gorrón. Al igual que la lógica de la oferta y la demanda, la esencia de esta lógica moduló la toma de decisiones humanas desde tiempos inmemoriales y llevó siglos formularla con claridad. Sin embargo, una vez hecho, nadie pudo discutirla. Solo se debatían sus implicaciones.

¿Qué es esta lógica? Comienza con nuestra necesidad de lo que llamaré «bienes de uso libre». Son bienes que, una vez producidos, cualquiera puede usar sin pagar. Una carretera gratuita es un bien de uso gratuito. También la defensa común. La ley y el orden. El aire limpio. Un clima estable. O una interacción libre de virus en un espacio público. El problema con los productos de uso libre es que, si se pueden obtener gratuitamente, tenemos pocos incentivos para pagarlos. Como resultado, no suelen producirse mucho. Muchas personas contribuyen voluntariamente a producir bienes de uso libre. Actúan por motivos de deber, diciéndose a sí mismas, mientras contemplan la idea de no contribuir: «Pero ¿qué pasaría si todas las personas hicieran eso?». También actúan por motivos de empatía y solidaridad, poniéndose en el lugar de las demás personas y no queriendo decepcionarlas. Se incorporan voluntariamente para construir el camino. Se ofrecen como personas voluntarias para la defensa común. Se abstienen de hacer trampas y robar porque eso es lo correcto. Se quedan en casa cuando están enfermas o usan máscaras para no poner en peligro a nadie más.

Sin embargo, no todo el mundo actúa desde el deber y la solidaridad. Algunas personas simplemente usan los bienes que otros producen e ignoran sus propias obligaciones. Se aprovechan de los esfuerzos de otras personas. Los productos de uso libre llevan a los problemas del gorrón (free-rider).

Introduce la coerción. Esta es la solución humana milenaria al problema del free-rider, reconocida en la práctica mucho antes de su formulación lógica. Introduce lo que yo llamo una «periferia coercitiva» para proteger y mantener el «núcleo moral». Un ceño fruncido o una palabra altisonante entre personas íntimas, una amenaza implícita o explícita de represalias entre personas cuya reputación puede ser conocida, y la coerción estatal entre personas que no se conocen sirve para disuadir a aquellas personas que de otro modo «desertarían» o no contribuirían voluntariamente. Las multas por no pagar impuestos permiten a «buenos» ciudadanos pagar sus impuestos voluntariamente sin ser tomados por tontos.

La coerción ayuda a mantener un nicho ecológico en el que el deber y la solidaridad pueden sobrevivir. Para evitar que el incentivo extrínseco de la coerción expulse los incentivos intrínsecos del deber y la solidaridad, la coerción debe ser mínima, bien diseñada y, lo más importante, legítima. De manera problemática, a medida que el mundo se vuelve más interdependiente y nuestras actividades humanas crean más «externalidades» que afectan a las demás personas sin que tengamos que pagar los costos, el número de problemas causado por la lógica del gorrón aumenta rápidamente, posiblemente exponencialmente. Debido a que se producen tantas interacciones entre personas desconocidas, para quienes las represalias voluntarias individuales «ojo por ojo» a menudo son imposibles, el problema del gorrón tiende a producir una demanda creciente de coerción estatal.

Todavía no tenemos los recursos conceptuales o institucionales para hacer que ese aumento en la coerción estatal sea tan legítimo como necesario. Por esta razón, entre otras, la confianza en los gobiernos está cayendo hoy en día en muchas democracias.

3. Posibles salidas: innovaciones democráticas

La innovación democrática es crucial. Aquí el sorteo cívico más la deliberación ciudadana, combinadas en alguna de las versiones que se hacen de una asamblea ciudadana, están emergiendo rápidamente como un potencial complemento del gobierno electo, que puede aumentar la solidaridad, el deber ciudadano y la legitimidad de las decisiones estatales.

Reducir la corrupción en el gobierno es fundamental para la legitimidad. El corto plazo por el que los ciudadanos elegidos al azar son elegidos (un fin de semana o muchos fines de semana durante un año) tiende a prevenir la corrupción. Una asamblea ciudadana deliberativa también puede justificar una legislación que podría descartarse como producto de la corrupción.

La descentralización también es importante para la legitimidad, tanto porque la solidaridad cívica y el deber a menudo son más fuertes a nivel local como porque la coerción necesaria puede adoptar formas más aceptables a nivel local. Sin embargo, nuestra interdependencia en constante aumento requiere enfoques comunes para problemas comunes. Las asambleas ciudadanas pueden reunir un microcosmos de toda la sociedad en condiciones tales que sea posible el conflicto, se aclaren tanto intereses comunes como conflictivos, se fomente la creatividad y se promueva el entendimiento mutuo, el compromiso y la resolución de problemas en lugar de la polarización hostil.

Idealmente, ¿qué necesitamos? Una muestra representativa de ciudadanos lo suficientemente grande como para reflejar la diversidad de la población con al menos una pequeña masa crítica de cada uno de los grupos poblacionales relevantes. Incentivos y apoyo para que personas habitualmente marginadas aparezcan en números representativos. Tiempo para absorber la importante información de fondo, reunirse y cuestionar a un grupo equilibrado de personas expertas, y discutir los problemas entre las personas con cierta profundidad. Buena facilitación en grupos pequeños. Lograr todo esto es costoso y difícil. Sin embargo, grupos más pequeños y menos organizados pueden proporcionar valiosos consejos tanto a la ciudadanía como a los legisladores. Cuanto mayor es el poder de una asamblea ciudadana, más dependerá su legitimidad del buen diseño. Esa legitimidad también depende de su vínculo con otros ciudadanos. Sin un vínculo electoral, la rendición de cuentas vuelve a su significado original: dar cuentas. Mientras más ciudadanos puedan ver y escuchar a ciudadanos seleccionados por sorteo explicando sus razones para concluir como lo hicieron, mayor será la legitimidad de esas conclusiones.

En marzo de 2020, el mundo fuera de China comenzó a sufrir los estragos del COVID-19. A finales de abril, algunos grupos deliberativos experimentales de 175 o más ciudadanos estadounidenses, elegidos por sorteo cívico, se habían reunido con sus representantes en el Congreso para discutir las implicaciones del virus. En mayo, la Convención ciudadana francesa sobre el Clima, elegida por sorteo cívico, estaba discutiendo el efecto del virus en el futuro de Francia. Estos grupos deliberativos no tenían poder para afectar directamente la legislación. Sin embargo, llevaron la perspectiva de la ciudadanía a la arena decisional de un modo más directo que cualquier otra innovación democrática en nuestras vidas. Al igual que otros casos de deliberación con sorteo cívico, constituyen una cuerda de salvamento importante para la legitimidad futura. Este libro te cuenta por qué.

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Banalidad y fatiga democrática ¿Hay alternativas al actual sistema político?

En el mes de diciembre de 2018, el centro de Madrid amaneció repleto de carteles de lo que parecía un nuevo partido: «TEA». Su eslogan, sencillo, en letras blancas sobre negro, decía: «El primer partido político que NO miente». Debajo del cartel electoral aparecía la referencia a su página web («decimoslaverdad.com»). Vimos el cartel en la estación de Atocha. Nos sorprendió que apareciera ya, tan pronto, publicidad electoral. Quedaban aún meses antes de las elecciones generales en abril de 2019. Dimos por hecho que, al fulgor de lo que habíamos vivido durante los últimos años después del 15M, había nacido un nuevo partido político. Solo entre 2011 y 2012 nacieron 492 partidos, según información del Ministerio del Interior1. Nos pareció como un último coletazo de aquellos días, ciertamente un poco lejano, pero tenía un eslogan motivador, pensado para insertarlo en el espacio publicitario de un reality show. Tocaba el corazón de lo que muchas personas piensan en sus conversaciones cotidianas cuando hablan sobre los partidos políticos. Nos pareció algo burlón y le sacamos una foto con el móvil, pero no le dimos más relevancia. Imaginábamos que un partido así no tendría mucho recorrido en un proceso electoral en el que posicionarse con opciones reales en un hipotético parlamento es una tarea muy complicada. Pasó con Podemos, pero hay muchos partidos con eslóganes creativos que nunca obtienen ningún premio electoral. ¿Se acuerdan del Partido X? No obstante, mientras salíamos de la estación de Atocha, uno de nosotros reparó en el despliegue publicitario: «Hay que disponer de muchos recursos para poner carteles de publicidad en una ciudad y que la gente lo vea». Y si hay recursos, ¿quién los ha puesto? Cuando Podemos obtuvo cinco diputados europeos en las primeras elecciones a las que se presentó (elecciones europeas de mayo de 2014), apenas había publicidad del partido. Su primer éxito se fraguó en las redes digitales.

La curiosidad nos venció y lo buscamos por internet. Copiamos la dirección web de la foto que habíamos sacado y… sorpresa. Era una campaña publicitaria de la Confederación de Autismo en España. Parecía una noticia de guiñol, pero efectivamente leímos la información que la Confederación había colocado allí en la web para que cualquier otro atraído por esa publicidad como nosotros leyera qué es el TEA (Trastorno del Espectro del Autismo). Frente a los estigmas que vivencian a diario, la campaña jugaba con las palabras y la referencia a unos partidos que siempre mienten para hablar sobre las múltiples capacidades que tienen las personas con TEA, destacando, entre ellas, la honestidad y la sinceridad. O sea, lo contrario de lo que la gente piensa de los partidos y sus políticos.

Estamos habituados a pensar que la política no le interesa a nadie, pero no parece que sea así si mencionamos la banalidad con la que solemos mirarla. El anuncio (los partidos políticos mienten) ponía el dardo sobre una cuestión compartida entre la opinión pública. Que la gente está harta de los partidos, porque es sabido y compartido que no son de fiar. Es algo tan popular que una compañía de publicidad utiliza ese marco en su reclamo para visibilizar algo tan distante como las personas con TEA. Que la política ha sido objeto de mofa popular desde que se inventó la política no es un problema mayor. El dilema que retrata el falso partido hoy es lo que implica esa banalidad con la que miramos ahora la política. En las conversaciones informales, los partidos se vuelven prescindibles. Y, entonces, ¿qué?

Las implicaciones de la banalidad

El 29 de octubre de 2018, durante la reunión anual del Congreso de Empresa Familiar en España, uno de los empresarios más conocidos en el país, José Manuel Entrecanales, presidente ejecutivo de Acciona, hizo un llamamiento a los empresarios a ocupar cargos públicos ante el deterioro de la política2. Pensaba que una vez un gran ejecutivo empresarial hubiera acabado su carrera, podía (o «debía») irse a la política con el fin de poner al servicio de esta la experiencia ganada en el mundo empresarial. No es raro, esto pasa más a menudo de lo que parece. El Presidente de Estados Unidos, sin ir más lejos, Donald Trump, fue antes un reconocido empresario. Berlusconi, en Italia, antes que Presidente, y mientras ejercía como tal, era un empresario.

La idea de renovar la política con personas «capaces» no es de todas maneras solo cosa de los empresarios, mayor incluso ha sido el empuje para poner experimentados profesionales en los gobiernos. El breve mandato de Mario Monti como primer ministro de Italia entre finales del año 2011 y finales del 2012 sería un buen ejemplo. Economista y Comisario Europeo durante casi once años, además de asesor de grupos empresariales como Goldman Sachs, una de las grandes corporaciones financieras del mundo, fue propuesto como primer ministro sin elecciones de por medio, en el seno de una crisis institucional en la que Berlusconi se vio obligado a dimitir. El anhelo por un gobierno dirigido por expertos tiene un recorrido más amplio que el de los empresarios. Desde hace mucho tiempo, por ejemplo, la política monetaria es habitualmente gestionada por los Bancos Centrales, cuyos cargos no son elegidos en ninguna elección, sino que son seleccionados por sus perfiles profesionales. Y la influencia de las decisiones adoptadas por los Bancos Centrales en la política es, sin duda, muy elevada, al condicionar, por ejemplo, el valor de los intereses que pagan los consumidores en sus créditos bancarios. También la investigación académica ha desvelado la creciente presencia de personas expertas y técnicas en los puestos claves de los gobiernos (ministerios), cuya presencia ha crecido ostensiblemente los últimos años3.

La política no vive su mejor momento y los hasta ahora responsables de ella, los representantes de los partidos, son criticados una y otra vez por una tarea que es calificada por muchas personas como desastrosa. El desgaste y el deterioro de la política desde la perspectiva de la ciudadanía ha incrementado las preguntas sobre la mejor forma de hacer política, lo que cuestiona constantemente el perfil de quienes deberían asumir las responsabilidades de gobierno. Se suele pensar que en esta situación el perfil profesional de una persona ayuda a salvar esa desconfianza política que tiene la ciudadanía. El problema es que esta solución vacía de sentido político el arte de gobernar.

Nos podríamos preguntar por qué pasa esto con las democracias, por qué estas siempre son objeto de crítica o por qué son tan cuestionadas cuando vienen mal dadas, como cuando se presenta una crisis económica. En momentos de crisis, la posibilidad de que un gobierno sea formado por la gente o, en su defecto, elegido por ella, enciende siempre la llama de quienes piensan que la política debería ser llevada por quienes saben, sean estos empresarios o técnicos profesionales. Las palabras de José Manuel Entrecanales ponían la guinda a una encendida defensa del valor de las y los empresarios, por su capacidad mostrada para gestionar y crear riqueza, algo que el supuesto nuevo gobierno progresista (PSOE y Podemos) por aquel entonces, recién formado después de una moción de censura a finales del año 2018, estaba poniendo en cuestión con sus medidas, destinadas entre otras cosas a recaudar más dinero a través de un incremento de los impuestos a las empresas. La idea de que la política actúa a menudo guiada por el oportunismo electoral, destinada a satisfacer a sus votantes como sugería José Manuel Entrecanales, sustenta una de las ideas más enraizadas que acorrala una y otra vez la democracia. Si en lugar de un sistema basado en la opinión de la gente tuviéramos uno basado en el saber de cierta gente, todo, se dice, iría mejor.

Sin embargo, una de las principales críticas que asola a los partidos desde hace tiempo ha sido precisamente la contraria: su progresivo aislamiento de lo que la gente deseaba o decía. Frente a la idea de «representar» a la gente, algunas investigaciones han puesto de manifiesto que la evolución de los programas de los partidos durante los últimos años ha girado en torno a las obligaciones impuestas por instituciones supra nacionales (las “responsabilidades de los Estados”)4. Esta evolución ha facilitado que la agenda política se haya visto muy condicionada por los compromisos adquiridos por el Estado, tanto por su integración en la Unión Europea, como en los foros internacionales sobre el cambio climático, la Organización Mundial del Comercio, la OTAN, etc. Unos compromisos que han atado y seguramente han ayudado a homogeneizar la percepción que se ha tenido sobre los partidos que se sucedían en el gobierno, pues, al fin y al cabo, el trasvase de soberanía hacia arriba (la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio, por citar solo dos) supone la aceptación de normas y procedimientos ajenos a un Parlamento elegido democráticamente. Todo eso ha constreñido mucho la capacidad de maniobra de los gobiernos.

Representar a la gente se ha vuelto cada vez más difícil para los partidos, no solo porque la sociedad haya cambiado, sino también porque el supuesto papel que tradicionalmente han realizado los partidos, ese de agregar las demandas y estructurar las opiniones, es cada vez peor realizado por unos partidos que progresivamente han visto cómo sus bases se desconectaban y sus vínculos con la sociedad civil se difuminaban. Por eso, gobernar implica para muchos especialistas alejarse de la ciudadanía, en tanto en cuanto la responsabilidad como gobierno impide que la agenda política del partido pueda efectivamente desarrollarse plenamente.

Esta paradoja dibuja una tensión que no es nada nueva, entre democracia y eficiencia, entre las opiniones y demandas plurales de la ciudadanía y las responsabilidades que tienen los gobiernos respecto a la gestión del Estado. Podríamos pensar que si la tecnocracia o el ímpetu de los empresarios para reclamarse buenos gobernantes inclina la balanza hacia los peligros que tiene un gobierno democrático que no sea responsable (y eficiente) con los asuntos del Estado, el auge de los populismos inclina la balanza hacia el otro extremo, poniendo el énfasis en la escasa conexión de los partidos que gobiernan con los deseos y las necesidades de la gente, es decir, evidenciando el déficit democrático de unos gobiernos que parecen mirar siempre para otro lado.