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Para la fase Tequila iV (200 d. C.-500 d. C.), de acuerdo con Beekman y Weigand (2008), las evidencias son muy pocas: se tiene registro de que hubo algunas remodelaciones y construcciones en los sitios de Guachimontones y de Llano grande. En Tabachines se localizan seis tumbas con materiales poco relevantes, principalmente, piezas de cerámica del tipo Arroyo Seco Rojo amplio y ollas colorines Rojo sobre Café. Esta fase se caracteriza por la falta de materiales en términos generales, y aún no se tienen muchas evidencias que diferencien esta fase de la anterior.

La organización política de la tradición Teuchitlán

Las propuestas de organización política para la tradición Teuchitlán han variado a lo largo del tiempo; es natural que, con las nuevas evidencias, estas propuestas se vayan modificando o tomen una dirección totalmente opuesta a la que originalmente se tenía, por lo que es necesario considerar en qué época y con qué grado de evidencias fueron realizadas.

La tradición Teuchitlán, en un principio, fue catalogada como una organización de tipo segmentaria (Weigand, 1996), modelo propuesto inicialmente por Southall (1956). Este tipo de estados pertenecen a lo que conocemos como modelos descentralizados.

Estado segmentario

El estado segmentario es acuñado, inicialmente, para explicar los procesos y tipos de dominación en la sociedad Alur.

Otros investigadores, inspirados en esta propuesta, utilizan este modelo, entre ellos: Stanley J. Tambiah (1976) y sus entidades galácticas para el Audeste asiático; Ball (1993), Ball y Taschek (1991), John Fox (1988), Arthur Demarest (1992), así como Dunning y Kowalski (1994) para zona maya; Weigand (1996) y Beekman (1996a y 1996b) para el occidente de México y, por último, Peter Gose (1993) para el área andina.

Southall (1956, 1988 y 1999) introduce la noción de segmentariedad en los contextos de Estados tradicionales, lo que permite una nueva manera de explicar formas de organización, donde el poder político se presenta borroso, disperso y la estrategia de integración recae en un ritual común que mantiene cierta cohesión de la sociedad. “En los estados segmentarios no coinciden las esferas de supremacía ritual y la soberanía política. La primera se extiende ampliamente hacia una periferia flexible, cambiante. La segunda se limita al centro, es decir un dominio nuclear” (Southall, 1988: 52).

La característica principal de un estado segmentario, según Southall (1999: 33), es la organización de un conjunto político compuesto de segmentos centrales y periféricos que se dan por alianzas de parentesco, los cuales disponen, hasta cierto punto, de una autonomía “virtual”. Estos segmentos de la estructura social van tomando mayor libertad mientras se localicen más periféricamente del núcleo integrador, convirtiéndose en un modelo de Estado más flexible y menos burocratizado.

Por lo tanto, más que centros políticos, Southall propone que van a existir centros rituales que ejercen un control en distintas entidades. Estos van a proporcionar rituales comunales a la sociedad a cambio de que aporten trabajo y recursos para el centro (Southall, 1999: 31). Cabe mencionar que un estado segmentario es una de las variantes del estado arcaico de Feinman (1998) y el ser segmentario no significa que es un estado más simple o elemental que un estado centralizado u otros tipos de estado, sino más bien nos sugiere una diferente manera de organizar y distribuir el poder.

De acuerdo con esto, los estados segmentarios son menos burocratizados, los sistemas locales operan semiautónomamente, mientras que lo opuesto ocurre con estados unitarios donde existe un alto grado de integración. Un estado segmentario se puede conocer aproximándonos a ciertas variables como son: control y distribución de bienes de prestigio, estilo arquitectónico, iconografía en estilos cerámicos, control y distribución de obsidiana, patrones funerarios, etc. Estas variables muestran patrones específicos que determinan el grado de segmentación o integración de esta tradición (Heredia, 2010).

Así, esta articulación de sociedades no estatales se desarrolla a partir de intereses comunes como: el poder, sus formas de acceso y ejercicio; el territorio, por las formas sociales que en él se sostienen, y la construcción de identidades que se establecen en esos espacios claramente delimitados (López, 2011: 477). El interés común es, por lo tanto, un elemento que construye relaciones entre linajes y grupos de parentesco. Como lo señala Fox (1988: 109), en momentos de estrés, los grupos de parentesco se pueden fusionar en unidades más grandes, con el propósito de protegerse contra amenazas externas para defender su territorio. Estas alianzas se realizan con el propósito de protección, aunque sean unidades sociales autosuficientes, pero inmersas en una red de relaciones sociales y económicas con sus vecinos.

Las características principales del estado segmentario podríamos resumirlas de la siguiente manera:

 El uso generalizado de un ritual similar o elementos de culto (Southall, 1956).

 Una jerarquía ritual basada en el uso cada vez más eficaz en la ideología (Fox,1977: 56).

 El gobierno central dispone de una administración especializada, pero cuantitativamente poco numérica en las diversas zonas de los focos periféricos.

 Existen capitales de provincia, las cuales están ligadas a los centros más grandes por medio del ritual; son versiones a pequeña escala del centro más grande, por lo que tienen una predisposición de estos focos periféricos a reproducir la estructura de la autoridad del gobierno central (Fox y Cook, 1996: 799).

 Una supremacía de las estrategias persuasivas o de mecanismos de materialización de lo ritual y lo simbólico, por encima de las estrategias coercitivas (Llanos, 2007 y 2009).

 Un fuerte énfasis en los rituales de veneración a los antepasados y otras prácticas ideológicas que reafirman los miembros del linaje, por lo que el parentesco es primordial para mantener la cohesión entre los componentes (Fox y Cook, 1996: 798).

 Tiene un gobierno central ejerciendo un control que disminuye en proporción de la distancia, de tal forma que se observan focos de poder periféricos sobre los cuales solo ejerce más que un control relativo (Southall, 1956).

 Una supremacía de las estrategias persuasivas o de mecanismos de materialización de lo ritual y lo simbólico, por encima de las estrategias coercitivas (Llanos, 2007 y 2009). Por lo tanto, el gobierno central domina una amplia esfera territorial mediante normas político-religiosas, las cuales normalizan y cohesionan las poblaciones y, a su vez, legitiman el poder de las élites gubernamentales. El mecanismo coercitivo queda, en este caso, como recurso de última instancia, ya que su aplicación generalizada tiende más que nada a reanudar los conflictos internos (Llanos, 2009).

A la tradición Teuchitlán se le han atribuido algunas particularidades que lo determinan como un estado de tipo segmentario, algunas de las características se acaban de mencionar y solo expondremos aquellas que se le han atribuido con mayor recurrencia.

En la tradición Teuchitlán se ha podido identificar el uso generalizado de un ritual similar o de culto a elementos ideológicos que nos muestran ciertas similitudes en el plano religioso. Dentro de estos elementos podemos destacar, inicialmente, su representación en la arquitectura. Como se dijo antes, el Guachimontón es el elemento que diagnostica esta tradición por excelencia, este en su contexto arquitectónico se define como altar central (Guachimontón), rodeado de un patio y con cuatro a 12 plataformas en torno al altar que pueden estar acompañadas de un juego de pelota (Weigand, 1993). Al centro de algunos de los altares centrales circulares se ha podido identificar un hoyo para colocar un poste que infiere que en estos lugares se realizaba una adoración al dios del viento Ehécatl (Weigand, 1992b).

Estas evidencias arquitectónicas están presentes en la mayoría de los sitios arqueológicos de la tradición, lo interesante es que son representados en diferentes escalas, es decir, están presentes desde sitios monumentales tipo A y B hasta los sitios de menor rango de tipo D (clasificación de Ohnersorgen y Varien, 2008). Estamos viendo, entonces, una característica importante en el ritual, que es la réplica presente en todo el patrón de asentamiento.Esta representación de elementos arquitectónicos a distintas escalas está relacionada, estrechamente, con la presencia de una jerarquía de asentamientos de distintos niveles que menciona Southall (1956).

En este sentido, tendríamos un aparato administrativo encargado de planificar las estrategias de producción, explotación y distribución de recursos. Entre este intercambio de bienes estratégicos, estarían los elementos compartidos que en capítulos anteriores ya habíamos comentado como: la estandarización de los tipos de la loza Oconahua (López, 2005: 235); elaboración de maquetas cerámicas representando actividades sociales (Von Winning et al. ,1996); la presencia de especialización en la joyería de obsidiana (Esparza y Tenorio, 2004); la elaboración de figurillas sólidas y huecas de posibles líderes políticos, religiosos o de jugadores de pelota (Day, 2006); las costumbres funerarias de tumbas de tiro y sus connotaciones de niveles jerárquicos en el número de ofrendas, etc. Estas evidencias denotarían para Weigand (1996), Beekman (1996a y 1996b), Smith (2008b) y Blanco (2009), un mecanismo regulador en el ámbito regional que implicaría la existencia de un estado hegemónico orquestado a partir del sitio rector Guachimontones.

No obstante, en el estado segmentario es complicado distinguir límites no solo fronterizos entre unidades políticas porque existe una distinción entre los múltiples centros respecto al uso de poder, derechos y responsabilidades.

Estado centralizado

Los estados unitarios están vinculados a modelos centralizados explicados a partir de la teoría del lugar central propuesta por Christaller (1966). El primer investigador en aplicarlos a la arqueología fue Hagget (1965), seguido de la corriente de la Nueva Arqueología británica (Clarke, 1977; Hodder y Orton, 1977; Orton, 1988). Su aplicación se enfocó a la reconstrucción de territorios usando los polígonos de Thiessen.

La teoría del lugar central es un modelo económico que predice la organización de los asentamientos en el espacio, dependiendo de la ubicación de comerciantes y consumidores, e ilustra la dinámica económica del patrón de asentamiento y su jerarquización social (esta teoría se explicará con detalle en el capítulo V).

Los servicios que ofrecen los lugares centrales son aquellos que demanda la sociedad, independientemente de la naturaleza de estos. Pero no todos los servicios tienen el mismo precio, ni la población tiene la misma necesidad de desplazarse para obtenerlos, ni está dispuesta a ir a cualquier sitio donde se ofrezca. Existe una lógica de comportamiento económico que gobierna la aparición de servicios y sus posibilidades de triunfar. De acuerdo con el modelo, los asentamientos que proporcionan bienes y servicios a otros lugares se denominan lugares centrales de primer orden. Por otro lado, los lugares centrales de orden inferior tienen pequeñas áreas de mercado y proporcionan bienes y servicios que se compran, con mayor frecuencia, que los bienes y servicios de alto orden. Así es como este modelo permite aproximarnos al nivel de desarrollo económico de la región y construir un sistema jerárquico de los asentamientos en el área de estudio.

Las características principales del estado centralizado podríamos resumirlas de la siguiente manera:

 La presencia de la diferenciación económica, administrativa, política y ritual reconocible (Fox y Cook, 1996).

 El desarrollo de un estrato de gobernantes de origen divino de tipo endogámico y un estrato de plebeyos en oposición (Marcus, 1993: 115; Marcus y Feinman, 1998: 6).

 El cambio de una jerarquía de tres niveles a una jerarquía de asentamientos de cuatro niveles (Flannery, 1998: 16; Marcus y Feinman, 1998: 6).

 Pruebas de control estatal sobre obras públicas especializadas, tales como las agrícolas, las carreteras, las obras defensivas y los sistemas de gestión del agua (Fox y Cook, 1996: 797).

 El control de las herramientas clave del estado, tales como, el sistema de escritura (Feinman, 1998: 104).

 El uso del “poder legal” (monopolio sobre el uso del poder) (Marcus y Feinman, 1998: 6).

 La prueba de la existencia de “unidades territoriales basadas en no parientes “ (Fox, 1977: 65).

En lo que se refiere a las evidencias arqueológicas encontradas en la tradición Teuchitlán, se han mencionado diversas características que permiten inferir un tipo de organización centralizada. Una de estas particularidades que propone Fox y Cook (1996), con la cual se demuestra este tipo de organización, es el control estatal sobre obras públicas especializadas, por ejemplo, las agrícolas, las carreteras, las obras defensivas y los sistemas de gestión del agua.

Al respecto, Weigand (1992a) es el primero en identificar un área de campos de cultivo que él estima en 30 km²; estas áreas están compuestas por antiguas ciénegas, pantanos y lagos, los cuales favorecían un tipo de agricultura intensiva y muy productiva. Este desarrollo agrícola de forma intensiva propiciaría un incremento de la población y, con ello, un aumento en la construcción de los edificios circulares monumentales (Stuart, 2005; Weigand, 1992a). Estas características denotarían un sistema administrativo centralizado que permitiría la realización de grandes obras públicas para el área maya, como lo señalan Fox y Cook (1996). No obstante, la nueva interpretación de las fechas de radiocarbono indica que los campos de cultivo fueron utilizados, mayormente, durante el Posclásico (Beekman y Weigand 2008), por lo que esta teoría sobre la agricultura intensiva y, en consecuencia, la explotación demográfica durante el Formativo tardío y Clásico temprano pierde consistencia.

Una de las propuestas del grado de centralización social fue expuesta por Beekman (1996a y 1996b); durante sus investigaciones doctorales, recorre el corredor de La Venta (localizado entre Teuchitlán y el este del Valle de Atemajac), donde identificó sitios defensivos que, presuntamente, vigilaban los accesos naturales de la tradición Teuchitlán; esto reveló que al interior del Valle de Tequila, se tendría un acceso restringido debido a una política unitaria, donde los asentamientos estuvieron controlados directamente por el sitio de Guachimontones.

Beekman (2008a) identifica algunos sitios en los accesos naturales al Valle de Tequila; en primer lugar, menciona el sitio de Las Navajas (47), ubicado al sureste hacia la ruta que conduce al lago de Chapala. Este sitio, como muchos otros en el valle, está dividido en dos secciones. El agrupamiento principal se localiza en la parte baja y cuenta con nueve Guachimontones, mientras que el segundo se encuentra en la parte más alta y tiene un conjunto circular y un gran juego de pelota de 85 metros de largo, además de áreas habitacionales y terraceados (Beekman, 2008a: 170).

En el corredor de La Venta, al noreste, también en la cima de un cerro en una zona de difícil acceso, se localizó el sitio de Tepopote, ubicado en una posición dominante en la orilla norte del paso. Dicho sitio consta de dos conjuntos circulares y más de 100 montículos, terrazas y pequeños semicírculos de piedra que pudieron servir como puestos de vigilancia (Beekman, 2000: 30-31).

En la parte poniente de estos valles, Beekman (2008a) identifica dos sitios ubicados estratégicamente para controlar el acceso natural hacia las montañas del sur de Nayarit. Estos sitios denominados Cerro de Pipiole y Llano Grande se les atribuyó una función de tipo defensiva por la presencia de varios muros, la disposición de las estructuras en las partes altas de los cerros y, por consecuencia, una ventaja visual a los accesos naturales.

Beekman (1996b, 2008a: 167) propone la existencia de fronteras que protegían el área nuclear con su sitio rector llamado Guachimontones, por lo que se estaría planeando la existencia de un estado unificado regido por un centro político-administrativo y varios sitios con distintas funciones, entre ellas, salvaguardar el acceso al interior del valle de Tequila. La razón más importante para la existencia de estas fronteras serían los cambios ocurridos entre el Clásico Tardío y el Epiclásico, los cuales originarían la necesidad de una frontera fortificada entre ambas zonas (Beekman, 1994: 6), fenómeno que estaría relacionado con la presencia de grupos del complejo El Grillo en el Valle de Atemajac (Beekman, 1996c: 24), entendidos como una unidad políticamente diferenciada.

Por otra parte, Weigand (1996: 46) propone que hubo migraciones o invasiones llegadas desde fuera por el oriente, y relacionadas con el fenómeno tolteca-chichimeca. Pero si, como lo demuestran los nuevos fechamientos de radiocarbono, la tradición Teuchitlán y el complejo El Grillo no son contemporáneos, entonces la conclusión sería que la mencionada frontera dura no existe, o bien, es más temprana (López, 2011: 145). Sin embargo, Beekman (2009) expresa nuevas conclusiones; la primera es que les atribuye a estos límites fortificados el símbolo de poder de un estado centralizado, pero más importante es ver estas fortificaciones como los límites de los sitios, esto es, como entidades independientes que usaban su posición para la base de su propio poder. En este sentido, tendríamos distintos centros regionales con sitios fortificados en su entorno. Este argumento coincidiría con lo propuesto por López (2011), donde tenemos unidades políticas independientes con sitios que se conforman por dos partes: aquella del asentamiento en la zona baja y la otra del sitio en las zonas altas, con el propósito de tener un control visual y, posiblemente, defensivo contra grupos rivales.

De esta manera, existen evidencias que apoyan alguna de las dos propuestas, ya sea un estado centralizado o uno descentralizado. Nuestro objetivo es abrir un panorama que nos proporcione una pista de la organización de la tradición Teuchitlán con un nuevo enfoque, datos actualizados y una propuesta metodológica antes no aplicada. Estas dos formas de organización nos plantean un panorama arqueológico con diferentes grados de integración que iremos descubriendo con los resultados obtenidos en la investigación.

Elementos característicos de la tradición Teuchitlán

La tradición Teuchitlán se constituye por diversas expresiones culturales que engloban muchas manifestaciones que es posible apreciar en aspectos como la arquitectura, las costumbres funerarias y los estilos cerámicos; desafortunadamente, esta tradición se catalogó solo por lo que se conoce arquitectónicamente como Guachimontones (estructuras circulares), siendo este el elemento diagnóstico para su descripción y ubicación cronológica. Por ello, se desconocen diversos componentes importantes de esta tradición, por ejemplo: las tumbas de tiro, la cerámica, los juegos de pelota, la obtención y producción de obsidiana, el característico patrón de asentamientos, entre otros. Así, pues, es oportuno explicar estos elementos que forman parte integral de lo que es conocido como la tradición Teuchitlán.

Arquitectura

Los principios de diseño formal de la arquitectura de Teuchitlán se basan en una serie de círculos concéntricos que produjeron edificios con un alto grado de proporcionalidad y simetría (Weigand, 1996). Los edificios denominados Guachimontones son uno de los elementos más diagnósticos de la tradición, y sus peculiaridades y originalidad los hace únicos en el mundo (Weigand, 1993) (véase figura 5).


Figura 5. Guachimontón llamado “La iguana”, sitio Guachimontones, municipio de Teuchitlán, Jalisco.

Fotografía del autor.


Figura 6. Elementos arquitectónicos de los conjuntos circulares en planta. Fuente: esquematizado y digitalizado por Mónica Alarcón, 2006.

Weigand (1996) señala que existe una relación entre diseño arquitectónico y función de la estructura, y sostiene que los edificios más grandes y de diseño formal suelen tener funciones públicas.

Algunas de sus características más importantes son (véase figura 6):

 Una pirámide/altar circular central aterrazada.

 Un patio circular elevado que da vuelta a la pirámide/altar.

 Una plataforma/banqueta circular que rodea por entero el patio circular y la pirámide/altar, hasta completar un anillo concéntrico de los tres elementos arquitectónicos circulares.

 Encima de la plataforma/banqueta circular hay entre cuatro y 16 plataformas/pirámides cuadradas o rectangulares. En el caso del segundo son 10 plataformas.

 Sobre estas plataformas/pirámides existieron las estructuras ceremoniales (templos) que se representan en las maquetas prehispánicas de cerámica

 En algunos casos existe una plataforma basal debajo de los patios, banquetas, plataformas y pirámides. Estas plataformas de base parecen haber sido diseñadas para cubrir el diámetro exacto que los conjuntos circulares tienen actualmente. Esto significa que los conjuntos monumentales fueron planeados como tales desde el inicio del proyecto de construcción.

Los edificios conocidos como los Guachimontones de la tradición Teuchitlán fueron construidos con materiales de la región. Los de mayor prestigio, asociados a juegos de pelota como el círculo dos del recinto Guachimontón, se construyeron con materiales de mejor calidad, principalmente con rocas de basalto, algunas careadas y están unidas con un aglutinante de barro, muy bien acomodadas para dar solidez. Los pisos se hicieron con arcilla de grano muy pequeño extremadamente dura, casi como cemento. Los antiguos habitantes de la región de Jalisco fueron maestros en el uso de la arcilla, tanto para la arquitectura como para la cerámica (Alarcón, 2006: 131, 136). En cuanto a las unidades habitacionales se tienen pocos estudios, la mayoría han estado enfocados a los grandes Guachimontones. Todavía no es muy claro si las estructuras que rodean el Guachimontón corresponden a templos, habitaciones o algo diferente.

En el año 2008, Herrejón (2008a) realizó investigaciones en una zona residencial, donde propuso una tipología para unidades habitacionales con base en el número de unidades y su disposición en el espacio. Cabe señalar que esta tipología es exclusivamente arquitectónica y espacial; no está basada ni responde a variables de tipo socioeconómico.

Los tipos son los siguientes (Herrejón, 2008a: 125):

Tipo i: a este corresponden los conjuntos que están acomodados en arreglos cuadrangulares donde las casas se construyen alrededor de un patio y pueden contener desde dos hasta cuatro edificios. En ocasiones, puede observarse un altar en el centro del patio (véase figura 7). en este tipo están las plazas A y B de La Joyita A, el Tescalame y el Lienzo. Cuando estos conjuntos no cuentan con las cuatro plataformas, el patio también se encuentra delimitado por pequeños muros. Asimismo, este acomodo se observa en conjuntos de carácter público. cabe mencionar que este es el tipo más común y es el clásico arreglo espacial que puede ser observado a lo largo y ancho de toda mesoamérica.


Figura 7. Unidad habitacional Tipo 1 con la réplica de una vivienda (Herrejón, 2013). Fuente: imagen tomada de Herrejón, 2013.

Tipo ii: estos conjuntos cuentan con dos o tres estructuras que son acomodadas sobre un eje (generalmente E-W) en lugar de en torno a un patio. Ejemplos de este tipo son La Joyita B y el sector central de La Joyita A (véase figura 8).

Tipo iii: consta de unidades habitacionales que se conforman por una sola estructura, o bien, por dos o más edificios que no siguen un acomodo u orientación aparentes. El mejor ejemplo del primer caso es la casa explorada en el círculo B de Loma Alta, así como de las unidades de Llano grande (véase figura 9); del segundo caso es el conjunto localizado al este del círculo 1.

Tipo iV: estos conjuntos están formados por la combinación de uno o más de los primeros tres tipos. Únicamente se cuenta con un ejemplo de esta categoría y es el conjunto total de La Joyita A.


Figura 8. Mapa topográfico del frente de excavación La Joyita A. Fuente: imagen tomada de Herrejón, 2013.


Figura 9. Unidades del tipo iii en Llano Grande. Fuente: del sitio Guachimontones.Imagen tomada de Weigand, 2009.


Figura 10. Réplica de casa habitación (Herrejón, 2013). presencia es un común denominador en Fuente: imagen tomada de Herrejón, 2013.

Actualmente, Herrejón (2013) continúa trabajando con unidades habitacionales; entre sus objetivos está analizar materiales arqueológicos relativos a los sistemas constructivos prehispánicos de la tradición Teuchitlán. Los datos utilizados en este trabajo son, principalmente, los arquitectónicos, obtenidos del estudio de los cimientos de piedra y de los restos de bajareque,12 material abundante recuperado de las excavaciones de prácticamente todos los edificios del sitio Guachimontones

En su investigación incluye la reconstrucción de casas habitacionales con el uso de materiales similares a los encontrados en las excavaciones, por lo que realiza ejercicios de etnoarqueología para mostrar una visión más clara de la apariencia de las casas habitacionales (véase figura 10).

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