Kitabı oku: «El niño de guerra», sayfa 2
En ese instante, mi hermano me dio en el hombro y volví al presente de nuevo.
—Hermano, quizás salgamos de aquí.
—¿Cómo? —pregunté.
—Papá me comentó que hay un hombre en la puerta que lo conoce de ir a ver los partidos de fútbol. —Mi padre fue delegado de FC. Podgrmec. Hacía varios trabajos, vendiendo entradas, arreglando césped, pintando líneas del campo de fútbol y mucho más—. Así que alégrate un poco, hermanito, no está todo mal.
—¡En serio! —dije—. Pero debemos tener algún plan, inventarnos algo que tenga fuerte justificación.
Nos pusimos a pensar entre todos alguna manera de salir. Comentamos a nuestra familia que en el barrio donde estábamos viven nuestros amigos Dino Focak, amigo de mi hermano, y Jasmin Mesic, mi amigo y dj de una de las famosas discotecas de mi ciudad. A lo mejor podría funcionar el llegar a contactar con ellos. Al pasar unos minutos, mi padre se levantó de la manta donde estaba sentado y, sin decir nada a nadie, se dirigió hacia la puerta principal. Todos nos quedamos mirando y pensando qué se habría inventado. Pasaron por lo menos más de quince minutos, mi padre seguía hablando. Su conocido se veía que le escuchaba muy atento, hasta después de señalarnos mi padre. Se quedó mirándonos.
Al rato, volvía mi padre, que nos miraba, venía con el paso ligero y el dedo pulgar levantado hacia arriba. Era una buena señal.
—Chicos, atentos a lo que os voy a decir. Vais a ir a los pisos de vuestros amigos con un soldado cada uno de acompañante. Vais a pedir comida, que apenas tenemos. Si en algún momento dado veis que los soldados os dejan subir solos a los pisos y no os siguen, quedaos en los pisos de vuestros amigos, seguro que os acogerán. ¿De acuerdo, me habéis entendido?
—Sí, papá, entendido —dijo mi hermano.
—Así que no os preocupéis de los soldados, ni tengáis miedo, no os harán nada y, si os preguntan algo, contestad sin miedo, ¿vale? —Mi hermano y yo le contestamos con dos movimientos con cabeza arriba abajo como un «sí». Nos despedimos de nuestra familia con unos besos y abrazos como que nunca nos volveríamos a ver. Mi abuela, con lágrimas en los ojos, mi primo Hajro también triste, lo abracé y le dije en el oído: «Suerte, mi querido primo».
Caminábamos hacia la puerta principal en compañía de mis padres y al dejarnos a los soldados serbios mi padre me dijo: «Bueno, hasta pronto». Miré al soldado que conocía a mi padre, le di buenos días y él me guiñó un ojo, dijo «¿qué pasa, chaval? No te preocupes, estos dos os acompañarán hasta los pisos de vuestros amigos y, eso sí, no tarden». Todo estaba preparado como que íbamos a volver al pabellón, pero no. El plan era no volver. Ese momento, fue la última vez que vimos a mi padre. Caminando, mi hermano y yo por delante de los dos soldados, uno de ellos me preguntó: «¿Está lejos donde viven vuestros amigos?», le contesté que a unos cinco minutos a pie.
Era casi mediodía y el sol apretaba cada vez más fuerte. Hacía calor y los soldados con las armas y mucho peso encima, las camisas que llevaban estaban sudadas. Llegamos al cruce donde los caminos de mi hermano y el mío se separaban. Me despedí con un «hasta ahora. Nos vemos» y comenzamos a caminar el soldado y yo. El soldado que me acompañó no tenía más de veinte años, era joven. Sacó un paquete de tabaco y un mechero de su bolsillo derecho de su camisa y me ofreció un cigarro. «¿Quieres?». «No, gracias, no fumo». Encendió el cigarro y continuamos la marcha. No era un hombre de mucho hablar, pero parecía que él tampoco quería esta guerra, lo noté diferente del resto de soldados.
Llegamos al portal del piso de mi amigo y tocamos el timbre. En ese instante justo le llamaban por la radio para que dijera su ubicación. Les contestó que estaba de acompañante de un refugiado que iba a un piso a por la comida y volveríamos en cuanto me diesen algo de alimento mis amigos. Según su capitán, lo llamó por algo más urgente. Después de hablar con el capitán por la radio, me dijo: «Me tengo que marchar, tú sube a ver a tu amigo, que te dé comida y vuelve enseguida, si no te buscaremos y va a ser peor». Le dije que de acuerdo y que no se preocupara. Tocaba el timbre desesperadamente para que me abriesen la puerta del portal. Al soldado lo perdí de vista. Pensé: «Esta es mi oportunidad de no volver».
—Sí, sí, ¿quién es? —Se escuchaba la voz del padre de mi amigo Jasmin por el telefonillo del portal.
—Soy yo, Arnes, amigo de tu hijo Jasmin, que vive en barrio Muhici.
La puerta principal se abrió. Subí como una flecha por las escaleras hasta el tercer piso. El padre de mi amigo estaba en la puerta del piso, esperándome, diciendo:
—Pasa, pasa, hijo.
Al pasar al salón, mi amigo Jasmin me dio un abrazo, me preguntó por mi familia. Le dije el terror que pasamos, la situación en el pabellón y mis ideas de no volver allí. En el salón, estaban también su hermano y su mamá. Me dieron de comer, me ofrecieron refrescos, agua y una buena ducha. Cuando salí de la ducha me dijo su padre:
—Tú no te vas a ningún lado, tranquilo, estás a salvo, te quedas aquí y, si te buscan los soldados, les diré que no estás, que te has vuelto al pabellón.
Pasaron tres horas largas. Sabía que estaba en un lugar seguro, pero mi mente no paraba de pensar en mi padre y mi madre, «¿qué pasará con ellos? Mi hermano supongo que estará bien, como yo. ¿Está en el piso o ha vuelto al pabellón?», todo eso me inquietaba. Me asomé por la ventana y como vivía en la planta tres se pudo observar el humo que venía desde nuestros barrios quemados, saqueados, destruidos. Casas que costaban construir toda una vida para que la destruyeran en un solo instante. El timbre del portal sonó. Nos quedamos mirándonos. Yo estaba muy nervioso. El papá de Jasmin cogió el telefonillo.
—¿Quién? —dijo.
—Somos los soldados serbios y estamos buscado a un refugiado, niño de la zona de barrio Muhici que lo dejó aquí, en esta dirección, un compañero nuestro.
El papá de Jasmin se arriesgó y dijo:
—El muchacho ya no está aquí, volvió a pabellón con la comida y bebida hace una hora. —«Madre mía —pensé—, como suban y me vean nos matan a todos».
—¿Seguro? —dijo el soldado.
—Si quieren comprobarlo, suban y miren, que en mi casa estamos solo mis dos hijos y mi señora. —En ese momento se hizo un pequeño silencio.
—Bueno, de acuerdo, muy bien, hasta luego —dijo el soldado. Se marcharon y yo aún no me lo creía, parecía que volvía a nacer. Aún no me creía lo que había ocurrido.
Piso de mi amigo Jasmin.
Colegio N. Front y pabellón donde pasé la noche.
—Pensándolo mejor —decía el padre de Jasmin—, ¿sabes, hijo mío, de alguien o alguna dirección o algún sitio donde pudieras ir desde aquí? Porque como hayan ido al pabellón los soldados y averigüen que no estás en él, vendrán de vuelta seguramente y va a ser peor. No tengo sitio donde esconderte, hijo mío.
Le agradecí su valentía, lo que hizo por mí, le contesté:
—Tengo una tía cerca de aquí y a mi abuela, que vive en el barrio Zdena. Si pudiera contactar con ellas, sería genial, pero las comunicaciones se perdieron sin luz eléctrica, los cables telefónicos estaban todos cortados.
Barrio Zdena. Un sitio muy bonito, pintoresco, montañoso y su nombre lo recibe por su manantial y el río Zdena. Mi madre me decía que más de una vez ella y mi tía iban a lavar la ropa en ese río helado y frío. A unos treinta metros se veía una roca que debajo de ella salía el agua con abundancia. Es un manantial que la gente cogía agua a cubos para su uso diario. También había dos molinos, que queda solo uno sobre el río para moler trigo y maíz que perduran sobre el río Zdena desde la Segunda Guerra Mundial. El día 1 de mayo, el Día Internacional del Trabajador, se organiza en el barrio Zdena la fiesta de gran interés turístico con actuaciones de música en directo, bailes típicos de Bosnia, las atracciones, chiringuitos de comidas. Feria para un día. En ese barrio nacieron mi madre y mis tíos. La factoría donde trabajaba mi padre estaba en ese barrio. Así que de ir y venir tantas veces a trabajar, un día se cruzó con mi madre. Ese momento fue un flechazo para toda la vida. Comenzaron a verse, conocerse y, después, casarse para que, más tarde, de ese amor naciéramos mi hermano y yo, los frutos de ese amor.
Molino de agua en invierno
Vallado del nacimiento de río Zdena.sobre el río Zdena.
Estando aún en el piso de mi amigo, pensando lo que vamos a hacer, cómo y de qué manera llegar a casa de mis familiares. Pero también era preocupante cómo dejar solo, que me marchara solo. Sin documentación ninguna, solo. Le dije a mi amigo Jasmin:
—Mejor sería que me marchase de noche, así hay menos posibilidades de que me localicen.
—Pero tampoco tenemos mucho tiempo de pensar o esperar a la noche, porque los soldados puede que vengan en cualquier momento en tu busca —dijo el papá de mi amigo.
En ese instante, sonó el timbre del portal. Nos quedamos mirando todos, la madre de mi amigo se puso a llorar pensando lo peor.
—Serán los soldados, madre mía. Ay, pobre criatura, vienen a por él —decía su mamá.
Yo no sabía ni qué decir, ni moverme, me quedé paralizado en ese momento pensando en lo peor. Cogió el telefonillo el padre de Jasmin y dijo:
—¿Sí? —Todos mirando y pensando con quién hablaba, apretó el botón de abrir, preguntó si estaba abierto, colgó el telefonillo, entrando al salón con una sonrisa en la cara. Me dijo—: Tu tía Sabiha y tu hermano Haris están subiendo.
Al decirlo, no me lo pude creer. Lo que menos esperábamos, desde luego. Tenía una felicidad en el cuerpo que no me pude resistir a llorar de alegría. Al entrar al piso, abracé a mi tía y después a mi hermano con unas lágrimas en la cara de una alegría enorme. Les presenté a mi tía y a mi hermano a los padres de Jasmin. Después de charlar un rato con ellos, los padres de Jasmin explicaron cómo llegué a su piso.
—Nos vamos, Arnes, despídete de tu amigo y sus padres, que no tenemos mucho tiempo de estar aquí —dijo mi tía.
Yo le pregunté cómo sabía dónde estábamos mi hermano y yo y cómo nos encontró. Me dijo que estaba en el pabellón, llevando la comida a mis padres y los abuelos, mi padre le dejó las direcciones donde estábamos. Me despedí de mi amigo Jasmin y sus padres con un abrazo enorme y les agradecí con todo mi cariño lo que habían hecho por mí. Bajamos por la escalera del edificio, mi tía cogió la bicicleta que tenía guardada en el portal y comenzamos a caminar hacia su casa.
Las calles estaban desiertas, había muy poco movimiento. Caminábamos lo más rápido posible para no ser descubiertos o que nos vieran. Pregunté a mi hermano cómo se salvó de los soldados y me dijo que a él lo llevaron hasta el piso, pero no dijeron nada, ni de que le iban a buscar ni nada, solamente le dijeron que cuando recogiera suficiente comida, volviera al pabellón. Ni lo esperaron ni nada, así que tuvo más suerte que yo.
Llegando a casa de mi tía, había varias casas de los serbios, que eran sus vecinos. Nos dijo la tía que pasásemos rápido y no mirásemos a las casas, mirar de frente por donde vas y punto, sin desviar la mirada de la calle por donde caminas. Y así lo hicimos. Su casa estaba ubicada en la orilla del río Zdena y para llegar desde la calle a casa tenías que cruzar el puente. Era una casa enorme de dos plantas con una cochera debajo y un pequeño taller de reparación de televisores y radios con el que mi tío Muharem se entretenía en sus ratos libres. Era su ocio. Entramos a casa y en el recibidor nos esperaba mi tío Muharem y mis dos primos, Ado y Niho. Nos dimos besos y abrazos, después nos dijo: «Pasad, pasad al salón, sentaos, poneos cómodos». Pregunté a mi tía si habló con nuestra mamá o si le dio tiempo de hablar sobre si iban a salir mis padres de pabellón y cuánto tiempo iban a estar allí. Me contestó que nuestra mamá le dijo que las mujeres y niños y mayores de 65 años saldrían y el resto, los hombres de 18 a 64 años los trasladan, pero no saben dónde.
—¡Venga, vamos a comer algo! Seguro que tenéis hambre —dijo mi tío Muharem.
Nuestro tío nos preparó algo de comer, más tarde nos preguntó un montón de cosas sobre lo ocurrido en nuestro barrio, sobre bombardeo, dónde estábamos en pleno ataque y así toda la tarde, noche dándole explicaciones. Mi tía y mi tío se reunieron en la cocina para ver qué hacer con nosotros. Porque su barrio estaba muy controlado por los vecinos serbios y hay peligro por ellos también. Por ocultarnos. Por ser los refugiados de barrio Muhici. Después de unos minutos, salieron de la cocina mirándonos a los dos con caras de pena y preocupación. Pregunté.
—Tita, ¿qué pasa?
—Hijos míos, os quiero como si fuerais mis hijos, pero debemos mañana salir de aquí temprano, al alba, e irnos a casa de la abuela, porque aquí no estáis seguros, hay muchos vecinos que hoy os han visto llegar a casa, supongo, esa es la razón por la que tenéis que marcharos.
Mi hermano y yo nos miramos y le dijimos que vale, que estaba bien, porque no queríamos arriesgar la vida de mis tíos y mis primos por nosotros. Se acercaba la noche y mi tío estaba pendiente de una pequeña radio a ver si había novedades de la guerra que va con más fuerza, más masacre y más bajas entre los dos bandos y, por supuesto, más odio. Más odio, ese que te echan de tu casa, ese odio que matan a tu ser querido, ese odio que te escupen en la cara, ese odio que te menosprecian como si fueras una basura y no te tratan como a un ser humano. Mis primos estaban muy atentos con nosotros, conversábamos sobre la guerra con ellos, pero no pudieron entender con certeza ese momento de bombardeo por mucho que le explicáramos, cómo vimos tanques y camiones de soldados serbios pasar por nuestra calle, etc...
Nuestra tía nos acomodó en las habitaciones donde dormían nuestros primos Ado y Niho. Yo dormí con Ado y mi hermano con Niho. Ado, con un montón de preguntas pendientes para mí, no me dejaba dormir, yo le contesté una por una y todas eran como esto: si me dio miedo el bombardeo, cómo era en el pabellón. Yo le contesté que miedo había y sigue habiendo, pero había algo dentro de mí que es positividad y esperanza de que esto acabaría pronto y que todos volveríamos a nuestras casas.
—Allah te oiga, querido primo —dijo Ado.
—Buenas noches, primo, voy a intentar dormir, aunque mi mente está ahora con mi familia, sobre todo con mi madre y mi padre y gracias que está mi hermano pequeño conmigo, que jamás me separaré de él y es un alivio para mí que no esté solo, vayamos donde vayamos. A ver si salen del pabellón pronto y se acaba este sueño tan irreal y todo vuelva a la normalidad.
Después de decirle todo esto a mi primo, me abrazó con lágrimas en los ojos, una de ellas recorría su mejilla. Sentí ese abrazo tan cálido, sincero, lleno de sentimiento y amor que por un momento dado me sentía protegido. Me susurró al oído: «Siento mucho lo que está pasando, primo». Apagó la vela que tenía en la mesita de noche, se tumbó a mi lado, me abrazó y así se quedó hasta que entró en el sueño. Yo aún sin poder pegar ojo daba vueltas en la cama con mis cosas en la cabeza, dándole vueltas. No sé a qué hora me dormí, pero lo que sí sé es que una mano suave me tocó la cara y con una voz me decía:
—Hijo mío, levanta, que ya es la hora de marcharnos.
Era mi tía. Tenía ya preparado el desayuno en la cocina, que olía de maravilla. En el horno tenía el pan recién hecho. Tuvo que levantarse muy temprano para hacer todo eso. Mis primos aun durmiendo y mi hermano ya estaba vestido y listo para desayunar. Me vestí, fui al baño a asearme. Salí del baño para desayunar. En la mesa no faltaba de nada, había bollos, zumo, margarina, mermelada, cacao con leche. Mi tío, aún en pijama, nos acompañó con su café y el bollo. Desayunamos todos, excepto mis primos, que seguían dormidos. Al rato, nos decía la tita que ya llegó la hora de irnos y que nos acompañaba hasta la casa de la abuela. Nos despedimos de mi tío como si fuera la última vez que lo íbamos a ver y le dije que diera un beso a los primos y se despidiera de nuestra parte. Salimos por la puerta los tres en fila india con la tía en cabeza. Alejándonos de la casa me di la vuelta, miré a la ventana de salón y ahí, de pie, estaba mirándonos mi tío sin perdernos de vista. Se dio cuenta de que yo lo miraba, me levantó la mano como último adiós, que, desde entonces, 11 años después, lo volví a ver en Holanda, que emigró con toda su familia.
La casa de mi abuela no estaba tan lejos, quizás unos 4 kilómetros. Andando, por la calle que nos conducía hacia la casa de la abuela, no había ni un alma, solo se escuchaban nuestros pasos. Cuando vi la entrada de la factoría donde trabajaba mi padre ya sabía que estábamos cerca de la casa de la abuela. Aún era temprano, pero al llegar a casa tuvimos que despertar a mi tío Paso, hermano de mi tía y mi madre, claro. El más pequeño de todos los hermanos y uno de mis tíos favoritos, que vivía con la abuela y con su familia. Él no tenía la casa propia, pero sí estaba pendiente de la abuela y su salud, ya que tuvo un infarto, es más, por esa razón vive con la abuela. Mi tía tocó al timbre y unos minutos más tarde salió nuestro tío, que nos vio con una cara de sorpresa y nos abrazó.
—¡Pero bueno! ¿Vosotros dos qué hacéis aquí? Pensaba que estabais con vuestros padres. Y tú —se dirigió a mi tía—. ¿Cómo que están contigo? —preguntó mi tío.
—¿Nos dejas pasar a casa o vamos a hablar aquí toda la mañana en la puerta? —dijo mi tía con una sonrisa en la cara.
—Perdonad, perdonad, pasad, pasad, es que estoy un poco nervioso por veros y, además, con lo que está pasando en la ciudad —dijo mí tío.
Mi tía Besima, la mujer de mi tío Paso, estaba ya despierta y nos saludó con un abrazo y un beso y nos dijo:
—Gracias a Allah que estáis vivos. Madre mía, las veces que me acordaba de vosotros y vuestros padres, no puedo imaginarme lo que habréis sobrevivido, hasta aquí se escuchaba ruido y el bombardeo de vuestro barrio. —Se puso a llorar y yo la abracé y calmé diciendo que estábamos bien y que no se preocupara por mis padres—. Bueno —dijo quitándose las lágrimas de sus mejillas—, os voy a hacer un café. —Se marchó a la cocina a prepararnos un café y, mientras tanto, mi tía estaba hablando con mi tío Paso sobre cómo y dónde nos encontró y le explicó toda la situación de la ciudad y de los barrios y lo que iban a hacer con la gente de la zona.
Pero me faltaba una persona muy querida y especial de la casa, mi abuela. Pregunté a mi tío Paso dónde estaba o quizás dormía aún en la habitación. Me contestó que en la habitación estaba mi prima Aida, hija común de Paso y Besima, y que la abuela se marchó con mi prima Vernesa a Croacia dos semanas antes de estallar la guerra. Mi prima Vernesa es hija de mis tíos que viven en Croacia, pero desde que nació vive con la abuela, se crio con ella y, mientras tanto, mis tíos vivían en Croacia y ganaban dinero, una parte la mandaban a la abuela para manutención de mi prima Vernesa. Sobre la abuela, la verdad, no sabía nada de su marcha a Croacia.
La tía Besima salía de la cocina con un café que tenía un aroma muy especial porque ella tostaba café y después con un molinillo muy peculiar molía los granos de café a mano y ese café de esa manera y forma de elaborar era algo tan exquisito y rico tomarlo. Se sentó a mi lado, se puso a servir el café, pero aún con la cara de preocupación por lo que estaba ocurriendo. Me dio la taza con la mano un poco temblando, con una mirada triste y, a la vez, una pequeña sonrisa en la boca.
—Toma, hijo mío, tu café favorito de tu tía —dijo ella.
—Gracias, tía Besima tu café, por supuesto, es el mejor de todos que probé —dije.
A mi hermano no le apetecía mucho el café, mi tía Sabiha y mi tío Paso, también entre sorbo y sorbo de café, estaban planeando cómo mantenernos a salvo y que no tuviéramos ningún tipo de problema con los paramilitares serbios. Mi tía Sabiha ya comentó a mi tío la situación en el pabellón donde estaba su hermana, es decir, mi madre, y su cuñado, mi padre. Y le dijo:
—Si quieres nos turnamos con las comidas para llevárselas al pabellón donde están encerrados.
—Si quieres —dijo mi tío Paso a mi tía Sabiha—, la comida de hoy la llevaré yo, ya que tú llevaste ayer.
—De acuerdo, pero la comida no la lleves tú, que la lleve Besima, porque eres hombre, no vaya a ser que te pase algo a ti también.
Mi tía, después de hablar con mi tío, terminó el café y se tuvo que marchar. Se acercaba el mediodía y aún tenía que preparar la comida para mi tío y mis primos. Nos dio dos besos a mí y a mi hermano y nos aconsejó que no fuéramos a ningún lado y que hiciéramos caso a mis tíos y que no diéramos vueltas por la calle, que la calle era muy peligrosa. Ella salió de la casa y sin darse la vuelta se marchó, nosotros nos quedamos viéndola hasta que la perdimos de vista.
—Bueno, ya habéis oído a la tía Sabiha.
—Sí, tío Paso, no te preocupes por eso.
—Vamos a ver qué nos prepara la tía Besima para comer. Si queréis una ducha ya sabéis, como si estuvierais en vuestra casa, mientras tanto, yo me voy al molino a por el trigo, para que vuestra tía nos haga un pan de leña casero.
Mi tío salió de la casa con un saco de trigo en la bicicleta, se marchó hasta el molino que apenas llegaba a 1 kilómetro.
—¿Quieres ducharte tú primero? —preguntó mi hermano. Le contesté:
—Dúchate tú si quieres primero.
Pasó al baño a ducharse, mientras tanto, yo ayudaba a mi tía en la preparación de la comida. Entre tanto, se escuchaban unos pasos cortos. Eran de mi prima Aida, se despertó. Entro a la cocina, me miró. Se quedó escondida detrás de las puertas de la vergüenza que tenía. En ese momento, salió mi hermano de la ducha y vio a la prima Aida y la cogió en brazos, se resistía para que la bajara, pero mi hermano seguía jugando con ella, al final mereció la pena el juego porque ya se reía con mi hermano. Yo me iba a duchar también, después me quedé como nuevo y más relajado. Parecía que, en casa de mi tío, por un momento, no sentí esa sensación de la guerra, como si no existiera. Casa con electricidad, agua potable, televisión que iban solo dos canales, pero bueno.
Nuestra prima, con tan solo dos años, cada vez se me acercaba más y más. Nuestra tía ya estaba a punto de terminar la comida de mis padres para más tarde guardarla en unos táperes. Mi tío ya estaba llegando con la bicicleta y la harina desde el molino. Pasó por la puerta, con alegría en la cara diciendo: «¡Ya estamos todos, comamos y me voy a llevar la comida a vuestros padres y a los abuelos»! En él había una positividad enorme y siempre con una sonrisa en la cara pasara lo que pasara. Es un hombre muy chistoso y bromista. Es su forma de ser y cada problema lo solucionaba con un chiste, broma o cualquier cosa para romper la seriedad. Conmigo y con mi hermano se portó muy bien y en plena guerra trató de formar un ambiente en casa como si no existiera la guerra. Pensé: «Quizás lo hace por nosotros, por disimular de tal manera posible que nos olvidemos de las penas». Ayudamos a la tía Besima a preparar la mesa y, al rato, nos pusimos a comer. Me senté junto a mi hermano y a mi derecha estaba mi prima en su trona para poder llegar bien a la mesa, mientras mis tíos estaban en frente de mí. Mi tío acabó antes que todos para irse a llevar la comida a mis padres. Con un «hasta luego» se despidió de todos nosotros, pero con prima Aida se despidió con un beso enorme diciendo que no diera guerra a los primos. Nosotros, más tarde, también terminamos de comer y ayudamos a la tía a recoger la mesa. Mientras la tía fregaba los platos, mi hermano y yo nos pusimos a ver las noticias y a ver si había alguna novedad sobre este infierno que parecía que iba a peor.
Decían los telediarios que la región Krajina, donde estábamos nosotros, estaba en las manos de paramilitares y el ejército serbio y que la capital de Krajina ciudad Bihac aún resiste a los ataques de los serbios. Eso, por un lado, me ha dado alegría, por no tomar una ciudad como Bihac. Hablaban de bajas bosnias y serbias de cada bando, de los puentes derrumbados en las zonas fronterizas con el país vecino, Croacia. En parte, como era televisión serbia, quizás hubiera un poco de manipulación que desmoralizaba al pueblo bosnio. Mi hermano jugaba con mi prima y las noticias no le interesaban tanto, pero bueno, lo veo normal, con su edad es para que juegue, se divierta y no exista una guerra como esta en pleno centro de Europa y en el siglo XX. Quizás yo tampoco debería, pero me era inevitable ver lo que estaba pasando y encima, si te comprometes a proteger a tu hermano, que es lo único que tienes a tu lado y que soy su hermano mayor, me veo responsable por todo lo que le pase. Esto me hace más fuerte para sobrevivir a cualquier barrera que se ponga en mi paso y sobrevivir este infierno.
Pasaron un par de horas largas y ya echábamos de menos a nuestro tío. Mi tía estaba dando vueltas por la casa y pensando: «madre mía, ¿dónde está este hombre, le habrá pasado algo, lo habrán detenido o qué? Porque esto no es normal». Yo empecé a mirar el reloj, cada minuto que pasaba, más me empezaba a preocupar. Mi tía se cansó de dar vueltas y se sentó a mi lado sin pronunciar ni una palabra. Ya estaba anocheciendo y se escuchó la puerta de la casa y la voz de mi tío. Hablaba con alguien. Mi tía se levantó, salió del salón a recibirlo en el pasillo de la casa y al salir se oyó un llanto de mí tía y un grito. Nosotros nos quedamos en el salón sentados, bueno, más bien clavados en el sofá sin poder levantarnos por el miedo de ser alguna patrulla o algunos soldados serbios en nuestra búsqueda y con más razón al oír a mi tía llorar y gritar. Se abrieron las puertas del salón. Mi hermano, mi prima y yo, sin quitar la mirada de la puerta en ningún momento. Al ver a la persona que apareció primera por la puerta, mi hermano y yo no pudimos sostener nuestro llanto y nuestras lágrimas. Era nuestra madre, que venía hacia nosotros a abrazarnos. Ese momento fue algo increíble. Nos abrazamos los tres en el salón. En ese instante, hubo un silencio hasta que lo rompió mi tío diciendo:
—Venga, vamos, dejad a mi hermana que le dé un abrazo yo también —sonrió. Dejamos que abrazase a mi madre y le diera dos besos. Pregunté:
—¿Pero cómo es posible que estés aquí? Y papá, los abuelos y mi primo Hajro, ¿qué pasó con ellos? —Mi madre con una taza de café en la mano que le ofreció mi tía estaba explicando que en ese pabellón ya no hay nadie. Todos los niños, mujeres y hombres que tengan más de 65 años los han trasladado a un pueblo cercano de la ciudad llamado Pobrijezje, que en ese pueblo vive la mayoría de la religión musulmana.
—A mí me dejaron de ir con vuestro tío porque dio casualidad de que llegó a tiempo y me trajo hasta aquí pidiendo el permiso de un soldado y explicándole que soy su hermana, etc. Además, Pobrijezje es un sitio táctico para poder controlarlo. Está ubicado en lo alto, es fácil de controlar y tiene solo un paso de salida y entrada cruzando el puente del río Bliha. Ese punto era el punto de control, con unos sacos de tierra en forma de búnker con una barrera de paso y siempre acompañado con siete u ocho soldados serbios que se turnaban entre ellos.
En ese pueblo vive mi otra tía, hermana de mi madre, se llama Nasiha, pero siempre la llamábamos tía Naska. Y con ella, por supuesto, su marido, tío Ibro, y mis primos: Muhamed, Medin, Hamic y prima Zarfa. Continuó hablando mi madre de que a los abuelos y a mi primo lo trasladaban a casa de mis tíos entre más gente de mi vecindario, que continuarán la vida en la casa de ellos hasta próximo aviso de los serbios. Bueno, por lo menos sabíamos que los abuelos y mi primo estaban a salvo.
—Pero mamá, ¿y papá?, qué hay de él? —preguntó mi hermano. Mamá contestó con un nudo en la garganta.
—A todos los hombres, hijo mío, incluido tu padre, los han llevado al complejo deportivo con más hombres de la ciudad y los han encerrado allí.
—¿Y qué harán con ellos, mamá, ¿sabes algo más? —dije.
—Sé solo eso y cuando se lo llevaron me dijo que cuidara de vosotros y que os dijera que os quiere mucho y que me hagáis caso, que esto acabará muy pronto.
Después de contar la experiencia pasada en el pabellón del colegio, que no era de buen agrado, nos contó que tenía marcas en el cuerpo de dormir en el suelo y, sobre todo, en las caderas por dormir de lado. Dijo que algunos cogieron una especie de un virus por no asearse en condiciones. Yo aún sin creer que mi madre esté frente a mí, contándome todo esto, le decía a mi hermano que me pellizcara a ver si estaba en un sueño o qué. Mi tío Paso, con cara de contento, dijo a mi madre:
—Venga, señora, que ya es muy tarde y como no vas a ir a ningún lado, ya nos contarás más cosas, vamos a preparar algo de cena mientras tú te duchas y te relajes un poco y vosotros dos ya podéis estar más tranquilos. —Terminó de hablar y salió de la casa, supongo para guardar la bicicleta en el trastero.
Mamá se levantó en busca de su maleta, que traía para sacar su ropa y se marchó al baño a ducharse. Miré a mi hermano y la cara de satisfacción que tenía que no se podía describir. Para nosotros dos fue un alivio tener a uno de los dos con nosotros, me sentía protegido y quien tiene una madre, ya saben, tiene un tesoro. Mamá se duchó, nos reunimos todos en el salón para cenar. Las caras eran ya diferentes, más alegres y contentas por la llegada de mi madre y, en general, de estar sanos y vivos.
En casa de mi tío ya llevábamos un par de semanas y entre tanto mi madre se encargaba de llevar la comida a mi padre y nos informaba de lo que nos decía nuestro padre, cómo conviven en ese sitio, cómo les tratan, mi hermano y yo teníamos muchísimas ganas de ver a nuestro padre, pero no ha podido ser por el miedo de que nos metieran con él. Mamá se pudo mover por toda la ciudad porque para los soldados serbios no creaba ningún tipo de peligro. Aparte de casa de mi abuela, donde vivía mi tío Paso con su familia, yo tenía en el mismo vecindario otros dos tíos. Hermanos de mi madre, que se llaman Reuf y Fikret. También los visitábamos e íbamos a sus casas de visita, que nos recibían con mucho cariño y jugábamos con nuestros primos, que nos llevábamos muy poco con las edades. No podíamos salir mucho a la calle, pero en casa jugábamos bastante. Mientras pasaban los días, nosotros estábamos en nuestras nubes, como si no existiera la guerra. Lo único que nos faltaba era nuestro padre y nuestra casa para completar esa alegría y satisfacción que teníamos mi hermano y yo con esperanza de no ir a ningún lado más y que esto se iba a acabar muy pronto.
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