Kitabı oku: «Víctimas y verdugos en Shoah de C. Lanzmann», sayfa 6
… este guion es mejor todavía que la obra teatral. Le ha dado a la historia un significado mucho más «universal» e interés. Fácilmente podía haber sido adaptada como una tragedia judía ya pasada con un tratamiento mucho más pobre creativa y emocionalmente –incluso una especie de muro judío de las lamentaciones o considerada como mera propaganda (Cole, 1999: 32).
Ana Frank no fue promovida como víctima de la catástrofe judía porque sencillamente en aquellos años el Holocausto resultaba insignificante en la cultura norteamericana. Ana Frank fue convertida en la portavoz de otras causas, entre las que no cabe olvidar el McCarthysmo39 o la batalla de los ambientes progresistas contra la segregación racial en los estados sureños. El mensaje liberal de Broadway convirtió a Ana Frank, en palabras de Judith E. Doneson, en:
Un símbolo y una metáfora de los acontecimientos de los Estados Unidos de 1950. No somos los únicos que sufren, dice Ana, unas veces le toca a una raza, otras veces a otra. La persecución de los judíos y su final muestran lo que puede suceder cuando prevalece el racismo, una advertencia para el público americano en su relación con los negros (Cole, 1999: 33).
En la discusión recogida en el diario entre Ana y Peter, en la que este último expresa que la única razón de su encierro cabe encontrarla en su identidad judía, Ana le responde que no son los únicos judíos en sufrir por este motivo y que, a lo largo de la historia, muchos otros judíos han padecido. La versión de Broadway sustituía la referencia a la historia judía por un mensaje universalista en el que Ana replicaba que no son los únicos en sufrir y que unas veces le tocaba a un pueblo, otras veces a otra raza y, otras, a otros. Garson Kanin, director de la representación teatral y quien se atribuyó esta sustitución, lo argumentó de la siguiente manera:
… Mucha gente ha sufrido por ser inglés, francés, alemán, italiano, etíope, musulmán, negro y así muchos más. No sé cómo podría señalar esto, pero a mí me parece de la máxima importancia.
El hecho de que en esta obra el símbolo de la persecución y la opresión sean los judíos es accidental, y Ana, con esta afirmación, reduce su magnífica estatura. Aquí es Peter quien se muestra como el joven ultrajado porque es perseguido en tanto que judío, y Ana, juiciosa, le contesta que las minorías han sido oprimidas a lo largo de la historia. En otras palabras, en este momento, la obra tiene la oportunidad de expandir su mensaje hasta el infinito (Cole, 1999: 31-32).
El pensamiento liberal mayoritario en Broadway y Hollywood convirtió a Ana Frank en el referente moral con el que hacer frente a los problemas internos de la segunda mitad de los años cincuenta en Estados Unidos. A partir del diario de una víctima, en el que el Holocausto era más el contexto que el tema central, la representación teatral y cinematográfica introdujo a Ana Frank en el panteón de las víctimas universales, no por ser representativa de la reciente destrucción de casi seis millones de judíos, sino por su adaptabilidad a las formas melodramáticas de la cultura popular y por el fácil borrado de su especificidad que le permitió encarnar a muchas y muy diferentes víctimas.
EL SURGIMIENTO DE LA VÍCTIMA JUDÍA (1961)
El juicio contra Adolf Eichmann
A las 4:00 p.m. del 23 de mayo de 1960 el primer ministro israelí, David Ben Gurion, anunció en el Parlamento israelí, Knesset, la captura de Adolf Eichmann, uno de los principales responsables del genocidio de los judíos europeos. En aquel momento, Eichmann ya se encontraba en Israel y el primer ministro afirmó que en breve se abriría juicio contra él. El anuncio dejó estupefacto al mundo y conmocionó a todo Israel. Se vivieron días de unidad nacional como no se recordaban desde la declaración de la independencia en 1948 (Wieviorka y Lindeperg, 2012: 70), la radio se colapsó con llamadas de supervivientes y testimonios, todos los titulares y editoriales de los periódicos trataron el tema. Si la sola noticia provocó el shock emocional esperado, ahora se iniciaba un largo proceso que debía gestionarse para alcanzar los fines deseados. Los objetivos quedaban claramente expuestos en las palabras de David Ben Gurion:
Veo cómo lo importante de la captura de Adolf Eichmann y su enjuiciamiento en Israel, no [reside] en la operación brillante y la capacidad impresionante de los hombres de los servicios de seguridad, sino en el acto virtuoso que tuvieron la oportunidad de ejecutar, y por el cual en una corte de justicia israelí se revelará todo el tema del Holocausto. Para que lo sepa y lo recuerde la juventud que creció y se educó en el país después del Holocausto y que solamente un eco débil de los horrores históricos [...] llegó hasta ahora a sus oídos, y para que lo sepa también la opinión pública en el mundo [...].40
Dejemos a un lado las palabras que aluden a la eficiencia de sus servicios secretos y la rentabilidad del juicio en la política exterior israelí,41 para centrarnos en el carácter pedagógico destacado por el primer ministro. Se trata, según su declaración, de que los jóvenes conozcan el Holocausto,42 del que apenas habían oído hablar, pero, como hemos analizado en el apartado anterior, la escasa relevancia de la tragedia de los judíos europeos no se restringía a los más jóvenes, sino que era consecuencia de la intrascendencia social, política y cultural del tema en los años anteriores. Efectivamente, a partir de este momento, la destrucción de la Diáspora europea se tornará en el acontecimiento nodal en Israel y un tema capital en Occidente.
El juicio contra Eichmann y toda su repercusión resituó el Holocausto, pasando de la marginalidad de la inmediata posguerra43 a la centralidad que adquiriría en esta década. Si los juicios de Núremberg habían dibujado la nueva Europa y habían pretendido cerrar la lectura de las potencias vencedoras sobre la Segunda Guerra Mundial y el régimen nazi, el juicio contra Eichmann se convirtió en el «Núremberg» judío. Los genéricos crímenes de guerra, crímenes contra la paz y crímenes contra la humanidad de Núremberg, interpretados por unos aliados escasamente interesados en resaltar la especificidad de los crímenes raciales, darían paso en Jerusalén a la exclusividad del Holocausto; el tribunal israelí solo se ocuparía de la singularidad del genocidio, entendido como acontecimiento independiente de la Segunda Guerra Mundial.
Los procedimientos para el secuestro y traslado de Eichmann desde Buenos Aires a Jerusalén serían cuestionados por numerosas voces críticas, pero pocos dudarían de la legitimidad del Estado de Israel para juzgar al acusado. Israel ya había concedido la nacionalidad israelí a todas las víctimas del exterminio nazi, gran parte de los supervivientes habían emigrado a Israel y el joven Estado tomaba bajo su tutela todos los asuntos referidos a los judíos. Hasta la muy crítica con todo el juicio contra Eichmann, Hannah Arendt, en respuesta a la opinión de su amigo Karl Jaspers sobre la conveniencia de la celebración del juicio en Alemania, se mostraría partidaria de la jurisdicción israelí para juzgarlo:
El proceso debe tener lugar en el país en el que residen las partes perjudicadas y todos aquellos que sobrevivieron. Dices que Israel entonces todavía no existía. Pero se puede decir que fue por causa de estas víctimas que Palestina se convirtió en Israel… Además, Eichmann fue responsable de los judíos única y exclusivamente… La nación o el Estado al que pertenecen las víctimas tiene jurisdicción (Felman, 2001: 206).
Así pues, eran las víctimas y su identidad judía, no el territorio sobre el que se cometieron los delitos o la nacionalidad del culpable, lo que delimitaba la jurisdicción sobre el exterminio en el caso Eichmann.
El juicio poco tenía que dirimir sobre la culpabilidad del acusado. Los años transcurridos, las investigaciones, los interrogatorios, los testimonios, etc. habían establecido de manera inequívoca su protagonismo en la «Solución Final».44 Aunque la percepción posterior del juicio vendría marcada por el libro escrito por Hannah Arendt en 1962, Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal, hay que tener presente que en el Israel de aquella época el proceso, más que un encuentro con el culpable, resultó la atalaya mediática para que las palabras de las víctimas relatasen el Holocausto. Fueron sus testimonios los que modelaron la imaginación pública, no el relato ni la imagen de Adolf Eichmann. Superflua la sentencia y las pruebas que la justificaran, la importancia del juicio recaía en el proceso mismo y su difusión.
La preparación del proceso excedió las cuestiones legales y todos los elementos necesarios para su mediatización fueron atendidos.45 El juicio debía celebrarse en Jerusalén y su alcalde se comprometió a finalizar en la mayor brevedad posible la construcción de la Casa del Pueblo (Beit Ha’am), dotada de una sala de espectáculos capaz de acoger a 750 personas, y transformarla en un tribunal con 474 plazas reservadas para periodistas nacionales e internacionales. Los corresponsales recibían todos los días las actas del proceso poligrafiadas en hebreo, alemán, inglés y francés y un resumen en yidis. Para ellos se habilitó una sala de prensa con télex, teléfonos y un circuito cerrado de televisión que permitía seguir el proceso íntegro. La grabación televisiva del proceso se debió a la iniciativa de un productor norteamericano, Milton Fruchtman, quien planteó al Gobierno israelí la posibilidad del formato televisivo para registrar todo el proceso, a pesar de que la televisión no hubiese llegado todavía a Israel. La grabación en vídeo y su distribución diaria a las televisiones internacionales tenían como clientes prioritarias las grandes networks norteamericanas: ABC, NBS y CBS. La dirección de la grabación televisiva de todo el proceso recayó en Leo Hurwitz, uno de los principales documentalistas de la izquierda americana con gran experiencia televisiva.46 La radio nacional, la «Voz de Israel», obtuvo los derechos para grabar la totalidad del proceso y lo retransmitió ampliamente.
Construido el escenario y garantizada la difusión del proceso, la puesta en escena judicial, dentro de los límites establecidos por la ley, fue obra del fiscal, Gideon Hausner.
En el interior de este marco preestablecido, Gideon Hausner impuso su propia concepción del proceso que es, a su vez, una puesta en escena y una construcción de la trama. El primer elemento era la naturaleza de la historia que el fiscal deseaba contar. Su elección no se limitó a los hechos relacionados directamente con el acusado, sino que reconstruyó la historia completa del genocidio, desde la llegada al poder de Hitler hasta la capitulación alemana. El segundo elemento fue la elección de quién contaría la historia, dicho de otra manera, sobre qué «elementos» se apoyaría la historia. Hausner tenía plena conciencia del tedio provocado por las extensísimas presentaciones de documentos en Núremberg, por lo que eligió ceder el protagonismo a los testigos citados tras un auténtico casting… (Wieviorka y Lindeperg, 2012: 73).
Esta primacía del testimonio en el juicio contra Eichmann es lo que ha llevado a Annete Wieviorka a considerarlo el hito clave en el advenimiento del testigo en su ya clásico L’Ère du témoin (1998). Conviene señalar aquí una ambigüedad respecto a la condición de los testigos que fueron llamados al estrado. Las víctimas eran los seis millones de judíos asesinados por el régimen nazi y su representación legal y moral recaía en el Estado de Israel,47 pero la mayoría de los testimonios conducidos a declarar participaban, en principio, de la doble condición de víctimas y testigos. En la teoría procesal los testigos aportan pruebas de la culpabilidad o inocencia del acusado. Sin embargo, la mayor parte de testigos que declararon en el juicio pocas evidencias podían aportar acerca de la actuación individual de un Eichmann que, por su elevadísima posición en la maquinaria aniquiladora, tuvo una relación muy escasa con las víctimas que la padecieron.48 La acusación presentó a 121 testigos,49 cuyos relatos debían concretar el padecimiento del pueblo judío, no la actuación del reo.50 A través de las palabras de los supervivientes, de sus vivencias y de sus testimonios de lo visto, el fiscal, Gideon Hausner, focalizó el proceso en la difusión de las experiencias de las víctimas-testigo. Ante la imposibilidad de rendir justicia a seis millones de asesinados en un solo hombre y con la ayuda de los testimonios de los supervivientes, el juicio sirvió para la reparación moral de las víctimas. Estas pasaron de una vergonzosa ocultación en los años precedentes a una exposición como figura incuestionable y central de la nueva cultura del Holocausto, consecuencia de la aceptación israelí del legado de la destrucción de la Diáspora.
Esta focalización sobre la víctima no cuestionó la ejemplaridad heroica de los resistentes, pero sí restringió su monopolio memorístico. No olvidemos que el recuerdo estaba marcado por las figuras heroicas y que la simple primacía de la víctima ya implicaba una reescritura importante de la memoria oficial. Durante el juicio, el fiscal preguntaba invariablemente a todos los testigos al final de su testimonio «¿Por qué no se rebeló usted?»,51 corolario del discurso oficial que se había mostrado poco comprensivo con las víctimas. Por supuesto, fueron testigos del juicio «Antek» Zuckermann, Tzvia Lubetkin −supervivientes de la insurrección del gueto de Varsovia− y otros que dieron cuenta de intentonas semejantes en Vilna y Kovno. Ninguno de estos testimonios guardaba relación alguna con el acusado, pero sí servían para cubrir la cuota de heroísmo en un proceso dominado por las víctimas. Incluso las palabras en la sala de Zuckermann, «cuando no se puede evitar la muerte, siempre vale la pena luchar para salvar el honor», tendían un puente con las víctimas. La resistencia armada no se legitimaba por su efectividad en el daño causado al enemigo, sino por la preservación de la dignidad y ¡quién podía negársela a víctimas de una inhumanidad inaudita! La cruel frase de conducidos «como corderos al matadero»52 era contestada por una muy laxa concepción de la resistencia.
Las víctimas judías deben aparecer bajo una luz heroica. Según esta visión, los judíos resisten, numerosos, y de múltiples formas. Arnos Lustige, por ejemplo, alarga la lista de resistentes al incluir a los soldados judíos de los ejércitos aliados, y hasta los judíos alistados en las Brigadas Internacionales… Con mayor frecuencia, se redefine la noción de resistencia para englobar las actividades de auxilio –alimentar u hospitalizar a la población de los guetos–, incluso si fueron los plenipotenciarios alemanes quienes autorizaban estas iniciativas en el contexto de su política de mantenimiento de los guetos antes del inicio de las deportaciones (Hilberg, 1996: 127).
Si el crimen perseguía el exterminio de todo un pueblo, si consiguió exterminar alrededor de seis millones, si todos los que fueron presentados como testigos, aun habiendo sobrevivido, también debían ser concebidos como víctimas y si la condición de víctima ya no cargaba con la despectiva consideración de la inmediata posguerra, no resulta extraño que la etiqueta de víctima se extendiese a todo judío.
Voces críticas
Que las víctimas, por su condición, merecieran una reparación y que el público, muy especialmente el israelí, sintiera una empatía infinita hacia ellas motivó una entronización moral. La primacía de la víctima en los nuevos tiempos también le otorgó una consideración epistemológica nueva y, especialmente a través de los relatos y experiencias de los supervivientes, se convertiría en una de las principales vías de conocimiento de los hechos del pasado. Las opiniones divergentes a estos excesos generarían polémicas imposibles de comprender sin atender a las exaltadas adhesiones del presente con las víctimas.
En 1961, por fin, Raul Hilberg podía ver impresa su obra, The Destruction of European Jews. La obra fue, y sigue siendo, la referencia histórica sobre el Holocausto. Con más de un millar de páginas y con el estudio de una documentación ingente, el libro ofrece una descripción detalladísima del proceso de destrucción de los judíos europeos, desde la llegada de Hitler al poder en 1933 hasta el final de la guerra. Que tal obra vagase durante varios años por los despachos de editores sin que nadie apreciara su importancia demuestra, más que la falta de olfato de los agentes literarios, la generalizada percepción pesimista de la rentabilidad económica de un libro cuya temática interesaba a un público excesivamente restringido. Ahora bien, que la publicación del libro fuese rechazada por el Yad Vashem no resulta atribuible a su desinterés, sino a su firme oposición a la perspectiva de la obra. El 24 de agosto de 1958 Raul Hilberg recibía una carta en la que el director de la institución, el doctor J. Melkman, le transmitía las razones por las que los miembros del comité científico habían descartado la publicación de su obra:
Su obra se funda casi exclusivamente sobre la autoridad de las fuentes alemanas y no utiliza fuentes primarias escritas en otras lenguas, propias de los Estados ocupados o el yidis y el hebreo.
Los historiadores judíos de nuestro instituto han emitido reservas sobre las conclusiones históricas que usted formula respecto a los periodos anteriores, y sobre su evaluación de la resistencia judía (activa y pasiva) durante la ocupación nazi (Hilberg, 1996: 105).
Como escribe el propio Hilberg, el mismo membrete, donde quedaba patente en el nombre oficial53 de la institución la importancia de la resistencia judía, y la «evaluación de la resistencia (activa y ¡pasiva!)» reafirman nuestros argumentos anteriores sobre la preeminencia del ideario heroico, poco conforme a la realidad, en el recuerdo del Holocausto. Pero, detengámonos en la primera razón esgrimida: las fuentes para la escritura de su historia. En su periodo de formación, cuando se apasionó por el estudio de la burocracia y asistía a sus clases de Derecho y Administración pública,54 el historiador en ciernes descubrió su enfoque:
Ya había decidido centrarme en los ejecutores alemanes. La destrucción de los judíos era una realidad alemana. Había sido puesta en marcha por verdugos alemanes, en una cultura alemana. Estaba convencido, y esto fue así desde el principio mismo de mi investigación, que era imposible aprehender la auténtica dimensión del hecho histórico si no se comprendían los mecanismos de los actos de los ejecutores. Es el ejecutor quien posee la visión de conjunto. Solo él es el elemento determinante. Es a través de sus ojos que debía mirar el acontecimiento, desde su génesis hasta su punto álgido. La certeza de que la perspectiva del ejecutor ofrecía la primera pista a seguir se convirtió para mí en una doctrina de la que no me separé nunca (Hilberg, 1996: 55).
La perspectiva histórica de Hilberg no encajaba en el acercamiento histórico promovido por la institución oficial israelí ocupada de la investigación y la documentación del genocidio nazi. No cabe ninguna duda acerca de la legitimidad de levantar acta de las comunidades destruidas ni del interés de los relatos de las víctimas para completar la narración histórica, pero tampoco albergamos dudas sobre la autoridad de los verdugos para proporcionar los documentos de sus objetivos y procedimientos que expliquen los acontecimientos. La científicamente injustificada posición del Yad Vashem precedería en algunos años a la focalización del proceso contra Adolf Eichmann en las víctimas, pero ambas perspectivas forman un continuo en la interpretación israelí de la destrucción de la Diáspora europea. Si el juicio se convirtió en un acontecimiento con claros intereses pedagógicos, el recurso a las víctimas para contar el Holocausto se explicaba por las virtudes morales y melodramáticas que suplían con creces sus restricciones epistemológicas. Se inauguraba un tiempo en el que, excepción hecha del ámbito académico, la víctima-testigo se acabaría convirtiendo en la narradora del Holocausto.
Independientemente del enfoque metodológico y de la muy distinta apreciación de la resistencia de los judíos, la obra de Hilberg contenía la semilla de una gran polémica que solo estallaría al ser recogida por una figura de enorme relevancia en el panorama intelectual de aquellos años, Hannah Arendt. El propio historiador fue tempranamente consciente de los aspectos inasumibles de su obra por los custodios del Holocausto. En un primer trabajo, anterior a la redacción de su tesis doctoral que daría lugar al libro, presentado al profesor Franz Neumann, Hilberg se topó tempranamente con la incorrección política de algunas de sus evidencias documentadas:
También esta vez asintió [Neumann]. Tras haber leído mi ensayo de doscientas páginas, solo emitió una objeción sobre un apartado de la conclusión. Afirmaba que, en el plano administrativo, los alemanes habían contado con los judíos para ejecutar sus órdenes, que los judíos habían cooperado en su propia destrucción. Neumann no me dijo que los hechos contradijesen esta conclusión, ni me reprochó la insuficiencia de mis investigaciones. Él declaró simplemente: «Demasiado fuerte para aceptarlo, córtelo» (Hilberg, 1996: 61-62).
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