Kitabı oku: «El Juego Más Peligroso»

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Capítulo 1
1882

EL TREN se detuvo. Lolita miró por la ventanilla y se dio cuenta de que había llegado a su destino.

Su baúl se encontraba en el mismo compartimento junto a ella, pues al mencionarle al maletero a dónde se dirigía, éste le había dicho:

−Ésa es una estación muy pequeña y allí el vagón de carga, no llega hasta la plataforma del andén.

Ella no lo había entendido bien; pero ahora vio que la estación no era más que un paradero, consistente en un edificio muy pequeño y un andén que apenas alcanzaba el largo de uno de los vagones.

Mientras descendía y un maletero le bajaba el baúl, dos lacayos de llamativa librea, atravesaron el andén y se dirigieron al compartimento vecino.

Lolita se dio cuenta de que iban al encuentro de alguien que había viajado en el mismo tren; pero no prestó mucha atención y dijo al maletero que llevaba su baúl:

−Quisiera un carruaje de alquiler, por favor.

−Aquí no encontrará ninguno.

Lolita no lo creyó hasta que estuvieron fuera de la Estación y vio que allí sólo había dos vehículos.

Uno era un faetón muy elegante, de color amarillo con ruedas negras y tirado por dos caballos negros; el otro, un coche abierto, de los que se utilizaban para llevar a los sirvientes y el equipaje.

Miró a un lado y otro, sin saber qué hacer y entonces vio que llegaba un caballero, procedente del andén y seguido por un lacayo.

Era un hombre impresionante: alto, de hombros anchos y muy bien vestido, con el sombrero de copa ladeado ligeramente sobre la cabeza.

Lolita, viendo que se dirigía al faetón, se atrevió a interpelarlo.

−Discúlpeme, señor, pero como parece ser que aquí no hay ningún medio de transporte disponible. ¿Sería usted tan amable de llevarme al Castillo de Calver?

Le pareció que el hombre se sorprendía por su aspecto, y agregó con dignidad:

−Siento mucho molestarlo, pero es que no veo otra manera de llegar.

−¿Es usted una invitada?

−No exactamente... pero tengo que ver al Duque.

El caballero pareció dudar por un momento, pero al fin dijo:

−En ese caso, por supuesto, debo llevarla.

−Se lo agradezco mucho.

Lolita se apresuró a subir al faetón.

El caballero ya tenía en sus manos las riendas y casi de inmediato se pusieron en marcha. El lacayo se apresuró a ocupar su asiento en la parte trasera del vehículo.

Se alejaron de la estación por la fértil campiña; los árboles comenzaban a reverdecer y las flores brotaban en los setos.

Recorrieron un buen tramo antes de que el caballero hablara:

−Dice usted que desea hablar con el Duque... Me gustaría saber para qué.

Lolita respondió sin pensar:

−Para decirle que es un hombre duro, egoísta, insensible e ingrato.

Al instante, dándose cuenta de que estaba cometiendo una indiscreción, añadió:

−Discúlpeme... No debía decirle algo así a un desconocido.

−Tengo curiosidad por saber qué hizo el Duque para ofenderla.

−Eso se lo comunicaré directamente a Su Señoría.

−Parece usted muy joven para viajar sola− observó el hombre y estuvo a punto de añadir:

"...y muy bonita".

Se había sorprendido al abordarlo ella, pero más aún al contemplar sus enormes ojos azules, su carita en forma de corazón y sus cabellos dorados como la luz del sol.

Lolita respondió con cierta sequedad a la pregunta del caballero:

−Tengo que cuidar de mí misma; eso es también culpa del Duque.

−Estoy seguro de que se le achacan muchos pecados− dijo él con ironía−, pero no veo cómo hubiese podido ocurrírsele a él , que necesitaba usted una dama de compañía.

Lolita sospechó que se estaba riendo de ella y levantó el mentón, pues consideraba aquello una impertinencia.

−¿Conoce usted bien al Duque?− preguntó después.

−Lo suficiente para saber que no le gustaría la crítica que hace usted de su persona.

−Pues se merece cuanto he dicho y mucho más.

−Usted acusa al pobre hombre sin darle oportunidad de defenderse.

−Algunas cosas no tienen defensa posible.

Era obvio que ella no deseaba decir más, pero el caballero insistió:

−Cuando no critica a los Duques por su comportamiento, ¿a qué se dedica usted, señorita?

−Acabo de regresar del Continente, por cierto, me parece que Inglaterra es muy hermosa.

−¿Piensa usted permanecer aquí?

−Creo que tendré que hacerlo, por lo que debo encontrar algún medio de vida.

−¿Quiere decir que no cuenta con recursos?

Lolita asintió con la cabeza.

−He estado pensando en lo que podría hacer− dijo− y me parece que el único camino que me queda , es convertirme en bailarina.

El hombre la miró sorprendido.

−Me han dicho que las del Covent Garden son muy admiradas por los caballeros que frecuentan los clubes de St. James− añadió ella.

−¿Y eso es lo que usted desea?

No cabía la menor duda acerca de la ironía con que hablaba el hombre.

−Ése es el único talento que poseo, aparte de una gran facilidad para los idiomas. Pero como soy tan joven, dudo mucho que me den trabajo como institutriz ó como maestra en alguna escuela. Además, los ingleses muy pocas veces , se toman la molestia de aprender otros idiomas.

−¿Es eso lo que ha podido comprobar durante su larga vida?

Era obvio que el caballero se burlaba de ella una vez más.

−Al menos, lo que he podido observar− contestó Lolita con frialdad−. Cuando los ingleses no pueden hacerse entender por los demás, les gritan, ¡pero en inglés, por supuesto!

El caballero soltó una carcajada .

−Es usted muy dura, señorita...

Lolita ignoró la intención de la pausa, por lo que él se vio obligado a ser más directo.

−Todavía no me ha dicho usted su nombre.

−No veo por qué he de hacerlo, señor, sobre todo cuando, como usted mismo ha indicado, no hay dama de compañía para que nos presente.

El volvió a reír.

−¡Muy bien!, si desea permanecer en el misterio...Pero permítame decirle , que no me parece usted idónea para ser una bailarina de ballet.

−¿Por qué no?

−Porque a menos que me equivoque, es usted una Dama.

−¿Y eso qué tiene que ver, si puedo bailar bien?

El caballero pensó que podría mencionarle muchas razones, pero escogió sus palabras con cuidado.

−Tal como usted dice, las bailarinas de ballet son buscadas por los caballeros de St. James, pero ellas deben corresponder a las atenciones que reciben.

Lolita se volvió a mirarle sorprendida.

−¿Quiere decir que ellas... deben darles las gracias?

−Se espera que hagan bastante más.

−¿Sí? No... No entiendo.

− Más vale así. Pero créame, si le digo que la vida de bailarina no es para usted.

Lolita suspiró.

−En ese caso tendré que hacer que el Duque cumpla con su obligación, tal como debía haberlo hecho desde un principio.

−Ah..., yo siempre había creído que él era muy consciente de sus obligaciones− dijo el caballero−.¿Qué ha hecho para ofenderla tanto, señorita?

Hablaba de una manera que habría persuadido a la mayoría de las mujeres; sin embargo, Lolita irguió aún más la cabeza y repuso:

−Si se lo dijera, como usted es amigo suyo, trataría de encontrarle toda clase de excusas.

El caballero sonrió.

−Creo que él es muy capaz de encontrar sus propias razones.

−¡OH, sí, estoy segura de que es muy convincente!− ahora era Lolita quien hablaba con sarcasmo.

−¿Por qué se niega el Duque a ayudarla como usted cree que debe hacerlo?

Ante el silencio de Lolita, el hombre añadió:

−Quizá esté usted pensando que puede recurrir a mí.

La sorpresa de Lolita evidenció que no había pensado nada parecido.

−¡Por supuesto que no! Jamás se me ocurriría imponerme a un desconocido...

Tal vez haya sido incorrecto el pedirle que me lleve al Castillo; pero, ¿cómo iba a suponer que no habría ni un coche de alquiler en la estación?

Parecía tan preocupada por lo que consideraba un comportamiento inadecuado, que el caballero quiso tranquilizarla:

−Era la cosa más sensata que podía hacer; hubiera sido una tontería que me dejara partir.

−En ese caso habría tenido que ir andando...

−¿A qué distancia se encuentra el Castillo?

−A un poco más de cuatro kilómetros. Y no hubiera sabido qué dirección tomar...

−Así qué, como ve, ha hecho lo mejor y, a mi vez, debo darle las gracias por hacer que mi recorrido haya resultado mucho más interesante.

Lolita rió levemente.

−Ahora es usted amable conmigo y logra que me sienta menos culpable.

−Pero eso no hace que sea menos curioso. Permítame añadir que si se encuentra usted en problemas, me gustaría poder ayudarla.

−Eso quien tiene que hacerlo es el Duque.

La determinación con que hablaba , llamó la atención del caballero, pues era sorprendente en alguien tan joven.

−Ha dicho usted que vivía fuera de Inglaterra...¿Se alegra de hallarse de nuevo en el suelo natal?

−En cierta manera, aunque resulta extraño y un poco atemorizador, sobre todo...

Se detuvo, como si una vez más pensara que estaba siendo indiscreta.

−Sobre todo, no teniendo dinero− adivinó él.

−La verdad es que tengo algo..., pero no me durará mucho tiempo.

−Eso es algo que todos hemos descubierto en una o otra ocasión.

−Entonces, comprenderá que debo velar por mí misma.

Lolita miró implorante al hombre y añadió;

−De veras, bailo muy bien. Mi maestro me dijo en cierta ocasión, que yo era tan buena como cualquier profesional. Eso fue lo que me hizo pensar en la posibilidad de buscar trabajo en el Covent Garden. Es el mejor Teatro de Londres, ¿no?

−Eso dicen. Pero insisto en que olvide esa idea.

−¿Porque soy una Dama? No creo que me rechacen sólo por eso.

−No la rechazarían si en realidad baila usted tan bien como dice, pero ésa no es vida para una joven de buena cuna y bien educada, como sin duda lo es usted.

Lolita suspiró.

−Entonces, ¿cómo se ganan la vida las Damas, cuando lo necesitan?

−Las Damas se casan cuando tienen su edad... ¿No hay nadie que pueda introducirla en Sociedad?

−Yo no deseo entrar en Sociedad, sino reunir suficiente dinero para poder ir a la India.

−¡A la India! ¿Por qué demonios quiere usted ir a la India?

−Por una razón muy particular.

El caballero estaba a punto de preguntarle cuál era esa razón, cuando ella exclamó:

−¡Sin duda, ése es el Castillo! ¡Dios mío..., es exactamente como me lo imaginaba!

Enfrente de ellos, sobre una colina, se erguía el Castillo de Calver. Rodeado de árboles protectores y brillantes bajo la luz del sol, parecía una joya en su estuche de terciopelo.

Construido en tiempos de normandos, luego cada propietario había ido haciéndole añadidos a su antojo, hasta que por fin, en el siglo XVIII, toda aquella confusión fue eliminada y en su lugar se elevó un magnífico ejemplo de Arquitectura estilo Palatino.

Ahora constaba de un cuerpo central con alas a uno y otro lado. Sólo la Torre de piedra gris era diferente del resto de la nueva mansión, revestida de piedras blancas.

El sol refulgía en las más de cien ventanas y, viéndolo desde lejos, a Lolita le pareció el Castillo como salido de un Cuento de Hadas.

−¡Es maravilloso!− dijo en voz baja.

−Supuse que le gustaría− comentó el caballero.

−¿Cómo puede alguien vivir en un lugar tan maravilloso y no tener un carácter acorde con él?− estaba claro que Lolita pensaba en el Duque.

Los ojos del caballero brillaban con intensidad mientras se acercaban al Castillo.

Traspusieron una alta verja de hierro forjado y enfilaron una avenida bordeada. de robles.

Cruzaron luego un puente y subieron una pendiente antes de detenerse en la explanada que había ante el Castillo.

−Gracias, señor, por haberme traído y no tener que venir andando− le dijo entonces Lolita al caballero.

−Ciertamente, no habría usted llegado tan pronto− sonrió el hombre.

Dado que éste sujetaba las riendas de los caballos, Lolita no intentó darle la mano y bajó del coche ayudada por uno de los lacayos que se habían aproximado.

Al dirigirse hacia la escalinata que, por cierto, estaba cubierta por una alfombra roja, notó que la seguía el caballero que la había llevado allí.

Se le emparejó en un momento y cruzaron al mismo tiempo el umbral.

−Me alegra ver a Su Señoría de regreso− dijo un anciano, saliéndoles al encuentro.

Lolita se volvió para mirar al caballero con ojos acusadores. Estaba a punto de decir algo, pero el Duque se le adelantó:

−Estoy seguro de que mi invitada desea arreglarse un poco después del viaje,. Dawson. Tomaremos el té en el salón azul.

−Muy bien, Señoría.

El mayordomo se acercó a Lolita y le pidió con respeto:

−¿Quiere acompañarme, señorita?

La guió escaleras arriba y ella, mientras lo seguía, se sentía demasiado sorprendida para poder pensar con claridad.

"¿Cómo iba yo a adivinar que el Duque vendría en el tren como cualquier otro pasajero?", se preguntaba.

Tenía entendido que, en Inglaterra, los Duques siempre eran propietarios de trenes privados o, por lo menos, de un vagón especial que se enganchaba al tren de uso público. ¿Cómo no se le había ocurrido que cualquiera que se detuviera en aquel paradero se dirigiría al Castillo... y incluso podía ser el mismo Duque?

Un ama de llaves entrada en años , la condujo a un dormitorio de aspecto impresionante.

Al bajar la escalera después de haberse aseado y peinado, Lolita vio que el mayordomo la estaba esperando en el vestíbulo. Se había quitado el sombrero por sugerencia del ama de llaves y lo llevaba en la mano; después de lo que le había dicho al Duque, éste podía despedirla en cualquier momento.

"¡Qué tonta he sido al hablarle de manera tan indiscreta! ", se decía, mas recordó que aquello era lo que había pensado espetarle sin miramientos al Duque, así pues...

Claro que ahora su situación estaba muy comprometida.¿Dónde podría pasar la noche , si el Duque la despedía enojado? Sospechaba que como no llevaba una dama de compañía, le sería difícil hospedarse en un Hotel decente.

En cualquier caso, no dejaría que el Duque la intimidara. ¡Por culpa suya se encontraba allí!

El mayordomo la acogió sonriente.

−Su Señoría la espera en el salón azul, señorita. Seguro que le vendrá a usted bien una taza de té después del viaje.

−Sí, desde luego...

Recorrieron un pasillo al fondo del cual abrió Dawson una puerta y sin ser anunciada, ya que el mayordomo no conocía su nombre, Lolita entró en la habitación.

El Duque se encontraba en pie ante la chimenea y a Lolita le pareció que su aspecto era un poco intimidante. Sin embargo, en sus ojos había una expresión retadora cuando se detuvo frente a él y le hizo una reverencia.

−Supongo que debo darle alguna excusa− dijo−, pero ha cambiado usted tanto desde la última vez que lo vi, que no he sido capaz de reconocerlo.

−¿Desde la última vez que me vio? ¿Cuándo fue eso?

−Hace diez años, cuando yo era mucho más pequeña. Recuerdo que siempre se estaba riendo y yo pensé que podía confiar en Su Señoría.

El Duque se la quedó mirando fijamente.

− ¿Hace diez años?

De pronto, su expresión cambió.

−¿Quiere decir... que es usted la hija de Charles Gresham?− preguntó, incrédulo.

−Soy Lolita Gresham, de quien usted se ha olvidado.

−Eso no es totalmente cierto. Pero, ¿por qué está usted aquí? ¿Qué le ha ocurrido a mi prima Mildred?

−Mildred, de quien usted se olvidó desde que yo me fui a vivir con ella, murió hace un mes.

−Ah... no lo sabía.

−No había quien pudiera comunicárselo, excepto yo, y cuando me enteré de que no tenía dinero decidí venir a Inglaterra para preguntarle a usted qué había hecho con lo que mi padre me dejó.

El Duque se llevó una mano a la frente.

−Todo esto me sorprende. Después de que usted se fue a vivir con mi prima, yo di orden de que el dinero de su padre le fuera enviado regularmente a Mildred para que ella lo empleara en pagar su educación.

−Que yo sepa, jamás recibió un centavo, así que tuvo que pagarlo ella todo.

−Es difícil creer que lo que usted me dice sea la verdad.

−Puedo asegurar a Su Señoría que yo no le habría molestado si no hubiese descubierto que el dinero de su prima provenía de un Fideicomiso que terminó a su muerte.

−¿Quiere usted decir que se ha quedado sin un centavo?

−Tuve que vender algunas joyas que su prima me había regalado, para poder venir a Inglaterra.

−Es obvio que ha habido un terrible error. Mi única excusa es que después de dejarla a usted en Nápoles, fui enviado con un batallón de mi regimiento a las Antillas.

Mientras hablaba, el Duque recordó que la última vez que se vieron, ella le había rodeado el cuello con sus bracitos y le había dado un beso de despedida.

Era una encantadora niña de ocho años, de quien él se había ocupado durante el viaje de regreso de la India. Ahora comprendía por qué ella le había hablado con tanta dureza.

Charles Gresham era Capitán en el ejército, y él, un subalterno.

Gresham le ofreció su amistad desde que él llegó a la India y luego descubrieron que tenían mucho en común. Fueron trasladados a la frontera noroeste, adonde la esposa y la hija de Gresham no pudieron acompañarlos. Pasaron una época muy difícil con los nativos, hombres duros y luchadores, a quienes los rusos, que se habían infiltrado en Afganistán, incitaban continuamente a la rebelión contra Inglaterra.

Durante un imprevisto ataque nocturno en el que el enemigo superaba en número a los ingleses, Charles Gresham le había salvado la vida al Duque, a costa de ser herido en una pierna.

Ambos partieron juntos para Peshawar.

Durante su convalecencia, Charles Gresham sostuvo relaciones con una bellísima mujer que parecía estar fascinada con él.

El Duque, quien por entonces era simplemente Hugo Leigh, no creía que ella pudiera tener otra razón para perseguir a Gresham, pues éste era un hombre muy atractivo.

Una vez recuperado, Gresham volvió al regimiento.

A Hugo Leigh se le ordenó permanecer en Peshawar otra semana.

Después, a pesar de una investigación oficial, no fue posible aclarar exactamente qué sucedió.

Únicamente se supo que una Compañía de Soldados británicos cayó en una emboscada y todos sus miembros perdieron la vida. Como la hermosa mujer que perseguía a Gresham desapareció, se rumoreó que era una espía rusa. Sólo entonces, sospechó Leigh que el interés de ella por su amigo no era sincero. Pero tampoco tenía manera de demostrarlo.

Cuando regresó a Lucknow, la señora Gresham lo estaba esperando. Leigh supo que había oído los rumores que corrían entre las tropas inglesas. Estaba muy afligida por la muerte de su marido y era poco lo que él podía decirle para consolarla. Tenía que admitir que la mujer con que se había relacionado su esposo era sospechosa. Para la señora Gresham no había dudas. Aquella mujer era una espía rusa y le había sacado a Charles el secreto de las órdenes que lo habían enviado a la muerte.

En Lucknow, Hugo Leigh recibió un telegrama de Inglaterra, en el cual le informaban que su madre estaba enferma. Obtuvo un permiso y partió en el primer barco disponible. Iniciado el viaje, se encontró con que la señora Gresham y su hijita iban también en él.

De inmediato decidió hacer todo lo posible para que el viaje de la viuda y la niña fuera cómodo.

Se daba cuenta de que la Señora Gresham habría de enfrentarse a un futuro muy sombrío sin su esposo. Hablaron acerca de lo que ella debería hacer y dónde podría vivir; entonces descubrió él que la señora Gresham era pobre y tenía muy pocos parientes. Discutieron el asunto durante la travesía del Mar Rojo y cuando bajaron a tierra en Port Said.

Luego el barco cruzó el Canal de Suez, recientemente inaugurado. Al llegar a Alejandría, se hizo evidente que la señora Gresham había contraído una fiebre maligna, quizá en uno de los bazares que habían visitado al bajar a tierra.

El médico de a bordo insistió en que la niña, Lolita pasara a otro camarote y permaneciera alejada de su madre hasta que la infección hubiera cedido.

Por lo tanto, Lolita pasó el tiempo en compañía de Hugo Leigh y otros oficiales, que casi se peleaban por mimarla y jugar con ella.

Era una niña muy bonita; parecía un ángel con sus cabellos dorados y sus brillantes ojos azules. Corría por cubierta con tal gracia, que parecía volar.

El Duque recordaba que, una tarde, uno de los oficiales tocaba el piano y Lolita comenzó a bailar, como manifestación espontánea del deleite que la música le producía.

Sólo al terminar y oír los aplausos, se dio cuenta la niña de que tenía un público.

En aquella ocasión él había pensado que Lolita tenía mucho talento, así que ahora comprendía perfectamente por qué la joven creía que podía ser una bailarina destacada.

La señora Gresham había muerto a los tres días de zarpar de Alejandría.

Lolita lloraba sobre el hombro de Hugo Leigh, que no sabía qué hacer para consolarla.

−¿Qué va a ser de mí ahora?− gemía la niña−. No me mandarán a un orfanato... ¿verdad?

No era raro que tuviera miedo, si había visto los orfanatos de la India, donde los niños eran alimentados adecuadamente, pero tratados con extrema severidad.

La abrazó conmovido y dijo:

−¡Te prometo que eso no sucederá!

−Entonces... ¿a dónde iré?

−Ya se me ocurrirá algo. Vamos, no llores...

Y diciendo esto, Hugo se preguntaba cómo podría cumplir su promesa.

Fue al llegar a Nápoles cuando recordó que Mildred Leigh, una prima de su padre, vivía en Sorrento. Tenía casi sesenta años y, como padecía reumatismo, los médicos le habían aconsejado que fuera a vivir a un clima más cálido que el de Inglaterra.

Era una solterona muy afable que a menudo se sentía demasiado sola, sobre todo por vivir en un país extranjero. Impulsado por una corazonada, Hugo fue a verla con Lolita. La prima Mildred entendió de inmediato el problema y ofreció quedarse con la niña.

−Será una dicha tenerla conmigo− aseguró−. La enviaré a uno de los mejores colegios de Nápoles y estoy segura de que será listísima, además de una belleza.

A la hora de la despedida, Lolita se aferró al cuello de Hugo.

−¿No se olvidará de mí?− le preguntó−. ¿Volverá a visitarme pronto?

−Tan pronto como me sea posible. Pero debes recordar que soy Militar, como tu Padre, y he de obedecer órdenes.

−Pero..., ¿se acordará de mí?

−¡Te lo prometo!

Aún podía recordar el Duque la patética figura infantil que, con lágrimas en los ojos, le decía adiós a la puerta de la villa sorrentina.

Luego le había escrito durante varios meses y enviado tarjetas postales.

Por aquel entonces lo destinaron por dos años a las Antillas y posteriormente le asignaron una misión especial en la India.

Fue en Calcuta donde se enteró de algo que jamás habría creído que pudiera ocurrir: ¡se había convertido en el cuarto Duque de Calverleigh!

Su padre, hijo menor del tercer Duque, había recibido muy poco, mientras que su hermano mayor lo tenía todo, como era costumbre de acuerdo con el sistema de mayorazgos.

Esto no era cosa que preocupase a Hugo Leigh, contento como estaba con su vida militar.

La noticia de que su abuelo, el Duque y su tío, el Marqués de Calverleigh, se habían ahogado cuando cruzaban el mar de Irlanda durante una tormenta, fue para él como la explosión de una bomba.

Se apresuró a regresar de la India y se encontró con que había mucho que hacer, no sólo en el Castillo sino en sus posesiones campestres y en la Corte.

El cambio que experimentó su vida resultó fantástico. De Capitán sin importancia había pasado a convertirse en un hombre riquísimo, poseedor de uno de los títulos más ilustres de Inglaterra. ¡Incluso la Reina Victoria lo recibió en el Castillo de Windsor!

El Duque debía reconocer que se había olvidado de Lolita. Al llegar a la patria escribió a sus abogados para que investigaran qué había quedado de las propiedades de Charles Gresham, cuyo producto debían invertir de la mejor manera para la niña.

Pero no se preocupó de hacer más, confiado en que si algo anduviera mal, su prima Mildred se lo habría hecho saber. Y ahora, viendo los ojos acusadores de Lolita, sólo pudo decir:

−Lo siento, Lolita. Si pudieras perdonarme...

−Usted prometió que no se olvidaría de mí.

Por un momento, al Duque le pareció que era la niña de diez años atrás quien le hablaba.

−Lo sé y me siento muy avergonzado− confesó−, pero tenía tanto en lo que pensar...

−Yo esperaba que por lo menos me escribiera en las navidades... y también tía Mildred se sintió muy herida porque Su Señoría no le envió ni una tarjeta después del primer año que pasé con ella.

El Duque se sentó junto a Lolita en el sofá y le pidió:

−¿Por qué no me sirve una taza de té? Hablaremos del futuro. Por mucho que nos pese, ya no podemos deshacer el pasado.

−Eso es cierto− convino Lolita−, pero yo lo he... odiado a usted durante tanto tiempo, que me va a ser difícil sentir otra cosa.

El Duque sonrió.

−Eso resulta muy inquietante... pero Lolita, ahora se encuentra usted en Inglaterra para comenzar una nueva vida.

Lolita sirvió el té y dijo:

−Supongo que mi padre dejaría algún dinero. De otra manera, tendré que convertirme en una bailarina.

−¡Usted no hará nada por el estilo! ¡Soy su Tutor y no lo permitiré!

−¿Qué? ¿Dice usted que es mi Tutor?

−¡Claro que lo soy! Su madre la dejó a mi cuidado y yo la llevé con mi prima, ¿no? . Si descuidé mis obligaciones en el pasado, ahora debo compensar el tiempo perdido.

Lolita frunció el entrecejo.

−Yo no... no pretendía convertirme en un estorbo. Sólo pensaba que usted podría darme el dinero de mi padre... y luego ya encontraría yo algo que hacer.

−Lo que va a hacer es brillar en ese gran mundo que a usted no le interesa.

−No… no, deseo volver a la India.

−Quizá más adelante... Pero, ¿por qué a la India en particular?

−¡Porque quiero vengar a mi padre!

−¿Que quiere hacer… qué?− se asombró el Duque.

−Vengar a mi Padre. Los rusos lo mataron y yo pienso vengar su muerte.

−¿Y cómo piensa hacerlo?

Lolita miró al Duque de una manera extraña, como si tratara de ver dentro de su corazón.

−Usted quiso a mi padre, ¿no es así? Y usted sabe que aquella mujer rusa lo traicionó, provocó su muerte y la de sus hombres. ¡Sólo cuando la haya matado, a ella o a cualquier otra como ella, sentiré que he cumplido mi deber!

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