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CÓMO CONSTRUIR UNA FAMILIA
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LA DISCIPLINA DE ESTABLECER UNA HERENCIA
Un elemento vital en la edificación de una familia es inspirar un saludable sentido de herencia, un aprecio por las raíces de la familia, tanto en el sentido espiritual como terrenal. Cada vez se hace más común en nuestro mundo que los hijos no tienen ese sentido de continuidad o de aprecio por la historia familiar. Muchos se sienten como si hubieran venido de la nada y por lo tanto no están ligados a nada, y esto ocurre entre los cristianos también. La herencia familiar es un asunto descuidado que requiere de rehabilitación. Esta es una de las disciplinas de una familia cristiana.
En el Salmo 127:4 se compara a los hijos con flechas. Los padres son como tiradores o arqueros que lanzan a sus hijos hacia el futuro, procurando alcanzar un blanco distante. Algunos padres tienen claro su objetivo y dirigen bien sus flechas hacia él. Pero otros “hijos flechas” son disparados desde arcos indisciplinados por padres que, en el mejor de los casos, sufren de ambivalencia en cuanto a saber de dónde vienen, y de inseguridad en cuanto a cuál es su objetivo en la vida. Sus flechas siguen una trayectoria vacilante y finalmente sucumben ante la gravedad sin tener un blanco a la vista. Trágicamente comprueban el adagio que dice que, “si usted apunta a la nada, con seguridad hará blanco en ella”.
El sentido de herencia es un factor esencial para proveer dirección a nuestros hijos. Comprender de dónde venimos, pero más aún, apreciarlo, nos ayuda a fijar un rumbo apropiado y saludable.
Desde luego todas nuestras herencias tienen manchas, unas más que otras. Los hombres y las mujeres modernos son tan sensibles al respecto que muchos utilizan los pecados y faltas de sus padres como una excusa de sus propios pecados y de sus deficiencias como padres. Como escribió Robert Hughes en la revista Time, esto ha dado lugar al “surgimiento de la enseñanza terapéutica según la cual todos somos víctimas de nuestros padres, que cualesquiera sean nuestras tonterías, nuestra venalidad o nuestros crímenes, no somos culpables de ellos pues venimos de familias con algún tipo de desorden funcional”.3
Hemos conocido familias de cristianos de segunda y tercera generación que trágicamente se han creído esta lógica errónea y extraviada. Alimentan amarguras interiores porque, por ejemplo, sus padres fueron rígidos, legalistas o hipócritas. Estas heridas se convierten en excusas convenientes para las torcidas trayectorias de sus propias vidas. Y luego, por causa de su propia desviación, dirigen mal sus propias preciosas flechas, produciendo hijos que van por la vida tambaleando sin estabilidad ni dirección.
La realidad es que todos nosotros, en cada generación, vivimos en familias con desórdenes de funcionamiento en diversos grados. Todos cometemos errores; todos pecamos contra nuestros hijos y ellos pecan contra nosotros. La vida es a menudo (tal vez la mayor parte del tiempo) injusta e incluso cruel. Aunque no somos culpables de las acciones de otros en contra nuestra, debemos asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones y fracasos. Centrar la atención en las injusticias es aportar una herencia corrosiva y horrenda para la siguiente generación.
LA DISCIPLINA DE CONSTRUIR UNA HERENCIA POSITIVA PARA SU FAMILIA
Las familias pueden ser muy hábiles para alimentar una amargura producida por una acción incorrecta que han sufrido. Considere el caso ficticio de la familia Doe. Desde muy temprano cada hijo descubre que el Tío Ted, tío de su padre, no puede ser nombrado sin provocar una reacción negativa. “Es el tacaño más miserable del estado de Iowa” -se dice. En verdad hace algunos años se negó a hacerle un préstamo a su hermano. Pero el tío tiene un gran sentido del humor y lleva a sus sobrinos a pescar y es bastante cariñoso con ellos. Sin embargo, el amargo calificativo parece imposible de olvidar. El Tío Ted parece condenado a ser el “cicatero” a ojos de la familia sin importar lo que haga.
La disciplina del perdón
La disciplina del perdón es esencial para edificar su familia y establecer su herencia. Siendo una niña, Bárbara aprendió algunas lecciones importantes acerca del perdón a través de las difíciles experiencias con su padre. Esto es lo que recuerda:
Yo tenía exactamente catorce años de edad ese cálido día de junio. Estaba alistándome para mi graduación de la enseñanza secundaria. Me disponía a recibir una beca de la organización femenina nacional “Hijas de la Revolución Americana” como premio al servicio en mi escuela y debía hablar en la ceremonia de graduación. Revisé nerviosa mis notas y alisé mi nuevo vestido azul que mi abuela Barnes me había confeccionado con cariño.
Cuando me dirigía hacia la plataforma una de mis amigas se me acercó corriendo y con una falsa risita me dijo: “¡Hay un borracho ahí afuera!” La ruidosa llegada de mi padre fue notoria e inolvidable. Tenía el vestido desarreglado y estaba tan intoxicado que a duras penas podía sostenerse en pie. La lucha de papá con el alcohol siempre había sido un motivo de temor y dolor en nuestra familia, pero ahora era además la causa de mi humillación pública.
Comencé a orar.Y esa oración me ayudó a sobrellevar la dolorosa humillación. Mis piernas temblorosas casi me fallan cuando me paré a hablar, pero en mi interior estaba ocurriendo algo sólido y bueno. Yo no tenía la suficiente experiencia para comprenderlo. Pero sí entendí que mi padre, mi papito, me estaba causando dolor y que mi Padre celestial me había enseñado a perdonar: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a los que nos deben” (Mateo 6:12 RVR). De modo que cuando el director me entregó el premio con su gloria un tanto deslucida, tomé una decisión: Por la gracia de Dios no voy a odiar a mi padre. Lo perdonaré. Luego comencé mi discurso.
Al final de la ceremonia, mientras nos congratulábamos los unos a los otros y nos expresábamos nuestras acostumbradas despedidas del verano, tomé a mi padre de la mano y lo presenté a mis profesores favoritos.
No había manera de que Bárbara supiera en ese momento la trascendencia de su decisión, pero su vida hubiera seguido un curso diferente si le hubiera dado lugar a la amargura. La gracia de Dios fue suficiente para ayudarle y por causa de su misericordioso perdón, su herencia no se hizo agria. Como cristianos debemos disciplinarnos y enseñarnos a perdonar y a olvidar las ofensas que nos hacen.
La disciplina de ser positivos
El perdón esta íntimamente relacionado con la disciplina de cultivar actitudes positivas. En los años que siguieron a la graduación de Bárbara, el alcoholismo de su padre tuvo un peso terrible sobre la familia. Su condición se deterioró en la ciudad de Los Ángeles en donde permaneció hasta que le diagnosticaron un enfisema avanzado. Entonces regresó al hogar como un inválido y su esposa cuidó de él durante once años hasta su muerte.
Esa década les permitió a nuestros hijos tener recuerdos de su abuelo. Durante ese tiempo decidimos enfatizar lo positivo del abuelo. Hablábamos acerca de su gran sentido del humor (era tremendamente divertido), el excelente chili que preparaba, y lo buen pescador que era. Reíamos de buena gana cuando cantaba imitando ciertos tonos o ciertas expresiones exageradas procurando tocar el viejo piano. O cuando bailábamos los pasos que él nos había enseñado años atrás. Hoy todos nosotros hacemos un alboroto con los bebés -con cualquier bebéen parte porque el abuelo lo hacía. Le encantaban tanto los niños pequeños y su dulzura que cuando queria, alzaba uno en sus brazos se sentía feliz.Y ese sentir nos lo transmitió a nosotros. También le gustaba la jardinería, algo que se convirtió en una pasión para Bárbara.
Esta es sólo una parte de su legado a nuestra familia. Nuestros hijos nunca supieron del incidente en la graduación de Bárbara hasta que fueron mayores y ya el abuelo hacía años que estaba en el cielo. Disfrutamos los beneficios que resultan de la disciplina de ser positivos acerca de la herencia de nuestra familia.
La disciplina de enfocar la atención en lo bueno
Cuando niño Kent sufrió un tremendo vacío en su crianza. Su padre Graham Hughes murió en un accidente industrial cuando él tenía tan sólo cuatro años de edad. Los recuerdos que él tiene de su padre son una visión borrosa de un hombre delgado con cabello rojizo y ondulado “dormido” en su ataúd. Fue privado de un modelo masculino y destinado a ser criado con su hermanito por su madre viuda, su abuela también viuda, y una tía que también lo era. De modo que no tuvo un varón que lo enseñara como varón.
El ser criado en un ambiente femenino pudo haber sido para Kent una gran desventaja, excepto por lo siguiente: Su madre, consciente del problema llevaba a sus hijos en cada verano a acampar en el Gran Sur y les enseñaba a pescar con las varas del abuelo y les permitió usar sus rifles cuando llegaron a la edad apropiada. Los padres jóvenes también se interesaron en Kent. Eddie que vivía al otro lado de la calle le enseñó como vestirse, y Jim, quien vivía con su joven esposa en el apartamento de atrás, le enseñó a construír aero modelos.Y por supuesto los hombres cristianos de su iglesia demostraron un interés especial en él durante sus años de adolescente: su pastor Verl Lindley; su padrino juvenil Howard Busse y Roberto Seelye quien lo pastoreó en sus años de universidad. Todos estos fueron beneficios divinamente preparados después de una terrible pérdida. Kent tiene una herencia cristiana única y envidiable que le ha permitido hacer suyas las palabras de David en el Salmo 68:5-6 cuando dijo: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa Morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados”.
La disciplina de comenzar algo nuevo
Obviamente cuando nosotros dos nos unimos y comenzamos una familia no estábamos perfectamente equipados para tal tarea. Uno de nosotros no tuvo padre y el otro tenía lo que hoy se llama un padre no funcional. Tuvimos que empezar en donde estábamos y con lo que teníamos. Pero lo que teníamos era sustancial. Teníamos los ejemplos silenciosos pero poderosos de nuestras madres quienes día por día dieron sus vidas por nosotros, y las promesas que Dios hace a quienes le siguen. Comenzábamos una gran aventura y lo último que teníamos en mente era auto compasión o remordimiento por lo que no teníamos. Un nuevo horizonte se abría ante nosotros y estábamos pletóricos de esperanza.
En el día de hoy ministramos en una iglesia que tiene 130 años de antigüedad con una gran riqueza de herencia y tradiciones. Pero hace treinta años empezamos desde cero una iglesia totalmente nueva. Absolutamente todo lo que hicimos ese primer año fue “original”. Tuvimos el privilegio de decidir qué tipo de tradiciones practicaría la iglesia por muchos años en el futuro. Y lo vimos como una oportunidad de hacer un impacto en la iglesia durante las siguientes generaciones. Y esa es exactamente la forma en que visualizamos a nuestra familia. Teníamos que comenzar algo nuevo. Nuestra deficiencia fue el trasfondo de nuestra oportunidad.
Como esponjas secas absorbimos cada pizca de sabiduría que pudimos obtener de familias cristianas con más experiencia. Tuvimos muchas pruebas y cometimos muchos errores. Casi todo lo que hicimos fue imperfecto. No fue nuestra incompetencia lo que Dios usó para lograr sus propósitos en nuestra familia, y tampoco usará la suya. Pero la obra de Dios comienza en cada persona a pesar de sus circunstancias, con una actitud de disciplinada dependencia de él para lo cual es necesario vivir la vida cristiana. Las virtudes que acompañan tal dependencia son fe, oración y obediencia: fe en que Dios cumplirá y realizará lo que ha prometido; una vida dependiente de Dios en oración, y una decidida obediencia a la voluntad de Dios.
EDIFIQUE SOBRE SU HERENCIA ETERNA
Al construir su herencia los cristianos tenemos una gran ventaja sobre los que no conocen a Cristo. La Escritura dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17 RVR). Con las cosas viejas se fue una vida dominada por el pecado y el poder destructivo de hábitos que inhiben en las relaciones una herencia saludable, y ha llegado un nuevo corazón, el Espíritu Santo que mora en nosotros, una nueva sensibilidad moral y un nuevo poder para hacer el bien. No importa cuál era su herencia pasada, todo es nuevo en Cristo. Los cristianos tenemos una vasta herencia de la cual podemos echar mano, cimentada no en lo efímero de la vida sino en la eternidad.
La herencia paterna
Como fundamento de nuestra herencia está la paternidad de Dios quien es nuestro Padre devoto y amoroso. Una señal indicativa de nuestra relación con Dios es el poderoso impulso interior que nos hace dirigirnos a él como nuestro querido Padre: “Y ustedes... recibieron el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6 RVR). Esta consciencia de la paternidad de Dios inspira un sentido de continuidad y seguridad en nosotros como miembros queridos de la familia de Dios. Al respecto J. I. Packer ha escrito:
Si usted quiere saber la profundidad de la comprensión que una persona tiene de lo que es el cristianismo, averigüe qué importancia le otorga al hecho de que es hijo o hija de Dios y de que tiene a Dios como su Padre. Si este no es el hecho que impele y controla su adoración, sus oraciones y toda la perspectiva de la vida, ello significa que, después de todo, no comprende muy bien lo que es el cristianismo. Porque todo lo que Cristo enseñó, todo lo que hace al Nuevo Testamento, nuevo y mejor que el antiguo, todo lo que es distintivo del cristianismo se resume en el conocimiento de la Paternidad de Dios el Padre.4
Considerar a Dios su padre puede ser difícil para quienes han tenido padres humanos supremamente pobres, pero no es imposible porque todos podemos imaginar lo que es un buen padre. Como padres tenemos que hacer de esta bendita realidad una disciplina mental, esencial para nuestra herencia, aquí en este mundo, y ahora en nuestro tiempo.Y tenemos que creerla y estar convencidos de ella con todo nuestro corazón.
La herencia familiar
Con un disciplinado enfoque en Dios como nuestro Padre vamos a tener la experiencia de un creciente sentido de herencia en la iglesia, la cual es la eterna familia divina. Nuestra paternidad mutua, el impulso que compartimos de clamar “Querido Padre”, acrecienta nuestro sentido de pertenencia. Llamar a Dios “Padre” significa que en el cuerpo de Cristo tenemos hermanos, hermanas, padres, madres e hijos espirituales (ver Marcos 10:29-30), una herencia sublime que es superior a los nexos sanguíneos y que crece y se hace más dulce cada día.
Al orar por su familia en Éfeso Pablo pidió a Dios “que les fuesen iluminados los ojos del corazón para que supieran a qué esperanza los había llamado, y cuál era su gloriosa herencia entre los santos” (Efesios 1:18). El apóstol quiere que veamos que somos las riquezas de Dios: su gloriosa heredad, su herencia. La herencia de Cristo es la nuestra, y la nuestra es la de Cristo. Si esto no hace que nuestros corazones canten, ¿qué, entonces, los haría cantar?
DISCIPLINAS QUE LE AYUDARÁN A COMENZAR
Cualquiera que sea el trasfondo de su cónyuge -incluso si no tiene cónyuge y se siente irremediablemente solo o solausted puede edificar un fuerte sentido de herencia que se transmita a sus hijos y a los hijos de sus hijos. He aquí algunas disciplinas que le ayudarán a comenzar:
1. H aga una lista de las deficiencias e injusticias del pasado y decida iniciar una acción para perdonarlas. Las siguientes porciones escriturales le ayudarán a perdonar a los demás:
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable, y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Colosenses 3:12-13. Olvidando lo que queda atrás, y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. (Filipenses 3:13-14)
2. Cuando haya hecho esta elección no intente llevarla a cabo con sus propias fuerzas. Acérquese a la gracia de Cristo cada día de la cual le hablan pasajes escriturales como estos:
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:13).
Pero él me dijo: Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades , para que permanezca sobre mí el poder de Cristo (2 Corintios 12:9).
El que los llama es fiel, y así lo hará (1 Tesalonicenses 5:24).
3. Haga una lista de las cosas buenas que ha recibido de sus padres. Aún si su situación fue totalmente destructiva, por lo menos recibió el color de sus ojos y cabello, sus rasgos sicológicos, sus capacidades innatas y la vida misma. Entonces agradézcale a Dios esos dones con versículos como los siguientes que llenen su consciencia:
Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús (1 Tesalonicenses 5:18).
Dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (Efesios 5:20).
En toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7).
4. Ahora haga una lista de todas las cosas que le gustaría pasar como legado a sus hijos y a sus nietos: actitudes, herencia espiritual, intereses, etc.
Como cristianos todos estamos en terreno firme delante de la cruz. Todos somos nuevas criaturas con un sentido de paternidad y de familia dado por Dios.
PARA PENSARLO UN POCO
¿Somos todos familias con desórdenes de funcionamiento? ¿Por qué? ¿En el mismo nivel?
¿Qué le sugiere a usted la frase herencia familiar? Si le preguntaran cuál es su herencia familiar en este momento, ¿qué diría? ¿Cuál le gustaría que fuera?
¿Qué le dice a usted sobre el perdón la historia de Bárbara?
¿Por qué tienen los cristianos una ventaja sobre los demás cuando se trata de edificar una herencia?
¿Qué le revelan Romanos 8:15 y Gálatas 4:6 acerca de la esencia de su herencia? ¿Qué le dice a usted personalmente el título que se da a Dios en ellos?
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LA DISCIPLINA DE PROMOVER EL AFECTO FAMILIAR
Habíamos invitado a todos nuestros parientes y amigos a presenciar la feliz ocasión, y les proporcionamos serpentinas y confeti. Mientras nuestro hijo Kent cruzaba la plataforma para recibir su diploma de escuela secundaria, al unísono gritamos “¡Ahí va Kent!” y lanzamos sobre la audiencia los confeti y las serpentinas. A los asistentes les encantó el detalle. ¿Y a Kent? Estaba feliz con una sonrisa radiante porque sabía que era su día de victoria y nuestra excusa para expresarle nuestro afecto.
DISCIPLINAS PARA NUTRIR EL AFECTO FAMILIAR
El afecto no es lo mismo que el amor en la familia. La mayoría de la gente posee el sentido común que le dice que debe amar a los miembros de su familia. En efecto, es generalmente entendido que sin importar las dificultades que causen, estamos con ellos sencillamente porque son nuestra “familia”. Este tipo de amor fluye de un sentido de lealtad y de deber.
Pero el afecto familiar involucra el gusto genuino que sienten los unos por los otros. Es cuando usted disfruta realmente la compañía de sus parientes. Phyllis McGinley lo dice con claridad:
Las familias felices... poseen un buen ánimo similar. Por una razón: los miembros gustan unos de otros, lo cual es bastante diferente a amarse solamente. Generalmente tienen para otros un tesoro enteramente personal, algo así como un humor doméstico deliberado el cual han acumulado para los días difíciles. Este humor no tiene que ser necesariamente agudo u ocurrente. Los chistes quizá sean incomprensibles para los de fuera, y la risa puede tener la más trivial de las causas. Estos chistes y esta risa son propiedad exclusiva de la familia.5
Por eso es que todos en nuestra familia reímos entre dientes cuando vemos un buldózer.Y es que recordamos que cuando Carey era una pre escolar equivocadamente los llamaba “dulbozers” y el chistoso nombre se nos pegó hasta el punto que todavía lo preferimos.
Hemos descubierto que el afecto florece en medio de tres disciplinas: el amor a Dios, el amor de los unos por los otros, y la comunicación.
El amor a Dios
Al mirar en retrospectiva los primeros días y años de nuestro matrimonio, nos damos cuenta que comenzamos con el mejor fundamento posible para edificar afecto: nuestro amor a Dios. Aunque teníamos poco en recursos financieros, o en cuanto se refiere a la experiencia en relaciones, éramos ricos en cuanto a nuestro compromiso de amar y obedecer a Dios.
El amor a Dios es fundamental porque nos pone en contacto con la fuente del amor (1 Juan 4:8), y nos provee el modelo del amor ideal (1 Juan 4:10-11). Pero lo que es más importante, nos capacita, nos da el poder de amar de la manera que debemos hacerlo: “Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Estamos en capacidad de amar a Dios y a los demás por el hecho de recibir el amor divino. Nuestro amor a Dios es lo que hace que otros amores perduren. Esta disciplina de una capacitación día a día para vivir amando a las personas que no son “fáciles de amar” es la que nutre el desarrollo permanente del afecto.
El amor de los unos por los otros
Se espera que los esposos amen a sus esposas y viceversa. Las Escrituras no dejan duda al respecto y los hijos saben por instinto que esto es cierto. (Efesios capítulos 5 y 6.) Si una familia ha de desarrollar lazos de afecto, es esencial que los hijos tengan la seguridad de que papá y mamá se aman entre sí. Elton Trueblood lo expresa de esta manera:
Es responsabilidad del padre hacer saber al niño que él está profundamente enamorado de su madre. No existe ninguna razón válida para esconder o mantener en secreto la evidencia de este amor. Un niño que crece con la percepción de que sus padres son amantes tiene una base magnífica para su estabilidad.6
Es inevitable que el verdadero amor entre los padres se haga evidente. Los hijos pueden “oír” el amor en la tiernas palabras que se cruzan cuando están departiendo o aún en el tono reprimido de voz que utilizan cuando alguno de los dos está enojado.Ven el amor en la palmadita gentil, en el acto de entrelazar las manos cuando caminan en el parque, o en un subrepticio intercambio de sonrisas.
Los hijos necesitan ver que papá y mamá son afectuosos el uno con el otro. Con frecuencia nosotros nos abrazábamos, les hacíamos una mueca a nuestros chicos y Kent les decía: “Ustedes saben que los amo mucho, pero amo más a su mamá”. Desde luego ellos sabían que los amamos con todo el corazón. Pero el mensaje era: “De verdad nos amamos mutuamente. El amor es el centro de nuestra familia y ustedes son el resultado de ese amor”. Ver expresiones de afecto físico entre papá y mamá fortalece el sentido de seguridad de los hijos y los anima de manera sutil a amar ellos también. De hecho cuando con humor expresábamos ese afecto entre nosotros, nuestros hijos nos rodeaban para participar de él.
Al afecto no lo inspiran los discursos sino más bien los sencillos actos diarios de amabilidad entre los padres: el ayudar voluntariamente con el lavado de los platos, el cumplir las promesas, y las respuestas rápidas. El decir: “Lo siento, perdóname” cuando uno ha cometido una falta.
La disciplina del afecto familiar demanda que si queremos edificar amor en la familia tenemos que comenzar con lo obvio: el amor para Dios y el amor de los unos hacia los otros. Si éste no existe o es débil, será muy difícil edificar el amor familiar.
La comunicación
La comunicación clara es esencial para el afecto familiar. Una vez que viajábamos en el vehículo familiar, nuestro hijo menor parloteaba sin cesar mientras se inclinaba hacia el asiento delantero. Se entusiasmaba mucho con cada tópico que se le venía a la mente, algo así como un torrente expresivo de tercer grado. Finalmente se nos agotó la paciencia y le dijimos: “Carey, por favor cállate”. Él se reclinó en el espaldar de su asiento y con descorazonada expresión dijo: “¡Pero si hablar es el don que yo tengo!”
Hablar quizá no sea el don de todos, pero la comunicación sí ocupa un lugar central en la vida cristiana. “Sean llenos del Espíritu” dice la Palabra de Dios, “anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón” (Efesios 5:18-19). Entre los signos distintivos de la llenura del Espíritu Santo está una alegre comunicación. Es esencial para los padres que desean tener una comunicación amorosa en su familia ser llenos con el Espíritu Santo. Si su vida no es disciplinada por el Espíritu, el afecto y la óptima comunicación familiar serán esquivos.
La naturaleza de la comunicación. La Escritura nos anima a hablar la verdad en amor (Efesios 4:15). De modo que entendemos que nuestra comunicación se debe distinguir por ser veraz. Pero hablar la verdad a secas, tan maravilloso como puede ser, no es suficiente. Se debe hablar en amor. Es posible hacer lo que los escoceses llaman “hablar la verdad fuera de tiempo”, es decir, sin importar si es el momento oportuno de decirla o sin consideración por los sentimientos de la persona a quien se habla. La comunicación amorosa es un bálsamo. Como lo dice Proverbios 24:26: “Una respuesta sincera es como un beso en los labios”.
En dónde comienza. Este tipo de comunicación es captada más bien que aprendida. La lógica nos dice que si los padres no hablan la verdad en amor, los hijos tampoco lo harán. La buena comunicación demanda una inversión de tiempo.
Durante nuestros años de estudios en el seminario, cuando todos nuestros hijos estaban bastante pequeños, tuvimos una fuerte discusión una mañana justamente antes de que empezara el período de clases de Kent. En la ruta al seminario escasamente nos cruzamos palabra. Estábamos furiosos el uno con el otro y ninguno de los dos quería ceder. Después que nos separamos nos sentimos aún más infelices.
Pero temprano en la mañana hicimos algo impulsivo y atrevido en relación con nuestro presupuesto. Le pedimos prestados cincuenta dólares (un montón de dinero en los primeros años de la década del setenta) a una amiga que se ofreció voluntariamente a cuidar nuestros niños, y nosotros dos nos tomamos la noche libre lejos de allí. Llenos de frustración reprimida conducíamos nuestro vehículo hacia Laguna Beach, un lugar de la costa al sur de Los Ángeles. No fue hasta que sentimos el olor del mar que comenzamos a relajarnos. Y luego, durante las siguientes veinticuatro horas tuvimos una excelente comunicación. Regresamos donde nuestros hijos al día siguiente con una renovada perspectiva y mejor capacitados para inspirar afecto. Aquella fue una ocasión culminante en nuestras vidas. Como todas las parejas necesitamos en aquel momento invertir tiempo y esfuerzo para comprendernos el uno al otro de manera apropiada.
En el día de hoy invertimos esfuerzo de manera disciplinada en la comunicación. Hablamos todos los días y no precisamente sobre las “noticias del día”. Hablamos la verdad en amor. En nuestros días libres desayunamos en uno de nuestros “lugares secretos” fuera de la ciudad y allí generalmente hablamos primero acerca de nuestros hijos, luego de la iglesia, y después de todo lo que nos llega a la mente. Puede que suene a sentimentalismo pero el hecho es que somos el mejor amigo el uno para el otro. Somos almas amigas.
La buena comunicación es definitiva para construir afecto en la familia.Pero ella sola no alcanzará la meta de un afecto dinámico. Se requiere poner en práctica algunos principios específicos.
CÓMO EDIFICAR AFECTO FAMILIAR
A través de los años nos hemos esforzado por crear una atmósfera que produzca la actitud y el sentir de que “mis mejores momentos son cuando estoy con los miembros de mi familia. Cuando estoy con ellos me siento seguro, respetado, apreciado, aceptado y siento que soy único y que soy amado. Ellos me gustan y yo les gusto a ellos”. Las familias que experimentan esta realidad automáticamente establecen lazos de afecto.
La disciplina de un tiempo rutinario para las comidas
Un lugar obvio para fortalecer el afecto familiar es la mesa del comedor. Esa es la mejor oportunidad diaria que tienen las familias para reunirse y compartir tiempo juntos. En tiempos pasados comer juntos era la norma, pero hoy ya no. De hecho en muchas familias nunca disfrutan de una comida juntos a menos que sea en frente de la televisión o en un restaurante de comida rápida. El ritmo frenético que mantiene la mayoría de las familias modernas raramente permite un tiempo calmado dedicado al único propósito de comer y charlar. Lo animamos a que nunca renuncie a ese tiempo escogido porque él es una oportunidad insuperable para edificar una vida familiar.
Hacer de los momentos de las comidas lo que deben ser requiere de un esfuerzo disciplinado. Para empezar, alguien tiene que ser responsable de preparar la comida. Esto significa que hay que pensarlo de antemano, escoger los menús, comprar los ingredientes necesarios, aprender a entender y preparar adecuadamente las recetas y, desde luego, lo que es bastante obvio: Alguien debe saber cocinar, lo cual no es siempre el caso en nuestro mundo de los hornos microondas. También demanda administrar el tiempo, organizar la agenda de cada uno para que todos estén presentes cuando la comida esté lista. Significa también que hay que alistar la mesa antes, y ordenarla después de cada comida. La cita de las comidas no ocurre espontáneamente; es necesario planear. En una palabra ellas demandan un duro esfuerzo. Sin embargo sin tal disciplina ninguna familia experimentará este tiempo positivo diario de edificación del afecto.
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