Kitabı oku: «Historia crítica de la literatura chilena», sayfa 9
Obras citadas
Bello, Andrés. «Discurso en la instalación de la Universidad de Chile (1843)». La Universidad de Chile. 1842-1992. Cuatro textos de su historia. Santiago: Universitaria, 1993.
--------------------------. «Ejercicios populares de lengua castellana». En I. Jaksic, F. Lolas y A. Matus (compiladores). Andrés Bello. Gramática de la libertad. Textos sobre lengua y literatura. Santiago: Fondo de Publicaciones Americanistas y Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2013.
--------------------------. Prólogo. Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. En J. Jaksic, F. Lolas y A. Matus, 2013.
Jaksic, Iván. Andrés Bello. La pasión por el orden. Santiago: Universitaria, 2001.
18 «Ejercicios populares de la lengua castellana» fue publicado en El Mercurio de Valparaíso el 12 de mayo de 1842, bajo el seudónimo de Un quidam.
José Victorino Lastarria
Hugo Bello Maldonado
1. Un pensador liberal e ilustrado
José Victorino Lastarria Santander nació en la ciudad de Rancagua, el 22 de marzo de 1817. Sus padres fueron Francisco de Asís Lastarria y Cortés y Carmen Santander Bozo, ambos criollos. Después de hacer sus primeras letras en su ciudad natal, debió dejar su provincia y su familia para trasladarse a Santiago. En la capital inició sus estudios en el claustro de Santo Domingo (1827-9) y los terminó en el Liceo de Chile y el Instituto Nacional, que había sido creado en 1813 para impulsar mediante la educación los ideales de la Independencia. En el período en que transitó por el Liceo de Chile, establecimiento que buscaba instruir desde una perspectiva política liberal en concordancia con las ideas ilustradas dominantes en ese minuto en Europa, este era regido por José Joaquín de Mora (1783-1864).
Entre los condiscípulos de Lastarria se hallaban Manuel Antonio Tocornal, José Joaquín Vallejo (Jotabeche), Jacinto Chacón, Antonio García Reyes y Marcial González Ibieta. Como alumno fue discípulo de Andrés Bello (1781-1865), José Joaquín de Mora, Pedro Fernández Garfias, José Miguel Varas (1807-1833), Ventura Marín (1806-1877) y Andrés Antonio de Gorbea (1792-1852), entre otros.
En el Liceo de Chile (1829-1831), Lastarria recibió lo medular de la concepción educativa ilustrada, en la que se compendian elementos neoclásicos y otros románticos, propios de las formas de pensamiento que había alcanzado Mora durante su estancia en Inglaterra, antes de viajar hacia América. En sus Recuerdos Literarios (1878), Lastarria rectificará la información difundida por Benjamín Vicuña Mackenna respecto del protagonismo conservador que le habría cabido a Mora en la formación de la juventud liberal e ilustrada de su época. Allí, en carta escrita en El Ferrocarril el 15 de febrero de 1871, Lastarria precisa los aportes que sin duda influyeron en él, propiciados por la institución dirigida por Mora y que distaban mucho de ser una formación retrógrada.
En 1836, Lastarria obtuvo el grado de bachiller en sagrados cánones y leyes, y en 1839 recibió el título de abogado. Desde temprano, mientras aún era estudiante, comenzó a ejercer la docencia: en 1837 en el Colegio de Romo; en 1843 en el Colegio de Santiago; en 1839, el mismo año en que contrajo matrimonio con Jesús Villarroel, como catedrático de legislación y derecho de gentes en el Instituto Nacional. Su posición social desheredada, debido en parte a los infortunios del padre que había sido comerciante, no fueron impedimento para que en la sociedad privativamente oligárquica que imperaba él tuviese protagonismo y relevancia cultural innegables, no obstante los denuestos de que fue objeto por su origen social19.
En 1846, Lastarria presenta la primera parte de su texto Elementos de Derecho Público Constitucional, el que debía ser previamente informado por un miembro de la Facultad de Derecho de la universidad. A quien le correspondió informar es al presbítero José Santiago Íñiguez (1782-1847), quien comunica que la obra es «oscura, inexplicable, protestante y, al mismo tiempo, atea y herética» (cit. en Amunátegui: 33). Amunátegui Solar afirma, respecto de Lastarria, que «…debo asegurar que no he descubierto en ella nada que choque ni indirectamente con algún principio reconocido, sino, al contrario, las más sanas y benéficas tendencias. La doctrina que admite está basada sobre una teoría vasta y luminosa, donde domina la pura razón y donde están conciliados admirablemente todos los intereses sociales» (34). En nota introductoria a dicha publicación, Lastarria afirmaba que se retraía de publicar la segunda parte, debido a que, tras dos años y medio, la universidad aún no emitía su informe, agregando que «[los] comentarios a la Constitución, que hubieran formado la segunda, se publicarán por separado en mejores circunstancias» (s/p). De este modo se puede advertir, en parte, la sistemática pugna que el intelectual rancagüino sostendría y sostuvo con los sectores conservadores y oligárquicos, lo que refleja de su actuación política y cultural.
2. Publicista, educador, literato
El 3 de mayo de 1842, frente a un grupo de jóvenes letrados, leyó Lastarria su «Discurso de incorporación a una Sociedad Literaria de Santiago». En este acto de fundación del organismo, Lastarria dejará la impronta modernizadora de su accionar como letrado y maestro. A su juicio, la literatura debía estar orientada a expresar las peculiaridades de la nación, teniendo como norte la transformación de la sociedad y la formación de un sujeto colectivo nacional, identificable en un nosotros, a partir de una herencia común y en la voluntad de construcción de un futuro basado en la lengua española, una literatura y una historia nacionales. El discurso, impulsado por la ley del progreso, según sus palabras, muestra a Lastarria como dueño de una concepción gregaria, social y política de la literatura, sobreponiéndose a la imagen de un intelectual ególatra. Dentro de esta misma matriz política ilustrada y liberal se enmarca su participación en diversas publicaciones, revistas y periódicos. Publica El Nuncio de la Guerra, fundado por él con el fin de patrocinar la campaña contra la Confederación Perú-boliviana, en 1837; El Miliciano, junto a Pedro Ugarte, en 1841; El Semanario de Santiago (1842), Revista de Santiago (1848), El Crepúsculo (periódico que se identificaba con la Sociedad Literaria de Santiago, en la que publica su relato «El mendigo» en 1843) y El Siglo (1844). En todos ellos participa en calidad de colaborador junto con importantes políticos y publicistas, con quienes comparte convergencias ideológicas y políticas. En 1841 creó la Gaceta de los tribunales, que luego se extendió a Gaceta de los tribunales y de Instrucción Pública (junto a Gabriel Palma y Antonio García Reyes). En 1848 publica el almanaque El Aguinaldo, en colaboración, entre otros, con Andrés y Juan Bello, además de Jacinto Chacón. Allí escribe, amén de su prospecto, un poema introductorio dedicado al bello sexo, y publicó sus relatos «El Alférez Alonso Díaz de Guzmán» y «Rosa (Episodio histórico)». La función de difundir, explicar y traducir las ideas modernas es central en esta prensa.
En 1860, año en que es elegido Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, publicó por entregas su folletín Don Guillermo, entre el 3 de marzo y el 21 de abril, en La Patria. Periódico noticioso, literario i científico. Los textos eran firmados por Ortiga. Don Guillermo será, para una parte importante de la crítica literaria, la primera novela moderna que se escribe en la República. El trasfondo de este folletín es el escarnio y la crítica de los sectores políticos y religiosos, los que, a su juicio, habían secuestrado a la República, la democracia y la libertad.
3. Pensamiento positivista y declive intelectual
Desde el punto de vista del desarrollo político, comercial y económico, la aristocracia vasca, los herederos de la hacienda colonial, grupo numeroso e importante, se asociará con los sectores de empresarios mineros, comerciantes y banqueros, representantes de un reciente vigor especulativo vinculado a familias de inmigrantes europeos no procedentes de España. Lastarria desarrollará un creciente vínculo con los sectores mineros del norte de Chile y, en dirección opuesta, ahondará sus diferencias con los hacendados. Ciertamente, él no pertenece a ninguna de estas dos clases, pues ni es rico hacendado (aun siendo criollo), ni es comerciante adinerado. Será su papel de maestro la pátina aristocrática que ostente a través de varias décadas. Es por ello que, como se lee en gran parte de su literatura, Lastarria se identifica con la figura romántica del proscrito (Subercaseaux, 1997). La inclinación solitaria y egocéntrica se conjugarán con «…[esa] inaptitud para armonizar los propósitos que persigue una doctrina con las condiciones sociales i hasta con los bajos intereses del medio en que se vive, [lo que] esterilizaba su acción política i lo condenaba a agitarse en el vacío» (198), como afirma Augusto Orrego Luco.
A partir de su memoria Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile (1843), Lastarria pone por sobre el determinismo material o cualquier tipo de fatalidad histórica la noción de libertad individual. Esa es la premisa que, a su juicio, se ha de enseñar a los hispanoamericanos, pues la fatalidad justificaba el servilismo de las naciones débiles a las fuertes. Y es ese axioma lo que forjará su problemática apropiación del positivismo. La disposición de Lastarria hacia cualquier interpretación espiritualista o idealista recibe su total rechazo. Así lo hace con la teoría de la historia de Herder20 y posteriormente con la filosofía de Hegel, como lo hará finalmente con la filosofía de Stuart Mill y de Auguste Comte. Lastarria no se cuestiona la apropiación intelectual del pensamiento ajeno, más bien se trataría de ciertas confluencias en su pensamiento, desarrollado previo al conocimiento de la obra de Comte21. Asume las ideas de Comte y Littré yuxtaponiéndolas a sus principios liberales, racionalistas, con una concepción de la historia y del conocimiento que tiene como eje a la sociedad y no al individuo. Conoce tardíamente los textos de Comte y asimila (asemeja) sus propias ideas, inclusive aquellas desarrolladas por él antes de 1873, con las ideas del francés. Así, en su discurso «Recuerdos del maestro» (1874), en homenaje a Andrés Bello, advertimos términos como el de «método experimental» (71), pero, por otro lado, su posición respecto de la dimensión social e histórica del positivismo es diametralmente opuesta. Lo acerca al positivismo su ratificación del método y la concepción objetivista; lo aleja la idea de una religión, es decir, un sistema social sustentado en un sistema metafísico. El chileno piensa que el Estado debe abrir todos los espacios posibles a la expansión del sujeto y en ningún caso atentar contra las posibilidades de la libertad individual.
Como señala Jaime Concha, Lastarria, que había encabezado un «proceso de renovación intelectual cuyo efecto necesario será la agitación política de los próximos decenios», sufre «una creciente involución, un retroceso ideológico que lo lleva a armonizar grotescamente el pensamiento comtiano con las condiciones de la sociedad chilena» (XI), entendiendo este gesto de apropiación del positivismo como señal de dicho retroceso.
Influido por el positivismo, en tanto filosofía eminentemente burguesa, industrial y urbana, Lastarria escribe textos como Caracoles. Cartas descriptivas sobre este importante mineral dirijidas al Sr. Tomás Frías, Ministro de Hacienda de Bolivia (1871) y sus Lecciones de política positiva (1874), su texto más editado en otras latitudes, justamente en la época del despliegue del positivismo en América Latina. Además funda el Círculo de Amigos de la Bellas Letras (1869) y la Academia de Bellas Letras (1873), motivado por la difusión de las ideas positivistas, que a su juicio validan su perspectiva racionalista de la política y la moral social. El contexto histórico nacional y americano, en el que se sitúan estas ideas europeizantes de Lastarria, es el de expansión y ulterior consolidación del poder oligárquico.
Finalmente, el pensamiento literario de Lastarria será influido por las tendencias del naturalismo y el modernismo. Si bien Lastarria, que había promovido el Certamen Varela (1887) donde triunfará Darío con su libro Azul... (1888), estaba disponible para escribir el prólogo de este texto fundacional para el despliegue del modernismo, no logró hacer suyo el sistema de renovación formal, temático y escritural que significaban el naturalismo y el modernismo en las letras americanas.
Lastarria muere en 1888, cuando probablemente escribía el prólogo de Azul…; con él quedaba atrás una etapa de la historia literaria chilena.
Obras citadas
Amunátegui, Domingo. Recuerdos del Instituto Nacional. Santiago: Imprenta y Litografía Leblanc, 1941.
Concha, Jaime. Prólogo. Martín Rivas. Caracas: Ayacucho, 1977.
Egaña, María Loreto. La educación primaria popular en el siglo XIX en Chile: Una práctica de política estatal. Santiago: Dibam/LOM, 2000.
Lastarria, José Victorino. Elementos de derecho público constitucional. Santiago: Imprenta Chilena, 1848.
--------------------------. Lecciones de política positiva, profesadas en la Academia de Bellas Letras. México-París: Librería de A. Bouret e Hijo, 1875.
--------------------------. «El progreso moral». Estudios históricos. Volumen III. Santiago: Imprenta i Encuadernación Barcelona, 1909.
--------------------------. Recuerdos literarios. Santiago: Zig-Zag, 1968.
Orrego Luco, Augusto. «Don Victorino Lastarria». Retratos. Santiago: Revista Chilena, 1917.
Subercaseaux, Bernardo. «Liberalismo positivista y naturalismo en Chile (1865-1875)». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. N° 11. 1980, 7-27.
19 Según relata Augusto Orrego Luco (1917), las diferencias entre Lastarria y la aristocracia terrateniente local se resumían en una expresión de desprecio con la cual el escritor rancagüino habría de contestar: «–Dirán de mí los ciúticos [sic] lo que quieran, pero no podrán decir que no los he sabido bautizar… y para siempre! –agregaba riendo» (226).
20 Ver JAKSIC, Iván. Andrés Bello: la pasión por el orden. Santiago: Universitaria, 2001, 170.
21 Como afirma Lastarria en la «Advertencia» a Lecciones de política positiva profesadas en la Academia de Bellas Letras, en 1873: «No cito á los autores sino cuando copio sus palabras y al formar mi doctrina sobre el acuerdo de sus opiniones, omito las citas, por no convertir estas lecciones en un alegato forense de aquellos que, según la costumbre antigua, no tienen autoridad sino por las apostillas. En cuanto á la filosofía ó procedimiento para formar la doctrina científica de la política, sigo siempre á Augusto Comte y á los escritores que forman su escuela, valiéndose a menudo, para la comprobacion de los hechos, de la profunda observación de la sociedad moderna que se contiene en las obras de Courcelle-Seneuil, de Tocqueville y otros» (1).
Lastarria: «Discurso inaugural de la Sociedad Literaria de Santiago» (1842)
Hugo Bello Maldonado
1. Independencia, Ilustración y Romanticismo
Tras la abdicación de O’Higgins en 1823, la sociedad chilena vio agudizarse una situación frecuente en la historia americana tras su Independencia: por una la necesidad de gobernar y organizar la sociedad, superando a la vez el pasado colonial. En Chile, las contradicciones políticas entre distintos caudillos locales, todos terratenientes investidos de generales, se resolvieron en la Batalla de Lircay (17 de abril de 1830). Allí los sectores conservadores, pelucones, se impusieron por la fuerza después de un breve período de gobierno de los liberales, pipiolos. Esa es la razón por la cual el movimiento literario de 1842 es la punta de lanza de un movimiento de emancipación, concebido como continuidad de un proceso interrumpido tras la derrota de Lircay. A juicio de Lastarria, el proceso de Independencia había sido quebrantado por las medidas retrógradas de los gobiernos conservadores. Como lo sugerirá en Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile (1844), la colonia había prolongado su hegemonía en la década presidida por José Joaquín Prieto (1831-41) y su sucesor, Manuel Bulnes (1841-51)22. Sin embargo, el gobierno de Bulnes había transcurrido en una época de avenencias y compromisos entre pipiolos y pelucones, lo que había permitido una ostensible mejoría de las condiciones para la libertad de opinión23 y para la acumulación de capital. Así lo reconoce Lastarria en sus Recuerdos literarios publicados en 1878: «La convalecencia de nuestra sociedad en 1842 era tan notable, que por todas partes saltaban a la vista los síntomas de la salud y del vigor de la vida. A la tristeza taciturna, a los recelos y temores que inspiraba antes el terror, había sucedido la franqueza y la confianza que da la seguridad personal» (87). Este es el tiempo histórico en el que las sucesivas polémicas sobre clasicismo y romanticismo, el idioma y su enseñanza, se verán refrendadas por la fundación de instituciones como la Universidad de Chile y la Escuela Normal de Preceptores (ambas en 1842), entre otras, y será el momento en que Lastarria, en calidad de director, invitado por sus alumnos del Instituto Nacional, pronuncie su célebre «Discurso inaugural de la Sociedad Literaria de Santiago», el 3 de mayo de 1842.
Como explicará años más tarde Lastarria, en el prólogo a la edición de su Miscelánea histórica i literaria (1868), el pensamiento que gobernó sus actos y su escritura fue el «de combatir los elementos viejos de nuestra civilización del siglo XVI, para abrir campo a los de la regeneración social y política que debe conducirnos al gran fin de la revolución Americana –la emancipación del espíritu y con ella la posesión completa de la libertad, es decir, del derecho (V)». Y agregaba: «La revolución literaria iniciada en Francia en 1830, esa revolución proclamada por Victor Hugo con la fórmula de la libertad en el arte, apenas era aquí conocida por unos cuantos y había dado ocasión en 1842 a polémicas ardientes con los escritores argentinos, que la comprendían mejor que nosotros» (VI-VII).
En efecto, el 23 de junio de 1837, Juan María Gutiérrez, frente al Salón Literario de Buenos Aires, había pronunciado un discurso de inauguración de dicho cenáculo. Este discurso tiene similares características al que pronunciará Lastarria en Santiago de Chile24. El movimiento de las ideas revolucionarias, liberales, románticas, etc., pretendemos decir, iba en dirección este-oeste, desde el Río de la Plata hacia los Andes, elidiendo el antiguo virreinato del Perú25 y asentándose en Chile, que, de modo excepcional, consolidaba un régimen de relativa estabilidad política y de creciente progreso material.
El discurso de Lastarria tiene un sinfín de concordancias con el discurso de Gutiérrez, no sólo por las referencias comunes a hombres de la ilustración europea, por la similar función de la literatura nacional como eje de la expresión nacional o por el canon literario común, sino por una noción de que la literatura es la viga maestra de la formación de un «pueblo nuevo» educado en el respeto a las leyes. En ambos casos la función política es la de materializar los vínculos entre los jóvenes literatos26, es decir, generar asociativismo, trabazón entre individuos con intereses comunes para el conocimiento y la difusión de las ideas, la ciencia y la moral, todo esto dentro de un espacio de encuentro afuera de las instituciones como la universidad y el instituto.
Otro objetivo de esta formación es constituir un sujeto social, un «nosotros» que se hará cargo de una tarea específica, determinada por el interés común de ilustrar a la sociedad chilena (nosotros), mediante un sistema de reformas al sistema educacional, concebido a su vez para divulgar las ideas republicanas y asegurar la libertad individual, fin último de la democracia.
La literatura para Lastarria debe ser útil, es decir, ha de tener una función didáctica que permita encaminar a los discípulos (una nación casi entera, en este caso), que se identifique con las costumbres y transformaciones asociadas a la idea de desarrollo, finalmente.
Esto explica, entonces, el carácter apelativo y beligerante del discurso: «A nosotros nos toca volver atrás para llenar el vacío que dejaron nuestros padres y hacer más consistente su obra, para no dejar enemigos por vencer y seguir con planta firme la senda que nos traza el siglo» (98). Pero, de la misma manera que Lastarria se sabe portador de un mensaje, de allí el carácter fundacional del discurso, sabe también que su invitación es a una aventura. El maestro procura impulsar a los jóvenes a ser amos del futuro, pues «los grandes bienes sociales no se consiguen sino a fuerza de ensayos» (104), lo que subraya el carácter insurgente del moderno profesor Lastarria.