Kitabı oku: «Relación médico – paciente»

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RESUMEN

INTRODUCCIÓN

PRIMERA GUARDIA EN NEUROLOGÍA

PARTE I LECCIONES DE COMUNICACIÓN

HISTORIA 1 ETIQUETAR A LOS PACIENTES

HISTORIA 2 SEIS MESES DE VIDA

HISTORIA 3 RECHAZO A TRATAMIENTO

HISTORIA 4 UN BEBÉ BIEN ALIMENTADO

HISTORIA 5 UN RASPONCITO…

HISTORIA 6 LA RECETA

HISTORIA 7 UN CORTE AQUÍ

HISTORIA 8 ¿CÓMO ME TOMO LOS PRESERVATIVOS?

HISTORIA 9 DERMATITIS ATÓPICA, MÁS ALLÁ DEL DIAGNÓSTICO

HISTORIA 10 EUREKA CLÍNICA

HISTORIA 11 EL ROSTRO, MAPA DE LAS EMOCIONES

HISTORIA 12 EL PAPANICOLAOU

HISTORIA 13 NECESITA TODOS LOS EXÁMENES

HISTORIA 14 FATIGA

HISTORIA 15 NO LE DEBE DOLER MUCHO

HISTORIA 16 GENERAR CONFIANZA, LA PRIMERA META EN LA CONSULTA

HISTORIA 17 CAMBIOS TRÓFICOS EN LA PIEL

HISTORIA 18 SU EMBARAZO ES IMPOSIBLE

HISTORIA 19 MADRECITA

HISTORIA 20 TACTÉSICA

PARTE II MEDICINA NARRATIVA

NARRATIVA MÉDICA: LA EXPRESIÓN DEL CORAZÓN JORNADAS DE INICIACIÓN EN INVESTIGACIÓN Y MEDICINA NARRATIVA

CUANDO LA VIDA SE VA ENTRE LOS GUANTES Y EL BISTURÍ

ENTRE AGUJAS Y OTRAS CIENCIAS

EL OLVIDO

MI NIÑA DE BATA BLANCA

MEDICINA NARRATIVA- EJERCICIOS PRÁCTICOS

TRIAJE

¡YA LLEGUÉ!

CUANDO NO SE PUEDE CURAR, PODEMOS CUIDAR

SECUELAS DE UNA PESADILLA COLECTIVA

LA ESPERA

MI PUNTO MORADO

JULITO

EL TIEMPO MÁS FUGAZ

EL MISTERIO DEL AULA 823

ATEMPORALIDADES

JEREMY, MI GUERRERO

NIÑEZ

REFERENCIAS:


Edición y compilación:

Karina Castro Mendoza

Autores:

Primera parte

Historias de comunicación y salud

Carlos Acurio Velasco

Pedro Isaac Barreiro Chancay

Karina Castro Mendoza

Marco García Cantos

Ruth Jimbo Sotomayor

Daniel Maldonado Guerrero

Santiago Palacios Álvarez

Ramiro Ramadán Maldonado

Xavier Sánchez Choez

Betzabé Tello Ponce

Segunda parte

Medicina Narrativa

Jornadas de Iniciación en Investigación

y Medicina Narrativa

Docente: Janneth Rangles Iza

Alumnos1:

Daniela Castillo Barreto

Fernando Lara Freire

Ricardo Uribe Vargas

María Emilia Villalva Herrera

Ejercicios Prácticos en clase

Docente: Karina Castro Mendoza

Alumnos:

Rodrigo Alquinga Tibán

Sandy Armijos Coronel

César Ávila López

Doménica Coronado Jaramillo

Camila Flores Cruz

Yessenia Flores Caicedo

Rosa Gonzaga Granja

Lizbeth López García

Elizabeth Villacís Zamora

Alejandro Villamarín Aguirre

1 Respetamos la decisión de mantener anónimos algunos de los trabajos presentados en esta publicación.

RESUMEN

Libro de texto para profesionales de salud, docentes de medicina y estudiantes, estructurado en dos partes: 1) lecciones de comunicación en entrevistas clínicas y 2) relatos de medicina narrativa relacionados con salud, enfermedad y formación médica.

Palabras claves: Comunicación y salud, relación médico-paciente, habilidades de comunicación, empatía, consentimiento informado, ética, medicina narrativa, medicina centrada en el paciente. Introducción

INTRODUCCIÓN

La necesidad de este documento surgió de la docencia. Hay poca literatura ecuatoriana que refleje análisis y lecciones aprendidas en diálogos de relación médico-paciente.

Particularmente, el ícono que motivó este trabajo fue el libro Conversation Repair (1995) de Frederic Platt, así como fueron también inspiradores los trabajos de Francesc Borrell, quien ha analizado diálogos en consultas clínicas, en especial, sus textos Entrevista clínica. Manual de Estrategias Prácticas y Práctica Clínica Centrada en el Paciente.

Este es un texto construido por docentes y alumnos de Medicina. Un trabajo articulado con un interés común: resaltar la importancia de qué y cómo se comunica en una relación médico-paciente.

Aunque es una verdad refrendada que un buen médico debe ser tanto un excelente clínico como un gran comunicador, las habilidades de comunicación forman parte del currículo de estudio de las facultades de Medicina desde hace pocas décadas. En el caso de Ecuador, su incorporación es muy reciente.

Comprender cómo se teje la comunicación dentro de la consulta médica y percatarse de situaciones que puedan mejorar la relación médico-paciente es parte del objetivo de las historias que conforman la primera parte de este texto.

Los docentes han compartido en este documento varios aprendizajes forjados dentro de la esencia del acto clínico: la entrevista médico-paciente.

La generosidad de los profesores hizo posible la escritura de un documento que incentive la lectura entre líneas a profesionales de la salud y alumnos respecto de su manera de relacionarse con sus pacientes. Del mismo modo, busca asegurar que el enfoque de atención sea el paciente y no la enfermedad, como comúnmente ocurre.

En la segunda parte, reiterando a la persona como eje de la atención médica, se aborda la medicina como acto narrativo.

El lector podrá viajar por las historias de medicina narrativa de estudiantes que expusieron sus trabajos en las Jornadas de Iniciación en Investigación y Medicina Narrativa, organizadas por la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), desde el año 2017. Asimismo, podrá conocer varios ejercicios prácticos de clase, elaborados por jóvenes de segundo semestre que, generosamente, compartieron sus vivencias con transparencia y profunda reflexión.

Este libro de texto tuvo un padrino, un compañero permanente con un don para la escritura: el doctor Pedro Isaac Barreiro, quien además es el autor de “El médico de Pasa”, “El Tendón de Aquiles” y otros relatos. Él alentó la gestación de esta obra, así como también colaboró en la revisión y edición de la primera parte del documento.

Pedro entregó además, de manera altruista, un preciado regalo: el relato inédito “Primera guardia en neurología”. El relato abre la travesía por este compendio de historias de comunicación en el ámbito profesional y nos transporta, con su estilo vívido y divertido, a las vivencias de un estudiante en los pasillos de uno de los hospitales emblemáticos del país. Con este texto, le invitamos a empezar y disfrutar su lectura.

Karina Castro Mendoza

PRIMERA GUARDIA EN NEUROLOGÍA

PEDRO ISAAC BARREIRO CHANCAY

De todas las salas de internamiento del hospital, una de las más estresantes, era en ese entonces, al menos para mí, la de neurología. El temor que inspiraba el jefe de ese servicio era compartido por todos quienes estábamos en proceso de formación. Hasta los médicos residentes y posgradistas compartían –en menor grado, por cierto– esos temores, pues las exigencias de disciplina, estudios y conocimientos rebasaban nuestros esfuerzos y nuestra escasa experiencia acumulada en los años precedentes.

Ya nos habíamos familiarizado con casi todas las áreas físicas del hospital. Los amplios pasillos por los que se llegaba a los pabellones de especialidades lucían siempre limpios y brillantes. El temido pabellón correspondiente a neurología estaba ubicado en el ala norte del primer piso del flamante hospital.

El inocultable entusiasmo que todos experimentábamos ante nuestra cercana graduación como médicos cirujanos, a menudo era disminuido por las preocupaciones que, seguramente desde siempre, han asaltado a todos quienes han escogido la medicina como una forma de vida al servicio de sus congéneres. El temor de no saber qué hacer frente a una desconocida dolencia o una complicación inesperada o un proceso terminal, rondaba permanentemente nuestras cabezas. Sobre todo, cuando ese tipo de eventos se presentaba en momentos en que nos encontrábamos solos, sin el apoyo de un especialista, de nuestro tutor, del médico residente o, al menos, de alguno de nuestros compañeros de turno. En esos cruciales momentos, era inútil tratar de recordar lo que habíamos leído en los voluminosos textos que todo estudiante –y todo profesional– tiene a la mano y consulta durante el ejercicio de su profesión.

Paradójicamente, esas situaciones parecen esperar a la noche o las madrugadas, cuando todo el mundo duerme, o al menos descansa un poco y ponen a prueba nuestro proceso de aprendizaje previo. Pero, más que nada, nuestra vocación y nuestro temple.

La obligatoria visita a los pacientes hospitalizados se realiza todas las mañanas y con ella se inician las actividades habituales, casi rutinarias en un hospital. Los experimentados maestros ingresan a cada habitación, impecablemente vestidos, y siempre acompañados por el médico residente, uno o dos posgradistas, una enfermera, y entre uno y tres internos rotativos. Entonces se revisa la Historia Clínica, se verifica que se hayan cumplido las prescripciones ordenadas el día anterior, se revisan los resultados de los exámenes realizados, se pregunta al paciente cómo se siente, qué novedades tiene y, si es necesario, se realiza un examen físico de gran contenido didáctico. El médico tratante hace preguntas a sus residentes, a los posgradistas, a los estudiantes. Comparte sus impresiones y experiencias con respecto a la enfermedad del paciente y dicta las nuevas prescripciones, ya sea que el paciente sea dado de alta o que deba continuar hospitalizado. A continuación, el procedimiento se repite con el enfermo de la cama vecina.

Cuando se produce el alta de un paciente, la cama es ocupada, casi de inmediato, por otra persona con una dolencia generalmente distinta a la del ocupante anterior. Entonces, el interno debe elaborar una nota de ingreso y una nueva Historia Clínica que será revisada por el médico residente. Casi siempre el nuevo paciente ingresa con un diagnóstico definitivo cuyo tratamiento requiere hospitalización, aunque también se producen ingresos con presunciones diagnósticas para el estudio, la confirmación y el tratamiento respectivo.

Recuerdo que era el último viernes de un frío y lluvioso mes de enero. La visita médica se había cumplido sin mayores novedades y, recuperados de sus respectivas enfermedades, tres pacientes habían salido con el alta. Quedaron, por tanto, tres camas disponibles para posibles ingresos.

Esa tarde en el servicio de urgencias del hospital se había atendido a un paciente de unos 40 años, debido a que por primera vez en su vida había sufrido una convulsión generalizada, con pérdida del conocimiento. La alta demanda de exámenes de laboratorio y de imágenes retrasó el reporte de los resultados y, como ya había caído la noche, con buen criterio se decidió ingresarlo… ¡al servicio de neurología!

Era mi primera guardia en ese temido servicio y, a pesar de mis temores, tuve que realizar la anamnesis y el examen físico que, registrados en el formulario respectivo, constituyen el documento base de una historia clínica. El paciente había recibido medicación anticonvulsivante y se encontraba muy sedado, casi estuporoso y apenas balbuceaba una que otra palabra, por lo cual la información recibida del servicio de urgencias fue de gran ayuda para cumplir con mi trabajo.

Cerca de las 11 de la noche, y luego de realizar la visita nocturna, guiado por el médico residente y la enfermera de turno, un poco cansado, me retiré a descansar, pensando en mi buena suerte. No hubo contratiempos ni se presentó ningún caso difícil durante ese primer día en el temido servicio de neurología.

Ya en mi habitación, bien abrigado, me pareció que era conveniente revisar alguna literatura científica acerca de los procesos convulsivos para “lucirme” ante el médico residente y los posgradistas al siguiente día durante la visita habitual. Pero, después de pensarlo mejor, con la certeza de que todos los pacientes estaban evolucionando bien y que, por lo tanto, no habría preguntas, preferí volver al placentero descanso leyendo una novela de Benedetti que había empezado hacía varios días y no había podido terminar, precisamente por las tareas y las obligaciones propias de un estudiante de medicina al borde de incorporarse como médico.

Así es que, envuelto en las alegrías y los sinsabores experimentados por Martín Santomé y Laura Avellaneda, en el nostálgico Montevideo de los años cincuenta, debió vencerme el sueño, y una vez olvidados mis temores y obligaciones, por fin me dormí…

De repente el agudo timbre del teléfono –programado a gran volumen para espantar los sueños más profundos– me hizo pegar un salto y reactivó mis peores temores al escuchar la voz de la enfermera de turno que me decía:

–Señor interno, venga de inmediato al piso. Es urgente. ¡El paciente del 101 está convulsionando! El médico residente no me contesta el teléfono ¡Se trata de una emergencia!

¡Y colgó!

Fue así como, casi sin respirar y temblando más del miedo que del frío, me puse mi mandil y mientras corría por los interminables pasillos del hospital iba pensando, casi aterrorizado:

–¿Y ahora qué hago, Dios mío? ¿Ahora qué hago? ¡Ojalá hayan ubicado al médico residente y ya esté allí cuando yo llegue!

Cuando llegué, lo primero que me extrañó fue el silencio absoluto que reinaba en el pabellón. Con gran alivio pensé que el médico residente había llegado antes que yo y ya había resuelto la emergencia. Entonces pude, por fin, respirar calmadamente, abotonar correctamente mi mandil y, arreglarme el peinado “afro” que yo, muy a la moda, lucía en esos días. Ya bien acicalado, me acerqué parsimoniosamente a la estación de enfermería para demostrar que estaba listo para cumplir con mis obligaciones. Pero mi paz interior y mi parsimonia duraron muy poco pues, apenas me vio, la señora enfermera dijo:

–¡Por fin viene alguien! ¡Venga, vamos a ver al paciente!

A través de la semiabierta puerta de la habitación 101, pudimos percatarnos de la penumbra que reinaba en su interior. Tanto las lámparas cenitales como las correspondientes a cada cama se encontraban apagadas y la escasa luminosidad que llegaba del exterior, a través de las persianas de la gran ventana, volvía más tétrica y preocupante la situación.

Pensando que encender la luz podía ser contraproducente, sobre todo si el paciente se hubiera quedado dormido luego de su crisis convulsiva, ingresamos muy lentamente y en silencio a la habitación, muy lejos de imaginar que él estaba escondido debajo de su cama. En el instante mismo en que nos dimos cuenta de que se encontraba vacía, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al sentir que alguien se agarraba de mis tobillos y me hacía perder el equilibrio. La enfermera, apresurada y en medio de gritos, había alcanzado a apretar el botón del timbre con el que los pacientes solicitan asistencia. La alarma comenzó a sonar sin control a partir de ese momento, mientras el paciente y yo forcejeábamos y rodábamos por el piso en medio de la oscuridad. La enfermera gritaba pidiendo ayuda. El paciente emitía sonidos guturales inentendibles y yo, que había perdido mis lentes, a duras penas alcanzaba a tomar aire porque sus manos me atenazaban el cuello y casi no podía respirar.

Afortunadamente, cuando parecía que me asfixiaba y empezaba a perder las fuerzas por falta de oxígeno, llegaron el médico residente y una corpulenta auxiliar de enfermería, quienes encendieron las luces y de inmediato se incorporaron a la inesperada batalla. Después de un intenso forcejeo, gritos, pataleos y bramidos, logramos inmovilizar entre los tres al paciente para que la enfermera, que durante la inusual trabazón había permanecido paralizada por el miedo, pudiera inyectarle una buena dosis de diazepam. Gracias a esto pudimos sujetarlo a la cama, utilizando cuatro sábanas debidamente enrolladas (una para cada extremidad) sin causarle ningún daño.

Una vez que regresó la calma y logré encontrar mis lentes, los cuatro nos dirigimos a la estación de enfermería para tranquilizarnos, acomodarnos las estropeadas ropas y comentar, con un poco de buen humor y una que otra sonrisa, el irrepetible momento que habíamos compartido la madrugada de ese inolvidable sábado. Cuando todos se fueron, me tomé un tiempo para registrar en las notas de evolución de la Historia Clínica, un resumen del incidente y la dosis de medicamento administrado.

Reconfortado gracias a la pequeña reunión mantenida, y bastante más tranquilo, seguramente por efectos del agua de toronjil que compartimos mientras conversábamos, recordé que era mi obligación asegurarme de que el paciente se encontrara bien antes de retirarme a descansar. Me acerqué cuidadosamente a la cama, cuya iluminación individual permanecía encendida y, cuando me disponía a tomarle manualmente el pulso en su muñeca izquierda, me miró por un instante con sus enrojecidos y desorbitados ojos, y al tiempo que me estampaba un salivazo en la cara me gritó:

–¡Mañana te cojo, cuatro ojos!

Lleno de pavor, con esa amenaza pendiendo sobre mi cabeza y aterrorizado ante la posibilidad de que en el futuro tuviera que enfrentarme con pacientes parecidos, abandoné la habitación y, muerto de frío, comencé a caminar hacia mi dormitorio mientras la claridad del alba empezaba a insinuarse en el nublado cielo quiteño.

Pese al cansancio debido a la mala noche que habíamos pasado, cerca de las ocho de la mañana, ya estábamos nuevamente en el piso, listos para comenzar la nueva visita a los pacientes hospitalizados. Sin embargo, en el momento de recibir las historias clínicas, la nueva enfermera de turno nos informó que el paciente de la habitación 101 había desaparecido, que muy probablemente se había fugado del hospital durante el cambio de guardia. No obstante, ya se habían dado las alertas para su búsqueda puesto que, según las imágenes y los informes de los exámenes realizados la tarde anterior, el paciente era portador de una grave, potencialmente contagiosa y mortal enfermedad: meningitis tuberculosa.

Desde entonces, en mis esporádicas pesadillas, siempre me veo huyendo de un ejército de millones de bacilos de Koch que ruidosamente intentan introducirse en mi cabeza a través de mis oídos, de mi boca, de mis fosas nasales… y que, en algunas ocasiones, logran hacerlo. Afortunadamente cuando eso sucede, un sudor frío me despierta...

PARTE I LECCIONES DE COMUNICACIÓN

HISTORIA 1 ETIQUETAR A LOS PACIENTES

DRA. BETZABÉ TELLO PONCE,

DOCENTE PUCE

Sara tiene 26 años. Acudió por un dolor en el cuadrante abdominal superior derecho irradiado a la espalda. Su médica de cabecera le solicitó un eco y se reportó un quiste en la cabeza del páncreas. Se solicitaron, por tanto, nuevos estudios. Entre ellos, una tomografía. Sara acudió con su médica de cabecera a la sala de imágenes. Luego del examen, se suscitó el siguiente diálogo para la entrega del resultado:

Médico de imagen: ¿Cuál es su nombre?

Paciente: Sara Elena Martínez Estrada

Médico de imagen: Ahhhh, ¿la del cáncer de páncreas?

Sara: ¿Qué dijo?

Discusión:

En teoría, todos los profesionales de la salud aprenden “cómo dar malas noticias”. Sin embargo, la medicina es una ciencia que requiere una suma de teoría, reflexión y maduración personal.

El equipo médico es responsable de mantener un secreto profesional compartido, en tanto que el médico tratante es el responsable de comunicar una mala noticia, una vez que tenga certeza de la misma.

En esta historia, el proceso de diagnóstico estaba en curso y el médico de imagen no solamente irrespetó el espacio de confidencialidad y privacidad del paciente, sino que además sentenció, con una frase, un diagnóstico de una enfermedad grave aún no confirmada, obviando todos los elementos para comunicar una mala noticia, entre ellos:

1. Prepararse con antelación: es decir, determinar un lugar apropiado y tiempo suficiente para, sin interrupciones, verificar la identidad del paciente y relacionar los datos clínicos con los hallazgos en las imágenes.

2. Preparar al paciente: saber si la paciente está acompañada o no; conocer cuánto sabe el paciente y/o su familia acerca del posible diagnóstico; comunicar la verdad analizando su estado emocional y consultándole cuánta información desea conocer respecto a la enfermedad y su situación.

3. Preparar emocionalmente al paciente para la mala noticia: no expresar un diagnóstico tan grave sin anticipar que dará una mala noticia; usar frases como: “me temo que los resultados…”, “siento decirle que tenemos resultados que no hubiésemos querido”, “hemos revisado varias veces los datos y hay algo que debo comunicarle…”.

4. Ofrecer apoyo emocional: “Si no está dispuesto a ofrecer ayuda emocional al paciente no está moralmente autorizado a comunicar una mala noticia” (Ayarra y Lizárraga, 2001). Frente a la explosión de la emoción (lloro, grito, negación, enfado, culpa, silencio, temor) no use: “entiendo lo que está pasando” o “sé lo que siente…”, porque no es verdad. Solo el paciente siente cómo le afecta, realmente, la información que le acaban de entregar. Espere que la emoción del paciente (y de la familia, si está acompañado) fluya. Luego, puede acompañar con comunicación gestual (con su rostro, manos) o verbal con frases que señalen que está usted para apoyarle: “Trato de entender lo que significa esta noticia para usted, estoy para apoyarle y aclarar todas las dudas que tenga”.

5. Plan de actuación futura: Pregunte si hay alguien más que debería estar involucrado en el proceso. Escuche con atención las preguntas que le formule el paciente. Informe la estrategia y los posibles pasos a seguir, entregue información para guiar al paciente. Incluya información esperanzadora o positiva (si la hay) junto con la mala noticia. Medique, si es necesario, para conciliar el sueño. Solicite que escriba cualquier pregunta para la siguiente cita, ya sea que surjan por la información entregada o por las preocupaciones. Solicite que el paciente le diga, en sus propias palabras, lo que ha escuchado. Reitere que está para apoyar al paciente y facilite los números a los que puede llamar y las formas de contacto.

Los diagnósticos complejos no pueden ser divulgados por el equipo médico. En la historia de Sara se transgredió el deber del secreto profesional compartido. La médica tratante, que estaba acompañando a la paciente, no pudo resolver de forma adecuada lo sucedido. Menos aún, sostener y apaciguar a la paciente y a sus familiares.

La relación de confianza y acompañamiento entablada entre la médica tratante y la paciente se desvaneció. El equilibrio entre la veracidad y la oportunidad para entregar una mala noticia de forma adecuada se rompió, y el proceso de contención de la paciente fue emocionalmente muy complejo, ya que se trataba de un diagnóstico no confirmado.

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Hacim:
113 s. 6 illüstrasyon
ISBN:
9789978774786
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