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CAPÍTULO DOS

Mackenzie llegó al aeropuerto corriendo, con apenas suficiente tiempo para llegar a su puerta de embarque. Embarcó en el avión apresuradamente cinco minutos después de que hubieran comenzado el embarque y se movió por el pasillo ligeramente ahogada, frustrada y descentrada.

Por un momento se preguntó si Ellington habría llegado a tiempo pero, para ser sinceros, ya estaba contenta de no haberse perdido el vuelo. Ellington ya era un chico mayor y podía cuidar de sí mismo.

Su pregunta fue respondida cuando localizó su asiento. Ellington ya estaba dentro del avión, cómodamente sentado en el asiento contiguo al suyo. Le sonrió desde su posición en el asiento junto a la ventana, haciendo un pequeño gesto con la mano. Ella sacudió la cabeza y suspiró con pesadumbre.

“¿Mal día?” preguntó él.

“Veamos… empezó con un funeral y después tuve una reunión con McGrath,” dijo Mackenzie. “Después tuve que irme a casa a toda prisa para hacer la maleta y recorrer Dulles a todo correr para tomar el vuelo por los pelos. Y ni siquiera es mediodía aún.”

“Así que las cosas solo pueden mejorar,” bromeó Ellington.

Mientras presionaba su bolsa de mano dentro del compartimento para equipajes, Mackenzie dijo: “Ya veremos. Oye, ¿no tienen aviones privados en el FBI?”

“Sí, pero solo para los casos verdaderamente urgentes. Y para agentes super estrella. Este caso no es urgente y nosotros sin duda alguna no somos agentes super estrella.”

Cuando por fin se acomodó en su asiento, se tomó un momento para relajarse. Echó una ojeada a Ellington y vio que estaba hojeando una carpeta que era idéntica a la que había visto en el despacho de McGrath.

“¿Qué piensas de este caso?” preguntó Ellington.

“Creo que es demasiado pronto como para especular,” dijo ella.

Él le volteó la mirada y le frunció el ceño con actitud juguetona. “Tienes que tener algún tipo de reacción inicial. ¿Cuál es?”

Aunque no quería compartir sus pensamientos para acabar estando equivocada más tarde, apreciaba el esfuerzo por no perder ni un segundo en atacar el asunto. Eso le demostraba que él era sin duda el trabajador concienzudo y comprometido del que McGrath hablaba siempre—el mismo tipo de trabajador que hasta ella había esperado que fuera.

“Creo que el hecho de que les estén llamando desapariciones en vez de asesinatos nos da algo de esperanza,” dijo ella. “Pero teniendo en cuenta que se han llevado a las víctimas de carreteras rurales también indica que este tipo es de aquí y conoce el terreno al dedillo. Podría estar secuestrando a las mujeres y matándolas después, ocultando sus cadáveres en alguna parte del bosque o en cualquier otro escondite que solo conoce él.”

“¿Ya leíste esto a fondo?” preguntó, asintiendo hacia la carpeta.

“No. No tuve tiempo.”

“Adelante,” dijo Ellington, pasándosela.

Mackenzie leyó la escasa información mientras las azafatas de vuelo repasaban las instrucciones de seguridad. Seguía estudiándola unos momentos después cuando el avión despegó con destino a Des Moines. No había mucha información en el archivo, pero sí la suficiente como para que Mackenzie diseñara el enfoque a tomar cuando llegaran allí.

Delores Manning era la tercera mujer cuya desaparición se había denunciado en los últimos nueve días. La primera mujer era una habitante local y su hija había denunciado su desaparición. Naomi Nyles, de cuarenta y siete años de edad, también abducida de una cuneta en la carretera. La segunda era una mujer de Des Moines llamada Crystal Hall. Tenía cierto historial, mayormente relacionado con asuntos de promiscuidad durante su juventud, pero nada serio. Cuando fue secuestrada, había estado visitando una granja de ganado local en la zona. El primer caso no había dejado ni rastro de juego sucio—solamente un coche abandonado en la cuneta. El segundo vehículo abandonado era una pequeña camioneta con un neumático pinchado. Habían descubierto la camioneta en medio de un cambio de neumáticos, con el gato todavía debajo del eje y la rueda pinchada apoyada contra el lateral de la camioneta.

Los tres sucesos parecían haber tenido lugar durante la noche, en algún momento entre las 10 de la noche y las 3 de la mañana. Hasta el momento, nueve días después de que se diera el primer secuestro, no había ni un solo rastro de pruebas y absolutamente cero pistas.

Como hacía usualmente, Mackenzie repasó la información en varias ocasiones, haciendo lo que podía por memorizarla. No era difícil en este caso, ya que no había gran cosa que memorizar. Seguía regresando a las fotografías de los parajes rurales—las carreteras secundarias que serpenteaban a través de los bosques como una enorme culebra sin ningún lugar al que ir.

También se permitió adentrarse en la mente del asesino utilizando esas carreteras y la noche como refugio. Tenía que ser paciente. Y debido a la oscuridad, tenía que estar acostumbrado a estar a solas. La oscuridad no le preocuparía. Quizá hasta prefería trabajar en la oscuridad, no solo por el refugio que le proporcionaba sino por la sensación de soledad y aislamiento. Seguramente este tipo era una especie de lobo solitario. Se las estaba llevando de la carretera, aparentemente de distintas situaciones de estrés. La reparación de un coche, ruedas pinchadas. Eso significaba que probablemente él no estaba metido en esto por el deporte de matar. Simplemente quería a las mujeres, pero… ¿por qué?

¿Y qué había de la última víctima, Delores Manning? Quizá fuera una habitante del pueblo que había vivido antes en la zona, pensó Mackenzie. Se trataba de eso o la mujer era realmente valiente para conducir por esas carreteras secundarias a esas horas… No me importa lo bueno que sea un atajo, eso es bastante arriesgado.

Esperaba que así fuera. Esperaba que la mujer fuera realmente valiente. Porque con frecuencia el valor, da igual cómo se interprete, ayuda a la gente a lidiar con situaciones de tensión. Era más que una simple medalla de honor, era una característica profunda que ayudaba a la gente a enfrentarse a la vida. Trató de imaginarse a Delores Manning, la escritora del momento, conduciendo por esas carreteras de noche. Valiente o no, la verdad es que no era una imagen bonita.

Cuando Mackenzie terminó, le devolvió la carpeta a Ellington. Entonces miró más allá de él y de la ventana a los mechones de nubes blancas que pasaban a la deriva. Cerró los ojos por un momento y regresó de vuelta al pasado, no a Iowa sino a la vecina Nebraska. Un lugar donde había campos abiertos y bosques altísimos en vez de tráfico congestionado y edificios elevados. La verdad es que no lo echaba en falta, pero descubrió que la idea de regresar allí, aunque fuera por razones de trabajo, le resultaba emocionante de una manera que no conseguía comprender del todo.

“¿White?”

Ella abrió los ojos al escuchar su nombre. Se dio la vuelta hacia Ellington, un tanto avergonzada de que le hubiera pillado en la inopia. “¿Sí?”

“Te quedaste en blanco por un momento. ¿Estás bien?”

“Sí,” dijo ella.

Y lo más chocante es que estaba realmente bien. Las primeras seis horas del día habían sido física y emocionalmente agotadoras, pero ahora que estaba sentada, suspendida en el aire con un inverosímil compañero temporal, se encontraba bien.

“Deja que te haga una pregunta,” dijo Mackenzie.

“Dispara.”

“¿Hiciste una solicitud para trabajar conmigo en este caso?”

Ellington no le respondió de inmediato. Ella podía ver sus engranajes girando detrás de su mirada antes de responder y se preguntó por qué podría tener alguna razón para mentirle.

“En fin, oí hablar del caso y, como ya sabes, tengo una relación laboral con la oficina de campo en Omaha. Y como esa es la oficina de campo más cercana a nuestro objetivo en Iowa, me presenté para la tarea. Cuando él me preguntó si me importaba trabajar contigo en este caso, no discutí.”

Ella asintió, empezando a sentirse casi culpable por preguntarse si él tenía otras razones para querer el trabajo. A pesar de que ella había albergado algún tipo de sentimientos hacia él (que nunca había estado segura de si eran estrictamente físicos o en cierto modo emocionales), él nunca le había dado razones para asumir que él sentía lo mismo. Era demasiado fácil recordar cómo le había hecho una proposición la primera vez que se conocieron en Nebraska para después ser rechazada.

Esperemos que él se haya olvidado de eso, pensó ella. Ahora soy una persona diferente, él está demasiado ocupado como para preocuparse de mí, y estamos trabajando juntos. Es agua pasada.

“¿Y qué hay de ti?” preguntó ella. “¿Cuáles son tus primeras impresiones?”

“Creo que no tiene intención de matar a las mujeres,” dijo Ellington. “No hay pistas, no es presuntuoso, y como tú, creo que tiene que tratarse de un habitante de la zona. Creo que quizá las esté coleccionando… con qué finalidad, no voy a especular, pero eso me preocupa si tengo razón.”

También le preocupaba a Mackenzie. Si había alguien suelto secuestrando a mujeres, con el tiempo se le acabaría el espacio. Y quizá el interés… lo cual significaba que tendría que detenerse más tarde o más temprano. Y mientras que esto era en teoría algo positivo, también significaba que su rastro se enfriaría sin la existencia de más escenas donde pudiera dejar pruebas.

“Creo que tienes razón sobre lo de coleccionarlas,” dijo ella. “Viene a por ellas cuando son vulnerables—mientras trajinan con coches o ruedas pinchadas. Significa que se aproxima discretamente en vez de afrontarlas directamente. Seguramente es tímido.”

Él esbozó una sonrisa y dijo, “Bueno, esa es una buena observación.”

Su esbozo se convirtió en una sonrisa de la que ella tuvo que alejar la vista, consciente de que habían desarrollado la costumbre de alargar las miradas entre ellos un poco de más. En vez de ello, volvió la mirada al cielo azul y a las nubes mientras el Medio Oeste se acercaba rápidamente por debajo de ellos.

***

Con muy poco equipaje entre los dos, Mackenzie y Ellington atravesaron el aeropuerto sin ningún problema. Durante la parte final del vuelo, Ellington informó a Mackenzie de que ya se habían concertado ciertos planes (supuestamente mientras ella había ido a su apartamento a toda prisa para ir después al aeropuerto). Ellington y ella se iban a encontrar con dos agentes de campo locales y a trabajar con ellos para solucionar el caso tan rápido como fuera posible. Sin la necesidad de detenerse junto a la cinta transportadora de equipajes, pudieron encontrar a los agentes sin ninguna pega.

Se reunieron en uno de los incontables Starbucks que había en el aeropuerto. Ella dejó que Ellington llevara la voz cantante porque era evidente que McGrath le veía a él como el agente encargado del caso. ¿Por qué otra razón dejaría a Ellington a cargo de saber dónde encontrarse con los agentes de campo? ¿Por qué otra razón le había dado a Ellington un aviso adecuado, con tiempo de sobra para llegar cómodamente a tomar su vuelo a tiempo? De ninguna manera el tipo tenía más de veinticuatro años. Su compañero parecía más endurecido y mayor—seguramente a punto de cumplir los cincuenta en cualquier momento.

Ellington se dirigió directamente hacia ellos y Mackenzie le siguió. Ninguno de los agentes se levantó, pero el más mayor ofreció su mano a Ellington cuando se acercaron a la mesa.

“¿Agentes Heideman y Thorsson, supongo?” preguntó Ellington.

“Culpables,” dijo el hombre más maduro. “Soy Thorsson, y mi compañero es Heideman.”

“Encantado de conoceros,” dijo Ellington. “Soy el Agente Especial Ellington y esta es mi compañera, la Agente White.”

Todos se dieron las manos de una manera que casi se había hecho tediosa para Mackenzie desde que se uniera al Bureau. Era casi una formalidad, un asunto incómodo que tenía que hacerse para ponerse manos a la obra. Ella notó que cuando Heideman le dio la mano, su agarre era endeble y sudoroso. No parecía tan nervioso como a lo mejor algo tímido e introvertido.

“¿Así que a qué distancia se encuentran las escenas?” preguntó Ellington.

“La más cercana está como a una hora de distancia,” dijo Thorsson. “Las demás están a entre diez y quince minutos de distancia entre ellas.”

“¿Ha habido alguna novedad desde primeras horas de la mañana?” preguntó Mackenzie.

“Zero,” dijo Thorsson. “Esta es una de las razones por las que os llamamos a vosotros. Hasta el momento, este tipo se ha llevado tres mujeres y no podemos generar ni un amago de pista. Es tan terrible que el estado está pensando en usar cámaras a lo largo de la autopista. El obstáculo de eso, sin embargo, es que no es tan fácil poner bajo cámaras de vigilancia setenta y cinco kilómetros de carreteras secundarias.”

“En fin, técnicamente se puede,” dijo Heideman. “Aunque son un montón de cámaras y un buen puñado de monedas. Por eso algunos agentes a nivel estatal solo lo consideran como un último recurso.”

“¿Entonces podemos ponernos en marcha y ver la primera escena?” preguntó Ellington.

“Sin duda,” dijo Thorsson. “¿Tenéis que encargaros primero de hoteles y cosas así?”

“No,” dijo Mackenzie. “Pongámonos a trabajar por ahora. Si decís que hay tanta carretera que recorrer, no podemos perder el tiempo.”

Mientras Thorsson y Heideman se levantaban, Ellington le miró de manera peculiar. Ella no estaba segura de si estaba impresionado con la dedicación que mostraba al querer ir a la primera escena tan rápido como fuera posible o si le parecía divertido que ella no le estuviera dejando tomar las riendas del todo en esto. Lo que ella esperaba que no pudiera percibir era que la idea de acercarse a un hotel con Ellington le hacía sentir demasiadas emociones a la vez.

Salieron del Starbucks en algo parecido a una fila india. A Mackenzie le emocionó ligeramente que Ellington la esperara, asegurándose de que no se quedara la última de la fila.

“Sabéis,” dijo Thorsson, mirando por encima de su hombro. “Me alegro de que queráis salir a la escena de inmediato. Hay un mal presentimiento circulando sobre todo este asunto. Se puede sentir cuando hablas con las fuerzas de policía locales y está empezando a afectarnos también a nosotros.”

“¿Qué tipo de presentimiento?” preguntó Mackenzie.

Thorsson y Heideman intercambiaron una mirada de aprensión antes de que los hombros de Thorsson descendieran un poco y respondiera: “De que no va a solucionarse. Jamás he visto algo como esto. No hay ni una sola pista para empezar. El tipo es como un fantasma.”

“Bien, esperamos poder ayudar con eso,” dijo Ellington.

“Eso espero,” dijo Thorsson. “Porque por el momento, el sentimiento generalizado entre todos los que trabajan en el caso es que puede que nunca encontremos a este tipo.”

CAPÍTULO TRES

Mackenzie estaba bastante sorprendida de que la oficina local hubiera provisto a Thorsson y Heideman con un todoterreno. Comparado con su propia chatarra de coche y los coches de alquiler ordinarios con los que había estado funcionando los últimos meses, le parecía que estaba viajando a todo lujo desde el asiento de atrás junto a Ellington. Sin embargo, para cuando llegaron a la primera escena una hora y diez minutos más tarde, casi se alegró de salir del vehículo. No estaba acostumbrada a tales privilegios con su posición y le hacía sentir un poco incómoda.

Thorsson aparcó junto a la cuneta de la Ruta Estatal 14, una carretera básica de dos carriles que se adentraba serpenteando en los bosques de la Iowa rural. La carretera estaba bordeada de árboles a ambos lados. Durante las pocas millas que habían discurrido por esta carretera, Mackenzie había visto unas cuantas carreteras que parecían estar olvidadas de la mano de Dios, y que estaban bloqueadas por un cable atado a dos postes a los lados de las pistas. Además de esas pequeñas aperturas, no había nada más que árboles.

Thorsson y Heideman les hicieron pasar junto a unos cuantos policías locales que les saludaron con gestos manuales mecánicos mientras pasaban. Delante de los dos coches patrulla aparcados, había un pequeño Subaru rojo. Las dos ruedas del lado del conductor estaban totalmente pinchadas.

“¿Cómo es el cuerpo de policía por aquí?” preguntó Mackenzie.

“Pequeño,” dijo Thorsson. “La localidad más cercana a aquí es un pequeño lugar llamado Bent Creek. Con una población de unos novecientos. El cuerpo de policía consiste de un alguacil—que está allí atrás con esos dos tipos—dos ayudantes, y siete oficiales. Llegaron unos cuantos de traje de Des Moines, pero cuando aparecimos nosotros, se retiraron del asunto. Ahora es un problema del FBI. Ese tipo de cosas.”

“¿Así que, en otras palabras, se alegran de que estemos aquí?” preguntó Ellington.

“Oh, sin ninguna duda,” dijo Thorsson.

Se acercaron al coche y lo rodearon entre todos por un momento. Mackenzie volvió la mirada hacia los oficiales. Solo uno de ellos parecía legítimamente interesado en lo que estaban haciendo los agentes del FBI que habían llegado de visita. Por lo que a ella concernía, eso le parecía bien. Le había tocado tratar con unos cuantos agentes de policía local entrometidos que hacían las cosas más difíciles de lo que tenían que ser. Estaría bien realizar un trabajo sin tener que andar de puntillas para no herir las sensibilidades y el orgullo de la policía local.

“¿Ya han espolvoreado el coche en busca de huellas?” preguntó Mackenzie.

“Sí, esta mañana temprano,” dijo Heideman. “Adelante.”

Mackenzie abrió la portezuela del copiloto. Un breve vistazo le dijo que, aunque hubieran espolvoreado el coche en busca de huellas, no se habían llevado nada para etiquetarlo como prueba. Todavía había un teléfono móvil en el asiento del copiloto. Había un paquete de chicles sobre unas cuantas cuartillas de papel dobladas que estaban esparcidas por el salpicadero.

“Este es el coche de la escritora, ¿correcto?” preguntó Mackenzie.

“Así es,” dijo Thorsson. “Delores Manning.”

Mackenzie continuó con su examen del coche. Encontró las gafas de sol de Manning, una agenda de direcciones básicamente vacía, unas cuantas copias de La Casa de Hojalata esparcidas por el asiento de atrás, y unas cuantas monedas por aquí y por allá. El maletero solo contenía una caja con libros. Había dieciocho copias de un libro llamado Amor Bloqueado escrito por Delores Manning.

“¿Comprobaron todo esto de atrás en busca de huellas?” preguntó Mackenzie.

“No, creo que no,” dijo Heideman. “No es más que una caja con libros, ¿no es cierto?

“Sí, pero faltan algunos.”

“Ella venía de una promoción,” dijo Thorsson. “Hay bastantes posibilidades de que vendiera o regalara unos cuantos.”

No era nada que mereciera la pena discutir así que lo pasó por alto. Aun así, Mackenzie hojeó dos de los libros. Ambos habían sido firmados por Manning en la página del título.

Colocó los libros de vuelta en la caja y después empezó a estudiar la carretera. Caminó junto a la cuneta, en busca de cualquier marca donde se hubiera preparado algo para pinchar las ruedas. Miró hacia Ellington y le complació ver que ya estaba examinando las ruedas pinchadas. Desde donde ella estaba de pie, podía ver las esquirlas centelleantes de cristal sobresaliendo de los neumáticos.

Había más cristal adelante en la carretera. El asomo de luz natural que se las arreglaba para penetrar a través de las ramas de los árboles por encima de sus cabezas se reflejaba sobre ellos de un modo que era escalofriantemente bello. Caminó hacia allí y se agachó para echar una ojeada.

Era obvio que el cristal se había colocado allí a propósito. Se encontraba principalmente junto a la línea amarilla intermitente en el centro de la carretera. Estaba esparcido por aquí y por allá como arena, pero la principal concentración había sido diseminada para garantizar que cualquiera que condujera por allí pasara directamente por encima. Unas cuantas esquirlas grandes permanecían en la carretera; aparentemente, el coche se las había saltado, porque no las había pulverizado. Recogió una de esas piezas más grandes y la estudió.

A primera vista, el cristal era oscuro, pero cuando Mackenzie echó un vistazo con más cuidado, vio que lo habían pintado de negro. Para evitar que brille cuando se aproximan los focos delanteros de un coche, pensó. Alguien que viniera conduciendo de noche vería el cristal con sus focos… pero no si estuviera pintado de negro.

Seleccionó unas cuantas piezas de los restos y se puso a rascar unos cuantos trozos grandes con la uña. El cristal que había debajo era de dos colores diferentes: la mayoría era transparente, pero parte de él tenía un tinte ligeramente verde. Era demasiado grueso como para provenir de alguna botella de bebida o frasco común. Tenía la consistencia de algo que un ceramista pudiera construir. Una parte de ello parecía medir fácilmente hasta cuatro centímetros de ancho incluso después de haber sido pulverizado por el coche de Delores Manning.

“¿Alguien se dio cuenta de que este cristal ha sido rociado de pintura?” preguntó.

A lo largo de la cuneta, los oficiales se miraron entre ellos confundidos. Hasta Thorsson y Heideman intercambiaron una mirada de perplejidad.

“Eso significa que no,” dijo Thorsson.

“¿Ya han metido algo de esto en bolsas y lo han analizado?” preguntó Mackenzie.

“Meterlo en bolsas, sí,” dijo Thorsson. “Analizarlo, no, pero hay un equipo haciéndolo ahora mismo. Deberíamos obtener algunos resultados en unas cuantas horas. Supongo que nos hubieran acabado diciendo lo del spray de pintura.”

“Y este cristal no estaba en ninguna de las otras escenas, ¿correcto?”

“Sí, así es.”

Mackenzie se puso en pie, mirando al cristal mientras empezaba a pintar una imagen del tipo de sospechoso que podían estar buscando.

No había cristal en las escenas anteriores, pensó. Eso quiere decir que el sospechoso tenía intención de atrapar a esta mujer en concreto. ¿Por qué? Quizá las dos primeras desapariciones fueran mera coincidencia. Quizá el sospechoso simplemente hubiera estado en el lugar adecuado en el momento justo. Y si así era, se trataba sin duda de un habitante local—un asesino rural y no uno urbano. Es inteligente y calculador. No está realizando sus tareas de una manera improvisada.

Ellington se acercó a ella e inspeccionó el cristal por sí mismo. Sin mirar hacia ella, le preguntó: “¿Alguna impresión inicial?”

“Unas cuantas.”

“¿Cómo qué?”

“Se trata de un tipo rural. Probablemente un habitante de la zona, como ya pensamos. También creo que este fue planeado. Las ruedas pinchadas… lo hizo a propósito. Si no había presencia de cristal en las otras escenas, él lo preparó solo en esta ocasión. Me hace pensar que no tenía control sobre las otras dos. Fue solo cuestión de suerte. Pero en este caso… tuvo que esforzarse por ello.”

“¿Crees que merece la pena hablar con la familia?” preguntó Ellington.

Ella no podía asegurar si la estaba cuestionando de alguna manera extraña como había hecho Bryers en su día o si estaba auténticamente interesado en su metodología y enfoque.

“Puede que sea la manera más rápida de conseguir respuestas por ahora,” dijo ella. “Incluso si no conseguimos nada, es una tarea completada.”

“Suenas como un robot parlante,” dijo Ellington con una sonrisa.

Ignorándole, Mackenzie caminó de vuelta al coche donde Thorsson y Heideman les habían estado observando.

“¿Sabemos dónde vive Delores Manning?” preguntó ella.

“Sí, vive en Búfalo, New York,” dijo Thorsson. “Pero tiene familia cerca de Sigourney.”

“Eso está también en Iowa, ¿no es cierto?”

“Así es,” dijo Thorsson. “Su madre vive a unos diez minutos a las afueras del pueblo. El padre ha fallecido. Nadie les ha informado todavía sobre la desaparición. Por lo que podemos decir, solo ha estado desaparecida unas veintiséis horas más o menos. Y aunque no podemos confirmarlo, no podemos evitar preguntarnos si hizo una visita a la familia mientras estaba tan cerca debido a la promoción de su libro en Cedar Rapids.”

“Creo que seguramente deberían ser informados,” dijo Mackenzie.

“Lo mismo digo,” dijo Ellington, uniéndose a ellos.

“Adelante, pues,” bromeó Thorsson. “Sigourney está como a una hora y quince minutos de distancia. Nos encantaría acompañaros,” añadió sarcásticamente, “pero eso no formaba parte de nuestras instrucciones.”

Cuando dijo esto, se les unió uno de los policías. La placa que llevaba puesta indicaba que era el alguacil de la zona.

“¿Necesitáis que nos quedemos para algo?” preguntó.

“No,” dijo Ellington. “Quizá solo para darnos el nombre de un hotel decente en la zona.”

“Solamente hay uno en Bent Creek,” dijo el alguacil. “Así que es el único que realmente puedo recomendar.”

“En fin, entonces supongo que tomaremos tu recomendación. Y también necesitamos otra para un alquiler de coches en Bent Creek.”

“Puedo arreglar eso,” dijo el alguacil, dejándolo estar.

Con la ligera impresión de que le habían dejado de lado, Mackenzie regresó de vuelta al todoterreno y tomó su asiento en la parte de atrás. Mientras los otros tres agentes se montaban en el coche, Mackenzie empezó a pensar en esas pistas de tierra que salían de la Ruta Estatal 14. ¿Quién era el dueño de esa propiedad? ¿A dónde llevaba los senderos?

A medida que se dirigían a Bent Creek, las carreteras rurales parecían plantear cada vez más preguntas en la mente de Mackenzie… algunas eran irrelevantes, pero otras parecían más urgentes. Las memorizó todas mientras pensaba en el cristal roto en la carretera. Intentó imaginarse a alguien pintando ese cristal con la clara intención de provocar que el coche de alguien se averiara.

Indicaba algo más que mera intención. Indicaba una cuidadosa planificación y un conocimiento del flujo del tráfico en la Ruta Estatal 14 a esa hora de la noche.

Nuestro tipo es inteligente de una manera ciertamente peligrosa, pensó. También es un planificador y parece estar solo interesado en mujeres.

Empezó a bosquejar un perfil para dicho sospechoso y de inmediato comenzó a sentir la presión… de la necesidad de moverse deprisa. Sintió que él estaba en alguna parte de este pequeño agujero rural de árboles y carreteras serpenteantes, rompiendo más cristales, rociándolos con pintura.

Y planeando la captura de otra víctima.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
261 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640299962
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