Kitabı oku: «Casi Ausente», sayfa 4

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—¿Tienen caballos aquí? —le preguntó a Antoinette.

—Teníamos, hace muchos años, pero hace mucho tiempo que no tenemos —respondió—. Ya ninguno de nosotros monta a caballo.

Cassie se quedó mirando a los establos desiertos mientras asimilaba esta bomba.

Maureen le había dado información incorrecta y muy antigua.

Los caballos habían participado en su decisión de venir aquí. Habían sido un incentivo. Pensar que estaban allí había hecho que el lugar pareciera mejor, más atractivo, más vivo. Pero hacía tiempo que se habían ido.

Durante la entrevista, Maureen había afirmado que existía la posibilidad de que ella aprendiera a montar a caballo. ¿Por qué había tergiversado las cosas y qué otras cosas había dicho que no eran ciertas?

—¡Vamos! —dijo Antoinette, tirándole de la manga impacientemente—. ¡Debemos irnos!

Mientras Cassie se alejaba, se le ocurrió que no había razón para que Maureen falsificara información. El resto de su descripción de la casa y la familia había sido bastante preciso y como agente podía transmitir solamente la información que le habían aportado.

De ser así, el que había mentido había sido Pierre. Y eso era aún más preocupante.

Una vez que doblaron una curva y el chateau estaba fuera de vista, Antoinette enlenteció su ritmo, justo a tiempo para Ella, que se quejaba de que los zapatos la lastimaban.

—Deja de quejarte —le aconsejó Antoinette—. Recuerda que papá siempre dice que no debes quejarte.

Cassie levantó a Ella y la cargó en sus brazos, sintiendo que su peso aumentaba con cada paso que daba. Además, cargaba con la mochila, que estaba atiborrada con las chaquetas de cada uno y los pocos euros que le quedaban en el bolsillo lateral.

Marc iba saltando adelante, quebrando ramas de los setos y arrojándolas en la carretera como lanzas. Cassie tenía que recordarle constantemente que se mantuviera alejado del asfalto. Era tan distraído y estaba tan desprevenido que podía saltar tranquilamente enfrente de cualquier automóvil que se acercara.

—¡Tengo hambre! —se quejó Ella.

Desesperada, Cassie recordó el plato del desayuno que no había tocado.

—Hay una tienda a la vuelta de la esquina —le dijo Antoinette—. Venden bebidas frías y refrigerios.

Parecía extrañamente feliz esta mañana y Cassie no sabía por qué. Simplemente le alegraba que Antoinette pareciera estar encariñándose con ella.

Esperaba que la tienda vendiera relojes baratos, porque sin su teléfono no tenía forma de saber la hora. Pero resultó ser un vivero lleno de semilleros, arbolitos y fertilizantes. En la caja vendían solamente refrescos y refrigerios. El anciano comerciante estaba sentado en un taburete al lado de una estufa a gas, y él le dijo que no había nada más. Los precios eran extravagantemente altos, y se estresó mientras separaba el dinero de su escasa reserva para comprar un chocolate y una lata de jugo para cada niño.

Mientras pagaba, los tres niños cruzaron la carretera corriendo para ver de cerca un burro. Cassie les gritó que volvieran, pero la ignoraron.

El hombre de cabello gris se encogió de hombros con empatía.

—Los niños siempre serán niños. Me resultan conocidos. ¿Viven por aquí cerca?

— Sí. Son los niños Dubois. Soy su nueva niñera y este es mi primer día de trabajo —explicó Cassie.

Esperaba que los reconociera amigablemente, pero, en cambio, los ojos del comerciante se agrandaron alarmados.

—¿Esa familia? ¿Estás trabajando para ellos?

—Sí.

Los miedos de Cassie resurgieron.

—¿Por qué? ¿Los conoce?

—Todos los conocemos aquí. Y Diane, la esposa de Pierre, a veces me compraba plantas.

Él vio su rostro perplejo

—La madre de los niños —explicó—. Ella falleció el año pasado.

Cassie lo miró fijamente y la cabeza le daba vueltas. No podía creer lo que acababa de escuchar.

La madre de los niños había muerto hacía nada más que un año. ¿Por qué nadie se lo había dicho? Maureen ni siquiera lo había mencionado. Cassie había asumido que Margot era la madre de los niños, pero ahora se daba cuenta de lo ingenua que había sido. Margot era demasiado joven para ser la madre de una niña de doce años.

Esta familia había sufrido una perdida reciente, había sido destrozada en pedazos por una enorme tragedia. Maureen tendría que haberle informado esto.

Pero Maureen no sabía que los caballos ya no estaban, porque nadie se lo había dicho. Cassie sintió una puñalada de miedo al preguntarse si Maureen sabía esto.

¿Qué le había pasado a Diane? ¿Cómo había afectado su pérdida a Pierre, y a los niños, y a toda la dinámica familiar? ¿Cómo se sentían con la llegada de Margot a la casa, poco tiempo después? Con razón podía sentir la tensión, tirante como un alambre, en casi todas las interacciones que ocurrían entre esas paredes.

—Eso…eso es realmente triste —tartamudeó, dándose cuenta de que el comerciante la contemplaba curiosamente—. No sabía que había muerto tan recientemente. Supongo que su muerte debió haber sido traumática para todos.

Frunciendo el ceño profundamente, el comerciante le dio el cambio y ella guardó su escasa reserva de monedas.

—Estoy seguro de que conoces el trasfondo de la familia.

—No sé mucho, por lo que realmente le agradecería si usted me pudiera explicar qué ocurrió.

Cassie se inclinó ansiosa sobre el mostrador.

Él sacudió su cabeza.

—No me corresponde decir más. Trabajas para la familia.

¿Qué cambiaba eso? Se preguntó Cassie. Con sus uñas empezó a excavar en la carne viva de la cutícula y, conmocionada, se dio cuenta de que había vuelto a su antiguo hábito nervioso. Bueno, sin dudas estaba nerviosa. Lo que el anciano le había dicho era bastante preocupante, pero lo que se negaba a decir era aún peor. Quizás si era honesta con él, él sería más sincero.

—No entiendo para nada cómo es la situación allí y me temo que ya me metí hasta el cuello. Para ser honesta con usted, ni siquiera me habían dicho que Diane había muerto. No sé cómo ocurrió o cómo eran las cosas antes. Me ayudaría mucho tener un mejor panorama.

Él asintió con más empatía, pero entonces sonó el teléfono de la oficina y ella supo que había perdido la oportunidad. El anciano se alejó para atender y cerró la puerta detrás de él.

Desilusionada, Cassie se apartó del mostrador y se puso al hombro la mochila, que parecía el doble de pesada, o quizás era la información inquietante que el comerciante le había dado lo que hacía que el peso la agobiara. Al salir de la tienda, se preguntó si tendría la oportunidad de volver sola y hablar con el anciano. Se moría por descubrir los secretos de la familia Dubois que él sabía, cualesquiera que fueran.

CAPÍTULO SEIS

El alarido aterrado de Ella devolvió a Cassie a su situación actual. Miró al otro lado de la carretera y vio con horror que Marc había trepado la cerca, y estaba alimentando con puñados de pasto a una manada que iba en aumento, y que ahora incluía a cinco burros grises, peludos y cubiertos de lodo. Aplanaban sus orejas y se mordisqueaban entre ellos, al tiempo que se amontonaban hacia él.

Ella volvió a gritar cuando uno de los burros se chocó con Marc y lo hizo caer de espaldas en el suelo.

—¡Salgan de ahí! —gritó Cassie, cruzando la carretera de una corrida.

Se inclinó y cruzó la cerca, lo tomó de la camisa y lo arrastró antes de que lo pisotearan. Este niño, ¿tenía tendencias suicidas? Su camisa estaba empapada y sucia, y ella no había traído una de repuesto. Afortunadamente, el sol aún brillaba, aunque veía nubes acumulándose en el oeste.

Cuando le dio el chocolate a Marc, él se llenó la boca con la tableta entera. Se reía con los cachetes repletos y escupía trocitos de chocolate en el suelo. Luego, se adelantó con Antoinette.

Ella rechazó su chocolate y comenzó a llorar ruidosamente. Cassie volvió a cargar a la pequeña niña en sus brazos.

—¿Qué te sucede? ¿No tienes hambre? —le preguntó.

—No. Extraño a mi mamá —sollozó.

Cassie la abrazó fuerte, sintiendo la calidez de la mejilla de la niña contra la suya.

—Lo siento, Ella. Lo siento tanto. Me acabo de enterar. Debes extrañarla mucho.

—Quisiera que papá me dijera a dónde se fue —lamentó Ella.

—Pero… —Cassie no sabía qué decir.

El comerciante le había dicho claramente que Diane Dubois había muerto. ¿Por qué Ella pensaba otra cosa?

—¿Qué te dijo tu papá? —le preguntó cuidadosamente.

—Me dijo que se marchó. No me dijo a dónde. Solamente me dijo que se fue. ¿Por qué se fue? ¡Quiero que vuelva!

Ella presionó la cabeza en el hombro de Cassie, sollozando desconsoladamente.

La cabeza de Cassie le daba vueltas. Ella debía tener cuatro años en ese momento y seguramente hubiese entendido lo que significaba la muerte. Habría habido oportunidad para estar de luto y un funeral. O quizás, eso no había ocurrido.

Estaba aturdida ante la posibilidad de que Pierre le hubiese mentido a propósito a Ella respecto a la muerte de su esposa.

—Ella, no estés triste —le dijo, frotando suavemente sus hombros—. A veces la gente se va y no vuelve.

Pensó en Jacqui, preguntándose nuevamente si alguna vez descubriría lo que realmente le había ocurrido. No saberlo era terrible. La muerte, aunque trágica, al menos era definitiva.

Cassie podía imaginar la agonía que Ella debía haber sufrido al pensar que su propia madre la había abandonado, sin decirle una palabra. Con razón tenía pesadillas. Necesitaba averiguar la verdadera historia, por si había algo más. Sería demasiado intimidante preguntarle directamente a Pierre, y no se sentiría cómoda mencionando el tema a menos que él mismo lo planteara. Si les preguntara en el momento adecuado, quizás los otros niños le contarían su versión. Tal vez ese era un buen punto de partida.

Antoinette y Marc las esperaban en una bifurcación. Al fin, Cassie vio el bosque más adelante. Antoinette había subestimado la distancia, pues debían haber caminado al menos cinco quilómetros, y el vivero había sido el último edificio que habían visto. La carretera se había vuelto más angosta, con el pavimento agrietado y roto, y setos tupidos y silvestres.

—Ella y tú pueden ir por ese camino —les aconsejó Antoinette, señalando un sendero descuidado—. Es un atajo.

Cualquier ruta más corta era bienvenida, por lo que Cassie se dirigió por el camino angosto, empujando entre una profusión de arbustos frondosos.

A mitad de camino empezó sentir un fuerte ardor en los brazos, tan doloroso que chilló, pensando que la había picado un enjambre de avispas. Miró hacia abajo y vio un sarpullido hinchado que se expandía por toda la piel, en donde las hojas la habían rozado. Y luego, escuchó un alarido de Ella.

—¡Me pica la rodilla!

Su piel estaba hinchada por la urticaria, y las ronchas se volvían de un color rojo profundo, contrastando con su piel suave y pálida.

Cassie se agachó demasiado tarde para evitar que una rama frondosa azotara su rostro. El ardor se expandió inmediatamente y ella chilló alarmada.

Desde lejos, escuchó la risa estridente y entusiasmada de Antoinette.

—Pon la cabeza contra mi hombro —ordenó Cassie, envolviendo a la niña apretadamente con sus brazos.

Respiró hondo y comenzó a avanzar, chocando y empujando a tientas las punzantes hojas a lo largo del camino, hasta que emergió en un claro.

Antoinette gritaba de gozo, doblada sobre el tronco de un árbol caído, y Marc la imitaba, contagiado por su júbilo. A ninguno parecía importarle las lágrimas encolerizadas de Ella.

—¡Sabías que allí había hiedra venenosa! —la acusó Cassie, al tiempo que bajaba a Ella al suelo.

—Ortigas —la corrigió Antoinette, antes de estallar en carcajadas.

No había amabilidad en ese sonido, la risa era tremendamente cruel. Esta niña estaba demostrando su verdadera naturaleza, y era despiadada.

Cassie tuvo un acceso de ira y eso la sorprendió. Por un momento, su único deseo era darle una bofetada al engreído y sonriente rostro de Antoinette, lo más fuerte que pudiera. La potencia de su ira la asustaba. Llegó a abalanzarse con la mano alzada, antes de que la cordura prevaleciese y la bajara rápidamente, horrorizada por lo que casi había hecho.

Se dio vuelta, abrió su mochila y hurgó en busca de la única botella de agua que tenía. Frotó un poco sobre la rodilla de Ella y el resto sobre su propia piel, con la esperanza de que eso aliviara el ardor, pero cada vez que tocaba la hinchazón parecía ser peor. Miró alrededor buscando una canilla cerca, o una fuente, en donde dejar que el agua corriera sobre el doloroso sarpullido.

Pero no había nada. Este bosque no era el destino familiar que había imaginado. No tenía bancos, ni carteles señalizadores. No había contenedores de basura, ni canillas o fuentes, tampoco caminos en buenas condiciones. Solamente había un bosque antiguo y oscuro, con enormes hayas, abetos y píceas alzándose entre los enmarañados matorrales.

—Debemos irnos a casa, ahora —dijo.

—No —discutió Marc—. Quiero explorar.

—Este no es un lugar seguro para explorar. Ni siquiera hay un camino delimitado. Y está demasiado oscuro. Deberías ponerte tu chaqueta ahora o pescarás un resfrío.

—¡Pescar un resfrío, péscame a mí!

Con un gesto travieso, el niño salió disparado, serpenteando velozmente entre los árboles.

—¡Maldita sea!

Cassie se zambulló detrás de él, apretando los dientes mientras ramitas filosas rozaban su piel inflamada. Él era más pequeño y más rápido que ella, y con su risa se burlaba de ella mientras se zambullía entre los matorrales.

—¡Marc, vuelve aquí! —lo llamó.

Pero sus palabras solo parecían alentarlo. Ella lo siguió empecinadamente, con la esperanza de que él se cansara o decidiera abandonar el juego.

Finalmente lo alcanzó, cuando él se detuvo a recuperar el aliento y patear unas piñas. Lo tomó del brazo firmemente antes de que volviera a escaparse.

—Esto no es un juego. ¿Ves? Hay un barranco más adelante.

El terreno descendía abruptamente y se podía escuchar el sonido del agua fluyendo.

—Volvamos, es hora de ir a casa.

—No quiero ir a casa —refunfuñó Marc, arrastrando los pies mientras la seguía.

Yo tampoco, pensó Cassie, y sintió una súbita empatía hacia él.

Cuando volvieron al claro, Antoinette era la única que estaba allí, sentada sobre una chaqueta doblada, trenzándose el cabello por encima del hombro.

—¿En dónde está tu hermana? —le preguntó Cassie.

Antoinette levantó la mirada, con apariencia despreocupada.

—Vio un pájaro después de que te fuiste, y quería verlo de cerca. No sé a dónde fue después de eso.

Cassie miró a Antoinette, horrorizada.

—¿Por qué no fuiste con ella?

—No me dijiste que lo hiciera —le respondió Antoinette con una fría sonrisa.

Cassie respiró hondo, intentando controlar otro acceso de furia. Antoinette tenía razón. No debería haber abandonado a los niños sin advertirles que se quedaran en donde estaban.

—¿Por dónde se fue? Muéstrame exactamente en dónde estaba la última vez que la viste.

—Se fue para ese lado —señaló Antoinette.

—Voy a ir a buscarla —Cassie mantuvo su voz tranquila a propósito—. Quédate aquí con Marc. No, repito NO abandonen este claro, ni dejes que tu hermano se pierda de vista. ¿Entendido?

Antoinette asintió distraídamente mientras usaba sus dedos para peinarse el cabello. No le quedaba más que esperar que ella obedeciera. Se dirigió hacia donde Antoinette le había señalado y ahuecó las manos alrededor de la boca.

—¿Ella? —gritó lo más fuerte que pudo—. ¿Ella?

Se detuvo, con la esperanza de escuchar una respuesta o zapatos acercándose, pero no hubo respuesta. Lo único que oía era el crujido distante de las hojas, en el viento cada vez más fuerte.

¿Era posible que Ella se hubiese alejado tanto en el tiempo en que ella no había estado? ¿O le había pasado algo?

El pánico invadió su interior, mientras se adentraba corriendo en el bosque.

CAPÍTULO SIETE

Cassie se introdujo en lo más profundo del bosque, serpenteando entre los árboles. Gritaba el nombre de Ella y rogaba que ella le respondiera. Ella podía estar en cualquier lado y no había ningún camino delimitado que ella pudiera seguir. El bosque era oscuro y escalofriante, el viento soplaba en rachas cada vez más fuertes y los árboles parecían amortiguar sus gritos. Ella se podía haber caído en un barranco, o tropezado y golpeado la cabeza. Podía haber sido secuestrada por un vagabundo. Le podía haber ocurrido cualquier cosa.

Cassie se patinaba por los caminos musgosos y se tropezaba con la raíces. Tenía el rostro arañado en cientos de lugares y la garganta irritada de tanto gritar.

Finalmente se detuvo, respirando agitadamente. Sentía su transpiración fría y pegajosa en la brisa. ¿Qué iba a hacer ahora? Estaba empezando a oscurecer. No podía pasar más tiempo buscando o los pondría a todos en peligro. El vivero era el punto de contacto más cercano, si aún estaba abierto. Podía ir hasta allí, contarle al comerciante lo que había ocurrido y pedirle que llamara a la policía.

Le llevó mucho tiempo y algunos desvíos equivocados desandar el camino. Rogaba que los otros estuvieran esperando sanos y salvos, y deseó con todas sus fuerzas que Ella hubiese encontrado su camino de regreso.

Cuando llegó al claro, Antoinette estaba enlazando hojas en una cadena y Marc dormía profundamente acurrucado sobre las chaquetas.

No había señal de Ella.

Se imaginó la tormenta de furia a su regreso. Pierre estaría furioso y con razón. Margot sería simplemente despiadada. Las linternas brillarían en la noche mientras la comunidad salía a buscar a una niña que estaba perdida, herida o peor, como consecuencia de su propio descuido. Era su culpa y su fracaso.

El horror de la situación la agobiaba. Se desplomó contra un árbol y enterró la cabeza entre las manos, intentando desesperadamente controlar sus sollozos.

—¿Ella? ¡Ya puedes salir! — dijo Antoinette con voz melodiosa.

Cassie levantó la vista, observando incrédula cómo Ella salía detrás de un tronco caído y limpiaba las hojas de su pollera.

—¿Qué…? —su voz estaba ronca y temblorosa—. ¿En dónde estabas?

Ella sonrió alegremente.

—Antoinette dijo que estábamos jugando a las escondidas y que no debía salir cuando me llamaras, de lo contrario perdería. Ahora tengo frío, ¿me darías mi chaqueta?

Cassie se sintió aporreada por la conmoción. No podía creer que alguien pudiera siquiera fantasear ese escenario excepto por pura maldad.

No era solamente la crueldad, sino también la premeditación en sus acciones lo que horrorizaba a Cassie. ¿Qué era lo que llevaba a Antoinette a atormentarla y cómo podía impedir que eso ocurriera en el futuro? No podía esperar ningún tipo de apoyo de parte de los padres. Ser amable no había funcionado, y si se enfadaba estaría cayendo en el juego de Antoinette. Ella tenía el control, y lo sabía.

Ahora se dirigían de vuelta a casa, demasiado tarde y después de no haberle dicho a nadie a dónde iban. Los niños estaban embarrados, hambrientos, sedientos y exhaustos. Temía que Antoinette había hecho más que suficiente para que la despidieran inmediatamente.

El camino de regreso al chateau fue largo, frío e incómodo. Ella insistió para que la cargaran todo el camino y los brazos de Cassie apenas resistieron hasta la llegada a casa. Marc se arrastraba detrás, refunfuñando, y demasiado cansado para hacer más que arrojar una piedra a los pájaros en los arrayanes de vez en cuando. Hasta Antoinette parecía no estar disfrutando de su victoria y caminaba penosamente y con hosquedad.

Cuando Cassie golpeó la imponente puerta del frente, esta se abrió de un tirón inmediatamente. Era Margot, y estaba enrojecida de furia.

—¡Pierre! —gritó—. Al fin llegaron.

Cassie empezó a temblar al escuchar el pisoteo enojado.

—¿En dónde diablos han estado? —Rugió Pierre— ¿Qué irresponsabilidad es esta?

Cassie tragó saliva.

—Antoinette quería ir al bosque, así que salimos a caminar.

—Antoinette… ¿qué? ¿Durante todo el día? ¿Por qué diablos dejaste que lo hiciera y por qué no obedeciste mis instrucciones?

—¿Qué instrucciones?

Acobardándose ante su ira, Cassie ansiaba escaparse y esconderse, tal como lo había hecho cuando tenía diez años y su padre tenía una de sus rabietas. Miró detrás de ella y vio que los niños se sentían exactamente igual. Sus rostros afligidos y aterrorizados le dieron el coraje que necesitaba para seguir enfrentando a Pierre, aunque le temblaran las piernas.

—Dejé una nota en la puerta de su dormitorio.

Hizo un esfuerzo para hablar con una voz más normal. Quizás él también había notado las reacciones de los niños.

—No encontré ninguna nota.

Cassie miró a Antoinette, pero sus ojos miraban hacia abajo y tenía los hombros encorvados.

—Antoinette tenía un recital de piano en París. Un autobús vino a recogerla a las ocho y media, pero no la encontraron en ningún lado. Y Marc tenía práctica de fútbol en la ciudad a las doce.

Cassie sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de las serias consecuencias que habían tenido sus acciones. Había defraudado a Pierre y a los demás de la peor manera posible. Este día tendría que haber sido una prueba de sus capacidades para organizar los horarios de los niños. En cambio, habían realizado un paseo no planificado en el medio de la nada y se habían perdido actividades importantes. Si ella fuera Pierre, también estaría furiosa.

—Lo siento mucho —murmuró.

No se atrevía a decirle a Pierre abiertamente que los niños la habían engañado, aunque estaba segura de que él lo sospechaba. Si se lo decía, los niños terminarían llevándose la peor parte de su furia.

Un gong sonó desde el comedor y Pierre miró su reloj.

—Hablaremos de esto más tarde. Ahora, prepáralos para la cena. Rápido, o la comida se enfriará.

Rápido, era más fácil decirlo que hacerlo. Le llevó más de media hora, y más lágrimas, bañar a Marc y Ella. Afortunadamente, Antoinette se estaba comportando muy bien, y Cassie se preguntó si se sentiría agobiada por las consecuencias de sus acciones. En cuanto a ella, estaba paralizada por la catástrofe en la que el día se había transformado. Estaba empapada por bañar a los niños y no tenía tiempo para tomar una ducha. Se puso una blusa seca, y las ronchas que tenía en los brazos se reavivaron.

Marcharon desconsoladamente hacia la planta baja.

Pierre y Margot los estaban esperando en el pequeño salón al lado del comedor. Margot estaba tomando una copa de vino y Pierre se servía un coñac con soda.

—Al fin estamos prontos para comer —observó Margot secamente.

La cena era una cazuela de pescado y Pierre insistió a sus hijos mayores que se sirvieran ellos mismos, aunque permitió que Cassie ayudara a Ella.

—Deben aprender los modales de etiqueta a una edad temprana —dijo él, y procedió a enseñarles el protocolo correcto durante toda la cena.

—Pon la serviette sobre la falda, Marc. No la dejes arrugada en el piso. Y los codos deben permanecer contra el cuerpo. Ella no quiere que la codees mientras estás comiendo.

El estofado era abundante y delicioso y Cassie estaba muerta de hambre, pero el sermón de Pierre era suficiente para sacarle el hambre a cualquiera. Se restringió a pequeñas y delicadas porciones, mientras miraba rápidamente a Margot para comprobar que estaba haciendo las cosas correctamente, a la manera francesa. Los niños estaban exhaustos y no podían comprender lo que el padre les estaba diciendo, y Cassie se sorprendió al ansiar que Margot le dijera a Pierre que este no era un buen momento para ser quisquilloso.

Se preguntaba si las cenas habían sido distintas cuando Diane estaba viva, y cuánto había cambiado la dinámica después de la llegada de Margot. Su propia madre había contenido el conflicto de manera firme, a su manera, tranquila, pero este había estallado incontrolablemente cuando ella ya no estaba. Quizás Diane había tenido un rol similar.

—¿Un poco de vino?

Para su sorpresa, Pierre llenó su copa con vino blanco antes de que pudiera rechazarlo. Quizás esto también era parte del protocolo.

El vino era aromático y frutal, y después de unos sorbos sintió cómo el alcohol penetraba en el flujo sanguíneo, y una sensación de bienestar y de peligrosa relajación la llenaba. Dejó de beber apresuradamente, pues sabía que no podía permitirse ninguna equivocación.

—¿Ella, qué estás haciendo? —preguntó Pierre, exasperado.

—Me estoy rascando la rodilla —explicó Ella.

—¿Por qué usas una cuchara?

—Mis uñas están muy cortas para aliviar la picazón. Caminamos por ortigas —dijo Ella orgullosa—. Antoinette le mostró a Cassie un atajo. Me picaron en la rodilla. A Cassie la picaron en todo el rostro y en los brazos. Estuvo llorando.

Margot soltó su copa de vino con un golpe.

—¡Antoinette! ¿Hiciste eso otra vez?

Cassie pestañeó sorprendida al ver que lo había hecho antes.

—Yo… —comenzó Antoinette desafiante, pero Margot era imparable.

—Eres un animalito despiadado. Todo lo que quieres es causar problemas. Crees que estás siendo inteligente, pero solamente eres una niña estúpida, malvada e inmadura.

Antoinette se mordió el labio. Las palabras de Margot habían roto su caparazón de autocontrol.

—No es su culpa —dijo Cassie en voz alta, preguntándose demasiado tarde si el vino había sido una buena idea—. Debe ser muy difícil para ella lidiar con...

Se frenó rápidamente porque estaba a punto de mencionar la muerte de su madre, pero Ella creía en una versión diferente y no sabía cuál era la verdadera historia. Ahora no era el momento de preguntar.

—Lidiar con tanto cambio —dijo— En cualquier caso, Antoinette no me dijo que tomara ese camino. Ella y yo estábamos cansadas y parecía un buen atajo.

No se atrevió a mirar a Antoinette mientras hablaba, en caso de que Margot sospechara una confabulación, pero logró encontrarse con la mirada de Ella. Le hizo un gesto conspiratorio, con la esperanza de que entendiera por qué Cassie estaba apoyando a su hermana, y Ella le respondió asintiendo suavemente.

Cassie temía que su defensa la dejara en un terreno aún más inestable, pero tenía que decir algo. Después de todo, ella sabía lo que era crecer en una familia fracturada, en donde la guerra podía estallar en cualquier momento. Ella entendía la importancia de tener a alguien mayor como ejemplo, que le pudiera ofrecer un refugio ante las tormentas. ¿Cómo se las hubiese arreglado en los momentos difíciles, sin la fortaleza de Jacqui? Antoinette no tenía a nadie que la respaldara.

—¿Así que eliges ponerte de su lado? —Dijo Margot entre dientes— Créeme que te arrepentirás, como lo hice yo. No la conoces tanto como yo —apuntó con el dedo de uña carmesí a Antoinette, quien empezó sollozar—. Es igual a su...

—¡Detente!—rugió Pierre— No toleraré discusiones durante la cena. Margot, cállate, ya has dicho suficiente.

Margot se levantó de un salto y su silla se volcó con un estruendo.

—¿Me estás diciendo que me calle? Me iré entonces. Pero no pienses que no he intentado advertirte. Tendrás lo que te mereces, Pierre.

Se marchó hacia la puerta, pero luego se volvió y miró a Cassie con un odio manifiesto.

—Todos tendrán lo que se merecen.

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Litres'teki yayın tarihi:
15 nisan 2020
Hacim:
322 s. 4 illüstrasyon
ISBN:
9781094304694
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