Kitabı oku: «Esperando », sayfa 3
CAPÍTULO CUATRO
Riley tiró del extremo de la tabla que se había levantado.
Toda la tabla se soltó. La colocó a un lado y vio que definitivamente había un espacio debajo del piso. Riley miró más de cerca. Vio paquetes de efectivo.
Ella gritó: —¡Agente Crivaro! ¡Encontré algo!
Mientras esperaba una respuesta, Riley vislumbró algo más al lado de esos paquetes. Era el borde de un objeto de plástico.
Riley alcanzó el objeto y lo recogió.
Era un teléfono celular, un modelo más sencillo que el que le habían entregado hace un rato. Entendió que este debía ser uno de esos celulares prepago que no podían ser rastreados.
«Un teléfono pre-pagado —pensó—. Debe ser muy útil para un negocio de drogas.»
De repente oyó una voz gritar desde la puerta: —¡Sweeney! ¿Qué diablos estás haciendo?
Riley se volvió y vio al agente Crivaro, su cara roja de la rabia. El agente McCune entró justo detrás de él.
Levantó el teléfono celular y dijo: —Encontré algo, agente Crivaro.
—Ya veo —dijo Crivaro—. Y tus huellas están por todas partes. Dámelo.
Riley le entregó el teléfono celular a Crivaro, quien lo tomó con cuidado con los dedos pulgar e índice y lo metió en una bolsa de pruebas. Vio que tanto él como el agente McCune llevaban guantes.
Riley sintió que su cara se ruborizaba de la vergüenza.
«Metí la pata», pensó.
McCune se arrodilló para mirar dentro del espacio bajo el suelo y dijo: —¡Agente Crivaro! ¡Mira esto!
Crivaro se arrodilló al lado de McCune, quien dijo: —Es el dinero que hemos estado buscando por toda la casa.
—Así es —dijo Crivaro.
Volviéndose hacia Riley de nuevo, Crivaro espetó: —¿Tocaste este dinero?
Riley negó con la cabeza.
—¿Estás segura? —dijo Crivaro.
—Estoy segura —dijo Riley con timidez.
—¿Cómo lo encontraste? —dijo Crivaro, señalando el espacio.
Riley se encogió de hombros y dijo: —Estaba caminando por aquí y oí un sonido hueco bajo el suelo, así que levanté la alfombra y…
Crivaro interrumpió: —Y jalaste la tabla.
—Bueno, no jalé nada. Se levantó sola cuando toqué un determinado lugar.
Crivaro gruñó: —La tocaste. Y el teléfono también. No puedo creerlo. Ahora todo tiene tus huellas.
Riley tartamudeó: —Lo… siento, señor.
—Te sacaré de aquí antes de que sigas estropeando las cosas —dijo Crivaro antes de levantarse del piso y sacudirse las manos—. McCune, que el equipo de búsqueda siga registrando todo. Cuando terminen las habitaciones de esta planta, que registren el ático. No creo que encontremos nada más, pero tenemos que ser exhaustivos.
—Eso haré, señor —dijo McCune.
Crivaro acompañó a Riley al auto. Mientras conducía, Riley le preguntó: —¿Vamos a la sede?
—Hoy no —dijo Crivaro—. Tal vez nunca. ¿Dónde vives? Te llevaré a casa.
Riley le dio su dirección con voz entrecortada de la emoción.
Se encontró recordando lo mucho que había impresionado a Crivaro en Lanton, tanto así que le había dicho: —El FBI necesita jóvenes como tú, especialmente mujeres. Serías una excelente agente de la UAC.
¡Cuánto habían cambiado las cosas!
Y sabía que no era solo por su equivocación. Crivaro había sido frío con ella desde el principio.
Ahora mismo, Riley quería que dijera algo, lo que sea.
Ella preguntó con timidez: —¿Encontraron algo en la habitación al otro lado del pasillo? ¿En el lugar dónde solía estar el montaplatos?
—Nada de nada —dijo Crivaro.
Hubo otro momento de silencio. Riley estaba muy confundida.
Sabía que había cometido un tremendo error, pero…
«¿Qué se suponía que hiciera?», pensó.
Había tenido un presentimiento en esa habitación de que había algo debajo del piso.
¿Debió haberlo ignorado?
Se armó de valor y dijo: —Señor, sé que metí la pata, ¿pero no encontré algo importante? Cuatro agentes registraron esa habitación y no encontraron ese espacio. Estaban buscando dinero en efectivo, y yo lo encontré. ¿Alguien más lo habría encontrado si yo no lo hubiera hecho?
—Ese no es el punto —dijo Crivaro.
Riley luchó contra el impulso de preguntar: —¿Y cuál es el punto?
Crivaro condujo en silencio durante varios minutos. Luego dijo en voz baja: —No sabes todo lo que tuve que hacer para que te admitieran al programa.
Hubo otro momento de silencio. Comenzó a darse cuenta de que Crivaro había hecho mucho por ella, no solo para meterla en el programa sino para ser su mentor. Y probablemente había enojado a algunos de sus colegas, tal vez mediante la exclusión de otros candidatos que podrían haber considerado más prometedores que Riley.
Ahora que entendía, el comportamiento frío de Crivaro comenzaba a tener sentido. No había querido mostrar ningún trato preferencial. De hecho, se había ido al extremo opuesto. Había estado esperando que ella demostrara que era digna sin ningún tipo de aliento de su parte, y pese a las dudas y resentimientos de sus colegas.
Y a juzgar por las miradas y susurros de los otros pasantes, los colegas de Crivaro no eran los únicos resentidos. Este programa había sido cuesta arriba desde el principio.
Y había echado a perder todo con un solo error. Crivaro tenía razón en sentirse decepcionado y enojado.
Riley respiró profunda y lentamente y dijo: —Lo siento. No volverá a suceder.
Crivaro no respondió por un tiempo. Finalmente dijo: —Supongo que quieres una segunda oportunidad. Bueno, déjame decirte que el FBI no suele dar segundas oportunidades. Mi último compañero fue despedido por cometer un error similar, y definitivamente se lo merecía. Un error como ese tiene consecuencias. A veces solo significa echar a perder un caso de tal forma que un tipo malo sale libre. A veces le cuesta a alguien su vida. Hasta puede costarte tu propia vida. —Crivaro la miró con el ceño fruncido—. Entonces, ¿qué crees que debo hacer?
—No lo sé —dijo Riley.
Crivaro negó con la cabeza y dijo: —Yo tampoco. Supongo que ambos debemos consultarlo con la almohada. Tengo que decidir si juzgué mal tus capacidades. Tú tienes que decidir si realmente tienes lo que se necesita para seguir en el programa.
Riley sintió un nudo en la garganta y lágrimas en sus ojos.
«No llores», se dijo a sí misma.
Llorar solo empeoraría aún más las cosas.
CAPÍTULO CINCO
Aún furiosa por el regaño que había recibido por parte de Crivaro, Riley llegó a la casa dos horas antes que Ryan. Cuando Ryan llegó, pareció sorprendido de ver que había llegado tan temprano, pero estaba tan emocionado sobre su propio día que ni siquiera había notado lo molesta que estaba.
Ryan se sentó a la mesa de la cocina con una cerveza mientras Riley calentó comida congelada para los dos. Notó que estaba realmente emocionado por todo lo que estaba haciendo en el bufete de abogados y que tenía muchas ganas de contarle todo. Trató de prestarle mucha atención.
Le habían asignado más tareas de las que había esperado, tales como investigación y análisis, redactar escritos, preparar litigios y otras tareas que Riley apenas entendía. Incluso tendría su primer día en la corte mañana. Solo iba a ayudar a los abogados principales, por supuesto, pero era un verdadero hito para él.
Ryan parecía nervioso, intimidado y tal vez un poco asustado, pero más que todo eufórico.
Riley trató de mantener su sonrisa durante toda la cena ya que quería alegrarse por él.
Finalmente Ryan dijo: —Vaya, sí que he hablado. ¿Y tú? ¿Cómo estuvo tu día?
Riley tragó grueso.
—Nada bien —dijo ella—. De hecho, me fue muy mal.
Ryan se inclinó sobre la mesa, le tomó la mano con una expresión de preocupación sincera y dijo: —Lo siento. ¿Quieres hablar de eso?
Riley se preguntó si hablar de su día la haría sentirse mejor.
«No, solo me echaría a llorar», pensó.
Además, quizá a Ryan no le gustaría el hecho de que había salido a campo. Ambos habían estado seguros de que ella estaría haciendo su entrenamiento a puertas adentro. Bueno, no había estado en peligro ni nada…
—Prefiero no entrar en detalles —dijo Riley—, pero ¿recuerdas al agente especial Crivaro, el que me salvó la vida en Lanton?
Ryan asintió con la cabeza.
Riley continuó: —Bueno, es mi mentor. Pero duda si de verdad tengo lo que se necesita para estar en el programa. Y… supongo que yo también tengo mis dudas. Tal vez todo esto fue un error.
Ryan le apretó la mano y no dijo nada.
Riley anhelaba que dijera algo. Pero ¿qué es lo que quería que dijera?
¿Qué esperaba que dijera?
Después de todo, a Ryan no le había gustado mucho la idea del programa de prácticas desde el principio. Probablemente estaría feliz si se retirara o la expulsaran.
Finalmente Ryan dijo: —Mira, tal vez no es el momento para que estés haciendo esto. Digo, estás embarazada, acabamos de mudamos a este nuevo lugar y acabo de empezar en Parsons y Rittenhouse. Tal vez deberías esperar hasta que…
—Hasta ¿qué? —dijo Riley—. ¿Hasta que sea una mamá criando a un hijo? Eso no va a funcionar.
Los ojos de Ryan se abrieron de par en par ante el tono amargo de Riley. Hasta a Riley le sorprendió escuchar esa amargura en su propia voz.
—Lo siento —dijo ella—. No fue mi intención contestarte así.
Ryan dijo en voz baja: —Riley, vas a ser una mamá criando a un hijo. Vamos a ser padres. Es una realidad que ambos tenemos que aceptar, ya sea si sigues en el programa o no.
Riley tenía muchas ganas de llorar. El futuro parecía tan turbio y misterioso.
Ella preguntó: —¿Qué voy a hacer si no estoy en el programa? No puedo pasar todo el día metida en el apartamento.
Ryan se encogió de hombros y dijo: —Bueno, puedes buscar un trabajo para ayudar con los gastos. Tal vez algún tipo de trabajo temporal, algo que puedas dejar fácilmente cuando te aburras. Tienes toda la vida por delante. Tienes mucho tiempo para descubrir lo que realmente quieres hacer. Pero sé que algún día seré tan exitoso que ni siquiera tendrías que trabajar si no quisieras.
Ambos se quedaron callados por un momento.
Luego Riley dijo: —Entonces ¿crees que debería abandonar el programa?
—Lo que yo creo no importa —dijo Ryan—. Es tu decisión. Y sea lo que sea que decidas, trataré de apoyarte.
No hablaron más durante el resto de la cena. Cuando terminaron de comer, que pusieron a ver televisión un rato. Riley no podía concentrarse en lo que estaban viendo. Seguía pensando en lo que el agente Crivaro le había dicho: —Tienes que decidir si realmente tienes lo que se necesita para seguir en el programa.
Cuanto más Riley lo pensaba, más dudas e incertidumbre sentía.
Después de todo, tenía que pensar también en Ryan, el bebé e incluso en el agente Crivaro.
Recordó otra cosa que su mentor le había dicho: —No sabes todo lo que tuve que hacer para que te admitieran al programa.
Y mantenerla en el programa no le facilitaría las cosas a Crivaro. Muchos de sus colegas probablemente estaban criticándolo y diciéndole que Riley no pertenecía en el programa, y más aún si no cumplía con sus expectativas.
Y hoy de seguro no había cumplido con sus expectativas.
Ryan finalmente se duchó y se fue a la cama. Riley se sentó en el sofá y siguió reflexionando.
Finalmente cogió un bloc de notas y comenzó a redactar una carta de renuncia a Hoke Gilmer, el supervisor del programa de entrenamiento. Le sorprendió lo bien que la hizo sentir redactar la carta. Cuando terminó, sentía que se había quitado un peso de encima.
«Esta es la decisión correcta», pensó.
Decidió que se levantaría temprano mañana, le diría a Ryan la decisión que había tomado, redactaría la carta en su computadora y luego la imprimiría y enviaría por correo. También llamaría al agente Crivaro, quien seguramente se sentiría aliviado.
Luego se fue a la cama, sintiéndose mucho mejor. Se quedó dormida en un santiamén.
Riley se encontraba entrando en el edificio J. Edgar Hoover.
«¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó.
Entonces miró el bloc de notas en su mano y la carta que había redactado.
«Ah, sí —recordó—. Vine a entregarle la carta al agente Gilmer personalmente.»
Tomó el ascensor y luego entró en el auditorio donde los pasantes se habían reunido ayer.
Le alarmó ver que todos los pasantes estaban sentados en el auditorio, observando todos sus movimientos. El agente Gilmer estaba en frente del auditorio, mirándola con los brazos cruzados.
—¿Qué quieres, Sweeney? —preguntó Gilmer, sonando mucho más severo que ayer.
Riley miró a los pasantes, quienes la miraban con desaprobación.
Luego le dijo a Gilmer: —No le quitaré más tiempo. Solo necesito entregarle esto.
Riley le entregó el bloc de notas.
Gilmer levantó sus anteojos para leer para mirar el bloc de notas.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Riley abrió la boca para decir: —Es mi carta de renuncia al programa.
Pero en su lugar, otras palabras salieron de su boca: —Yo, Riley Sweeney, juro solemnemente que apoyaré y defenderé la Constitución de Estados Unidos contra todos los enemigos extranjeros e internos…
Se alarmó a lo que se dio cuenta: «Estoy recitando el juramento del FBI».
Y no podía parar.
—… y que consignaré con verdadera fe y alianza con la misma…
Gilmer señaló el bloc de notas y volvió a preguntar: —¿Qué es esto?
Riley quería explicar lo que realmente era, pero no podía dejar de recitar el juramento:
—… asumo esta obligación libremente, sin reserva mental alguna o propósito de evadirla…
La cara de Gilmer estaba transformándose en otra cara. Ahora era Jake Crivaro, y se veía muy enojado. Agitó el bloc de notas en su cara.
—¿Qué es esto? —espetó.
A Riley le sorprendió ver que no había nada escrito allí en absoluto.
Oyó los demás pasantes murmurando en voz alta, repitiendo el mismo juramento.
Entretanto, ella se acercaba al final del juramento: —… emprenderé bien y con lealtad los deberes del cargo que estoy por aceptar. Que Dios me ayude.
Crivaro parecía furioso ahora. —¿Qué diablos es esto? —preguntó, señalando el papel amarillo en blanco.
Riley trató de decirle, pero no podía hablar.
Los ojos de Riley se abrieron de golpe cuando escuchó un zumbido desconocido.
Estaba tumbada en la cama al lado de Ryan.
«Fue un sueño», pensó.
Pero el sueño definitivamente significaba algo. De hecho, lo era todo. Había tomado un juramento, y ya no había marcha atrás. Y eso significaba que no podía abandonar el programa. No se trataba de algo legal. Era personal. Era una cuestión de principios.
«¿Y si me echan? ¿Qué hago si me echan?», pensó.
También se preguntó qué era ese zumbido que escuchaba.
Todavía medio dormido, Ryan gimió y murmuró: —Contesta tu maldito teléfono, Riley.
Entonces Riley recordó el teléfono celular que le habían entregado ayer en el edificio del FBI. Rebuscó en la mesa de noche hasta que la encontró. Luego, se salió de la cama, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.
Le tomó un momento descubrir qué botón pulsar para tomar la llamada. Cuando finalmente lo hizo, oyó una voz familiar.
—¿Sweeney? ¿Te desperté?
Era el agente Crivaro, sonando nada amigable.
—No, por supuesto que no —dijo Riley.
—Mentirosa. Son las cinco de la mañana.
Riley suspiró profundamente. Se dio cuenta de que se sentía mal del estómago.
Crivaro dijo: —¿Cuánto tiempo te tomará vestirte?
Riley lo pensó por un momento y luego dijo: —Eh, quince minutos, supongo.
—Estaré afuera de tu edificio en diez.
Crivaro finalizó la llamada sin decir nada más.
«¿Qué es lo que quiere? —se preguntó Riley—. ¿Vino a despedirme personalmente?»
De repente sintió una creciente ola de náuseas. Sabían que eran náuseas matutinas, las peores que había experimentado hasta ahora durante su embarazo.
Soltó un gemido y pensó: «Justo lo que necesito en este momento».
Luego corrió al baño.
CAPÍTULO SEIS
Cuando Jake Crivaro se detuvo en el edificio de apartamentos, Riley Sweeney ya estaba esperándolo afuera. A lo que se subió al auto, Jake notó que se veía un poco pálida.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
—Sí, estoy bien —dijo Riley.
«No se ve bien —pensó Jake—. Tampoco suena bien».
Jake se preguntó si tal vez había salido de fiesta anoche. Los jóvenes pasantes hacían eso a veces. O tal vez se tomó unos tragos de más en su casa. Ciertamente había parecido desanimada ayer. No era de extrañar, dado el regaño que le había dado. Tal vez había tratado de ahogar sus penas.
Jake esperaba que su resaca no le impidiera trabajar.
Riley le preguntó: —¿Adónde vamos?
Jake vaciló por un momento y luego dijo: —Mira, vamos a empezar de cero hoy.
Riley lo miró con una expresión vagamente sorprendida.
Jake continuó: —La verdad es que lo que hiciste ayer… Bueno, no fue una metida de pata del todo. Encontraste el dinero de los hermanos Madison. Y ese teléfono pre-pagado resultó ser bastante útil. Tenía bastantes números de teléfono importantes, lo que hizo posible que los policías agarraran a algunos miembros de la pandilla, incluyendo a Malik Madison, el hermano que todavía estaba suelto. Fue estúpido de su parte comprar un teléfono pre-pagado y no botarlo luego de usarlo. Pero supongo que creyeron que nadie lo encontraría. —Él la miró y añadió—: Pues se equivocaron.
Riley seguía mirándolo, como si le estuviera costando entender lo que estaba diciendo.
Jake resistió el impulso de decir: —Perdona por lo de antes.
En su lugar, dijo: —Pero tienes que seguir las instrucciones. Y tienes que respetar los procedimientos.
—Entiendo —dijo Riley—. Gracias por darme otra oportunidad.
Jake gruñó por lo bajo. Se recordó a sí mismo que no quería alentarla demasiado.
Pero se sentía mal por la forma en que la había tratado ayer.
«Estoy exagerando», pensó.
Había enfadado a algunos colegas en Quantico por admitir a Riley al programa. Un agente en particular, Toby Wolsky, había querido que su sobrino Jordan fuera pasante este verano, pero Jake había admitido a Riley en su lugar. Tuvo que hacer muchas cosas, incluso cobrar unos favores, para lograrlo.
Jake no consideraba a Wolsky buen agente, y no tenía ninguna razón para creer que su sobrino tenía potencial. Pero Wolsky tenía amigos en Quantico que ahora estaban descontentos con Jake.
Jake lo entendía de cierta forma.
Para ellos, Riley solo era una licenciada en psicología que ni siquiera había considerado una carrera en el FBI.
Y la verdad era que Jake tampoco sabía mucho más sobre ella, excepto que tenía excelentes instintos. Recordaba la facilidad con la que había entendido los pensamientos del asesino en Lanton, con solo un poco de su ayuda. Aparte de sí mismo, Jake no había conocido a muchas personas con tales instintos, instintos que muy pocos agentes podrían comprender.
Obviamente no podía descartar la posibilidad de que lo que había hecho en Lanton había sido poco más que un golpe de suerte.
Tal vez hoy tendría una mejor idea de lo que era capaz.
Riley volvió a preguntar: —¿Adónde vamos?
—A una escena del crimen —dijo Jake.
No quería decirle nada más hasta que llegaran.
Quería observar cómo reaccionaba a una situación muy extraña.
Y por lo que había oído, esta escena del crimen era demasiado extraña. El FBI lo llamó para que fuera a la escena hace poco, y todavía le estaba costando creer lo que le habían dicho.
«Ya veremos, supongo», pensó.
*
Riley se estaba sintiendo un poco mejor.
Sin embargo, quería saber de qué se trataba todo esto.
«Una escena del crimen», pensó.
Nunca había esperado ir a una escena del crimen durante su entrenamiento, y mucho menos en su segundo día. El día anterior había sido bastante inesperado.
No estaba segura de cómo se sentía al respecto.
Pero estaba bastante segura de que esto no le gustaría a Ryan en absoluto.
Cayó en cuenta de que aún no le había dicho a Ryan que estaba siguiendo a Jake Crivaro. Ryan tampoco estaría de acuerdo con eso. Ryan había desconfiado de Crivaro desde el principio, sobre todo por la forma en que había ayudado a Riley a meterse en la mente de un asesino.
Recordó lo que Ryan había dicho sobre uno de esos episodios: —¿Me estás diciendo que el tipo ese del FBI, Crivaro, jugó juegos mentales contigo? ¿Por qué? ¿Solo por diversión?
Riley obviamente sabía que Crivaro no la había hecho pasar por todo eso «solo por diversión».
Todo había sido muy serio. Esas experiencias habían sido absolutamente necesarias. Habían ayudado a atrapar al asesino.
«Pero ¿qué tipo de cosas experimentaré ahora?», se preguntó Riley.
Crivaro parecía estar siendo deliberadamente críptico.
Cuando estacionó el auto a lo largo de una calle con casas a un lado y un campo abierto al otro, vio que había dos patrullas y una furgoneta oficial cerca.
Antes de salirse del auto, Crivaro le dijo: —Recuerda las malditas reglas. No toques nada. Y no hables a menos que te dirijan la palabra. Solo estás aquí para vernos trabajar.
Riley asintió. Pero algo en la voz de Crivaro la hizo sospechar que esperaba algo más de ella.
Ojalá supiera qué.
Riley y Crivaro se salieron del auto y entraron en el campo. El campo estaba lleno de basura, como si algún gran evento público hubiera tenido lugar ahí recientemente.
Otras personas, algunas uniformadas, estaban cerca de un grupo de árboles y arbustos. Una gran área alrededor de ellas estaba acordonada con cinta amarilla policial.
Mientras Riley y Crivaro se acercaron al grupo, notó que los arbustos habían ocultado algo en el suelo.
Riley jadeó ante lo que vio y volvió a sentir náuseas.
Tendido en el suelo estaba un payaso de circo muerto.