Kitabı oku: «Un Rastro de Asesinato », sayfa 3

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CAPÍTULO CINCO

Keri avanzó por el corredor del Centro Médico Cedars-Sinaí, tan rápido como podía permitírselo su cuerpo adolorido. La casa de Becky Sampson estaba a solo cuadras del hospital, así que Keri no se sentía demasiado culpable por hacer una rápida parada técnica para ver cómo estaba Ray.

Pero al aproximarse a la habitación, podía sentir cómo ese nuevo y familiar nerviosismo comenzaba a batir sus entrañas. ¿Cómo iban a ser de nuevo normales las cosas entre ellos, existiendo este silencioso secreto que compartían pero no podían reconocer? Al llegar a su habitación, Keri se decidió por lo que esperaba sería una solución temporal. Fingiría.

La puerta estaba abierta y pudo ver que Ray estaba dormido. No había más nadie en la habitación. El último contrato laboral firmado con la ciudad estipulaba que los oficiales hospitalizados ocuparan habitaciones privadas siempre que estuviesen disponibles, así que disponía él de una, bellamente dulce. La habitación tenía una vista de Hollywood Hills y un gran TV de plasma, que estaba encendido pero sin volumen. Una vieja película con Sylvester Stallone compitiendo en un campeonato de pulso llenaba la pantalla.

No era de sorprender que se hubiera quedado dormido.

Keri avanzó y estudió a su dormida pareja. Acostado en la cama, con una suelta vestimenta floral de hospital sobre su cuerpo, Ray Sands se veía mucho más frágil de lo acostumbrado. Normalmente, su constitución afro-americana de uno noventa y tres, y ciento cuatro kilos, era intimidante, al igual que su cabeza completamente calva. Tenía más que ganado su sobrenombre de Big.

Con los ojos cerrados, no se notaba su ojo derecho de vidrio, el que había perdido en un combate de boxeo hacía años. Nadie hubiera adivinado que el hombre de cuarenta años que ahora estaba acostado en una cama de hospital con un taza intacta de gelatina roja junto a él, había sido alguna vez Ray —The Sandman— Sands, un medallista olímpico de bronce y un contendor profesional de peso pesado, considerado alguna vez favorito para ganar el título. Por supuesto, eso fue antes de que un zurdo infravalorado, con un gancho izquierdo brutal, le hubiera destruido el ojo y acabado de un solo golpe su carrera, a la edad de veintiocho.

Después de vueltas y revueltas, Ray se topó con la carrera policial y ascendió en el departamento hasta convertirse en uno de los más preciados investigadores de Personas Desaparecidas. Con el retiro inminente de Brody, estaba a la espera de ocupar su puesto en Robos y Homicidios.

Keri echó un vistazo a las distantes colinas, preguntándose cuál sería la situación de ambos en seis meses, cuando ya no fueran pareja ni estuvieran en la misma unidad. Desechó el pensamiento, reacia a imaginar la vida sin esa constante influencia en su vida desde que se habían llevado a Evie.

De pronto sintió que era observada. Bajó la vista y vio que Ray estaba despierto, contemplándola en silencio .

—¿Cómo te va, Smurfette?—preguntó juguetonamente. Adoraban hacer burla el uno del otro debido a su ostensible diferencias de estatura.

—Okey, ¿cómo te sientes hoy, Shrek?

—Un poco cansado, para ser honesto. Tuve una larga sesión de ejercicios hace un rato. Caminé todo el corredor de ida y vuelta. Cuidado, LeBron James, te estoy pisando los talones.

—¿Te dieron un cronograma donde diga cuándo te dejan salir?—preguntó ella.

—Dijeron que quizás para el final de la semana, si las cosas continúan progresando. Vendrán entonces dos semanas guardando cama en casa. Si todo va bien, me permitirán que haga turno de escritorio de manera limitada. Suponiendo que no me haya pegado un tiro de puro aburrimiento antes de que llegue ese momento.

Keri guardó silencio por un instante, sopesando qué decir a continuación. Parte de ella quería decirle a Ray que se lo tomara con calma, que no se presionara demasiado para regresar al trabajo. Por supuesto, decirle eso sería hipócrita, porque era exactamente lo que ella había hecho. Y sabía que él se lo echaría en cara.

Pero él había recibido un tiro mientras ayudaba a salvarle la vida a ella. Eso la hacía sentir responsable. Sentía que debía protegerlo. Y sentía otras cosas sobre las que no estaba totalmente dispuesta a pensar por el momento.

Finalmente decidió que darle algo en que distraerse podría resultar mejor que sermonearlo.

—A lo largo de esas etapas, podrías ser de ayuda en un caso que acaba de tocarme. ¿Dispuesto a mezclar un poco de análisis con tu gelatina?—preguntó ella.

—Primero que nada, felicidades por regresar al servicio de campo. Segundo, ¿qué tal si saltamos la gelatina y vamos directo al caso?

—Okey. Este es lo fundamental. Kendra Burlingame, es una mujer de alta sociedad de Beverly Hills y esposa de un exitoso cirujano plástico, de la que no se sabe nada desde ayer en la mañana...

—¿Qué día era ayer?—interrumpió Ray—Los supresores de dolor me desorientan un poco, cuando se trata, ya sabes, de días de la semana.

—Ayer era lunes, Sherlock —dijo Keri con un poco de mordacidad—. Su esposo dice que la vio por última vez a las seis cuarenta y cinco a.m. antes de irse a San Diego a supervisar una cirugía. Ahora mismo son las dos y cuarenta del martes en la tarde, así que tiene alrededor de veintidós horas desaparecida.

—Suponiendo que el esposo esté diciendo la verdad. Conoces la primera regla cuando se trata de esposas desaparecidas: el marido lo hizo.

A Keri le molestaba que todos, incluyendo su aparentemente iluminada pareja, parecieran recordárselo constantemente. Al responder, no pudo evitar que hubiera sarcasmo en el tono de su voz.

—¿En verdad, Ray, es esa la primera regla? Déjame anotarlo porque es la primera vez que lo escucho. ¿Alguna otra perla de sabiduría que quieras ofrecer, oh, sabio maestro? ¿Quizás que el sol está caliente? O, ¿que esa col sabe a papel de aluminio?

—Solo digo...

—Créeme, Ray, lo sé. Y el hombre es en la actualidad el sospechoso número uno. Pero también ella pudo simplemente haber huido. Pienso, como profesional de la ley, que podría valer la pena seguir otras pistas, ¿no lo crees?

—Lo creo. De esa forma, tendrás una pierna sobre la cual puedas sostenerte de pie cuando lo arrestes.

—Es agradable verte haciendo un uso tan entusiasta de tus habilidades investigativas en lugar de simplemente saltar a conclusiones infundadas —dijo Keri en plan de burla, intentando no sonreír.

—Así es como me muevo. Entonces, ¿qué sigue en la agenda?

—Voy a ver a la mejor amiga de Kendra cuando salga de aquí. Su residencia está a la vuelta de la esquina. El esposo dijo que Kendra estaba actuando de manera extraña luego que regresaron de una reunión de secundaria.

—¿Alguien está chequeando lo del viaje del doctor a San Diego?

—Brody está yendo para allá ahora.

—¿Te pusieron de pareja a Frank Brody?—dijo Ray, intentando no reírse—No es de extrañar que prefieras gastar tu tiempo con un inválido. ¿Cómo va eso?

—¿Por qué crees que no objeté cuando se ofreció a ir a San Diego? Los chicos de allá podían fácilmente hacer ese seguimiento, pero él insistió y me imaginé que eso le mantendría a él y a esa atrocidad marrón de auto fuera de mi camino por un rato. Además, prefiero gastar tiempo en compañía de un agotado, debilucho, encamado y triste saco como tú que un día cualquiera con Brody.

Todo el cotorreo había relajado a Keri hasta hacerla sentir tan confortable que se dio cuenta, demasiado tarde, que su último comentario la había enviado de vuelta a una situación incómoda. Ray guardó silencio por un momento, abrió entonces su boca para decir algo pero Keri se adelantó.

—Como sea, debo irme. Se suponía que estaría reunida con la amiga de Kendra ahora mismo. Más tarde vengo a ver cómo estás. Tómalo con calma, ¿okey?

Salió sin esperar respuesta. Mientras se apresuraba por el pasillo para tomar el ascensor, se repetía una palabra, una y otra vez.

Idiota. Idiota. Idiota.

CÁPITULO SEIS

Sintiéndose todavía ruborizada por lo embarazoso de la situación, Keri hizo el corto trayecto hasta la casa de Becky Sampson. Vislumbró su rostro ruborizado en el espejo retrovisor y apartó la mirada con rapidez, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuera cómo habían quedado las cosas con Ray. Le pasó por la cabeza que al haberse ido con tanta precipitación, había olvidado contarle acerca de la llamada anónima que tenía que ver con Evie, y de su visita al almacén abandonado.

En este caso, Keri. Mantén tu mente en este caso.

Consideró entonces llamar al Detective Kevin Edgerton, el experto en tecnología que rastreaba la última localización conocida del GPS de Kendra, para ver si había tenido suerte.

A una parte de ella le molestaba hacer que Edgerton trabajara en ello, pues lo apartaba de la tarea de descifrar el código de la portátil de Alan Pachanga. De nuevo la frustración la recorría por dentro, mientras recordaba cómo en principio habían creído haber ingresado a toda una red de secuestradores, para solo golpear muro tras muro.

Keri estaba segura de que el código que necesitaba se hallaba en alguna parte de los archivos del abogado de Pachanga, Jackson Cave. Sin importar cómo fuese el caso, decidió hacer ese mismo día una visita a Cave.

Mientras se hacía esa promesa, llegó a la morada de Becky Sampson.

Momento de hacer a un lado a Cave, por ahora. Kendra Burlingame necesita mi ayuda. Mantente concentrada.

Salió del auto y admiró la urbanización, mientras caminaba hasta la puerta principal del complejo de apartamentos. Becky Sampson vivía en un edificio de tres pisos estilo Tudor. La calle entera, North Stanley Drive, estaba bordeada por complejos similares con falsos ornamentos.

Esa parte de Beverly Hills, justo al sur de Cedars-Sinaí y Burton Way, y la oeste de Robertson Boulevard, se hallaba técnicamente dentro de los límites de la ciudad. Pero estaba rodeada de distritos comerciales, y el limitar con la ciudad de Los Ángeleshacía que la renta fuese significativamente inferior a la de otras secciones de la urbe. Aún así, la dirección de correos decía Beverly Hills y eso tenía sus beneficios.

Keri oprimió el timbre del apartamento de Becky y la entrada se abrió para ella. Una vez dentro, se hizo obvio que el código postal era la principal ventaja del lugar. No lo era ciertamente el edificio. Al caminar por el pasillo hasta el ascensor, Keri notó lo descascarado de la pintura color rosa pálido de las paredes y la alfombra gruesa, llena de manchas. Todo hedía a moho.

El ascensor olía aún peor, como que había sufrido múltiples incidentes vomitorios a lo largo de los años y ya no era posible ocultar el hedor. El aparato se sacudió hacia arriba hasta llegar al tercer piso, y las puertas se abrieron con un traqueteo. Keri salió, decidida a bajar por las escaleras, aunque su hombro y sus costillas la odiaran por ello.

Tocó la puerta con el número 323, desabrochó la funda de su arma, apoyó su mano abierta en esta, y aguardó. El sonido de unos platos colocados sin gran ceremonia en un fregadero fue fácil de identificar, así como también, el golpe sordo de cosas que, regadas por el suelo, eran arrojadas al closet.

Ahora se está viendo en un espejo cercano a la puerta principal. Hay una sombra en la mirilla mientras me chequea y la puerta debe abrirse en tres, dos…

Keri oyó el giro de una llave y la puerta se abrió para presentar a una mujer delgada y agobiada. Sería de la misma edad de Kendra si habían ido juntas a una reunión, pero ella se veía mucho más vieja, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta. Su cabello era de un castaño ratonil, teñido a todas luces, y sus ojos pardos estaban tan enrojecidos como estaban usualmente los de Keri. La palabra que de inmediato vino a su mente fue, nerviosa.

—¿Becky Sampson? —preguntó por protocolo, aunque la foto de la licencia de conducir que le habían enviado cuando iba de camino claramente coincidía. Su diestra continuó descansando sobre la cacha de la pistola.

—Sí. ¿Detective Locke? Pase.

Keri puso un pie dentro, manteniendo algo de distancia entre ella y Becky. Incluso las delgadísimas aspirantes de Beverly Hills podían hacer daño si bajabas la guardia. Trató de no fruncir la nariz ante el olor a rancio que dominaba el lugar.

—¿Se le ofrece algo?—preguntó Becky.

—Me encantaría una vaso de agua —contestó Keri, menos por querer uno que por poder examinar el apartamento de manera exhaustiva mientras su anfitriona estaba en la cocina.

Con las ventanas cerradas y las persianas echadas, el apartamento lucía sofocante. Todo parecía tener una capa de polvo, desde las mesillas al sofá, pasando por las estanterías de libros. Keri caminó hasta la sala de recibo y se dio cuenta que estaba equivocada.

Una parte de la mesa de café estaba brillante, como si fuera usada de manera constante. En el piso, en frente de ese punto, Keri descubrió varias motas de lo que se veía como polvo blanco. Se arrodilló, ignorando el aullante dolor de sus costillas, y echó un vistazo bajo la mesa. Podía ver un billete de un dólar enrollado a medias, cubierto con un residuo blanquecino. Escuchó el cierre del grifo de agua y se incorporó antes de que Becky entrara de nuevo en la habitación con dos vasos de agua.

Claramente sorprendida al ver a su invitada tan lejos de la puerta principal, Becky le lanzó una mirada de sospecha antes de echar un vistazo involuntario al claro sobre la mesa.

—¿Le importa si me siento?—preguntó Keri de manera casual—Tengo una costilla rota y me duele si permanezco de pie mucho tiempo.

—Seguro —dijo Becky, aparentemente aliviada—. ¿Cómo sucedió?

—Un secuestrador de niñas me dio una paliza.

Los ojos Becky se abrieron impactados.

—Oh, no se preocupe —Keri la tranquilizó—. Lo maté a tiros después de eso.

Confiando ahora en que Becky había bajado la guardia, fue directo al punto.

—Le dije por teléfono que necesitaba hablar con usted sobre Kendra Burlingame. Ella está desaparecida. ¿Alguna idea de dónde podría estar?

Aunque parecía imposible, los ojos de Becky se agrandaron aún más.

—¿Qué?

—No se ha sabido de ella desde ayer en la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que habló con ella?

Becky intentó responder, pero comenzó a toser y a respirar con dificultad. Al cabo de unos instantes, se recuperó lo suficiente como para hablar.

—Fuimos de compras el sábado por la tarde. Ella estaba buscando un vestido nuevo para la gala benéfica de esta noche. ¿Está realmente segura de que ella está desaparecida?

—Estamos seguros. ¿Cómo se comportó el sábado? ¿Parecía ansiosa acerca de algo?

—Realmente no—contestó Becky,mientras resoplaba y buscaba un pañuelo desechable—. Quiero decir, estaba lidiando con unas pequeñas dificultades relacionadas con la recaudación de fondos, las llamadas a los proveedores de catering y todo lo demás. Pero no eran cosas con las que ella no hubiera lidiado un millón de veces. No parecía demasiado agobiada.

—¿Cómo era para usted, Becky, escucharla hacer esas llamadas sobre una gala fabulosa mientras se compraba un costoso vestido?

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir, tú eres su mejor amiga, ¿correcto?

Becky asintió. —Por casi veinticinco años —dijo.

—Y vive en una mansión allá arriba, en las colinas, y tú estás en este apartamento de un solo dormitorio. ¿Nunca te sientes celosa?

Observó detenidamente a Becky mientras respondía. La otra mujer tomó un sorbo de agua, pero tosió como si se le hubiera ido hacia los pulmones. Al cabo de unos segundos, respondió.

—A veces me siento celosa. Lo admito. Pero no es culpa de Kendra que las cosas no hayan ido tan bien para mí. A decir verdad, es difícil enfadarse alguna vez con ella. Es la persona más agradable que conozco. Me las he tenido que ver con algunas… dificultades y ella siempre ha estado allí cuando las cosas se han puesto difíciles.

Keri sospechaba cuáles podían ser esas —dificultades—pero no dijo nada. Becky continuó.

—Además, ella es muy generosa sin hacerme sentir menos por ello. Esa es una línea muy delgada. De hecho me compró vestido que voy a usar en la gala de esta noche, suponiendo que se vaya a celebrar. ¿Sabe si será así?

—No lo sé—replicó Keri con brusquedad—. Cuéntame de su relación con Jeremy. ¿Cómo era su matrimonio?

—Era bueno. Son grandes socios, un equipo realmente efectivo.

—Eso no suena muy romántico. ¿Es un matrimonio o una corporación?

—No creo que alguna vez hayan sido una pareja superapasionada. Jeremy es de un tipo muy conservador y realista. Y Kendra pasó en sus veintes por su etapa sexy, de chicos salvajes. Yo creo que ella era feliz al tener a un chico dulce, estable, con el que pudiera contar. Yo sé que le ama. Pero no es Romeo y Julietani nada de eso, si eso es a lo que se refiere.

—Okey, entonces, ¿alguna vez anheló esa pasión? ¿Pudo haber ido en su busca, digamos en el viaje de reunión de la secundaria? —preguntó Keri.

—¿Por qué pregunta eso?

—Jeremy dijo que ella lucía un poco agitada a su regreso de tu reunión.

—Oh, eso—dijo Becky, resoplando otra vez antes del inicio de otro ataque de tos.

Mientras trataba de controlarse, Keri vio a una cucaracha escurrirse por el piso e intentó ignorarla. Cuando Becky se hubo recuperado, continuó.

—Créame, ella no estaba tonteando en el viaje. De hecho, fue lo contrario. Un ex-novio de ella, un chico llamado Coy Brenner, se la pasó haciendo avances con ella. Ella fue educadapero muy firme.

—¿Cómo firme?

—Hasta el punto de sentirse incómoda. Él era uno de los chicos salvajes que le mencioné. En cualquier caso, él no se conformaba con un no. Al final de la reunión, dijo algo de buscarla allá en la ciudad. Yo creo que realmente la encontró.

—¿Vive él aquí?

—Vivió en Phoenix por largo tiempo. Donde se hizo la reunión. Todos crecimos allá. Pero él mencionó algo de que se había mudado a San Pedro recientemente, dijo que estaba trabajando allá en el puerto.

—¿Hace cuánto fue la reunión?

—Dos semanas—dijo Becky—¿Realmente piensa que él tuvo algo que ver con esto?

—No lo sé. Pero lo investigaremos. ¿Dónde puedo encontrarte si necesito contactarte de nuevo?

—Trabajo en una agencia de casting en Robertson, frente a The Ivy. Está a diez minutos caminando desde aquí. Pero siempre cargo mi celular. Por favor, no vacile en llamar. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar, solo pídalo. Ella es como una hermana para mí.

Keri miró severamente a Becky Sampson, tratando de decidir si debía mencionar el elefante que tenía en la habitación. La tos y el resoplido constante, su negligencia para mantener un hogar decente, el residuo blanco y el billete enrollado en el suelo, todo sugería que la mujer estaba hundida en la adicción a la cocaína.

—Gracias por tu tiempo —dijo finalmente, habiendo decidido dejarlo por ahora.

La situación de Becky podría resultar útil más adelante. Pero todavía no había necesidad de usarla, porque no daba ninguna ventaja táctica. Keri abandonó el apartamento y bajó las escaleras, a pesar de las chirriantes punzadas en su hombro y costillas.

Se sintió ligeramente culpable por guardar el problema de Becky con la cocaína como una carta potencial a usar en el camino. Pero la culpa se desvaneció con rapidez al dejar el edificio y aspirar el aire fresco. Ella era una detective de la policía, no una consejera de drogas. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a resolver el caso era juego limpio.

Mientras se incorporaba al tráfico y enfilaba a la autopista, llamó a la oficina. Necesitaba todo lo que tenían sobre el agresivamente interesado ex-novio de Kendra, Coy Brenner. Estaba por hacerle una visita no anunciada.

CAPÍTULO SIETE

Keri procuró mantenerse serena aunque sentía que su tensión arterial estaba subiendo. La hora punta estaba entrando en su apogeo, mientras avanzaba hacia el sur por la 110 rumbo al Puerto de Los Ángeles en San Pedro. Eran las cuatro de la tarde pasadas, e incluso circulando por el canal para vehículos de alta ocupación y con la sirena encendida, era poco lo que avanzaba.

Finalmente salió de la autopista y, conduciendo por complicadas vueltas y revueltas, llegó al edificio administrativo en la Calle Palos Verdes. Se suponía que allí se encontraría con el enlace policial del puerto, quien le asignaría dos oficiales como respaldo cuando entrevistara a Brenner. La participación de la policía portuaria era necesaria puesto estaba en la jurisdicción de ellos.

Normalmente a Keri le irritaba este tipo de requerimientos burocráticos, pero por una vez no le pareció mal tener respaldo. Por lo general, se sentía confiada cuando iba a por un posible sospechoso, entrenada como estaba en Krav Maga y habiendo incluso recibido algunas lecciones de boxeo por parte de Ray. Pero con su hombro chueco y sus costillas magulladas, no estaba tan segura como siempre. Y Brenner no sonaba como un pelele.

De acuerdo al Detective Manny Suárez quien, allá en el precinto, hizo para Keri un chequeo de los antecedentes mientras estaba en camino, Coy Brenner era toda una pieza. Había sido arrestado media docena de veces en los pasados años, dos por conducir ebrio, una por robo, dos por asalto, y la más grave por fraude, que le había valido su estadía más larga tras las rejas, seis meses. Eso había sido hacía cuatro años y desde entonces se le había prohibido salir del estado por cinco, así que, técnicamente, había violado su libertad bajo palabra.

Ahora era estibador en el muelle 400. Aunque había dado a entender a Becky y a Kendra que acababa de mudarse a San Pedro hacía unas pocas semanas, los registros mostraban que había estado viviendo en un apartamento de Long Beach por más de tres meses.

El enlace de la policía portuaria, el Sargento Mike Covey, y sus dos oficiales, la estaban aguardando cuando llegó. Covey era un cuarentón, alto y con algo de calvicie, refractario a las necedades. Ella le informó por teléfono y él, obviamente, había hecho lo propio con sus hombres.

—El turno de Brenner concluye a las cuatro y treinta—le dijo Covey después de hacer las presentaciones—. Como ya son las cuatro y cuarto, llamé al gerente del muelle y le pedí que no dejara salir temprano al personal. Es sabido que así lo hace.

—Aprecio eso. Me parece que debemos ir ahora mismo. Quiero echar un vistazo al sujeto antes de entrevistarlo.

—Comprendido. Si quiere, podemos hacer que su auto vaya de primero para levantar menos sospechas. Los oficiales Kuntsler y Rodríguez pueden seguirla aparte en la patrulla. Recorremos los muelles constantemente, así que tenerlos en el área no le parecerá extraño a su sospechoso. Pero si ve salir un rostro poco familiar de uno de nuestros vehículos, ello podría hacerle levantar las cejas.

—Eso suena bien—coincidió Keri, agradecida de no estárselas viendo con una disputa territorial. Sabía que ello se debía posiblemente a que la policía portuaria detestaba la publicidad negativa. Ellos estarían felices de deshacerse de esta cosa en silencio, incluso si ello significaba ceder autoridad a otra agencia.

Keri siguió las instrucciones del Sargento Covey para llegar al muelle 400: cruzar el Puente Vincent Thomas y el área del estacionamiento para visitantes. Le tomó a Keri más tiempo del que había supuesto y llegó a las 4:28. Covey hablaba por radio, diciéndole al gerente que podía dejar salir al personal.

—Brenner debe pasar en cualquier instante por delante de nosotros en dirección al estacionamiento de los empleados —dijo. Mientras hablaba, la patrulla, pasó junto a ellos e inició un lento y largo viraje a lo largo del camino que circundaba el muelle. Lucía completamente normal.

Keri observó a los estibadores salir del almacén del muelle. Un tipo se dio cuenta de que había dejado su casco de seguridad y regresó trotando a buscarlo. Otros dos corrieron a través de la amplia explanada, compitiendo entre sí por llegar de primero a sus respectivos autos.El resto caminaba en grupo, aparentemente sin prisa.

—Ahí está su hombre—dijo Covey, señalando con la cabeza en dirección al sujeto que caminaba en solitario. Coy Brenner guardaba un ligero parecido con el hombre de la foto del prontuario, desde su arresto en Arizona hacía cuatro años. Aquel hombre tenía un aspecto flaco y demacrado, con el pelo castaño largo, desgreñado, además de una barba incipiente.

El sujeto que ahora se movía con pesadez por el estacionamiento había subido casi diez kilos en los años intermedios. Su cabello era corto, y de incipiente su barba había pasado a ser muy poblada. Vestía blue jeans y camisa estilo leñador; caminaba además cabizbajo con una mueca pintada en su rostro. No le dio la impresión de que Coy Brenner fuera un hombre feliz con lo que le había tocado en la vida.

—¿Puede quedarse aquí, Sargento Covey? Quiero ver cómo reacciona cuando sea confrontado a solas por una mujer policía.

—Seguro. Por los momentos me iré al almacén. Diré a los muchachos que se mantengan al margen también. Háganos una señal cuando quiera que nos sumemos.

—Lo haré.

Keri salió de su auto, se puso un blazer para ocultar su arma, y siguió a Brenner desde lejos, pues todavía no quería delatar su presencia. Él parecía ignorarla, perdido en sus propios pensamientos. Para cuando llegó a su vieja camioneta pickup, ella ya estaba casi junto a él. Sintió vibrar su teléfono y se puso tensa. Pero él obviamente no lo escuchó.

—¿Qué tal, Coy? —preguntó ella con coquetería.

Él se dio la vuelta, claramente tomado por sorpresa. Keri se quitó las gafas de sol, le brindó una amplia sonrisa, y puso su mano en la cadera de manera juguetona.

—¿Hola? —preguntó más bien él.

—No me digas que no me recuerdas. Solo han sido como quince años. Tú eres Coy Brenner, de Phoenix, ¿correcto?

—Sí. ¿Fuimos juntos al colegio o algo así?

—No. Nuestro tiempo juntos fue educativo, en cierto modo, pero no en una escuela, si sabes a lo que me refiero. Empiezo a sentirme un poco ofendida.

Me estoy dando demasiado bombo. Puede que haya perdido mi toque.

Pero el rostro de Coy se suavizó y Keri pudo afirmar que había dado en el blanco.

—Lo siento… largo día y muchos años—dijo él—. Me encantaría volver a relacionarme. ¿Me puedes decir tu nombre de nuevo? —parecía genuinamente perplejo.

—Keri. Keri Locke.

—Estoy realmente sorprendido de no poder ubicarte, Keri. Pareces el tipo de chica que yo recordaría. ¿Qué estás haciendo aquí, en todo caso?

—No puedo soportar el calor de Arizona. Trabajo para la ciudad ahora. Estudio de antecedentes familiares… es algo aburrido. ¿Qué hay de ti?

—Estás viendo lo que hago.

—Un chico del desierto que termina trabajando junto al agua. ¿Qué hizo que eso sucediera? ¿Buscando aparecer en las películas? ¿Querías aprender a surfear? ¿Siguiendo a una chica?

Manteniendo el tono ligero observó detenidamente la reacción de él a la última pregunta. Su expresión de desconcierto desapareció de súbito, reemplazada por una de cautela.

—Realmente tengo dificultades para ubicarte, Keri. ¿Me puedes recordar de nuevo dónde pasábamos el rato? —Había en su voz un tono cortante, inexistente hasta ese momento.

Keri percibió que su ardid se deshacía y decidió puyarlo de manera más agresiva.

—Puede que no me recuerdes porque no luzco como Kendra. ¿Es eso, Coy? ¿Solo tienes ojos para ella?

Esos ojos pasaron rápidamente de cautelosos a coléricos y él avanzó un paso. Keri observó que sus puños se cerraban sin querer. Ella no retrocedió.

—¿Quién diablos eres? —preguntó—¿De qué se trata esto?

—Solo estoy conversando, Coy. ¿Por qué te pones rudo tan de repente?

—No te conozco—dijo, ahora abiertamente hostil—. ¿Quién te envió, su marido? ¿Eres alguna especie de investigadora?

—¿Qué hay si lo fuera? ¿Habría algo que investigar? ¿Hay algo que quieras sacarte del pecho, Coy?

Él avanzó otro paso hacia ella. Sus rostros estaban ahora separados por unos pocos centímetros. En lugar de encogerse, Keri enderezó sus hombros y levantó su barbilla de manera desafiante.

—Creo que ha cometido un terrible error viniendo hasta aquí, señora—gruñó Coy—. Le daba la espalda a la patrulla, que lentamente había rodado detrás de él y permanecía ahora a unos seis metros de distancia.

Por el rabillo del ojo, Keri vio al Sargento Covey caminar cautelosamente desde el almacén, teniendo al mismo tiempo cuidado de permanecer a espaldas de Coy. Sintió ella una súbita urgencia de hacerles señas pero se contuvo.

Es ahora o nunca.

—¿Qué le hiciste a Kendra, Coy? —preguntó, ahora sin rastro de gracia en su voz.Le contempló con dureza, acariciando de nuevo con la mano la cacha de su pistola, lista para lo que fuera.

Ante la pregunta, los ojos de él pasaron del enfado a la sorpresa. Podía asegurar que él no tenía idea de qué le estaban hablando. Retrocedió un paso.

—¿Qué?

Sintió de inmediato que él no era el sujeto, pero siguió presionando por si acaso.

—Kendra Burlingame ha desaparecido y escuché que tú eres su acosador personal. Así que si le has hecho algo, ahora mismo podría ser el momento de confesar. Si cooperas, puedo ayudarte. Si no, esto podría resultar muy malo para ti.

Coy la contemplaba pero no parecía comprender del todo lo que ella había dicho. No se había dado cuenta de que el Sargento Covey se había estado acercando y estaba a unos pocos pasos detrás de él. La mano del veterano oficial descansaba sobre la cadera, junto a la pistola. No parecía un gatillo alegre, solo era precavido.

—¿Kendra está desaparecida? —preguntó Coy, sonando como un chico que acaba de enterarse que su perro ha sido puesto a dormir.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste, Coy?

—En la reunión… le dije que la buscaría acá en Los Ángeles. Pero podría asegurar que ella no quería ni un poco de mí. Se veía avergonzada a causa de mí. No quería ver de nuevo esa mirada en su rostro, así que renuncié.

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Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
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9781640292598
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