Kitabı oku: «Un Rastro de Crimen », sayfa 2

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CAPÍTULO DOS

Sin que mediaran más palabras entre ambos, giraron a la derecha para salir de Pershing Drive hacia la empinada pendiente de Rees Street, y luego a la izquierda, hacia Ridge Avenue. Keri vio el camión de la Unidad de Escena del Crimen delante de una gran casa en la cima de la colina.

—Estoy viendo el camión de Escena del Crimen —dijo tontamente, solo para romper el silencio.

Ray asintió y se detuvo detuvo detrás del mismo. Se bajaron y se dirigieron a la casa. Keri jugueteó con el correaje de su pistola para así permitir a Ray que se adelantase un poco. Podía sentir que él no estaba de humor para caminar a su lado.

Al seguirlo en su camino a la puerta principal, se maravilló una vez más ante el tremendo especímen físico que era él. Ray era un antiguo boxeador profesional afroamericano de cuarenta y un años, calvo, de uno noventa y dos de estatura, y ciento cuatro kilos.

A pesar de los retos que había enfrentado luego de retirarse del deporte, incluyendo un divorcio, adaptarse a un ojo de vidrio, y recibir un balazo, todavía se veía como si pudiera pisar el cuadrilátero. Era musculoso mas no pesado, con una flexibilidad y una agilidad inesperada para un hombre de su tamaño. Era la razón por la cual era tan popular con las mujeres.

Hacía unos meses, podría haberse preguntado por qué él estaría con ella. Pero últimamente, a pesar de acercarse a su cumpleaños número treinta y seis, había recobrado algo del juvenil entusiasmo que la había hecho tan popular.

Nunca sería una supermodelo. Pero desde que había retomado las prácticas de Krav Maga y recortado el consumo de bebidas, había perdido cerca de cinco kilos. Había regresado al peso de cincuenta y seis, previo a su divorcio, que lucía bastante bien para su estatura de uno sesenta y siete. Las bolsas bajo sus ojos habían desaparecido, y en ocasiones lucía suelta su cabellera rubia ceniza en lugar de recogida en la acostumbrada coleta. Se sentía bien consigo misma por estos días. Así que, ¿por qué había dicho no a la cita?

Lidia más tarde con tus asuntos personales, Keri. Concéntrate en tu trabajo. Concéntrate en el caso.

Sacó todo pensamiento extraño de su cabeza y miró en derredor mientras se aproximaban a la casa, tratando de captar el mundo de los Rainey.

Playa del Rey no era una urbanización grande, pero las divisiones sociales eran bastante rígidas. Allá abajo por donde Keri vivía, en un apartamento ubicado encima de un económico restaurante chino, la mayoría de los moradores eran de la clase trabajadora.

Lo mismo aplicaba, tierra adentro, en las pequeñas calles residenciales de Manchester Avenue. Casi todas estaban habitadas por residentes de gigantescos complejos de apartamentos y condominios. Pero más cerca de la playa, y en la gran colina donde los Rainey vivían, los hogares variaban de lo grande a lo masivo, y casi todos tenían vistas hacia el océano.

Esta casa estaba a medio camino entre lo grande y lo masivo, no era realmente una mansión, pero era lo más cercano que uno podía conseguir sin el muro perimetral y las grandes columnas. A pesar de ello, se sentía como un genuino hogar.

La grama en el césped del frente estaba un poco alta y estaba regada con juguetes, incluyendo un tobogán de plástico y un triciclo que en ese momento estaba de revés. La caminería que tomaron para llegar a la casa estaba cubierta de dibujos hechos con tiza de colores, a todas luces obra de un niño de seis años. Otras secciones eran más elaboradas, hechas por una preadolescente.

Ray tocó el timbre y miró derecho a la mirilla, rehusando ver a Keri. Ella podía sentir la confusión y la frustración que emanaban de él y optó por permanecer en silencio. No sabía qué decir en todo caso.

Keri escuchó los rápidos pasos de alguien que corría hacia la puerta y segundos más tarde esta se abrió para mostrar a una mujer al final de sus treinta. Llevaba unos cómodos pantalones y un casual pero elegante blusa. Tenía el cabello corto, oscuro, y era atractiva de una forma agradable, accesible a las personas, que ni sus ojos humedecidos por las lágrimas podían ocultar.

—¿Sra. Rainey? —preguntó Keri con su voz más tranquilizadora.

—Sí. ¿Son ustedes los detectives? —preguntó ella en tono de súplica.

—Lo somos —contestó Keri—. Soy Keri Locke y esta es mi pareja, Ray Sands. ¿Podemos entrar?

—Por supuesto. Hagan el favor. Mi marido, Tim, está arriba reuniendo fotos de Jess. Bajará en un minuto. ¿Ya saben algo?

—Todavía no —dijo Ray—, pero veo que nuestra unidad de escena del crimen ha llegado. ¿Dónde están?

—En el garaje —están revisando las cosas de Jess en busca de huellas. Uno de ellos me dijo que no debí haberlas movido del sitio donde las encontré. Pero temía dejarlas en la calle. ¿Qué pasaría si las robaban y perdíamos toda evidencia?

Mientras hablaba, iba alzando la voz y sus palabras comenzaron a salir atropelladas a una velocidad desbocada. Keri podía asegurar que apenas podía mantenerse de una pieza.

—Está bien, Sra. Rainey —la tranquilizó—. Escena del Crimen todavía estará en capacidad de obtener posibles huellas; más tarde puede mostrarnos dónde encontró sus cosas.

Justo entonces escucharon pasos y giraron para ver a un hombre bajar los escalones con una pila de fotos. Flaco, con un nido de rebeldes cabellos de color castaño, y gafas con una delgada montura metálica, Tim Rainey vestía pantalones kaki y una camisa con las puntas del cuello abotonadas. Se veía exactamente como Keri imaginaba que sería un ejecutivo de la industria tecnológica.

—Tim —dijo su esposa—, estos son los detectives que van a ayudar a encontrar a Jess.

—Gracias por venir —dijo, con una voz que era casi un susurro.

Keri y Ray estrecharon su mano y ella notó que la otra mano, la que sostenía las fotos, temblaba ligeramente. Sus ojos no estaban rojos como los de su esposa, pero su ceño estaba fruncido al igual que todo su rostro. Parecía un hombre abrumado por la tensión del momento. Keri no podía culparlo. Después de todo, ella había pasado por eso.

—Por qué no nos sentamos y nos cuentan lo que saben —dijo, advirtiendo que las rodillas de él parecían a punto de fallarle.

Carolyn Rainey los llevó a todos al recibidor del frente; su esposo tiró las fotos sobre una mesita y se dejó caer con pesadez en un sofá. Ella se sentó junto a él y puso su mano sobre la rodilla, que ahora se agitaba hacia arriba y hacia abajo con frenesí. Él captó el mensaje y se quedó quieto.

—Caminaba para encontrarme con Jess después de la escuela —comenzó a decir Carolyn—. Tenemos todos los días la misma rutina. Yo camino. Ella monta su bicicleta. Nos encontramos en un punto intermedio y regresamos juntas. Casi siempre hacemos contacto cerca del mismo punto, cuadra más cuadra menos.

La rodilla de Tim Rainey comenzó a rebotar de nuevo y ella le dio una suave palmada para recordarle que se controlara. Una vez más, él se aquietó. Ella prosiguió.

—Comencé a preocuparme cuando llevaba cubiertas las dos terceras partes del camino a la escuela y no la había visto. Eso solo ha pasado antes dos veces. Una vez debido a que olvidó un libro de texto en su casillero y tuvo que regresar. En la otra ocasión tenía un fuerte dolor de estómago. En ambas oportunidades me llamó para hacerme saber qué estaba pasando.

—Siento interrumpir —dijo Ray—, pero, ¿puede darme su número de celular? Podríamos ser capaces de rastrearlo.

—Pensé primero en eso. De hecho, la llamé tan pronto vi sus cosas. Comenzó a repicar de inmediato. Lo hallé bajo el mismo arbusto donde estaba metido su morral.

—¿Lo tiene ahora? —preguntó Keri— Todavía podría haber en él datos valiosos que reunir.

—La gente de escena del crimen lo está empolvando también.

—Eso está bien —dijo Keri—. Lo miraremos cuando hayan terminado. Procedamos con varias preguntas básicas si no les importa.

—Por supuesto —dijo Carolyn Rainey.

—¿Ha mencionado Jessica recientemente algo acerca de tener una discusión con un amigo?

—No. Ella recién cambió el objeto de su enamoramiento. La escuela comenzó de nuevo apenas esta semana, tras el receso de invierno, y dijo que el tiempo de descanso le había hecho ver las cosas de manera diferente. Pero ya que el primer muchacho nunca supo siquiera que a ella le gustaba, no creo que eso importe.

—Con todo, si pudiera escribir ambos nombres, sería de ayuda —dijo Ray—. ¿Alguna vez mencionó haber visto a personas inusuales, ya fuese en la escuela, en el camino hasta allá, o en casa?

Los Rainey menearon sus cabezas.

—¿Puedo? —preguntó Keri, señalando las fotos sobre la mesa.

Carolyn asintió. Keri tomó la pila y comenzó verlas una tras otra. Jessica Rainey era una chica de doce años de una apariencia perfectamente normal, con una gran sonrisa, los chispeantes ojos de su madre, y el salvaje cabello castaño de su padre.

—Vamos a seguir cada posible pista —les aseguró Ray—, pero no quiero que lleguen a conclusiones apresuradas. Aún hay oportunidad de que esto sea alguna especie de malentendido. No hemos tenido un reporte de niños raptados en esta comunidad en casi tres años, así que no queremos asumir nada en este punto.

—Aprecio esto —dijo Carolyn Rainey— pero Jess no es la clase de chica que escapa para ir donde un amigo y deja todas sus cosas tiradas a un lado de la calle. Y ella nunca estaría dispuesta a separarse de su teléfono. Simplemente esa no es ella.

Ray no respondió. Keri sabía que él se había sentido obligado a sugerir otras posibilidades. Y por lo general, estaba menos inclinado que Keri a aceptar la teoría del secuestro. Pero incluso él tenía problemas en dar razones legítimas para el hecho de que Jessica abandonara todas sus cosas.

—¿Está bien si tomamos unas pocas de estas fotos? —preguntó, rompiendo el incómodo silencio— Queremos hacerlas circular entre las policías.

—Por supuesto. Tómenlas todas si quieren —dijo Carolyn.

—No todas —dijo Tim, sacando una de la pila. Era la primera vez que hablaba desde que se sentaron—. Me gustaría conservar esta, si pueden arreglárselas sin ella.

Era una foto de Jessica en el bosque, vestida para ir de caminata, llevando en la espalda una mochila demasiado grande en verdad para ella. Su cara estaba embadurnada con lo que parecía pintura de guerra y llevaba una bandana arcoiris atada en su cabeza. Sonreía feliz. No sería de mucha ayuda para propósitos de identificación. Y aunque así fuese, Keri podía asegurar que la misma era muy especial para él.

—Consérvela. Tenemos más que suficiente —dijo con suavidad antes de entrar en materia—. Ahora bien, hay unas cosas que vamos a necesitar de ustedes, y todo ello en el debido orden. Quizás quieran ponerlo por escrito. En situaciones como esta, el tiempo es crucial, así que puede que tengamos que hacer uso de todo lo que crean saber. ¿Les parece bien eso?

Ambos asintieron.

—Bien —dijo, antes de comenzar—, esto es lo que sigue. Sra. Rainey, vamos a necesitar que nos muestre la ruta que tomó para encontrarse con su hija, y la ruta acostumbrada de ella desde ese punto hasta la escuela. Vamos a querer examinar su habitación, incluyendo cualquier computadora o tableta que pudiera tener. Y como mencioné, también miraremos su teléfono cuando los forenses hayan terminado con él.

—Okey —dijo la Sra. Rainey, anotándolo todo mientras Keri continuaba.

—Necesitaremos la información de contacto de cada amigo que le venga a la mente, o de cualquier chico con el que ella pudiera haber tenido problemas durante el año pasado. Necesitaremos el número del director. Podemos conseguir en la escuela la información de contacto del maestro y del orientador, pero si ya la tienen, eso sería muy bueno.

—Podemos darle todo eso —prometió Carolyn.

—También necesitaremos los nombres y números de los tutores y entrenadores que tiene —añadió Ray—, al igual que los nombres de los muchachos con los que estaba encaprichada. La Detective Locke y yo nos dividiremos para maximizar el uso del tiempo.

Keri le miró. Su voz sonaba completamente normal, pero podía asegurar que era más que una simple diligencia profesional en el trabajo.

No te lo tomes como algo personal. Es una buena idea.

—Sí —convino—. ¿Por qué la Sra. Rainey y yo no caminamos la ruta a la escuela antes de que oscurezca demasiado? En esta época del año, el sol se estará ocultando en menos de una hora. Puede darme esos números de contacto en el camino.

—Y usted Sr. Rainey —dijo Ray—, puede mostrarme la habitación de Jessica. Después de eso, le recomiendo que vaya a buscar a su hijo. ¿Cuál es su nombre?

—Nathaniel. Nate.

—Okey, bueno, Escena del Crimen se habrá ido para cuando regrese, así que no habrá mucha gente por allí. Va a querer mantener las cosas lo más normal posible para él. De esa forma, si necesitamos hacerle unas preguntas, no se cerrará.

Tim Rainey asintió automáticamente, como si acabara de recordar que también tenía un hijo. Ray continuó.

—Cuando vaya, me dirigiré a la escuela para hablar con la gente de allá. Chequearemos también para ver si hay algún vídeo que pueda ser útil. Sra. Rainey, me encontraré con usted y la Detective Locke en la escuela y la traeré de vuelta a su casa.

—¿Van a activar un Alerta Ámbar? —preguntó Carolyn Rainey, refiriéndose a los avisos de secuestro dirigidos al público en general.

—Todavía no —dijo Ray—. Es muy posible que hagamos eso pronto, pero no hasta que tengamos más información que compartir. No sabemos todavía lo suficiente.

—Pongámonos en marcha —dijo Keri—. Mientras más rápido tachemos todas estas tareas, más clara será la imagen que tendremos de lo que pudo haber sucedido.

Todos se pusieron de pie. Carolyn Rainey tomó su bolso y los condujo a la puerta principal.

—Te haré saber si averiguamos algo —le dijo a su marido al tiempo que lo besaba en la mejilla. Él asintió, para luego atraerla hacia sí y estrecharla en un largo y fuerte abrazo.

Keri echó un vistazo a Ray, que estaba observando a la pareja. En contra de su voluntad, él la miró. Ella pudo ver todavía el dolor en sus ojos.

—Te llamaré cuando lleguemos a la escuela —Keri le dijo en voz baja a Ray. Este asintió sin palabras.

Ella se sintió tocada por su frialdad, pero lo entendió. Él se había abierto y había tomado un gran riesgo. Y ella lo había rechazado sin explicaciones. Era quizás bueno que ambos tuvieran algo de espacio por un rato.

Cuando las dos mujeres salieron a la calle y comenzaron a alejarse caminando de la casa, un pensamiento reverberó en su cabeza.

Lo he arruinado por completo.

CAPÍTULO TRES

Noventa minutos después, de regreso a su escritorio, Keri dejó salir un suspiro de profunda frustración. La mayor parte de la última hora y media había sido infructuosa.

No habían hallado nada inusual en la caminata a la escuela y no se toparon con evidentes señales de lucha. No había inusuales marcas de llantas cerca del sitio donde la Sra. Rainey había encontrado las cosas de Jessica. Keri se había detenido ante cada casa cercana para determinar si algunos de los residentes tenían cámaras que vieran hacia la calle, y que pudieran ser de utilidad. Ninguno las tenía.

Cuando llegaron a la escuela, Ray ya estaba allí hablando con el director, quien prometió enviar un correo-e con carácter de urgencia a todos los padres de los alumnos solicitando cualquier información que pudiesen tener. El oficial de seguridad tenía todos los vídeos de vigilancia del día en cola, así que Keri le sugirió a Ray que se quedara y los viera mientras ella llevaba a la Sra. Rainey a su casa, y después regresaba a la oficina para llamar a todas las posibles pistas.

A Carolyn Rainey debió simplemente haberle parecido que eran dos compañeros repartiéndose eficientemente las tareas. Y hasta cierto punto, así era. Pero el pensamiento de ir incómoda en el asiento de pasajero, mientras Ray conducía de regreso a la División Los Ángeles Oeste, era algo para lo que ahora mismo no estaba dispuesta.

Así que en en lugar de ello, abordaron un Lyft de regreso a la casa de los Rainey y Keri continuó desde allí hasta la estación, donde había pasado la última media hora llamando a todos los amigos y compañeros de clase de Jessica. Ninguno tenía nada inusual que compartir. Tres amigos la recordaban yéndose de la escuela en su bici, y despidiéndose de ellos mientras salía del estacionamiento. Todo parecía estar bien.

Llamó a los dos chicos con los que Jessica se había encaprichado en las últimas semanas y aunque ambos sabían quién era, ninguno parecía conocerla bien o siquiera estar al tanto de lo que ella sentía. Keri no se extrañó por eso. Recordaba cuando tenía esa edad, y llenaba cuadernos enteros con los nombres de los chicos que le gustaban, sin siquiera llegar a hablar con ellos.

Habló con, o dejó mensajes a todos los maestros de Jessica, su entrenador de softball, su tutor de matemáticas, e incluso el responsable del grupo de vigilancia nocturna del vecindario. Ninguno de los que contactó sabía algo.

Llamó a Ray, que contestó al primer repique.

—Sands.

—No tengo nada aquí —dijo, decidida a concentrarse en el asunto presente—. Nadie vio nada fuera de lo ordinario. Sus amigos dicen que todo parecía estar bien cuando dejó la escuela. Todavía estoy esperando algunas llamadas, pero no soy optimista. ¿Te está yendo mejor?

—Hasta ahora no. El alcance de la cámara de vídeo solo se extiende hasta el final de la cuadra donde está la escuela, en ambas direcciones. Puedo verla diciéndole adios a su amigos, como lo has descrito, y luego salir pedaleando. Nada sucede mientras está visible. Le he pedido al guardia que junte los vídeos de principios de semana para ver si hubo alguien merodeando en días previos. Podría llevar tiempo.

Implícita estaba en la última frase la presunción de que no regresaría pronto a la estación. Ella simuló no notarlo.

—Creo que debemos activar el Alerta Ámbar —dijo—. Son ahora las seis p.m. Han pasado tres horas desde que su mamá llamó al nueve-uno-uno. No tenemos evidencia alguna que sugiera que esto es otra cosa que no sea un secuestro. Si fue llevada justo después de la escuela, entre las dos cuarenta y cinco y las tres p.m., podría ahora estar tan lejos como Palm Springs o San Diego. Necesitamos conseguir tantos ojos sobre esto como sea posible.

—De acuerdo —dijo Ray—. ¿Puedes manejar eso para que yo pueda quedarme a revisar estos vídeos?

—Por supuesto. ¿Vuelves después a la estación?

—No lo sé —respondió sin ser terminante—. Depende de lo que averigüe.

—Okey, bueno, mantenme informada —dijo.

—Lo haré —replicó, y colgó sin decir adios.

Keri se ordenó a sí misma no ponerle atención a ese desaire, y se concentró en preparar el Alerta Ámbar y sacarlo. Cuando estaba terminando, vio a su jefe, el Teniente Cole Hillman, caminando hacia su oficina.

Vestía su acostumbrado uniforme de pantalones casuales, chaqueta deportiva, corbata floja, y camisa de manga corta que no podía mantener bajo la pretina debido a su amplia circunferencia. Tenía un poco más de cincuenta, pero el trabajo lo había avejentado tanto que había profundas líneas en su frente y en las esquinas de sus ojos. Su cabello entrecano lucía más blanco por estos días.

Pensó que iba a pasar por su escritorio para pedirle una actualización de estatus pero ni siquiera miró en su dirección. Eso estaba bien para ella, ya que quería verificar con la gente de Escena del Crimen para ver si habían encontrado huellas.

Luego de emitir el Alerta Ámbar, Keri caminó por la estación, inusualmente silenciosa a esa hora de la noche, y se fue por el corredor. Tocó la puerta de la Unidad de Escena del Crimen y asomó su cabeza sin esperar a que le dieran permiso.

—¿Algo de suerte con el caso de Jessica Rainey?

La secretaria, una veinteañera de cabello oscuro y gafas, alzó la mirada de la revista que estaba leyendo. Keri no la conocía. El empleo de secretaria en Escena del Crimen era de mucho desgaste y tenía una alta rotación. Tecleó el nombre en la base de datos.

—Nada en el morral ni en la bici —dijo la chica—. Todavía están verificando unas pocas huellas del teléfono, pero por la manera de hablar, no sonaba prometedor.

—¿Puedes por favor decirles que avisen a la Detective Keri Locke tan pronto hayan terminado, sin importar el resultado? Aunque no haya huellas de utilidad, necesito revisar ese teléfono.

—Lo haré, Detective —dijo, enterrando de nuevo su nariz en la revista, antes incluso de que Keri cerrara la puerta.

De pie, a solas en el silencioso corredor, Keri respiró hondo y se dio cuenta que no le quedaba nada más que hacer. Ray estaba revisando los vídeos de vigilancia de la escuela. Ella había sacado el Alerta Ámbar. El informe de los forenses estaba pendiente y ella no podía ver el teléfono de Jessica mientras ellos no hubieran terminado. Ya había hablado o estaba esperando la llamada de todos los que había llamado.

Se recostó de la pared y cerró sus ojos, permitiendo que su cerebro se relajara por primera vez en horas. Pero tan pronto lo hizo, pensamientos indeseables la inundaron.

Vio la imagen del rostro de Ray, herido y confundido. Vio una van negra con su hija adentro doblando una esquina para internarse en la oscuridad. Vio los ojos del Coleccionista mientras exprimía su cuello, mientras le arrancaba la vida al hombre que había secuestrado a su hija hacía más de cinco años, aun cuando agonizaba por una herida en la cabeza. Vio el borroso vídeo de un hombre conocido solamente como el Viudo Negro mientras disparaba a la cabeza a otro hombre, sacaba a Evie de la van de esa persona, y la introducía en la cajuela de su propio auto antes de desaparecer para siempre.

Sus ojos se abrieron y vio que se hallaba de cara a la sala de evidencias. Había estado allí muchas veces en las pasadas semanas, examinando fotos del apartamento de Brian “El Coleccionista” Wickwire.

La verdadera evidencia era retenida por la División Centro, pues el apartamento estaba en su jurisdicción. Habían consentido en dejar que el fotógrafo policial de Los Ángeles Oeste tomara fotos de todo, siempre y cuando estas permanecieran en la sala de evidencias. Habiendo matado al hombre, Keri no estaba en posición de discutir con ellos.

Pero no había repasado las fotos en varios días y ahora algo sobre ellas la estaba devorando. Era una comezón en el borde de su cerebro que no podía rascarse, alguna clase de conexión que ella sabía se ocultaba más allá de su consciencia. Entró a la sala.

Al secretario de evidencias no le sorprendió verla, y extendió la hoja para firmar hacia ella sin decir palabra. Ella se registró, luego fue derecho a la hilera con la caja de fotos. No necesitaba los datos de referencia porque sabía exactamente en qué hilera y anaquel estaba. Tomó la caja del anaquel y cargó con la misma hasta una de las mesas en la parte de atrás.

Se sentó, encendió la lámpara del escritorio, y desplegó todas las fotos delante de ella. Las había mirado con anterioridad docenas de veces. Cada libro propiedad de Wickwire fue catalogado y fotografiado, al igual que cada pieza de ropa, y cada objeto de los estantes de su cocina. Se creía que este hombre estaba implicado en el secuestro y venta de al menos cincuenta niños a lo largo de los años, y los detectives de la División Centro no habían dejado ninguna piedra sin voltear.

Pero Keri sentía que lo que estaba molestándola no estaba en ninguna de esas fotos que había estudiado previamente. Era algo que solo había registrado antes al pasar. Algo había estado rondando su mente cuando estuvo parada en el corredor minutos antes, dejando que todos esos recuerdos dolorosos la cubireran.

¿Qué es eso? ¿Cuál es la conexión que estás tratando de hacer?

Y entonces lo vio. En el fondo de una fotografía del escritorio del Coleccionista había una serie de fotos de naturaleza. Todas eran imágenes de 5 x 7 alineadas en una fila. Había una rana sobre una roca. Al lado la imagen de una liebre con sus aguzadas orejas. Y la siguiente era de un castor trabajando en una presa. Un carpintero estaba picoteando. Un salmón había sido captado al saltar de una corriente. Y le seguía la imagen de una araña sobre un pedazo de tierra —una viuda negra.

Viuda negra. Viudo negro. ¿Hay algo allí?

Podría ser solo una coincidencia. Obviamente los detectives de Centro no pensaron mucho en las fotos, puesto que ni siquiera las catalogaron como evidencia. Pero Keri sabía que al Coleccionista le gustaba mantener registros codificados.

De hecho, así fue como ella encontró las direcciones donde Evie y muchos otros secuestrados eran retenidos. El Coleccionista las había ocultado a la vista de todos, con un código alfanumérico, en un lote de aparentemente inocuas tarjetas postales, guardado en un cajón del escritorio.

Keri sabía que el Coleccionista y el Viudo Negro compartían una conexión: ambos habían sido contratados en algún momento por el abogado Jackson Cave.

¿Se cruzaron sus caminos en algún punto, quizás en un trabajo? ¿Era esta la forma como Wickwire mantenía la información de contacto de un colega de malandanzas por contrato, en caso de que alguna vez necesitaran hacer equipo?

Keri sintió que la arropaba una certeza, una que normalmente solo venía cuando ella descubría la pista crucial en un caso. Estaba segura de que si pudiera acceder a esa foto, encontraría algo útil en ella.

El único problema es que eso estaba en el apartamento de Brian Wickwire, todavía acordonado por la policía de Centro. La última vez que trató de entrar, hacía dos semanas, había cinta de escena del crimen alrededor de ella y dos policías estacionados enfrente del edificio para ahuyentar a cualquier fisgón.

Keri estaba empezando a considerar cómo podría superar ese reto cuando su teléfono sonó. Era Ray.

—Hola —dijo vacilante.

—¿Puedes regresar a la casa de los Rainey ahora mismo? —preguntó, saltándose los saludos.

—Por supuesto. ¿Qué pasa?

—Acaban de recibir una nota de rescate.

Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
261 s. 3 illüstrasyon
ISBN:
9781640298064
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