Kitabı oku: «Un Rastro de Vicio », sayfa 2

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CAPÍTULO DOS

En cuanto se detuvieron delante de la casa de los Caldwells, Keri sintió una punzada en el estómago.

Sin importar con cuánta frecuencia se reuniera con la familia de un niño posiblemente secuestrado, siempre se dejaba transportar hasta esa primera vez cuando vio cómo su propia pequeña, de solo ocho años, era llevada a través del brillante verdor del césped de un parque por un malévolo extraño con gorra de béisbol, calada de tal manera que le ocultaba el rostro.

Sintió ahora cómo subía por su garganta el mismo y familiar pánico que experimentó al perseguir al hombre por el estacionamiento de grava y verle arrojar a Evie al interior de su van de color blanco como si fuera una muñeca de trapo. Revivió el horror de ver cómo el adolescente que intentó detener al hombre era apuñalado hasta morir.

Hizo un gesto ante el recuerdo del dolor que sintió al correr con los pies descalzos sobre la grava, ignorando los fragmentos afilados de roca que se enterraban en sus pies, mientras trataba de darle alcance a la van que estaba acelerando y ya se alejaba. Recordó la sensación de impotencia que la arropó al darse cuenta que la van no tenía placas y que prácticamente no tenía ninguna descripción que darle a la policía.

Ray estaba familiarizado con lo mucho que siempre la afectaba este momento y guardó silencio en el asiento de conductor, mientras ella recorría y trabajaba todo el ciclo de emociones y se rehacía para lo estaba por venir.

—¿Estás bien? —preguntó, cuando vio que su cuerpo finalmente se relajaba un poco.

—Casi —dijo, bajando el espejo de la visera y dándose un último vistazo para asegurarse de no lucir como un total desastre.

La persona que la contemplaba se veía mucho más saludable de lo que ella había estado hacía apenas unos pocos meses. Ya no estaban los círculos negros que solía tener bajo sus ojos pardos, y estos ya no estaban inyectados de sangre. Su piel estaba menos manchada. Su cabello rubio cenizo, aunque recogido hacia atrás en una práctica coleta, no estaba grasoso y sin lavar.

Keri se acercaba a su cumpleaños número treinta y seis, pero se veía mejor que nunca desde que Evie habías sido raptada cinco años antes. No estaba segura si era debido a la sensación de esperanza que albergaba desde que el Coleccionista había asomado hacía semanas que estaría en contacto.

O quizás era la posibilidad real en el horizonte de un romance con Ray. Podía también haber sido la reciente mudanza de la destartalada casa bote que durante varios años había llamado hogar a un apartamento de verdad. O podría haber tenido que ver con la reducción en el consumo de grandes cantidades de whisky escocés de malta.

Fuese lo que fuese, notaba que los hombres volvían sus cabezas con más frecuencia de la normal cuando ella iba a pie por esos días. Nada de eso le importaba, excepto que por primera vez sentía que tenía algo de control sobre su a menudo incontrolada vida.

Subió la visera y volteó hacia Ray.

—Lista —dijo.

Al caminar hacia la puerta principal, Keri examinó la urbanización. Era la parte más septentrional de Westchester, adyacente a la autopista 405 y justo al sur del Centro Howard Hughes, un gran complejo comercial y de oficinas que dominaba el horizonte de esta parte de la ciudad.

Westchester tenía la reputación de una urbanización de clase trabajadora, y la mayoría de los hogares era de tipo modesto, de una sola planta. Pero incluso esos habían subido mucho su costo en la última media docena de años. Como resultado de ello, la comunidad era una mezcla de veteranos que habían vivido allí por siempre, y familias jóvenes, de profesionales que no querían vivir en desarrollos hechos en serie sino en algún lugar con personalidad. Keri supuso que esta gente era de los segundos.

La puerta se abrió antes de que llegaran al porche y de allí salió una pareja abiertamente preocupada. A Keri le sorprendió su edad. La mujer —pequeña, hispana, con el cabello adecuadamente corto— lucía a mitad de los cincuenta. Llevaba un hermoso pero bastante usado traje de oficina, y unos viejos pero inmaculados zapatos negros.

El hombre era por lo menos treinta centímetros más alto que ella. Era blanco, con una calvicie que iba dejando mechones de rubio grisáceo, y espejuelos que colgaban de su cuello. Era al menos tan viejo como ella y probablemente cercano a los sesenta. Estaba vestido de manera más casual en comparación con ella, con unos cómodos pantalones y una camisa de cuadros nueva y bien planchada. Sus mocasines marrones estaban arañados y una de las trenzas no estaba hecha.

—¿Son ustedes los detectives? —preguntó la mujer, alargando su mano para estrechar las de ellos antes de que se lo confirmaran.

—Sí, señora —contestó Keri, tomando la iniciativa—. Soy la Detective Keri Locke del Departamento de Policía de Los Ángeles División Pacífico Unidad de Personas Desaparecidas. Esta es mi pareja, el Detective Raymond Sands.

—Encantado de conocerles, amigos —dijo Ray.

La mujer hizo un ademán mientras hablaba.

—Gracias por venir. Mi nombre es Mariela Caldwell. Este es mi marido, Edward.

Edward asintió pero no dijo nada. Keri tuvo la sensación de que no sabían por dónde empezar, así que tomó la iniciativa.

—¿Por qué no nos sentamos en la cocina para que puedan contarnos qué es lo que les tiene tan preocupados?

—Por supuesto —dijo Mariela, y les condujo por el estrecho pasillo adornado con fotos de una chica de cabello oscuro y cálida sonrisa. Habría al menos veinte fotos que cubrían su vida entera desde su nacimiento hasta el momento actual. Llegaron a un pequeño pero bien amueblado rincón para desayunar—. ¿Se les ofrece alguna cosa —café, un refrigerio?

—No, gracias, señora —dijo Ray, mientras pegado a la pared maniobraba dando un rodeo con dificultad para alcanzar una silla—. Solo sentémonos y saquemos tanta información como sea posible y tan rápido como podamos. ¿Por qué no comienzan por contarnos qué es lo que les ha preocupado? Tengo entendido que Sarah ha estado fuera de contacto por unas pocas horas.

—Casi cinco horas en este momento —dijo Edward, hablando por primera vez mientras se sentaba frente a Ray—. Ella llamó a su madre al mediodía para decir que iba verse con una amiga que no había visto hacía tiempo. Son casi las cinco p.m. ahora. Ella sabe que se supone que debe reportarse cada dos horas cuando sale, aunque sea un mensaje de texto para decir dónde está.

—¿A ella nunca se le olvida? —preguntó Ray, manteniendo su tono neutral de tal manera que solo Keri captó el escepticismo subyacente. Ninguno de los Caldwells habló por un instante, y a Keri le preocupó que Ray los hubiera ofendido. Finalmente Mariela respondió.

—Detective Sands, sé que es difícil de creer. Pero no, a ella nunca se le olvida. Ed y yo tuvimos a Sarah tarde en la vida. Después de numerosos intentos fallidos, fuimos bendecidos con su llegada. Ella es nuestra única hija y tengo que admitir que ambos somos un poco, ¿cuál es la palabra, revoloteantes?

—Padres helicóptero —añadió Ed con una irónica sonrisa.

Keri sonrió también. Difícilmente podía culparlos.

—En todo caso —continuó Mariela—, Sarah sabe que ella es lo que más amamos en este mundo y sorprendentemente, ella no lo resiente ni se siente reprimida. Horneamos juntas en el fin de semana. A ella todavía le encantan las jornadas de ‘lleva tu hija al trabajo’ junto con su padre. Fue incluso conmigo a un concierto de Motley Crue hace unos meses. Ella nos consiente. Y porque sabe cuán preciada es para nosotros, ella es muy diligente en cuanto a mantenernos informados. Nosotros establecimos la política de ‘textea dónde estás’. Pero ella fue quien eligió la regla de las dos horas.

Keri observó a ambos con atención mientras hablaban. La mano de Mariela estaba en la de Ed, y él acariciaba el dorso de la de ella con su pulgar. Esperó hasta que terminara, entonces habló.

—Y si alguna vez lo olvidara, por primera vez, ella no se habría ido por tanto tiempo sin hacer contacto o contestar alguno de nuestros textos o llamadas. Entre los dos, le hemos enviado una docena de mensajes de textos y la hemos llamado una media docena. En mi último mensaje le dije que estaba llamando a la policía. Si los hubiera recibido, se hubiera comunicado. Como le dije a su teniente, el GPS de su teléfono está apagado. Eso nunca había sucedido.

Ese inquietante detalle quedó flotando en el aire, amenazando con imponerse a todo lo demás. Keri trató de sofocar cualquier señal que tendiera al pánico haciendo rápidamente la siguiente pregunta.

—Sr. y Sra. Caldwell, ¿puedo preguntarles por qué Sarah no estaba hoy en la escuela? Es viernes.

Ambos la miraron con una expresión de sorpresa. Incluso Ray lució atónito.

—Es el día después de Acción de Gracias —dijo Mariela—. Hoy no hay escuela.

Keri sintió que el corazón se le hundía. Solo un padre sabría esa clase de detalle y en la práctica, ella ya no lo era.

Evie tendría trece ahora. Bajo circunstancias normales, Keri habría estado negociando cómo asegurar el cuidado de su hija para poder venir a trabajar hoy. Pero ella no había vivido circunstancias normales desde hacía mucho tiempo.

Los rituales asociados con los recesos escolares y las vacaciones familiares se habían desvanecido en años recientes, hasta el punto en el que algo que solía ser obvio para ella ya no lo era.

Intentó responder pero salió como un murmullo ininteligible. Sus ojos se humedecieron y bajó la cabeza para que nadie pudiera verla. Ray vino a rescatarla.

—¿Así que Sarah tuvo el día libre, pero ustedes no? —preguntó.

—No —contestó Ed—, poseo una pequeña tienda de pinturas en el Westchester Triangle. No es como para decir que estoy nadando en dinero. No puedo tomarme muchos días libres —Día de Gracias, Navidad, Año Nuevo— eso es todo.

—Soy secretaria legal en un gran bufete en El Segundo. Normalmente estaría libre hoy, pero estamos preparando un caso enorme de cara al juicio y necesitan toda la ayuda disponible.

Keri aclaró su garganta y, confiando en que podía controlarse, se unió de nuevo a la conversación.

—¿Quién es esta amiga que Sarah iba a ver? —preguntó.

—Su nombre es Lanie Joseph —dijo Mariela—. Sarah tuvo amistad con ella en la escuela elemental. Pero cuando nos mudamos de nuestra antigua urbanización, perdieron el contacto. Francamente, hubiese deseado que quedara así.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Keri.

Mariela vaciló, así que Ed intervino.

—Vivíamos en South Culver City. No está demasiado lejos de aquí, pero la zona es mucho más miserable. Las calles son más rudas y también lo son los chicos. Lanie tenía una manera de ser que siempre nos incomodó un poco, incluso cuando era pequeña. Ha empeorado. No quiero hacer juicios, pero pensamos que ella se ha metido por un camino peligroso.

—Nosotros economizamos y ahorramos —intervino Mariela, abiertamente incómoda ante la idea de lanzar calumnias delante de extraños—. El año en que Sarah comenzó la escuela secundaria nos mudamos para acá. Compramos este sitio justo antes de que el mercado explotara. Es pequeño pero ahora no seríamos capaces de comprarlo. Casi que tampoco entonces. Pero ella necesitaba un nuevo comienzo con chicos diferentes.

—Así que perdieron el contacto —Ray insistió con gentileza—. ¿Qué les hizo reconectarse recién ahora?

—Ellas se veían un par de veces al año, pero eso era todo —contestó Ed—. Sin embargo, Sarah nos dijo que Lanie le envió un mensaje de texto ayer, y le decía que en verdad quería verla, que necesitaba su consejo. No dijo por qué.

—Por supuesto —añadió Mariela—, como ella es una chica dulce, que se preocupa por los demás, accedió sin vacilar. Recuerdo que me dijo anoche, ‘¿Qué clase de amiga sería, mamá, si no ayudara a alguien cuando más me necesita?’

Mariela se interrumpió, abrumada por la emoción. Keri vio a Ed darle un pequeño apretón de apoyo. Envidió a esos dos. Incluso en ese momento, al borde del pánico, eran un frente unido, terminando las frases del otro, respaldándose emocionalmente. De alguna manera su devoción y amor compartidos los protegían de venirse abajo. Keri recordó una época cuando pensaba que tenía lo mismo.

—¿Dijo Sarah dónde iban a verse? —preguntó.

—No, no lo habían decidido al mediodía. Pero estoy segura de que era por aquí cerca, quizás el Centro Howard Hughes o el Fox Hills Mall. Sarah no conduce todavía, así que tendría que ser un lugar con fácil acceso al bus.

—¿Puede darnos fotos recientes de ella? —preguntó Keri a Mariela, que de inmediato se levantó para ir a buscar algunas.

—¿Está Sarah en las redes sociales? —preguntó Ray.

—Ella está en Facebook. Instagram, Twitter. No sé dónde más. ¿Por qué? —preguntó Ed.

—Algunas veces los chicos comparten detalles en sus cuentas que son de ayuda en las investigaciones. ¿Conocen algunas de sus claves secretas?

—No —dijo Mariela mientras sacaba algunas fotos de sus marcos—. Nunca tuvimos motivos para pedírselas. Ella nos muestra todo el tiempo lo que publica en sus cuentas. Nunca parece que esté ocultando algo. Incluso somos sus amigos en Facebook. Nunca sentí la necesidad de preguntar ese tipo de cosas. ¿No hay forma de que tengan acceso a las mismas?

—Podemos —le dijo Keri—, pero sin las claves secretas, lleva tiempo. Necesitamos una orden de la corte. Y ahora mismo no tenemos una causa probable.

—¿Qué hay del GPS desactivado? —preguntó Ed.

—Eso ayuda a hacer un caso —contestó Keri—, pero a estas alturas todo es circunstancial en el mejor de los casos. Ambos han sido convincentes en cuanto a por qué esta situación es tan inusual. Pero en el papel, podría no lucir así para un juez. Pero no dejen que eso les moleste demasiado. Apenas estamos comenzando. Esto es lo que hacemos, investigar. Y me gustaría empezar yendo a la casa de Lanie y hablando con su familia. ¿Tienen su dirección?

—La tengo —dijo Mariela, entregándole a Keri varias fotos de Sarah antes de sacar su teléfono y desplazarse entre sus contactos—, pero no sé de cuánta ayuda será. El padre de Lanie está fuera del radar y su madre… no se involucra. Pero si piensan que ayudará, aquí está.

Keri copió la información y todos caminaron hacia la puerta principal. Se estrecharon las manos de manera formal, lo que chocó a Keri porque le parecía fuera de lugar entre gente que había estado discutiendo algo tan íntimo.

Ella y Ray iban a medio camino en dirección al vehículo de él, cuando detrás de ellos, Edward Caldwell les lanzó una última pregunta.

—Siento preguntar esto, pero ustedes dijeron que apenas estaban empezando. Eso hace que suene como si esto pudiera llegar a ser un largo proceso. Pero hasta donde yo sé, en el caso de una persona desaparecida, las primeras veinticuatro horas son cruciales. ¿Estoy equivocado?

Keri y Ray se miraron entre sí y luego se giraron para ver a Caldwell. Ninguno estaba seguro de quién debía responder. Finalmente habló Ray.

—No está equivocado, señor. Pero todavía no tenemos nada que indique que algo sospechoso ha sucedido. Y en cualquier caso, usted nos contactó con rapidez. Eso es de gran ayuda. Sé que es difícil de hacer, pero intente no preocuparse. Le prometo que estaremos en contacto.

Se giraron y caminaron de regreso al automóvil. Cuando Keri estuvo segura de que no les podía escuchar, musitó por lo bajo: —Eres bueno mintiendo.

—No estaba mintiendo. Todo lo que dije era cierto. Ella podría estar de regreso en su casa de un momento a otro y esto habrá concluido.

—Supongo que sí —reconoció Keri—, pero todos mis instintos me dicen que esto no va a ser tan fácil.

CAPÍTULO TRES

Keri ocupó el asiento de copiloto en el camino hacia Culver City, auto flagelándose en silencio. Intentó recordarse a sí misma que no había hecho nada incorrecto. Pero estaba amilanada por la culpa de olvidar algo tan simple como que ese día no había escuela. Hasta había sido incapaz de ocultar su sorpresa.

Estaba perdiendo contacto con lado parental y eso la asustaba. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que ella olvidara otros detalles, más personales? Hacía unas pocas semanas le habían dado pistas anónimas que la llevaron hasta la foto de una adolescente. Pero para vergüenza de Keri, no había sido capaz de asegurar que fuese Evie.

Cierto es, que habían pasado cinco años y la imagen era de baja resolución, tomada desde larga distancia. Pero el hecho de que ella no supiera de inmediato si la foto era o no la de su hija la había turbado. Incluso después que el gurú en tecnología de la unidad, el Detective Kevin Edgerton, le había dicho que su comparación digital de la imagen con las fotos de Evie a los ochos años de edad no era concluyente para establecer una correspondencia, su sensación de vergüenza permaneció.

Simplemente debí haberlo sabido. Una buena madre sabría si era real de inmediato.

—Llegamos —dijo Ray en voz baja, sacándola de sus pensamientos.

Keri levantó la vista y se dio cuenta que habían estacionado justo calle arriba después de la casa de Lanie Joseph. Los Caldwell tenían razón. Esta zona, aunque a menos de ocho kilómetros de su hogar, era de un aspecto bastante hostil.

Todavía eran solo las 5:30, pero el sol ya casi se había puesto y la temperatura estaba descendiendo. Pequeños grupos de jóvenes con atuendo de pandilla se estaban juntando en las bocacalles y las escalinatas de entrada, bebiendo cerveza y fumando cosas que no parecían cigarrillos. La mayoría de los céspedes estaban más marrones que verdes, y en todas partes las aceras estaban agrietadas, con la maleza abriéndose paso por entre los espacios. La mayoría de las residencias de la cuadra se veían como casas adosadas o dúplex, y todas tenían rejas en las ventanas y robustas puertas con tela metálica.

—¿Qué piensas, debemos llamar y pedir respaldo al Departamento de Policía de Culver City? —preguntó Ray—. Técnicamente, estamos fuera de nuestra jurisdicción.

—No... Tomará demasiado tiempo y quiero permanecer de bajo perfil, al entrar y al salir. Mientras más formal hagamos esto, más tiempo nos tomará. Si algo le pasó a Sarah, no tenemos tiempo que perder.

—Okey, entonces vamos —dijo él.

Salieron del vehículo y caminaron con presteza a la dirección que Mariela Caldwell les había proporcionado. Lanie vivía en el frente de una townhouse de dos unidades en Corinth, justo al sur de Culver Boulevard. La autopista 405 estaba tan cerca que Keri podía distinguir el color del cabello de los conductores que pasaban.

Mientras Ray tocaba la puerta exterior de metal, Keri miró, dos casas más allá, a cinco hombres apiñados en torno al motor de un Corvette, sentados sobre bloques en la carretera. Algunos de ellos lanzaban miradas de desconfianza a los intrusos, pero nadie dijo nada.

El sonido de varios niños chillando salía del interior. Al cabo de un minuto, la puerta de madera fue abierta por un pequeño niño rubio que no tendría más de cinco. Llevaba unos jeans llenos de agujeros y una camiseta blanca con una “S” tipo Supermán garabateada en casa.

Contempló a Ray, echando la cabeza hacia atrás todo lo posible. Luego miró a Keri, y pareciéndole menos temible, le habló.

—¿Qué quiere, señora?

Keri sintió que el chico no había recibido mucha luz y dulzura en su vida, así que se arrodilló hasta quedar a su nivel y le habló con la voz más gentil que pudo adoptar.

—Somos oficiales de policía. Necesitamos hablar un minuto con tu mami.

El niño, sin inmutarse, se volteó y gritó hacia el fondo de la casa.

—Mamá. Los policías están aquí. Quieren hablar contigo —aparentemente esta no era la primera vez que había recibido la visita de la ley.

Keri vio que Ray echaba un vistazo a los hombres que rodeaban el Corvette y sin mirar ella misma, le preguntó en voz baja: —¿Tenemos un problema por allá?

—Todavía no —contestó Ray por lo bajo—, pero podríamos tenerlo dentro de un rato. Debemos hacer esto rápido.

—¿Qué clase de policías son ustedes? —exigió saber el pequeño— No llevan uniformes. ¿Están encubiertos? ¿Son detectives?

—Detectives —le dijo Ray y aparentemente decidiendo que el chico no necesitaba ser consentido, le hizo a su vez una pregunta—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a Lanie?

—Oh, Lanie está en problemas de nuevo —dijo, con una sonrisa que abarcaba su rostro—. Nada sorprendente. Se fue a la hora del almuerzo para ver a su inteligente amiga. Supongo que esperaba que algo se le pegara. No apuesten a eso.

Justo entonces una mujer que vestía pantalones de chándal y una gruesa sudadera gris que decía “Continúa caminando”, apareció al final del vestíbulo. Mientras se aproximaba con pesadez hacia ellos, Keri la examinó. Era como de la estatura de Keri pero pesaba muy por encima de los noventa kilos.

Su pálida piel parecía fundirse con la sudadera gris, haciendo imposible asegurar dónde terminaba una y empezaba la otra. Su cabello rubio-grisáceo estaba recogido hacia atrás en una floja coleta, que estaba a punto de soltarse por completo.

Keri supuso que tenía menos de cuarenta, pero su cara agotada y desgastada la podía hacer ver como de cincuenta. Tenía bolsas bajo sus ojos y su rostro abotagado estaba cubierto de zonas enrojecidas, posiblemente debidas al alcohol. Estaba claro que alguna vez había sido atractiva, pero el peso de la vida la había consumido y ahora solo se podían entrever destellos de belleza.

—¿Qué ha hecho ahora? —preguntó la mujer, menos sorprendida que su hijo de ver a la policía en su puerta.

—¿Es usted la Sra. Joseph? —preguntó Keri.

—No he sido la Sra. Joseph en siete años. Fue cuando el Sr. Joseph me dejó por una terapista de masajes llamada Kayley. Ahora soy la Sra. Hart, aunque el Sr. Hart se fue sin despedirse apropiadamente hace unos dieciocho meses. Pero es demasiado complicado cambiar el nombre de nuevo, así que me he quedado con él por ahora.

—Así que usted es la madre de Lanie Joseph —dijo Ray, tratando de encarrilarla de nuevo—, pero, ¿su nombre es…?

—Joanie Hart. Soy la madre de cinco vándalos, incluyendo ésa por la que están aquí. ¿Y qué fue exactamente lo que hizo esta vez?

—No estamos seguros de que haya hecho nada, Sra. Hart —afirmó Keri, que no quería crear un conflicto innecesario con una mujer que claramente vivía cómoda con él—, pero los padres de su amiga Sarah Caldwell no han podido contactarla y están preocupados. ¿Ha sabido de Lanie desde el mediodía de hoy?

Joanie Hart la miró como si fuera de otro planeta.

—No estoy pendiente de eso —dijo—. Estuve trabajando todo el día; 7-Eleven no cierra solo porque ayer fue Acción de Gracias, ¿saben? Regresé hace apenas media hora. Así que no sé dónde está. Pero eso no es especial. Ella está fuera la mitad del tiempo y nunca me dice adónde va. A ésa le encanta guardar secretos. Creo que tiene un chico, pero no quiere que yo lo sepa.

—¿Alguna vez mencionó el nombre de este chico?

—Como dije, ni siquiera sé si existe. Solo estoy diciendo que no me sorprendería. A ella le gusta hacer cosas para cabrearme. Pero estoy demasiado cansada u ocupada para enfadarme para que sea ella la que se cabree. Ya sabe cómo es —dijo, mirando a Keri, que no tenía idea de cómo era.

Keri sintió crecer su molestia con respecto a esta mujer, que no parecía saber ni importarle dónde estaba su hija. Joanie no había preguntado sobre su bienestar ni había expresado preocupación alguna. Ray pareció captar lo que estaba sintiendo y habló antes que ella.

—¿Nos puede dar el número de teléfono de Lanie y una foto reciente de ella, por favor? —preguntó.

Joanie lució sorprendida pero no lo expresó.

—Deme un segundo —dijo, y regresó por el corredor.

Keri miró a Ray, que sacudió su cabeza para compartir su disgusto.

—¿Te importa si espero en el auto? —dijo Keri— Me preocupa que vaya a decir algo… improductivo para Joanie.

—Ve. Yo me encargo de esto. Quizás puedas llamar a Edgerton y ver que él pueda saltarse las reglas para accesar las cuentas de sus redes sociales.

—Raymond Sands, por todos los dioses —dijo ella, recuperando un poco su sentido del humor—. Parece que estás adoptando algunos de mis más cuestionables métodos policiales. Creo que eso me gusta.

Se dio la vuelta y se alejó antes de que él pudiera responder. Por el rabillo del ojo, vio que los hombres dos puertas más abajo la estaban observando. Se subió el cierre de su chaqueta, consciente de pronto del frío. El final de noviembre en Los Ángeles era bastante suave, pero cuando el sol ya no estaba, la temperatura se mantenía un poco por encima de los diez grados. Y todos esos ojos sobre ella añadían un escalofrío extra.

Cuando llegó al auto, se giró y colocó de tal manera que tuviera una buena visión tanto de la casa de Lanie como de sus vecinos mientras marcaba el número de Edgerton.

—Aquí, Edgerton —contestó la entusiasta voz de Kevin Edgerton, el detective más joven de la unidad. Podía tener solo veintiocho, pero ese chico alto y desgarbado era un genio de la tecnología, y el responsable de haber ayudado a resolver muchos casos.

De hecho, había sido fundamental en ayudar a Keri a entrar en contacto con el Coleccionista mientras ocultaba su verdadera identidad. Keri imaginaba que ahora mismo, estaba apartando de los ojos los largos flequillos de color castaño. Por qué no se cortaba ese cabello descuidado y milenial era algo que estaba más allá su comprensión, al igual que sus habilidades técnicas.

—Hey, Kevin, es Keri. Necesito un favor. Quiero que veas si puedes hacerme el favor de acceder a un par de cuentas de redes sociales. Una es de Sarah Caldwell de Westchester, edad dieciséis. La otra es Lanie Joseph, Culver City, también de dieciséis. Y por favor, no me sermonees sobre órdenes de registro y causas probables. Estamos tratando aquí con circunstancias urgentes y…

—Lo tengo —la interrumpió Edgerton.

—¿Qué? ¿Ya? —preguntó Keri sorprendida.

—Bueno, no Caldwell. Todas sus cuentas están protegidas por una contraseña y requieren de su aprobación para ser vistas. Puedo descifrarlas si lo necesitas. Pero espero que podamos evitar todas las incómodas situaciones legales solo haciendo uso del material de Joseph. Ella es un libro abierto. Cualquiera puede ver sus páginas. Yo lo estoy haciendo ahora.

—¿Dicen algo sobre dónde estuvo hoy después del mediodía? —preguntó Keri, mientras observaba que tres de los hombres del Corvette caminaban hacia ella.

Los otros dos se quedaron atrás, con su atención puesta en Ray, que permanecía junto a la puerta principal de Hart, esperando que Joanie encontrara una foto reciente de su hija. Keri se acomodó ligeramente de tal manera que su peso quedase mejor repartido en caso de que tuviera que hacer un movimiento súbito.

—Ella no ha publicado nada en Facebook desde anoche, pero hay un montón de posts en Instagram de ella con otra chica, que presumo es Caldwell. Son del Fox Hills Mall. Una es en una tienda de ropa. Otra es en un mostrador de maquillaje. La última es una de ella en lo que parece una mesa en una plaza de comidas, comiendo un pretzel. La leyenda dice ‘delicioso’. Es de las dos y seis p.m.

Los tres hombres caminaban ahora por el césped de los Harts y estaban a menos de siete metros de Keri.

—Gracias, Kevin. Una última cosa. Voy a enviarte los números de celular de ambas chicas. Apuesto a que el GPS fue apagado en ambos, pero necesito que rastrees su última localización conocida antes de que eso sucediera —dijo, al tiempo que los hombres se detenían enfrente de ella—. Tengo que irme. Volveré a llamarte si necesito más.

Keri colgó antes de que él pudiera responder y deslizó el teléfono en su bolsillo. De paso, desabrochó de manera discreta la funda de su arma.

Contemplando a los hombres, pero sin decir palabra, siguió recostada del vehículo, pero levantó la pierna derecha de tal manera que la planta de su pie descansara en la portezuela. De esa forma, tendría un extra de potencia si necesitaba impulsarse hacia adelante.

—Buenas tardes, caballeros —dijo finalmente con un tono firme, amigable—. Afuera está un poco fresco esta noche, ¿no creen?

Uno de ellos, claramente el alfa, soltó una risita y se volteó a sus amigos. —¿Dijo esta perra que está un poco fresco para sus pezones? —era hispano, de corta estatura, y un poco panzón visto de cerca, pero la amplia camisa de franela ocultaba su corpulencia, dificultando a Keri el determinar con quién se las tenía que ver. Los otros hombres eran altos y flacos, con las camisas colgando de sus esqueletos. Uno era blanco y el otro era hispano. Keri se tomó un momento para apreciar la diversidad racial de esta peculiar pandilla callejera antes de decidirse a aprovecharse de eso.

—¿Permiten ustedes por estos días que entren chicos blancos? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia el que desentonaba— ¿Qué? ¿Acaso es difícil conseguir suficientes miembros de piel morena dispuestos a seguir tus órdenes?

A Keri no le gustaba jugar esta carta, pero necesitaba crear una división entre ellos y sabía que muchas de estas pandillas eran muy exigentes con respecto a los requerimientos de ingreso.

—Esa boca te va a meter en problemas, mujer —siseó el Alfa.

—Sí, problemas —repitió el blanco. El hispano alto permaneció en silencio .

—¿Siempre andas por allí repitiendo los que tu jefe dice? —le preguntó Keri al blanco— ¿Levantas la basura que él deja caer en el suelo, también?

Los dos hombres se miraron entre sí. Keri podía afirmar que había puesto el dedo en la llaga. Detrás de ellos, vio que Ray había conseguido la foto de Lanie y caminaba hacia ellos. Los otros dos hombres junto al Corvette comenzaron a caminar en su dirección, pero él les lanzó una mirada penetrante y ellos se pararon en seco.

—Esta perra es ruda —dijo el blanco, aparentemente incapaz de inventarse algo más ingenioso.

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Yaş sınırı:
16+
Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
271 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9781640297746
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