Kitabı oku: «Una Razón Para Aterrarse », sayfa 3

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CAPÍTULO CUATRO

Cuando Avery entró en la oficina de la Dra. Higdon, se sintió como un cliché. La Dra. Higdon era muy tranquila y educada. Parecía siempre tener la cabeza un poco inclinada hacia arriba, mostrando la punta perfecta de su nariz y el ángulo de su barbilla. Era una mujer guapa, pero un poco exagerada.

Avery había luchado contra el impulso de verse con un terapeuta, pero sabía lo suficiente sobre cómo trabajaba la mente traumatizada como para saber que lo necesitaba. Y fue insoportable admitirse eso a sí misma. Odiaba la idea de visitar a un psiquiatra y tampoco quería recurrir a la psiquiatra de la policía de Boston que había visitado unas cuantas veces durante los años después de casos particularmente difíciles.

Así que se comunicó con la Dra. Higdon, una terapeuta de la que había oído hablar el año pasado durante un caso que involucró a un sospechoso que la había utilizado para superar una serie de miedos irracionales.

—Te agradezco que hayas podido reunirte conmigo tan pronto —dijo Avery—. Sinceramente creí que tendría que esperar unas semanas.

Higdon se encogió de hombros mientras se sentó en su silla. Cuando Avery se sentó en el sofá de al lado, la sensación de convertirse en un cliché viviente se intensificó.

—Bueno, he oído de ti unas cuantas veces en las noticias —dijo Higdon—. Y tu nombre ha salido a relucir con nuevos pacientes, personas que conociste en el cumplimiento de tu deber. Tenía una hora libre hoy, así que supuse que sería bien verte.

Dándose cuenta que era inaudito conseguir una cita con una terapeuta respetada solo dos días después de haber llamado, Avery supo que no debía tomar este tiempo por sentado. Y, como estaba acostumbrada a nunca andar con rodeos, no tuvo problema en ir directo al grano.

—Quería verme con un terapeuta porque, sinceramente, mi cabeza está hecha un desastre en este momento. Una parte de mí me dice que sanaré si me tomo tiempo libre. Otra parte de mí me dice que sanaré solo siendo productiva, y eso significa volver al trabajo.

—¿Cuál es la sanación que buscas? —preguntó Higdon—. ¿Podrías explicarme?

Avery pasó diez minutos haciendo precisamente eso. Empezó con los detalles de su último caso, incluyendo que el mismo había terminado con las muertes de su ex esposo y casi prometido. Explicó su mudanza de la ciudad y sus peleas recientes con Rose, tanto en su apartamento como en la tumba de Jack.

La Dra. Higdon empezó a hacerle preguntas, después de haber tomado notas todo el tiempo que Avery había hablado.

—¿Qué te hizo mudarte a la cabaña por el estanque Walden?

—Quería estar sola. Ese lugar es más aislado. Muy silencioso.

—¿Sientes que sanas mejor, tanto emocional como físicamente, cuando estás sola? —preguntó Higdon.

—No sé. Yo solo… no quería estar en un lugar donde la gente pudiera pasar por mi casa para ver cómo estaba cien veces al día.

—¿Nunca te ha gustado que las personas se preocupen por tu bienestar?

Avery se encogió de hombros y dijo: —En realidad, no. Se trata de vulnerabilidad, supongo. En mi profesión, la vulnerabilidad conduce a la debilidad.

—Dudo que eso sea cierto. En términos de percepción, probablemente, pero no es la realidad.

Higdon se detuvo un momento y luego se inclinó hacia delante y dijo: —Te llevaré directamente a los puntos clave. Estoy segura de que verás todo por lo que es. Además, el hecho de que se puedes admitir que temes ser vulnerable me dice mucho. Así que creo que podemos ir directamente al grano.

—Eso es lo que preferiría —respondió Avery.

—El tiempo que has pasado sola en la cabaña… ¿Crees que ha ayudado u obstaculizado tu proceso de sanación?

—Creo que es una exageración decir que me ha ayudado, pero sí lo ha hecho más fácil. Yo sabía que no tendría que lidiar con que todo el mundo estuviera preguntándome cómo estaba.

—¿Has intentado comunicarte con alguien durante ese tiempo?

—Solo con mi hija.

—¿Pero te rechazó?

—Así es. Estoy bastante segura de que me culpa por la muerte de su padre.

—Si estamos siendo honestas, creo que eso es cierto —dijo Higdon—. Y llegará a entender la verdad en su tiempo. Las personas hacen el luto de formas distintas. En lugar de escapar de todo en una cabaña en el bosque, tu hija ha optado por echarte la culpa. Ahora, ¿por qué renunciaste a tu trabajo?

—Porque sentía que lo había perdido todo —dijo Avery, sin siquiera haberse tenido que detener para pensarlo—. Porque sentía que lo había perdido todo y que había fracasado en mi trabajo. No podía quedarme porque era un recordatorio de que no era lo suficientemente buena.

—¿Todavía sientes que no eres lo suficientemente buena?

—Bueno… no. A riesgo de sonar vanidosa, soy muy buena en mi trabajo.

—Y llevas tres meses sin trabajar, ¿cierto?

—Sí —admitió Avery.

—¿Crees que tu deseo de volver se trata de recuperar lo que alguna vez fue tu vida o crees que progresarías si lo haces?

—Ese es el detalle. No lo sé. Pero estoy llegando al punto en el que creo que tengo que averiguarlo. Creo que tengo que volver.

La Dra. Higdon asintió y anotó algo antes de decir: —¿Crees que tu hija reaccionará negativamente si regresas a tu trabajo?

—Indudablemente.

—Está bien, entonces digamos que ella no estuviera en la ecuación; digamos que a Rose no le importaría si regresaras o no. ¿Aún tendrías estas dudas?

Avery cayó en cuenta en ese momento, y hacerlo fue como un balde de agua fría.

—Probablemente no.

—Creo que ahí tienes tu respuesta. Creo que en este punto del proceso de duelo, tú y tu hija no pueden permitir que una dicte como la otra hace el duelo. Rose necesita culpar a alguien en este momento. Esa es su forma de lidiar con lo que está sucediendo… y la relación tensa que tienen hace que sea fácil hacerlo. Y tú… Honestamente quiero decirte que volver al trabajo sería lo que te ayudaría a seguir adelante.

—¿Quieres decirme? —preguntó Avery, confundida.

—Sí, creo que tiene más sentido, dado tu historial y trayectoria. Sin embargo, durante todo este tiempo que has pasado sola, aislada de todo, ¿has tenido pensamientos suicidas?

—No —mintió Avery.

Se le hizo muy fácil mentir, y tampoco se arrepentía de haberlo hecho, así que continuó con la farsa:

—Sí, me he sentido muy mal. Pero tampoco tanto como para llegar a ese punto.

Sí, había omitido su casi-suicidio. Tampoco había mencionado el paquete que había recibido de Howard Randall. No sabía por qué. Por ahora, todo eso simplemente se sentía muy privado.

—Siendo ese el caso, creo que volver no tiene nada de malo. Sin embargo, creo que deberías tener un compañero. Y sé que eso podría ser delicado dado quién fue tu último compañero. Sin embargo, no deberías sumergirte a situaciones estresantes por tu cuenta. Incluso recomendaría que hicieras un poco de trabajo ligero primero. Tal vez hasta trabajar desde tu escritorio.

—Voy a ser sincera… eso no va a suceder.

Higdon esbozó una sonrisa y le dijo: —Entonces, ¿crees que eso es lo que vas a hacer? ¿Vas a ver si volver al trabajo te ayuda a superar estas dudas y la culpabilidad que sientes?

—Pronto —dijo Avery, pensando en la llamada de Connelly hace dos días—. Sí, creo que tal vez sí.

—Bueno, te deseo la mejor de las suertes —respondió Higdon, alcanzando para darle la mano—. Entre tanto, no dudes en llamarme si necesitas discutir algo.

Avery le dio la mano a Higdon y salió de la oficina. Odiaba admitirlo, pero se sentía mejor que como se había sentido estas últimas semanas, desde que había establecido una rutina de ejercicio y ejercitado su mente. Supuso que podría ser capaz de pensar con más claridad, y no porque Higdon había descubierto una verdad oculta. Simplemente había necesitado que alguien le señalara que, aunque Rose era la única persona que le quedaba en su vida fuera del trabajo, eso no significaba que el temor a lo que Rose pensara de ella debería dictar qué hacía con el resto de su vida.

Condujo hacia la salida más cercana para regresar a la cabaña. Vio los edificios altos de Boston a su izquierda. La comisaría quedaba a unos veinte minutos de allí. Podía ir para allá, visitar a todos y disfrutar de una cálida bienvenida. Podía arrancarse la curita y hacerlo.

Pero una cálida bienvenida no era lo que se merecía. De hecho, no estaba segura de qué era lo que se merecía.

Y tal vez por eso seguía vacilando.

***

La pesadilla de esa noche no fue nueva, pero sí tuvo un giro inesperado.

En ella, estaba sentada en una sala de visitas en un centro penitenciario. No era el mismo en donde había visitado a Howard Randall, sino uno mucho más grande con un aspecto griego. Rose y Jack estaban sentados en la mesa con un tablero de ajedrez entre ellos. Todas las piezas seguían en el tablero, pero los reyes se habían caído.

—No está aquí —dijo Rose, su voz resonando en la sala inmensa—. Tu pequeña arma secreta no está aquí.

—Quizá sea lo mejor —dijo Jack—. Ya es hora de que aprendas a resolver casos grandes por tu cuenta.

Jack entonces se pasó una mano por la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, se veía como lo hizo la noche en que descubrió su cuerpo. El lado derecho de su cara estaba ensangrentado y se veía hundido. Cuando abrió la boca para hablar, vio que no tenía lengua. Solo había oscuridad más allá de sus dientes, un abismo.

—No pudiste salvarme —le dijo Jack—. No pudiste salvarme y ahora tengo que confiar en que cuidarás a mi hija.

Rose se puso de pie en ese momento y comenzó a alejarse de la mesa. Avery también se puso de pie, segura de que algo muy malo sucedería si perdía a Rose de vista. Trató de seguirla, pero no pudo moverse. Miró hacia abajo y vio que sus dos pies habían sido clavados al suelo con enormes traviesas. Sus pies estaban destrozados, lo único que quedaba era sangre, huesos y trozos de carne.

—¡Rose!

Su hija solo miró hacia atrás, sonrió y saludó con la mano. Y, entre más se alejaba, más grande parecía la sala. Llegaron sombras desde todas las direcciones y descendieron sobre su hija.

—¡Rose!

—Está bien —dijo una voz detrás de ella—. Yo la cuidaré.

Se dio la vuelta y vio a Ramírez, sosteniendo su arma lateral y mirando hacia las sombras. Y mientras se fue tras Rose tan valientemente, las sombras empezaron a perseguirlo.

—¡No! ¡Quédate!

Avery trató de moverse, pero fue en vano. No pudo hacer nada mientras las dos personas que más había amado en el mundo fueron tragadas por la oscuridad.

Y allí fue cuando empezaron los gritos. Rose y Ramírez llenaron la sala con gritos de agonía.

Aún en la mesa, Jack le rogó: —Por el amor de Dios, ¡haz algo!

Y fue entonces cuando Avery se despertó, con un grito en la garganta. Encendió su lámpara de mesa con una mano temblorosa. Por un momento, vio una enorme sala frente a ella, pero poco a poco se desvaneció en la luz. Miró su dormitorio y, por primera vez, se preguntó si alguna vez se sentiría en casa aquí.

Se encontró pensando en la llamada de Connelly. Y después en el paquete de Howard Randall.

Su antigua vida estaba atormentado sus sueños y también estaba invadiendo esta nueva vida aislada que había tratado de crear para sí misma.

No parecía tener ningún escape.

Así que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar de tratar de escapar.

CAPÍTULO CINCO

Dejó de beber excesivamente, aunque este era uno de los peores momentos de su proceso de duelo, y reemplazó lentamente el alcohol por la cafeína. Sus sesiones de lectura a menudo consistían en dos tazas de café y una Coca-Cola light. Debido a esto, había comenzado a desarrollar dolores de cabeza leves si pasaba más de un día sin tomar café. No era la forma más sana de vivir, pero sin duda era mejor que beber como una borracha.

Es por eso que se encontró en una cafetería después del almuerzo el día siguiente. Había salido a comprar comida principalmente porque se le había acabado el café y, ya que solo se había tomado una taza esa mañana, necesitaba su dosis de cafeína antes de volver a la cabaña y terminar el día. Estaba terminando de leer un libro, pero también supuso que podría aventurarse en el bosque para volver a tratar de cazar ciervos.

La cafetería era moderna y popular, y vio cuatro personas trabajando en sus MacBook. La cola en el mostrador era larga, incluso para la hora. Todo el mundo estaba conversando, y se oía el zumbido de las máquinas detrás del mostrador, así como también el televisor que se encontraba en la barra.

Avery por fin llegó a la caja, ordenó su té chai con expreso y se sentó en la sala de espera. Pasó su tiempo mirando la cartelera llena de volantes de próximos eventos locales: conciertos, obras de teatro, recaudaciones de fondos…

Y entonces empezó a escuchar la conversación a su lado. Hizo todo lo posible para no parecer obvio que estaba escuchando a escondidas, manteniendo la mirada fijada en la cartelera.

Había dos mujeres detrás de ella. Una era veinteañera, y llevaba un portabebés. Su bebé dormía tranquilamente en su pecho. La otra mujer era un poco mayor, con bebida en mano pero no dispuesta a irse aún.

Estaban mirando el televisor detrás del mostrador. No estaban hablando tan fuerte, pero igual podía escucharlas.

—Dios mío… ¿Has oído hablar de esta historia? —estaba diciendo la madre.

—Sí —dijo la segunda mujer—. Es como si la gente estuviera buscando nuevas formas de hacer daño a otros. ¿Qué clase de mente enferma tendrías que tener para que siquiera se te ocurriera algo así?

—Parece que todavía no han encontrado al asqueroso —dijo la madre.

—Probablemente no lo harán —dijo la otra mujer—. Ya tendrían alguna pista. Por Dios… ¿Te imaginas a la familia del pobre hombre, teniendo que ver esto en las noticias?

En ese momento, la barista llamó a Avery por su nombre y le entregó su bebida en el mostrador. Avery la tomó y, ahora que estaba frente a la televisión, se permitió ver las noticias por primera vez en casi tres meses.

Había habido un asesinato a las afueras de la ciudad hace una semana, en un complejo de apartamentos deteriorado. La víctima había sido encontrada en su clóset, cubierto de muchas arañas de distintas variedades. La policía estaba trabajando bajo la premisa que el acto había sido intencional, ya que la mitad de las arañas no eran nativas de la región. A pesar de la abundancia de arañas en la escena, se encontraron solo dos mordeduras en el cuerpo, y ninguna había sido venenosa. Según las noticias, hasta ahora la policía estaba trabajando bajo la premisa que el hombre había sido estrangulado o había muerto por un ataque al corazón.

«Esas dos causas de muerte son muy distintas», pensó Avery mientras comenzó a alejarse.

No pudo evitar preguntarse si Connelly la había llamado hace tres días precisamente por este caso. Un caso muy singular y, hasta el momento, sin ningún tipo de respuesta.

«Sí, estoy bastante segura que es este el caso por el que me llamó», pensó.

Con su té en mano, Avery se dirigió hacia la puerta. Tenía el resto de la tarde libre, pero estaba segura de que sabía qué haría el resto de las horas. Le gustara o no, probablemente estaría mirando un montón de arañas.

***

Avery pasó el resto de la tarde familiarizándose con el caso. La historia en sí era tan mórbida que no le costó encontrar diversas fuentes. Encontró once diferentes fuentes confiables que contaban la historia de lo que le había pasado a un hombre llamado Alfred Lawnbrook.

El arrendador de Lawnbrook había entrado en su apartamento ya que se había atrasado en la renta por enésima vez y supo que algo estaba fuera de lugar de inmediato. Mientras leía la noticia, Avery no pudo evitar comparar su reciente experiencia con Rose y su arrendatario y, francamente, le puso los pelos de punta. Alfred Lawnbrook fue encontrado en el clóset de su habitación. Había estado cubierto parcialmente con al menos tres diferentes telas de araña y dos mordeduras diferentes, mordeduras que, como había oído en las noticias, no fueron venenosas.

Aunque no se podía determinar con exactitud, se estimaba que entre quinientas y seiscientas arañas habían sido encontradas en la escena. Algunas de ellas eran exóticas y no tenían por qué estar en un apartamento en Boston. Habían contactado a una aracnóloga y ella había señalado que había visto al menos tres especies que no eran nativas de Norteamérica, y mucho menos de Massachusetts.

«Así que fue intencional —pensó Avery—. Eso indica que es probable que este tipo ataque de nuevo. Y si va a atacar de nuevo de la misma forma, debería ser posible localizarlo y meterlo en la cárcel.»

El informe del forense indicó que Lawnbrook había muerto de un ataque al corazón, probablemente por el temor de la situación. Pero como nadie más había estado en el lugar durante el asesinato, había numerosos otros escenarios posibles. Nadie podía saberlo con seguridad.

Era un caso interesante… y también un poco mórbido. Avery no le tenía miedo a muchas cosas, pero las arañas encabezaban su lista de las cosas de las que podía prescindir. Y aunque las fotos de la escena no se habían hecho públicas (gracias a Dios), Avery se lo imaginó todo en su mente.

Cuando terminó de leer todo referente al caso, se quedó mirando por la ventana trasera durante bastante tiempo. Luego se dirigió a la cocina y se movió con cautela, como si tuviera miedo de que pudiera ser atrapada. Sacó la botella de whisky americano por primera vez en meses y se sirvió un trago. Se lo tomó rápidamente y luego agarró su teléfono. Buscó el número de Connelly y presionó LLAMAR.

Connelly respondió casi de inmediato, y eso no era propio de él. Avery supuso que eso decía mucho, considerando las circunstancias.

—Black —dijo Connelly—. No esperaba tener noticias de ti hoy.

Ella ignoró esta formalidad y le dijo: —¿El caso por el cual me llamaste ¿era el de Alfred Lawnbrook y las arañas?

—Sí —le respondió—. La escena fue examinada varias veces y el cuerpo fue escudriñado, pero no tenemos nada.

—Los ayudaré —dijo Avery—. Pero solo en este caso. Y quiero ser capaz de hacerlo a mi manera. Que nadie me ponga la mano en el hombro solo porque estoy pasando por un mal momento. ¿Puedes garantizarme eso?

—Haré todo lo posible.

Avery suspiró, resignada a lo bien que se sentía ser necesitada y saber que su vida pronto se sentirá como suya otra vez.

—Listo —dijo—. Nos vemos mañana en la A1.

CAPÍTULO SEIS

Avery no estaba segura de qué sentiría al volver a entrar en la comisaría por primera vez en más de tres meses. Tal vez unas mariposas en el estómago o una oleada de nostalgia. Tal vez incluso una sensación de seguridad que haría que se preguntara por qué había renunciado.

Lo menos que esperaba era que no sentiría nada. Sin embargo, eso es exactamente lo que pasó. Cuando volvió a entrar en la A1 la mañana siguiente, no sintió nada especial. Se sentía casi como si no se hubiera perdido ni un solo día.

Sin embargo, por lo visto era la única en el edificio que no sentía nada. Mientras hizo su camino por el edificio y de regreso a su antigua oficina, se dio cuenta de que todo estaba demasiado tranquilo. Era casi como si una ola de silencio la estuviera siguiendo. Las recepcionistas en el teléfono guardaron silencio, las conversaciones se acallaron. Todos la miraron como si una gran celebridad hubiera entrado en el edificio; sus ojos estaban muy abiertos del asombro, y sus rostros tristes. Avery se preguntó por un momento si Connelly siquiera se había molestado en informarles que iba a regresar.

Después de abrirse paso por la parte central del edificio y llegar a la parte trasera donde se encontraban las oficinas y salas de conferencia, todo se sintió un poco más natural. Miller, un chico que trabajaba en registros, la saludó con la mano. Denson, una policía mayor que estaba a punto de jubilarse, le sonrió, la saludó con la mano y le dijo: —¡Es bueno tenerte de regreso!

Avery le devolvió la sonrisa y pensó: «No estoy de regreso… Da igual. Puedes decirte a sí misma esa mentira cuantas veces quieras. Pero esto se siente natural para ti. Se siente bien.»

Vio a Connelly saliendo de su oficina al final del pasillo. El hombre le había ocasionado bastantes molestias y dolores de cabeza a lo largo de los años, pero estaba feliz de verlo. La sonrisa en su rostro le hizo saber que el sentimiento era mutuo. Se encontró con ella en el pasillo y se percató de que el capitán de la A1, quien era un hombre muy serio, se estaba conteniendo para no darle un abrazo.

—¿Cómo se sintió volver a pisar la A1 —preguntó.

—Extraño —respondió Avery—. Todos me miraron como si fuera una celebridad o algo. No sé si querían desviar la mirada o aplaudir.

—A decir verdad, me preocupaba que estallaran en un aplauso cerrado cuando entraras. Todos te han extrañado, Avery. A ti… Bueno, y también a Ramírez.

—Te lo agradezco.

—Me alegra. Porque estoy a punto de mostrarte algo que podría hacerte enojar. En el fondo, tenía la esperanza de que volverías algún día. Pero no podíamos permitir que la A1 se detuviera hasta que llegara ese día… así que ya no tienes una oficina.

Le explicó esto mientras la conducía por el pasillo en dirección a su antigua oficina.

—No es gran cosa —dijo Avery—. ¿A quién le quedó ese cuchitril de todos modos?

Connelly no respondió. En cambio, dio los últimos pasos hacia su oficina y asintió con la cabeza hacia ella. Avery se acercó a la puerta y asomó la cabeza. Su corazón se calentó un poco ante lo que vio.

Finley estaba sentado en su escritorio, bebiendo de una taza de café y leyendo algo en un portátil. Cuando vio a Avery, su rostro registró una variedad de emociones: sorpresa, felicidad y finalmente vergüenza.

No se contuvo como Connelly. Se levantó del escritorio al instante y se fue a la puerta para darle un abrazo. Había subestimado lo mucho que lo había extrañado. Aunque realmente nunca habían trabajado juntos, había disfrutado de ver a Finley avanzar por la escalera corporativa. Él era cómico, leal y de buen corazón. Se sentía como su hermano laboral lejano.

—Es bueno tenerte de regreso —dijo Finley—. Te hemos extrañado mucho.

—Ya hablé de todo eso con ella —dijo Connelly—. No la atormentemos su primer día de vuelta.

«Maldita sea, no estoy de vuelta», pensó. Pero eso se sentía cada vez menos creíble.

—¿Quieres que la lleve a la escena? —preguntó Finley.

—Sí, y pronto. O'Malley querrá hablar con ella más tarde y quisiera que esté al día para cuando llegue. Llévala y cuéntale todo lo que sabemos. Traten de salir en los próximos diez minutos.

Finley asintió, visiblemente feliz de haber sido asignado a la tarea. Mientras corría de vuelta a su portátil, Connelly le hizo un gesto a Avery para que volviera al pasillo y le dijo: —Ven conmigo.

Ella lo siguió por el pasillo hasta la gran oficina que se encontraba en el fondo. La oficina de Connelly no había cambiado nada. Aún medio desordenada, de su forma particular. Había tres tazas de café en su escritorio y supuso que al menos dos de ellas eran de esta mañana.

—Y una cosa más —dijo Connelly, caminando detrás de su escritorio. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó dos cosas que Avery probablemente había extrañado más que a cualquiera de las personas en este edificio.

Su arma y su placa. Ella sonrió mientras se acercó a ellas.

—Te hice el favor de llenarte el papeleo —dijo Connelly—. Son tuyos. También me encargaré del papeleo de tu remuneración y duración de estancia.

Avery honestamente no le importaba la paga ni cuánto tiempo se esperaba que se quedara manejando el caso. Cuando sus dedos se posaron en la placa y luego tomó la Glock, sintió algo inexplicable en su corazón.

Aunque pareciera triste, su placa y pistola se sentían familiares.

Se sentían como estar en casa.

***

La escena del crimen era de hace seis días y, por lo tanto, estaba vacía cuando ella y Finley llegaron. Se agacharon por debajo de la cinta amarilla y ella se quedó mirando mientras Finley abrió la puerta del apartamento de Alfred Lawnbrook con una llave que sacó de un sobre pequeño que tenía guardado en el bolsillo de su camisa.

—¿Le tienes miedo a las arañas? —preguntó Finley a lo que entraron.

—Un poco —dijo Avery—. Pero no se lo digas a nadie.

Finley asintió con una sonrisa sombría y le dijo: —Solo pregunto porque, aunque los aracnólogos y exterminadores vinieron a encargarse de ellas, estoy seguro de que se les escaparon varias. Sin embargo, solo las más comunes. Ninguna exótica.

La guio por el apartamento básico. La disposición y los aparatos le dijeron que Lawnbrook había estado divorciado o era un soltero.

—Pero sí encontraron arañas que no tenían por qué estar aquí, ¿cierto? —preguntó.

—Absolutamente —dijo Finley—. Al menos tres especies. Una de ellas era nativa de India, creo. Tengo las notas detalladas guardadas en mi celular, si quieres verlas. La experta en arañas que examinó el lugar dijo que, cuando el cuerpo fue encontrado, hubo por lo menos dos especies en la escena del crimen que tuvieron que haber sido encargadas a un distribuidor. Y que probablemente fueron difíciles de conseguir.

—¿Encontraron algunas arañas enormes? —preguntó Avery.

—Creo que dijo que la más grande fue aproximadamente del tamaño de una pelota de golf. Y en mi opinión, eso es lo suficientemente grande.

Entraron en el dormitorio y Avery hizo todo lo posible por no empezar a mirar las paredes y el suelo por si había arañas sueltas. Luego de echarle un vistazo a la habitación, se dio cuenta de que todo estaba bastante limpio. La puerta del clóset estaba abierta, lo que le permitió a Finley alcanzar adentro y encender la luz. Lo hizo muy rápidamente antes de retroceder.

—Lawnbrook fue encontrado en la esquina trasera izquierda —dijo Finley—. Las fotos están en la A1. Estoy seguro de que a O'Malley le encantaría mostrártelas. Ese idiota está fascinado con este caso.

Avery entró en el clóset. Aparte de unos cuantos filamentos sueltos de tela de araña en la esquina, no había nada que ver.

Luego salió de la habitación y empezó a registrar el lugar en busca de algún indicio de allanamiento. Finley se quedó atrás, manteniendo su distancia y dejándola trabajar. Buscó cualquier cosa que estuviera fuera de lugar, incluso algo tan pequeño como una foto enmarcada en la sala de estar, pero no encontró nada. Le echó un vistazo a los libros en la pequeña estantería al lado del centro de entretenimiento para ver si veía algo referente a arañas, pero no encontró nada.

—¿Lawnbrook estaba interesado en arañas? —preguntó Avery.

—No, no hemos encontrado nada que lo indique.

—¿Alguien ya fue a hablar con su familia?

—Sí. Y creo que O'Malley fue uno de los oficiales que se comunicó con la familia. Por lo que entiendo, lo describieron como un miedoso. Odiaba las montañas rusas, las películas de terror, cosas por el estilo. Así que es bastante improbable que le gustaran las arañas.

«Así que si las arañas no estaban aquí por Lawnbrook, ¿por qué estaban aquí? —se preguntó Avery—. ¿Y qué tipo de persona las traería aquí? ¿Y por qué?»

Los días que había pasado ejercitando su mente con Sudoku y crucigramas habían servido de algo. Una vez que su mente comenzó a indagar en las preguntas, no pudo detenerla. Y se sentía bien.

—¿Sabes si Lawnbrook todavía está con el forense? —preguntó.

—Sí, todavía está allí. Los expertos en arañas han estado estudiándolo. Se encontraron huevos en su nariz e intestino delgado durante la autopsia.

Avery no pudo contener el estremecimiento que la inundó ante esta revelación.

—¿Tienes ganas de dar un paseo?

—Te llevaré a donde sea, siempre y cuando me aleje de este lugar. Sé que se llevaron a todas las arañas, pero…

—Pero sientes que las tienes encima —dijo Avery con una sonrisa temblorosa—. Lo sé. Vámonos.

***

Incluso el ritmo agitado de viajar de un lado a otro para encontrar respuestas se sentía increíble para ella. Ella no era la única que se encontraba en movimiento, sino también su vida. Sintió el movimiento de las personas y los lugares pasándole por el lado mientras Finley la llevó a la oficina del forense.

Tenía la esperanza de que se encontrara a un aracnólogo allí cuando llegaran, pero no tuvo suerte. Al menos sí encontró a la mujer que le había hecho la autopsia. Después de haber sido guiada hasta las salas de examen, Avery y Finley se encontraron con Cho Yin. Yin era una mujer asiática pequeña y hermosa, que parecía estar más que encantada de discutir el caso. Como O'Malley, el caso también le parecía fascinante.

Se reunieron en la oficina del Yin, una sala muy ordenada con un archivador antiguo en la esquina trasera. Avery se presentó y fue directo al grano. Ya se sentía atrasada por haber sido la última persona en llegar a trabajar en el caso, así que no tenía tiempo para cháchara.

—Supongo que mi primera pregunta es sobre las mordeduras —dijo Avery—. Por lo que sé, solo encontraron dos.

Yin negó con la cabeza, viéndose sorprendida.

—No, eso no es correcto. Supongo que la prensa que equivocó. Encontramos tres mordeduras de arañas que podrían haber sido letales. Pero también encontramos otras mordeduras, la mayoría de arañas no venenosas. Encontramos veintidós en total.

—Dios mío —dijo Avery—. ¿Y eso sería suficiente para matar a alguien?

—Sí, sobre todo una de las mordeduras de las arañas venenosas. Había dos mordeduras de una reclusa parda. Esto lo sabemos con certeza porque un entomólogo estuvo presente durante la autopsia. La tercera mordedura venenosa vino de una araña de tela de embudo. Y, por lo que sé, esa es una araña muy rara. No es nativa de Norteamérica.

—¿De dónde vino, entonces? —preguntó Avery.

—No sé. Tendrías que hablar con el aracnólogo. Y no estoy completamente segura de que el veneno de las mordeduras mató a la víctima. El experto en arañas y yo estábamos en desacuerdo sobre eso.

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Litres'teki yayın tarihi:
10 ekim 2019
Hacim:
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ISBN:
9781640299337
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