Una Vez Atrapado

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CAPÍTULO CINCO

Riley estaba hiperventilando mientras trataba de darle sentido a lo que acababa de pasar.

«Seguramente puedo impugnar esta decisión», pensó.

La agencia y el abogado podrían encontrar pruebas sólidas de la conducta abusiva de Scarlatti.

Pero ¿qué sucedería en el ínterin?

Jilly jamás se quedaría con su padre. Volvería a huir… y esta vez podría desaparecer para siempre.

Quizá nunca la volvería a ver.

Todavía sentado en el banco, el juez le dijo a Jilly: —Señorita, creo que deberías ir con tu padre.

Para sorpresa de Riley, Jilly parecía completamente tranquila.

Ella apretó la mano de Riley y susurró: —No te preocupes, mamá. Todo va a estar bien.

Se acercó al lugar donde Scarlatti y su novia estaban ahora de pie. La sonrisa de Albert Scarlatti parecía cálida y acogedora.

Justo cuando su padre le tendió los brazos para abrazarla, Jilly dijo: —Tengo algo que decirte.

Scarlatti parecía curioso.

Jilly dijo: —Tú mataste a mi hermano.

—¿Q... qué? —tartamudeó Scarlatti—. Eso no es cierto y lo sabes. Tu hermano Norbert huyó. Te lo he dicho un montón de veces…

Jilly lo interrumpió. —No, no estoy hablando de mi hermano mayor. Ni siquiera lo recuerdo. Estoy hablando de mi hermano menor.

—Pero nunca tuviste…

—No, nunca tuve un hermano menor. Porque lo mataste.

Scarlatti quedó boquiabierto y su rostro enrojeció.

Su voz temblando de ira, Jilly continuó: —Supongo que crees que no recuerdo a mi madre porque era muy pequeña cuando se fue. Pero sí la recuerdo. Recuerdo que estaba embarazada. Te recuerdo gritándole. La golpeaste en el estómago. Te vi hacerlo una y otra vez. Luego se enfermó. Y ya no estaba embarazada. Ella me dijo que era un niño, que habría sido mi hermano menor, pero tú lo mataste.

Riley no podía creer lo que Jilly estaba diciendo. No tenía duda de que todo eso era cierto.

«Ojalá me lo hubiera dicho», pensó.

Pero, por supuesto, quizá era muy doloroso para ella—y solo ahora se había atrevido a hablar de eso.

Jilly estaba sollozando ahora. Ella dijo: —Mami lloró mucho cuando me lo contó. Me dijo que tenía que irse porque si no la matarías. Y eso hizo. Y nunca la volví a ver.

El rostro de Scarlatti se estaba retorciendo en una expresión fea. Era evidente para Riley que estaba luchando con su rabia.

Gruñó: —Niña, no sabes de lo que hablas. Te lo imaginaste todo.

Jilly dijo: —Ella llevaba su vestido azul bonito ese día. El único que le gustaba. Para que veas, sí lo recuerdo. Lo vi todo.

Matas a todo y a todos tarde o temprano. No lo puedes evitar. Apuesto a que también me mentiste cuando me dijiste que mi cachorra huyó. Probablemente también mataste a Darby.

Scarlatti estaba temblando.

—Mi madre hizo lo correcto al marcharse y espero que sea feliz, dondequiera que esté. Y si está muerta, bueno, igual está mejor de lo que estaría contigo.

Scarlatti gritó de furia: —¡Cállate, perra!

Luego agarró a Jilly por el hombro con una mano y la abofeteó con la otra.

Jilly gritó y trató de apartarse de él.

Riley corrió hacia Scarlatti. Antes de que llegara, dos oficiales de seguridad habían agarrado al hombre por los brazos.

Jilly se liberó y corrió hacia Riley.

El juez golpeó su mazo y todo quedó en silencio. Miró alrededor de la sala, como si no podía creer lo que acababa de suceder.

Por un momento, se quedó allí respirando fuerte.

Luego miró a Riley y le dijo: —Sra. Paige, creo que le debo una disculpa. Tomé la decisión equivocada, y la anulo. —Miró a Scarlatti y añadió: —Una palabra más y lo tendré que arrestar. —Mirando a los demás en la sala, el juez dijo con firmeza—: No habrá más audiencias. Esta es mi determinación final sobre esta adopción. Se concede la custodia a la madre adoptiva.

Volvió a golpear su mazo, se levantó y abandonó la sala sin decir nada más.

Riley se volvió y miró a Scarlatti. Sus ojos oscuros estaban furiosos, pero los dos oficiales de seguridad seguían a su lado. Miró a su prometida, quien estaba mirándola horrorizada. Luego Scarlatti bajó la cabeza y se quedó allí sin decir nada.

Jilly se lanzó a los brazos de Riley, sollozando.

Riley la abrazó y le dijo: —Eres una niña valiente, Jilly. Nunca te dejaré ir, no importa lo que pase. Cuenta conmigo.

*

La mejilla de Jilly seguía ardiendo mientras Riley se encargaba de algunos detalles con Brenda y el abogado. Pero era un dolor agradable que sabía que pronto desaparecería. Había dicho la verdad sobre algo que se había reservado por demasiado tiempo. Como resultado, se había librado de su padre.

Riley, su nueva mamá, las regresó a su habitación de hotel, donde empacaron rápidamente y se dirigieron al aeropuerto. Llegaron con tiempo de sobra para tomar su vuelo a casa y registrar sus maletas para que no tuvieran que cargarlas. Luego se fueron juntas a un baño.

Jilly se quedó mirándose en un espejo mientras su madre estaba en un baño cercano.

Un pequeño hematoma se estaba formando en el lado de su rostro donde su padre le había pegado. Pero iba a estar bien ahora.

Su padre nunca volvería a hacerle daño. Y solo porque había dicho la verdad sobre el hermano menor que había perdido. Eso había cambiado las cosas.

Sonrió un poco al recordar a mamá diciéndole: —Eres una niña valiente, Jilly.

«Sí —pensó Jilly—. Creo que soy muy valiente.»

CAPÍTULO SEIS

Cuando Riley salió del baño, no vio a Jilly por ningún lugar.

Lo primero que sintió fue un destello de ira.

Recordó haberle dicho a Jilly claramente: —Espérame justo al otro lado de la puerta. No vayas a ninguna parte.

Y ahora no la veía por ningún lado.

«Qué niña», pensó Riley.

No le preocupaba perder su vuelo. Tenían un montón de tiempo para abordar. Pero había querido tomarse las cosas con calma después de un día tan difícil. Había planeado pasar por seguridad, encontrar su puerta de embarque y luego encontrar un buen lugar para comer.

Riley suspiró con desaliento.

Incluso después de la valentía de Jilly en la sala del tribunal, Riley no pudo evitar sentirse decepcionada por esta nueva muestra de inmadurez.

Sabía que si se disponía a buscar a Jilly en el gran terminal, probablemente jamás la encontraría. Por esa razón, buscó un lugar para sentarse y esperar a que Jilly volviera, lo cual seguramente haría tarde o temprano.

Pero mientras Riley miraba alrededor del gran terminal, vio a Jilly pasando por una de las puertas de cristal que daba al exterior.

O al menos pensó que era Jilly, dado que era difícil estar segura de dónde Riley estaba de pie.

¿Y quién era esa mujer con la que la niña parecía estar?

Parecía Barbara Long, la prometida de Albert Scarlatti.

Pero las dos personas desaparecieron rápidamente entre los viajeros.

Riley sintió un escalofrío de temor. ¿Sus ojos le habían jugado una mala pasada?

No, ahora estaba bastante segura de lo que había visto.

Pero ¿qué estaba pasando? ¿Por qué Jilly iría a cualquier lado con esa mujer?

Riley se puso en movimiento. Sabía que no tenía tiempo para darle sentido. Se echó a trotar e instintivamente metió la mano debajo de su chaqueta y palmeó la pistola que llevaba en su pistolera.

Fue detenida por un guardia uniformado que se puso frente a ella.

Dijo con una voz profesional: —¿Está sacando un arma, señora?

Riley soltó un gemido de frustración y dijo: —Señor, no tengo tiempo para esto.

Supo por la expresión del guardia que eso había confirmado sus sospechas.

Sacó su propia arma y se acercó a ella. Por el rabillo del ojo, Riley vio que otro guardia había detectado la actividad y también se aproximaba.

—Déjeme pasar —espetó Riley, mostrando ambas manos—. Soy agente del FBI.

El guardia con el arma no respondió. Riley supuso que no le creía. Y ella sabía que estaba entrenado para no creerle. Solo estaba haciendo su trabajo.

El segundo guardia parecía que estaba a punto de cachearla.

Riley estaba perdiendo valioso tiempo. Dada su formación, sabía que probablemente podría desarmar al guardia con el arma antes de que pudiera disparar. Pero lo último que necesitaba era pelear con guardias de seguridad bien intencionados.

Obligándose a detenerse, dijo: —Déjeme mostrarle mi placa.

Los dos guardias se miraron con recelo.

—De acuerdo —dijo el guardia con el arma—. Pero despacito.

Riley sacó su placa cuidadosamente y se las mostró.

Ambos quedaron boquiabiertos.

—Estoy apurada —dijo Riley.

El guardia delante de ella asintió y enfundó su arma.

Riley se echó a correr por el terminal y salió por las puertas de cristal.

Riley miró a su alrededor. Ni Jilly ni la mujer estaban a la vista.

Pero luego vio la cara de su hija en la ventanilla trasera de un VUD. Jilly parecía alarmada, y sus manos estaban presionadas contra el cristal.

Peor aún, el vehículo estaba empezando a alejarse.

Riley se echó a correr.

Por suerte, el VUD se detuvo. El vehículo que estaba delante se había detenido para dejar a los peatones pasar y el VUD estaba atrapado detrás de él.

Riley llegó al lado del conductor antes de que el VUD pudiera alejarse.

Vio a Albert Scarlatti en el asiento del conductor.

 

Sacó su arma y la apuntó a la ventana, directamente a su cabeza.

—Se acabó, Scarlatti —gritó a todo pulmón.

Pero Scarlatti abrió la puerta abierta inesperadamente, golpeándola con ella. La pistola cayó de su mano y al pavimento.

Riley estaba furiosa ahora, no solo con Scarlatti, sino con consigo misma por calcular mal la distancia entre ella y la puerta. Aunque se había dejado llevar por el pánico, logró calmarse para pensar.

Este hombre no se iría con Jilly.

Antes de que Scarlatti pudiera volver a cerrar la puerta, Riley metió su brazo adentro para bloquearla. Aunque la puerta golpeó su brazo dolorosamente, no cerraba.

Riley abrió la puerta de par en par y vio que Scarlatti no se había molestado en abrocharse el cinturón de seguridad.

Lo agarró por el brazo y lo arrastró fuera del auto.

Era un hombre grande y más fuerte de lo que esperaba. Él se logró soltar y levantó el puño para pegarle en la cara. Pero Riley fue más rápida. Lo golpeó con fuerza en el plexo solar y escuchó el viento salir de golpe de sus pulmones mientras se dobló hacia adelante. Luego lo golpeó en la nuca.

Se cayó de bruces sobre el pavimento.

Riley encontró su arma y la enfundó.

Para entonces, varios guardias de seguridad estaban a su alrededor. Afortunadamente, uno de ellos era el hombre al que se había enfrentado en la terminal.

—No pasa nada —les gritó el hombre a los otros guardias—. Ella es del FBI.

Los guardias preocupados obedientemente mantuvieron la distancia.

En ese momento, Riley oyó a Jilly gritar desde dentro del auto: —¡Mamá! ¡Abre la puerta!

Cuando Riley se acercó al vehículo, vio que la mujer, Barbara Long, estaba sentada en el asiento del copiloto y parecía aterrada.

Sin decir una palabra, Riley tocó el interruptor de desbloqueo que controlaba todas las puertas.

Jilly abrió la puerta y salió del auto.

Barbara Long abrió la puerta de su lado, como si tuviera la intención de escabullirse. Pero uno de los guardias la detuvo antes de que pudiera dar dos pasos.

Pareciendo completamente derrotado, Scarlatti estaba tratando de ponerse de pie.

Riley se preguntó: «¿Qué debo hacer con este tipo? ¿Arrestarlo? ¿Y qué de la mujer?»

Parecía una pérdida de tiempo y energía. Además, si lo acusaba, ella y Jilly estarían atrapadas en Phoenix por varios días.

Mientras estaba tratando de decidirse, oyó la voz de Jilly detrás de ella: —¡Mamá, mira!

Riley se dio la vuelta y vio a Jilly sosteniendo una perrita con orejas grandes en sus brazos.

—Podrías dejar ir a mi ex-padre —dijo Jilly, con una sonrisa maliciosa— Después de todo, trajo de vuelta a mi perrita. Qué amable de su parte.

—Es… —espetó Riley asombrada, tratando de recordar el nombre de la cachorra de la que Jilly había hablado.

—Ella es Darby —dijo Jilly con orgullo—. Ahora se puede ir a casa con nosotras.

Riley vaciló por un momento, y luego sintió una sonrisa formándose en sus labios.

Miró a los guardias y dijo: —Encárguense de él como quieran. Y de su prometida también. Mi hija y yo tenemos que coger un avión.

Riley alejó a Jilly y a la perrita de los guardias perplejos.

—Vamos —le dijo a Jilly—. Tenemos que encontrar una jaula. Y explicarle esto a la aerolínea.

CAPÍTULO SIETE

Mientras el avión descendía hacia DC, Riley tenía a Jilly acurrucada contra su hombro, tomando una siesta. Incluso la cachorra, nerviosa y llorona al inicio del vuelo, estaba tranquila ahora. Darby estaba durmiendo tranquilamente en la jaula que habían comprado a toda prisa. Jilly le había explicado a Riley que Barbara se le había acercado afuera del baño y convencido a ir con ella para buscar a Darby, alegando que ella odiaba los perros y que quería que Jilly la tuviera. Cuando llegó al auto, Barbara la metió dentro y cerró las puertas, y el auto se puso en marcha.

Ahora que todo el calvario había terminado, Riley se encontró pensando de nuevo en la extraña llamada telefónica de Morgan Farrell.

—Maté al bastardo —le había dicho Morgan.

Riley había llamado a la policía de Atlanta de inmediato, pero no había tenido noticias desde entonces, y tampoco había tenido tiempo de llamar para averiguar lo que había sucedido.

Se preguntó si Morgan le había dicho la verdad o si Riley había llamado para nada.

¿Morgan estaba en custodia?

A Riley le parecía difícil de creer que la mujer de aspecto frágil había matado a nadie.

Pero Morgan había sido muy insistente.

Riley la recordó diciendo: —Estoy mirando su cuerpo tendido en la cama. Tiene cuchilladas por todas partes y sangró mucho.

Riley sabía muy bien que incluso las personas menos sospechosas podrían ser conducidas a extremos violentos. Por lo general ocurría por algo reprimido y oculto que estallaba bajo circunstancias extremas, haciéndolas cometer actos aparentemente inhumanos.

Morgan también le había dicho: —He estado bastante ida últimamente, y tiendo a no recordar las cosas que hago.

Tal vez Morgan había fantaseado o alucinado todo el asunto.

Riley se recordó a sí misma: «Lo que fuera que sucedió, no es de mi incumbencia.»

Era hora de que se centrara en su propia familia, la cual ahora incluía dos hijas y, para su sorpresa, una perra.

Y ya era hora de volver al trabajo.

Pero Riley no pudo evitar pensar que después de la audiencia de hoy y lo que había pasado en el aeropuerto, tal vez se merecía un buen descanso. ¿No debería tomarse otro día de licencia antes de volver a Quantico?

Riley suspiró cuando cayó en cuenta: «Probablemente no.»

Su trabajo era importante para ella. Quizá era importante para el bien común. Pero pensar de esa forma la preocupaba. ¿Qué clase de madre trabajaba día tras día para atrapar a los monstruos más feroces, a veces encontrando monstruosidad en sí misma en el proceso?

Sabía que a veces no podía evitar traer su trabajo sombrío a casa, a veces incluso de la forma más extrema posible. Sus casos habían puesto las vidas de las personas que amaba en peligro.

«Pero es lo que hago», pensó.

Y en el fondo, sabía que su trabajo era bueno. De alguna manera, se lo debía a sus hijas seguir haciéndolo, no solo para protegerlas de monstruos, sino para demostrarles que los monstruos podían ser derrotados.

Necesitaba seguir siendo un ejemplo para ellas.

«Es mejor así», pensó.

Cuando el avión se detuvo en la explanada, Riley sacudió a Jilly.

—Despierta, dormilona —le dijo—. Ya llegamos.

Jilly se quejó un poco, y luego esbozó una sonrisa cuando vio a la perra en su jaula. Darby acababa de despertarse y estaba mirando a Jilly y moviendo la cola alegremente.

Luego Jilly miró a Riley con alegría en sus ojos.

—Realmente lo logramos, mamá —dijo—. Ganamos.

Riley la abrazó fuertemente y dijo: —Claro que sí, cariño. Ahora realmente eres mi hija, y yo tu mamá. Y nada podrá cambiar eso.

*

Cuando Riley, Jilly y la perra llegaron a su casa adosada, April estaba esperándolas en la puerta. Adentro estaba Blaine, el novio divorciado de Riley, y su hija de quince años de edad, Crystal, quien también era la mejor amiga de April. El ama de llaves guatemalteca de la familia, Gabriela, estaba mirando desde cerca.

Riley y Jilly habían reportado las buenas noticias desde Phoenix y habían llamado de nuevo al aterrizar para avisar que estaban de regreso, pero no habían mencionado a la cachorra. Todos estaban allí para recibir a Jilly, pero después de un momento, April se inclinó para mirar la jaula que Riley había colocado en el suelo.

—¿Qué es eso?—preguntó.

Jilly simplemente se echó a reír.

—Es algo vivo —dijo Crystal.

Jilly abrió la jaula para que Darby saliera. Tenía los ojos bien abiertos y parecía un poco preocupada.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —gritó Crystal.

—¡Tenemos una perrita! —chilló April—. ¡Tenemos una perrita!

Riley se echó a reír al recordar cuán tranquila y serena había parecido April cuando hablaron la noche anterior. Ahora toda esa madurez adulta había desaparecido repentinamente, y April se estaba comportando como una adolescente otra vez. Era maravilloso.

Jilly tomó a Darby en sus brazos. No le tomó a la perra mucho tiempo comenzar a disfrutar de toda la atención.

Mientras las chicas continuaron hablando ruidosamente de la perra, Blaine le preguntó a Riley: —¿Cómo salió todo? ¿Ya está todo resuelto?

—Sí —le dijo Riley, sonriendo—. Se acabó. Jilly es legalmente mía.

Todos los demás estaban demasiado entusiasmados con la perra como para hablar de la adopción.

—¿Cuál es su nombre? —dijo April, sosteniendo la perra.

—Darby —le dijo Jilly a April.

—¿De dónde la sacaste? preguntó Crystal.

Riley se echó a reír y dijo: —Bueno, eso es toda una historia. Danos unos minutos para instalarnos y la contaremos.

—¿Qué raza es? —preguntó April.

—Parte Chihuahua, creo —dijo Jilly.

Gabriela tomó la perra de las manos de April y la examinó cuidadosamente.

—Sí, es parte Chihuahua, y también otras razas —dijo la mujer robusta—. Es una perra mestiza. Los perros mestizos son los mejores. Aunque le falta un poco por crecer, se quedará pequeña. ¡Bienvenida, Darby! ¡Nuestra casa es tuya también! —Le entregó la cachorra a Jilly y le dijo—: Necesitará agua y comida después de que todo se calme. Tengo unos restos de pollo que podemos darle más tarde, pero vamos a tener que comprar comida para perros pronto.

Siguiendo las instrucciones de Gabriela respecto a Darby, las chicas subieron las escaleras a toda prisa al cuarto de Jilly para hacerle una cama y dejar periódicos viejos en caso de que tuviera que ir al baño durante la noche.

Entretanto, Gabriela sirvió la comida, un delicioso plato guatemalteco llamado pollo encebollado. Pronto todos se sentaron a comer.

Blaine, quien era chef y dueño de un restaurante, elogió la comida y le hizo un montón de preguntas a Gabriela sobre la misma. Luego la conversación giró en torno hacia todo lo que había pasado en Phoenix. Jilly insistió en contar toda la historia. Blaine, Crystal, April y Gabriela escucharon boquiabiertos la escena salvaje en la sala de tribunal, y luego la aventura aún más salvaje en el aeropuerto.

Y, por supuesto, todo el mundo estaba encantado de escuchar sobre la nueva perra que había entrado en sus vidas.

«Somos una familia ahora —pensó Riley—. Y es genial estar en casa.»

También sería genial volver al trabajo mañana.

Después del postre, Blaine y Crystal se fueron a casa, y April y Jilly fueron a la cocina para alimentar a Darby. Riley se sirvió una copa y se sentó en la sala de estar.

Se sintió relajarse más con cada minuto que pasaba. Aunque había sido un día de locos, ya se había acabado.

En ese momento, su teléfono sonó, y vio que la llamada era de Atlanta.

Eso sorprendió a Riley. ¿Podría ser Morgan de nuevo? ¿Quién más la estaría llamando desde Atlanta?

Ella cogió el teléfono y escuchó la voz de una mujer. —¿Agente Paige? Mi nombre es Jared Ruhl. Soy un oficial de policía aquí en Atlanta. La centralita de Quantico me dio tu número.

—¿Qué puedo hacer por ti, oficial Ruhl? —dijo Riley.

Con voz vacilante, Ruhl dijo: —Bueno, supongo que sabes que arrestamos a una mujer por el asesinato de Andrew Farrell anoche. Su esposa, Morgan. De hecho, ¿tú no eres la persona que lo reportó?

Riley se sintió inquieta.

—Sí —dijo.

—También he oído que Morgan Farrell te llamó justo después del asesinato, antes de llamar a nadie más.

—Eso es correcto.

En ese momento cayó un silencio. Riley percibía que Ruhl estaba luchando con lo que quería decir.

Finalmente dijo: —Agente Paige, ¿qué sabes sobre Morgan Farrell?

Riley entrecerró los ojos con preocupación y dijo: —Oficial Ruhl, creo que no debo hacer ningún comentario. Realmente no sé nada de lo sucedido, y no es un caso del FBI.

—Entiendo. Lo siento, supongo que no debí haberte llamado… —Su voz se quebró y luego añadió—: Pero agente Paige, no creo que Morgan Farrell mató a su esposo. Soy nuevo, y sé que tengo mucho que aprender… pero no me parece una asesina.

 

Esas palabras sobresaltaron a Riley.

Morgan Farrell tampoco le había parecido una asesina. Pero tenía que tener cuidado con lo que le decía a Ruhl. No estaba del todo segura de que debería estar teniendo esta conversación en absoluto.

Ella le preguntó a Ruhl: —¿Ha confesado?

—Me dicen que sí. Y todo el mundo cree en su confesión. Mi compañero, el jefe de la policía, el fiscal—absolutamente todos. Excepto yo. Y no puedo evitar preguntarme si…

No terminó su frase, pero Riley sabía qué se estaba preguntando.

Quería saber si Riley creía a Morgan capaz de asesinato.

Lentamente y con cautela, dijo: —Oficial Ruhl, aprecio su preocupación. Pero no es apropiado especular sobre el asunto. Supongo que es un caso local, y a menos que se le solicite al FBI ayudar en la investigación, bueno… francamente, no es asunto mío.

—Por supuesto, disculpa —dijo Ruhl educadamente—. Debí haberlo sabido. De todos modos, gracias por atender mi llamada. No te volveré a molestar.

Finalizó la llamada, y Riley se quedó mirando el teléfono mientras bebía de su vaso.

Las chicas le pasaron por el lado, seguidas de cerca por la cachorra. Estaban de camino a la sala de estar para jugar, y Darby parecía muy feliz.

Riley las vio pasar con una profunda sensación de satisfacción. Pero entonces los recuerdos de Morgan Farrell comenzaron a invadir su mente.

Ella y su compañero, Bill Jeffreys, habían ido a la mansión de los Farrell para entrevistar al esposo de Morgan en relación con la muerte de su propio hijo.

Recordó que Morgan había parecido casi demasiado débil como para estar de pie, apoyándose contra el pasamano de la escalera mientras su esposo la miraba como si fuera un trofeo.

Recordó la mirada distante y aterrada de la mujer.

También recordó lo que Andrew Farrell había dicho de ella tan pronto como estuvo fuera del alcance del oído: —Una modelo muy famosa, tal vez la han visto en portadas de revistas.

Y con respecto a lo mucho menor que era Morgan, había añadido: —Una madrastra nunca debe ser mayor que el hijo mayor de su esposo. Me aseguré de eso con todas mis esposas.

Riley ahora sentía la misma frialdad que había sentido en aquel entonces.

Para Andrew Farrell, Morgan obviamente no había sido nada más que una baratija costosa para mostrar en público, no un ser humano.

Finalmente Riley recordó lo que le había pasado a la esposa anterior de Andrew Farrell.

Se había suicidado.

Riley le entregó su tarjeta del FBI a Morgan FBI dado que le había preocupado que la mujer pudiera correr la misma suerte o morir en otras circunstancias siniestras. Lo último que había imaginado era que Morgan mataría a su esposo, o a cualquier otra persona.

Riley comenzó a sentir un cosquilleo familiar—el cosquilleo que sentía cuando sus instintos le decían que las cosas no eran lo que parecían.

Normalmente, ese cosquilleo era una señal que le indicaba que debía investigar más.

¿Pero ahora?

«No, no es de mi incumbencia», se dijo a sí misma.

¿O sí lo era?

Mientras que estaba pensando en todo eso, su teléfono volvió a sonar. Esta vez vio que la llamada era de Bill. Ella había enviado un mensaje de texto hace un rato diciéndole que todo estaba bien y que estaría en casa esta noche.

—Hola, Riley —dijo cuando atendió—. Solo llamo para ver cómo están las cosas. ¿Les fue bien en Phoenix?

—Gracias por llamar, Bill —respondió Riley—. Sí, se finalizó la adopción.

—Espero que no haya habido ningún incidente —dijo Bill.

Riley no pudo evitar reírse.

—De hecho, hubo cierta violencia. Y una perra.

Oyó a Bill reírse.

—¿Violencia y una perra? ¡Estoy intrigado! ¡Cuéntame más!

—Lo haré cuando nos veamos —dijo Riley—. Mejor te lo cuento todo cara a cara.

—Lo ansío. Bueno, supongo que nos vemos mañana en Quantico.

Riley se quedó en silencio mientras sopesaba una extraña decisión.

Le dijo a Bill: —No creo. Creo que tomaré unos días más de descanso.

—Bueno, ciertamente lo mereces. Felicidades de nuevo.

Cuando finalizaron la llamada, Riley subió las escaleras a su dormitorio. Encendió su computadora y luego reservó un vuelo a Atlanta para mañana por la mañana.

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