Kitabı oku: «Una Vez Enterrado », sayfa 3

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El trotador se agachó y, con un movimiento rápido y hábil, el asesino cogió la pala y lo golpeó en la parte posterior de su cabeza, haciéndolo caer en el hoyo…

Riley fue sacada de su ensoñación por el sonido de la voz del jefe Belt.

“¿Agente Paige?”.

Riley abrió los ojos y vio que Belt la miraba con una expresión curiosa. No había sido distraído por las preguntas de Jenn.

Él dijo: “Creo que te nos fuiste por unos momentos”.

Riley oyó a Jenn reírse.

“Ella hace eso a veces”, le dijo Jenn al jefe. “No te preocupes, está trabajando”.

Riley analizó lo que había visto en su mente rápidamente, todo muy hipotético, por supuesto, y apenas una sensación de todo lo que había sucedido.

Pero se sentía muy segura de un detalle: que el trotador se había acercado porque el asesino lo había llamado y que lo había hecho sin miedo.

Este era un detalle pequeño, pero crucial.

Riley le dijo al jefe de policía: “El asesino es encantador, simpático. Las personas confían en él”.

Los ojos del jefe se abrieron de par en par.

“¿Cómo lo sabes?”, preguntó.

Riley oyó la risa de alguien que se acercaba detrás de ella.

“Créeme, ella sabe lo que está haciendo”.

Se dio la vuelta ante el sonido de la voz.

Se sintió muy alegre ante lo que vio.

CAPÍTULO SEIS

El jefe Belt dio un paso hacia el hombre que se acercaba.

Le dijo: “Señor, esta área está cerrada. ¿No vio la cinta policial?”.

“Está bien”, dijo Riley. “Este es el agente especial Bill Jeffreys. Él está con nosotras”.

Riley corrió hacia Bill y lo alejó lo suficiente como para no ser escuchados por los demás.

“¿Qué pasó?”, preguntó. ¿Por qué no respondiste mis mensajes de texto?”.

Bill sonrió con timidez.

“Me comporté como un idiota. Yo…”. Su voz se quebró y él apartó la mirada.

Riley esperó su respuesta.

Finalmente, dijo: “Cuando recibí tus mensajes de texto, no sabía si estaba preparado para esto o no. Llamé a Meredith para que me diera más detalles, pero todavía no sabía si estaba listo. Caray, no sabía si estaba listo cuando empecé a conducir hasta aquí. No sabía si estaba listo hasta ahora mismo cuando vi…”.

Señaló el cuerpo.

Y agregó: “Ahora lo sé. Estoy listo para volver al trabajo. Cuenta conmigo”.

Su voz era firme y su expresión le decía que iba en serio. Riley dio un gran suspiro de alivio.

Llevó a Bill de nuevo a los funcionarios agrupados alrededor del cuerpo en el hoyo. Lo introdujo al jefe de policía y al médico forense.

Jenn ya conocía a Bill y se veía contenta de verlo, y esto agradó a Riley. Lo último que necesitaba era que Jenn se sintiera marginada o resentida.

Riley y los demás le dijeron a Bill lo poco que sabían hasta ahora y Bill escuchó con gran interés.

Finalmente, Bill le dijo al forense: “Creo que ya pueden llevarse el cuerpo, si la agente Paige está de acuerdo”.

“Estoy de acuerdo”, respondió Riley. Le alegraba el hecho de que Bill parecía el mismo de siempre, con ganas de afirmar su autoridad.

Mientras el equipo del forense comenzó a sacar el cuerpo del hoyo, Bill estudió el área.

Le preguntó a Riley: “¿Revisaste el área del otro asesinato?”.

“Todavía no”, respondió ella.

“Entonces deberíamos ir a hacer eso”, dijo.

Riley le dijo al jefe Belt: “Vamos a echarle un vistazo a la otra escena del crimen”.

El jefe asintió con la cabeza. “Queda a unos tres kilómetros dentro de la reserva natural”, agregó.

Todos ellos lograron abrirse paso por los reporteros de nuevo sin hacer comentarios. Riley, Bill y Jenn se metieron en la camioneta del FBI y el jefe se llevó otro auto. El jefe los alejó de la playa, a lo largo de un camino de arena a una zona boscosa. Estacionaron sus autos cuando llegaron al final del camino. Riley y sus colegas siguieron a los dos funcionarios a pie por un sendero entre árboles.

El jefe mantuvo al grupo a un lado del camino, señalando unas huellas distintas aquí en la tierra firme.

“Tenis deportivas comunes y corrientes”, comentó Bill.

Riley asintió. Veía las huellas en ambas direcciones. Pero se sintió segura de que no les ofrecerían mucha información, excepto la talla de zapato del asesino.

Sin embargo, algunas marcas interesantes se intercalaban con las huellas. Dos líneas movidas fueron excavadas en el suelo.

“¿Qué opinas de esas líneas?”, le preguntó Riley a Bill.

“Huellas de una carretilla, yendo y viniendo”, dijo Bill. Miró por encima del hombro hacia el camino y agregó: “Mi conjetura es que el asesino se estacionó cerca de donde nos estacionamos nosotros y llevó sus herramientas por este camino”.

“Eso es lo que dedujimos nosotros también”, concordó Belt. “Y se fue también por este camino”.

En poco tiempo llegaron a un lugar donde el camino se cruzaba con uno más estrecho. En medio de este camino más pequeño había un hoyo largo y profundo. Era aproximadamente igual de ancho que el camino en sí.

El jefe Belt señaló el lugar donde el nuevo camino salía de los árboles circundantes. “Parece que la otra víctima llegó trotando de esa dirección”, dijo. “El hoyo estaba camuflado, y cayó adentro”.

Terzis agregó: “Su tobillo estaba muy fracturado, probablemente de la caída. Así que no pudo hacer nada cuando el asesino empezó a echarle tierra”.

Riley volvió a estremecerse al pensar en esa muerte horrible.

Jenn dijo: “Y todo esto sucedió ayer”.

Terzis asintió y dijo: “Estoy seguro de que el momento del fallecimiento fue idéntico al del asesinato en la playa, probablemente a las seis de la mañana”.

“Antes del amanecer”, agregó Belt. “Habría estado bastante oscuro. Un trotador que pasó por aquí después del amanecer vio que la tierra había sido movida y nos llamó”.

Mientras Jenn comenzó a tomar más fotos, Riley estudió la zona. Se fijó en unos matorrales aplastados que habían sido atravesados por la carretilla. Veía el lugar donde el asesino había amontonado tierra a unos cuatro metros del sendero. Había bastantes árboles por esos senderos, así que la trotadora no vio ni el asesino ni la tierra.

Ahora el hoyo había sido re-excavado por los policías, quienes habían amontonado la tierra a un lado.

Riley recordó que Meredith había mencionado el nombre de la víctima en Quántico, pero no podía recordarlo en este momento,

Ella le dijo al jefe Belt: “Supongo que pudieron identificar a la víctima”.

“Así es”, dijo Belt. “Tenía su identificación encima, al igual que Todd Brier. Su nombre era Courtney Wallace. Ella vivía en Sattler, pero no la conocía personalmente. Así que no puedo decirles nada más de ella por los momentos, excepto que era joven, probablemente veinteañera”.

Riley se arrodilló junto al hoyo y miró dentro. De inmediato vio cómo el asesino había tendido la trampa. En el fondo del hoyo había una manta pesada con hojas y desechos enredados en ella. Había sido extendida sobre el hoyo, imperceptible para un trotador incauto, especialmente en la luz antes del amanecer.

Hizo una nota mental para llamar al equipo forense de la UAC para que revisaran ambas escenas del crimen. Tal vez podrían rastrear el origen de la manta.

Mientras tanto, Riley estaba sintiendo la misma sensación que había sentido en la playa, de poder meterse en la mente del asesino. La sensación no era tan vívida esta vez. Pero podía imaginar al asesino posado donde ella estaba de rodillas en este momento, mirando a su presa indefensa.

Entonces ¿qué hizo en esos momentos antes de empezar a enterrarla viva?

Recordó su impresión de antes, que el asesino era encantador y agradable.

Probablemente fingió sorpresa al encontrar a la joven en el fondo de este hoyó al principio. Es posible que incluso le haya dado la impresión a la mujer de que la ayudaría a salir.

“Ella confió en él”, pensó Riley. “Aunque solo por un momento”.

Luego empezó a burlarse de ella.

Y, después de poco, comenzó a verter carretillas llenas de tierra sobre ella.

Debió haber gritado cuando finalmente se dio cuenta de lo que sucedía.

¿Cómo respondió al sonido de sus gritos?

Riley sintió que su crueldad emergió por completo. Se detuvo para verter una sola palada de tierra en su rostro, no tanto para que dejara de gritar, sino para atormentarla.

Todo el cuerpo de Riley se estremeció.

Sintió alivio cuando esa sensación de conexión comenzó a desvanecerse.

Ahora podía volver a analizar la escena del crimen con una opinión más objetiva.

La forma del hoyo le parecía extraña. El extremo donde ella estaba parada había sido cavado en forma de cuña afilada. El otro extremo reflejaba la misma forma, solamente invertida.

Parecía que el asesino se había esforzado por hacer esa forma.

“Pero ¿por qué?”, se preguntó Riley. “¿Qué podría significar?”.

En ese momento, oyó la voz de Bill desde algún lugar detrás de ella.

“Encontré algo. Vengan a echarle un vistazo”.

CAPÍTULO SIETE

Riley se dio la vuelta para ver lo que Bill había encontrado. Su voz venía desde detrás de los árboles a un lado del camino.

“¿Qué es?”, dijo el jefe Belt.

“¿Qué encontraste?”, dijo Terzis.

“Solo vengan”, gritó Bill.

Riley se puso de pie y se dirigió hacia él. Veía el arbusto por donde se había alejado del camino.

“¿Ya vienen?”, preguntó Bill, comenzando a sonar un poco impaciente.

Riley sabía por su tono de voz que hablaba en serio.

Seguida de Belt y Terzis, se abrió paso entre el matorral hasta que llegó al pequeño espacio abierto donde Bill estaba parado, mirando el suelo.

Definitivamente había encontrado algo.

Había otro pedazo de tela en el suelo, sostenido en su lugar por pequeñas estacas en las esquinas.

“Dios mío”, murmuró Terzis.

“Espero no sea otro cuerpo”, dijo Belt.

Pero Riley sabía que tenía que ser algo diferente. Por una parte, el hoyo era mucho más pequeño que el otro, y era cuadrado.

Bill estaba colocándose guantes de plástico para evitar dejar huellas dactilares en lo que estaba a punto de descubrir. Luego se arrodilló y tiró suavemente de la tela.

Lo único que Riley vio fue una pieza circular de madera oscura y pulida.

Bill tomó el círculo de madera cuidadosamente con las dos manos y tiró de él hacia arriba.

Todos excepto Bill jadearon ante lo que sacó lentamente del hoyo.

“¡Un reloj de arena!”, dijo el jefe Belt.

“El más grande que jamás he visto”, agregó Terzis.

Y era cierto, el reloj de arena era de casi un metro de alto.

“¿Seguro que no es una trampa?”, advirtió Riley.

Bill se puso en pie con el objeto, manteniéndolo perpendicular, manejándolo con la misma delicadeza con la que podría manejar un artefacto explosivo. Lo colocó en posición vertical en el suelo al lado del hoyo.

Riley se arrodilló y lo examinó de cerca. La cosa no parecía tener ningún cable o resorte. Pero ¿había ocultado algo debajo de la arena? Inclinó la cosa a un lado y no vio nada extraño.

“Es solo un gran reloj de arena”, murmuró. “Y escondido al igual que la trampa en el sendero”.

“No es un reloj de arena, exactamente”, dijo Bill. “Estoy bastante seguro de que mide un período de tiempo superior a una hora”.

El objeto le pareció a Riley sorprendentemente hermoso. Los dos receptáculos de vidrio tenían una forma hermosa y estaban conectados entre sí por una estrecha abertura. Las piezas de madera redondas estaban conectadas por tres varillas de madera, talladas en patrones decorativos. La parte superior fue tallada en un patrón ondulado. La madera era oscura y estaba bien pulida.

Riley los había visto antes, versiones más pequeñas para cocinar que contaban tres, cinco o veinte minutos. Este era mucho, mucho más grande, medía casi un metro de alto.

El receptáculo inferior estaba parcialmente lleno de arena de color tostado.

No había arena en el globo superior.

El jefe Belt le preguntó a Bill: “¿Cómo supiste que algo estaba aquí?”.

Bill estaba en cuclillas al lado del reloj de arena, examinándolo atentamente. Él preguntó: “¿Alguien más notó algo extraño en la forma del hoyo en el sendero?”.

“Sí, yo sí”, dijo Riley. “Los extremos del hoyo habían sido cavados de forma extraña”.

Bill asintió.

“Era más o menos la forma de una flecha. La flecha señalaba al lugar donde el camino se curvaba y algunos de los arbustos estaban descompuestos. Así que me fui al lugar que estaba señalando”.

El jefe Belt todavía estaba mirando el reloj de arena con asombro.

“Bueno, qué suerte que lo hayas encontrado”, dijo.

“El asesino quería que buscáramos aquí”, murmuró Riley. “Quería que descubriéramos esto”.

Riley miró a Bill, y luego a Jenn. Sabían que estaban pensando justo lo que ella estaba pensando.

La arena se había vaciado.

De algún modo, de alguna forma que no entendían todavía, eso significaba que no habían tenido suerte en absoluto.

Riley miró a Belt y le preguntó: “¿Alguno de tus hombres encontró un reloj de arena como este en la playa?”.

Belt negó la cabeza y dijo: “No”.

Riley sintió un cosquilleo de intuición.

“Entonces no buscaron lo suficientemente bien”, dijo.

Ni Belt ni Terzis hablaron por un momento. Parecían no poder creer lo que estaban oyendo.

Luego Belt dijo: “Mira, algo como esto seguramente habría sobresalido. Estoy seguro de que no había nada parecido en la zona”.

Riley frunció el ceño. Esta cosa que había sido colocada tan cuidadosamente tenía que ser importante. Estaba segura de que los policías habían pasado por alto algún otro reloj de arena.

De hecho, Bill, Jenn y ella también tuvieron que haberlo pasado por alto en la playa. ¿Dónde podría estar?

“Tenemos que volver para buscar”, dijo Riley.

Bill llevó el enorme reloj de arena a la camioneta. Jenn abrió la parte de atrás, y ella y Bill colocaron el objeto adentro, asegurándose de que estuviera estabilizado por si había algún movimiento repentino o brusco. Lo cubrieron con una manta que estaba en la camioneta.

Riley, Bill y Jenn se subieron a la camioneta y siguieron la patrulla del jefe de policía de vuelta a la playa.

El número de periodistas reunidos en la zona de estacionamiento había aumentado, y cada vez estaban más agresivos. A lo que Riley y sus colegas se abrieron paso entre ellos y más allá de la cinta amarilla, se preguntó cuánto tiempo más serían capaces de ignorar sus preguntas.

Cuando llegaron a la playa, el cuerpo ya no estaba en el hoyo. El equipo del médico forense ya lo había cargado en la furgoneta. Los policías locales todavía estaban revisando la zona en busca de pistas.

Belt llamó a sus hombres, quienes se acercaron a él.

“¿Alguien ha visto un reloj de arena por aquí?”, preguntó. “Un reloj de arena gigante, al menos de un metro de alto”.

Los policías quedaron perplejos por la pregunta. Ellos movieron la cabeza y dijeron que no.

Riley estaba empezando a impacientarse.

“Tiene que estar por aquí”, pensó. Subió a la cima de una elevación cubierta de hierba y miró a su alrededor. Pero no veía ningún reloj de arena, ni siquiera arena perturbada que indicaría algo recién enterrado.

¿Su intuición estaba jugándole una mala pasada? Eso pasaba a veces.

“No esta vez”, pensó.

Estaba segura de ello en sus entrañas.

Ella volvió y se quedó mirando dentro del hoyo. Era muy diferente al del bosque. Era más superficial, y no tenía forma. El asesino no pudo haber formado la arena seca de la playa en un puntero si lo hubiera intentado.

Se dio la vuelta y observó en todas las direcciones.

Lo único que vio fue arena y olas.

La marea estaba baja. El asesino podría haber hecho una especie de flecha húmeda en la arena, pero habría sido vista de inmediato. Si no hubiera sido destruida, todavía estaría visible.

Le preguntó a los demás: “¿Han visto a otra persona cerca de aquí, aparte del hombre con el perro que encontró el cuerpo?”.

Los policías se encogieron de hombros y se miraron.

Uno de ellos dijo: “Nadie, excepto Rags Tucker”.

Los ojos de Riley se abrieron.

“¿Quién es él?”, preguntó ella.

“Solo un viejo y excéntrico vagabundo de playa”, dijo el jefe Belt. “Vive en una pequeña tienda india por allá”.

Belt señaló por la playa, donde la costa se curvaba lejos de la zona donde se encontraban.

Riley estaba un poco enfadada.

“¿Por qué nadie lo había mencionado?”, espetó ella.

“No tenía sentido hacerlo”, dijo Belt. “Hablamos con él justo cuando llegamos. No vio nada que tuviera que ver con el asesinato. Dijo que estaba dormido cuando sucedió”.

Riley soltó un gemido de irritación.

“Vamos a visitar a este tipo”, dijo.

Seguida por Bill, Jenn y el jefe Belt, ella comenzó a caminar por la arena.

Mientras caminaban, Riley le dijo a Belt: “Creí que habías cerrado la playa”.

“Lo hicimos”, dijo Belt.

“Entonces ¿por qué diablos sigue alguien aquí?”, preguntó Riley.

“Bueno, como te dije, Rags vive aquí”, dijo Belt. “No tenía sentido echarlo. Además, no tiene otro lugar adonde ir”.

Después de doblar la curva, Belt los llevó al otro lado de la arena a una elevación herbosa. El grupo se abrió paso entre la suave arena y hierba alta a la cima de la subida. Desde ahí Riley vio una pequeña choza improvisada a unos noventa metros de distancia.

“Esa es la casa del viejo Rags”, dijo Belt.

A medida que se acercaban, Riley vio que estaba cubierta con bolsas de plástico y mantas. Aquí detrás de la subida la marea no la alcanzaba. La tienda india estaba rodeada de mantas cubiertas con lo que parecía ser un surtido de objetos locos.

Riley le dijo a Belt: “Háblame de este personaje Rags Tucker. ¿Belle Terre no tiene reglas en contra de la vagancia?”.

Belt se echó a reír.

Él dijo: “Bueno, sí, pero Rags no es exactamente un vagabundo. Es colorido, y le agrada a la gente, especialmente a los visitantes. Y no es un sospechoso, créeme. Él es el tipo más inofensivo del mundo”.

Belt señaló las cosas en la manta.

“Tiene una especie de negocio con todas estas cosas. Él recoge basura de la playa, y la gente acude a él para comprarle cosas, o para intercambiar cosas que ya no quieren. En gran parte es solo una excusa para que la gente se quede a hablar con él. Lo hace todo el verano, durante el tiempo que el clima es tolerable. Se las arregla para reunir el dinero suficiente para alquilar un pequeño apartamento barato en Sattler para el invierno. Luego regresa cuando el clima se vuelve a poner agradable”.

A medida que se acercaban, Riley pudo ver los objetos con mayor claridad. Realmente era una extraña colección que incluía trozos de madera, conchas y otros objetos naturales, pero también tostadoras viejas, televisores rotos, lámparas antiguas y otros artículos que los visitantes, sin duda, le habían traído.

Cuando llegaron a la orilla de las mantas extendidas, Belt dijo: “Hola, Rags. Me pregunto si podríamos hablar un poco más”.

Una voz ronca respondió desde adentro de la tienda india.

“Ya te dije que no vi a nadie. ¿No han atrapado al asqueroso? No me gusta la idea de un asesino en mi playa. Si supiera algo, ya te lo hubiera dicho”.

Riley dio un paso hacia la tienda india y dijo: “Rags, necesito hablar con usted”.

“¿Quién eres tú?”.

“FBI. Me pregunto si tal vez se encontró un reloj de arena gigante”.

No hubo respuesta por unos momentos. Luego una mano dentro de la tienda india echó a un lado una sábana que cubría la abertura.

Adentro había un hombre flaco sentado con las piernas cruzadas, sus ojos grandes mirándola.

Y justo delante de él había un reloj de arena enorme.

CAPÍTULO OCHO

El hombre de la tienda india se limitó a mirar a Riley con ojos grises grandes. Riley miró el vagabundo y el gran reloj de arena delante de él. Le pareció difícil decidir qué era lo más sorprendente.

Rags Tucker tenía cabello gris largo y una barba que le llegaba hasta la cintura. Su ropa suelta hecha jirones complementaba el look.

Naturalmente, se preguntó...

“¿Este tipo es un sospechoso?”.

Le pareció difícil de creer. Sus extremidades eran flacas y larguiruchas, y no parecía lo suficientemente robusto como para haber llevado a cabo cualquiera de estos asesinatos. Parecía bastante inofensivo.

Riley también sospechaba que su aspecto desaliñado era una pantalla. No olía mal, al menos desde donde estaba, y su ropa se veía limpia, a pesar del desgaste.

En cuanto al reloj de arena, se parecía mucho al que ellos habían encontrado en el camino. Era más de un metro de alto, con ondas talladas en la parte superior y tres varillas hábilmente talladas que sostenían todo.

Sin embargo, no era idéntico al otro. Por un lado, la madera no era tan oscura, más bien de un color marrón rojizo. Aunque los patrones tallados eran similares, no parecían réplicas exactas de los diseños que habían visto en el primer reloj de arena.

Pero esas pequeñas variaciones no eran las diferencias más importantes entre los dos.

El mayor contraste era la arena que marcaba el paso del tiempo. En el reloj de arena que Bill había encontrado entre los árboles, toda la arena estaba en el receptáculo inferior. Pero en este reloj de arena, la mayor parte de la arena todavía estaba en el receptáculo superior.

Esta arena estaba en movimiento, vaciándose lentamente en el otro receptáculo.

Riley estaba segura de una cosa: que el asesino había querido que encontraran este reloj de arena, tan cierto como que había querido que encontraran el otro.

Tucker finalmente habló. “¿Cómo sabías que lo tenía?”, le preguntó a Riley.

Riley sacó su placa.

“Yo haré las preguntas, si no le molesta”, dijo en una voz no amenazante. “¿Cómo lo consiguió?”.

Tucker se encogió de hombros.

“Fue un regalo”, dijo.

“¿De quién?”, preguntó Riley.

“De los dioses, tal vez. Prácticamente cayó del cielo. Cuando salí esta mañana, lo vi de inmediato, allá en las mantas con mis otras cosas. Lo metí a la tienda y me volví a dormir. Entonces me volví a despertar, y he estado aquí sentado mirándolo por un tiempo”.

Se quedó mirando el reloj de arena fijamente.

“Nunca había visto al tiempo pasar”, dijo. “Es una experiencia única. Se siente como si el tiempo pasara lento y rápido al mismo tiempo. Y hay una sensación de inevitabilidad al respecto. Como dicen, no se puede volver atrás en el tiempo”.

Riley le preguntó a Tucker: “¿La arena estaba corriendo así cuando lo encontró, o usted le dio la vuelta?”.

“No le hice nada”, dijo Tucker. “¿Crees que me atrevería a cambiar el flujo del tiempo? No me meto con asuntos cósmicos como ese. No soy tan estúpido”.

“No, no es estúpido en absoluto”, pensó Riley.

Ella sentía que estaba empezando a entender a Rags Tucker mejor con cada momento que conversaban. Cultivaba con cuidado este personaje vagabundo para el entretenimiento de los visitantes. Se había convertido en una atracción local aquí en Belle Terre. Y por lo que el jefe Belt había hablado de él, Riley sabía que se ganaba una vida modesta con ello. Se había establecido como un adorno local y tenía un permiso tácito para vivir exactamente donde quería.

Rags Tucker estaba aquí para entretener y ser entretenido.

Riley se dio cuenta de que esta era una situación delicada.

Necesitaba quitarle el reloj de arena. Quería hacerlo rápido y sin alboroto.

Pero ¿estaría dispuesto a renunciar al reloj?

Aunque conocía las leyes de registro y confiscaciones perfectamente bien, no estaba del todo segura acerca de cómo aplicaban a un vagabundo que vivía en una tienda india en propiedad pública.

Preferiría lidiar con esto sin tener que obtener una orden judicial. Pero tenía que proceder con cuidado.

Ella le dijo a Tucker: “Creemos que pudo haber sido dejado aquí por la persona que cometió los dos asesinatos”.

Los ojos de Tucker se abrieron de par en par.

Luego Riley dijo: “Tenemos que llevarnos este reloj de arena. Podría ser una prueba importante”.

Tucker negó con la cabeza lentamente.

Él dijo: “Está olvidando la ley de la playa”.

“¿Cuál es esa?”, dijo Riley.

“‘El que se lo encuentra se lo queda’. Además, si esto realmente es un regalo de los dioses, no creo que deba separarme de él. No quiero violentar la voluntad del cosmos”.

Riley estudió su expresión. Se dio cuenta de que no estaba loco ni delirante, aunque a veces podría actuar como tal. Eso formaba parte del espectáculo.

No, este vagabundo en particular sabía exactamente lo que estaba haciendo y diciendo.

“Este es su negocio”, pensó Riley.

Riley abrió su cartera, sacó un billete de veinte dólares y se lo ofreció.

Ella dijo: “Tal vez esto ayudará a aclarar las cosas con el cosmos”.

Tucker esbozó una pequeña sonrisa.

“No sé”, dijo. “El universo está muy caro”.

Riley sentía que estaba entendiendo al hombre, así como también cómo seguirle el juego.

Ella dijo: “Siempre en expansión, ¿eh?”.

“Sí, desde el Big Bang”, dijo Tucker. Se frotó los dedos y agregó: “Y me enteré que está atravesando una nueva fase inflacionaria”.

Riley no pudo evitar admirar la astucia y la creatividad del hombre. Supuso que lo mejor sería cerrar un trato con él antes de que la conversación se profundizara más, hasta el punto de que no llegara a entender nada.

Sacó otro billete de veinte dólares de su cartera.

Tucker arrebató ambos billetes de veinte de su mano.

“Es suyo”, dijo. “Cuídelo mucho. Tengo la sensación de que esa cosa es muy poderosa”.

Riley se encontró pensando que tenía razón, probablemente más razón de la que creía.

Con una sonrisa, Rags Tucker agregó: “Creo que puede con eso”.

Bill se puso los guantes de nuevo y se acercó al reloj de arena para tomarlo.

Riley le dijo: “Ten cuidado, muévelo lo menos que puedas. No queremos interferir con la rapidez con la que se está moviendo”.

A lo que Bill tomó el reloj de arena, Riley le dijo a Tucker: “Gracias por su ayuda. Quizá volvamos a hacerle más preguntas. Espero esté disponible”.

Tucker se encogió de hombros y dijo: “Aquí estaré”.

A lo que se dieron la vuelta para irse, el jefe Belt le preguntó a Riley: “¿En cuánto tiempo crees que toda la arena se vacíe en la parte inferior?”.

Riley recordó que el médico forense había dicho que ambos asesinatos habían tenido lugar aproximadamente a las seis de la mañana. Riley miró su reloj. Ahora eran casi las once. Hizo unos cálculos en su mente.

Riley le dijo a Belt: “La arena se agotará aproximadamente en diecinueve horas”.

“¿Que pasará en ese entonces?”, preguntó Bill.

“Alguien morirá”, dijo Riley.

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