Kitabı oku: «Poetas de color»
PLACIDO 1
I
Es una página muy triste, es una historia de lágrimas y duelo la que vamos á presentar al lector: la vida y muerte de Plácido, la mancha más negra de nuestra historia política y literaria, el baldon más ignominioso que puede echarse en cara á las instituciones y á la tiranía de otros tiempos; la vida y muerte del poeta mártir que hasta hoy sepultada en la oscuridad por la presion mortífera del despotismo aguardaba el dia de la libertad para ser revindicada ante los ojos del mundo.
Gran variedad de opiniones y de errores se han emitido acerca del nacimiento de Gabriel de la Concepcion Valdés (a) Plácido, poeta que fué por su vida y penalidades nuestro Tasso, por su muerte nuestro André Cheniér:2 tiene razon la América Poética de Valparaiso cuando advierte «que fué raro en todo, en su orígen, en su genio, en su muerte.» Alguno le supuso fruto de los amores clandestinos de una señora de alto rango con un negro, su propio esclavo, y esta asercion, repetida por traductores estrangeros, ha sido de las más generalizadas; otros le han querido dar por padres á una blanca de humilde condicion y un africano libre; y un biógrafo que pretende tener datos irrefutables sobre su orígen, dice refiriéndose á su padre que fué «un personage cuyo nombre omitimos en razon del noble y sagrado ministerio que ejercia» y como hijo de madre esclava, le supone tambien esclavo, liberto por la generosidad de varios jóvenes á la manera que lo fueron algo despues Manzano y Echemendia3. Pezuela cree á su madre natural de Canarias. Nos consta que era de Búrgos y aun vive el poeta Velez que la conoció, y asegura que sobrevivió muchos años á su hijo: y no hemos aun mencionado otro (Aumont) que le supone poseedor de esclavos.
En medio de los comentarios á que su oscuro orígen da lugar, ocurre pensar que ni siquiera toca al siglo pasado. Preso en Trinidad en 1836, en el proceso que se le formó, el mismo Plácido declara ser hijo de blanca: algo revelaba ya su soneto «Ciega deidad que sin clemencia alguna», pues para una africana ó persona de color nunca hubiera existido aquel férreo muro del honor, interpuesto entre el materno tálamo y la cuna del hijo.
Por nuestra parte podemos dar por sentado que su padre fué un mulato peluquero, Diego Ferrer Matoso, su madre una bailarina española del teatro de esta ciudad; pero él no se llamó ni Matoso, ni Valdés: como Miguel Angel él se dió un nombre al tomar un seudónimo para las letras, y con ese seudónimo la literatura lo trasmite al aplauso de la posteridad: ¿quién se acuerda de los Buonaroti al hablar de Miguel Angel? Tambien convienen todos en que nació en la Habana (Marzo de 1809) siendo bautizado en la R. C. de Maternidad en 6 de Abril del mismo. A los pocos dias le retiró de allí su padre y le guardó á su lado, dándole la imperfecta educacion que estaba á su alcance: asistió á la escuela de Belen, luego á la de Bandaran. Un condiscípulo suyo, hoy portero del Ayuntamiento de esta ciudad, nos asegura que era revoltoso, pero muy inteligente y que á menudo lo empleaban en repasar á los más chicos, en calidad de ayudante. Sin embargo, su infancia fué abandonada; la pasó en un estado próximo á la miseria, y muy temprano tuvo que subvenir á sus necesidades, trabajando en el oficio de peinetero, en la platería de Misa, calle de Dragones: parece que más tarde abandonando aquel oficio, trabajó en oficinas de comercio, donde pudo haber á las manos algunos libros científicos y donde adquirió por la lectura algunos conocimientos, gracias al cuidado de los literatos Velez, Valdés Machuca y Gonzalez del Valle, que le protejieron desde que vislumbraron el genio que en tan ruda corteza se ocultaba; consta tambien que por el año 34 dejó la Habana, y se estableció en Matanzas, donde dió á luz sus primeras poesías y donde (1838) su primera coleccion aquí conocida. Concedióle el aura popular el título de «Bardo del Yumurí,» por lo cual, y por haber residido casi siempre en dicha ciudad, muchos (los estrangeros Cambouliu, Aumont, Jourdan, entre ellos) le han creido matancero.
En la ciudad de los Dos Rios es evidente que se publicó su primera poesía el año 34 y fué La Siempreviva que se insertó en la Aureola Poética, dedicada por Iturrondo á Martinez de la Rosa: su oda del mismo año á la proclamacion de Isabel II no contribuyó ménos á dar á conocer el alcance de su genio y su espíritu liberal. Era entónces costumbre que en el santo de la Reina todos los poetas cantaran á S. M. Plácido, poeta esencialmente cubano, que reproduce en sus cantos clima, costumbres, sucesos y aspiraciones de su pais, se atrevió á decir en tal dia lo que ninguno otro ántes que él: el inmortal Tacon (que no puede morir el nombre de Tacon como no mueren los de Neron y Eróstrato), comprendiendo la oculta intencion de aquellos versos, llenos de amarga reconvencion, que zaherian al gobierno colonial y revelaban entre flores de estilo las penalidades de los cubanos, metió al autor en una cárcel y le marcó con un sello de prevencion que en lo sucesivo fué para él fecundo manantial de penalidades.
En aquel recinto afrentoso (donde siquiera estaba seguro de comer al dia siguiente) allí en la compañía de bandoleros y asesinos, el pobre mulato, como Cervantes en la Argamasilla, meditó una de sus más bellas composiciones que permaneció inédita hasta su muerte. No se corrigió con esto el liberal poeta, mas cambió de táctica, dirijiendo ahora sus cantos A la Grecia, A Polonia, A Guillermo Tell y otros de esta especie, pues su patria no habia ofrecido aun héroes dignos de mencion, ni tal vez se le hubiera permitido nombrarlos.
Debemos recordar que ántes de esta época ya era conocido como poeta repentista, y aun se dice que habia recorrido diversas poblaciones del interior, convidado, como los antiguos trovadores, por su facilidad para improvisar. No podríase, sin embargo, sin hacerle injusticia, echarle en cara, como se ha dicho de Blanchié, que «prostituyó su musa para ganar la subsistencia.» Es verdad que fué muchas veces el trovador pagado de los festines aristocráticos, viviendo con los fugaces raptos de su imaginacion, y disputando «algun hueso al mastin» como tal vez por él dijo Milanés en El poeta envilecido.
¿Pero qué se podia esperar del pobre mulato á quien nuestra mal organizada sociedad habia negado educacion y privado, por el anatema de su color, de la dignidad de hombre? ¿Qué se podia pedir al sér cuyo nacimiento era oprobio de su madre, y qué pertenecia á esa desgraciada clase que, por exigencias de la época, conservamos aun en el oscurantismo y la ignominia? Fijemos un momento la mente en los arranques de elevacion, nobleza y dignidad que abundan en sus poesías, y se comprenderá que no nació tan escelso genio para besar humilde la mano del potentado; pero aquel hombre de talento, aquella joya de la literatura cubana… era mulato! tenia encima á la sociedad entera, estaba obligado á hablar con el sombrero en la mano al último de los blancos, y ¿con qué derecho podemos pedir un corazon espartano al hombre que dejamos vegetar en el lodo?
Injusto, muy injusto fué Milanés si por él escribió El poeta envilecido, muy injusto Domingo Delmonte en el paralelo entre Plácido y Manzano que copiamos en la biografía de éste4.
En otra sociedad ó en mejores tiempos habria sido protejido, educado, se habria hecho de él un Alfieri ó un Víctor Hugo, pues como el de estos fué su genio, y hubiera devuelto á la sociedad en honra y gloria los beneficios que de ella recibiera. Triste es pensar que en su patria, gracias á odiosas preocupaciones, y por la sola culpa de su color, fué abandonado, vegetó próximo á la indigencia, cayó sin saberlo evitar en la pocilga de los vicios; triste es recordar que los más de sus admirables sonetos, cuando colaborador de La Aurora, fueron escritos en el mostrador de una bodega; muchas veces almorzó con el precio de un epitalamio ó de un soneto para natalicios. Considérese cuál seria su condicion cuando el desgraciado en la hora de su muerte escribia á su esposa: «no te dejo memorias para ningun amigo porque sé que en el mundo no los hay» y eso que ni aun en aquel momento de suprema amargura habia rencor en su alma cándida y buena; léase esa última carta5 del mártir, léase ese rasgo de abnegacion y mansedumbre, reproche ominoso contra su época y su pais, y se comprenderá que el alma sencilla y grande de Plácido, se parecia á la de esos genios predestinados que fundan las literaturas.
II
Como debia suceder, desde los más floridos años del poeta, los periódicos se disputaban el honor de publicar sus poesías, «flores de un genio inculto, como las definia él mismo, semejantes á las de los campos de mi patria, sin perfumes ni colores.» Quizás ningun otro en Cuba, incluso el mismo Heredia, haya obtenido en vida igual popularidad: las composiciones que rechazaba la censura, se multiplicaban por medio de copias manuscritas, y puede decirse que se publicaban sin imprimirse: ¿qué cubano de su época no se sabia de memoria los sonetos A Celia, A la Fatalidad, A Holofernes? Su nombre ha sido despues uno de los pocos que traspasando los límites de Cuba han ido á resonar con honra en el estrangero, gracias á repetidas traducciones; y quizá no ha habido escritor alguno que se haya ocupado de Cuba y sus letras, que no haya destinado una página de honor á Plácido, y no haya consagrado un lamento al triste fin de su sangrienta historia. Salas y Quiroga dice en su obra Viages «es un hombre de genio por cuyas venas corre sangre europea y sangre africana, un hombre humillado que en sus cantos medio salvages tiene los destellos más sublimes y generosos que hombre ninguno puede comprender; al través de su incorreccion, hay chispas que deslumbran y no conozco poeta ninguno americano que le aventaje en ingenio, en inspiracion, en hidalguía y en dignidad.»
Salas y Quiroga, llevado del entusiasmo exageró algo; pero no hay duda que la entonacion homérica de Plácido, la sostenida nobleza de conceptos que no alcanzan á afear las frecuentes incorrecciones del lenguage, la no preparada flexibilidad de su genio, todo se alcanzó á ver desde aquella primera coleccion que en solo veinte y seis piezas ofrece apólogos que La Fontaine hubiera prohijado, sonetos que hubieran satisfecho al descontentadizo Boileau, é idilios que rivalizan en gracia y frescura con los más bellos trozos de Anacreonte.
En el año de 1839 se casó Plácido con la Fela (Rafaela) cantada en sus versos: nunca tuvo hijos. Tres dias ántes de su boda escribe á un amigo una carta que se ha conservado inédita6 pidiéndole recursos, porque se hallaba sin blanca y no podia convertir los sonetos y décimas en sustancia alimenticia. Mas en el año 44 y cuando tal vez, gracias á su talento, iban á brillar para el pobre mulato dias más serenos, fué preso y traido á juicio por la comision militar. Se le supuso cómplice, y aun gefe, en la conspiracion de los de color que debia estallar el 4 de Abril de aquel año y que se llamó de la Escalera.
¡La conspiracion de la Escalera! Sin duda el lector se ha estremecido de horror al leer ese nombre; quizá creyó que íbamos á detener la mirada en esa nefanda série de dolores ocultos, de quejidos ahogados, de misteriosos crímenes: mas, ¿para qué? La historia de las desgracias instruye, pero las escenas de oprobio y perversidad no pueden sino causar horror. No tratamos de arrojar baldon sobre nadie, sino sobre la época: casi todos los fiscales de la Comision eran antiguos en el pais: estaban habituados á ver el sufrimiento de la raza negra: estaban endurecidos sus corazones. Ensalcemos á la época actual que reprueba aquellos horrores y quiere alzar del polvo al oprimido. Hoy que alhaga nuestros corazones la esperanza de mejores dias, hoy que nos alienta el deseo de reformar, de aniquilar una institucion inícua, causa única de tantos males, olvidemos aquellos dias de infamias, no corramos el tupido velo que cubre ese sangriento cuadro, el más sombrío, el más monstruoso que pueda presentar el pasado despotismo á la execracion de las edades futuras. Pocos de sus episodios han sido escritos, pero esa tragedia es de la actual generacion. Muchos hay que la recuerdan, que se preguntan con espanto ¿fué la ambicion, fué la cobardía, el miedo á fantasmas imaginarias lo que suscitó hombres tan feroces y escenas tan repugnantes?
Reinaba en Cuba el proconsul O’Donnell, hombre de alguna ilustracion, pero que, víctima de las prácticas administrativas de entónces, tiranizó por mandato, fué déspota por órden superior, y dejó en esta Antilla recuerdos tan indelebles como el inmortal Tacon. Aunque hubiera algo cierto en el fondo7 los trámites de aquel procedimiento inquisitorial fueron abominables; la imaginacion se confunde y duda de la escelencia humana al recordar aquellos caníbales ó fiscales, sedientos de sangre africana, aquellas falsas delaciones arrancadas por el restallante látigo de puntas aceradas, á los que no tenian el ánimo de morir bajo el tormento; aquellas víctimas, quizás porque poseian, acaso por venganzas personales, arrebatadas de sus pacíficos hogares y llevadas inocentes al sacrificio! Dias de ignominia! al mirar ese cuadro la imaginacion del Dante parece deficiente en los horrores de su infierno; Torquemada palidece; Neron se rehabilita.
¿Y qué haciamos los insulares y peninsulares, mientras se desenvolvia á nuestros ojos ese drama cruento que deshonraba á España y escarnecia á Cuba?.. ¡callábamos! El déspota tenia asida á la desgraciada colonia con una mano de hierro y solo papeles de la vecina república, demostró alguno su desaprobacion.
Lo demás todo fué misterios, tinieblas…
Pero sigamos la historia del poeta mártir.
III
Las pruebas contra Plácido no pasaban de gratuitas delaciones arrancadas por el dolor, ó dictadas tal vez por la envidia que despertaba su talento: mientras su condicion de hombre de color, y aquellas populares décimas que comenzaban: «Ese cometa que veis» no dejaron de considerarse argumento incontrovertible: era demasiado prominente para poder sustraerse, á aquel huracan contra la verdad y la justicia que se desencadenó contra una raza indefensa. No se necesitaba la delacion del inmundo José de la O: la prevencion que ya existia contra él hubiera bastado: habia sido preso por Tacon diez años ántes, se sabia su carácter independiente y liberal, se habia atrevido á cantar á Guillermo Tell y llorar la humillacion de Polonia: ¿quien no tenia copia de su Juramento y de su décima improvisada Habaneros libertad? sus versos, tachados por el lápiz rojo se repetian de boca en boca: cuando oprimido por la venal justicia humana, un epigrama le resarcia, una fábula le vengaba: una de las más bellas que compuso fué en ocasion de una demanda que su solo color le hizo perder: nos convirtió al juez en vívora y así se desquitó ó se consoló. Todo esto era más de lo que se necesitaba para enviar á un ciudadano libre á la Escalera.
Dice la historia, ó más bien la tradicion, pues nada de él se permitió escribir (y ni aun hoy (1867) se ha dejado al Liceo hablar de sus composiciones) que la Comision Militar le probó culpable, y en su consecuencia, fué puesto en capilla el 28 de Junio, para ser con otros 19 de su color, pasado por las armas á las seis de la mañana del dia siguiente.
Allí, despues de oida su sentencia, el sinventura poeta que no tenia á quien volver los ojos para hallar un rostro amigo y protector, se arrojó en brazos de la Religion, y como el cisne moribundo, compuso sus mejores cantos, para oprobio de la sociedad que apagaba estólidamente tan lucida antorcha: allí la Plegaria á Dios, reproducida en varias lenguas; la misma que iba recitando cuando marchaba al patíbulo, con frente serena8 como de quien sentia venir la historia á justificarle algun dia: allí su Despedida á mi madre; allí su Adiós á mi lira último y lastimero gemido de su agobiada musa.
Pero observemos un momento á Plácido en capilla; arriesguemos una mirada al oscuro calabozo para revelar un misterio que avergüenza á nuestro siglo: indaguemos lo que pasa en la mente del pobre desheredado de los bienes del mundo, á quien el mundo tan despiadadamente oprime.
Su imaginación de poeta se exalta, mas no puede por eso exagerar los horrores de su situacion: no hay más allá: sin duda en momento de angustioso delirio, se levanta, y se pasea convulso, y esclama con infinita amargura:
– ¿En qué pais estamos?.. ¿en qué desgraciados tiempos me tocó vivir?.. ¡Dios mio! ¡la sociedad me niega educacion, me deshecha, mata mi fé; me escluye á todos los derechos de hombre, y ahora me pide estrecha cuenta de mis acciones! ¡y me llevan á un suplicio! ¡y no hay una ley que me proteja, no hay un ángel que me salve á mí de la muerte, á mi patria de una mancha!
Quizá en otro momento veia aparecer en la húmeda mazmorra, al soberano de su nacion que benévolo y sonriente, le dice:
– «Te van á matar por conspirador y la voz pública te declara inocente. Yo quiero suponer que eres culpable; pero escucha, desgraciado: no hay delito que echarte en cara; una institucion sacrílega que yo voy á destruir, te disculpa; la misma sociedad en que vives te escusa: ella te habia colocado tan bajo que fueras un miserable si fueras inocente. Te perdono… no, tú no aceptarias mi perdon, que no tiene derecho á perdonar quien no lo tiene para castigar. Yo te pido perdon, á nombre de la Sociedad, por lo que has sufrido: ella lavará ese delito que hemos heredado de nuestros padres. Ven, poeta, yo te llevaré á la madre patria que amorosa te abre sus brazos; allí serás igual á todos por tus derechos y superior á todos por tu talento; ven, que tú en pago darás á la patria lustre y gloria con tus cantos inmortales.»
Pero ¡ay! el infeliz mulato deliraba si pensaba así: semejante cosa era un imposible, porque el soberano de su patria estaba… muy lejos, y su representante en Cuba, era el inexorable O’Donnell, para quien no habia más poesía que el estricto cumplimiento de lo que creia su deber.
Mas si no eran tales los pensamientos de Plácido, sin duda ocupaban su alma generosa sentimientos de paz y mansedumbre en los momentos en que debia rebosar en hiel y rencor. Nuestros lectores conocen sin duda aquella sublime carta, modelo de resignacion cristiana en que recomienda á su esposa como único llanto á su memoria que perdone á sus enemigos, que socorra á los pobres «y mi sombra estará risueña contemplándote digna de ser esposa de Plácido!»
Sócrates murió perdonando, Jesucristo murió perdonando; pero Sócrates era un filósofo, Jesucristo era un Dios; el pobre Plácido no era siquiera un hombre, era un mulato peinetero en un pais esclavista! Y esa carta que salida de las manos del humilde se ha paseado por todos los idiomas cultos, no es un reproche solo á su pais, lo es á su época: es un castigo inflijido á esa institucion que hoy empezamos á mirar como un enjendro de la barbarie de los siglos pasados.
Llegó en tanto el dia de la sentencia, el nefasto 29 de Junio! no horrorizarémos al lector con el cuadro de la ejecucion: treinta y cinco años han pasado y todavía derramamos lágrimas al recordar aquellos dos versos, quizá casuales, que ya herido pronunció ántes de espirar9.
Más bien y para distraer un momento de cuadro tan tétrico su imaginacion le recitarémos un bello soneto del «bardo del Yumurí.»
EL JURAMENTO
A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle á la salida
Hay una fuente que á beber convida
De su líquido puro y argentado
…
Allí fuí yo por mi deber llamado
Y haciendo altar la tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Estendidas las manos he jurado:10
…
…
Se dice que las ilustradas matanceras convinieron en un luto secreto de nueve dias, los periódicos del extranjero y algunos de la Península11 lloraron su muerte, ya que á nosotros no nos era dado espresar nuestro dolor; y la inquisicion de la Escalera continuó impasible su marcha siniestra y tortuosa como la de la serpiente.
Aquí concluye el tenebroso drama de la vida de Plácido, pero nada habrémos hecho en nuestra calidad de biógrafos si no damos una idea de su carácter y de la índole y tendencia de sus poesías.