Kitabı oku: «Zahorí III. La rueda del Ser», sayfa 3

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Caza

Frente a ella había un mar verde de enredaderas teñidas de oscuridad. La casona que alguna vez albergó a una de las últimas generaciones de elementales y enviados del aire, ahora no era más que ruinas devoradas por la naturaleza. Pronto, lo mismo ocurriría con la casa de Mercedes Plass.

Caminó despacio, aunque solo para disfrutar el momento. Por fin había comenzado la liberación. La resistencia creía que se trataba de esa noche, esa única noche. Estaban lejos de entender que era un proceso iniciado siglos atrás y que solo acabaría cuando todas las hijas e hijos del fuego estuvieran realmente en libertad.

Dos cuerpos se acercaron desde el fondo de la casa en ruinas. Los reconocía: antes, él era don Mancho y ella, Filomena; ahora, sin embargo, eran pieles poseídas y anónimas. A excepción de An Damnaigh, ningún oscuro recordaba quién había sido en su primera vida; eran almas atrapadas en cuerpos ajenos, sin nombre y sin pasado.

—No queda nada –dijo él.

—¿Están seguros? –les preguntó.

—Así es –afirmó la mujer.

—Bien. Devuélvanse a la casa de la vieja. Yo le informaré a An Damnaigh.

Estaba acostumbrada a trabajar sola, así que mandar a otros para luego reportarle avances al Maldito era todavía un gesto demasiado extraño. Sin embargo, había logrado ganar su confianza y pretendía mantenerla. Por esa razón, cuando le dijo que revisara las ruinas del clan de aire y tierra, no lo dudó. La envió junto a dos oscuros más, los mismos que ahora veía alejarse entre el ramaje del bosque; dos sombras oscuras fundidas en la noche.

Miró al cielo, sin estrellas ni luna, y recordó a León: no esperaba que fuera ella la supuesta traidora que los demás buscaban. No esperaba que fuera ella la que iba detrás de las hermanas, la que quería justicia.

Venganza, pensaba él.

“Significa que terminó”, le había dicho con las cejas rectas y la mirada dura. La sola idea de terminar algo, antes de empezar cualquier cosa, era absurda. Con todo, igual le dolía.

“León no conoce la historia real; si lo hiciera no habría reaccionado así”, pensó. Si lo hiciera, estaría a su lado, luchando por la libertad de sus ancestros, de todas las elementales y enviados condenados por las originales. Era la mentira, la historia reproducida en máscaras, aquello que le había hecho atacarla. Por eso su reacción. Por eso le había dicho que no quería verla más, que la próxima vez sí le lanzaría esa esfera de luz.

—¡Celina! –ya reconocía la voz de Blyth, grave, dolorosa.

Se dio vuelta y vio una silueta a la distancia.

—Blyth –dijo cuando lo tuvo frente a ella.

Se veía peor de lo habitual; más cansado, con más odio.

—¿Y a ti qué te pasó? Parece como si te hubiera pasado un camión por encima.

—A diferencia de ti, Celina, An Damnaigh no me envió a caminar por el bosque.

—No estoy caminando por el bosque, precisamente. Además, ¿qué te mandó a hacer para que quedaras así?

La miró detenidamente, como esperando que fuera ella quien respondiera primero.

—Me mandó a revisar los terrenos que antes ocuparon los clanes. Quizás pensó que habría alguna pista del talismán.

—¿Y?

—Nada. ¿Me vas a decir ahora por qué tienes ese aspecto?

—Sentí la energía de un enviado activarse. Lo seguí.

—¿Cuál enviado? –la pregunta voló de su boca y supo que había sido un error; no podía demostrar interés por León frente a nadie, mucho menos, Blyth.

—Ese amateur…

Intentó ocultar el alivio que sintió.

—Hasta que por fin Gabriel Littin aprendió a usar las ventanas. Y, ¿qué pasó?

—Estaba con la matriarca del agua.

—¿Solo con Mercedes?

—Así es. Nos enfrentamos. Faltaba solo un poco para tenerlos a los dos –dijo y calló.

Le gustaba el suspenso. A ella no.

—¿Y entonces?

—Llegó el otro enviado del agua –Celina apretó los labios–. Y los perdí.

Soltó y respiró:

—Por la cara que tienes, parece que se te escaparon los tres.

Blyth rio. Desde que recordaba quién era estaba diferente. Más seguro, más siniestro. Ahora ella no podía evitar sentir una sensación de terror cuando lo veía reír de ese modo.

—La matriarca del agua no verá la luz de un nuevo día.

Si Mercedes Plass estaba muerta, entonces la rueda giraba a favor de la oscuridad.

—Felicidades por el acierto, pero supongo que no viniste hasta acá para ponerme al día.

—No seas ridícula, hija del fuego negro. An Damnaigh me envió por ti. Necesita vernos.

—¿Sabes lo que quiere?

—No hablará si no es frente a los dos.

Todavía le era extraño tenerlo tan cerca. Sus tratos con otras almas malditas había sido escaso, en cambio el vínculo con Blyth crecía conforme también lo hacía la guerra.

Caminaron juntos hacia la casona. Ella todavía no conocía bien el terreno, así que Blyth, que se movía con facilidad por el bosque, iba primero. Los senderos eran estrechos y sentía que la naturaleza se le venía encima, como si la estuviera acorralando. Como si no le gustara que estuviera ahí.

—Te sienta bien andar por el sector de los ríos –le dijo, más para salir de sus propios pensamientos que para mantener una conversación con él.

—No soy yo, es la piel que habito.

—Pensé que ya no lo escuchabas.

—Es cierto, cada vez menos.

—Entonces, explícame cómo es que caminas por acá con tanta certeza y conoces tan bien este lugar.

—El cuerpo tiene memoria.

Todavía no entendía bien cómo funcionaba el vínculo entre el cuerpo poseído y el sluagh que lo habitaba, así que de algún modo Blyth abría esa ranura ínfima de conocimiento, incluso aunque no le gustara hablar del mortal.

—Van a venir por ti. Lo sabes, ¿cierto? –le dijo y él sonrió, aunque apenas.

—También vendrán por ti, hija del fuego negro. ¿O acaso piensas que te dejarán en paz solo porque tuviste una conexión con ese enviado atípico?

—No tengo ninguna conexión con nadie.

—Claro que no.

—Y en todo caso, es distinto: acabas de matar a la vieja, no van a descansar hasta verte encerrado de nuevo.

—No podrán encerrarme. Nadie puede hacerlo.

—Tal vez ellas son capaces de encontrar la forma. No son como las otras elementales.

—Tampoco soy como los otros oscuros.

No lo era. Él recordó su nombre, su vida antes de ser maldecido.

—A todo esto, ¿qué te dice el humano?

—Palabras.

—¿Cuáles?

—Te ves interesada.

—Estoy interesada.

—Si me dejas ver, yo también lo hago.

—Quiero entender a la elegida del agua.

Blyth volvió a reír y ella sintió que su cuerpo entero se erizaba.

—A esa no la toca nadie que no sea An Damnaigh.

—No sabía que el señor de los oscuros tenía perro guardián.

Apenas pronunció la última palabra, la garganta se le cerró. Paró en seco, llevó ambas manos al cuello. Blyth también se detuvo y dio la vuelta para quedar justo frente a ella; tenía la mano en puño a la altura del abdomen. Caminó, acercándose como una serpiente. A medida que lo hacía, su mano subía y ella sentía aun más opresión, más asfixia, menos aire. Cuando llegó a estar solo a unos centímetros de distancia, su mano casi llegaba al corazón, si es que aún tenía uno.

Le habló lento. Sus palabras salieron de la boca como arrastrándose:

—No me llames así. Nunca más.

Soltó la mano y, apenas lo hizo, el cierre de su garganta se liberó. Celina respiró con ganas y Blyth se dio vuelta para seguir caminando.

—¡Oye! –le gritó antes que tomara mucha distancia.

Blyth volvió hacia ella y la miró con sus ojos negros. Por un momento se arrepintió de haber gritado:

—No vuelvas a hacer eso –le dijo, esta vez más despacio.

El oscuro no dijo palabra, solo continuó su camino. El resto del trayecto hacia la casona, lo recorrieron en silencio. No supo qué pasaba por la cabeza de Blyth, pero tenía claro que ya no era un oscuro más; podía esperar cualquier cosa de él.

Quizás no la volvería a atacar de esa forma.

Quizás no tendría otra advertencia.

***

La casa de Mercedes Plass había muerto con ella. Las paredes del living-comedor eran una mezcla de madera, polvo y escombros. Luego de haber recorrido el sector de los ríos y, ahora, estando ahí dentro, Celina entendió que solo quedaban las ruinas del antiguo esplendor elemental.

No existía una sola persona de Puerto Frío que no hubiera sido poseída por los espíritus liberados y Celina reconoció varias caras que ejercían distintas labores dentro de la casa. Algunos tiraban cajoneras y muebles abajo, probablemente buscando pistas; afuera, otros hacían encantamientos que sirvieran como aviso frente a la llegada de cualquier elemental. Los menos, solo destruían como si con ello pudieran liberar algo del rencor y dolor acumulado con el paso del tiempo.

Sintió una mano fría como la muerte alrededor de su antebrazo:

—Vamos, hija del fuego negro –le dijo Blyth–; no es momento para mirar.

La guió hacia el ala izquierda de la casona. Pasaron por varias salas distintas que no recibieron el impacto del ataque. En ellas se podían ver revistas antiguas, una vitrola, algunos tazones vacíos. El tiempo detenido, la vida detenida. Celina tuvo una extraña sensación de familia, calor y hogar. Y se sintió igual de vacía que el resto de la casona.

Al final del pasillo una gran puerta de madera se encontraba cerrada. Blyth dio un solo golpe. La puerta se abrió por sí sola, en un quejido que incluso a ella le pareció siniestro. Celina entró justo detrás del sluagh. La oscuridad reinaba dentro de la biblioteca. Faltaba poco para el amanecer, aunque probablemente los rayos del sol no volverían a tocar el sector de los ríos en mucho tiempo más.

La sala, que bajo el alero de Mercedes Plass debió haber sido un espacio perfectamente ordenado, estaba llena de libros tirados; abiertos y cerrados, de cara y lomo. Una de las mesas figuraba de patas sobre el piso, mientras las otras apenas se veían entre tantos ejemplares. “Seguro An Damnaigh dio vuelta la biblioteca buscando los Anales del clan de Agua”, pensó. Y seguro las elementales se lo habían llevado.

Había un olor incómodo. Así debía oler el miedo. Se sorprendió a sí misma cuando entendió que, dentro de ella, aún quedaban pequeños espacios de temor que solo habitaba An Damnaigh.

—Mi mano derecha, mi mano izquierda –dijo una voz lúgubre desde el fondo de la biblioteca.

Era él.

No lo había visto durante la liberación. Solo alcanzaron a ver sombras que salían eufóricas desde el pentagrama de sangre, pero nada más. En realidad, nunca había visto directamente a An Damnaigh.

Creía que ahora también se encontraría con esa sombra pero, poco a poco, una figura masculina se delineó en la oscuridad de la noche. Se trataba de un hombre de no más de cuarenta años; no tenía idea quién era, jamás lo había visto en el pueblo. Entonces, Celina se preguntó si tal vez no sería el verdadero An Damnaigh; su cuerpo original. Después de todo, si Cayla fue capaz de sobrevivir con su cuerpo e ir cambiándolo de forma a su antojo, no veía por qué el señor de todos los oscuros no podría haberlo hecho.

Blyth fue donde él, tomó su mano derecha y se arrodilló. Entonces, An Damnaigh estiró su mano izquierda en dirección a Celina. Pero ella no lo haría; ella no se arrodillaba ante nadie. Caminó hacia él y tomó su mano, pero se mantuvo de pie. A pesar del miedo, logró sostener los ojos sobre los suyos brevemente. No supo si estaba en lo correcto, pero creyó ver algo similar a una sonrisa.

An Damnaigh le hizo un gesto a Blyth para que se levantara.

—Es el tiempo de la oscuridad –dijo con voz de agua turbia, mohosa–. Es el momento de actuar. Ustedes verán cuando mis ojos sean ciegos y escucharán ahí donde mis oídos no lleguen.

—¿Por qué nosotros? –preguntó Celina y Blyth la miró de reojo.

—Aparte de mí, Blyth es el único que recuerda quién fue alguna vez. Eso le da ventaja frente a los otros espíritus y lo fortalece para combatir a las elementales.

—¿Y yo?

—Tú eres más inteligente y poderosa que otros, dos cualidades que necesito a mi lado.

—¿Qué quiere que hagamos, señor? –preguntó Blyth.

— Las elementales se escaparon, quiero que vayan tras ellas.

—Comenzaré hoy mismo la búsqueda, señor. La noche es nuestra, será más fácil hallarlos.

—Estás loco si piensas que se van a quedar juntos –le comentó Celina a Blyth, pero fue An Damnaigh quien habló:

—¿Por qué lo dices, hija del fuego negro?

—Se van a separar. Si los atrapamos a todos juntos, ganamos. Eso seguro lo saben, así que van a tomar caminos separados. Puede que incluso ya lo hayan hecho.

—¿Cuántos grupos?

—No lo sé, pero imagino que uno irá tras el talismán de fuego y otro intentará juntar al resto de los clanes.

An Damnaigh soltó una risa irónica, casi tan terrible como él.

—Blyth… –dijo una vez que la risa terminó–, el humano conoció bien a las hermanas. Necesito que veas en tu interior cómo podrían estar conformados esos grupos.

Blyth asintió y cerró sus ojos, pero Celina se le adelantó:

—Seguramente, mandaron a la elegida de tierra a negociar con los otros clanes; Littin no se despega de ella; como tienen que ir con alguien que conozca a los otros hijos del fuego perdido, también irán Vanesa y Emilio.

—Bien. Entonces, el segundo grupo estaría conformado por las buscadoras del talismán.

—Y nadie mejor que Luciana y Manuela para eso.

—¿Qué pasará con la elegida del agua y su enviado?

—Posiblemente viajen con ellas dos: Marina puede moverse astralmente y León tiene experiencia, lleva años peleando contra nosotros.

Celina no supo hacia dónde miraban los ojos negros y sin pupila de An Damnaigh. Caminó hacia una de las ventanas y se quedó de espaldas a ellos por unos segundos. Finalmente, se volteó y dijo:

—Blyth, tú irás tras las buscadoras; Celina, tú te encargarás de los negociantes.

—Yo puedo hacerme cargo del primer grupo –dijo esperando que fuera ella quien pudiera ir tras León y no Blyth; no lo quería en manos de An Damnaigh–: conozco mucho mejor…

No pudo terminar. El señor de la oscuridad se le acercó, levantó suavemente su mentón con el dedo índice y le dijo:

—Conozco tus miedos más profundos, hija del fuego negro, y no los quiero en esta guerra: irás tras los negociantes y Blyth irá por los buscadores.

No tuvo otra opción más que afirmar con la cabeza.

An Damnaigh soltó su mentón y volvió a quedar frente a los dos. Con el semblante vacío y su voz grave, habló por última vez:

—Los quiero a todos muertos, excepto a la elegida del agua.

Ostara


Mac Carthaigh Mór

An Mhumhain, 1313

El bosque se hallaba sumergido en la bruma. Los árboles parecían de una consistencia distinta a la habitual, como si la niebla fuera capaz de volverlos etéreos. Al igual que Bahee, su madre, ella podía ver el lado oculto de la vida y la muerte: era el mismo bosque de siempre y aun así, diferente. Había colores que antes no estaban, ecos que antes no se escuchaban. “Ostara”, pensó al mismo tiempo que se hizo consciente del pasto húmedo bajo sus pies desnudos. No sabía hacia dónde se dirigía; una fuerza mayor que ella la arrastraba, la movía hacia un punto determinado. Su vestido se deslizaba sobre la tierra mientras daba pasos reservados, cortos como su respiración. Pero, si era Ostara, ¿no debería sentirse en completa tranquilidad? El equinoccio de primavera representaba un tiempo de equilibrio; en cambio, la energía que la empujaba era pura incertidumbre y nerviosismo. No podía ser real. Entonces, Máira comprendió que estaba dentro de un sueño. Quizás una premonición.

Se dejó llevar por el viento y el rumor de las hojas. De a poco, el sonido del bodhrán comenzó a ser cada vez más cercano. El ritmo aceleró sus pasos, su corazón, hasta llegar a un amplio borde de río. Los colores tenues y solares se transformaron en una sola luz cenicienta, proyectada por la luna llena. Ahí, cerca del agua, los clanes celebraban el inicio de la primavera. Y en esta ocasión, sin la ayuda de una energía externa, decidió caminar hacia ellos. Podía sentirlo: algo o alguien la invocaba.

La gente reía, bebía, bailaba, celebraba. Máira, que se sabía dentro de un sueño, solo se dedicó a observar. Caminó entre personas fantasmales y conversaciones que tal vez, en algún momento, se harían realidad. A diferencia de los demás, ella nunca soñaba simplemente porque sí. Siempre había una razón y, esta vez, también la descubriría. No veía a sus hermanas por ninguna parte, ni siquiera a Aïne que tendía a estar presente en todo momento. Pensó que tal vez debía encontrarlas primero para poder descifrar el significado del sueño, así que se mezcló aún más entre la gente. Miró hacia un lado y el otro; adelante, atrás, pero no logró encontrarlas. Solo cuando vio unos ojos oscuros pasar frente a ella, entendió que no era a sus hermanas a quienes debía conocer esa noche, en ese sueño.

Primero fue una mirada fugaz. Después, una sonrisa forastera. Los clanes elementales se caracterizaban por ser precavidos y desconfiados del mundo externo, así que, en sus dieciséis años, había visto solo un par de gestos mortales, pero nunca algo así. Nunca esa alegría, esa ternura. Sus ojos intentaron seguirlo, pero se movía con demasiada rapidez como si tal vez no quisiera ser encontrado. Un sueño como ese en una noche como Ostara no podía indicar más que buenos presagios. Se arrojó dentro del sueño sin restricciones, creyendo que así podría descubrir a quién pertenecían esos ojos, esa boca. Jugar su juego para entrar en él.

Tomó un vaso y bebió un trago de vino que le pareció demasiado ácido. Se dejó llevar por el ritmo del tambor y la luz de la luna, con la sensación de que era el sueño más vívido que había tenido jamás. Entonces, aparecieron esos ojos de nuevo, acompañados por una sonrisa que la llenaba de felicidad. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podía sentirse así por alguien a quien ni siquiera conocía y además en un sueño? El joven, que parecía ser de su misma edad, se le acercó. No le habló con palabras, pero sí lo hizo con sus ojos negros, sus dientes demasiado blancos para ser reales. “Un nombre”, le decía, “solo un nombre”. Máira lo miró detenidamente intentando comprender a qué se refería. Llevaba los colores de Ostara: una chaqueta de lino dorado y pantalones verdes. Al igual que ella, andaba descalzo. “¿Quién eres?”, le preguntó. “Un nombre, solo un nombre”, repitió él.

Jugar su juego para entrar en él.

“Máira”, dijo y apenas lo hizo, él la abrazó y ella sintió que caía y volaba al mismo tiempo que lloraba y reía, que era y no era. Sintió recuperar algo perdido, soltar aquello que no le servía, revivir. Entendió, por primera vez, el verdadero significado de una celebración como Ostara: un tiempo de abundancia y expectación. El renacimiento. La vida llegó a ella en un abrazo.

De pronto, la voz de Aïne se oyó a lo lejos.

Lo soltó con apuro, sabiéndose contra el tiempo. Necesitaba ver por una vez más sus ojos negros para averiguar, quizás a través de esa conexión, quién era y por qué había llegado hasta ella en sueños. Pero apenas lo hizo, él ya no estaba ahí. El ritmo del bodhrán no se escuchaba, la gente había desparecido. La noche le pareció grisácea y fría, muy diferente a unos segundos atrás.

Cuando abrió los ojos, él ya no estaba ahí.

Pero Aïne sí.

La luz de la luna encontraba reflejo en los ojos de su hermana mayor, que la miraba desde la esquina de la cama:

—An bhfuil tú ceart go leor?6 –le preguntó y Máira asintió–. Tá tú ag caint ina chodladh7.

Corrió las mantas hacia atrás y se levantó de la cama. Por alguna extraña razón, se sentía turbada. El sueño en sí había sido agradable, pero no le gustó como acabó.

No le gustó la sensación de frialdad que sintió al final ni tampoco que hubiese sido Aïne quien la despertara. Cuando sus sueños terminaban así, abruptamente, nada bueno podía esperar de ellos.

Máira le habló entre murmullos para no despertar a las demás, que dormían en las camas continuas:

—Gá dom a fháil amach8.

Tomó una de las mantas que estaban sobre la cama y salió del crannog.

La noche primaveral la recibió con un aroma dulce. Los preparativos para celebrar Ostara estaban casi listos, a excepción de la comida que sería preparada en unas cuantas horas más. En festividades como esas, alegres y llenas de abundancia, incluso permitían que el clan de fuego participara activamente, no solo en la celebración, sino también en las vísperas.

Inspiró hondo, cerró sus ojos y lo primero que vio fue a ese joven. “Un nombre, solo un nombre”, le había pedido, pero ella nunca se lo dio. “Fue un sueño. Nada más que un sueño”, se recordó a sí misma. Entonces, ¿por qué no podía sacar de sí la sensación de que, más que eso, se trataba de una premonición?

—Cad é go Trioblóidí tú, deirfiúr? 9–dijo Aïne que ya estaba junto a ella–. Tá a fhios agat gur féidir leat muinín dom10.

Aïne podía ser dura con muchos, con casi todos, pero jamás con ella. A diferencia de sus hermanas mayores, Máira tuvo que crecer sin Kene ni Bahee, así que fue su hermana quien se hizo cargo. Siempre fuerte, siempre presente. Aïne era como el roble que todos los celtas veneraban: símbolo de resistencia y poder.

Máira le contó su sueño, pero evitó mencionar que más bien lo sentía como una premonición. Le habló sobre el joven de ojos negros que le pedía un nombre y no pudo contener una sonrisa. Aïne la miró asustada.

—Mar gheall ar aoibh gháire tú? Ná. Is féidir aon rud maith a bheith ag súil ó dhaoine11 –le dijo y en seguida, Máira intentó suprimir cualquier gesto de su cara.

Quería decirle que quizás él era diferente o que, al menos, se veía diferente, pero sabía que no conseguiría nada porque Aïne sentía total aversión hacia los mortales. Entendía la desconfianza de su hermana: a diferencia de ella, que era muy pequeña cuando Kene y Bahee murieron, Aïne ya era una mujer. Y como tal, recordaba todo. Albergaba dentro de ella el color de la sangre y la intensidad del fuego. No por nada había decidido excluir a Ciara y a su clan de las actividades elementales. Aïne podía ser el roble en la cotidianidad, pero en el fondo, solo Máira conocía el miedo que habitaba dentro de ella; solo Máira conocía su miedo a perderlo todo.

—Níos mó ná aisling, is cosúil sé ar cheann de do premonitions12 –continuó y Máira tuvo que tragar las palabras que querían salir de su boca: que sí, que ella también lo sintió de esa forma, que probablemente ese joven existe y está por ahí, esperando por un nombre, solo un nombre. En cambio, le preguntó:

—Mar gheall ar cad a deir tú?13

—Mar gheall ar aisling sreabhadh isteach i d’intinn agus lig tú codladh; áfach, a bhfuil premonitions duit gníomhú difriúil14.

A veces, solo en ciertas ocasiones, sentía miedo al confirmar cuánto la conocía Aïne y el poder que podía ejercer sobre ella teniendo tanta información.

—Más premonition, ní féidir liom a bhraitheann chomh dona15 –no se aguantó; la entendía y la respetaba, pero debía encontrar la forma de traspasar la sensación general de aquella visión: ese joven no era peligroso.

Pero Aïne fue tajante: “Los seres humanos representan un peligro para nosotros, Máira. Créeme, lo que llegó hasta ti en sueños fue una advertencia. Si ese joven aparece, no puedes caer en su juego”.

“Jugar su juego para entrar en él”, recordó. ¿Sería posible que Aïne leyera sus pensamientos? No, ese era el poder del aire. Lo que sí era posible es que tuviera razón, la tierra rara vez se equivocaba. Al menos eso creía ella.

Aun así…

Aïne señaló el crannog y le dijo que era hora de volver a dormir. En pocas horas llevarían a cabo la celebración de Ostara y debían contar con las energías necesarias para recibir la primavera. Máira asintió y caminaron juntas en silencio. Su mente, en cambio, no dejaba de pensar. Aunque quisiera, no podía olvidar esa sonrisa.

Salió de la cama con los primeros rayos del sol. El resto de la noche la pasó en vela, pensando en el sueño que se mezclaba con las palabras de Aïne, sin lograr llegar a una conclusión. En esas circunstancias, lo natural hubiera sido que se sintiera cansada, pero no lo estaba. Más bien, se sentía impaciente; si ese joven llegaba, desconocía cuál sería su propia reacción. No tenía la certeza de que ese día lo vería por primera vez –ni siquiera estaba segura de que hubiera sido una premonición–, pero la intuición la llevaba por ese camino de niebla tan espesa como la de su sueño.

Miró a su alrededor y se percató de que, como cada mañana, Aïne era la primera en levantarse. Síle y Ciara, por el contrario, todavía dormían. Lo más silenciosamente que pudo, se puso su vestido de lino con una manta verdosa encima. Afuera del crannog, parte de los clanes continuaba con los últimos preparativos para la celebración. Algunos decoraban los árboles, envolviéndolos con lanas en tonos dorados y verdes. Otros se dedicaban a ordenar los platos con las primeras frutas de la estación, mientras que un grupo pequeño afinaba los instrumentos para que, más tarde, todos pudieran cantar y bailar, incluso el clan de fuego. Ostara era, sin duda, una fiesta llena de luz que solo podía traer buenos designios. Eso creía Máira.

Sintió calor sobre su hombro y supo que era Síle. Se dio vuelta y la saludó con una sonrisa que ella devolvió. A diferencia de Aïne, Síle era una igual; trataba a todos con ecuanimidad, incluso a los elementales de fuego. Incluso a Ciara.

Le dijo que la había escuchado salir del crannog durante la noche y le preguntó si todo andaba bien. “¿Fue una de tus visiones?”. No lo sabía. No tenía idea de quién era ese joven, nunca lo había visto y, como si fuera poco, los mortales no eran bienvenidos en su familia. Entonces, ¿cómo se suponía que podría conocerlo en plena celebración de Ostara? Aún más, ¿cómo podría su sueño ser, a fin de cuentas, una premonición? “No es nada importante. Me parece que fue solo un sueño”, se atrevió a responder, pero su hermana no se notaba muy convencida. En ese momento, Aïne se acercó a ellas. “¿Tú también piensas que fue un sueño?”, le preguntó Síle apenas la tuvo frente a ella. A veces, Máira sentía que sus hermanas la trataban como una niña. Y a veces, solo a veces, le daban ganas de escapar y vivir libremente, sin los miedos feroces que Aïne intentó inculcar alguna vez en ella.

—An bhfuil a rá?16 –le comentó Aïne como defraudada por haberle mentido a Síle.

—Sea, mar tá sé fíor: níl a fhios againn do cinnte má bhí sé ina premonition17.

—Cén fáth Cén fáth eile a bheadh agat dreamed de mortal nach bhfuil a fhios fiú?18

—An raibh tú fís bheith ag an duine? ¿Anseo? I measc dúinn?19 –preguntó Síle con terror en su mirada. A diferencia de ella, Aïne sí había logrado traspasar sus miedos a la matriarca del aire; además, la misma Síle conservaba algunos recuerdos vagos del ataque a Kene y Bahee.

Aïne le contó a Síle el sueño de Máira, al mismo tiempo que ella se arrepintió de haberlo compartido de modo tan detallado con su hermana. Quiso decirle que se detuviera, que no contara todo, que por algo había hablado con ella y no con las demás, pero no lo hizo. No pudo hacerlo. El respeto que sentía por Aïne era mayor y contradecirla solo traería problemas, así que solo se limitó a escuchar, a ser una espectadora de su propia vida.

“¿Cómo podría ese joven hallarnos, si hace años que nos hemos mantenidas alejadas de los clanes humanos?”, preguntó Síle, y Aïne respondió tan segura de sus palabras que Máira sintió un poco de temor: “Porque ese sueño fue una advertencia”.

—Agus más dealraitheach, d’intinn agat a dhéanamh?20 –dijo Síle como robándole los pensamientos a Máira.

—Má cosúil leat a?21 –preguntó Ciara, que intentaba hacerse un espacio entre las tres.

—Bhuel, an t-am chun deireadh a hullmhúcháin bainte22 –declaró Aïne haciendo, una vez más, caso omiso de los comentarios de Ciara.

Comenzó a enumerar las tareas de cada clan para dar inicio a Ostara, no dando cabida para que alguna le respondiera a Ciara. Incluso sabiendo lo injusto que podía ser ese trato, Máira se alegró de que por fin había acabado la conversación.

Solo por un momento quería sentir que su vida era suya y de nadie más.

Solo por un momento quería ser libre.

La tarde transcurrió rápida. Había música en el aire y el viento cantaba como si quisiera despertar a la naturaleza. El clan de tierra se encargó de preparar el ritual; el aire de la comida y el agua de la decoración. Incluso el fuego pudo ayudar al clan de Síle y Máira. Como cada Ostara, se respiraba un aire dulce y primaveral que hacía olvidar las penas, ayudando a disfrutar del presente. Sin embargo, bastaba que Máira recordara con detenimiento su sueño y al joven dentro de él, para que el tiempo se ralentizara. Aún no sabía si su sueño había sido una visión o no, pero se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que, en el fondo, quería que lo fuera; necesitaba averiguar quién era ese joven y cómo fue capaz de llegar hasta ella en un plano astral.

Cuando el sol se comenzó a esconder tras la línea del horizonte, los cuatro clanes se reunieron en el fogón central para darle la bienvenida al equinoccio de primavera. El fuego ardía en la hoguera de modo controlado y artificial. Desde la muerte de sus padres, Ciara no tenía permitido crear el fuego, dado que la mayoría de los elementales veía en ello más peligros que beneficios. Solo si eran atacados por los seres humanos, decretó Aïne, el fuego podía usar su poder, de lo contrario, debía abstenerse por precaución general. Máira creía que esas limitaciones solo creaban trampas y roces entre la comunidad, en especial entre las hermanas. El descontento de Ciara se sentía en sus miradas lacónicas y frases cortas, mientras que el resto de su clan parecía no entender las motivaciones de Aïne. Máira tampoco las comprendía realmente, pero confiaba en la historia que le había contado: en cómo murieron Kene y Bahee, y sobre todo, en el peligro que representaba el fuego.

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
395 s. 9 illüstrasyon
ISBN:
9789563634044
Yayıncı:
Telif hakkı:
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