Kitabı oku: «Tres perspectivas sobre el milenio y el más allá», sayfa 6

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Capítulo Dos
AMILENIALISMO

Robert B. Strimple Jr.

Aunque los cristianos de hoy día pueden considerar que los términos pre, pos y amilenialismo son tradicionales, realmente se originaron hace poco comparados con la gran extensión de la historia de la iglesia. El término amilenialismo ha sido usado comúnmente desde los años 1930. Sin embargo, es un misterio cuándo exactamente fue usado por primera vez. Pero como ha dicho Louis Berkhof, si bien es cierto «el nombre es nuevo… el punto de vista que describe es tan viejo como el cristianismo».122

En este capítulo no vamos a concentrarnos en la historia de la iglesia, sino en las consideraciones bíblicas que han causado que muchos cristianos a través del tiempo rechacen el milenialismo, ya sea del tipo premilenial o posmilenial.

Nuestra palabra en español «escatología» viene de dos palabras griegas, una para «últimas cosas» (eschatos) y la otra para «palabra o estudio» (logos), pero deberíamos reconocer que según el punto de vista de los escritores del Nuevo Testamento los «últimos días» de la historia redentora comenzaron con la resurrección de Cristo, su exaltación, y el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Hechos 2:16-21, «los últimos días»; 1 Corintios 10:11, «estos tiempos finales»; Hebreos 1:1-2, «en estos últimos días»; 1 Pedro 1:20, «en estos últimos tiempos»). ¡La totalidad de la revelación redentora de Dios está construida sobre la base de la promesa (Antiguo Testamento) y el cumplimiento (Nuevo Testamento), y por eso un resumen adecuado de escatología bíblica tiene que considerar las enseñanzas de la Biblia entera!

En este capítulo sencillamente nos enfocaremos en dos factores cruciales: (1) la instrucción que recibimos del Nuevo Testamento respecto a la interpretación correcta de la profecía del Antiguo Testamento, y (2) la enseñanza del Nuevo Testamento respecto a la segunda venida de Cristo y los eventos que acompañarán esa venida. Sobre ese trasfondo, miraremos a dos pasajes que frecuentemente se consideran especialmente significativos: Romanos 11 y Apocalipsis 20:1-10.

CRISTO: EL TEMA DE LA PROFECÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO

En el Antiguo Testamento, hay pasajes que hablan de un tiempo venidero de paz y justicia mundial, un tiempo cuando el templo será reconstruido, el sacerdocio restaurado, y los sacrificios se ofrecerán de nuevo (por ejemplo, Salmo 72:7-11; Isaías 60:10-14; Ezequiel 37:24-28; 40-48). Los premilenialistas insisten que hay que interpretar tales pasajes «literalmente» (exactamente qué implica la literalidad en cada caso, es algo que los premilenialistas aún debaten). Ellos insisten que estos pasajes se refieren a condiciones durante el milenio, aquel reino de mil años que Cristo establecerá sobre esta tierra cuando venga por segunda vez, con la capital en Jerusalén, con el templo reconstruido, el sacerdocio reestablecido,123 sacrificios de animales ofreciéndose de nuevo y con el trono de David erigido nuevamente. Cada sábado, Cristo el príncipe entrará al templo en el portón oriental mientras los sacerdotes sacrifican el holocausto de seis corderos perfectos y un macho cabrío, además de ofrendas de paz (Ezequiel 44:23, 9). Así, la adoración del reino mesiánico volverá a los elementos que fueron centrales en el antiguo pacto.

¿Pero es correcto interpretar las profecías del Antiguo Testamento como descripciones del reino futuro que Cristo establecerá sobre esta tierra cuando venga por segunda vez? Para poder contestar, la pregunta crucial que el cristiano debería hacerse es por supuesto esta: «¿De qué forma nos enseña el Nuevo Testamento a interpretar tales pasajes?». En el Nuevo Testamento, la iglesia de Cristo ha recibido, por la inspiración del Espíritu Santo, esa revelación postresurrección, postpentecostés que es absolutamente autoritativa, la guía infalible en todo asunto de fe y vida, incluyendo este tema sumamente importante de cómo interpretar la profecía del Antiguo Testamento.

A medida leemos el Nuevo Testamento, entendemos que los profetas del Antiguo Testamento hablaron de la gloria de la edad mesiánica venidera (la edad inaugurada por Cristo en la cual vive ahora la iglesia) usando la terminología de su propia época y las bendiciones espirituales del pueblo de Dios en aquella era del antiguo pacto. Conceptos tales como el pueblo de Israel, la tierra de Canaán, la ciudad de Jerusalén, el templo, los sacrificios, y el trono de David eran conceptos centrales de dichas bendiciones.

Es un aspecto necesario de comunicación eficaz, que todos nosotros hemos experimentado y entendemos, que cuando queremos describir algo para un amigo que no lo ha experimentado todavía, lo hacemos refiriéndonos a algo que él ya conoce. Para poder comunicar algo al pueblo de Dios, el cual estaba todavía viviendo bajo el antiguo pacto, los profetas, inspirados por el Espíritu, hablaron de las bendiciones que Dios derramaría durante el tiempo del nuevo pacto en términos tipológicos usando imágenes conocidas por los santos del antiguo pacto.124

Para un judío celoso que no ha recibido a Cristo, y para quien por tanto, el velo permanece sin quitar cuando se lee el Antiguo Testamento (2 Corintios 3:14), es entendible tal principio de interpretación de profecía, al igual que el de los premilenialistas, que dice que debemos interpretar la profecía del Antiguo Testamento de manera literal siempre que sea posible. Tristemente, el sionista judío, por ejemplo, no tiene otro principio importante de interpretación con el cual operar. Pero los creyentes cristianos que viven en la plena luz de la revelación del Nuevo Testamento, la revelación del Cristo de Dios, ¿no debemos acaso tomar ventaja de esto? ¿No debemos ver que lo que está escondido en el Antiguo Testamento, está revelado en el Nuevo (como lo dijo Agustín)? ¿Qué lo que el Antiguo Testamento contiene, el Nuevo Testamento lo explica? ¿No estaba comunicándonos algo importante el Apóstol Pablo cuando por inspiración del Espíritu Santo dijo que cuando leemos el Antiguo Testamento hay un velo sobre nuestro entendimiento hasta que lo leemos a la luz del cumplimiento de la revelación que se ha cumplido en Jesucristo?

Todos los cristianos evangélicos estamos acostumbrados a ver los sacrificios, fiestas y ceremonias del Antiguo Testamento como tipos o figuras, es decir, herramientas de enseñanza que apuntan hacia la obra de Cristo. ¿Por qué, entonces, no debemos entender los siguientes elementos —la tierra de Canaán, la ciudad de Jerusalén, el templo, el trono de David, y la misma nación de Israel— utilizando el mismo método de interpretación que usamos para interpretar los sacrificios y ceremonias?

Pero no es solamente que esto nos pueda parecer lógico. La verdad es que el Nuevo Testamento nos enseña autoritativamente que esta es precisamente la manera de entender tales elementos en las profecías del Antiguo Testamento. Y con respecto a cualquiera de las figuras —sea sacrificio, fiesta, templo, o la tierra— cuando llega la realidad, la sombra desaparece. Y no desaparece para ser restaurada en algún tiempo futuro; ¡desaparece porque en Jesucristo ha sido cumplida! No hablamos de esto como una interpretación espiritualizada de los sacrificios o rituales del Antiguo Testamento, utilizando ese término en un sentido negativo como si estuviéramos negando la realidad. Vemos esto como un cumplimiento de aquello que indicaron los sacrificios y ceremonias. ¿Por qué se debería pensar diferente con respecto a los cinco elementos que ahora examinaremos? En el Nuevo Testamento vemos el significado verdadero de todos los tipos del Antiguo Testamento, y la figura central en la profecía bíblica es nuestro Señor Jesucristo. Es Cristo, no el pueblo hebreo, el tema de los profetas del Antiguo Testamento.125

El Israel verdadero

El Israel verdadero es Cristo. Él es el siervo sufriente del Señor, este quien es, ¡oh que maravilla!, el Señor mismo. Lea por ejemplo Isaías 41. Seguramente el santo del Antiguo Testamento mientras estudiaba los cantos del siervo de Isaías se sintió perplejo. Los comentaristas judíos hasta el día de hoy se sienten perplejos. Aquí Dios llama a Israel su escogido (41:8-9). Pero en 42:1-7 el Señor dice,

He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley. Así dice Jehová Dios, Creador de los cielos, y el que los despliega; el que extiende la tierra y sus productos; el que da aliento al pueblo que mora sobre ella, y espíritu a los que por ella andan: Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.

¿Es todavía la nación la que se presenta como el siervo del Señor, o es esta ahora un individuo, el Mesías?

Sabemos cómo los Evangelios interpretan estos versículos de Isaías 42 —se cumplen en Jesucristo. Pero note como Isaías sigue hablando en 44:1-2, 21; 45:4,

Ahora pues, oye, Jacob, siervo mío, y tú, Israel, a quien yo escogí. Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas, siervo mío Jacob, y tú, Jesurún, a quien yo escogí…

Acuérdate de estas cosas, oh Jacob, e Israel, porque mi siervo eres … Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre [Ciro, ver los versículos anteriores y posteriores] …

Si continuáramos leyendo aquí en Isaías, veríamos la causa de la perplejidad, un movimiento de avance y retroceso: afirmaciones claras que la nación de Israel es el siervo del Señor, pero también pistas sutiles que indican que el siervo es un individuo. Tal vez el mismo Isaías se sintió perplejo. Recuerde que Pedro dijo acerca de los profetas, «inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos…» (1 Pedro 1:10-12).126

¿Cómo podría estar clara esta respuesta antes del nacimiento de Cristo? Sí, Israel fue llamado a ser el siervo de Dios, una luz para alumbrar a las naciones y para glorificar el nombre de Dios. Pero debido a que Israel fue infiel a su llamamiento y fracasó en cumplir el propósito de su elección divina, el Señor envió a su Elegido, su Siervo, el Israel verdadero.

En Mateo 2:15 el evangelista vio a Oseas 11:1 cumpliéndose en la huida de la familia santa a Egipto y después su retorno, «de Egipto llamé a mi hijo». Algunos críticos consideran esto una exégesis alegórica completamente caprichosa y sin fundamento de parte de Mateo, estos críticos alegan que Mateo toma una referencia en la cual Oseas claramente se refiere a la nación de Israel (y así es, por supuesto, lea Oseas 11 en su contexto) y aplica ese texto a Cristo. Esto es, obviamente, un uso arbitrario de las Escrituras, dice el crítico. Pero el cristiano debería estar mejor instruido, porque sabe que Cristo es el verdadero Israel de Dios, en quien la historia de Israel está recopilada y los propósitos de Dios para Israel cumplidos.

Puesto que Cristo es el verdadero Israel, la simiente verdadera de Abraham, nosotros quienes estamos en Cristo por fe y por la obra del Espíritu Santo somos el verdadero Israel, el Israel de la fe, no de la descendencia natural. Pablo escribe en Gálatas 3:7-9, 26-27. 29,

Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham …

Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos … Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.

Muy frecuentemente cuando meditamos sobre esta verdad maravillosa, omitimos el vínculo sobresaliente en esta cadena de redención: Cristo mismo. Decimos, «Sí, la nación de Israel fue el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, ahora en el Nuevo Testamento la iglesia de creyentes es el pueblo de Dios». Y así consideramos rápidamente (o ignoramos totalmente) el glorioso hecho de que nosotros los cristianos somos el Israel de Dios, la simiente de Abraham, y los herederos de las promesas, solamente porque por fe estamos unidos a Aquel quién es el verdadero Israel, la simiente única de Abraham (note el énfasis que Pablo hace sobre el singular [«y a su simiente. No dice: Y a las simientes»] en Gálatas 3:16). Nosotros los creyentes participamos de las bendiciones prometidas a Israel, y por la gracia de Dios aquellas bendiciones se extienden a los que están unidos a Cristo por fe.127

Hebreos 8 y 10 presentan gran dificultad para los intérpretes premilenialistas (lo cual ha resultado en una gran variedad de explicaciones), porque el autor aquí cita la profecía del nuevo pacto de Jeremías 31:31-34 y parece decir claramente que el nuevo pacto profetizado por Jeremías es aquel mejor pacto establecido sobre mejores promesas de las cuales nuestro Señor Jesucristo es el mediador (8:6), el cual está vigente ahora, trayendo bendición tanto a judíos como gentiles. Muchos premilenialistas han insistido, sin embargo, que este nuevo pacto no está cumplido (por lo menos no de forma total) como el pacto de Dios con su iglesia ahora, sino que será cumplido durante el milenio, ¿Por qué? Dios dice en Jeremías (y es citado en Hebreos 8:8) que este nuevo pacto será hecho «con la casa de Israel y con la casa de Judá»; y claramente los judíos, en gran parte, no están disfrutando los beneficios de este pacto ahora.

Pero no hay razón para nosotros en tropezar sobre este pasaje. Sí, el pacto está hecho «con la casa de Israel y con la casa de Judá». Alabado sea Dios porque en unión con el Hijo de Dios, el verdadero Israel, nosotros somos miembros de esa casa. El apóstol Pablo escribe en Filipenses 3:3, «Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne».

Canaán, la tierra prometida

En el Nuevo Testamento aprendemos también que Canaán, la tierra prometida, fue un tipo de aquella herencia más amplia y más rica que fue prometida a Abraham y a todos sus hijos en Cristo: el mundo entero, cielo y tierra renovados y restaurados en justicia, (2 Pedro 3:13) como hogar de la nueva raza proveniente de Dios, hombres y mujeres en Cristo Jesús, el segundo Adán.

En Romanos 4:13, por ejemplo, leemos, «Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo [griego kosmos], sino por la justicia de la fe». ¿Dónde en el Antiguo Testamento se encuentra la promesa a la cual se refiere Pablo acá? ¡En ninguna parte! si insiste en una interpretación literal. Pero la encuentra en Génesis 17:8 («Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua») si se entiende que esta es una interpretación inspirada y apostólica que Pablo nos está dando aquí de la promesa del Antiguo Testamento.128

Hebreos 11 (especialmente versículos 10-12) también contempla la herencia prometida de Abraham. Este pasaje habla de aquello que es celestial. Pero esto no nos debería llevar a negar que la herencia de Abraham también es terrenal; y como tal, no está prometida por solamente mil años a Abraham y a su descendencia. Isaías, Pedro, y Juan hablan todos de aquella herencia en términos de «un cielo nuevo y una tierra nueva». El hogar futuro de Cristo y de su pueblo será terrenal además de celestial.

Frecuentemente se acusa al amilenialismo de ignorar el hecho de que hay profecías que tratan de la restauración y renovación de la tierra que todavía no están cumplidas. Pero el amilenialismo no ignora tales profecías. Sencillamente reconoce que hay que entenderlas (a la luz de Isaías 65:17; 66:22; 2 Pedro 3:13; Apocalipsis 21:1) en términos de un nuevo cielo y una nueva tierra. Ellas ofrecen un retrato de lo terrenal, pero eterno (no solamente por mil años). El alcance del logro de la redención de Cristo será en verdad cósmica, y será tan completa y perfecta para el medio ambiente de la humanidad como para los seres humanos mismos.

La ciudad santa de Jerusalén

Cuando pensamos en lo que el Nuevo Testamento dice respecto a la ciudad santa de Jerusalén, inmediatamente pensamos en Hebreos 12:18-24. «Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar … sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo… ».

Quizás hemos leído los versículos 18-21 de este capítulo, hemos tomado una pausa y sentido alivio al pensar, «¡Caramba! ¡Estoy agradecido de no haberme acercado a un monte así! No podría soportarlo. Aquello fue grave, una escena terrible. Fuego, oscuridad, tinieblas y tormentas, el sonido de la trompeta, la voz de Dios, la muerte por dar un paso equivocado. Moisés mismo, el líder con quien Dios había hablado cara a cara estaba temblando de pavor».

Pero si respondemos de esa manera, nos hemos perdido totalmente del argumento principal del autor. Continuando con la lectura (versículos 22-29), su tema principal es que si la experiencia que inauguró el pacto antiguo fue realmente asombrosa, y el castigo por tomarla a la ligera y no hacer caso a las advertencias pronunciadas por Dios desde Sion, fue verdaderamente serio, cuánto más asombrosa es la experiencia del creyente del nuevo pacto. Cuánto más grandes serán las consecuencias eternas de darle la espalda a Dios quien se revela tanto más claramente y completamente en su Hijo, el mediador del nuevo pacto. No nos hemos acercado a un monte creado (y el monte Sion no era mas que una creación, aun en esa ocasión asombrosa cuando se dio el antiguo pacto). No nos hemos acercado al lugar santísimo en el tabernáculo o en el templo terrenal. ¡Nos hemos acercado al verdadero lugar santísimo, a la presencia de Dios mismo! Hemos llegado al trono celestial de Dios, el verdadero y eterno monte Sion.

Ahora bien, en cierto sentido, estamos todavía esperando la Jerusalén celestial. «Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir» (Hebreos 13:14). El día de la consumación, es decir, la manifestación completa de la Jerusalén celestial, todavía está en el futuro (Apocalipsis 21). Pero damos gracias a Dios, porque en un sentido preliminar pero real hemos llegado a esa ciudad. «Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial» (Hebreos 12:22, letra cursiva añadida).

La distinción bíblica entre la Jerusalén terrenal y la celestial no es la distinción entre «literal» y «espiritual», utilizando «espiritual» en el sentido de “aquello que no es literal». Es la distinción entre lo que es una copia y el original. Considere Hebreos 9:23-24, donde leemos que los elementos en el tabernáculo terrenal de Moisés fueron sencillamente copias del santuario celestial en donde Dios está presente. Lo celestial es aquello que es verdadero y genuino.

Piense en el énfasis de Juan sobre lo «verdadero» en su Evangelio. Jesús es la vid verdadera, la luz verdadera, el pan verdadero. Jesús es la realidad a la cual apuntaban la vid sobre la pared del templo, la luz sobre la lámpara, y el pan de la proposición en el santuario.

Quizás podemos usar los terminos que Pablo utiliza en 1 Corintios 15:44-46, animal y espiritual, donde el orden histórico del primer hombre (Adán) y el segundo hombre (Cristo) resalta también un principio general: «Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual». Las realidades espirituales son tan literales y reales como lo son los fenómenos naturales. El cuerpo resucitado del creyente, por ejemplo, se llama un cuerpo «espiritual» en el versículo 44, no para sugerir que le faltará realidad o sustancia, sino para enfatizar que ya no será más débil, mortal y corruptible, porque será un cuerpo resucitado y perfectamente formado y controlado por el Espíritu de Cristo resucitado, quien nunca morirá otra vez.

Piense también, en cómo Pablo habla de la verdadera Jerusalén en Gálatas 4:25-26: «Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre».

En Apocalipsis 14:1, Juan ve el cordero que «estaba en pie sobre el monte de Sion». Las profecías antiguas de Isaías 1:2-4 y Miqueas 4:1-3 sobre «muchos pueblos» de «todas las naciones» llegando a Jerusalén no serán cumplidas durante un milenio futuro por peregrinos terrenales a una ciudad terrenal. Alabado sea Dios que esa profecía bendita está cumpliéndose ahora a medida hombres y mujeres de cada tribu sobre la faz de la tierra invocan el nombre del Rey de Sion y se convierten en ciudadanos de «la Jerusalén que está arriba», la madre de todos los que están en Cristo por fe.

Por tanto, es significativo que Jesús no dirige a la mujer que encontró en el pozo a ir desde el monte Gerezím (donde adoraban los Samaritanos) a Jerusalén (donde adoraban los Judíos). Sino que Jesús la dirige hacia Él mismo.129 Note otra vez el énfasis sobre el «verdadero» aquí en Juan 4:23-26.

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy, el que habla contigo.

El templo verdadero de la Jerusalén verdadera da el agua viva y verdadera. El profeta Ezequiel (47:1) recibió la visión de aquella agua fluyendo de la parte sur del altar en el templo de tal manera que «vivirá todo lo que entrare en este río» (47:9). La mujer de Samaria, sin embargo, no recibió ni una visión, ni un retrato; ella recibió la realidad. Jesús dijo (Juan 14:10, 14),

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.

… mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.

Cuando pensamos en el significado de Jerusalén como la capital divinamente escogida del pueblo del pacto de Dios, pensamos también en el trono de David y del templo.

El reino de David

Con respecto a las promesas a David, podemos primeramente notar la manera en la cual Lucas presenta la venida de Jesús como cumplimiento de dichas promesas (Lucas 1:30-33):

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

El reino del Hijo mayor de David será un reino eterno según la promesa en 2 Samuel 7:16 e Isaías 9:6. Al igual que la promesa a Abraham de poseer una tierra para siempre no se puede cumplir en esta tierra presente y pecaminosa, así la promesa a David de un trono eterno no se puede cumplir en ningún ser humano mortal.

Al continuar leyendo el resto de Lucas 1, asombrarán las imágenes emocionantes en las cuales Maria (versiculos 46-55) y Zacarias (versiculos 67-79) cantan sus alabanzas a Dios por su obra redentora. Note por ejemplo Lucas 1:52-55, 69-73:

Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes.A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos.Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordiaDe la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre… Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo,Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto;Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder.

Las canciones parecen pasajes de los Salmos o de uno de los profetas del Antiguo Testamento. ¿Por qué hablan María y Zacarías así? ¿Es porque (como el dispensacionalismo clásico lo explica) este Mesías vino con la intención sincera de cumplir el pacto y el juramento dado a Abraham y la promesa dada a David; pero, por la falta de fe del pueblo judío, ese reino ofrecido tuvo que ser aplazado hasta el milenio futuro, así como también el cumplimiento de las promesas a Abraham y a David? ¿Es esa la explicación?

El resto de la obra en dos tomos de Lucas (Lucas-Hechos) aclara que esta no es la respuesta. María y Zacarías hablan así porque son santos del Antiguo Testamento, y esta es el lenguaje inspirado de la piedad del Antiguo Testamento. Ellos son como los profetas que precedieron a Juan el Bautista, y no podríamos esperar que ellos hablasen en el lenguaje del apóstol Pablo. Aunque hay, por supuesto, semejanzas en las imágenes usadas por los apóstoles posteriores, hay un tono del Antiguo Testamento en Lucas 1 que no se puede pasar por alto. Qué testimonio tan elocuente de la autenticidad del registro de Lucas. Y qué luz tan provechosa es arrojada sobre la naturaleza de las imágenes proféticas del Antiguo Testamento.

Al tornar nuestra atención al libro de Hechos, ¿cómo entiende el apóstol Pedro que la promesa de 2 Samuel 7:16 ha sido cumplida? Por la resurrección de Jesús (ver Hechos 2:30-31).

Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo...

Ese evento clave y redentor se ve también como el cumplimiento del Salmo 2:7; 16:10; e Isaías 55:3 (ver Hechos 13:32-37).

Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción.

Lo repito, es la interpretación inspirada del Antiguo Testamento por parte de los apóstoles del Nuevo Testamento la que se vuelve para nosotros una guía de interpretación respaldada con autoridad. Es instructivo en este caso el registro del concilio de Jerusalén en Hechos 15. Allí leemos el reporte misionero que Pablo y Bernabé dieron cuando viajaron a través de Fenicia y Samaria y hablaron al concilio de apóstoles y ancianos de Jerusalén (15:3-4) —un relato asombroso de la conversión de los gentiles por medio de la predicación. Pedro a continuación le recuerda a la asamblea que en su ministerio también los gentiles, además de los judíos, fueron salvos «por fe… por medio de la gracia de nuestro Señor Jesús» (15:9-11). Cuando Jacobo habla a continuación (15:13-21), él utiliza la profecía de Amós 9:11-12 como la clave para entender este fenómeno maravilloso de gracia.

Para poder ver el contraste agudo entre el principio de interpretación de Jacobo y los principios interpretativos del dispensacionalismo clásico, es necesario leer la nota en la página 1169-1170 de la Biblia de Referencia Scofield130 a la par del discurso de Jacobo. Para poder mantener su principio de «interpretar literalmente siempre que sea posible», Scofield tiene que entender las palabras de Amós como una profecía de lo que sucederá después del fin de «la edad presente de la iglesia» (descrita por Pedro como el sacar de entre los gentiles un pueblo para el nombre de Dios) cuando Dios «reestablecerá el reino davídico sobre Israel y finalmente cumplirá el pacto davídico. Los gentiles en aquel tiempo también estarán buscando a Dios.

Pero tal interpretación literal de este pasaje no puede ser correcta. Si esto hubiera sido el énfasis de Jacobo al hacer uso de Amós, se hubiera vuelto irrelevante su argumento en cuanto al asunto bajo consideración. Según esta interpretación, Jacobo declaró al concilio que ellos no deberían sentirse perplejos o agitados por el reporte de Simón Pedro de los gentiles volviéndose a Dios, porque los profetas habían predicho que esto es exactamente lo que pasaría durante el milenio. Un anciano presente en el concilio hubiera podido responder: «Todo esto está muy bien, Jacobo, pero lo que en este momento nos interesa es poder entender según la Biblia lo que está pasando en la iglesia ahora mismo».

Y eso es exactamente lo que Jacobo les está dando a ellos y a nosotros por medio del Espíritu. Jacobo entiende que Amós 9:11-12 se está cumpliendo ante sus propios ojos. Las palabras introductorias «después de esto» se deben entender desde el punto de vista del profeta; en el contexto de Amós la referencia es a lo que Dios logrará por su gracia redentora después del tiempo del exilio. En su nota, Scofield denomina el discurso de Jacobo «el pasaje más importante del Nuevo Testamento, en cuanto al dispensacionalismo». Desde el punto de vista de una interpretación correcta de la profecía del Antiguo Testamento, este pasaje en verdad es muy importante, pues fíjese bien lo que está pasando aquí:

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