Kitabı oku: «El Secreto de la Flor de Oro», sayfa 2

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Aquí se separan ahora aparentemente los caminos para los tipos arriba mencionados. Ambos han aprendido a aceptar lo que viene a ellos. (Como enseña el Maestro Lü Dsu: “Cuando las ocupaciones vienen a nosotros, se las debe aceptar; cuando las cosas vienen a nosotros, se las debe discernir hasta el fondo”). Uno aceptará ahora principalmente lo que le viene de fuera, y otro lo que le viene de dentro. Y, como lo quiere la ley de la vida, uno tomará de fuera lo que previamente jamás hubiera aceptado de fuera, y otro de dentro lo que hasta entonces había constantemente excluido.

Esta reversión del ser importa un agrandamiento, elevación y enriquecimiento de la personalidad, cuando los valores anteriores, en tanto no son meras ilusiones, son firmemente mantenidos durante la reversión. Si no se mantienen, cae el hombre al otro lado, y pasa de la aptitud a la inaptitud, de la adaptación a la inadaptabilidad, del sentido a lo insensato, y aun hasta de la razón a la perturbación espiritual. El Camino no está libre de peligros. Todo lo bueno es costoso, y el desarrollo de la personalidad pertenece a las cosas más caras. Se trata de decirse sí a sí mismo —proponerse a sí mismo como la más seria de las tareas y permanecer continuamente consciente de lo que se hace y mantenerlo en todos sus aspectos dudosos siempre ante los ojos, una tarea, en verdad, que llega a la médula.

El chino puede remitirse a la autoridad de su entera cultura. Si emprende el largo Camino, hace lo que es reconocidamente mejor de lo que en suma puede hacer. Pero el occidental, suponiendo que quiera realmente tomar ese camino, tiene a toda autoridad en su contra, en los campos intelectual, moral y religioso. Por eso es tan infinitamente más fácil imitar el Camino chino y dejar burlado al europeo dudoso o, menos fácil, buscar de nuevo el camino de retorno al medievalismo europeo de la iglesia cristiana y erigir otra vez el muro europeo que ha de separar a los verdaderos hombres cristianos de los pobres paganos y curiosidades etnográficas que habitan en su entorno. Llega aquí a abrupto fin el coqueteo estético o intelectual con vida y destino. El paso a la conciencia superior conduce fuera de todos los respaldos y seguridades. El hombre debe dársele por completo, pues sólo mediante su integridad puede avanzar, y sólo su integridad puede serle garantía de que su Camino no se tornará absurda aventura.

Reciba uno su destino de fuera o de dentro, las vivencias y sucesos del Camino permanecen los mismos. Por lo tanto, no necesito decir nada de los variados sucesos externos e internos, cuya diversidad sin fin de ninguna manera podría yo agotar. Tampoco sería importante en relación con nuestro texto a comentar. En cambio, hay mucho que decir de los estados anímicos que acompañan el desarrollo ulterior. Tales estados anímicos son expresados simbólicamente en nuestro texto, y por cierto en símbolos que desde hace muchos años me son bien conocidos a través de mi práctica.

CAPÍTULO 1
LOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES
1. Tao

La enorme dificultad que presenta la traducción de este texto y otros similares consiste en que el autor chino parte siempre de lo central, es decir, de lo que designaríamos como cima, meta o penetración más profunda y última; algo de tal manera pretenso, que un hombre con intelecto crítico tendría la sensación de hablar con arrogancia ridícula o pura insensatez si se animara a pronunciar un discurso intelectual sobre las experiencias anímicas más sutiles de los más grandes espíritus del Este. Así, nuestro texto comienza: “Lo que es por sí mismo se llama Tao”. Y el Hui Ming King empieza con las palabras: “La esencia y la vida son el más fino secreto de Tao”. Es característico del espíritu occidental que no posea absolutamente ningún concepto para Tao. El signo chino para Tao está compuesto del signo para “cabeza” y del signo para “ir”. Wilhelm traduce Tao por “sentido”, otros por “camino”, por “providencia” y hasta, como jesuitas, por “Dios”. Esto muestra la dificultad.

“Cabeza” podría indicar la conciencia, “ir” el “dejar camino atrás”. Según esto la idea sería: “ir consciente” o “camino consciente”. Concuerda con ello que se emplee como sinónimo de Tao a la “Luz del Cielo” que, como “Corazón del Cielo”, “mora entre los ojos”. Esencia y vida están contenidos en la Luz del Cielo y son, según Liu Hua Yang, los secretos más importantes del Tao. Ahora bien, la “Luz” es el equivalente simbólico de la conciencia, y la naturaleza de la conciencia es expresada por analogía con la luz. El Hui Ming King es introducido por los versos:

“Si quieres consumar sin efluxiones el cuerpo diamantino, debes calentar expresamente la raíz de la conciencia.

Debes iluminar la tierra beatífica, constantemente próxima, y ahí dejar siempre residir oculto tu verdadero yo”.

Estos versos contienen una especie de instrucción alquímica, un método o un camino para la generación del “cuerpo diamantino” que es también dado a entender en nuestro texto. A ese fin se tiene necesidad de un “calentamiento”, o sea, una elevación de la conciencia, para que sea “iluminada” la morada de la esencia espiritual. Sin embargo, no sólo la conciencia, sino también la vida, debe ser elevada. La unión de ambas produce “vida consciente”. Según el Hui Ming King los antiguos sabios sabían cómo suprimir la separación entre conciencia y vida, pues cultivaban a las dos. De esta manera se “hace fundir el Schêli (el cuerpo inmortal) y así se “consuma el gran Tao”.

Cuando concebimos a Tao como método o como camino consciente, que ha de unir lo separado, puede que hayamos llegado bien cerca del tenor psicológico del concepto. De todas maneras, no se puede entender, como separación de conciencia y vida, sino lo que más arriba llamé desviación o desarraigamiento de la conciencia. Se trata también sin duda, en cuanto a la cuestión de conciencializar los opuestos, de la “reversión”, de una nueva unificación con las leyes de la vida inconscientes, y el objeto de esa unificación es el logro de vida consciente; expresado a la manera china: producción de Tao.

2. El movimiento circular y centro

La unión de los opuestos sobre un nivel más elevado no es, como ya se destacó, ningún asunto racional, y tampoco cosa del querer, sino un proceso de desarrollo psíquico que se expresa en símbolos. Históricamente fue siempre representado por símbolos y aún hoy se manifiesta en el desarrollo individual de la personalidad a través de figuras simbólicas. Ese hecho resultó, para mí, de las siguientes experiencias: las fantasías espontáneas, de las que tratábamos más arriba, se ahondan y concentran paulatinamente en imágenes abstractas que aparentemente representan “principios”, verdaderos archai gnósticos. Cuando las fantasías son principalmente expresadas como pensamientos, entran en escena formulaciones intuitivas de leyes o principios oscuramente presentidos, que de inmediato son dramatizados o personificados. (De esto habremos de tratar todavía más abajo). Si las fantasías son dibujadas, surgen símbolos que pertenecen principalmente al tipo llamado mandala. Mandala quiere decir círculo, en especial círculo mágico. No sólo están los mandalas expandidos por todo el Oriente, sino que también entre nosotros se hallan abundantemente atestiguados durante la Edad Media. Los cristianos especialmente han de ser situados a principios de la Edad Media, en su mayor parte con Cristo en el centro y los cuatro evangelistas, o sus símbolos, en los puntos cardinales. Esta concepción debe ser muy antigua, puesto que también es representado así por los egipcios Horus con sus cuatro hijos. (Horus con sus cuatro hijos, tiene como se sabe, relaciones muy próximas con Cristo y los cuatro evangelistas). Más tarde encontramos un evidente mandala, altamente interesante, en el libro de Jakob Boehme sobre el alma. Es enteramente visible allí que se trata de un sistema psicocósmico con una fuerte trama cristiana. Lo llama él “el ojo filosófico” o “el espejo de la sabiduría”, con lo que se da a entender manifiestamente una summa del saber secreto. En su mayor parte, los mandalas tienen forma de flor, cruz o rueda, con una clara propensión al cuatro, que recuerda la tetraktys pitagórica, el número básico. Se hallan también tales mandalas, como diseños en arena para usos rituales, entre los pueblo indios. El Este posee naturalmente los más bellos mandalas, en especial el budismo tibetano. En estos mandalas están representados los símbolos de nuestro texto. He encontrado asimismo dibujos mandálicos entre enfermos mentales, y por cierto entre gente que, con seguridad, no tiene la menor idea de las vinculaciones aquí mencionadas.

Entre mis pacientes he observado algunos casos de señoras que no dibujaban los mandalas, sino que los bailaban. Para eso existe en la India el término mandala nritya = danza mandala. Las figuras de la danza expresan idéntico significado que los dibujos. Los pacientes mismos poco pueden declarar acerca del sentido de los símbolos mandálicos. Solamente son fascinados por ellos y de alguna manera los hallan, con respecto al estado anímico subjetivo, plenos de expresión y efecto.

Nuestro texto promete “revelar el secreto de la Flor de Oro del gran Uno”. La Flor de Oro es la Luz, y la Luz del Cielo es Tao. La Flor de Oro es un símbolo mandálico con el que me he encontrado a menudo entre mis pacientes. Es dibujada ya en vista general, en consecuencia como un ornamento geométrico regular, ya también en vista particular como flor que crece de una planta. La planta es, a menudo, una imagen en colores luminosos ígneos, que crece de una oscuridad subyacente, y lleva encima la Flor de Luz (un símbolo similar al árbol de Navidad). En tal dibujo se expresa simultáneamente el origen de la Flor de Oro, pues según el Hui Ming King se halla ahí la “vesícula germinal”, que no es otra cosa que el “Castillo Amarillo”, la “terraza de la vitalidad”, el “campo de una pulgada de la casa de un pie”, la “sala purpúrea de la ciudad de jade”, el “oscuro desfiladero”, el “espacio del Cielo anterior”, el “castillo del dragón sobre el fondo del mar”. También es llamada “la zona limítrofe de las montañas de nieve”, el “desfiladero primordial”, el “reino del supremo goce”, la “tierra sin límites” y el “altar donde son producidos conciencia y vida”. “Cuando un muriente no conoce este lugar germinal”, dice el Hui Ming King, “no encontrará la unidad de conciencia y vida en mil nacimientos y diez mil eras del mundo”.

El principio, en el que todavía todo es uno, y que por ende aparece como la más alta meta, yace sobre el fondo del mar, en la oscuridad de lo inconsciente. En la vesícula germinal conciencia y vida (o “esencia” y “vida” = sing—ming) son todavía “una unidad”, “inseparablemente mezcladas como la simiente del fuego en el horno de refinar”. “Dentro de la vesícula germinal está el fuego del soberano”. “En la vesícula germinal han comenzado su trabajo todos los sabios”. Adviértanse las analogías relativas al fuego. Conozco una serie de dibujos mandálicos europeos donde algo así como una simiente vegetal, rodeada por envolturas, nada en agua penetrando en ella el fuego desde las profundidades, lo que genera crecimiento y causa de tal modo el nacimiento de una gran flor de oro, que crece de la vesícula germinal.

Esa simbólica se refiere a una especie de proceso alquímico de refinación y ennoblecimiento; lo oscuro da nacimiento a la luz, del “plomo de la región del agua” crece el oro noble, lo inconsciente se hace consciente bajo la forma de un proceso de vida o crecimiento. (Una analogía completa de esto es el yoga Kundalini de la India.) Resulta de tal manera la reunión de conciencia y vida.

Cuando mis pacientes esbozan tales imágenes, ello no ocurre naturalmente por sugestión, pues tales imágenes fueron hechas antes de que me fuera conocido su significado o su relación con las prácticas del Este, que entonces ignoraba yo por completo. Nacían en forma enteramente espontánea, y de dos fuentes. Una fuente es lo inconsciente, que engendra tales fantasías espontáneamente; la otra fuente es la vida, que vivida con la devoción más plena de un presentimiento del sí mismo, de la esencia individual. La percepción de la última fuente se expresa en el dibujo; la primera fuente obliga a un darse a la vida. Pues, totalmente en concordancia con la concepción oriental, el símbolo mandálico no sólo es expresión, sino que también tiene efecto. Reacciona sobre su autor. Antiquísimos efectos mágicos se asocian con ese símbolo, pues desciende originalmente del “círculo protector”, del “círculo encantado”, cuya magia se ha conservado en innumerables usos populares. La imagen tiene el objeto manifiesto de trazar un sulcus primigenius, un surco mágico alrededor del centro, el templum o el temenos (recinto sacro) de la personalidad más íntima para impedir la “efluxión” o rechazar apotropéyicamente la distracción por lo externo. Las prácticas mágicas no son otra cosa que proyecciones del acontecer anímico, que hallan aquí su reaplicación sobre el alma, obrando como una especie de encantamiento de la propia personalidad; es decir, un retrotraer, sostenido y facilitado por medio del proceder gráfico, de la atención o, mejor dicho, de la participación, a un recinto sacro interno que es origen y meta del alma. El que contiene esa unidad de vida y conciencia primero tenida, perdida luego y que ha de encontrarse nuevamente.

La unidad de ambas es Tao, cuyo símbolo sería la luz blanca central (de manera similar al Bardo Tödol). Esa luz reside en la “pulgada cuadrada” o en la “cara”, es decir, entre los ojos. Es la manifestación del “punto creativo”, una intensidad inextensa, pensada en conjunto con el espacio de la “pulgada cuadrada”, con el símbolo de lo extenso. Ambos juntos es Tao. Esencia o conciencia (sing) tienen símbolos lumínicos, son por lo tanto intensidad. En consecuencia, vida (ming) coincidiría con extensión. La primera tiene carácter Yang y la segunda Ying. En la más completa analogía con la idea fundamental china, el mandala arriba citado, de una joven sonámbula de quince años y medio a quien traté hace más de treinta años, muestra en el centro una inextensa “fuente de fuerza vital”, que en su emanación se topa de manera inmediata con un principio opuesto, espacial.

El “cercamiento”, o circumambulatio, se expresa en nuestro texto por la idea del “curso circular”. El curso circular no es meramente movimiento circular, sino que tiene por un lado el significado de un aislamiento del recinto sacro, y por el otro el de fijar y concentrar; la rueda solar comienza a correr, es decir, el sol es vivificado y comienza su carrera; en otras palabras, Tao comienza a actuar y a asumir la conducción. El hacer se trueca en no–hacer, esto es, todo lo periférico es subordinado al comando de lo central; por lo tanto se dice: “Movimiento es otro nombre para dominación”. Psicológicamente, ese curso circular sería un “dar vueltas en círculo en torno a sí mismo”, con lo cual evidentemente quedan implicados todos los aspectos de la personalidad. “Los polos de lo luminoso y de lo oscuro son puestos en movimiento circular”, o sea, surge una alternativa de día y noche.

«Alterna la lucidez del Paraíso

Con la noche profunda, plena de terrores».

(GOETHE)

Según eso, el movimiento circular tiene también el significado moral de la vivificación de todas las fuerzas lúcidas y oscuras de la naturaleza humana y, con ello, de todos los supuestos psicológicos de cualquier índole que sean. Lo cual no significa otra cosa que el autoconocimiento a través de la autoincubación (índico: tapas). Una presentación primitiva semejante del ser perfecto es el hombre platónico, redondo por todos lados, en el que también los sexos están unificados.

Uno de los paralelos más hermosos de lo que aquí se ha dicho es la descripción que de su vivencia central ha esbozado Edward Maitland, el colaborador de Anna Kingsford. Sigo sus propias palabras tanto como es posible. Él había descubierto que, al reflexionar sobre una idea, se hacían visibles, por decirlo así, ideas afines en largas series, aparentemente hacia atrás hasta su misma fuente, que para él era el espíritu divino. Por medio de la concentración sobre esas series hizo la tentativa de llegar hasta su origen. “No tenía yo ningún conocimiento y ninguna esperanza, cuando me decidí a esa tentativa. Simplemente experimentaba con esa facultad... mientras estaba sentado al lado de mi mesa de escribir, para anotar los sucesos en su serie, y resolví mantener firmemente mi conciencia externa y periférica sin importar cuán lejos pudiera yo ir en mi conciencia interna y central. Pues yo no sabía si podría volver a la primera una vez que la dejara libre, o si podría rememorar los sucesos. Finalmente lo logré, por cierto, con gran fatiga puesto que la tensión ocasionada por el esfuerzo de mantener ambos extremos de conciencia simultáneamente era muy grande. Al comienzo sentí como si subiera una larga escalera desde la periferia al centro de un sistema, que al Mismo tiempo era el mío propio, el solar y el cósmico. Los tres sistemas eran diferentes, y sin embargo idénticos... Por fin, con una última fatiga... logré concentrar los rayos de mi conciencia sobre el ansiado punto focal. Y, en el mismo instante, se alzó ante mí, como si una repentina inflamación hubiera refundido en una unidad todos los rayos, una prodigiosa luz blanca, inefablemente radiante, cuya fuerza era tan grande que casi me repelió... Si bien sentí que no me era necesario investigar más esa luz, resolví sin embargo asegurarme aun otra vez, intentando penetrar este brillo, que casi me cegaba, para ver qué contenía. Lo logré con gran fatiga... Era la dualidad del Hijo... lo oculto hecho evidente, lo indefinido definido, lo inindividuado individuado, Dios como Señor, que prueba mediante su dualidad que Dios es tanto sustancia como fuerza, amor como voluntad, femenino como masculino, madre como padre.” Halló que Dios es dos en uno, como el hombre. Observó además algo que también destaca nuestro texto, es decir, la “suspensión de la respiración”. Dice que la respiración común ha cesado, y una especie de respiración interna la ha sustituido, “como si otra persona, diferente de mi organismo físico, hubiera respirado en él”. Considera que ese ser es la entelequia de Aristóteles, y el “Cristo interno” del apóstol Pablo, “la individualidad espiritual y sustancial engendrada dentro de la personalidad física y fenoménica, y representando por lo tanto el renacimiento del hombre en un plano trascendental”.

Esa genuina vivencia contiene todos los símbolos esenciales de nuestro texto. El fenómeno mismo, es decir, la visión de la luz, es una vivencia común a muchos místicos que indudablemente es del más alto significado, pues en todos los lugares y todas las épocas se muestra como lo incondicionado, que reúne en sí la mayor fuerza y el sentido más alto. Hildegard von Bingen, personalidad significativa aun cuando no se tenga en cuenta su mística, se expresa sobre su visión central de manera muy similar: “Desde mi niñez”, dice, “veo siempre una luz en mi alma, pero no con los ojos externos y tampoco con los pensamientos de mi corazón; tampoco toman parte en ella los cinco sentidos exteriores... La luz que percibo no es de especie local, sino que es mucho más lúcida que la nube que lleva el sol. No puedo distinguir en la misma ninguna altura, anchura o longitud... Lo que veo o aprendo en tal visión me queda largo tiempo en la memoria. Veo, oigo y sé al mismo tiempo; y aprendo lo que sé como si fuera en un instante... No puedo discernir absolutamente ninguna forma en esta luz, que para mí se llama la Luz viviente... Mientras gozo de la contemplación de la luz desaparece de mi memoria toda tristeza y dolor...” Yo mismo conozco algunas pocas personas que saben de esa vivencia por propia experiencia. En la medida en que fue posible decidir algo sobre semejante fenómeno, parece tratarse de un estado agudo de conciencia tan intensiva como abstracta, de una conciencia “desligada” que, como Hildegard justamente indica, hace que se conciencialicen campos del acontecer anímico que de otra manera están cubiertos por lo oscuro. El hecho de que, en conexión con eso, desaparezcan a menudo las sensaciones corporales generales, muestra que a éstas le es sustraída su energía específica, la cual probablemente es empleada para reforzar la lucidez de la conciencia.

Por regla, el fenómeno es espontáneo; viene y va según su propio impulso. Su efecto es asombroso, por cuanto casi siempre produce una solución de las complicaciones anímicas y, con ello, un desligamiento de la personalidad interna respecto de enredos emocionales e ideológicos; de ese modo crea una unidad del ser que comúnmente se experimenta como “liberación”.

La voluntad consciente no puede alcanzar tal unidad simbólica, pues la conciencia es, en este caso, parte. El opositor es lo inconsciente colectivo, que no entiende ningún lenguaje dé la conciencia. Por lo tanto, se tiene necesidad de símbolos “mágicamente” efectivos, que contengan aquellos analogismos primitivos que hablan a lo inconsciente. Sólo mediante el símbolo puede lo inconsciente ser alcanzado y expresado, por cuyo motivo jamás podrá la individuación abstenerse de símbolos. El símbolo es por un lado la expresión primitiva de lo inconsciente y, por el otro, una idea que corresponde al más alto presentimiento que le sea dado a la conciencia.

El más antiguo de los dibujos mandálicos que conozco es una llamada “rueda solar” paleolítica, que fue descubierta poco ha en Rhodesia. Está basada, de igual manera, en el número cuatro. Cosas que llegan tan hacia atrás en la historia de la humanidad tocan, naturalmente, las capas más profundas de lo inconsciente, y posibilitan asirlas donde el lenguaje consciente se muestra como totalmente impotente. Tales cosas no pueden ser creadas por el pensamiento, sino que deben crecer de nuevo hacia arriba desde la oscura profundidad del olvido, para expresar los presentimientos supremos de la conciencia y la intuición más alta del espíritu y, así, fundir en uno la unicidad de la conciencia actual con el primitivo pasado de la vida.

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