Kitabı oku: «Reflexiones para una epistemología del saber pedagógico», sayfa 2

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Referencias

Canguilhem, G. (1955). La formation du concept de réflexe aux XVIIe et XVIIIe siecles. París: PUF.

Canguilhem, G. (2004). Escritos sobre la medicina. Buenos Aires: Amorrortu.

Canguilhem, G. (2005). Ideología y racionalidad en las ciencias de la vida. Buenos Aires: Amorrortu.

Delaporte, F. (2002). Filosofía de los acontecimientos. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia.

Foucault, M. (2007). La vida: la experiencia y la ciencia. En G. Giorgi y F. Rodríguez (comps.), Ensayos sobre biopolítica. Excesos de vida. Buenos Aires: Paidós.

Le Blanc, G. (2004). Canguilhem y las normas. Buenos Aires: Nueva Visión.

Lecourt, D. (1971). La historia epistemológica de Georges Canguilhem. En G. Canguilhem (Ed.), Lo normal y lo patológico. Argentina: Siglo XXI.

La formación como tarea institucional. La universidad en diálogo con sus tradiciones y generaciones

Hermano Fabio Humberto Coronado Padilla, Fsc.*

En 1930, el filósofo español José Ortega y Gasset escribía: “[…] la enseñanza universitaria nos aparece integrada por estas tres funciones: I. Transmisión de la cultura. II. Enseñanza de las profesiones. III. Investigación científica y educación de nuevos hombres de ciencia” (1960, p. 23). En 1946, el filósofo alemán Karl Jaspers sostenía, a su vez: “La universidad quiere tres cosas: enseñanza para las profesiones especiales, formación e investigación. La universidad es escuela profesional, mundo de formación, establecimiento de investigación” (1959, p. 424). En 1981, el colombiano Borrero (2008) escribía:

La ciencia y los conocimientos seguirán siendo asumidos como función de la universidad para recogerlos, conservarlos y transmitirlos; para investigarlos y adelantar las fronteras; para aplicarlos y utilizarlos en beneficio de la sociedad y para incrementar la cultura científica. […]. El ser humano no es sólo ciencia y profesión; ante todo es persona que con su trabajo es constructor de la cultura total. (p. 664)

Para Borrero, en la universidad todo debe girar en torno a la persona, la ciencia, la sociedad y el Estado; en consecuencia, sus misiones fundamentales son formar a la persona, producir ciencia y contribuir al desarrollo de la sociedad y del Estado.

Los anteriores tres ideólogos y pensadores de la universitología tenían muy claro que las tareas de la institución universitaria eran cuatro: la docencia, la investigación, la extensión y la formación, usando las expresiones actualmente más en boga. Cuatro tareas diferentes, pero complementarias, que se debían encontrar indisolublemente unidas en la cotidianidad universitaria. Curiosamente, los organismos acreditadores colombianos se centraron en las tres primeras —docencia, investigación y extensión—, con sus correspondientes factores y características, olvidando por completo la cuarta, la formación. Recordemos que los factores son: misión y proyecto institucional, investigación, procesos académicos, pertinencia e impacto social, estudiantes, profesores, promoción y desarrollo humano, recursos financieros, procesos de autoevaluación y autorregulación, organización gestión y administración, recursos de apoyo académico y planta física.1

Entonces, podemos preguntar, a quienes han participado en los procesos de acreditación o reacreditación de programas o de una institución universitaria en su conjunto, si los pares evaluadores los han interrogado alguna vez por la formación como tarea institucional. Podrían respondernos que tal vez de manera indirecta, implícita o subliminal, pues el grueso del proceso se centra en las cuestiones relativas a la docencia-enseñanza-aprendizaje, a la investigación-transferencia-innovación, y a la proyección social-extensión-educación continuada; amén de todo lo relacionado con la gestión académica, la administración de los recursos disponibles y el proceso mismo de autoevaluación. Con todo lo importante que podría ser este planteamiento para el futuro de la misión universitaria — por qué el Consejo Nacional de Acreditación (CNA) no toma en cuenta la formación—,2 lo vamos a dejar como en hibernación, pues no es el tema central que pretendemos analizar.

Vamos entonces a delimitar intencionalmente el abordaje reflexivo al ámbito de la formación, tarea propia de toda universidad, al mismo nivel que la docencia, la investigación y la extensión. Inspirándonos en Jaspers (1946), la formación es la que da sentido a la docencia —él la llama enseñanza— y a la investigación, y yo agrego, también a la extensión, articulándolas en un todo. Dicho de otro modo, al proceso de formación se vinculan la docencia, la investigación y la extensión, como catalizadores de la educación integral del individuo que accede a la universidad. La razón de ser última de la universidad es, en nuestro caso, la formación de las nuevas generaciones de colombianos.

Al inquirir por cuestiones tales como: ¿por qué es importante la formación en una universidad católica?, ¿cómo se encuentra hoy la formación que ofrece la universidad católica?, ¿hacia dónde debe ir la formación como tarea institucional?, podemos contribuir al debate intentando caracterizar y comprender la situación actual de la formación que brinda la universidad, y/o a posibles lineamientos de mejora y reorientación de esta.

La idea de universidad católica se funde con los orígenes y desarrollos de la universidad occidental en el siglo XII, hace presencia en Latinoamérica y el Caribe desde el siglo XVI, y continúa haciendo parte del sistema universitario colombiano del siglo XXI, con gran fuerza y vitalidad. No obstante, los nuevos escenarios históricos dentro de los cuales ejerce su tarea formadora, le están demandando con urgencia una reflexión rigurosa sobre sí misma, para que desde un posicionamiento identitario nuevo, pueda continuar dialogando con proficiencia, con propuestas universitarias estatales y laicas, con la cultura, con la ciencia y la tecnología de nuestro tiempo. ¿Qué hay de común?, ¿qué de diferente?, ¿dónde se encuentra la impronta católica de la formación? Responder a estas preguntas, es condición sine qua non para poder continuar enrumbando con pertinencia su tarea educadora, a partir de su ideario axiológico específico, dentro de la nueva sociedad que se está construyendo en el país.

Dados los anteriores presupuestos, la pregunta que podría guiar nuestro interés reflexivo podría formularse así: ¿cuáles son los rasgos fundamentales que configuran la formación como tarea institucional de una universidad católica? Pensar en una idea de formación específica, para una institución educadora en lo superior y para lo superior, como lo es la universidad, la cual llegó de Europa, se implantó en América, se enriqueció con los desarrollos norteamericanos y rusos, y que busca su derrotero futuro hacia el siglo XXI en un país como Colombia, no es otra cosa que aceptar el reto de dejarse cuestionar y desafiar por la sociedad a la cual sirve y por el Estado que garantiza su autonomía, con el fin de responder a las novedosas, crecientes y complejas demandas del mundo contemporáneo.3

Construir una idea de formación particular para la universidad católica, apropiada para nuestro momento histórico, no es otra cosa que recrear la secular idea de universidad. Esta idea perenne de universidad se ve cuestionada por los nuevos desafíos, los cuales llevan a buscar transformaciones radicales del ser y del quehacer del ecosistema universitario. En tal sentido, las universidades se ven confrontadas por las cuestiones fundamentales que sacuden de un modo u otro al mundo de la educación, entre otras, los nuevos contextos culturales, los desarrollos científicos y tecnológicos, los diversos estilos de vida sociales, las búsquedas de los Estados de nuevas formas de gobernanza, y, en primerísimo lugar, el modo de ser de los estudiantes que llegan a sus aulas (la generación pantalla). Ante estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la reconsideración de los objetivos y de las funciones de las universidades. Todos estos cambios hacen necesario redefinir la idea clásica de la tarea formadora de la universidad.4

Tradiciones universitarias

Para responder a las preguntas planteadas debemos comenzar por acudir a nuestra historia. La tradición universitaria latinoamericana es producto de la fusión, hoy diríamos del diálogo, entre diversas tradiciones universitarias recibidas como herencia-patrimonio. Siguiendo nuestro discurrir histórico, podemos identificar tres momentos paradigmáticos: la tradición fundante, del ciclo colonial de los siglos XVI y XVII, producto de la herencia universitaria española (Salamanca); la tradición clásica europea, del ciclo republicano de los siglos XVIII y XIX, producto de la herencia universitaria francesa (París), alemana (Berlín) e inglesa (Oxford, Cambridge); y la tradición moderna, del siglo XX, producto de la herencia universitaria norteamericana (Harvard, Princeton) y rusa (Universidad de la Amistad de los Pueblos, Patricio Lumumba de Moscú)5 (figura 1).


Figura 1. Diálogo entre tradiciones universitarias

Fuente: elaboración propia a partir de Ojeda (2013) y Mondragón (2014).

A continuación, vamos a reseñar en una apretada síntesis aquellos elementos más relevantes que caracterizan el ideal de formación de las distintas tradiciones universitarias.

Tradición universitaria española

En el erudito estudio, a la fecha no superado, de Rodríguez (1973, 1992) se señala la común raíz salamantina de las fundaciones universitarias hispanoamericanas, comenzando con la de Santo Domingo en 1538 y siguiendo con las de México, Santiago de Chile, La Plata, Córdoba, Bogotá, Perú, Quito, La Habana y Caracas, entre otras. Hasta 1812, es posible registrar la creación de unas treinta universidades a lo largo y ancho de la América española, las cuales forjaron a los intelectuales, profesionales y líderes de la independencia. Todas ellas prácticamente calcaron su estructura, organización y estilo formativo de la Universidad de Salamanca.

Así es como, durante décadas, las universidades latinoamericanas serán centros de enseñanza y de capacitación profesional donde se harán vida divisas como: “Aquí a nadie se le imponen ideas ni opiniones en asuntos meramente políticos. Solo se exige tolerancia, patriotismo, caballerosidad y buenas maneras”,6 sin olvidar aquello muy propio de la época colonial “del respeto al rey y el acatamiento a las autoridades legítimamente constituidas”, que para nuestra sensibilidad contemporánea raya en el servilismo, la total sumisión y dependencia.

Tradición universitaria francesa

Hace referencia a la universidad profesional o profesionalizante, es decir, la formadora de las élites profesionales al servicio funcional del Estado. Su objetivo fundamental era formar a los funcionarios para la Francia posrevolucionaria: enseñar el saber hacer, transmitir conocimientos y preparar el desempeño excelente de la profesión. Es una universidad disciplinar y memorística. Una universidad en la cual impera lo formal y su organización está muy estructurada y muy reglamentada desde el Estado, lo que limita fuertemente su autonomía. En ella el estudiante se siente discípulo de la institución más que discípulo del profesor.

El ideal de formación gira en torno a dos ejes que dan toda la impronta a la grandeur française, hacer parte de una escuela de “altos estudios” y así ingresar a la “élite”. El estilo monárquico de Versalles y el imperialismo napoleónico dejaron su huella en la formación gala, con su típica bina hecha de politesse —cortesía, galantería, zalamería— y esprit de finesse —sutileza de espíritu, vivacidad, ingenio, inteligencia—, con un cierto toque de no disimulado orgullo por todo lo que tiene que ver con la cultura francesa. Para hacer honor a la verdad, hay que agregar aquí que, como consecuencia de la desaparición del eurocentrismo de la cultura global y las constantes olas de migrantes a Europa de la última década, todo su sistema universitario experimenta una fuerte mutación de impredecibles consecuencias.

Tradición universitaria alemana

Se caracteriza por el pensamiento filosófico profundo y la investigación científica innovadora, no separada de la docencia. Al focalizarse en la creación de saberes, renovará la universidad, dándole la impronta a dicha institución que llega hasta nuestros días como científica-educativa-investigadora. En esta tradición, la enseñanza, la docencia y el propio aprendizaje deben emerger de la fuente inextinguible de la investigación creativa y del espíritu científico liberado de las preocupaciones utilitarias e inmediatas. La ciencia debe ser comprendida y presentada como algo inacabado e ilimitado.

La enseñanza misma queda unida de manera solidaria a la investigación científica, de forma que, en su esencia, no se concibe la enseñanza sin la investigación, ni la investigación sin la enseñanza. Se trata de una universidad interdisciplinar y filosófica (forja el razonamiento y la crítica). Aboga por la autonomía, a la cual ve como garante de libertad y fuente de creatividad. El ideal de formación se centra en garantizar y ejercer dos tipos de libertades: la primera, “aprender la libertad”, lo cual es un derecho del estudiante, este no tiene ninguna coerción administrativa en su proceso de aprendizaje; y la segunda, la libertad de cátedra y de investigación del profesor.

Tradición universitaria inglesa

Es selectiva para esculpir en cultura al gentleman, miembro y conductor de la sociedad. Su eje fundamental es la formación de la persona y se le denomina universidad educativa y tutorial. Uno de sus principales inspiradores fue John Henry Newman (1801-1890), cuyos conceptos educativos en torno a su visión de una formación permanente del ciudadano en la libertad y la autonomía, a través de la educación liberal —recogidos en su clásica obra The idea of a university—, se han tornado paradigmáticos. Se establecen las tutorías, que son la piedra angular del sistema pedagógico inglés. Estas han generado una cultura universitaria típica, caracterizada por tres elementos: primero, una cultura científica y académica que valora la novedad y el cambio; segundo, una cultura en la cual se prepara al estudiante para desempeñar un papel protagónico en el proceso —pensar por sí mismo, tomar la iniciativa, discutir con los pares—; y tercero, dejar que el estudiante actúe casi siempre a su arbitrio, lo cual se considera una oportunidad para que este logre sus cometidos formativos.7

Tradición universitaria norteamericana

Heredera directa de la tradición universitaria inglesa. A principios del siglo XX introduce la tradición universitaria alemana, gracias a la reforma basada en el informe Flexner que consagró la investigación como una misión fundamental de la universidad norteamericana —“la universidad que no investiga, no es una universidad”—. Cinco rasgos la identifican: el modo de ser democrático, la búsqueda del progreso, su organización empresarial, su talante innovador y una investigación puesta al servicio de la sociedad.8 Así la describe Ojeda (2013):

El sistema es altamente selectivo y competitivo, tanto para los estudiantes, como para los profesores y las propias instituciones. Las instituciones compiten entre sí, seleccionan a sus alumnos, éstos a sus universidades y sus materias, por lo que, a su vez, seleccionan a sus profesores, los cuales también compiten por sus alumnos y por acceder o permanecer en la universidad en la que desempeñan su papel docente e investigador. Esta alta competitividad dentro y fuera de la universidad propicia su calidad, su mejora continua y la eficiencia del servicio que debe prestar a la sociedad. (p. 94)

Se le podría cuestionar que ello atenta contra la igualdad de oportunidades, la equidad y la justicia social; sin embargo, todo lo anterior ha gestado una tradición universitaria innovadora, que se manifiesta en unas estructuras más complejas, una mayor internacionalización, estándares de calidad, mayor flexibilidad, mayores orientaciones mercantiles y competitivas y un peso focalizado en la producción de nuevos conocimientos —por ejemplo, patentes—, en coordinación con las empresas privadas y con premios a los académicos. Siguiendo el pragmatismo y la eficacia norteamericana, su universidad ha fraguado un ideal de formación que se preocupa por la educación de la persona, impulsando la investigación y la innovación y persiguiendo ser útil y servir a la sociedad. Finalmente, vale la pena anotar que la universidad norteamericana goza de gran autonomía, pues se aproxima mucho a la independencia con respecto al Gobierno Federal, rigiéndose por sus propios estatutos. La universidad es la que toma la iniciativa con responsabilidad, crea, concibe y ofrece.

Tradición universitaria rusa

Pariente por descendencia directa de la tradición universitaria francesa, con un posterior cruce sanguíneo con la tradición universitaria alemana. En el inicio, con la influencia de Catalina la Grande, luego moldeada en la fragua mental del marxismo-leninismo después de la Revolución de Octubre. Su rasgo distintivo vendrá a ser el que las universidades se articulan como brazos del aparato estatal, convirtiéndose en un instrumento funcional imprescindible para la formación ideológica, política, científica y profesional. Las universidades latinoamericanas recibieron su influjo, tanto por los cuadros ideológicos y políticos formados en la Universidad de la Amistad de los Pueblos, Patricio Lumumba de Moscú (fundada en 1960), como por todos los becarios que se formaron a nivel de pregrado y posgrado en los distintos institutos por áreas científicas de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y que posteriormente regresaron a trabajar en las universidades, principalmente estatales.

No se ha estudiado su aporte y contribución a la consolidación de la tradición universitaria latinoamericana. Sin embargo, vale la pena destacar que su ideal de formación comporta un fuerte componente político, compromiso revolucionario de transformación social, con una militancia partidista operativa y eficaz. Junto a esto se alinean la disciplina y rigurosidad académica, la unión entre teoría y práctica, el conocimiento contextual, la fusión entre estudio y trabajo, y los valores de la denominada “nueva sociedad soviética”, con su correspondiente “nuevo hombre socialista”, quienes encarnarían los ideales comunistas capaces de materializar el sueño más preciado y esquivo de la humanidad: la sociedad de los iguales.9

Para comprender el ideal de formación rusa, sus logros, limitaciones y fracasos, son fundamentales dos libros: el primero de la bielorrusa, Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, El fin del ‘Homo sovieticus’ (2015), y el segundo del cubano Leonardo Padura, El hombre que amaba a los perros (2011). Remito simplemente a su lectura, ante la imposibilidad de citarlos in extenso, dados los límites de espacio propios de este escrito. El análisis de sus planteamientos, bajo el ropaje del estilo periodístico el uno, y del estilo de novela histórica el otro, requerirían por sí solos un ensayo.

Tradición universitaria latinoamericana

De nuevo planteamos algunas preguntas: ¿existe realmente una tradición universitaria típica de Latinoamérica? Si la respuesta es positiva, ¿qué hay de común?, ¿qué hay de diferente?, ¿dónde se encuentra la novedad con respecto a las otras tradiciones universitarias?, ¿es posible hablar de un ideal de formación propio de la universidad latinoamericana?, ¿cuáles son sus rasgos distintivos? Dejemos que estas inquietudes guíen la reflexión. Ciertamente, después de más de cinco siglos de inserción e inculturación de la institución universitaria en la multiplicidad de territorios y pueblos latinoamericanos, podemos afirmar que existe una tradición propia que exige ser valorada y recreada.

Como examinábamos en el apartado anterior, la tradición universitaria latinoamericana aflora como fruto maduro del diálogo entre la tradición fundante del ciclo colonial de los siglos XVI y XVII, producto de la herencia universitaria española (Salamanca); la tradición clásica europea del ciclo republicano de los siglos XVIII y XIX, producto de la herencia universitaria francesa (París), alemana (Berlín) e inglesa (Oxford, Cambridge); y la tradición moderna del siglo XX, producto de la herencia universitaria norteamericana (Harvard, Princeton) y rusa (Moscú). De ese diálogo intertradiciones, de esa conversación decantada entre esas tres tradiciones es que van apareciendo a lo largo de los siglos las distintas fundaciones universitarias en los países de nuestro continente. En Colombia, en particular, debemos precisar que existe un pluriverso universitario estatal y privado, donde cada universidad tiene su impronta particular. Unas más cercanas a una tradición que a otra; otras, de corte más ecléctico, se funden todas en una especie de nueva creación.

Al menos provisionalmente, podemos señalar tres rasgos que despuntan como características propias de la universidad latinoamericana. El primero, una clara toma de conciencia, que se traduce en una praxis cotidiana del irrenunciable diálogo permanente con sus fuentes —tradiciones, autores, escuelas de pensamiento, innovaciones —, originadas en otras latitudes. Una especie de diálogo intercultural universitario, entre el patrimonio de la humanidad recibido en herencia, y el que va surgiendo en el propio terruño. Una transferencia creadora de saberes, ciencias y tecnologías. Un intercambio constante entre nosotros y Europa, Norteamérica, pero también con Asia, África, Australia y sus múltiples culturas. Este diálogo crítico intercultural con lo diferente, preanuncia una idea de universidad latinoamericana nueva.

El segundo rasgo es su marcado acento de compromiso con la transformación social y política de su entorno. Si bien en los últimos años ha experimentado un debilitamiento en este ámbito, como consecuencia de unas generaciones de jóvenes para quienes esto no es el centro de sus intereses y cosmovisión, a lo largo de los siglos de nuestra historia, los universitarios y las universidades han sido abanderados de las luchas sociales y políticas más relevantes, ya sea las de la independencia, las de la defensa de la democracia frente a las dictaduras, o más contemporáneamente, las búsquedas y compromisos colectivos y gremiales a favor de la promoción de la justicia y los derechos humanos, por hacer referencia a algunas. Decir universidad latinoamericana es hablar de una universidad socialmente comprometida.

El tercer rasgo es la idea de universidad que surge del buen vivir como un concepto superador del desarrollo, o al menos como un significado más amplio de este. Es el buen vivir o vivir bien —sumak kawsay o suma qamaña—, como concepción de la vida deseable, que se deriva de la cultura de los pueblos aymaras y quechuas y que se sintetiza en “la vida del ser humano en armonía con la naturaleza”. Barrios y Chaves (2014) lo entienden como:

Las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos […] que permiten lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno —visto como un ser humano universal y particular a la vez— valora como objetivo de vida deseable. (p. 18)

Es una universidad latinoamericana que redescubre sus raíces ancestrales, las valora y las incorpora en sus derroteros formativos de futuro; una universidad que conjuga, como en un todo, los saberes no expertos de las comunidades populares con los saberes científicos de los académicos e intelectuales.

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