Kitabı oku: «Dame tiempo», sayfa 2

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Pero no cuando:

•nos mostramos ambivalentes o incoherentes;

•somos demasiado estrictos, demasiado permisivos o las dos cosas a la vez;

•lo negociamos todo;

•no les facilitamos rutinas previsibles, con lo cual no saben a qué atenerse con las normas;

•esperamos que les parezca bien todo lo que hacemos.

Somos gobernantes del hogar cuando:

•en casa hay cinco o seis normas básicas y fijas;

•sabemos ceñirnos a las necesidades y características de la familia;

•establecemos de antemano las consecuencias, concretas y pertinentes;

•procuramos que los castigos se ajusten a las faltas;

•sabemos perdonar y restaurar un buen clima; sabemos pedir perdón;

•somos congruentes y hablamos con claridad;

•felicitamos a nuestros hijos cuando lo hacen bien, y no solamente reaccionamos ante sus errores;

•no caemos en las guerras de nervios; recordamos quién es el adulto;

•sabemos flexibilizar las normas para acompasar su crecimiento.

Pero no cuando:

•dictamos los castigos proporcionales solo a nuestro enfado;

•somos incongruentes;

•mantenemos las normas «de boquilla» y nosotros mismos las incumplimos;

•no distinguimos las normas importantes de las irrelevantes;

•gritamos por todo.

Somos orientadores cuando:

•compartimos con los hijos nuestros conocimientos y habilidades;

•compartimos las historias de familia y transmitimos los valores familiares;

•escuchamos sus historias; los niños de cualquier edad ya tienen «recuerdos de infancia»;

•damos importancia a nuestros ritos y celebraciones;

•les mostramos nuestra visión del mundo sin dar por hecho que ya la conocen.

Pero no cuando:

•desaprovechamos las ocasiones en que ellos tienen ganas de hablar o de aprender;

•descuidamos a la familia extensa; a los niños les enriquece.

Somos consejeros cuando:

•vemos a nuestros hijos como personas completas, únicas y distintas a nosotros;

•confiamos en sus capacidades;

•les escuchamos y dejamos que sus sentimientos se expresen;

•les ayudamos a tomar decisiones libres;

•les formulamos preguntas que les permitan abrirnos su corazón;

•les escuchamos atentamente y en silencio;

•les miramos.

Pero no cuando:

•asumimos sus sentimientos como si fueran únicamente responsabilidad nuestra;

•les sermoneamos a todas horas;

•les permitimos tomar una decisión y después les aconsejamos;

•tratamos de adivinarles el pensamiento en lugar de escucharles;

•no permitimos ni un momento de silencio;

•nosotros encontramos siempre las soluciones;

•minimizamos la importancia de sus sufrimientos;

•tenemos un guion preestablecido sobre el comportamiento de los hijos ante cualquier situación;

•tomamos decisiones por ellos y confundimos estas con sus deseos.

Esto es una descripción ideal, no un catálogo de mandamientos. Supone, como en la vida laboral, ir aprendiendo cada día. Así que no es difícil entender que, para ejercer la profesión de madre o padre en toda su complejidad, hace falta tiempo para convivir.

Bienvenido, momento presente

Comprender que el tiempo de convivencia familiar es una gran oportunidad conlleva un cambio de actitud. Padres e hijos debemos disfrutar más de nuestra mutua presencia. Por la parte adulta supone un esfuerzo consciente.

En cada jornada se escribe una página de la «Historia de nosotros». Para componerla conscientemente y que la vida no pase como un soplo necesitamos congelar cada día al menos un momento concreto, un aquí y ahora. Cuando hay un niño o una niña, siempre ocurre algún pequeño milagro. Sería bonito saborearlo mientras está sucediendo en vez de diluirlo en la agonía del reloj. Érase una vez un padre y una hija que...

A veces, cuando nos faltan horas de presencia en casa, nos han tranquilizado la conciencia con la expresión «tiempo de calidad», sin explicarnos bien en qué consiste. Y en realidad se trata de un ejercicio de concentración que debe realizar el adulto: «¿Con quién estoy ahora? ¿A quién voy a hablar? ¿A quién voy a escuchar? ¿Qué se merece de mí?». Mirar a un hijo con el interés y la asertividad con que se atiende al CEO de la empresa cuando nos llama a su despacho es dar al tiempo y al hijo la importancia que merecen. Y a la pregunta de para qué, solo puede responderse de forma esencial: para conocerlo mejor, para que me conozca mejor, para educarlo, para vivir. En resumen, y con lenguaje de mi abuela, se trata de estar a lo que uno está. Mindfulness lo llaman ahora. Hay que intentarlo.

No es difícil. Podemos elegir un momento cualquiera y vivirlo des-pa-cio, a cámara lenta. Por cierto, la primera película en que se emplea la cámara lenta es Los siete samuráis, de Akira Kurosawa, un tesoro artístico. Ver todos juntos una película en blanco y negro, en japonés con subtítulos y pasarse luego otra hora y media comentándola mola mucho. Por favor, compruébalo, pero no con este consejo –que proviene de mi propia experiencia de madre–, sino con la actividad que te apasione.

Dar la bienvenida al presente puede consistir en algo tan sencillo como apagar las pantallas individuales y reírse juntos con el mismo monólogo o jugar a inventar cosas raras.

Dar la bienvenida al presente es comprender que llevar a un niño de la mano por la calle mientras se habla por el móvil no es lo mismo que pasear con él. Sé que lo repito, pero es que lo veo con frecuencia y me apena.

Dar la bienvenida al presente es concentrarte en lo que haces cuando le bañas, para disfrutar de mirarle a los ojos, de acariciarlo, de recrearte en su belleza. O puede consistir en cantar por las mañanas una canción tonta, con la letra de lo que estamos haciendo en ese momento, para que pase mejor el trago de las prisas y el desayuno. O en jugar a que nos movemos a cámara rápida a la hora de encasquetarse gorros y mochilas, porque el humor desengrasa los momentos de tensión y es compañero inseparable de todas las oportunidades de felicidad. Puede ser leer juntos un cuento por las noches o hablar un ratito con la luz apagada. O preguntarle qué significa un dibujo y escucharle mirar el mundo con esos ojos tan nuevos. Y, por supuesto, evitar los informativos a la hora de cenar, porque no hay noticia más importante que los problemas de la familia durante la jornada.

Quien lo prueba comprende que esos minutos son verdaderos tesoros.

El sexto sentido

Reconocer el valor del tiempo en familia supone también confiar en nuestra capacidad como padres. No hay pedagogo capaz de recetar un tratamiento a medida para nuestros hijos en concreto. A cambio, disponemos a nuestro alcance del mejor pedagogo de la historia: el sentido común. Esta combinación perfecta de lógica y visión de futuro es, a la hora de la verdad, todo cuanto necesitamos para educar hijos realmente felices.

Un ejemplo de sentido común es suavizar el monólogo parental y dar voz a los hijos, tener en cuenta su opinión razonada, que, por cierto, es la antítesis de las exigencias y los caprichos. Hay que comenzar pronto. Me contaba la psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera que sus padres los incitaban a discutir e intercambiar opiniones a la hora de comer, y que ese gusto por expresarse y dialogar es hoy uno de los grandes tesoros de su vida. Se trata de enfocar la atención en ellos, pensando en lo que dicen, porque los niños dicen muy pocas tonterías.

En la adolescencia, cualquier resquicio para dialogar por primera vez está ya taponado. Solo aquella niña y aquel niño que se han sentido escuchados de verdad y desde el principio tendrán establecida una personalidad sólida cuando afronten esa etapa. No podemos olvidar que ser escuchado es existir. Así de drástico. Por cierto, a mí me lo enseñó –con esas mismas palabras– un alumno de nueve años.

El sentido común implica dejarlos jugar. No ser los constantes animadores ni planificadores de sus juegos. Esto es agotador y conduce en ocasiones a terminar dándoles la tableta para que nos dejen un rato en paz. Jugar es jugar, leer es leer, dibujar es dibujar. Ellos. La tarea de los padres es estar disponibles cuando quieran mostrar el resultado de su actividad.

Sentido común es, por supuesto, respetar el ritmo de la infancia, que necesita de hábitos y rutinas para proporcionar seguridad ante un mundo que, a los ojos de un niño, es muy grande. Por eso, incorporarlos sistemáticamente a nuestras salidas nocturnas supone someterlos a un ejercicio adulto. Y dejarlos todos, absolutamente todos los viernes por la noche con los cuidadores y luego enfadarnos si nos despiertan temprano en la mañana del sábado es signo de inmadurez. Tendremos que renunciar a algo; los padres, digo. No pasa nada.

Eres un presente

Los padres y madres no podemos resignarnos a permanecer atrapados en una sola dimensión temporal, aquella que nos constriñe en un planeta chato de alarmas que suenan y tareas que se prolongan. Aunque ese planeta sea inevitable, debemos asumir la gran responsabilidad que aceptamos al convertirnos en padres: criar, cuidar y educar a quienes extenderán nuestra vida hacia otras generaciones. El tiempo –esta vez referido a la época en que vivimos– nos obliga a una evolución que actualice la manera de relacionarnos, pero mantiene viva la esencia de la familia. Esta profundidad esencial es el lugar natural del tiempo en educación, pero para alcanzarlo es preciso reflexionar sobre la relación con el reloj. El horario laboral puede ser un tirano, ¿lo es para mí? Si la respuesta es afirmativa, ¿tengo alguna posibilidad de liberarme? Aunque sea con un gesto pequeño, significará un paso adelante. En la vida de un ser humano no hay nada indiferente; cada decisión, cada aprendizaje o encuentro, suma o resta.

Es importante «customizar» el momento presente, hacerlo nuestro. Debemos encontrar las claves y modos particulares de la familia: la escala de valores, a qué vamos a dar importancia y a qué no. Un niño necesita saber cuáles son los dos o tres límites infranqueables. Y necesita que mantengan su nivel. Quien, con la excusa de la hartura o el cansancio, los modifica a diario, desorienta profundamente a sus hijos. Por supuesto, las claves de familia incluyen todo lo positivo: aficiones que compartimos, actividades en común, nuestro lado freakie, nuestros gustos singulares. El sello «Unidos» es manantial inagotable de felicidad.

No quiero continuar sin avisaros de que un estupendo modo de celebrar el tiempo es leer junto a vuestros hijos los cuentos que aparecen en este libro.

Cada amanecer, el reloj y la agenda, el día número equis de mi vida y las oportunidades que trae consigo despiertan junto a mí. Con todos tengo que contar.

En la duración incógnita de mi vida debo desenvolver mi pensamiento, mi libertad y mi proyecto personal. ¿Viviré el día completo? Eso permanece en el misterio. El reloj es una herramienta de la que no puedo prescindir y debo aprender a manejar. Pero el momento presente soy yo. Aquí y ahora.

¿Y por qué nos lo ponen tan difícil?

Cada oportunidad de convivir, de crear, de proporcionar felicidad, de compartir, de educar, necesita de lo cronológico para manifestarse. Al fin y al cabo, hay un tiempo para cada cosa. Victoria Camps hablaba de la educación como tiempo y ejemplo, ya lo hemos visto. La segunda variable, el ejemplo, es una elección personal –me comporto ante mis hijos según lo que quiero que ellos aprendan–, pero la primera, el tiempo necesario, es también una necesidad social.

Victor Hugo decía: nada hay más importante que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Es hora de que se permita a todos conciliar trabajo y vida personal. El debate está abierto, las leyes y las empresas empiezan tímidamente a contemplar iniciativas y se extiende la certeza de que debemos armonizar nuestro ritmo de vida. Los ciudadanos del siglo XXI necesitamos tiempo. Hace años, si alguien nos preguntaba por la actividad, describíamos el trabajo. Hoy las cosas han cambiado. El tiempo es oro, sí, pero esto ya no significa lo mismo que para Benjamin Franklin en los inicios del capitalismo.

Todos conocemos los devastadores efectos colaterales de la falta de tiempo para la convivencia familiar: los niños de la llave, solos durante muchas horas; la compañía casi perpetua de las pantallas, a través de las cuales penetra en el perímetro de un niño un volumen de información que no puede asimilar; la falta de comunicación entre padres e hijos; las jornadas maratonianas de los chiquillos, obligados a vivir con el ritmo de un adulto pluriempleado; los adolescentes sin ningún control; la exagerada importancia que la comida en el colegio tiene para la alimentación; los desajustes en el sueño, que se van arrastrando semana tras semana y en parte causan el elevado índice de fracaso escolar en nuestro país, y tantas otras cosas.

La única manera de facilitar a los padres la asunción de sus responsabilidades educativas es racionalizar los horarios laborales de todos, sin generar desigualdades, sin perder de vista que los niños de la llave son, en ocasiones, hijos de personas que cuidan a los hijos de otros. El éxito del sistema educativo, que tanto nos preocupa como país, precisa del apoyo de la familia, de su participación en la escuela, de su disponibilidad de tiempo para atender los requerimientos de los profesores y de los propios hijos. La propuesta de permiso laboral para entrevistarse con los profesores, la ampliación del permiso de maternidad y la ampliación del permiso de maternidad y de paternidad son tímidos acercamientos a la realidad social en un país que destina muy poco dinero a las ayudas familiares. Conciliar la vida personal y laboral es una idea a la que ya le ha llegado su hora. La certeza es inapelable: necesitamos tiempo para vivir.

CUENTOS PARA LA CONCILIACIÓN ENTRE TRABAJO Y FAMILIA

1

TIC, TAC, TIC, TAC...

Estos primeros cuentos nos presentan el tiempo: su medida, su necesidad, en su profundidad. Los protagonistas son las horas y los minutos de cada vida.

EL TIEMPO Y YO.
BREVE CUENTO RETROSPECTIVO

FEDERICO MAYOR ZARAGOZA



Mi madre no había tenido estudios, pero era enormemente inteligente y sabia. Permanentemente nos hacía pensar y nos hacía preguntas para que nos diéramos cuenta de que cada uno es capaz de hallar soluciones, de inventarlas.

–No imitéis, escuchad, responded a todos... y venid después a decirme vuestras reacciones.

Era una gran educadora, porque nos enseñaba a actuar «libre y responsablemente», que en esto consiste la educación genuina. Recuerdo especialmente cuando me dijo:

–Duerme lo justo y descansa lo indispensable. La vida es un misterio del que no podemos desperdiciar un solo instante. ¡Ja descansarem quan ens morim! [«¡Ya descansaremos cuando nos muramos!»].

Hay que tener tiempo para estudiar, para imaginar, para escribir, para jugar, para conversar... Dominar el tiempo es fundamental para vivir plenamente.

Y así crecí, procurando aprovechar cada instante. Madrugar para, acto seguido, tener unos minutos para establecer la «hoja de ruta», de tal modo que no tuviéramos nunca que repetir aquella frase de Rigoberta Menchú que tanto me impresionó: «Perdona, amanecer, por no haberte recibido como mereces».

¡Agradecer un nuevo día! Cómo comenzar la jornada renovando los principios que nos guían y, de vez en cuando, incorporar otros, de tal modo que nos sintamos, entre certezas e incertidumbres, intensamente activos y autónomos.

No comprendía entonces y sigo sin comprender ahora la «anomalía horaria española». Cuando ya tuve la edad y la oportunidad de visitar otros países, incluidos los más cercanos, me sorprendieron especialmente sus horas de levantarse, desayunar, almorzar, cenar y acostarse... y no me convencía que se excusaran en las singulares costumbres hispánicas.

Por todo ello me complacen mucho las iniciativas actuales de «normalización horaria» y cuento lo que cuento en este cuento retrospectivo: «No desperdiciemos ni un instante. Aprovechémoslos todos. ¡Ja descansarem quan ens morim!».


Federico Mayor Zaragoza conoce el secreto para ser siempre joven, y nos lo cuenta en esta historia. Es científico, pero también humanista: catedrático de Bioquímica y poeta; investigador en el laboratorio y viajero por el mundo. Le interesa profundamente la educación, fue rector de la Universidad de Granada y ministro de Educación y Ciencia. De 1987 a 1999 fue director general de la UNESCO, la organización de las Naciones Unidas para la Cultura. Allí se hizo amigo de las mejores personalidades del mundo, desde Rigoberta Menchú a Teresa de Calcuta o Nelson Mandela. Desde el año 2000 preside la Fundación Cultura de Paz. Desde ella sigue trabajando para hacer del mundo un lugar mejor. Ha publicado muchos libros de ciencia, de poesía, de ensayo. Todos tienen en común la experiencia de Federico, una persona comprometida con la humanidad. Por supuesto, disfruta con sus hijos, sus nietos... ¡y sus bisnietos!

LA CARRERA DEL RELOJ

ELSA GONZÁLEZ,

ELSA TADEA



Tic, tac, tic, tac..., resuena el reloj, sin dejar de anunciar el paso del tiempo.

La aguja más menuda se mueve inquieta, corre veloz por la esfera, tratando de alcanzar el minuto siguiente. Apenas es consciente de que ese segundo deja atrás un instante único e irrepetible. Cada movimiento indica un pequeño segundo y una gran oportunidad para reír, mirar las nubes, abrazar a mamá o decir «te quiero» a papá.

El minutero es más versado. Medita cada movimiento; intenta descifrar lo que suponen los sesenta segundos que contiene. Instantes para recordar la visita al zoo, llorar al caer y levantarse con una sonrisa, para orar o desear buenas noches. Todo un ciclo que puede cambiar la sucesión de los acontecimientos. Si el minutero da un paso adelante sin percatarnos, perdemos la oportunidad de agradecer la ayuda a un amigo, quemamos la esperanza de meter gol en el patio o terminamos una clase sin disfrutar de la bella sensación de aprender la lección del profesor.

El horario, la manecilla gruesa y firme, corta, para no entorpecer la visión de la esfera, discurre en un lento meneo para marcar las horas. En ella, las sesenta vueltas de minutero y las 3.600 del segundero agotan su carrera frente a la lentitud de su avance. Tiempo para hacer los deberes, dibujar una flor, construir un castillo de arena y destruirlo saltando las olas del mar.

Tiempo para disfrutar de la vida si no llevamos la prisa del segundero y nos elevamos, como el minutero, para recordar lo que ha sucedido en las últimas vueltas de las agujas del reloj. Los engranajes vislumbran la incesante carrera de las manillas, que corren para convertir los segundos en minutos, los minutos en horas, las horas en días y los días en años. Pero ese tictac que se escucha en las muñecas puede hacer crecer. Niños que corren para convertirse en jóvenes, jóvenes que se transforman en adultos y adultos que aprovechan el tiempo para envejecer.

Frena, observa el tiempo y dedica cada vuelta del segundero, minutero y horario para crear el mejor de los recuerdos en la próxima vuelta del reloj.


Elsa González y Elsa Tadea son madre e hija. Elsa González Díaz de Ponga nació en Madrid. Estudió y se doctoró en Periodismo y ha trabajado siempre en la primera línea de esta profesión: periódicos, revistas (Dunia, Sábado Gráfico), radio, en las cadenas Ser y Cope, y televisión (La Mañana, de Telecinco, y El debate de la 1, en TVE, entre otros). Hasta el año 2018 fue la presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, y en la actualidad es miembro del Consejo de Administración de Telemadrid. Durante muchos años ha cubierto la información relacionada con la Casa Real. También ha publicado libros como Yo abdico. A lo largo de su trayectoria ha conseguido muchos premios. Elsa Tadea García González también nació en Madrid. Es doctora en Periodismo por la USP-CEU y autora de la primera tesis doctoral sobre Felipe VI. Profesora del Máster de radio COPE, ha trabajado en muchos medios de comunicación, y últimamente es la responsable de prensa de un partido político. Quienes las conocen personalmente están de acuerdo en que «las dos Elsas» tienen en común algo muy particular que no es la trayectoria profesional. Este es su secreto: «Donde estén, aportan mucha luz».

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